Entrevista a Léa Todorov

Entrevista a Léa Todorov, directora de la película «Maria Montessori», en el marco del BCN Film Festival, en el Hotel Casa Fuster en Barcelona, el jueves 25 de abril de 2024.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Léa Todorov, por su amistad, tiempo, sabiduría, generosidad, a Alba Sala, a la inmensa labor de la intérprete Sílvia Palà, y a Arantxa Sánchez de Karma Films, por su generosidad, cariño, tiempo y amabilidad. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Maria Montessori, de Léa Todorov

LA MUJER QUE CAMBIÓ LA ENSEÑANZA. 

“Para educar a estos niños, lo primero que hicimos fue quererlos”

Maria Montessori 

Erase una vez… Una mujer llamada Maria Montessori (1870-1952), doctora, filósofa, psiquiatra y pedagoga, y un carácter indomable y una pasión desbordante, vive en la ciudad de Roma, por allá en 1900, trabajaba junto a su compañero en una institución para niños discapacitados. Maria aunque era codirectora del centro, no constaba en ningún registro oficial. aunque su amor y dedicación por los niños y su forma cercana y apasionada y observadora en sus métodos de enseñanza, cambió la forma rígida y conservadora e impulsó una nueva forma de educación en la que el niño sería el centro del universo, atendiendo sus capacidades, sus tiempos y sobre todo, enseñándolo a ser libre e independiente. Su forma acuñó el “Método Montessori” que, a día de hoy, sigue siendo la forma más adecuada e inteligente de educar. Esta es su historia y María Montessori (“La nouvelle femme”, en el original), de Léa Todorov (París, Francia, 1982), es la película que cuenta esta historia. Un relato situado en 1900, que arranca en las calles y los cabarets de la bohemia de París, en el que conocemos a Lili d’Alency, una famosa cortesana de gran éxito, que mantiene en secreto a una hija discapacitada, y para quitarse el “muerto” de encima, llegará hasta Montessori, donde la niña aprenderá a ser querida y sobre todo, donde será una más y respetada y visibilizada y tratada con amor y cariño. 

A partir de un personaje de ficción, la citada cortesana, y uno real, Maria, la película es un magnífico retrato del patriarcado de entonces, donde las mujeres estaban sometidas y oprimidas al marido, encontramos a dos mujeres libres e independientes, tanto vital como económicamente, que luchan con todas sus fuerzas para seguir siendo lo que son y demostrar a los hombres y a la sociedad conservadora que hay otras formas de vivir, muy alejadas a los convencionalismos y presiones sociales. También, la película es una excelente biopic, no al uso Hollywoodense, en el que se ensalzan los éxitos y se disfrazan los fracasos, aquí hay verdad, contratiempos, contradicciones (Maria debe ocultar a un hijo porque al no querer casarse, legalmente no puede vivir con él), dramas personales (entre el amor y el deseo contra la prisión del matrimonio), y con la educación (esa lucha entre la modernidad que propone Montessori frente a los carcas hombres que abogan por un sistema que oculta y discapacita al diferente. Una película que ensalza la diversidad y la diferencia, no como problemas, sino como retos para el que enseña y para la sociedad, tratándolo como lo que son, personas como nosotros pero diferentes. 

Una película nacida a partir del documental School Revolution: 1918-1939 (2017), sobre pedagogía alternativa, escrito por Todorov, en el que descubre a Montessori, y por encargo del productor Grégoire Debailly nació un guion coescrito por Catherine Paillé, que ha trabajado con directores tan importantes como Sarünas Baratas, Kiyoshi Kurosawa y Guillaume Brac, entre otros, y la propia directora, que recoge una parte de la vida de Maria Montessori, con la calidad y el detalle que tienen las películas históricas francesas, tanto en su forma como en su fondo, con una luz natural y concisa del cinematógrafo Sébastien Lowe, del que conocemos su trabajo en películas como Una historia de amor y deseo (2021), de Leyla Bouzid, el estupendo y rítmico montaje de Esther Lowe, que se ha fogueado en los equipos de cámara de grandes películas como Los miserables, de Ladj Ly, y La isla de Bergman, de Mia Hansen-Love, y su debut en Softie, de Samuel Theis, en una película ajustada en sus 99 minutos de metraje, que se pasan con atención y emoción. El ejemplar y sobrio sonido de un experto como Cédric Berger, con más de medio centenar de títulos a sus espaldas, y la delicada música de Rémi Boubal, que tiene en su filmografía a directores como Éric Zonka, y películas que hemos visto como Plan 75, de Chie Hayakawa. 

El tono sencillo e íntimo de la película debía tener unas actrices capaces de expresar mucho con nada y esto se consigue con creces con dos intérpretes magníficas como Leïla Bekhti, que tiene en su haber nombres tan importantes como Jacques Audiard, Cédric Khan y Joachim Lafosse, se mete en la piel de Lili d’Alency, una cortesana que hará su gran y personal travesía para ver con otra mirada, dejándose de prejuicios morales y sociales que la llevará a mirar de otro modo, como si mirase por primera vez, gracias al método de Montessori, que hace una fascinante e hipnótica Jasmine Trinca, una actriz que ya conocíamos de su capacidad en la cinematografía italiana al lado de monstruos como los Taviani, Moretti, Castellitto, Ozpetek, y sus “exilios” con Bonello, fue una de las cortesanas en la maravillosa L’Apollonide (Souvenirs de la maison choice), y con Ildikó Enyedi. Su Maria es cercanísima, se mueve con ligereza y camina con firmeza y valentía, y cómo mira a los niños, con dulzura, con sensibilidad, y sobre todo, con amor, ofreciéndoles toda la humanidad que se les ha negada, con dedicación, con atención y una voluntad y paciencia de hierro. 

No podemos dejar de alentar al respetado público que vaya a ver una película como Maria Montessori, por su inagotable belleza plástica y por su forma honesta y transparente de acercarse a la vida extraordinaria y dura de una mujer que se enfrentó a todos y todo para, sin hacer ruido y sin ningún atisbo de egolatría y ambición materialista, se acercó a los niños y niñas más necesitados, a aquellos que nadie quería y con un sólo gesto que fue mirarlos, cogerles de la mano y sobre todo, quererlos, los cambió para siempre, con mucho trabajo, saltando los obstáculos y presiones de esos hombres añejos y roñosos que le impedían y se mofaban de sus métodos y dedicación a un colectivo que creían inútiles. Maria rompió con lo establecido y generó una nueva forma de mirar, de educar, de sentir y de estar, a través del amor y el cariño, pusó unas nuevas formas de enseñanza donde el niño era un todo, donde el maestro aprendía con él, y no imponía nada, y se adapta a las necesidades del niño, en compañía, siendo el guía de su aprendizaje y formación, no a través de sólo conocimientos, sino a través de su personalidad, carácter y empatía, donde los sentimientos son la parte fundamental de su enseñanza. Una revolucionaria como Maria Montessori no sólo fue moderna en su época, sino en cualquier época, esta película es un buen ejemplo de cómo acercarse a su figura y descubrirla, para todo aquel/lla que no la conozca, porque seguro que le cambiará muchas cosas. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Paola Cortellesi

Entrevista a Paola Cortellesi, directora de la película «Siempre nos quedará mañana», en el marco del BCN Film Festival, en el Hotel Casa Fuster en Barcelona, el sábado 20 de abril de 2024.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Paola Cortellesi, por su amistad, tiempo, sabiduría, generosidad, a la intérprete del festival por su gran labor, y a Lara P. Camiña de BTeam Pictures, por su generosidad, cariño, tiempo y amabilidad. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Siempre nos quedará mañana, de Paola Cortellesi

UNA MUJER ITALIANA DE POSGUERRA. 

“Es fácil ser una hembra. Bastan con un par de tacones y vestidos cortos. Pero para ser una mujer, te tienes que vestir el cerebro de carácter, personalidad y valentía”. 

Anna Magnani 

Si nos detenemos a pensar en las dos actrices que mejor han mostrado a la “Mamma italiana” de posguerra, sólo nos vienen dos nombres: Anna Magnani en Bellisima (1951), de Visconti, y Sofia Loren en Dos mujeres (1960), de De Sica. Dos mujeres y madres que, desafiaron el patriarcado impuesto, y se lanzaron a materializar sus sueños en una Italia muy gris, muy pobre y sin esperanza. Paola Cortellesi (Roma, Italia, 1973), muy popular en el país transalpino, por unas cuantas comedias divertidas y románticas que han reventado taquillas, se enfunda en su primera película como directora, que ha sido todo un fenómeno en Italia con más de 5 millones de espectadores y más de 40 millones de recaudación. Siempre nos quedará mañana (C’è ancora domani, en el original), nace a partir de un guion que coescriben Furio Andreotti, Giulia Calenda, que la directora recluta de sus comedias junto a Riccardo Milani, y ella misma.

Estamos ante en un drama ambientado en la dura posguerra de 1946, en una Roma llena de miseria, tanto física como moral, en el que abundan los empleos precarios, los soldados estadounidenses, y una vida anodina e infeliz en que los días se amontonan y apenas hay momentos de alegría. A partir del personaje de Delia, que no está muy lejos de la Magnani ni de la Loren, es una de esas mujeres que se levantan cada día, como vemos en el magnífico arranque, con ese piso subterráneo que define con detalle su situación, y prepara a los suyos, un marido autoritario y violento, una hija enamorada de un joven de su edad de familia acomodada, y un par de hijos pequeños que andan a la gresca todo el día. Después, la mujer se lanza a la calle, y emplea su tiempo en varios trabajos como en una tienda que reparan paraguas, poner inyecciones, y tender ropa de adinerados, situaciones que ayudan a mostrar el reflejo de la desigualdad en un país que perdió la guerra, pero que a algunos no les fue tan mal. Cortellesi recupera el aroma de los grandes como los mencionados, a los que se podrían añadir los Rossellini, Pasolini y demás que, mostraron una realidad difícil que se denominó Neorrealismo, porque las cámaras salían a mostrar la vida de los italianos que, a duras penas, sobrevivían. 

La película no sólo se queda en el drama, sino que introduce las dosis necesarias de comedia para aligerar tanta tristeza, como los de ese vecino que parece el reportero de la ristra de edificios en forma de placita, muy popular en la época, donde las mujeres, mientras laboran cotillean de unas y otras, y esos momentazos musicales que suavizan los malos tratos que recibe Delia de Ivano, su amargado y frustrado marido, y todos esos instantes con su amiga Marisa, que regenta una parada del mercado callejero, donde parece que la vida puede ser otra cosa. El excelente blanco y negro y la cuidada composición de la cinematografía que firma Davide Leone que, después de muchos trabajos de equipo y miniseries, hace su segunda película, revelándose con un extraordinario empleo de la luz y la composición, donde vuelve a la idea que se puede mostrar la realidad dura con belleza plástica. En el mismo tono se construye el montaje de Valentina Mariani, también fichada de las comedias que, impone un tiempo maravilloso donde la película se cuento con reposo y mirada, en una trama que se va casi a las dos horas de metraje, en la que ni falta ni sobra nada, con momentos de drama, comedia y documento, donde la realidad y las formas de trabajo y cotidianidad nos devuelven a aquel tiempo, sin ningún alarde técnico ni estridencia argumental, mostrando los personajes y sus pequeñas batallas diarias. 

La gran aportación musical de un grande como Lele Marchitelli, habitual de Sorrentino desde Le Grande Belleza, con la sutileza adecuada para mostrar sin subrayar, con una banda sonora que explica más allá sin ser nada empalagosa ni estridente, escarbanda en la  complejidad interior de los diferentes personajes. Si la técnica de Siempre nos quedará mañana resulta exquisita y sensible, las interpretaciones no podían estar a otra altura que no fuese acorde con cómo se cuenta. Tenemos una retahíla de intérpretes como Valerio Mastandrea, que hace poco vimos como uno de los suicidados en El primer día de mi vida, amén de películas con grandes como Bellocchio, Ferrara, el citado Sorrentino y muchos más, se encarga del rol de Ivano, muy bien caracterizado, el hombre italiano machista, tradicional y violento, con la característica camiseta de tirantes blanca, con ese enfado crónico con su país, con él mismo y con todos. La maravillosa y casi debutante Roman Maggiora Vergano como Marcella, una joven enamorada que sueña con abandonar la dura realidad de su familia y emprender una vida al lado de Giulio, que hace Francesco Centorame, y que el anuncio de su compromiso altera la existencia y de qué manera, de Delia y su familia. 

Un par de intérpretes, esenciales en la historia, como Giorgio Colangelli, con más de setenta títulos, hace de Ottorino, el suegro enfermo crónico, malhumorado y deslenguado, que tiene en su haber películas con Scola y el mencionado Sorrentino. Vinicio Marchioni es Nino, el amor que no puede olvidar Delia, quizás la última esperanza para salir de su cruda existencia, y finalmente, Emanuela Fanelli es Marisa, la amiga y la confidente de Delia, ese ratito con ella en que la vida puede ser de otro color. Hemos dejado para el final, como los grandes artistas, para hablar de Paola Cortellesi, porque su Delia es un personaje maravilloso que una actriz siempre espera, con una interpretación magnífica, llena de detalles y sutileza, con esa mirada intensa en la que la amargura está pero sabe camuflarla. Una mujer de bandera, intensa, valiente que no se arruga ante nada ni nadie, y soporta los avatares de la vida con dignidad, convirtiéndose no sólo en la protagonista de la película, sino en un ejemplo de cómo mantenerse en pie a pesar de tanta hostia y sobre todo, no perder la esperanza nunca porque, como dice película, mañana volverá a ser otro día, otra oportunidad, otra esperanza. 

No se dejen asustar por el blanco y negro, porque resulta la mejor luz para situarnos en la posguerra italiana de 1946, y acepten la invitación de Paola Cortellesi que, no sólo ha conseguido una de la películas del año, sino que nos emociona con una sensibilidad honesta y extraordinariamente sincera, sin tapujos, con delicadeza, sin caer en el tremendismo ni en la sensiblería, porque la película podría caer en el regodeo de la tristeza, pero no lo hace, ni mucho menos, de hecho, se aleja muchísimo de todo eso, moviéndose en lo humanista que, aún la hacen más soberbia, como las secuencias entre Delia y Nino, puro romanticismo, y en esas otras donde describe con sutileza esa Roma dura, donde las gentes van de aquí para allá intentando ganar algunas liras, como los colgadores de carteles que nos remiten a la inolvidable Ladrón de bicicletas (1948), de De Sica, y esos diminutos pisos llenos de polvo de la periferia romana que tanto nos ha mostrado el talento de Pasolini, y sobre todo, es una de las grandes obras sobre mujeres de aquel momento y de cualquier otro en que, a pesar de su triste y violenta existencia, se levantan cada día, abren las ventanas y salen a la calle con paso firme y decidido, sin dejar de batallar para que sus sueños de una vida mejor se hagan realidad.  JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Ferrari, de Michael Mann

DOS MUJERES Y UN COCHE. 

“Mire usted: cuando un coche sale de mi fábrica rumbo al circuito, me parece lleno de defectos y realmente feo. Por el contrario, si regresa triunfador, le admiro como si tratará de una obra de perfección.

Enzo Ferrari 

No es la primera vez que Michael Mann (Chicago, EE.UU., 1943), se enfrenta a un “Basado en hechos reales”, empezó con El dilema (1999), en la que nos situaba en la cruzada de un directivo de una tabacalera que destapaba las argucias para generar adicción con la ayuda de un productor televisivo, en Ali (2001), repasaba la vida del famoso boxeador Muhammad Ali centrándose en su legendaria pelea contra Foreman en Zaire en 1974, y Enemigos públicos (2009), donde seguía los pasos del agente del FBI para capturar al famoso criminal Dillinger en los años treinta. Catorce años después, vuelve al hecho real para meterse en la figura de Enzo Ferrari “Il Commendatore” (18989-1988), y como hiciese en la otras ocasiones, se aleja del manido “biopic” para construir una obra muy personal que sitúa en una fecha concreta, en la Italia de 1957, en la cual, el personaje en cuestión, se encuentra en dos frentes muy importantes. Por un lado, está casado y legalmente y vive con Laura, la madre del hijo que murió, pero está enamorado de Lina Lardi, con la que tiene un hijo secreto. Por el otro, necesita urgentemente ganar carreras con sus coches porque su empresa está al borde de la bancarrota. 

La película guarda planteamientos similares con la reciente La casa Gucci (2021), de Ridley Scott, porque las dos se centran en Italia, en sendas familias dedicadas a negocios millonarios que tienen dificultades económicas, dos mujeres fuertes y decididas, y temas como la ambición desmedida, la venganza, la rabia y el amor en el centro de la trama. Además, de tener a Adam Driver como protagonista. Si bien en la película de Mann, un cineasta que ha tocado el thriller en sus más diferentes facetas, su relato se mueve entre el melodrama romántico, con sus dosis de oscuridad, con el añadido de las carreras de coches, que podríamos situar en el thriller, donde ganar lo es todo y muy necesario para la viabilidad económica de la empresa Ferrari. La película se basa en la novela “Enzo Ferrari: The Man, The Cars, The Races, The Machines”, de Brock Yates, que guionizó las dos partes de Los locos del Cannonball, popular comedia de coches de los ochenta, que ha adaptado Troy Kennedy-Martin, un guionista que ha escrito Los vientos de Kelly, Danko: Calor rojo e Italian Job, entre otras, con la figura del citado Ferrari omnipresente, un hombre de negocios, un hombre de motor, un hombre que ama a la mujer con la que no vive, un hombre obsesionado con sus coches y las carreras para mantener su industria a flote, un hombre que se ocultaba de los demás, un hombre misterioso, callado y recto. 

La cinematografía de Erik Messerschmidt, que conocemos por sus trabajos con David Fincher, crea la atmósfera ideal que se maneja entre los claroscuros de una vida en mitad de un puente, y sin saber que camino optar, como la música de Daniel Pemberton (que ha trabajado con el mencionado Scott, Guy Ritchie, Danny Boyle, Aaron Sorkin, etc…), que acentúa esa dualidad, sin caer en el sentimentalismo ni las estridencias emocionales, dotando de sobriedad y densidad a la trama. El exquisito trabajo de montaje que firma el gran Pietro Scalia, que tiene en su haber películas con Oliver Stone, Bertolucci, Gus Van Sant, y debuta con Mann con un extraordinario trabajo en una película pausada y comedida, que va in crescendo, en un metraje que se va a los 130 minutos. Mann que siempre ha sabido rodearse de grandes intérpretes, sólo recordar a James Caan en su debut cinematográfico con Ladrón (1981), Daniel Day-Lewis en El último mohicano (1992), la pareja De Niro y Pacino y el resto del elenco de la ejemplar Heat (1993), nuevamente Pacino, Russell Crowe y Christopher Plummer en El dilema. Su maravillosa capacidad para dirigir y sacar lo máximo de sus actores y actrices como hizo con Will Smith en Ali, y Tom Cruise en Collateral (2004), y la terna Johnny Depp, Christian Bale y Marion Cotillard en Enemigos públicos

Su labor con su equipo artístico vuelve a ser maravillosa, porque Adam Driver, del que ya hemos apuntado alguna cosa, se mete en la piel de Enzo Ferrari, el alma mater de la historia, al que da sobriedad, elegancia, ambición y vulnerabilidad. Todo lo contrario del personaje de Laura que interpreta una espléndida Penélope Cruz, una mujer fuerte y rota, valiente y llena de miedo, una mamma italiana arrolladora, de carácter y firme, pero también débil y vacía, la imagen del declive y la decadencia de una familia que fue feliz pero ya no, y completa la terna la actriz Shailene Woodley, que hemos visto en películas como Los descendientes, de Payne, Snowden, de Stone, y la reciente Misántropo, de Damián Szifrón, que da vida a Lina Linardi, la otra, o quizás, la que mujer de Enzo, que oculta por miedo, pero que ella no se callará y luchará por hacerlo visible. Tanto Penélope como Shailene parecen los espejos distorsionados de la vida de Ferrari, dos mujeres, dos formas de ver las cosas y actuar. El resto del reparto lo completan el brasileño Gabriel Leone como un ambicioso piloto, Sarah Gadon como su chica actriz, Patrick Dempsey como el piloto veterano, y el británico Jack O’Connell como otro piloto de la escudería. 

La película Ferrari, de Michael Mann gustará a los amantes de las carreras de coches, y también a los de la escudería Ferrari, a sus inicios, a sus lamentos, a sus grandezas y miserias, a sus sueños y pesadillas y a todo el trabajo que hay detrás y las verdades y mentiras del famoso Cavallino Rampante, aunque también enamorará a aquellos que no les gustan las carreras, entre los que me incluyo, porque la película va más allá, como hemos comentado anteriormente, porque es un relato sobre la condición humana, todo aquello de nuestra alma, sobre sus sueños, ilusiones, sombras y ambiciones, escenificados en un hombre torturado por la muerte de su primer hijo, al que visita cada mañana en el cementerio. Un tipo que ambiciona el mejor de carreras de la historia, y que se mostraba firme con sus mecánicos y pilotos, y en los negocios, y por otro lado, era un tipo frágil y lleno de miedos e inseguridades con sus emociones que gestionaba fatal y sobre todo, ocultaba a los demás y a las personas que amaba. Tal vez, sólo amaba y dominaba sus coches por todo aquello que le podrían reportar, no lo sabemos, aunque logró aquello que ambicionaba, su sueño de construir el mejor coche se hizo realidad. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Laetitia Colombani

Entrevista a Laetitia Colombani, directora de la película «La trenza», en el Hotel Ikonik Anglí en Barcelona, el jueves 14 de diciembre de 2023.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Laetitia Colombani, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, a Françoise Galibert, por su inmensa labor en la interpretación, y a Lara P. Camiña y Eva Herrero de Comunicación, por su amabilidad, generosidad, tiempo y cariño. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

La isla de las mujeres, de Marisa Vallone

ÉRASE UNAS MADRES DE CERDEÑA… 

“No podemos dejar que las percepciones limitadas de los demás terminen definiéndonos”.

Virginia Satir

El extraordinario prólogo de La isla de las mujeres (La Terra delle Donne, en su original), que detalla de forma concisa y sobria el orden y desorden existente en esa parte de Cerdeña junto al mar después de la Segunda Guerra Mundial. Una pequeña sociedad llena de superstición religiosa que declara a la séptima hija como una bruja. A Fidela le ha tocado ese deshonroso honor que la estigmatiza de por vida, convirtiéndola en un ser solitaria y despojada de la familia como deja tan evidente la estupenda secuencia de la fotografía. Fidela vive alejada cuando es mayor, pero es una joven especial, una joven espiritual, que conoce las hierbas del lugar y sabe curar a los demás. Una mujer aislada pero llena de vida, emociones y de amor, aunque no sea comprendida por su madre y los demás lugareños, que la siguen tratando como un ser oscuro del que hay que alejarse para protegerse de su brujería y malas conductas. 

La ópera prima de Marisa Vallone (Bari, Italia, 1986), que después de dedicarse a la videoinstalación y al arte multimedia, y formarse en el prestigioso Centro Sperimentale di Cinematografía de Roma, por el que han pasado diferentes generaciones de cineastas italianos que ha  hecho muy grande su cinematografía, como Vallone con una primera película que nace con el propósito de contarnos la cotidianidad de un pequeño lugar de la Cerdeña, un espacio diminuto donde las mujeres tienen el mando, donde la tremenda religiosidad convive con lo pagano y lo espiritual, en un mundo de contrastes en el que la historia se sitúa en tres mujeres de la misma familia. Tenemos a la madre, una mujer viuda que vive entre lo emocional de su hija Fidelia y las apariencias y oscuridad de la tradición, a la hermana mayor Marianna que recorrerá un parte de Europa con el objetivo de quedarse embarazada, y finalmente, la mencionada Fidelia, la pequeña,  la llamada “bruja”, un ser especial que trata con plantas medicinales las dolencias de sus vecinos, que por orden del párroco del lugar, deberá criar a Bastiana, una niña ilegítima que al ser la séptima es expulsada de su casa, y se topará con Fidela y su mundo. 

La cineasta se mueve entre el realismo de un tiempo difícil y triste después de una guerra, y la fábula, porque encontramos personajes que bien podrían ser de un cuento de hadas: el soldado inglés que se enamoró de una italiana y que se quedó sólo cuando aquélla volvió con el marido que creía muerto, la llegada del pintor y fotógrafo y su padre al pequeño pueblo, y la propia Bastiana, una especie de princesa diferente a todos y todas que deberá crecer en un mundo diferente y lleno de sabiduría y oscuridad. Sin olvidar la propia idiosincrasia del lugar, una isla en que el mar delimita la vida, la esperanza y el mundo, un más allá demasiado lejano para el microcosmos en el que viven estas mujeres singulares. Un gran trabajo de cinematografía de Luca Coassin, que envuelve con detalle y precisión a las mujeres de este pueblo, enlutadas y supersticiosas, frente al violeta de Fidela y su hija, y aún más, entre los colores más suaves y elegantes de los visitantes. Un montaje del dúo Francesco Garrone (que tiene en su haber películas de Daniele Luchetti), e Irene Vecchio (muy presente en la filmografía de Elisa Amoruso), en un estupendo trabajo donde imponen un ritmo pausado y emocional en el que se va desenvolviendo un relato contenido y sin estridencias, que captura con orden y reposo los avatares de sus protagonistas en una película que se va a los 104 minutos de metraje. 

Si la parte técnica es destacable, no lo es menos el magnífico trabajo de sus intérpretes entre los que destaca una maravillosa Paola Sini, que produce y coescribe el guion con la directora, que compone una inolvidable Fidela que, a pesar del desprecio de su familia y los demás, ella se hace su mundo, entre los espiritual y terrenal, huyendo de las tradiciones religiosas, y centrándose en la naturaleza y lo interior, creando un universo en sí mismo, y a pesar de las traiciones, ella sigue en pie, firme y con una voluntad de hierro, porque Fidela es un personaje de luz, alguien que quiere vivir su vida y hacer su mundo, siendo ella misma a pesar de la oposición de los demás, porque ella sabe que sólo hay una vida y cada uno ha de vivirla como desea desde su más profundo ser. Valentina Lodovini es Marianna, que está obsesionada con ser madre y recurrirá a todo por conseguirlo, y no se detendrá en su propósito. Syama Ryanair es Bastiana, la hija de Fidelia, que tomará su camino después de las enseñanzas y consejos de una madre diferente, y luego están los hombres de la película, el párroco cercano y algo díscolo que hace un grande como Alessandro Haber, que ha trabajado con los grandes del cine italiano como Bellocchio, Bertolucci, Rosi, Moretti, Monicelli, Pupi Avati, Risi, entre muchos otros, el belga Jan Bijvoet, al que vimos en películas que me gustaron mucho como Alabama Monroe, Borgman y El abrazo de la serpiente, entre otras, hace del soldado inglés encallado y ermitaño, o quizás, el hombre que encontró su lugar o alguno que se le parecía, se convierte en una especie de padre para Bastiana, o un amigo con el que hablar y reírse, y los visitantes, el padre, una especie de doctor que ayuda a Marianne a quedarse embarazada que hace el actor japonés Hal Yamanouchi, que ha trabajado con directores tan interesantes como Mangold, Kapanoglu, Bava, Salvatores y Wes Anderson, y su hijo Freddie Fox, con una carrera al lado de nombres como los de W. S. Anderson y Lone Scherfig. 

Nos ha convencido La isla de las mujeres y nos encantaría seguir la filmografía de su directora Marisa Vallone, por contarnos que hay muchas formas de ser madre, de estar en el mundo, y sobre todo, de ser una misma en una sociedad anclada en meras idioteces y miedos infundados, o lo que es lo mismo, una sociedad dominada por el miedo a vivir y a ser ellos mismos, porque lo más fácil en la vida es seguir el rebaño y no detenerse y pensar si eso es lo que queremos para nosotras. Fidela lo tiene claro a pesar de las dificultades, más vale vivir como quieras y aceptar los conflictos, que estar siempre a la greña y despreciada por el resto. Fidela es una mujer muy especial, quizás lo que muchos deseamos, ser especiales pero no para nada ni nadie, sino para nosotros mismos, que somos las personas que más nos necesitamos, amarnos a pesar de todo, a pesar de nosotros, y comprendernos a pesar de nosotros, porque el amor de verdad, el que se siente desde lo más profundo de nuestro ser, solamente será verdad cuando empieza por uno mismo, aceptándonos y siguiendo hacia adelante, pese a quién pese, porque nadie vendrá a rescatarnos si no lo hacemos nosotros. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

No se admiten perros ni italianos, de Alain Ughetto

LUIGI Y CESIRA, MIS ABUELOS. 

“(…) Mis únicos amigos eran la plastilina, el pegamento, las tijeras y el lápiz. Hoy, siento la magia de esas formas en las manos contando una historia, una historia que viene de lejos, muy lejos. Mi padre contaba que en Italia había un pueblo llamado Ughettera. Allí todos tenían el mismo nombre que nosotros. Ughettera, la tierra de Ughetto. Todo empezó aquí, a la sombra del Monte Viso. Mi abuelo y mi abuela vivían en una casa como esta…”

Durante la presentación de su última novela Volver a dónde, el escritor Antonio Muñoz Molina mencionó la frase: “Todo lo que somos lo debemos a otros”. Una frase que casa totalmente con la película No se admiten perros ni italianos, de Alain Ughetto (Francia, 1950), el cineasta especializado en animación, del que conocíamos títulos como los cortometrajes La fleur (1981), L’échelle (1981), La boule (1984), y el largometraje Jasmine (2013), una historia de amor y revolución en la Francia de finales de los setenta. Con su nuevo largometraje, Ughetto echa la vista atrás y establece un ríquisimo y vital recorrido por la historia de sus abuelos, Luigi y Cesira, que abarca unos cuarenta años de vida. 

Hay muchísimos elementos que hacen de la película una verdadera maravilla, empezando por su visualidad, con estos muñequitos animados con la técnica de stop motion, sus leves movimientos, todos los detalles que llenan cada plano y encuadre, y sobre todo, la mezcla finísima entre historia e intimidad, entre dureza y sensibilidad, entre realidad y magia, entre los que encontramos toques de poesía, belleza y crueldad. También, tiene especial singularidad la forma que nos cuenta el cineasta su película, porque establece un maravilloso diálogo ficticio entre su abuela Cesira (que hace la actriz Ariane Ascaride) y él mismo Alain, un diálogo de todas aquellas lagunas, secretos y olvidos que hay en todas las familias. Un diálogo en el que van interviniendo los demás personajes, y en el que además, existe una interacción mutua en el que se pasan objetos unos a otros, y viceversa. No se admiten perros ni italianos, brillante título para está fábula y vital que recorre los primeros cuarenta años de Italia y Francia y sobre todo, la de la inmigración italiana, con sus durísimos trabajos labrando la tierra, picando piedra para abrir nuevos caminos, torpedeando y escarbando la montaña para abrir túneles y extraer carbón, y demás, las nefastas guerras como la del 1911 de la Italia colonizadora en Libia, pasando por las dos guerras mundiales, el aumento de la familia, y los años que van pasando. 

Un relato escrito por Alexis Galmot (que ha trabajado en películas de Cédric Klapisch y Anne Alix, entre otras), Ane Paschetta (que se ha especializado en documentales tan interesantes como A cielo abierto), y el propio director, donde construyen una película cercana y muy íntima, de las que se clavan en el alma, por su asombrosa sencillez y capacidad de concisión y brevedad para albergar toda una amalgama de historias y personajes y situaciones y circunstancias para una duración de apenas 70 minutos en un grandísimo trabajo de montaje de Denis Leborgne, así como el ejemplar empleo de la cinematografía por parte del dúo consumado en animación del país vecino como Fabien Drouet (que estuvo en el equipo de La vida de calabacín) y Sara Sponga (que hizo las mismas funciones en el film Nieve, entre otros). Toda la belleza y tristeza que contienen las imágenes de la película no se verían de la misma forma sin la excelente y sencilla música de un maestro como Nicola Piovani, cada mirada y gesto de la película, en una película en la que abundan, junto a la música del músico italiano adquiere una sonoridad y majestuosidad sublime, dotando a la historia de una capacidad maravillosa para universalizar un relato íntimo de gentes sencillas y del campo, en uno de los mejores trabajos de composición y ritmo de uno de los grandes de la cinematografía italiana con una trayectoria que abarca más de medio siglo con más de 150 títulos, con los más grandes del cine italiano como Antonioni, Fellini, los Taviani, Bertolucci, Monicelli, Bellocchio, Amelio, Moretti, y muchos más. 

No se admiten perros ni italianos está a la altura de grandes obras sobre la familia y la inmigración como Rocco y sus hermanos, de Visconti, América, América, de Kazan, Los inmigrantes, de Troell, los primeros momentos de El padrino II, de Coppola, Lamerica, de Amelio, entre otras, en las que se habla de las personas como nosotros, personas que recorren medio mundo para encontrar ese lugar que les dé tierra para trabajar, comer y crecer. La película de Ughetto también se puede ver como una película de viajes, porque acompañamos la desventura de Luigi y sus dos hermanos por su Ughettera natal, pasando por tierras francesas como Ubaye, Valais, el valle del Ródano, Ariège y Drôme, etc… Idas y venidas por cuarenta años de vida, de ilusiones, de esperanzas, de tristezas, de trabajo duro, de guerras, de pérdidas, de despedidas, de amores y desamores, de hijos, de partidas y regresos, de fascismo, de nazis y cambios, de un tiempo que pasó, que el director francés de origen italiano recupera en forma de fábula sin huir de la dureza de los tiempos, de los cambios inevitables de la vida, de todo lo que deseamos y todo lo que somos al fin y al cabo. 

Sólo nos queda decir, si ya no están convencidos, que no deberían perderse una película como No se admiten perros ni italianos, porque entra de lleno en el olimpo de las mejores películas de animación y del cine en general y en particular, porque les hará soñar con ese cine que ha hecho grande el cine, que sin dejar de fabular puede ser brillante, rigurosamente visual, y también, contarnos una historia profunda y reflexiva, recorriendo la historia, la que pasa delante de nosotros y la nuestra, aquella que empieza cuando se cierra la puerta del hogar, y tanto como una otra nos afecta, nos interpela, en ambas somos protagonistas y testigos. La película de Alain Uguetto no sólo es una obra sobre la memoria y la melancolía de un tiempo, devolviendo a sus abuelos un protagonismo, una vida que él apenas vivió, y el cine con su magia y su camino de regresar fantasmas, que también lo es, hace posible lo imposible, y volvemos a aquella vida y conocemos a Luigi, sus hermanos y su familia, a Cesira, la francesa, y la familia que forman, todos los lugares que recorren y los hogares que forman, con los hijos que van llegando y otros que van marchando, en fin, la vida, eso que pasa mientras nosotros estamos aquí, porque otros antes lo hicieron posible, no lo olvidemos, recordémoslo, antes que sea demasiado tarde. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

El hombre sin culpa, de Ivan Gergolet

LA CULPA DE LOS OTROS. 

“Ninguna culpa se olvida mientras la conciencia la recuerde”.

Stefan Zweig

Ángela es una mujer de unos cuarenta años que vive en Trieste, una ciudad portuaria de la costa adriática italiana. Su existencia es anodina, tiene su trabajo como limpiadora en un hospital, pone flores a la tumba de su marido, y no conecta con su joven hija rebelde. Su vida cambia de repente, cuando en el hospital ingresan a Francesco, un sesentón que acaba de sufrir un ictus que le ha paralizado la parte derecha y le impide hablar y moverse. Francesco forma parte del pasado de Ángela, ya que era el empresario que provocó la muerte de su marido al no advertirles que manipulaban amianto. A Ángela está situación le provoca rechazo, rabia y cercanía con el enfermo, y cuando es dado de alta, se convierte en su cuidadora. El hombre sin culpa, que tiene uno de los arranques más impresionantes que he visto en los últimos tiempos, en ese sala de juicios con los participantes en silencio y llenos de polvo. Una cinta que nos habla de pasado, de culpa, de castigo, y de redención, de rendir cuentas con nuestro pasado, con descansar nuestra rabia y desesperación, de cerrar puertas demasiado abiertas, de mirarnos al espejo y volver a sonreír, o al menos, perdonar y perdonarnos. 

El debut en la ficción de Ivan Gergolet (Italia, 1977), después de su documental Dancing with Maria (2014), sobre la experiencia de una bailarina de 93 años en el pleno centro de Buenos Aires, y su trabajo como activista cinematográfico como la fundación de la televisión de la calle, una asociación de cineastas en Gorizia, ciudad fronteriza entre Italia y Eslovenia. Gergolet construye un relato intenso y callado, donde prima más la mirada y el gesto, en un espléndido thriller psicológico sobre la culpa y el castigo, donde abundan los interiores, esa luz tenue e íntima, esos encuadres donde se explica todo, el pasado y el presente, o quizás, ese limbo en que el personaje de Ángela está atrapada hasta que no resuelva su dolor y tristeza. El hombre sin culpa es una película para verla sin prisas, con calma, porque propone un ritmo reposado, calmo, de los que cada mirada y cada gesto es fundamental para su desarrollo, con unos personajes complejos, entre el que destaca por encima de los demás a Ángela, el personaje vehicular del relato, porque es ella la que provoca todo, la que vive su calvario personal, y lo lleva en silencio, o a medias, porque nunca cuenta toda la verdad de su elección, o cuenta una parte, la que le conviene, la que le hace más llevadera una posición discutible, pero que ella sabe que necesita hacer, quizás no lo sabe con profundidad, y tiene dudas, pero no son las elecciones así en la vida, que nunca sabemos con seguridad lo que hacemos, lo hacemos y ya está. 

El aspecto técnico de la película es ejemplar, con la cinematografía de Debora Vrizzi, con esos tonos apagados y claroscuros, donde priman los rostros y los cuerpos, el conciso y brillante montaje de Natalie Cristiani, que ya estuvo en Dancing with Maria, y repite con un trabajo de una película nada fácil de casi dos horas de duración, y finalmente, la música de Luca Clut, que también estaba en el documental de Gergolet, que detalla y explica todo lo que no vemos pero está. La historia inquietante y difícil que cuenta la película necesitaba un rostro penetrante, un rostro que explicará mucho más que las imágenes, un rostro con todo el peso del pasado, con toda la rabia contenida tantos años, un rostro que se magnetiza con el relato, un rostro inolvidable. El rostro de Valentina Carnelutti que da vida o quizás, podríamos decir, que pone cuerpo y alma a Ángela, una mujer o lo que queda de ella, con esos gestos mecánicos en silencio cuando limpia, cuando hace cualquier cosa. Una actriz magnífica que deambula por la película como una especie de fantasma, acarreando todos los muertos del amianto a sus espaldas, un espíritu en vida, o una muerta que la vida o el destino o el azar, o vete tú a saber qué, le brinda una nueva oportunidad para vengarse. 

A Valentina Carnelutti, que hemos visto en películas tan excelentes como La mejor juventud (2003), de Marco Tullio Giordana,  El polvo del tiempo (2008), de Theo Angelopoulos, y Locas de alegría (2016), de Paolo Virzi, entre otras, resulta complicado aguantar esa mirada tan imponente que tiene durante la película, por eso la labor de los otros intérpretes es fundamental, y lo consiguen con actores y actrices que están en el mismo tono, con miradas de las que se recuerdan como el que le acompaña por esta travesía del dolor y el pasado, como “el otro”, el hombre de su pasado, el hombre responsable, Francesco que hace el actor esloveno Branko Zavrsan, un trabajo impresionante en que su cuerpo se vuelve en su contra, con poquísima movilidad, sin habla, sólo con esa mirada, con ese gesto y ese silencio. Livia Rossi es Daria, la hija difícil de Ángela, que hemos visto en un par de películas de Gianni Amelio, Enrico Elia Inserra es Enrico, el hijo de Francesco que, al igual que Daria, desconoce la relación que une a sus progenitores. Y finalmente, Rosana Mortara es Elena, amiga de Ángela, y también, afectada por el amianto como su marido, que recordamos de verla en Mia madre (2015), de Nanni Moretti, entre otras. 

Seguiremos la pista del director Ivan Gergolet, de las conexiones entre Italia y Eslovenia, de idas y venidas, de pasado y presente, del continuo reflejo que es la vida, de ese devenir hacia atrás y adelante, sin ningún orden ni concierto. Es una película para descubrir, para saborearla, para sentarse con tranquilidad, desconectarlo todo, y situarse frente a unos personajes rotos enfrentados a esa ciudad triste y melancólica, una ciudad de puerto industrial y mercantilizada que se llevó por delante su belleza y las vidas de cientos de trabajadores, de una ciudad afeada por la avaricia y codicia desmesurada de esta sociedad enferma que sólo le va el beneficio sin importarle el coste de vidas y de personas, de dolor y tristeza. Todos deberíamos ser un poco como Ángela, o al menos parecernos un poco a ella, a su voluntad, a su decisión, y sobre todo, a su valentía y su humanidad, esa condición que no viene cuando nacemos, hay que demostrarla, y créanme cuando les digo, que no resulta nada sencillo ponerlo en práctica, y si no pregúntenle a Ángela. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Ti mangio il cuore, de Pippo Mezzapesa

TIERRA DE SANGRE. 

“No quiero matar a todos… sólo a mis enemigos”.

Frase escuchada en El Padrino, de Coppola. 

Hemos visto muchas películas que abordan la mafia italiana desde múltiples aspectos y miradas, como, por ejemplo, y por citar las más recientes, tenemos Gomorra (2008), de Garrone, Calabria (2014), de Francesco Munzi, El traidor (2019), de Bellocchio, Para Chiara (2021), de Jonas Carpignano, entre otras. Ahora, nos llega Ti mangio il cuore, qué podríamos pensar otra de gangsters, sí, es otra de gangsters, pero con alguna que otra peculiaridad. Porque se concentra en la región de Puglia, en el promontorio de Gargano, en una península al sureste de Italia. Una zona poco o nada tratada en el cine, en una historia que arranca en 1960, en una inmensa secuencia de apertura que nos deja sin aliento, en la que asistimos a una matanza en fuera de campo, ciñéndonos en una virgen o madonna que irá llenándose de sangre a medida que avanzan los disparos secos y estruendosos. La acción se traslada al 2004, cuando Michele Malatesta ya adulto y padre de familia, único testigo y superviviente de la matanza, desea la paz entre su familia y los Camporeale, autores de la citada matanza. 

El director Pippo Mezzapesa (Bitonto, Italia, 1980), que ha trabajado en documentales y cortometrajes y un par de largometrajes encuadrados en temas humanos y sociales, basados en hechos reales, como Il paese delle spose infelici  (2011), e Il bene mio (2018). Con Ti mangio il cuore se inspira en la novela homónima de Carlo Bonini y Giuliano Foschini, en un guion escrito a seis manos por dos cómplices como Antonella W. Gaeta y Davide Serino y el propio director, en el que abordan el odio y la venganza entre dos familias, los Malatesta y Camporeale, y la chispa que todo lo provoca que no es otra que el amor entre el apocado y reservado Andrea Malatesta y Marinela, la esposa de Santo, el hermano huido de los Camporeale. El amor queda al descubierto y la violencia entra en juego de manera salvaje y cruel, sin miramientos ni compasión, a degüello y hasta el final. En este tipo de relatos es difícil no caer en acciones trilladas y demás, pero lo que hace especial la película de Mezzapesa es su estética, filmada en un primoroso y magnífico blanco y negro, muy contrastado, como ese brutal comienzo que ya hemos mencionado, la procesión que vemos, con esos mantos negros de las mujeres que contrasta con las casas blancas, etc. que firma el cinematógrafo Michele D’Attanasio, que ya estuvo en La giornata (2017), corto del citado director italiano, y que hemos visto otros trabajos suyos en películas de Moretti, por ejemplo. 

El gran trabajo de montaje de Vicenzo Soprano, que ha trabajado en películas de Garrone, y Donde caen las sombras (2017), de Valentina Pedicini, que vimos por aquí, porque consigue dotar de ritmo y pausa a una película con muchos asesinatos que se va casi a las dos horas de metraje. Si la fotografía es uno de los elementos más espectaculares y cruciales de la película, su asombroso y equilibrado reparto no se queda atrás, arrancando por su maravillosa pareja protagonista. Por un lado, tenemos a Elodie, famosa cantante italiana que debuta en el cine dando vida a la impresionante Marilena, una mujer, muy al estilo de la Sofía Loren de aquellas comedias de De Sica, que se convertirá en el objeto de deseo, amor y vida de Andrea Malatesta que hace un desatado y estupendo Francesco Patané, que recordamos por su papel dando réplica a Castellito/Gabriele D’Annunzio en El poeta y el espía (2020), de Gianluca Jodice, en un personaje de esos que se recuerdan por todo su brutal proceso. Le siguen figuras como Michele Placido, que da vida a Vincenzo Montanari, el otro, que intenta poner paz entre las dos familias, el gran Michele Placido, con más de medio siglo de carrera, que hemos visto en mil y una con grandes nombres como los de Monicelli, Amelio, Comencini, Ferreri, Moretti, Tornatore y Borowczyk, entre otros. 

Seguimos con el mencionado “Padrino” de los Malatesta, lo hace Tommaso Ragno, que conocemos por su aparición en películas como Lazzaro felice (2018), de Alice Rohrwacher, y Tres pisos, de Moretti, entre otras, y Lidia Vitale, la mamá de los Malatesta, auténtica mamma italiana, que tiene en su filmografía a Sorrentino, Castellito y Marco Tulio giordana, y muchos más. Después tenemos una retahíla de estupendos intérpretes con esos rostros de “verdad”, como en las películas de gángsters de Coppola y Scorsese, donde no parecen actores ni actrices, sino mafiosos de verdad, con esas formas de caminar, de mirar y de disparar, que encogen el alma. Unos tipos que van de cara y sin miramientos, con una mezcla de miedo y valentía, los Francesco Di Leva, Giovanni Trombetta, Letizia Pia Cartolaro, Giovanni Anzaldo, Gianni Lillo y Brenno Placido, entre otros. Ti mangio il cuore, de Pippo Mezzapesa gustará a todos los amantes de películas de gangsters, con violencia a raudales, pero no esa violencia gratuita y estúpida de otras producciones populares, aquí la violencia hace daño, duele, y tiene consecuencias terribles, de esas que provocan más sangre, y sobre todo, secuelas emocionales, porque en la vida no hay nada gratis, en la vida todo se paga e incluso a veces se paga con la vida, la posesión más preciada que tenemos y que tanto olvidamos, quizás nos salve el amor, pero ya sabemos que no, el amor también tiene su violencia, y en ocasiones, puede ser mortal, y si no que se lo digan a los Capuleto y Montesco de esta película. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA