Mi gran pequeña granja, de John Chester

CONSTRUIR UN SUEÑO.

“Mira profundamente a la naturaleza y entonces comprenderás todo mejor”

Albert Einstein

En El hombre del sur, una de las tres películas que filmó Renoir en Estados Unidos, nos contaba los innumerables esfuerzos de un algodonero para mantener en pie su plantación enfrentado a la hostilidad del entorno tanto humano como natural. En Mi gran pequeña granja, el matrimonio formado por Molly y John Chester (Baltimore, Maryland, EE.UU., 1971) también, experimentan lo suyo para conseguir transformar su utopía en una realidad, cuando les azotan los enemigos de su granja: los insectos, pájaros, fenómenos meteorológicos e incendios. Molly y John vivían en un minúsculo apartamento de Los Ángeles cuando debido al comportamiento negativo de su perro Todd, fueron desahuciados y emigraron para realizar su sueño en el condado de Ventura, en el sureste del estado de California, comprando una zona de 200 hectáreas,  para poner en marcha un sueño anhelado que consistía en crear una granja con animales, cultivo y árboles frutales, que estuviese en plena armonía con la naturaleza.

Molly tenía un canal de cocina y John era profesional del audiovisual donde llevaba trabajando un cuarto de siglo con éxito gracias al documental Rock Prophecies (2009) sobre Robert Knight, el fotógrafo de leyendas del rock y la serie Random 1 sobre naturaleza. Con este bagaje y algunas pequeñas nociones sobre granjas, arrancaron de cero, y la inestimable ayuda de mentores expertos, convirtiendo un suelo seco en un espacio fértil y lleno de posibilidades. El matrimonio con la ayuda de otros cómplices plantaron 10000 árboles frutales, 200 tipos de cultivo diferentes y llenaron la granja de animales, vacas, gallinas, patos, un cerdo y un gallo. La película firmada por el propio John Chester y narrada por el propio matrimonio, abarca ocho años desde que llegaron al vasto lugar seco y olvidado hasta que lo convirtieron en su hogar, pasando por todo tipo de experiendias,  desde el aprendizaje a ser granjeros, a estudiar los cultivos, a tener paciencia con los ritmos de la tierra, a saber batallar contra sus invasores, ya sean animales o naturales, y sobre todo, en estar abiertos a un continuo aprendizaje en el que conocer profundamente los ritmos de la naturaleza y a comprenderla en toda su magnitud, al aprovechamiento de cualquier conflicto y a seguir firmes a pesar de todos los problemas que cada día deben resolver.

El relato de Molly y Chester nos habla de vida, de naturaleza, de animales, y también, de un sistema de cultivo diferente al resto, donde todo se aprovecha para seguir avanzando, donde los problemas devienen en una suerte de oportunidades para emprender nuevas ideas y caminos, donde la agricultura regenerativa es la principal causa y efecto, donde la observación y la anticipación se tornan indispensables para prever y enfrentarse a los problemas venideros. Chester filma su película a modo de diario, mostrándolo todo, siguiendo inevitablemente el ritmo que marca la tierra y la naturaleza, aprendiendo a observarla, a comprenderla y a abrir un campo de colaboración indispensable para el buen funcionamiento de la granja y todo aquello que cultiva. Capturando momentos de grandísima belleza, y también, de terror, donde lo bello y lo oscuro se dan la mano y conviven, donde la armonía del proceso de la granja pende de un hilo muy fino, donde cualquier invasor en forma de animal se convierte en una amenaza inicialmente, para más tarde devenir en otro ser colaborador para la granja, donde unos animales como los búhos sirven para detener a otros, donde cada cosa tiene su utilidad y donde la naturaleza va imponiendo sus reglas si se sabe mirarla y sobre todo, cuidarla, sin ir a contracorriente, dejándose llevar por la corriente como si fuese un río tranquilo que de tanto en tanto hay que agitar para no salirse del cauce.

Molly y Chester viven la experiencia más intensa y profunda de sus vidas, y nos lo explican a través de la fuerza expresiva de sus imágenes y todo lo que acontece en el interior de ellas, explicándonos un relato en que cada día es una aventura inabarcable, conociéndose y conociendo lo más profundo de su alma, encontrándose con el sentido de la vida, donde la vida y la muerte se convierten en elementos de su cotidianidad, en la que dan la bienvenida a unos animales y cultivos y desgraciadamente, y en otros casos, los despiden, donde todo su entorno constantemente se está regenerando, donde todo tiene vida, un funcionamiento y está en continuo movimiento, sin detenerse, y ellos son las personas que deben guardar todo ese espacio, observarlo y aprender de él, con firmeza y decisión, amándolo siempre, sobre todo en los momentos en que la cosecha se resiente y el trabajo duro de meses se pierde por las continuas amenazas en forma de animales, las fuertes rachas de viento o los temibles incendios, de hecho la película nos da la bienvenida con un incendio devastador en la zona.

John Chester que se desdobló en sus tareas como granjero y cineasta, con la ayuda en el montaje de Amy Overbeck, no solo ha hecho una película magnífica y didáctica, llena de infinidad de detalles, retratando la infinita complejidad y simbiosis de la naturaleza, donde todo crece y se muere a cada momento, sin tiempo a reaccionar, trabajando la tierra en ese entorno salvaje y despiadado, pero también bellísimo y natural. Una película que va más allá del documento de cómo construir un sueño de dos californianos, convirtiéndose en una maravillosa lección de vida y armonía con la naturaleza donde a cada instante observamos la vida y la muerte. Nos enseñan su vida y su hogar, un lugar alejado del mundanal ruido, donde la vida, la naturaleza y el paisaje se comportan como un organismo vivo en continuo movimiento, cambio y transformación, y los seres humanos están ahí viéndolo todo, experimentando con cada descubrimiento, cada puesta de sol o atardecer, cada brizna de aire, cada nuevo fruto o cultivo, cada nacimiento de animal, maravillándose con el mayor espectáculo de la tierra que no es otro que la naturaleza y todo aquello que lo habita. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Amazing Grace, de Sydney Pollack y Alan Elliott

DOS NOCHES INOLVIDABLES CON ARETHA.

“Ser la Reina no se trata solo de cantar y ser una diva no se trata solo de cantar. Tiene mucho que ver con su servicio a las personas.”

Aretha Franklin

No encontramos en el año 1972, más concretamente en dos noches de enero, en la Iglesia Bautista Misionera New Temple en Watts, Los Ángeles, el centro espiritual del reverendo James Cleveland. El lugar elegido por la cantante Aretha Franklin (1942-2018) ya convertida en una de las grandes figuras de la música soul del momento, para grabar su próximo álbum, un disco en directo, que se convertirá en el disco más vendido de la hsitoria de música góspel, en un concierto para la historia donde volverá a sus orígenes cuando cantaba góspel siendo una niña en la iglesia de su padre en Memphis. Warner Bros. decidió grabar la grabación para convertirla en una película aupado por el grandísimo éxito de Woodstock, de Michael Wadleigh, y para ello se contrató al director Sydney Pollack (1934-2008) de moda gracias a su éxito de Danzad, danzad, malditos. Problemas técnicos derivados de la no sincronización entre el audio y las imágenes llevaron al traste la película, que no pudo estrenarse y se almacenó en algún rincón de Warner.

Años después, el productor Alan Elliott, con el beneplácito de la compañía y del propio Pollack, y con la ayuda de la nueva tecnología digital  ha sincronizado todos los elementos y por fin, casi medio siglo después, la película ve la luz. La película en cuestión es un grandioso espectáculo musical que combina 14 canciones góspel cantadas por la gran Aretha Franklin, en solitario o tocando el piano, y en otros temas, acompañada por el reverendo Cleveland al piano y a los coros, conjuntamente con el grupo de músicos de Aretha y el coro The Southern California Community, junto a los parroquianos de la iglesia, que cantan, acompañan con voces, y bailan descosidos todos los temas religiosos que vamos escuchando. Entre el público de la segunda noche podemos observar a Mick Jagger y Charlie Watts, miembros de los Stones, que disfrutan desatados con la imponente voz de Aretha, en un documento único, tanto por su legado musical, histórico y atemporal.

El cine al servicio de la música góspel, con una filmación cruda, a pelo, con múltiples zooms, movimientos bruscos de cámara, y con abundantes planos making of, donde vemos ensayos, pruebas y miembros del equipo filmando, capturando el sonido, incluso el propio Pollack haciendo indicaciones o paseando entre cámaras y metros de cable. 87 minutos de puro espectáculo musical cantando a Dios, a la fe y al compromiso religioso, en un concierto inolvidable, frenético, pausado y lleno de fe y alegría, en un maravilloso encuentro colectivo con momentos riquísimos donde el góspel, la música negra ancestral por excelencia es llevada a los altares no solo a la propia fe personal y profunda de todos los allí congregados, si no a los cielos de la música tradicional, popular y moderna de la mano de Aretha Franklin, una de las cantantes más grandiosas de la historia, inducidos por su poderosísima voz, sus solos magníficos, y sus frenéticos ritmos que acaban contagiando a un público maravillado, motivado y muy entregado.

Con momentos conmovedores cuando el padre de la artista habla al público desde el púlpito donde ella canta y recuerda emocionado la infancia de la artista cuando cantaba y bailaba como una descosida o aquellos instantes en que amenizaba con su arte los servicios de la iglesia de su padre. Una mujer inmensa en muchos sentidos, a parte de su innata capacidad para cantar y para la música soul, nos encontramos a una mujer de 29 años de edad, en la cresta de la ola en el universo musical, reconocida por la industria, por el público y apabullada con innumerables premios, una alma inquieta, humana y de inagotable fe religiosa, que no reniega de sus orígenes humildes y sencillos, sino todo lo contrario, canta para aquella gente en pleno reivindicación social del “Balck Power”, en esa llamada a los afroamericanos de EE.UU., y también, a todos aquellos, sea cual sea su color de piel y condición social, de dejarse atrapar por la música góspel y seguir su ritmo, cantando a Dios como el tema “Amazing Grace” (que da nombre al título de la película) quizás el tema más profundo y personal de todos los que escuchamos en la película, puro talento, puro fervor religioso y esa comunidad, músicos, coro y público dejándose llevar por la música, la letra y esa comunidad todos a una alabando a Dios, a su gracia y a toda esa congregación de almas dispuestas a servir a Dios y a su fe. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Foxtrot, de Samuel Maoz

LOS PASOS DEL DESTINO.

“La coincidencia es la manera que tiene Dios de permanecer anónimo”

Albert Einstein

Una mañana, como otra cualquiera, en cualquier vivienda de Israel, un trío de soldados comunica a unos padres el fallecimiento de su hijo durante su servicio militar. La madre, Dafna, cae rendida después de haber sido fuertemente sedada. El padre, Michael, por el contrario, expresa su ira contra todos y todo, intentando explicarse lo ocurrido. El segundo trabajo de Samuel Maoz (Tel Aviv, Israel, 1962) se enmarca en las consecuencias de la guerra y en los mecanismos del dolor ante la pérdida de un ser querido. Su primer filme Lebanon (2009) que se alzó con el máximo galardón en el Festival de Venecia, nos sumía también en la guerra, desde el punto de vista de los soldados, introduciéndonos en el interior de un carro de combate siguiendo las peripecias bélicas de un grupo de soldados durante la guerra del Líbano de 1982. Maoz vuelve a un ambiente cerrado y claustrofóbico, pero ahora es un hogar que aparentemente parecía reinar la concordia, para construirnos una película sobre las relaciones personales entre un padre, y su esposa,  pero sobre todo las relaciones del padre con su hijo, personas que nunca veremos juntos en el mismo lugar, aunque siempre estarán conectados emocionalmente.

El cineasta israelí edifica una trama en tres actos, como si asistiéramos a una tragedia griega, en el que en el primero, cuando el padre recibe la fatal noticia de la muerte de su hijo, arrancan unas horas donde el amor y la culpa se mezclan de manera dolorosa, y en que el padre debe afrontar su propio dolor y comunicárselo a los más allegados, en el segundo segmento, Maoz nos sitúa en la cotidianidad del hijo fallecido, durante su servicio militar, y es cuando el director arremete con dureza y sin miramientos hacia inutilidad de la guerra, en la que unos jóvenes soldados que viven casi hacinados en un barracón que se cae a trozos, deben custodiar una especie de paso fronterizo pro el que apenas pasan vehículos. Aquí pasamos del drama familiar y personal del primer acto, para adentrarnos en la comedia surrealista y absurda, donde los soldados pasan las horas muertas como pueden, realizando estúpidos cálculos o bailando foxtrot (brutal metáfora que estructura la cinta en la que por mucho que nos movamos y hagamos, no podremos condicionar el destino que nos espera, como el baile que finaliza en la misma posición que empieza) y para finalizar, el tercer acto, nos lleva de nuevo a la vivienda de Michael y Dafna, y su hija, en que la situación propuesta inicialmente ha cambiado, y Maoz, muy acertadamente, nos vuelve a cambiar el rumbo, y nos sumerge en un nuevo conflicto, donde los personajes se encuentran ausentes  y la paz y tranquilidad del hogar se ha vuelto del revés, debido a los dolorosos imprevistos a los que han tenido que enfrentarse.

Maoz cimenta una interesante reflexión y análisis sobre un país, Israel, rasgado y condicionado por las innumerables guerras que ha vivido, vive y desgraciadamente, seguirá viviendo, y las consecuencias que conlleva tanto conflicto bélico y tanta muerte inútil, y como esos fallecimientos de jóvenes acaban mutilando una sociedad  que parece abocada a la contienda bélica sin fin, como en una especie de bucle del que no hay escapatoria, un círculo vicioso que muchos no recuerdan como empezó, y otros, no saben vivir de otra manera, ya que no han conocido nunca el país en paz, siempre en guerra. El trío interpretativo de la película destila convicción y emoción a partes iguales, cada uno con su drama personal, y arrastrando su culpa, en el que ayuda y convence de manera natural y realista en sus composiciones y diferentes estados de ánimo, unas emociones que viajan como en una montaña de rusa, para construir esta fábula moral, que continuamente nos interpela a los espectadores, sumergiéndonos en continuas batallas sobre la guerra, sus consecuencias, la familia y las relaciones personales.

Una película que nos habla de varios conflictos, el de una nación, el de una familia, el de un padre y su hijo, y sobre todo, el del ánimo de una sociedad que jamás ha vivido en paz, y donde la cuestión bélica ha estructurado las existencias de toda su población, unas gentes que han tenido que acostumbrarse a la guerra fratricida, porque no han conocido otra forma de vida, y a los muertos enterrados que acarrea tanto bombazo, con buen acierto Maoz nos explica la intimidad de esta familia y los diferentes puntos de vista de cada uno de ellos, a la hora de enfrentarse al dolor y la culpa, quizás el conflicto conmueve pero sin arrebatarnos el alma, aunque el propósito es en conjunto audaz y brillante, con esa frialdad propia de la burocracia representada en el estamento militar, y de algunos personajes, como el de la madre, aunque Maoz, con mucha habilidad y acierto, nos centra su historia en  la destrucción de cómo ese hogar familiar construido con amor, se viene abajo en un abrir y cerrar de ojos, porque como nos viene a decir la película, estamos completamente condicionados a la fatalidad del destino, porque nunca sabremos lo que nos espera, y hagamos una cosa u otra, el porvenir está escrito, y el destino nos espera pacientemente para cobrarse su deuda.