Entrevista a Maria Sanz y Sara Espías

Entrevista a Maria Sanz y Sara Espías, actrices de la película Hada» de Àlex Mañas, en el domicilio del director en Barcelona, el miércoles 3 de septiembre de 2025.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Maria Sanz y Sara Espías, por su tiempo, sabiduría, generosidad, y a Pere Vall y Àlex Mañas, por su generosidad, cariño, tiempo y amabilidad.  JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Los bárbaros, de Martín Guerra y Javier Barbero

JÓVENES SIN NADA QUE HACER.  

“Tal vez aprender a ser joven pueda llevarnos toda una vida. Pero, de esto se trata, ¿no? Vivir sin miedo, celebrar el presente, ganarle el pulso a la muerte”.

Martín Guerra y Javier Barbero

En los primeros instantes de Los lunes al sol (2002), de Fernando León de Aranoa, vemos a sus protagonistas Santa, José y Lino, los tres amigos sin trabajo, miran a su alrededor o lo que queda de él, se miran entre ellos, y preguntan por el día qué es. Es otro lunes más o menos. Es otro día. Es otro instante, en compañía, atrapados por una desidia de desesperanza, tristeza y sobre todo, de quedarse así, sin hacer nada. Los tres jóvenes protagonistas de Los bárbaros, de Martín Guerra (Perú, 1979), y Javier Barbero (España, 1980), les sucede algo parecido, se han quedado sin trabajo, y por ende, sin esperanza, sin nada y sin futuro, y pasan el rato en un edificio a medio construir que ha quedado detenido, al igual que sus existencias. Las dos películas, separadas por más de dos décadas, se mueven por los mismos no lugares, sumergidos en unos rostros, también separados por los años, pero parecidos, tan parecidos que parece que la estupidez de la economía del país no tiene fin. 

Guerra ha pasado por el teatro, la fotografía y la música, y Barbero por los departamentos de cámara de cinematógrafos como Diego Dussuel y Mauro Herce, y se encargó de la luz en Apuntes para una película de atracos (2018) León Siminiani, y ambos dirigieron Los invencibles (2014), un cortometraje sobre una familia que descubrirá junto a un lago algo inesperado. Con Los bárbaros se adentran en el espíritu que recorría 25 Watts (2001), de Pablo Stoll y Juan Pablo Rebella, en el que tres jóvenes estaban ahí sentados, miran de aquí para allá, sin nada que hacer, y casi esperando algo que nunca llega, contemplando un mundo que no pillan y que tampoco los pilla a ellos, y absortos en una indiferencia que los hace invisibles. Los protagonistas “bárbaros” son Marcos, que vigila una obra mastodóntica que cuando deja de seguir, él se queda allí sin nada mejor que hacer, y compartiendo el esqueleto de estructuras metálicas con dos más, Celine, una inmigrante polaca que es su novia, tan perdida, tan apática y tan sin nada cómo él, y  Marco, un inmigrante peruano que salta entre las nadas, que tiene una novia sí o no, y hace trabajillos sin más futuro que el día de cada día, y finalmente. Tres almas en pena en mitad de una crisis inmobiliaria, la del 2008, que los ha dejado náufragos de todo. 

La detallista y concisa cinematografía de José Luis Solomón ayuda a encontrar esa luz etérea que tanto ayuda a rastrear las emociones de este trío, que habla muy poco, y mira mucho, a ellos y a lo que tienen delante. Un montón de estructuras que no sirven para nada, tan vacías y tan paradas como ellos. De Solomón conocemos sus cortos y documentales, entre los que destaca el reciente Mi hermano Alí, de Paula Palacios. Tenemos que destacar el grandioso trabajo de Cristóbal Fernández, habitual de Oliver Laxe, que aquí firma la música, unas composiciones que construyen toda esa aura entre cotidiana, inquietante y soledad que transita por toda la película, donde resulta tan importante ante la falta de información de estas tres almas, que viven en un presente continuo, sin más, un día más o menos. Los 102 minutos de metraje están muy bien contados y elaborados en la edición del citado Fernández, porque no se cuenta de más ni de menos, captando la desidia que los ha dejado varados en esta especie de isla de periferia y cemento, con ese aire frío que silva en un invierno más o menos, metidos en esa casucha-caravana de andar por casa, alrededor del fuego, como si fuesen unos nómadas esperando o no mejor suerte para la siguiente temporada si es que habrá. 

Un buen reparto entre los que destaca el gran Àlex Monner, en un personaje que le va como anillo al dedo, ya que desde su forma de mirar, qué bien mira este actor, con la mirada triste y esos andares como desandando sus pasos, inspeccionando lugares como una especie de zombie. Le acompañan Job Mansilla como Marco, en un rol de buscavidas muy alejado de su trabajo como humorista popular que ha aparecido en películas de su país al lado de Sergio Barrio y Gonzalo Ladines, entre otros. Eliza Rycembel es Celine, una joven en un limbo como sus compañeros de no fatigas y desesperanza, es una enorme actriz polaca muy internacional que hemos visto tan potentes como Las inocentes (2016), de Anne Fontaine, Corpus Christi (2019), de Jan Komasa, la serie Nasdrovia, rodada en España, y La promesa de Irene (2023), de Louise Archambault, entre otras. Y la presencia de Greta Fernández, una de las actrices jóvenes más potentes del panorama nacional, que hace poco la vemos, también en un rol breve pero importante, en la argentina La llegada del hijo. Ahora, se mueve entre la tristeza y sus lecturas, pero con algo de futuro en su precario empleo como cajera de súper de barrio.

Los jóvenes de Los bárbaros recuerdan mucho a los chavales de barrio que pululaban por Barrio (1998), del citado Aranoa. No obstante, muchos de los personajes del cineasta madrileño son así, almas en suspenso, atrapados en una vorágine que no va con ellos, absortos en sus deseos e ilusiones que constantemente chocan con una realidad deprimida y vacía. No esperen una película muy positiva y alegre en Los bárbaros, tampoco es una película negativa que abogue a los espectadores a lanzarse al vacío. Porque además de presentar la desesperanza de unos jóvenes que la crisis ha derrotado, no son almas que se hundan y vaguen por la ciudad, sino que se mantienen ahí, sin hacer nada, contándose algo y haciéndose compañía, o algo que se le parezca, esperando o no que la cosa cambie o simplemente, se torne de otra forma. Martín Guerra y Javier Barbero han construido una historia a la que no le falta algo de humor, al estilo Aranoa, no el de risa fácil, sino aquel que se ríe de uno mismo, sumergido en sus cosas y capturados en espejos que no existen, ahí sin más, quizás “Tomando el sol”, como cantaba Albert Pla con sus colegas. Ante la barbarie de esos secuaces sedientes de dinero con el pelotazo inmobiliario, levantémonos en su contra desde la más pura desidia, indiferencia y aburrimiento. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Marianela Maldonado

Entrevista a Marianela Maldonado, directora de la película «Niños de las Brisas», en el hall del Hotel Astoria en Barcelona, el lunes 9 de diciembre de 2024.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Marianela Maldonado, por su tiempo, sabiduría, generosidad, y a Violeta Medina de Varanasi. Prensa y Comunicación, por su generosidad, cariño, tiempo y amabilidad. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Luis (Soto) Muñoz y George Steane

Entrevista a Luis (Soto) Muñoz y George Steane, director y actor de la película «Sueños y pan», en el marco del D’A Film Festival, en los Jardines Mercè Vilaret en Barcelona, el sábado 6 de abril de 2024.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Luis (Soto) Muñoz y George Steane, por su amistad, tiempo, sabiduría, generosidad, y a Marina Esteban Marín de Mubox Studio, por su generosidad, cariño, tiempo y amabilidad. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Sueños y pan, de Luis (Soto) Muñoz

JÓVENES EN EL LIMBO. 

“Me encantan los sueños, incluso cuando son pesadillas, lo cual debe ser lo habitual. Mis sueños están a rebosar por los mismos obstáculos, pero no importa”

Luis Buñuel

La primera vez que descubrí el cine de Luis (Soto) Muñoz (Baena, Córdoba, 2000), fue a través de la película El cuento del limonero, a través de la magnífica plataforma Filmin, un relato social y fantástico sobre la vejez filmado en la Puerta de Córdoba durante los meses pandémicos, y protagonizado por su abuela Dolores Marín. Unos meses antes, en enero de 2020, había empezado a rodar Sueños y pan, una película que rendía homenaje a dos títulos emblemáticos: Los olvidados (1950), de Luis Buñuel, y Los golfos (1960), de Carlos Saura. “Una película para aprender a hacer cine”, según palabras del director. Un rodaje con amigos, de guerrilla y filmado en los ratos libres, que se alargó hasta julio del 2021, con el mismo espíritu de Los ilusos (2013), de Jonás Trueba. Un cine hecho desde adentro, sin dinero, y en compañía y en cooperativa, siguiendo el espíritu de la sección “Un impulso colectivo”, del imperdible D’A Film Festival de Barcelona, comisariada por el escritor cinematográfico Carlos Losilla, de la que este año ha formado parte. 

La película toma el extrarradio y la periferia madrileña como escenarios vacíos y olvidados para contarnos las desventuras de dos jóvenes Dani, más extrovertido, más locuaz y más todo, y Javi, todo lo contrario, que forman un dúo de ladronzuelos sin suerte, sin rumbo y llenos de sueños. Junto a Sara y el hijo pequeño de ésta, forman una especie de familia que comparten piso, esperanzas y pesadillas. La cosa arranca cuando roban una pintura que parece valiosa. Pero, los problemas empiezan cuando pretenden venderla que no resultará tan fácil como pensaban, y darán comienzo a una serie de travesías urbanas que les llevará a los lugares más elitistas de la ciudad. A partir de un extraordinario y sobrio blanco y negro que firma Joaquín Ga-Riestra Guhl, con esa luz que traspasa a sus protagonistas, entre sombras y lugares sin alma, confundiéndonos entre realidad y sueño, donde lo tangible y lo onírico se mezclan, creando ese no lugar lleno de matices y no colores. La misma posición opta el montaje que firma el propio director, porque fusiona de forma ejemplar los momentos trepidantes, donde la cámara se agita y se desplaza con los pasos de los personajes, y esos otros momentos en los que la pausa y el respiro se adueñan de la pantalla, donde hay tiempo más que para la reflexión, para escuchar a estos dos jóvenes sin pasado y sin futuro, moviéndose en un presente continuo que parece, en ocasiones, en un extraño bucle que parece no tener principio ni fin. 

Una película de estas características necesitaba unos intérpretes muy involucrados en la causa, es decir, que transmitieran la naturalidad y la fragilidad de unos personajes al borde de todo y todos. Tenemos a George Steane, que hemos visto dando vida a uno de los cowboys de Extraña forma de vida, de Almodóvar, y en la serie La mesías, entre otras, dando vida al hermano y soñador Dani, un tipo de buen corazón, aunque algo tosco y fiera, pero que ayuda a dotar de paz y tranquilidad a este trío heterogéneo. Javi es Javier de Luis, un tipo que se enfada mucho, que es callado e introvertido, que es más inteligente que Dani pero que le cuesta comunicarse. Y finalmente, tenemos a Sara que hace Cristina Masoni, el vértice de este extraño trío, del que no sabemos nada, ni de su pasado ni de cómo se conocieron (sólo que tiene problemas con las drogas y tiene un hijo pequeño), un enigma que ayuda a la película y a su propuesta. Sin olvidarnos de Mubox Studio con Alejandro González al frente, que ya estuvo detrás de El cuento del limonero, y ahora vuelve a unir sus fuerzas con (Soto) Muñoz para levantar la película. Sueños y pan es una película que nace de muchas otras, y no esconde sus múltiples referencias, para nada, si no que las hace evidentes y sobre todo, las hace suyas, las va introduciendo en la trama de una forma sencilla y natural, sin ningún tipo de estridencias ni nada que se le parezca. 

Los espectadores más cinéfilos y más informados verán que hay referencias a mucho del cine quinqui y social que se hizo en España en el tardofranquismo como los ya mencionados Buñuel y Saura, y otros como Eloy de la Iglesia, Angelino Fons, José Antonio de la Loma, entre otros, y algunos más contemporáneos que también tuvieron el quinqui como inspiración como Juan Vicente Córdoba y su Quinqui Stars (2018), donde Ramsés Gallego “El Coleta”, su protagonista que buscaba a Saura, tiene una breve presencia en la película. No deberían perderse una película como Sueños y pan, elocuente y formidable título que le va como anillo al dedo, porque es una película de cómo hacer cine cuando se tienen ganas de hacerlo y apenas se tienen medios para llevarlo a cabo, porque es un torrente de ideas, sugerencias y reflexiones de cómo hacer una película sobre el aquí y ahora, aunque los más informados sobre el fútbol y el Atlético de Madrid pueden ubicar el tiempo en el que se posa la película, aunque tenga esa actitud de atemporalidad, de ese no tiempo, no lugar y si personajes, unos tipos que a pesar de todo, sueñan con una vida mejor, o con eso que el sucederá al día siguiente, porque la pintura que han robado no es más que el camino para hacer realidad sus sueños, el macguffin de un relato que les va embrujar y atrapar desde su primera secuencia del robo, a la carrera, o mejor dicho, Deprisa, deprisa, como manda el género. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Malena Solarz

Entrevista a Malena Solarz, directora de la película «Álbum para la juventud», en la Plaza Tetuán en Barcelona, el sábado 27 de enero de 2024.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Malena Solarz, por su tiempo, sabiduría, generosidad y a mi querido amigo Óscar Fernández Orengo, por retratarnos de forma tan especial. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Clare Weiskopf

Entrevista a Clare Weiskopf, codirectora de la película «Alis», en el marco del DocsBarcelona, en el hall del CCCB en Barcelona, el jueves 25 de mayo de 2023.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Clare Weiskopf, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, a mi querido amigo Óscar Fernández Orengo, por retratarnos con gran talento, y a Ana Sánchez de Trafalgar Comunicació, por su generosidad, cariño, tiempo y amabilidad.

El oficio de aprender, de François Favrat

NAËLLE APRENDE A AYUDARSE.

“Me pareció que la vida me hacía una advertencia y me enseñaba para siempre una lección: la lección del honor escondido, de la fraternidad que no conocemos, de la belleza que florece en la oscuridad”.

Pablo Neruda

Erase una vez una chica llamada Naëlle de 19 años de edad, que vive en Bellevue, uno de los barrios más deprimidos de Nantes. Naëlle hace trabajos de reinserción por su mala conducta. Conoce a Heléne, una de sus formadoras que le habla de “Compagnons du Devoir”, una asociación especializada en trabajos artesanales que reivindica la validez de los trabajos manuales, y le da una oportunidad a la chica para que aprenda un oficio. El cuarto trabajo de François Favrat (Lyon, Francia, 1967), después de abordar el drama y el thriller político, se mete de lleno en el drama, pero esta vez con un marcado acento social, porque se detiene en un barrio de chicos con padres inmigrantes, donde hay pocas salidas y la más recurrente, con la droga. Naëlle tiene una vida dura, hace de niñera de su hermana pequeña, no conoce a su padre, y su madre trabaja de sol a sol. Su pasión son los grafitis y sus amigos.

El director francés no hace un relato condescendiente, sino todo lo contrario, mira esa realidad difícil para muchos jóvenes como la protagonista, y no se queda en el marco, sino que va más allá, porque aparece la asociación, y tampoco en su aprendizaje del oficio las cosas resultarán fáciles, porque habrá conflictos, sobre todo, con ella misma, y con el resto. Un guion serio y conciso que firman Johanne Bernard y el propio director, que describe este periodo en la existencia de Naëlle, sin edulcorantes, retratándola a través de esta experiencia de salir del pozo y aprender y aprenderse, descubrir una vida totalmente diferente, y generar lazos de confianza y fraternidad con las personas que quieren ayudarla, porque no es nada fácil aprender a ayudar y ayudarse cuando se ha vivido en un entorno de desconfianza, de soledad y de dolor. Si la parte argumental no desentona en absoluto, la parte técnica no se queda atrás, porque aboga por la naturalidad y las sólidas y profundas relaciones que se van creando, en un estupendo trabajo de cinematografía de una grande como Joanne Lapoirie, con más de ochenta títulos a sus espaldas, con una filmografía con tremendos nombres de la cinematografía francesa como Techiné, Ozon, Valeria Bruni Tedeschi y Robin Campillo, y Paul Verhoeven, ahí es nada.

El conciso y rítmico montaje de Clémence Samson, que sabe contar con detalle y precisión un relato que se va casi a las dos horas de metraje. La excelente música de Éric Neveux, que tiene más de ochenta títulos en su carrera, en películas tan importantes como Intimidad, de Patrice Chéreau y la reciente El insulto, de Ziad Doueiri, que es su segunda colaboración con Favrat después de Boomerang (2015). Una música original que se mezcla con los temas rap que escucha como rebeldía la protagonista. Un excelente trío protagonista encabeza esta sensible y actual historia, donde los personajes son de carne y hueso, con su complejidad y conflictos, tanto internos como exteriores, que ayuda a profundizar en todos los aspectos emocionales que se generan durante el relato, entre los que destaca una magnífica Najaa en la piel de Naëlle, en su tercer trabajo para la gran pantalla, compone un personaje solitario, metido en un pozo, que desea salir pero es muy compleja su existencia y en el complicado barrio en el que vive, donde hay que ser fuerte y parece que los demás valores humanos han pasado largo, en los Compagnons descubrirá otra forma de ser, de mirar, de relacionarse, y sobre todo, de compartir y crecer.

Junto a Najaa, encontramos a dos intérpretes de gran soltura y convicción como una grande del cine francés como Agnès Jaoui como Helène, el ángel de la guarda para Naëlle, con sus conflictos personales y sociales, que repite con Favrat después de la experiencia en Le rôle de sa vie (2004), al igual que Paul que interpreta Pio Marmaï, con amplia experiencia el cine francés, al que hemos visto en películas de Kaplisch, Audrey Diwan, Catherine Corsini, y más recientemente, en Un escándalo de estado, de Thierry de Peretty. Sin olvidarnos del resto de jóvenes que acompañan a la protagonista, chicos y chicas de verdad, que son y están. Favrat ha construido una película social, pero de verdad y muy humana, creando ese espacio de intimidad y cercanía que tanto demandan las historias de estas características, porque lo que cuenta tiene corazón y profundidad, y es una película realmente didáctica en todos los sentidos, porque no solo se cierne en la protagonista, sino que a través de las relaciones que se van exponiendo, vemos los entresijos de cada personaje, con sus verdades y mentiras, con sus defectos y virtudes, y además, nos muestran una asociación como los Compagnons du Devoir, que existe en la realidad, y no solo sacan del atolladero a cientos de jóvenes, sino que les educan en valores, y mucho más, como aprender a ayudar y sobre todo, a ayudarse, que en la sociedad actual hace tanta falta, porque nos hemos vuelto individualistas y competitivos, y ya no miramos al otro, y mucho menos lo que siente. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Tolyatti Adrift, de Laura Sisteró

LOS JÓVENES DE TOLYATTI.

“La juventud no es un tiempo de la vida, es un estado del espíritu”.

Mateo Alemán

La ciudad de Tolyatti, situada en la parte sudeste del país de Rusia, a orillas del Volga, creció enormemente en la extinta Unión Soviética a razón de su empresa automovilística AvtoVAZ, la compañía que inundó de modelos Lada todo el país y parte del extranjero, convirtiéndose en la imagen próspero de la industria soviética. En la actualidad, con la desaparición del gigante soviético y la competitividad capitalista, la ciudad se ha convertido en un espejismo de lo que fue, erigiéndose en una de las ciudades más pobres del país, donde los jóvenes están perdidos, deambulando en una especie de limbo-bucle y sin ninguna perspectiva de vida. Tolyatti Adrift (que podríamos traducir como “Tolyatti a la deriva”), no sumerge en esa realidad asfixiante que viven cientos de jóvenes rusos en la ciudad mencionada, y sobre todo, en su afición, en el que compran viejos coches Lada, los tunean, y los hacen derrapar, en un espacio de rebeldía, de resistencia y de felicidad, aunque sea solo por un breve espacio de tiempo.

La directora Laura Sisteró (Barcelona, 1986), pasó por la Emav, y luego fue a la Escac a estudiar documental, y conoció la realidad actual de Tolyatti a través de un artículo y se marchó a conocer in situ esa realidad. La cámara se posa en tres vidas, las de los jóvenes Slava, Misha y Lera, y sus respectivas circunstancias, uno de ellos quiere librarse del servicio militar obligatorio, el otro, siendo el alumno con mejores calificaciones, se ve abocado a un futuro incierto, y finalmente, la chica, que trabaja muchas horas como cocinera y sueña con tener un Lada y ser una más de este movimiento joven y rebelde. Durante un año, como esas vidas en continuo bucle, asistimos de forma íntima y profunda, a ser testigos de esas existencias detenidas, difíciles y llenas de incertidumbre, en una dualidad constante entre el pasado glorioso soviético y la miseria actual, entre los mayores y los jóvenes, entre lo de fuera y dentro, entre no saber qué hacer ni adónde ir, una especie de reflejo-doble donde los Lada y sus derrapes adquieren toda la fuerza y libertad para unos jóvenes que parecen zombies anclados en una realidad muy sucia y muerta, que deambulan sin rumbo esperando que suceda alguna cosa.

La directora catalana se ha rodeado de un excelente equipo como el cinematógrafo Artur-Pol Camprubí, debutante en estas lides y alma de la película, con esa luz, casi siempre nocturna, entre sombras y abstracta en ocasiones, que recuerda al cine de terror, y una cotidianidad dura, que duele. El trío de montaje con la magnífica Ariadna Ribas, Alissa Doubrovitskaia, que ha trabajado en los equipos de películas como La vida de Adèle, e Yves Saint Laurent, y la propia directora, que consiguen sumergirnos con precisión y sensibilidad a esa irrealidad tan real en unos setenta minutos breves de metraje. El gran trabajo de sonido que firman un grande como Jordi Ribas, que conocemos de sus películas con Albert Serra, Gerard Tàrrega Amorós, que ha trabajado con Mar Coll, Neus Ballús y Elena Trapé, etc… E Iban R. Gabarró, que ha firmado películas con Miguel Ángel Blanca. Y el fantástico equipo de producción con Boogaloo Films con Bernat Manzano y Miguel Ángel Blanca, y la francesa Les Films d’Ici, con la que vuelven a coproducir después de la experiencia del documental Hayati (2018), de Sofi Escudé y Liliana Torres.

Sisteró ha construido una película que va más allá de la propia realidad que retrata, porque en muchos instantes nos olvidamos del documento y nos adentramos en terreno de ficción, donde entran el cine de género, como Jarmusch con Sólo los amantes sobreviven (2013), que imaginó unos vampiros vagando por esa fantasmal Detroit, también epicentro de la industria automóvil antaño, ahora una lugar reducido a cenizas y sombras. La película retrata una realidad fragmentada, una realidad espectral, una realidad que no tiene futuro, adentrándose en una juventud perdida y desorientada, sin rumbo ni nada qué hacer, solo con sus Lada, con ese mundo del motor, de sus piezas y los derrapes, mirando a una realidad durísima peor sin tremendismo, una mirada que se asemeja a las del citado Miguel Ángel Blanca en sus magníficas Quiero lo eterno (2017) y Magaluf Ghost Town (2021), sendas aproximaciones a la primera juventud, a ese limbo que parece irreal, donde unos jóvenes andan de aquí para allá, sin saber, sin hacer y sobre todo, sin sentir. Aplaudimos la opera prima de Laura Sisteró y nos alegramos no solamente que nos descubra la realidad de una ciudad como Tolyatt de la Rusia de Putin, y también, esa otra Rusia, más cotidiana y cercana, que alberga muchas vidas y almas como los jóvenes que aquí se retratan y otros que están también ahí, que difieren muchísimo de esa realidad tan superficial que continuamente nos venden desde los medios y el poder que los financia que, a la postre, no dejan de ser el mismo mecanismo de falsedad y sometimiento a su “verdad”, cuando vemos que la realidad siempre es diversa, complejísima y llena de subterfugios y demás zonas muy profundas. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Génesis, de Philippe Lesage

LOS PRIMEROS DESEOS.

“El amor es el único motor para la supervivencia”.

Leonard Cohen

Guillaume descubre que su amistad con Nicolassu, su mejor amigo, va más allá de la mera relación de amigos y compañeros de instituto y lo ve como alguien especial. Charlotte es una veinteañera en la universidad y hermanastra de Guillaume, sale con Maxime pero se siente enjaulada y le lleva a conocer a Theo, unos años más mayor, aunque tampoco parece encontrar esa estabilidad emocional que tanto ansía. Y por último, Félix, un chaval que se siente atraído por Béatrice, una compañera del campamento de verano. Tres relatos sobre el amor, sobre el primer amor, sobre el hecho de ser adolescente y joven, sobre los primeros deseos, sobre esa efervescencia veloz e inquieta cuando parece que toda tu vida va a la velocidad de un rayo, donde todo sucede de forma muy intensa, y también, empiezas a conocer los sinsabores del amor, del deseo, de esa cara oculta siniestra y oscura que también anida en los sentimientos, y sobre todo, como actúan el resto y como nos ven. Philippe Lesage (Saint-Agapit, Canadá, 1977) arranco su carrera en el documental para luego pasar a la ficción con Los demonios (2015) y Copenhague. A Love Story (2016) en las que planteaba relatos sobre la infancia y la adolescencia y los despertares que conlleva cuando se conoce el mundo de los adultos.

El director canadiense nos plantea un retrato sobre la adolescencia, sobre los primeros amores, o quizás sería más conveniente decir, sobre las primeras decepciones amorosas, sobre cómo combatir los conflictos interiores y materializarlos a los demás, y las consecuencias que lleva ser uno mismo y expresárselo al resto, venciendo los miedos al rechazo o la marginación. Lesage observa a sus criaturas desde esa mirada crítica y honesta, sin caer en el sentimentalismo o las peroratas discursivas que suelen caer los retratos sobre amores juveniles. En Génesis los despertares al amor son honestos y sin cortapisas de ningún tipo, sus protagonistas aman de verdad, se dejan llevar por sus sentimientos y actúan en coherencia, explotando sus emociones y lanzándose a esos vacíos sentimentales a ver qué sucede.

Los planos de Lesage emanan autenticidad y ritmo, nos llevan en volandas de un lado a otro, centrándose en los primeros 100 minutos en los conflictos emocionales de Guillaume y Charlotte, que puedan resultar muy diferentes en la forma de abordar sus cuestiones sentimentales pero tanto uno como otro obtienen el mismo resultado frustrante, o quizás no era el momento para tener esas relaciones, o quizás se habían equivocado de personas y sus ansías de descubrir y experimentar les ha llevado a ir demasiado deprisa a no tener esa calma suficiente en el terreno amoroso, tan necesaria por otra parte, pero todo ese aprendizaje forma parte de la edad que tienen, de ese tiempo de constantes errores, de perderlo todo por alguien, de pensar que el mundo se acaba si esa persona u otra no se fija en nosotros o simplemente, nos rechaza, sumiéndonos en el vacío más profundo y doloroso que podamos imaginar. Guillaume, fantástica la composición del actor Théodore Pellerín, es extrovertido y locuaz en el instituto, alguien que es capaz de todo y una especie de líder carismático donde mirarse, en el amor tampoco se corta, se lanza y luego pregunta, como debe ser según él.

En cambio, Charlotte, íntima y erótica la interpretación de la extraordinaria Noée Abita, se siente desplazada en su relación con Maxime, como si su tiempo y el tiempo de la relación se hubiera detenido por eso a sus veinte pocos años ve en Theo que roza los treinta, la oportunidad de tener una relación más madura, más de verdad, más estrecha, aunque las cosas nunca son lo que parecen, y parece salir de un fuego para encontrarse con otro. Finalmente, Lesage deja los últimos 30 minutos de película para situarnos en un campamento de verano y contarnos, casi sin palabras, y con mucha música, elemento que estructura la película mezclando temas más sentidos con otros más locos. Conoceremos a Félix, que interpreta el actor Edouard Tremblay-Grenier, protagonista de Los demonios, que se siente atraído por Béatrice, y entre miradas y sonrisas empiezan a intimar, con esos primeros roces de cuando te gusta por primera vez alguien, donde cogerse de la mano es un gesto extraordinario, donde el final del campamento anuncia el final de la relación estival o no, quizás continué de alguna otra manera en la ciudad.

Lesage sigue con su cámara los movimientos audaces y torpes de sus personajes a la hora de acercarse a los seres amados, sin estudiar sus posibilidades ni nada, aventurándose siendo fieles a lo que sienten, con miedo pero sin cobardía, creyendo en sus sentimientos, aunque en algunos momentos se metan en la boca del lobo, y se muestren indefensos ante los demás, que los utilizan y humillan. La película nos envuelve con sutileza y sobriedad en estos tres retratos sobre la adolescencia, sobre el amor y todos esos deseos lanzados a la vida, extremos, ocultos, cálidos, frustrantes, decepcionantes o simplemente, bellos, queridos y sobre todo, reales, sinceros e íntimos, porque como dice la canción solamente se tienen 16 años una vez en la vida, para bien o para mal, y jamás se vuelve a tener esa edad, ni tampoco esos sentimientos y esa mirada a la vida, después en la edad adulta todo se vuelve diferente, más extraño, más deshonesto y más individualista. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA