Entrevista a Daniel Tornero, director de la película «Saturno», en el Parc de l’Estació del Nord en Barcelona, el jueves 24 de octubre de 2024.
Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Daniel Tornero, por su tiempo, sabiduría, generosidad, a Óscar Fernández Orengo, por retratarnos de forma tan especial, y al equipo de comunicación de Madavenue, por su generosidad, cariño, tiempo y amabilidad. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA
Entrevista a Natalia de Molina, actriz de la película «Desmontando un elefante», de Aitor Echevarría, en la terraza del Pol&Grace Hotel en Barcelona, el jueves 9 de enero de 2025.
Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Natalia de Molina, por su tiempo, sabiduría, generosidad, y a Sandra Ejarque de Revolutionary Comunicación, por su generosidad, cariño, tiempo y amabilidad. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA
Entrevista a Elena López Riera, directora de la película «Las novias del sur», en el Zumzeig Cinema en Barcelona, el viernes 10 de enero de 2025.
Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Elena López Riera, por su tiempo, sabiduría, generosidad, y al equipo de Comunicación de Vitrine Filmes, y a Carmen Jiménez de prensa de la película, por su generosidad, cariño, tiempo y amabilidad. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA
“El arte está ligado a lo que no está hecho, a lo que todavía no creas. Es algo que está fuera de ti, que está más adelante y tú tienes que buscarlo”.
Eduardo Chillida
Es verano, amanece en San Sebastián. Junto al mar, donde las olas rompen contra la piedra, en la ubicación de la escultura del “Peine del Viento”, de Eduardo Chillida (1924-2002), se persona la actriz Jone Laspiur, que nos encantó en Ane (2020), de David Pérez Sañudo, en Akelarre (2020), de Pablo Agüero y Negu Hurbilak (2023), del Colectivo Negu, entre otras. La actriz nos guiará por Ciento volando (que acoge como título una frase recurrente del escultor), la séptima película de Arantxa Aguirre (Madrid, 1965), que está dedicada a la vida y obra de Chillida, que el pasado viernes 10 de enero hubiera cumplido 100 años. La película no se dedica a mostrar sus obras y a acompañarla de expertos y admiradores de su obra que nos vayan resplandeciendo tanto su figura como su trabajo, como a veces ocurre con este tipo de trabajos. El largometraje de Aguirre no va por ahí, se decanta por otros menesteres, que escribía Cervantes, porque su trabajo nos invita a la quietud y el silencio, y nos convoca a bucear nuestra alma, sin prisas pero tampoco con excesiva pausa, y no usa mejor vehículo que un gran paseo por Chillida Leku, el museo al aire libre convertido en la obra cumbre del escultor.
Una película se nutre de la escultura de Chillida, como no podía ser de otra manera, a través de la contemplación de sus obras, acompañada de algunas referencias históricas de su vida y obra, mediante un archivo escueto, porque la película quiere romper el tiempo convencional y restaurarlo, es decir, hablar del pasado y el futuro siempre con el presente por delante, donde el tiempo se esfuma, se revierte hacia un sentido mucho más amplio del término, despojándose de su espacio convencional para abrirlo a más formas, texturas, ideas, reflexiones y sobre todo, dibujar una obra imperecedera, sin tiempo ni lugar, aunque el cielo oscuro y plomizo del norte vasco tenga una importancia cumbre en el hierro y forjado que usaba el escultor. La película abraza el paisaje, no tiempo y los encuentros a partir de la curiosidad de la citada Jone Laspiur que, actúa como un guía inquieto y tremendamente observador, como los narradores Shakesperianos, que va dialogando con familiares, compañeros y amigos de Chillida para contarnos la parte más humana y desconocida del genio, en la que la presencia de su mujer Pilar Belzunce en su vida fue capital para entender y saber su camino como escultor y también, su pasión por su trabajo, su tierra, sus obras y todo el universo invisible y espiritual que la rodea.
La obra de Aguirre tiene un acabado formal y narrativo exquisito, donde cada encuadre es conciso y sobrio, porque era muy fácil caer en un exceso de belleza, pero la película tiene mucho tacto en ese aspecto, porque no se recrea ni con el entorno ni con las obras. Un trabajo de cinematografía que firman tres grandes nombres de la industria vasca como Gaizka Bourgeaud, que tiene en su filmografía nombres como Ana Díez, Asier Altuna, Telmo Esnal y Lara Izagirre, entre otros, el de Rafael Reparaz, que ya hizo Dancing Beethoven (2016), con Aguirre, amén de Ira, de Jota Anorak, Asedio, de Miguel Ángel Vivas, y Carlos Arguiñano Ameztoy. Una imagen elegante y cercana, cogiendo todos esos colores grisáceos que van tan bien para mirar las obras como para descubrir su interior, El magnífico trabajo de montaje de Sergio Deustua Jochamowitz en su segunda película con la directora después de La zarza de Moisés (2018) sobre la longeva compañía teatral de Els Joglars. El gran trabajo de sonido que cuida y mima al detalle cada leve ruido que escuchamos, de un grande como Carlos de Hita, que ha trabajado con Gerardo Olivares, en documentales sobre naturaleza con Joaquín Ruiz de Hacha y Arturo Menor, e Icíar Bollaín, entre otros.
Si no les gusta la obra de Chillida, o quizás, tampoco estén interesados en la escultura y mucho menos en su estilo, o tal vez, no tengan ni idea ni sepan interpretar sus obras, no teman, porque la película está abierta a todos los públicos, tanto los seducidos como los descreídos, porque no es sesuda ni para intelectuales, como se decía antes. Ciento volando, de Arantxa Aguirre sigue la estela de anteriores trabajos de la directora madrileña, siempre en el campo de las artes y sus creadores, los ya citados que hablaban de danza y teatro, los que ha dedicado a grandes músicos en Una rosa para Soler (2014), El amor y la muerte. Historia de Enrique Granados (2018), y la pintura en Zurbarán y sus doce hijos (2020). Las obras de Aguirre son curiosas y muy inquietas, porque nos muestran universos complejos y biografías alucinantes, pero lo hace dejando la ceremonia y el bombo de otros títulos, para recorrer de una forma íntima y profunda todos los lados, texturas y formas de la obra del autor en cuestión y además, traza una incisiva y natural acercamiento a la persona, a su intimidad, a sus quehaceres cotidianos, a sus amores o no, y si faltaba alguna cosa, los devuelve al presente, los hace visibles, los hace contemporáneos y sobre todo, los hace muy cercanos y transparentes, los saca de la pompa y los hace cotidianos para que cualquier espectador pueda conocerlos, reconocerlos o simplemente descubrirlos. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA
Entrevista a Aitor Echeverría, director de la película «Desmontando un elefante», en la terraza del Pol&Grace Hotel en Barcelona, el jueves 9 de enero de 2025.
Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Aitor Echeverría, por su tiempo, sabiduría, generosidad, y a Sandra Ejarque de Revolutionary Comunicación, por su generosidad, cariño, tiempo y amabilidad. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA
“Miro la foto de mi madre el día de su boda. Hago los cálculos y compruebo que soy más vieja que ella el día que la desvirgaron, que soy más vieja que ella el día que decidió ser madre para siempre, que soy casi tan vieja como mi abuela el día que la acompañó a la iglesia. La busco en todos los cuerpos, en todas las voces, en todas las madres. Hago a otras, las preguntas que no me atrevo a hacerle a ella. Como decirle, que de todo lo que me enseñó, solo me queda el futuro”.
Casi en una década, el imaginario de Elena López Riera (Orihuela, Alicante, 1982), ha cimentado relatos que hablan sobre su vida y sobre todo, sus complejos estados emocionales. En Pueblo (2015), un joven, después de años fuera, volvía a su tierra y la descubre tan cercana como diferente. Un año después, en Las vísceras, a través del ritual de la muerte de un conejo, se acercaba a la familia presente y ausente. En Los que desean (2018) se situaba en el imaginario masculino a partir de un concurso con pichones. En su primer largo, El agua (2022), estaban presentes los elementos que siguen sus imágenes: las difíciles relaciones sentimentales, todos los fantasmas que nos precedieron y el pueblo, ese lugar tan cercano y a la vez, tan fantástico, que nos define, nos guía y también, nos confunde.
En Las novias del sur, un mediometraje de solo 40 minutos de duración, traza a partir de ese prólogo tan fascinante en el que vemos las partes de una fotografía, la de su madre vestida de novia, mientras escuchamos el texto que encabeza esta reseña con la propia voz de la directora. Estamos ante una confesión, que nos remite al aroma que transitaba en Las vísceras, porque vuelve al documento, aunque en el caso de López Riera podríamos decir que se mueve por una forma que se alimenta de varios géneros, ficciones, documentos, trazos, texturas y un sinfín de otras naturalezas: la música, la literatura y el testimonio oral de las mujeres de su pueblo, las de antes y las de ahora. Un cine que no busca la belleza de las imágenes ni tampoco generar un espacio de elegancia, sino todo lo contrario. Las imágenes de la cineasta alicantina beben de lo más íntimo y cercano, de lo que vive entre lo visible e invisible, entre lo físico y emocional, en un limbo donde sus personajes viven, mueren y sueñan. En su película se nutre del testimonio oral de seis mujeres maduras en la que explican sus primeras veces, sus amores y desamores, sus (des) ilusiones, y sus bodas, y muchas cosas más, en un diálogo con al directora que interviene y escuchamos, acompañadas de imágenes y videos de bodas de otras que van nutriendo las diferentes confesiones.
La cinematografía de la película que firman la propia directora, Agnès Piqué (que conocemos por sus trabajos en el campo documental con Laura Ferré, Leire Apellaniz, Marc Sempere y Claudia Pinto, entre otras), y Alba Cros (codirectora de Les amigues de l’Àgata, Alteritats y la dirección de fotografía de La amiga de mi amiga), filma a las mujeres-testimonios muy cerca, consiguiendo romper esa distancia y escenificando la transparencia de sus contenidos, tan invisibles que se hacen naturales e íntimos. El gran trabajo de montaje de Ana Pfaff y Ariadna Ribas y la propia directora, consigue fusionar con orden y alma las imágenes de archivo con las cabezas parlantes a partir de una cercanía asombrosa y magnetizante, donde sus mencionados 40 minutos se convierten en una materia hipnotizante y muy absorbente donde cada imagen y cada palabras se torna más especial y bella, y triste, y cautivadora, y todo. Las productoras Suica Films y Alina Film vuelven a apoyar a López Riera como hiciesen con El agua, y con Los que desean, en ésta Alina Film, en una etapa de la filmografía donde ya se van generando esas alianzas tan imprescindibles para ir creando una mirada y personalidad propias a la hora de encarar cada proyecto.
Quizás les ocurre lo mismo que a mí después de ver Las novias del sur, y no fue otra cosa que buscar la foto de la boda de mis padres y observarlos, sobre todo, a mi madre, su posición, su rostro y su mirada, centrándome en su gesto, imaginando que estaba sintiendo ese día, si estaba triste, alegre o quizás, no sabía cómo se sentía o tal vez, no sabe como se estaba sintiendo. No sé si os ha sucedido lo mismo, pero si no lo han hecho, quizás, esto sí, han pensado en su madre, y se han preguntado cómo le fue la noche de bodas o en el amor, en sus amantes y en sus primeras veces, seguro que lo han pensado después de ver la película. Con Las novias del sur, Elena López Riera ha vuelto a crear una obra tan sencilla como compleja, tan bella como triste, tan sensible como desgarradora, tan de verdad y tan magnífica, a partir de un dispositivo sencilla y nada complicado, pero sus imágenes encierran otras muchísimas imágenes, muchas más preguntas, e infinitas formas, elementos y laberintos más. La cineasta es una gran creadora de imágenes, a partir de tantas presencias como ausencias, de tantos fantasmas como realidades, de tantos sueños como ilusiones, en fin, de toda la vida encerrada en un plano, en una mirada, en un gesto y en un mundo interior que apenas podemos vislumbrar, un infinito universo donde podemos imaginar o si nos atrevemos, preguntar a nuestras madres. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA
Entrevista a Alba Guilera, actriz de la película «Desmontando un elefante», de Aitor Echevarría, en la terraza del Pol&Grace Hotel en Barcelona, el jueves 9 de enero de 2025.
Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Alba Guilera, por su tiempo, sabiduría, generosidad, y a Sandra Ejarque de Revolutionary Comunicación, por su generosidad, cariño, tiempo y amabilidad. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA
“¿Qué es lo que me ha ocurrido en mi vida que me ha convertido en un inválido en el plano de los sentimientos?.
Frase recogida en “Cuaderno de trabajo”, de Ingmar Bergman
La película se abre con una imagen reveladora donde vemos a Marga, la madre echada en un sofá durmiendo la mona y en la cocina se ha producido un fuego que vemos borroso en segundo plano. En ese instante, irrumpe en la casa Blanca, la hija, que intenta infructuosamente despertar a su madre y se dirige con premura a la habitación de al lado a intentar apagar el fuego. Dos figuras, la madre y la hija, son las que se asienta la primera película de Aitor Echeverría (Barcelona, 1977), al que conocíamos por su faceta como cinematógrafo junto a interesantes cineastas como Nely Reguera, Jo Sol y Cesc Cabot y Pep Garrido. Su ópera prima nace en el cortometraje Morir cada día (2010), en el que vimos los primeros pasos de una familia que debe enfrentar un problema al que todos sus miembros deciden no afrontar por su incapacidad emocional. En Desmontando un elefante, que nos remite a eso mismo, se centra en la familia y en esas dos figuras de madre e hija, de cómo actúan cuando el problema es tan grande que ya no hay manera de esconderlo por más tiempo.
El cineasta barcelonés firma un guion junto al citado Pep Garrido, en el que nos plantea una película de muy pocos escenarios, en que la magnífica casa familiar con jardín emerge como el epicentro de la trama. Un relato marcadamente frío, elegante y nada empático, porque el director nos propone una mirada muy íntima y para nada sensiblera, sino todo lo contrario, a través de una historia donde vemos como actúa cada miembro de esta familia, tan diferentes y tan esquivos para relacionarse con el problema del alcohol que padece la madre. Habíamos visto muchas películas sobre el tema del alcoholismo, pero pocas, muy pocas, ahora yo no recuerdo ninguna, que nos habla que ocurre después de la desintoxicación, de esos días y meses después de salir del problema, de ese período de adaptación a la vida, al trabajo y a tu entorno. No se busca la empatía con el espectador y sí la reflexión, donde la emoción se resignifique y sea una espiral que nos lleve a hacernos preguntas sobre nuestra inútil forma de relacionarnos ante los problemas de los que nos rodean. De nuestra incapacidad emocional, como citaba Bergman, de todo lo que no somos emocionalmente hablando, de la terrible incomunicación entre los más cercanos, y la estúpida capacidad para centrarnos en temas menos incómodos, menos duros y sobre todo, menos dolorosos.
Echeverría opta por el cinematógrafo Pau castejón Úbeda, que ya trabajó en el mencionado cortometraje, amén de los hermanos Pastor, Elena Trapé y Alejo Levis, entre otros, en una luz fría y belle a la vez, que usa con inteligencia todos los espacios de la casa, muy cortados y segmentados, para generar todas las barreras físicas y sobre todo, emocionales que separan a los integrantes de esta familia. La ausencia de música original también ayuda a crear esa atmósfera de película polaca, es decir, de construir casi un thriller psicológico, lleno de miradas, silencios y gestos donde la intimidad cotidiana se torna oscura y terrorífica como hacían los Zuwalski, Skolimowski, Polanski y Kieslowski, entre otros. En los mismos términos juega un gran papel el fantástico trabajo del montaje de Sofi Escudé, habitual de Pilar Palomero, Liliana Torres, Mar Coll y Elena Trapé, porque logra ajustar una cinta que se va a los 82 de metraje sólido y sobrio, en el que se mantiene una especie de calma en apariencia que está apunto de estallar. El sonido sutil y nada invasor, pero muy efectivo, obra del tándem Marianne Roussy, que tiene a Costa-Gavras, Ferrara y Chema García Ibarra, entre sus directores, y Philippe Grivel, toda una institución con más de 200 títulos.
En el campo artístico, el director catalán ha escogido muy bien, porque Emma Suárez como Marga es una gran elección en otro de sus grandes interpretaciones, porque casi sin hablar lo dice todo con ese rostro y mirada tan rotos, dando vida a una madre que acaba de salir de la clínica de desintoxicación y debe aprender a vivir sin alcohol, retomando su vida, o lo que queda de ella, su familia, en la que todos deben ayudarse, y su trabajo, evitando todos los juicios de los otros. Frente a Suárez, encontramos a una siempre generosa y estupenda Natalia de Molina es Blanca, la hija que no sabe cómo ayudar a su madre, a la que sobre protege, descuidando su vida y su trabajo con el baile, donde la danza se erige como contraplano para exorcizar todos los elementos interiores que bullen sin encontrar una salida catalizadora. Les acompañan unos formidables Darío Grandinetti como padre, más metido en su trabajo y en el arreglo de la cocina, para de esa manera hacer que como que nada ha cambiado, cuando en realidad, todo ha cambiado. Y por último, la presencia de Alba Guilera, que nos encantó en Un año, una noche (2022), de Isaki Lacuesta, aquí es la hermana mayor que vive en París y acaba de ser madre y opta por una actitud diferente.
Me ha hecho reflexionar mucho Desmontando un elefante, de Aitor Echeverría, porque dentro de su modestia y de su primera vez, nos habla desde el corazón y el alma, sin caer en una historia demasiado explicativa y sensiblera, sino en todo lo contrario, en un relato que mira de cerca y de verdad a sus personajes, y nos obliga a los espectadores a mirar en ese reflejo que nos devuelve la película, en cómo nos relacionamos con los que tenemos más cerca, en cómo afrontamos los problemas de los otros, y cómo evitamos los conflictos aunque nos pisoteen la vida, en cómo no miramos al elefante, que hace referencia el título, aunque nos esté aplastando nuestra vida. Una película que en cierta manera, tiene el aroma de la magnífica Tots volem el millor per a ella (2013), de Mar Coll, porque la Geni, que ha sufrido un accidente y debe volver a su vida, se parece a la Marga que interpreta Emma Suárez, porque las dos sufren la incapacidad de la familia, porque no saben cómo ayudarla y encima, actúan como si nada hubiese ocurrido, un desmadre que tiene consecuencias fatales. Celebramos la primera vez de Echeverría y su coraje para hablar de temas que nos duelen demasiado, y sobre todo, hacerlo desde la mirada y la emoción que lo hace. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA
Presentación de la programación Filmoteca Catalunya 2025 y Balance 2024, con la presencia del director de la institución, Pablo La Parra Pérez y Sònia Hernández Almodóvar, Consellera de Cultura, en la Filmoteca en Barcelona, el martes 17 de diciembre de 2024.
Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Pablo La Parra Pérez y Sònia Hernández Almodóvar, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, y a Jordi Martínez de Comunicación Filmoteca, por su generosidad, cariño, tiempo y amabilidad.
“Els nius no només fan possible la vida, sinó que també són llocs on digerir la mort.”
Los primeros instantes de Casa Reynal, de Laira Manresa Casals (Barcelona, 1973), son de una concisión narrativa y formal maravillosa. La película se abre con sus padres Montserrat y Ramon mirando por la ventana como un grupo de golondrinas (en off) vuelven a casa como cada primavera. Luego, un joven mide los espacios de la casa e inmediatamente, momentos relacionados con la inmobiliaria que venderá la casa. Seguidamente, la propia Laia conduciendo llega a Ca Reynal y finaliza este prólogo con la padrina Montserrat Reynal en una imagen de archivo. En apenas diez minutos ya nos han explicado el lugar donde sucederá la historia y sobre todo, las personas que la habitarán. Porque el segundo largo como directora de Laia Manresa Casals y el primero en solitario, no es una historia más ni cualquiera. Es su historia y la historia de su padrina, la mencionada Montserrat y la de su familia y la casa que habitaron, Ca Reynal. Una historia ubicada en Bellvís, un pequeño pueblo del Pla d’Urgell, en la provincia de Lleida, el primer y último escenario que vio la padrina, como explican al inicio.
A Manresa Casals la conocíamos por sus guiones para Joaquim Jordà en magníficas películas como De nens (2003), Veinte años no es nada (2004) y Més enllà del mirall (2006), y su debut como directora junto a Sergi Dies en Morir de día (2010), un proyecto del propio Jordà que recoge testimonios de la llegada de la heroína a Barcelona. Su siguiente película Casa Reynal, con ese hilo rojo que conecta tiempo y personas, acoge la misma estructura que su primer largometraje, ya que recupera un tiempo del pasado y olvidado, a partir de presencias y ausencias con la figura de la padrina Montserrat que vertebra todo el entramado histórico que residió la citada casa. El vaciado de la casa por parte de la propia Laia y sus padres sirve para enfrentarse al pasado de la casa, y transitar por ese otro tiempo de la padrina, desde que nació, su trabajo siendo una adolescente como empleada doméstica en Barcelona, su boda, su trabajo en la lechería de los Bonet, sus hijos, su vuelta a Bellvís, las alegrías, las tristezas, las despedidas y las llegadas y sobre todo, un recorrido que la película hace desde el corazón, contando la experiencia personal en un entorno hostil, en una Barcelona de posguerra y los años duros de hambre y miseria, la bonanza económica de los sesenta, y unos últimos años de prosperidad disfrutando del legado de los Bonet. Todo contado como un cuento con la voz de la directora como si nos contase una fábula “a la vora del foc”, donde la figura de la padrina se erige como una mujer capaz de todo, y sobre todo, una mujer de su tiempo con coraje y decidida.
La directora barcelonesa ha querido que la película tenga una factura técnica brillante, sin ningún alarde narrativo ni formal, ni peripecias ni estridencias que no vienen al caso, porque quería que la película se contase entre susurros, “a cau d’orella”, con tranquilidad y sin prisas, tan llena de recuerdos y memoria, de presencias y ausencias, y de una casa que los vio a todas, con sus existencias, sus alegrías y tristezas. Para el filme se ha acompañado de un gran equipo humano empezando por cuidada producción de Sandra Forn y Cristina Galvarriato, y de algunos colaboradores que ya estuvieron en Morir de día como el cinematógrafo Carles Gusi, un grande con más de 100 títulos en su filmografía, y Sergi Dies, en aquella codirector y editor, y ahora nuevamente montador, y los nuevos fichajes como la cinematógrafo Lucía Venero, que estuvo en la mencionada Idrissa…, el sonido directo de Elena Coderch, con más de 40 películas con directoras como Neus Ballús, Mar Coll, y la reciente Casa en flames, y la excelente música que interpretan Albert Pla con una canción que remite a las nanas sobre la padrina que pone el vello de punta, y los temas de Judit Farrés, que le dan ese aroma de fábula y poético, donde el tiempo se desvanece y se mezcla el pasado y el presente, y ayuda a paliar los momentos de dolor y ausencia.
Durante la presentación de su libro “Volver a dónde”, Antonio Muñoz Molina dijo: “Todo lo que somos lo debemos a otros”. Una frase que encaja perfectamente en todo lo que cuenta la película Casa Reynal, de Laia Manresa Casals, porque desde el presente se mira a los que nos precedieron, en especial, a la padrina Montserrat y su existencia y los que la acompañaron, además, es un sincero y profundo homenaje a todas aquellas mujeres rurales que debieron dejar sus pueblos de origen e ir a la capital a buscar un porvenir que se les negaba en su tierra. Casa Reynal es una obra mayúscula, profundamente emotiva, pero que, en ningún caso, cae en la relamida sensiblería. Una historia sensible, íntima y llena de alma, que cuenta una dolorosa y bella historia que recorre casi todo el siglo XX y un poco del XXI, a través de una mujer como la padrina, eje y fuerza para las generaciones que han venido después como la hija Montserrat Casals y la nieta, Laia Manresa Casals que cuenta su historia y por ende, la suya, y lo hace desde el respeto y lo humano, transmitiendo toda esa lucha vital, toda esa fuerza, todos esos años condensados en los pausados y ligeros 91 minutos de metraje, que van despacio recorriendo las vidas que fueron desde el hoy, un presente que convierte a la película en una parte más del legado familiar porque tiene la capacidad alucinante de crear un tiempo y espacio fílmico donde vivos y muertos cohabitan la Casa Reynal, donde unos y otros dialogan entre ellos y los ausentes se vuelven presentes y sus historias salen de la su intimidad y olvido personal y se vuelven de verdad y sobre todo, compartidas. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA