Heartstone, corazones de piedra, de Gudmundur Arnar Gundmundsson

QUEDATE JUNTO A MI.

La primera secuencia de la película es muy descriptiva y esencial en el devenir de la historia que nos ponemos a presenciar a continuación. Unos chavales, entre ellos Thor, uno de los protagonistas, se encuentran a la espera que algún pez pique en sus anzuelos. De repente, los hilos se tensan y empiezan a tirar como si la vida les fuera en ello, y extraen peces de gran tamaño. Uno de ellos, se encuentra con un pez escorpión, de fisionomía rojiza y muy diferente al resto de los peces que capturan, el niño lo lanza al suelo asqueado y junto a los demás, lo pisotean y lo reducen a escombros. La primera película de Gudmundur Arnar Gudmundsson (Reikiavik, Islandia, 1982) después de una fructífera carrera con un puñado de cortometrajes de éxito internacional, se lanza a una película sobre la adolescencia, sobre uno de esos veranos donde hay mucho tiempo por encima y nada que hacer. Thor y Christian son amigos, se ven todos los días, y van y vienen por un pueblo aislado de pescadores alejado del mundanal ruido. Thor vive junto a sus hermanas y su madre, el padre se marchó. En cambio, Christian tiene madre y padre pero no se avienen, el padre bebe y pega a su madre.

Los dos chicos se encuentran en un tiempo de crecimiento, de descubrimiento, de experimentar por primera vez las emociones, los primeros cigarros, beber alcohol, alguna escapada nocturna con chicas, a las que besar o hacer el amor. Es tiempo de verano, pero de verano islandés, donde hay poco que hacer, donde viven en un lugar que puede ser muy hostil, donde los chicos más mayores imponen su dominio, y los adultos se refugian en su soledad, en el alcohol o el trabajo de granja, en el que humanos y bestias conviven en un paisaje agreste, sin grandes cambios, donde el verano hay tiempo para el sol y en invierno ni se ve. Gudmundsson nos cuenta con sensibilidad y delicadeza ese período de cambios, de transición, donde se deja la infancia para ser adulto, donde la inocencia expirará para dejar paso a otro tiempo, un tiempo donde las cosas son diferentes, donde nos atraen y gustan otras cosas, donde conoceremos a otras gentes y sentiremos cosas diferentes. Una época de conocerse a uno mismo, de saber quiénes somos, que sentimos y que queremos.

El realizador islandés nos relata ese tiempo de adolescencia, de incertidumbre, junto a dos personajes, uno, Thor, un poco más joven que Christian, que desea a Beth, que quiere hacer cosas con ella, descubrirse y descubrirla, donde su amistad con Christian, su amigo del alma, se irá transformando en algo diferente a los ojos de Christian, que también empieza a descubrir sus emociones, su homosexualidad, y a sí mismo. Una película sobre la adolescencia, donde se profundiza y reflexiona de manera inteligente y honesta sobre los cambios que se producen, sobre las vivencias y ese tiempo de cambios profundos y extraños que cada persona vive en ese tiempo. Podríamos pensar que su duración de 129 minutos es excesiva, peor todo lo contrario, Gudmundsson no tiene prisa ni añade momentos superfluos o faltos de interés, nada de eso, su película vive en cada fotograma, vivimos junto a los protagonistas sintiendo sus deseos, ilusiones y desengaños, que también los hay, de manera íntima y natural, sin artificios sentimentales de ninguna clase, aquí todo pasa por un motivo y las consecuencias son palpables, a través de unos chavales que viven, sienten y desean que se les reconozca por ser quiénes desean ser, no por lo que se espera de ellos. Rodeados de ese espectacular paisaje, en ocasiones bellísimo por su entorno, y en otras, durísimo por la condición moral de sus habitantes, que juzga y pisotea todo aquello que resulta diferente, que no sigue la lógica establecida y convencional de una moral correcta.

La naturalista luz de la cinematógrafa Sturla Brandth Groulen, que consigue una fotografía que traspasa las emociones, y consiguiendo a través de los encuadres, manifestar la cercanía o la frialdad en la distintas relaciones de los personajes. Baldur Einarsoon da vida a Thor (que recuerda físicamente y de qué manera al River Phoenix de Cuenta conmigo) Blaer Hinriksson es Christian y Diljá Valsdóttir como Beth, actores jovencísimos que consiguen capturar los conflictos, miedos e inseguridades de unos personajes que también viven el verano y su desaparición como un tiempo que perderán todo aquello que eran para adentrarse en un mundo donde ya nada se estructura de la misma forma y deberán aceptarse y seguir su camino, a pesar de la oposición de los otros. El director islandés construye una película que nació a través de un sueño, en la que recoge el aroma de los retratos adolescentes más recordados del cine como Verano del 42, de Robert Mulligan, cineasta que también supo describir los conflictos de la adolescencia, o Mes petites amoureuses, de Jean Eustache, que exploró de forma bella y trágica ese tiempo de incertidumbre, y finalmente, la citada Cuenta conmigo, de Rob Reiner, donde una aventura para buscar a un muchacho desparecido se convertía en un aprendizaje crucial para curar heridas, y las más recientes, como C.R.A.Z.Y. o Call me by your name, donde la adolescencia se adentraba en una experimentación con la homosexualidad. Thor y Christian no sólo vivirán sus experiencias en la estación estival, sino que crecerán como personas, y quizás con el tiempo, encuentren algunas respuestas de todas las emociones y conflictos que vivieron aquel verano cuando eran adolescentes.

Entrevista a Olivier Ducastel

Entrevista a Olivier Ducastel, codirector de “Théo & Hugo, París 05:59”. El encuentro tuvo lugar el viernes 1 de julio de 2016, en la terraza del Instituto Francés de Barcelona.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Olivier Ducastel, por su tiempo, generosidad y simpatía, y a Javier Asenjo de Surtsey Films, por su paciencia, amabilidad y cariño.

Théo & Hugo, París 05:59, de Olivier Ducastel y Jacques Martineau

THEO_HUGO_CARTEL_70X1001EL NACIMIENTO DEL AMOR.

La película arranca de forma sorprendente, que no dejará a nadie indiferente, nos introducen en la atmósfera de un club gay, en el que varios hombres desnudos intercambian caricias, besos, felaciones y coitos, de forma desenfrenada y lujuriosa, capturados de forma explícita (que recuerda a Shortbus), durante cerca de 20 minutos. No hay diálogos, sólo escuchamos los sonidos propios del placer y el deseo sexual, que se mezclan con una música electrónica ambiente que los acompaña. Las miradas invaden un escenario pintado de tonos rojos y oscuros. En un instante, la cámara se detiene en la atracción que sienten un par de jóvenes que se dejan llevar por el deseo sexual. La séptima película del tándem formado por los directores franceses Olivier Ducastel (1962, Lyon) y Jacques Martineau (1963, Montpellier) se centra en dos hombres que después de conocerse a través del sexo, salen a la calle y empiezan a conocerse. El ambiente irreal del club dejará paso a un tono realista de las calles del París nocturno. La película está contada a tiempo real (en un claro guiño a Rivette, el cineasta del tiempo real por antonomasia, y a la película de Agnès Varda, Cleo de 5 a 7), se abre a las 4:27 y se cerrará 92 minutos después, a las 5:59.

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Un relato que nos descubre un París poco conocido, la zona oriental, nocturna, un paisaje nocturno, con el que nos cruzamos con luces difusas, algún viandante y la tranquilidad de la ciudad dormida, interrumpida por algún sonido, y nuestros dos almas que comienzan a enamorarse, dos jóvenes inquietos que la cámara los sigue por su deambular por la noche. Se desata un conflicto entre ellos (que no desvelaré) y la historia gira hacia otros derroteros, el drama se convierte en thriller social y personal, algo se interpone entre ellos, algo que los acercará y alejará a partes iguales. Ducastel y Martineau construyen una película sobre los primeros instantes del amor, de una historia que desconocemos su destino, si saldrá adelante o no, los directores se centran en los conflictos emocionales de dos personas que una noche se conocen y descubren algo especial, instante en el que deberán plantearse varias situaciones que están sintiendo, emociones contradictorias que surgen en ese momento, enfrentarse a ellos mismos y sobre todo, a la persona que tienen delante, entablar diálogo con sus sentimientos y saber que desean y que van hacer con ello. Una película sobre el amor, sobre la capacidad de los seres humanos para sentir amor, asumir un riesgo que no sabemos hacía donde nos llevará, dejarnos ir o no, dar rienda suelta q lo que sentimos o pararnos, y dar media vuelta, recogiendo el aroma de obras notables como El hombre herido (1983, Patrice Chéreau) o la más reciente, Weekend (2011, Andrew Haigh), películas de contenido homosexual para todos los públicos.

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Además, la película propone un conflicto personal que llega de forma completamente accidental, que retuerce aún más si cabe la situación que se ha generado, proponiendo una película en la que interpela directamente a los espectadores sobre las decisiones morales y personales que deben de tomar los personajes. El gran trabajo interpretativo de la pareja protagonista Geoffrey Couët y François Nambot (reclutados en un casting) consigue transmitir la veracidad y humanidad necesarias para sumergirnos en su amor naciente y el conflicto que los ata. Ducastel y Martineau nos cogen desde el primer instante de su película, y no nos sueltan en ningún momento, saben involucrarnos de manera sencilla y humana, escarbando en nuestro más profundo interior, a través de una mise en scene pulcra y honesta, construida con tomas largas que acompañan a sus protagonistas, sin abandonarlos a lo largo del metraje, en la que nos movemos por ese paisaje nocturno, lleno de dudas, incertidumbres y demás conflictos humanos. Una película viva, emocionante y contemporánea que se sumerge en la naturaleza de las relaciones humanas, cómo nos enfrentamos a ellas, y también, todo aquello desconocido y oculto que nos descubre y revela de nosotros mismos.


<p><a href=”https://vimeo.com/172598292″>THEO &amp; HUGO, PARIS 5:59 TRAILER V.O.S.E</a> from <a href=”https://vimeo.com/surtseyfilms”>Surtsey Films</a> on <a href=”https://vimeo.com”>Vimeo</a&gt;.</p>

 

El verano de Sangaile, de Alanté Kavaïté

Verano_Sangaile_CartelAMÁNDOSE EN LA HIERBA.

Había una vez una joven de 17 años llamada Sangailé que vivía fascinada por los aviones acrobáticos, pero su vértigo le hacía imposible aprender a pilotarlos. Sangailé vive con sus padres una vida acomodada en una casa en medio de un bosque, en una habitación vacía, en una existencia traumática que la ha llevado a una vida de aislamiento y distante con su familia. Un día, conoce a Austé, de su misma edad, pero de personalidad totalmente diferente, Austé es entusiasta y vitalista, vive junto a su madre en un piso alto sin ascensor de un barrio obrero de Vilnius, y tiene la habitación repleta de sus diseños de ropa y decoración. Alanté Kavaïté (1973, Vilnius, Lituania) después de su opera prima rodada en Francia con Écoute le temps (2006), con Émile Dequenne (la Rossetta de los Dardenne, entre otras) en la que nos hablaba de una joven que investiga la muerte de su madre en extrañas circunstancias, y un par de incursiones como guionista de Lucile Hadzihalilovic (en Tropique, del 2010, y en Évolution, del 2014) vuelve a centrarse en la figura de una joven que, en este caso, se encuentra en pleno tránsito de abandonar la infancia y convertirse en adulta, con todas las decisiones que conlleva ese proceso. Sangailé no hace nada, vive rodeada de miedos y frustraciones, no sabe qué camino elegir, y va dando tumbos y mostrándose aislada ante las personas que la quieren. Frente a ella, y en un maravilloso contrapunto en la película, nos encontramos a Austé, de orígenes humildes que, además de prepararse para ingresar en la escuela de diseño, trabaja en una cafetería en verano, y su personalidad arrolladora y soñadora se convierten en la persona que removerá a la perdida Sangailé para conocerse a sí misma y de esta manera, encarar sus miedos y complejos.

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Kavaïté ha construido un bellísimo relato ambientado en verano, con una luz preciosa que baña suavemente los paisajes, la luz brillante de esos días de veraneo, con el agua cristalina del mar, y los atardeceres que nos atrapan el alma, y esas noches silenciosas o a la luz de un fuego con amigos. Días de verano, días para conocer a alguien que nos despierte lo que ocultamos, o nos atrevemos a sacar, entre risas, miradas y confidencias Sangailé y Austé se enamoran, se besan, hacen el amor, observamos sus cuerpos retozando en la hierba, impregnándose de esa naturaleza salvaje y libre, o en la intimidad de la habitación de Austé (abarrotada de sus diseños a cual más estrambótico y rompedor, pero sobre todo, viscerales, nacidos desde el interior de un alma inquieta, observadora y vital). Dos almas jóvenes, dos cuerpos al sol, acariciándose, disfrutando del sexo de forma natural, sensual, que las invade y atrapa. Una historia mínima en la que seguimos la respiración, el roce de los cuerpos, el deseo sexual, y los deseos y dudas, contradicciones y miedos de dos mujeres jóvenes que despiertan a un amor sincero y puro.

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Kavaïté que, acompaña su película de un grandioso trabajo de sonido, en el que nos invade una sonoridad que recorre de forma hipnótica nuestros sentidos, junto a  la radiante y acogedora música de JeanBenoît Dunckel (autor de los score de las películas de Sofia Coppola) edifica una película muy íntima, minimalista, de deseo y carnalidad, que nos sobrecoge desde su sencillez, pero de una energía desbordante y arrolladora, con esos momentos mágicos, llenos de una poesía abrumadora, que nos arrastran hasta ese mundo de la iniciación de la juventud donde todavía todo es posible, (instantes que nos recuerdan a la forma y tratamiento de la naturaleza que impregnaba Peter Weir en la maravillosa Picnic en Hanging Rock), tiempo de verano, de amigos, de amores en la hierba, descubriéndonos a nosotros mismos, a través de los ojos de otros, superando lo que nos atenaza y nos detiene, en el que sólo nosotros somos capaces de cambiar el rumbo de nuestras vidas, y posiblemente, las personas que tenemos a nuestro lado pueden hacer mucho más por nuestras vidas de lo que imaginamos, si somos capaces de abrirnos a ellas y escucharlas.


<p><a href=”https://vimeo.com/171896009″>El verano de Sangailė Tr&aacute;iler VOSE</a> from <a href=”https://vimeo.com/cinebinariofilms”>CineBinario</a&gt; on <a href=”https://vimeo.com”>Vimeo</a&gt;.</p>

Un amor de verano, de Catherine Corsini

un_amor_de_verano-cartel-6904_0LIBRES PARA AMAR.

“Me di cuenta de que muchas cosas que hoy doy por hechas se las debo a esas mujeres comprometidas y luchadoras […] es más, las mujeres homosexuales hicieron mucho por la emancipación de la mujer en general”.

Catherine Corsini

La película arranca en plena campiña francesa, allí, conocemos a Delphine, una joven que trabaja en el campo junto a sus padres, y mantiene oculta su condición homosexual. El yugo de la vida en el campo la ahoga, y decide irse a París. Nos encontramos en 1971, en plena efervescencia de los movimientos surgidos a raíz de mayo de 1968. Delphine se tropieza con las feministas en plena calle durante una acción (tocan los traseros de los hombres como protesta) acude a sus reuniones y participa en el activismo para reivindicar los derechos de la mujer, se contagia de su vitalidad e insolencia, de la poderosa energía del grupo, bella y desobediente, en el que discuten y gritan en el paraninfo de la Universidad, rescatan a un amigo homosexual de un psiquiátrico, donde sus padres lo han ingresado debido a su condición, e incluso, tiran carne a un médico abortista, mientras lanzan octavillas y piden lo que se les niega, su derecho a ser mujeres libres, el derecho al aborto y disfrutar de su propio cuerpo. En ese ambiente parisino y de lucha política, Delphine conoce a Carole, maestra de español que vive con Manuel, pero el deseo y la atracción que sienten se desata y la pasión las devora, y se enamoran.

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Catherine Corsini (1956, Dreux, Francia) estructura su cine a través de las relaciones amorosas y homosexuales, dibujando personajes oscuros y sometidos a derivas emocionales de gran calado. En su anterior película, estrenada por estos lares, Partir (2009) se detenía en una burguesa casada, familiar y acomodada que mantenía una relación sexual con un español de oscuro pasado. Ahora, en su décimo título de su filmografía, acota la trama en la primavera y verano del 71, adentrándose en los convulsos años políticos de los 70, y en el movimiento feminista que tanto ayudó a emancipar a las mujeres, junto a su coguionista, Laurette Polmanss han rescatado una época de fuerte liberación del género femenino, sus referentes y fuentes de inspiración fueron Carole Roussopoulos y Delphine Seyrig (cineastas y artistas que hicieron películas feministas, de las que reivindican su figura, no obstante las dos protagonistas adoptan sus nombres), y otras figuras femeninas que, desde otros ámbitos, alzaron la voz sobre la situación discriminatoria de las mujeres, sometidas al yugo patriarcal en una sociedad que las silenciaba y las volvía invisibles.

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Corsini mezcla con naturalidad y sabiduría los contrastes de su propuesta, el bullicio y la libertad de París contra la intemporalidad y el aislamiento del campo, a ritmo de temas rockeros del momento de Janis Joplin, Colette Magny, Joe Dassin, y la música de Grégoire Hetzel, aportando el lirismo que pide en ciertos momentos la película. Dos mujeres que se aman, pero que deberán afrontar sus miedos e inseguridades para ser libres y afrontar su amor sin prejuicios. La cineasta francesa construye un relato bellísimo, vital, de pura energía e intimidad desaforada, sigue a dos almas enamoradas que, no sólo deberán luchas por sus derechos en el ámbito social, sino también en su intimidad, vencer los obstáculos reales e imaginarios que las acosan. La película, a través de una forma transparente, que da protagonismo a los personaes y sus emociones, describe la vida en la granja de forma detallista y realista, componiendo una imágenes bellísimas cargadas de una naturaleza absorbente, sin caer en ningún instante en la imagen edulcorada. La opresión del paisaje rural es evidente, la actitud de asfixia que siente el personaje de Delphine, atada por la enfermedad de su padre, y la mentalidad de su madre, y el miedo a mostrar su identidad homosexual en contraposición con la sensación de libertad de Carol, una mujer que ha vencido sus miedos y contradicciones y ha despertado en ella un mujer diferente, descubriendo un amor lleno de vida y deseo. Una pasión que la ha llevado a vivir en el campo con la persona que ama, dejándolo todo.

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Corsini nos sumerge en la vida rural de forma concisa y libre, desnudándonos los prejuicios, y filmando las escenas sexuales de forma sencilla y honesta, capturando la belleza sexual sin tapujos, mostrando esos cuerpos desnudos entre la hierba amándose libres, mientras las vacas mugen y pastan (con elementos que nos recuerdan a la pintura de Renoir o Manet, y el cine de Renoir o la Agnès Varda de La felicidad), sin olvidar ese ambiente cercado y de apariencias formado a partir de tradiciones ancestrales y conservadoras. El gran trabajo del trío protagonista, que contamina de humanidad y sensibilidad la película, con una maravillosa y lúcida Cécile De France, desnudándose física y emocionalmente, a su lado, Izïa Higelin, su tez morena, carnalidad, y aspecto rudo, componen un interesante contrapunto, y finalmente, Noémie Lvovsky, que interpreta a la madre de Delphine, anclada en una vida rural, de trabajo y supeditación marital. Corsini ha construido una historia de amor bellísima, apasionante y real, con su pasión, sexo, miedos, inseguridades y contradicciones, en un contexto histórico de reivindicaciones, acciones, y política, y sobre todo, impregnado por una lucha que, aunque se hayan conseguido muchos derechos, sigue en plena vigencia, porque hay luchas que continúan, y no sólo las sociales sino también las propias.