Pequeños acróbatas, de Nika Saravanja

ÉRASE UNA VEZ EN LOS SUBURBIOS DE NAIROBI. 

“La esperanza no es lo mismo que el optimismo. No es la convicción de que algo saldrá bien, sino la certeza de que algo tiene sentido, independientemente de cómo resulte”. 

Václav Havel 

Cuando pensamos cómo se ha reflejado el continente africano, nos asaltan imágenes comunes que muestran las aristas, injusticias y violencias que han sufrido y sufren sus habitantes. Son imágenes de inmigración, desesperación, tristeza y abandono por parte de las naciones europeas que las siguen sometiendo e imponiendo una colonización de sus recursos y libertades. Por eso, una película como Pequeños acróbatas (en el original,  “Jump Out”), se erige como un acercamiento diferente e inusual de la imagen que tenemos instalada de su situación. Porque la película, aunque muestre una realidad difícil y llena de carencias, no se regodea en eso, al contrario, la muestra, pero también lo hace desde el rigor y la voluntad, y desvía la cámara hacia el rostro y la mirada de dos chavales de nueve años, los Ian y Pro, los protagonistas de esta historia que sueñan con actuar como acróbatas en Europa.

La directora Nika Saravanja (Croacia, 1985), que conocemos por su primer largometraje Dusk Chorus – Based on Fragments of Extinction (2016), codirigido con Alessandro D’Emilia, que se centraba en el impacto del humano contra la naturaleza capturando los sonidos de los hábitats naturales. Para su segunda película se ha trasladado a los duros suburbios de Nairobi en Kenia, situándonos en la existencia común y diaria de los dos niños citados que, al igual que otros, y bajo las órdenes y el amor de Steve, un entrenador humanista y carismático que ayuda a que estos chavales se levanten cada día con esperanza y una actitud que, con trabajo y constancia, se pueden alcanzar cosas y ya veremos cuáles son. La cámara de Mark Modric sigue a sus jóvenes protagonistas por las estrechas casas y pasillos de su barrio, mirando con atención y sensibilidad sus vidas, sus madres y abuelas que los ayudan y ese entorno tan duro como esperanzador, en un intercambio de complejidades y contradicciones que choca constantemente entre unos niños que aman la vida y les ha tocado en un sitio nada fácil. La película los mira sin condescendencia ni sensiblería, sino registrando con atención y humanidad las ilusiones y sueños de unos niños como los de cualquier otra parte del planeta. 

Uno de los grandes aciertos de Pequeños acróbatas es desmarcarse de la típica película estadounidense de marcado carácter palomitero, donde los manidos temas de superación y positivismo generan esa falsa idea de qué con trabajo se puede conseguir todo lo que te propongas, y aún más, convertirse en popular y millonario. En esta película no hay nada de eso. Porque seguimos los entrenamientos de los chicos, con sus caídas, frustraciones y enfados, como no podía ser de otra manera, construyendo un relato de “verdad”, es decir, donde los altibajos de la existencia se muestran y no se embellecen mostrando sólo una parte sino un todo. La película muestra muchas realidades, la de estos niños que no tienen un centro de entrenamiento, y lo hacen junto a la línea del tren o en cualquier espacio que usan para entrenar sus acrobacias, donde sus cuerpos vuelan muy alto, en que las piruetas y equilibrios y fuerza se ponen al servicio de un sueño que han tenido otros más mayores y ahora buscan Ian y Pro. Hay tiempo para todo, donde la vida va pasando, con sus pequeñas alegrías, tristezas, despedidas y demás situaciones que van siendo otro personaje en la historia. 

Si quieren ver una película que les hable de los sueños e ilusiones de unos niños que viven con casi nada, que demuestran con su voluntad, trabajo y constancia que no hay nada imposible y que, a pesar de las carencias y obstáculos a los que se enfrentan diariamente, y la escasez en la que viven su vida, las cosas pueden tornarse de otro color, porque lo que evidencia Pequeños acróbatas, de Nika Saravanja es que con sólo el cuerpo y sus saltos, acrobacias, piruetas y demás desafíos a la gravedad se pueden trazar caminos de esperanza, de libertad y de un espíritu de equipo y de grupo generando comunidad como hace Steve, una de esas personas que hace que los niños crean en ellos, sepan que significa el amor a uno mismo, el trabajo por conseguir el objetivo de realizar una coreografía para hacer un espectáculo con garra, fuerza y que maraville al público europeo. Estamos ante una película que habla de una porción de realidad que se desarrolla en una ciudad condenada, aunque siempre hay un resquicio de luz si se trabaja, se hace colectivo y sobre todo, se trabaja fuertemente creyendo en uno mismo y en el otro, porque en esta vida como mencionaba Groucho Marx: “Las cosas que más importan de la vida no cuestan dinero, pero cuestan tanto”, una frase que los Ian y Pro se han grabado a fuego en el alma. Crean en ellos porque ellos creen en ellos. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Hija del volcán, de Jenifer de la Rosa

LA NIÑA PERDIDA DE ARMERO. 

“La esperanza le pertenece a la vida, es la vida misma defendiéndose”.

Julio Cortázar

La noche del 13 de noviembre de 1985, el volcán Nevado del Ruiz destruyó en su totalidad Armero, al norte de Colombia, dejando sepultados a casi 25000 habitantes, afectando también a los municipios de Chinchiná y Villamaría. Medio millar de niños y niñas quedaron huérfanos y muchos fueron adoptados por familias del país. Unos cuántos fueron robados y vendidos de forma clandestinamente mediante procesos irregulares que dejó un gran vacío de información. La cineasta Jenifer de la Rosa (Manizales, Colombia, 1985), nacida 7 días antes de la tragedia fue uno de los llamados “Niños perdidos de Armero”, que en su caso, con tan sólo años y medio acabó como adoptada por una familia de Valladolid. Tres décadas después se planta con una cámara y con la ayuda de la Fundación Armando Armero, que se dedica a buscar a los familiares de estos niños perdidos, emprende su particular búsqueda para encontrar a su madre y de esa forma esclarecer las circunstancias de su adopción envuelta en un halo de oscuridad y misterio. 

La directora construye un sencillo y honesto documento sobre la búsqueda de los orígenes y lo hace en un trabajo donde asistimos a sus investigaciones y pesquisas mediante visitas, llamadas de teléfono y un sinfín de conversaciones de aquí para allá, por una maraña de burocracia y diferentes organismos, ya sean oficiales y voluntarios que le ayudan a encontrar algún hilo del paradero de su madre. Sus primeras imágenes nos sitúan en la dantesca tragedia de Armero, con imágenes de archivo como la niña Omayra Sánchez que muy a su pesar, se convirtió en la imagen del desastre, cuando atrapada sin poder ser liberada y hundida en el agua, informaba del suceso y fue retransmitido a todo el mundo. Luego, seguimos los pasos de la directora que pregunta aquí y allá y se muestra con un arrojo y coraje y muy incansablemente en su búsqueda, ya no sólo de su madre desaparecida sino también de sus orígenes que son el mismo de muchos que se encuentran igual que ella. No estamos ante el documental sensiblero que trampea al espectador, todo lo contrario, aquí hay mucha verdad, mucho silencio y mucha oscuridad en tantas adopciones irregulares que se llevaron a cabo aprovechando el caos y la destrucción de la inmensa tragedia.  

La película cuida mucho el aspecto técnico, acercándonos sin trampa ni cartón, a las situaciones que va viviendo la directora, con una gran transparencia en lo que muestra y cómo lo hace en un gran trabajo de cinematografía de Andrés Campos, del que hemos visto recientemente Memorias de un cuerpo que arde, de la costarricense Antonella Sudasassi, así como la composición musical de Kenji Kishi Leopo, del que conocemos sus documentales con Samuel Kishi, Jorge Díaz Sánchez y Alan Simôes, que ayuda a la naturalidad con que se explica el vía crucis particular en el que se encuentra la directora, y el magnífico montaje del dúo Juan Barrero, cineasta del que vimos hace nada Almudena, de Azucena Rodríguez, y Carlos Cañas Carreira, fogueado en la serie La reina del sur, que en sus 109 minutos de metraje consigue atraparnos con sinceridad, aportando un aroma de thriller íntimo, político y de investigación, donde se habla de la búsqueda en un modo muy personal y nada impostado, transmitiendo mucha verdad y una cercanía que traspasa la pantalla, donde la “protagonista” se abre en canal en todos los sentidos, también hay crítica a la desidia y la torpeza política juntadas además con las continuas lagunas y trabas de tantos años pasados.

De la citada tragedia de Armero pueden ver el documental El valle sin sombras (2015), de Rubén Mendoza, un implacable retrato sobre las víctimas y los fantasmas que dejó la catástrofe. Esta película como Hija de un volcán, de la cineasta colombiana Jenifer de la Rosa podrían ser una buena muestra de cómo hablarnos de lo que queda después de tamaña tragedia, de todas las víctimas que deben seguir viviendo o al menos intentarlo, y sobre todo, honrar a todos lo que ya no están, y otros, como Jenifer seguir buscando a los suyos, sea como sea, para reencontrarse con su país de origen, con lo que fue, con los que siguen ahí, con los que encontrará y sobre todo, haciendo un viaje en el que se tropezará con ella misma, con los sueños imposibles y las quimeras soñadas que, quizás, pueden hacerse realidad. Si en Tierra (2022), un cortometraje de 15 minutos, donde la directora imaginaba como era Colombia, en su ópera prima, la cineasta no quiere imaginar ya su país, sino reencontrarse con él, y desenterrar su pasado y todo lo que hay en ese lugar, un espacio donde descubrirá su origen y por ende, las circunstancias que rodearon su adopción. No tiene una tarea sencilla pero quién dijo que las cosas que importan fueran fáciles. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA 

Entrevista a Nina Solà Carbonell

Entrevista a Nina Solà Carbonell, directora de la película «Grup Natural», en el marco del DocsBarcelona, en el hall del Teatre CCCB en Barcelona, el viernes 16 mayo de 2025.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Nina Solà Carbonell, por su tiempo, sabiduría, generosidad, y a Ana Sánchez de Trafalgar Comunicació, por su generosidad, cariño, tiempo y amabilidad.  JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Grup Natural, de Nina Solà Carbonell

LA ADOLESCENCIA Y LA ENSEÑANZA.  

“La adolescencia representa una conmoción emocional interna, una lucha entre el deseo humano eterno a aferrarse al pasado y el igualmente poderoso deseo de seguir adelante con el futuro”. 

Louise J. Kaplan 

En los últimos años hemos visto muchas películas sobre adolescentes. Pensamos en Premières solitudes (2018), de Claire Simon, La nova escola (2020), de Ventura Durall, Quién lo impide (2021), de Jonás Trueba y Néixer per néixer (2023), de Pau García Pérez de Lara, entre otras, donde a través de un cine directo y en formato documental, se ha profundizado en las complejidades, deseos, tristezas y demás cuestiones de los adolescentes, siempre ofreciendo un marco íntimo y sensible desde donde los jóvenes han podido expresar sus sueños y pesadillas en libertad, con un tono muy sincero y cercano. Un cine que hable de la adolescencia desde dentro, sin tapujos ni cortapisas, ni mucho menos condescendiente, tratando las dificultades de una época crucial en la vida de cualquier individuo. Cintas deudoras de aquel monumento al cine que fue High School (1968), de Frederick Wiseman, una de las películas cumbre sobre el dolor y la alegría de lo que significa ser un adolescente en cualquier país occidental. 

A esta ilustre terna se suma Grup Natural, de Nina Solà Carbonell, formada en la Escac en documental, con amplia experiencia en dirección de teatro y cine, y en los equipos de películas como Alcaldesa (22016), de Pau Faus y la citada La bona escola. Su primer largometraje se centra en un grupo de adolescentes y en las cuatro paredes de Súnion, una escuela concertada/privada, regida por un innovador método pedagógico, dando mucha autonomía al alumno y al grupo, con los denominados “grups naturals” formados por ocho alumnos en los que se van generando dinámicas para ver cómo se desarrollan y cómo gestionan las actividades en la que participan y los conflictos y demás. Seguimos tres: uno de primero de la Eso, otro de tercero de la Eso y finalmente, uno de segundo de bachillerato. Tres momentos importantes en la etapa escolar y vital de un grupo de chicos y chicas. La cámara encuadra la película a través de las aulas, espacios y demás espacios de la citada escuela, a través de un año: al inicio de curso, a su mitad y en la despedida. Somos testigos de sus encuentros y desencuentros de los diferentes alumnos, sus primeras alegrías y derrotas, sus relaciones en clase, con la escuela y su futuro. Los vemos hablar entre ellos, con sus maestros y haciendo trabajo en la escuela, otra faceta del mencionado método. 

Los planos y encuadres de la excelente cinematografía de Núria Gascon Bartomeu, también fogueada en la Escac, de la que hemos visto interesantes trabajos como Animal salvatge y Els Orrit, entre otros. Su cámara se muestra como un testimonio inquieto y muy curioso que va documentando todo lo que va sucediendo, eso sí, sin caer nunca en una sensibilidad impostada ni tampoco en la tramposería de muchas películas del mismo dispositivo. Aquí vemos una verdad de tantas de las que suceden en la escuela mostrada con rigor y sentimiento.  El gran trabajo de sonido de Nora Haddad Casadevall, con más de veinte títulos entre los que destacan Balandrau, l’infern glaçat, El techo amarillo y La singla, entre otros, y Borja Barrera Allué, con más de 30 trabajos, ayuda a sumergirnos en la cotidianidad que desprenden unas imágenes tan cercanas y poderosas que vemos, al igual que la música, tan sutil y brillante que firma Antoni Mairata. El magnífico montaje de Marta Forné, que la conocemos por sus colaboraciones con el director Manuel Pérez en La hora del pati, Frontera, Metamorphosis y más, amén de Clase valiente (2016), de Víctor Alonso-Berbel,  porque en sus reposados y concisos 88 minutos viajamos por las cuatro paredes de las aulas y los diferentes espacios reflexionando a través de estos tres grupos adolescentes tan diferentes y tan parecidos a nosotros a su edad. 

Mención especial tiene el trabajo de la productora Fractal que integran Marc Guanyabens, Izaskun Arizkuren Astrain, el citado borja Barrera Allué y el mencionado Víctor Alonso-Berbel, que se mueven tanto en ficción y documental, generando nuevas miradas e historias sobre el momento actual. Grup Natural es un gran trabajo sobre la adolescencia, y cómo no, sobre la educación, y todos los puentes, obstáculos y caminos que se abren entre los que enseñan y los enseñados, o mejor dicho, entre todos ellos, que aprenden, porque en el fondo todos enseñan y aprenden a la vez, en una película tan necesaria como audaz, porque siempre se sitúa en el que observa y no juzga, en el que recoge el testimonio y documenta unas realidades tan diversas como complejas. Una cotidianidad que varía diariamente, un universo tan rico como difícil, tan innovador como perplejo, donde dos grupos de personas de generaciones muy alejadas están ahí, y se miran, y comparten un espacio en el que unos ayudan a otros a crecer y desarrollarse como personas, como individuos pensantes y críticos y sobre todo, a descubrir su camino y dotarlos de herramientas y capacidades físicas y emocionales para afrontar su viaje. La película es un alumno más que ayuda a qué los espectadores seamos uno más y reflexionemos sobre lo que vemos y lo que fuimos en un tiempo presente que siempre va hacia adelante. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Raymond Depardon y Claudine Nougaret

Entrevista a Raymond Depardon y Claudine Nougaret, cineastas y premios de Honor DocsBarcelona, en el marco del DocsBarcelona en el hall del Teatre CCCB en en Barcelona, el viernes 3 mayo de 2024.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Raymond Depardon y Claudine Nougaret, por su tiempo, sabiduría, generosidad, a Joana Artigas, por su gran labor como intérprete, y a Ana Sánchez de Trafalgar Comunicació, por su generosidad, cariño, tiempo y amabilidad.  JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Ernest Cole: Lost and Found, de Raoul Peck

EL FOTÓGRAFO EXILIADO. 

“Sí, Sudáfrica es mi país, pero también es mi infierno”. 

Ernest Cole

La trayectoria de Raoul Peck (Puerto Príncipe, Haití, 1953), ha pasado por el periodismo, la fotografía y el Ministerio de Cultura de su país hasta el cine con el que arrancó a finales de los ochenta con Haitian Corner (1988), sobre un exiliado que cree tropezarse con su torturador. Los expulsados, exiliados y apátridas enfrentados a las injusticias sociales ya sean en su país natal, África o Estados Unidos son los activistas y luchadores que pululan en una filmografía que se centra en rescatar del olvido a personas que se pusieron de pie ante la injusticia de los pdoerosos en una carrera que ronda la veintena de títulos entre la ficción, el documental y las series, con títulos como los que ha dedicado al líder anticolonialista congoleño en Lumumba, la muerte de un profeta (1990), L`homme sur les quais (1993), El camino de Silver Dollar  (2023), y los estrenados por estos lares como El joven Karl Marx (2017), y I Am Not Your Negro (2016), sobre el activismo del escritor afroamericano James Baldwin. 

Si pensamos en Sudáfrica nos vienen a la mente los nombres de Nelson Mandela (1918-2013), que se pasó 27 años de su vida en prisión por luchar por los derechos de su gente, o el de Steve Biko (1946-1977), otro líder contra el apartheid que fue asesinado por el gobierno. De la figura de Ernest Levi Tsoloane Kole, conocido por el nombre de Ernest Cole (Eersterust, Pretoria, Sudáfrica, 1940 – New York, EE. UU., 1990) no sabíamos nada, así que la película Ernet Cole: Lost and Found se torna fundamental porque viene a rescatar la importancia de su figura y legado, ya que fue el primer fotógrafo que documentó los horrores del apartheid sudafricano a través de unas bellísimas y poderosas fotografías publicadas en el libro “House of Bondage” (Casa de esclavitud), publicado en 1967 con sólo 27 años que le obligó a exiliarse a Estados Unidos, donde siguió capturando la vida: “Para mí la fotografía es parte de la vida y cualquier fotografía que valga la pena mirar dos veces es un reflejo de la realidad, de la naturaleza, de las personas, del trabajo de los hombres, desde el arte hasta la guerra”, y sobre todo, esperando que su país cambiase y los negros tuviesen el derecho de ser personas de pleno derecho y no súbditos de segunda, pisoteados y vilipendiados diariamente por la minoría blanca encabezada por De Klerk. 

El dispositivo de Peck es muy sencillo y a la vez, brillante, porque nos convoca a un viaje maravilloso en el que nos cuenta la vida de Cole a través de dos pilares: sus magníficas fotografías, tanto las que hizo en Sudáfrica como en EE. UU., mostrando la realidad más cruda de muchas personas que vivían sometidas al gobierno y la injusticia social. Acompañando todas esas imágenes escuchamos la voz del actor afroamericano Laketih Stanfield, en inglés, (el propio director hace la versión francesa), como si fuese el propio Ernest Cole que nos contase su propia historia, recuperando textos y documentos que dejó el fotógrafo. También, vemos otras imágenes del propio Cole y otras que documentan la vida y la muerte en los dos países, así como el descubrimiento de sus fotografías. Un estupendo trabajo de cinematografía del trío Moses Tau, Wolfgang Held, del que conocemos su trabajo en Joan Baez: I Am A Noise, y el propio director, así como la excelente música que firma Alexei Aigui, que ha trabajado con Peck en 9 ocasiones, además de nombres comos los de Todorovsky, Serebrennikov y Bonitzer, que ayuda a paliar la triste historia de Cole, que nunca pudo volver a su país, y el interesante montaje de Alexandra Strauss, seis películas con el director que, logra darle constancia y solidez a la amalgama de imágenes y narración en los estupendos 106 minutos de metraje.  

El trabajo de Cole quedó en el olvido y él siguió malviviendo por New York hasta que un cáncer de páncreas acabó con su vida. Fue en 2017 cuando se encontraron en un banco de Suecia más de 60.000 negativos que se creían perdidos y su nombre volvió a recuperarse como uno de los combatientes más relevantes contra el apartheid, cómo refleja con sobriedad la película de Peck que, vuelve a asombrarnos con sus relatos contundentes y políticos sobre personas que han quedado relegadas a un olvido injusto y triste, aunque su cine se niega y lucha contra esa ausencia y quiere dejar constancia del legado de tantos fantasmas que vagan por las cavernas de la historia en este planeta que corre demasiado y se para muy poco, siempre pensando en un futuro que nunca llegará y olvidando el pasado, ese lugar real porque ha existido y es de dónde venimos todos. Todos los espectadores ávidos de conocer las tantísimas historias olvidadas que existen, no deberían dejar pasar una película como Ernest Cole: Lost and Found, del director Raoul Peck, y no sólo eso, sino que nos encontramos con uno de los más grandes fotógrafos que, impulsado por la fotografía de Henri Cartier-Bresson, cogió una cámara y empezó a disparar a diestro y siniestro ante la realidad social en la que vivía, un horror que era olvidado por los países enriquecidos, como sucede ahora con Palestina. En fin, siempre nos quedará el arte. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Sálvese quien pueda, de Alexe Poukine

EN LA PIEL DEL OTRO.  

“Antes de curar a alguien, pregúntale si está dispuesto a renunciar a las cosas que lo enfermaron”. 

Hipócrates

Si recuerdan cómo empezaba Todo sobre mi madre (1999), de Almodóvar, con unos doctores realizando un taller de formación con psicólogos en los que se trabaja la empatía y sobre todo, el momento de dar información delicada y difícil. Una situación parecida como la que se vive en la película Sálvese quien pueda (“Sauve qui peut”, en el original), de Alexe Poukine, originaria de Francia e instalada en Bruselas (Bélgica), la historia se centra en los cursos de formación para sanitarios, empezando por una simulación en la que un doctor debe informar a un paciente de su enfermedad, un cáncer que no tiene cura, después estamos con unos estudiantes de medicina, y cómo se recaba la información necesaria para el trato, estudio y posterior diagnóstico de los pacientes, y finalmente, enfermeras y diferentes oficios de la sanidad participan en los diferentes aspectos de su trabajo, los pros y contras y atacan a un sistema demasiado colapsado y privado que prima los beneficios en pos de una salud pública, con más tiempo y atención para cada paciente.

Poukine debutó con Duerme, duerme en las piedras (2013), en la que mediante sus familiares reconstruyen la vida de su tío que murió como vagabundo. También, la conocíamos Lo que no te mata (“Sans frapper”, en el original) de 2019, que también pasó por El Documental del mes, en la que recogía el testimonio de una mujer violada a través de la teatralización de un grupo de mujeres que revivían la experiencia y contaba las terribles consecuencias del suceso. Un contundente documental en la que, sin florituras ni estridencias, se hablada de frente de la violación y los traumas que dejaban en la víctima, en un tono frío, directo y sensible. Usando el mismo aspecto formal, en la que prevalece la cotidianidad, el tono cercano e íntimo y nada impostado, y además, un continuo espacio de diálogo donde cada uno de los integrantes explica sus realidades y en grupo se comparten con la mediación de los profesionales de la psicología. Nos encontramos en Lausana (Suiza), en unos talleres de formación en la que a partir de simulaciones en los que se exponen todos los problemas a los que se enfrentan diariamente los sanitarios, ya sean de orden laboral, con los innumerables recortes y demás aspectos de su trabajo, la falta de herramientas y el poco tiempo para tratar a los pacientes, y los otros problemas, los que tienen que ver con el diálogo con los enfermos, a los que deben de informar de su enfermedad y demás cuestiones que resultan sumamente complejas. 

El tono de Sálvese quien pueda es de frente y sin cortapisas, aspecto que le añade una gran “verdad” en todo lo que se cuenta, con una cámara que capta todos los detalles que allí se producen, tomando la distancia adecuada y sin ser demasiado entrometida, convirtiéndose en un testigo privilegiado y observador que recoge todo aquello que vemos y lo que no, generando un espacio de libertad, sensibilidad y humanidad entre los participantes, con unos profesionales de la sanidad que participan en grupo realizando unos talleres no sólo de formación, sino también de establecer diálogos necesarios y sumamente importantes para hablar de su trabajo, de sus conflictos, y sobre todo, de sí mismos, de sus preocupaciones, miedos, trabas, complejidades y demás situaciones con las que deben convivir diariamente en sus centros de trabajo, donde se trabaja la empatía, la mirada, la caricia y la cercanía ya que deben vivir momentos altamente dificultosos en los que deben lidiar con problemas por la falta de inversión, de recursos y demás, con unas personas enfermas con las que, en muchas ocasiones, exigen un tratamiento y una cura en enfermedades que ya no lo tienen. 

Esta película debería ser de visión obligatoria no sólo como estímulo y ayuda a todos los profesionales de la sanidad, sino también a todo el mundo, porque si no trabajamos como sanitarios, en algún momento de nuestras vidas, vamos a ser pacientes y casi seguro, enfermos. Así que, todos y todas debemos aceptar las reglas del juego y ponernos en la piel del otro y establecer un espacio de empatía, intimidad y miradas que nos ayuden, a unos y otros, a querernos y abrazarnos, y a comprendernos los unos a los otros, y trazar esos puentes de ayuda y tiempo tan necesarios para lidiar con los asuntos tan complejos de la salud y sus procesos. Alexe Poukine sitúa su mirada-cámara en el foco del conflicto, pero no lanza respuestas milagrosas que quizás, muchos esperan con los brazos abiertos. La cosa no va por ahí, va mucho más allá, va de hablar y comunicarse, pero de verdad, tomándonos el tiempo necesario, escuchar en silencio al otro/a, y tender esos puentes necesarios para que unos trabajen con las mejores herramientas y otros, sean atendidos de la mejor forma, sin prisas y con la intimidad necesarias, con el fin de que todos/as vivan sus respectivos roles: los trabajados y los pacientes con la libertad y la sensibilidad acordes para experimentar sus difíciles caminos con amor y cariño. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Chloé Barreau

Entrevista a Chloé Barreau, directora de la película «Fragmentos de una biografía amorosa», en el marco de El Documental del Mes, iniciativa de DocsBarcelona, en la terraza del Instituto Francés en Barcelona, el martes 1 de abril de 2025.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Chloé Barreau, por su tiempo, sabiduría, generosidad, a Sam Wallis, por su gran labor como intérprete, y a Carla Font de Comunicación de El Documental del Mes, por su generosidad, cariño, tiempo y amabilidad. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Nadine Naous

Entrevista a Nadine Naous, guionista de la película «Bye Bye Tiberias», de Lina Soualem, en el marco de El Documental del Mes, iniciativa de DocsBarcelona, en la terraza del H10 Casa Mimosa en Barcelona, el miércoles 5 de marzo de 2025.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Nadine Naous, por su tiempo, sabiduría, generosidad, a Sam Wallis, por su gran labor como intérprete, y a Carla Font de Comunicación de El Documental del Mes, por su generosidad, cariño, tiempo y amabilidad. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Bye Bye Tiberias, de Lina Soualem

CUATRO MUJERES PALESTINAS. 

“Somos lo que dejamos en los otros”. 

Ángeles Mastretta

La película arranca con una grabación doméstica en la que vemos el lago Tiberias, símbolo de un pasado que ya no volverá para la excelente actriz palestina Hiam Abbas (con más de 60 títulos en los que ha trabajado con Amos Guitai, Tom McCarthy, Jim Jarmusch, Ridley Scott y Costa-Gavras, etc…)  y su familia. Un lugar que sigue existiendo en un tiempo determinado. Un espacio que simboliza también el tiempo pasado y el futuro incierto en el que se encuentra la población palestina. Así empieza Bye Bye Tiberias, la segunda película de Lisa Soualem, hija de Hiam, que vuelve a hablar de sus raíces como hiciese en su primer largo Leur Algèrie (2020), en la que hablaba de la familia paterna. Ahora, profundiza en la familia materna, a través de su madre, que se exilió a los 20 años para seguir su sueño de ser actriz, y las dos mujeres que le precedieron, su madre y abuela. Pasado y presente se envuelven para contarnos una historia de cuatro generaciones de mujeres palestinas en las que se recorre, cómo no podía ser de otra forma, la dura historia del pueblo palestino. Aunque, a diferencia de otros documentos sobre el conflicto, en esta, la raíz de todo es una historia familiar, la de Abbas, contando una cotidianidad invisible y muy cercana. 

El guion que firman la propia directora y Nadine Naous, también realizadora en títulos como Clichés (2010), cortometraje protagonizado por la citada Hiam Abbas, y el largo Home Sweet Home (2014), que explora las entrañas de su familia palestina-libanesa, se sustenta desde mostrar lo oculto, es decir, recorrer a las cuatro mujeres palestinas que escenifican la historia y la realidad de otras muchas que se han visto afectadas por la eterna guerra entre Palestina e Israel, a partir de archivo en el que vemos imágenes inéditas de la Palestina de los cuarenta del siglo pasado, la expulsión de familias palestinas de 1948 para que fuesen ocupadas por israelitas, las mencionadas grabaciones domésticas de los noventa cuando Hiam volvía a ver a su familia con Lina de niña. Una película de idas y venidas entre pasado y presente, donde lo de antes y lo de ahora, con la actriz viajando a los lugares que fueron y ya no son, es un continuo espejos-reflejos donde la historia queda a un lado para centrarnos en el rostro y los cuerpos de unas mujeres que han vivido el horror, el exilio, y las penurias de una vida en constante peligro que, les ha llevado a estar separados de los suyos. 

Soualem se ha acompañado de grandes cineastas para contar la historia de su familia materna a través de su madre, empezando por la cinematógrafa Frida Marzouk, de la que hemos visto películas como Entre las higueras y Alam, entre otras, con un trabajo de luz natural y mucha naturalidad, donde se cuenta desde lo íntimo y con gran profundidad en una interesante mezcla de texturas y colores cálidos todo el devenir de las que no están y de las que sí. La música de un grande como Amin Bouhafa con más de 50 títulos en su filmografía, junto a cineastas de la talla de Abderrahmane Sissako, Kaouther Ben Hania y Rachid Bouchareb, y muchos más, donde sin enfatizar vamos descubriendo la historia desde la honestidad y la sinceridad que demanda un relato como éste. El gran montaje de Gladys Joujou, una gran profesional que tiene en su haber nombres tan importantes como Oliver Stone, Jacques Doillon, y películas recientes como El valle de la esperanza, de Carlos Chahine, que imprime un carácter sólido e interesante a la amalgama de imágenes, tiempos y miradas que anidan en la película, consiguiendo que en sus reposados 82 minutos todo ocurre de forma tranquila por la que se recorren temas como la familia, la sangre, la tierra, la política, los sueños y demás menesteres.

La gran labor de una película como Bye Bye Tiberias no es la de hacer una historia que hable sobre la guerra y la expulsión de los palestinos, como ya hay muchas películas sobre el tema, sino la de hacer una relato que se centra en la retaguardia, es decir, en todas las heridas que un conflicto tan sangriento ha dejado en las personas, y sin hacerlo desde la tristeza y la desilusión, sino desde la mirada y el gesto cotidiano, desde las cuatro mujeres palestinas de esta familia: la bisabuela, la abuela, la madre Hiam Abbas y la propia directora, y hacerlo desde lo más íntimo y lo más profundo, sin caer en el derrotismo y la desesperanza, sino con alegría y humor, a través del amor que nos han dejado las que nos precedieron y lo que hacemos desde el presente, recordándoles y siendo fieles a su legado, a su tiempo, a su historia y por ende, la de nuestro país, Palestina, un país que siempre existirá en el corazón aunque pierda la tierra, nunca perderá su historia y su memoria, porque esa cuestión es la que pone sobre la mesa la película de Lina Soualem: el significado de un país, su tierra, sus gentes, su memoria y todo lo demás. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA