Siempre nos quedará mañana, de Paola Cortellesi

UNA MUJER ITALIANA DE POSGUERRA. 

“Es fácil ser una hembra. Bastan con un par de tacones y vestidos cortos. Pero para ser una mujer, te tienes que vestir el cerebro de carácter, personalidad y valentía”. 

Anna Magnani 

Si nos detenemos a pensar en las dos actrices que mejor han mostrado a la “Mamma italiana” de posguerra, sólo nos vienen dos nombres: Anna Magnani en Bellisima (1951), de Visconti, y Sofia Loren en Dos mujeres (1960), de De Sica. Dos mujeres y madres que, desafiaron el patriarcado impuesto, y se lanzaron a materializar sus sueños en una Italia muy gris, muy pobre y sin esperanza. Paola Cortellesi (Roma, Italia, 1973), muy popular en el país transalpino, por unas cuantas comedias divertidas y románticas que han reventado taquillas, se enfunda en su primera película como directora, que ha sido todo un fenómeno en Italia con más de 5 millones de espectadores y más de 40 millones de recaudación. Siempre nos quedará mañana (C’è ancora domani, en el original), nace a partir de un guion que coescriben Furio Andreotti, Giulia Calenda, que la directora recluta de sus comedias junto a Riccardo Milani, y ella misma.

Estamos ante en un drama ambientado en la dura posguerra de 1946, en una Roma llena de miseria, tanto física como moral, en el que abundan los empleos precarios, los soldados estadounidenses, y una vida anodina e infeliz en que los días se amontonan y apenas hay momentos de alegría. A partir del personaje de Delia, que no está muy lejos de la Magnani ni de la Loren, es una de esas mujeres que se levantan cada día, como vemos en el magnífico arranque, con ese piso subterráneo que define con detalle su situación, y prepara a los suyos, un marido autoritario y violento, una hija enamorada de un joven de su edad de familia acomodada, y un par de hijos pequeños que andan a la gresca todo el día. Después, la mujer se lanza a la calle, y emplea su tiempo en varios trabajos como en una tienda que reparan paraguas, poner inyecciones, y tender ropa de adinerados, situaciones que ayudan a mostrar el reflejo de la desigualdad en un país que perdió la guerra, pero que a algunos no les fue tan mal. Cortellesi recupera el aroma de los grandes como los mencionados, a los que se podrían añadir los Rossellini, Pasolini y demás que, mostraron una realidad difícil que se denominó Neorrealismo, porque las cámaras salían a mostrar la vida de los italianos que, a duras penas, sobrevivían. 

La película no sólo se queda en el drama, sino que introduce las dosis necesarias de comedia para aligerar tanta tristeza, como los de ese vecino que parece el reportero de la ristra de edificios en forma de placita, muy popular en la época, donde las mujeres, mientras laboran cotillean de unas y otras, y esos momentazos musicales que suavizan los malos tratos que recibe Delia de Ivano, su amargado y frustrado marido, y todos esos instantes con su amiga Marisa, que regenta una parada del mercado callejero, donde parece que la vida puede ser otra cosa. El excelente blanco y negro y la cuidada composición de la cinematografía que firma Davide Leone que, después de muchos trabajos de equipo y miniseries, hace su segunda película, revelándose con un extraordinario empleo de la luz y la composición, donde vuelve a la idea que se puede mostrar la realidad dura con belleza plástica. En el mismo tono se construye el montaje de Valentina Mariani, también fichada de las comedias que, impone un tiempo maravilloso donde la película se cuento con reposo y mirada, en una trama que se va casi a las dos horas de metraje, en la que ni falta ni sobra nada, con momentos de drama, comedia y documento, donde la realidad y las formas de trabajo y cotidianidad nos devuelven a aquel tiempo, sin ningún alarde técnico ni estridencia argumental, mostrando los personajes y sus pequeñas batallas diarias. 

La gran aportación musical de un grande como Lele Marchitelli, habitual de Sorrentino desde Le Grande Belleza, con la sutileza adecuada para mostrar sin subrayar, con una banda sonora que explica más allá sin ser nada empalagosa ni estridente, escarbanda en la  complejidad interior de los diferentes personajes. Si la técnica de Siempre nos quedará mañana resulta exquisita y sensible, las interpretaciones no podían estar a otra altura que no fuese acorde con cómo se cuenta. Tenemos una retahíla de intérpretes como Valerio Mastandrea, que hace poco vimos como uno de los suicidados en El primer día de mi vida, amén de películas con grandes como Bellocchio, Ferrara, el citado Sorrentino y muchos más, se encarga del rol de Ivano, muy bien caracterizado, el hombre italiano machista, tradicional y violento, con la característica camiseta de tirantes blanca, con ese enfado crónico con su país, con él mismo y con todos. La maravillosa y casi debutante Roman Maggiora Vergano como Marcella, una joven enamorada que sueña con abandonar la dura realidad de su familia y emprender una vida al lado de Giulio, que hace Francesco Centorame, y que el anuncio de su compromiso altera la existencia y de qué manera, de Delia y su familia. 

Un par de intérpretes, esenciales en la historia, como Giorgio Colangelli, con más de setenta títulos, hace de Ottorino, el suegro enfermo crónico, malhumorado y deslenguado, que tiene en su haber películas con Scola y el mencionado Sorrentino. Vinicio Marchioni es Nino, el amor que no puede olvidar Delia, quizás la última esperanza para salir de su cruda existencia, y finalmente, Emanuela Fanelli es Marisa, la amiga y la confidente de Delia, ese ratito con ella en que la vida puede ser de otro color. Hemos dejado para el final, como los grandes artistas, para hablar de Paola Cortellesi, porque su Delia es un personaje maravilloso que una actriz siempre espera, con una interpretación magnífica, llena de detalles y sutileza, con esa mirada intensa en la que la amargura está pero sabe camuflarla. Una mujer de bandera, intensa, valiente que no se arruga ante nada ni nadie, y soporta los avatares de la vida con dignidad, convirtiéndose no sólo en la protagonista de la película, sino en un ejemplo de cómo mantenerse en pie a pesar de tanta hostia y sobre todo, no perder la esperanza nunca porque, como dice película, mañana volverá a ser otro día, otra oportunidad, otra esperanza. 

No se dejen asustar por el blanco y negro, porque resulta la mejor luz para situarnos en la posguerra italiana de 1946, y acepten la invitación de Paola Cortellesi que, no sólo ha conseguido una de la películas del año, sino que nos emociona con una sensibilidad honesta y extraordinariamente sincera, sin tapujos, con delicadeza, sin caer en el tremendismo ni en la sensiblería, porque la película podría caer en el regodeo de la tristeza, pero no lo hace, ni mucho menos, de hecho, se aleja muchísimo de todo eso, moviéndose en lo humanista que, aún la hacen más soberbia, como las secuencias entre Delia y Nino, puro romanticismo, y en esas otras donde describe con sutileza esa Roma dura, donde las gentes van de aquí para allá intentando ganar algunas liras, como los colgadores de carteles que nos remiten a la inolvidable Ladrón de bicicletas (1948), de De Sica, y esos diminutos pisos llenos de polvo de la periferia romana que tanto nos ha mostrado el talento de Pasolini, y sobre todo, es una de las grandes obras sobre mujeres de aquel momento y de cualquier otro en que, a pesar de su triste y violenta existencia, se levantan cada día, abren las ventanas y salen a la calle con paso firme y decidido, sin dejar de batallar para que sus sueños de una vida mejor se hagan realidad.  JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Deja un comentario

Este sitio utiliza Akismet para reducir el spam. Conoce cómo se procesan los datos de tus comentarios.