Una noche con Adela, de Hugo Ruiz

MIENTRAS MADRID DUERME.  

“En la venganza el más débil es siempre más feroz”.

Honoré de Balzac

Cada año en la gran cantidad de películas que llegan a las salas, aparecen ese tipo de películas, modestas en su producción y atrevidas en su forma y en lo que cuentan, que sorprenden a propios y extraños y convencen incluso a los más escépticos. Una noche con Adela es de esas películas, que los anglosajones llaman “sleeper”, refiriéndose a esa cinta que se convierte en un éxito cuando nadie la esperaba. Que una película como ésta se meta en un certamen como Tribeca Festival de New York es una hazaña extraordinaria, y además, resulta galardona con el premio de Mejor dirección novel es absolutamente sorprendente, porque no estamos ante una película debut, que cuenta una historia muy oscura y violenta, y además, lo hace a partir de una narración muy audaz y dificultosa, con ese plano secuencia que nos lleva de aquí para allá, siguiendo los pasos de una antiheroína como la mencionada Adela, una barrendera del turno de noche. Una mujer que esa noche llevará a cabo una venganza que lleva años ideando. Una venganza que le sanará algunas heridas o quizás no. 

Detrás de las cámaras tenemos a Hugo Ruiz (Zaragoza, 1974), que conocíamos por su cortometraje Taxi fuera de servicio (2011), en la que mezclaba el drama con la comedia en un taxi que acaba convirtiéndose en un lugar parecido como el famoso camarote de los hermanos Marx. El maño debuta en el largometraje con Una noche con Adela, una película nocturna, que se detiene en una sola noche, durante el turno de la citada, recorriendo las calles recogiendo la basura, es decir, todo aquello que los ciudadanos no quieren, tropezando con esas rapiñas de la noche como abusadores, ladrones y gentuza de la peor calaña. Cuando parece que el relato se encaminará hacia el thriller más oscuro y destroyer, la película girará a lo personal, pero de un modo más profundo y salvaje, porque Adela tiene algo oculto para esa noche, que es su noche. Un viaje muy íntimo hacia la oscuridad de la condición humana, que se rompe con ese revelador diálogo de la protagonista con la locutora de radio, que se interpreta así misma la propia Gemma Nierga, que recupera su “Hablar por hablar”, un programa nocturno en el que personas solitarias compartían sus problemas y eran aconsejados por los demás oyentes. Adela conduce su camión recogiendo la basura, que deviene la metáfora del relato, en un viaje hacia la psique y lo físico, porque la barrendera entra en una espiral de drogas, sexo y violencia muy bestia. 

Mención aparte tiene el grandísimo trabajo de cinematografía de Diego Trenas, que debuta en el largometraje, con un detallista y preciso ejercicio de estilo, en un abrumador y lleno de tensión con los 105 minutos de un magnífico plano secuencia que sigue a la protagonista por ese Madrid oscuro y periférico, repleto de almas zombies que deambulan por las calles negras y vacías de la gran ciudad. Salvando las distancias, por supuesto, estamos ante un relato que emula aquellos que hicieron grandes como Boorman, De Palma, Scorsese y Lumet en los setenta en Estados Unidos, sacando la pala y desenterrando la miseria moral y física de una sociedad violenta y deshumanizada, porque Una noche con Adela es sencilla y honesta, no va más allá de lo que su modestia le permite, no juega a la pretenciosidad de otras películas, sino que conoce sus limitaciones y juega con ellas, sacando lo mejor de cada situación y trazando una parte de la radiografía humana de las calles cuando se llenan de noche y aparecen las criaturas de la noche, en la que Adela no es una más, sino alguien herido, derrotado pero no vencido, porque esa noche será su noche, y no de la manera que la cantaba Raphael, sino todo lo contrario, porque esa noche Adela llevará a cabo su venganza, una justicia que lleva años pensando y manteniendo en secreto. 

He dejado para la parte final de este texto mi comentario sobre la interpretación de Laura Galán como la mencionada Adela. Una actriz que muchos de nosotros descubrimos primero en el corto y luego en el largometraje de Cerdita, de Carlota Pereda. Un thriller rural, que emulaba las películas setenteras de terror estadounidenses, donde la castellana demostraba sus buenas dotes compositivas para cambiar de alimaña a cazadora, en un inmenso trabajo que le valió muchos de los reconocimientos del año. Su Adela está en otro lado, aunque conecte con lo corporal y lo sensitivo, porque su barrendera nocturna es una mujer demasiado herida, que se ha hartado de tanta vileza y dolor, y se ha puesto manos a la obra, ejecutando la venganza contra aquellos que la hicieron así, o la convirtieron en una mujer que se destroza cada noche en un trabajo que no le satisface y lo llena de drogas, alcohol y sexo salvaje. Laura Galán vuelve a demostrar que es una actriz portentosa, capaz de meterse en cualquier piel y cuerpo, que transmite con esa mirada de rencor y rabia, que es todo un ejemplo que con trabajo y algo de suerte, se puede labrar una interesante carrera a pesar de los estereotipos que tanto abundan en esta sociedad. Me gustaría que Una noche con Adela  tuviera tiempo para labrarse un boca a boca entre el público, porque estamos ante una película que está bien contada, que tiene a una actriz que llena la pantalla, porque tiene carisma, porque transmite y es pura energía. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Carajita, de Silvina Schnicer y Ulises Porra

UNA NOCHE DE LLUVIA… 

“Enfermo está el mundo, donde tener y ser significan lo mismo”.

Eduardo Galeano 

Nos encontramos en una de esas casas opulentas junto al mar en la costa de la República Dominicana. En su interior, trabaja Yarisa, la criada que tiene una relación especial con Sara, la hija de los señores. Se tratan de tú a tú, se escuchan y se cuidan, como si fueran madre e hija. Toda esa relación dará un giro de 180 grados cuando Mallory, la hija de Yarisa que ha venido de visita, sufre un accidente en una noche de lluvia. A partir de ese momento, la relación se enfría, primero y desaparece, volviendo, o como decirlo, como si nunca hubiesen tenido esa relación estrecha que tenían. Vuelven a ser la criada y la hija de los señores, una hija que vive en la abundancia, en el hastío de esos nuevos ricos y corruptos, como define Sara a su padre y amigos, que malgastan en aburridas y tediosas fiestas donde nada les llena, donde nada les agrada totalmente. Bajo el marco de una desaparición, la película indaga en temas tan universales como la injusticia, la desigualdad y la eterna diferencia de clases en unas sociedades donde el progreso y el bienestar se instala en los que dirigen la economía y deciden las vidas de miles de individuos que sólo están para obedecerles y servirles. 

La segunda película de la bonaerense Silvina Schnicer y del barcelonés Ulises Porra, después de la interesantísima Tigre (2017), donde a partir del drama contaban el viaje de una mujer para recuperar a su hijo y su pasado. Al igual que ocurría en Tigre, donde la ubicación era la isla fluvial del Delta del Tigre, en Carajita, la situación geográfica también define lo que se cuenta y el devenir de sus personajes. A partir de un guion que firman Ulla Prida y la pareja de cineastas, contado bajo el prisma de lo cotidiano, de lo aparente y superficial, es decir, a través de encuentros y desencuentros en los que se habla de la situación política del país, de las relaciones superficiales de los jóvenes, y de la desidia y vacío tan frecuente en este tipo de casas y sus ocupantes. La evidencia no se remarca en ningún aspecto, sólo se va mostrando con una naturalidad que nos va absorbiendo y magnetizando a ese otro mundo, a ese universo de riqueza y burguesía en el dictan las normas y deciden que está bien o mal, porque la trama es sencilla y directa, no se anda por las ramas ni tampoco con la intención de epatar y sorprender, sino todo lo contrario, todo ocurre con una cotidianidad que da pavor, un aroma de terror en el que existimos a merced de los otros, bajo una falsa libertad que se hunde cuando hay algún conflicto y el dinero y la posición social se discute. Sometidos al yugo económico bajo esa oscuridad de existencia que los derechos y la libertad se compra con dinero y nada más. 

La interesante mezcla de drama cotidiano con el thriller resulta de una gran brillantez, porque el caso de la desaparecida, acaba eclosionando en esa madeja de intereses y poder entre los de arriba y los de abajo, que claman justicia, una idea de justicia completamente comprada y manipulada. La excelente cinematografía que firman el argentino Iván Gierasinchuk (que repite después de la experiencia en Tigre), al que conocemos sus trabajos con sus compatriotas Pablo Agüero y Carlos Sorín), y el chileno Sergio Armstrong, en películas de Sebastián Silva, Pablo Larraín y Lorenzo Vigas, entre otros. El gran trabajo de montaje que firma la argentina Delfina Castagnino, también en Tigre, que tiene en su filmografía a directores como Lisandro Alonso, Santiago Mitre, y las películas Princesita, de Marialy Rivas y Alanis, de Anahí Berneri, con un ritmo estupendo y una densidad que ayuda a entablar los diferentes roles de poder y miedo que se instalan en la película. La música de Andrés Rodríguez contribuye a crear esa atmósfera turbia y densa que planea durante la película. 

El excelente plantel de intérpretes empezando por Magnolia Núñez que hace de Yarisa, la criada que ve como su estabilidad se va al traste cuando su hija sufre el accidente, junto a la impresionante Cecile Van Welie en el rol de Sara, esa chica que sigue a sus padres, que no dice nada cuando explota el conflicto, y se oculta en sí misma. Richard Douglas como el padre que todo lo repara, Clara Luz Lozano como la madre estúpida y snob, y finalmente, Adelanny Padilla como Mallory, la accidentada. Y luego, los demás actores y actrices que ofrecen naturalidad y cotidianidad, y muchas miradas y silencios, fundamentales cuando las cosas se tuercen y te sobrepasan. Debemos de celebrar que volvamos a ver otra película procedente de la República Dominicana con coproducción con Argentina, porque no es lo habitual por estos lares, que se suma a Miriam miente (2018), curiosamente dirigida por dos cineastas, Natalia Rodrigo, dominicana, y Oriol Estrada, catalán, que reflejaba las diferencias sociales también, esta vez del racismo imperante entre los habitantes del país caribeño. Carajita tiene el aroma de ese cine intenso y reflexivo que realiza el mexicano Michel Franco, donde profundiza en las relaciones y posiciones sociales de su país, un mal endémico extrapolable a cualquier lugar del mundo. 

No dejen pasar una película como Carajita, de Silvina Schnicer y Ulises Porta, porque tiene todos los ingredientes que enganchan al público ávido de historias que expliquen cosas y sobre todo, explique detalles de la condición humana y la siniestra forma en la que nos relacionamos con los otros cuando el conflicto estalla y nos salpica. Una trama poderosa y absorbente que comienza de forma brutal con ese cuadro negro, el ruido del mar, y cuando abre, la noche encima de nosotros, y unas luces de automóivl alumbra a un lugar determinado que no logramos apreciar. Una oscuridad con poca luz y de noche, elementos que definen por donde irán los tiros en la película. Un mar, una playa, un camino, unas cabras en libertad que se mueven a su libre albredío, una mujer destrozada por el accidente de su hija, una don nadie, que mencionaba Galeano, estos don nadies a los que nadie recuerda, a los que nadie ayuda, a los que nadie ve, no porque sean invisibles, sino porque a nadie les importan, que pueden desaparecer sin más, así como si nada, porque si alguna vez existieron fue para obedecer y servir, sin nombre, que nada pueden hacer para cambiar su triste destino, porque los que pueden ni los miran, ni los existen. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Mary Shelley, de Haifaa Al-Mansour

LA MUJER QUE ESCRIBIÓ FRANKENSTEIN.

«No deseo que las mujeres tengan poder sobre los hombres, sino sobre ellas mismas».

Mary Wollstonecraft Godwin

Hay películas que se definen desde su primer instante, a través de su primera imagen, una imagen en la que se apoyará el resto del metraje, como una piedra angular donde reconocer la película, una imagen que nos acompañará siempre que recordemos la película. En Mary Shelley, esa primera imagen acontece en un cementerio, en el que vemos a la joven protagonista, con sólo 16 años, allá por el año 1813, leyendo junto a la tumba de su madre, Mary Wollstonecraft (1759-1797) escritora, filosofa, ensayista y feminista, que murió durante el parto de Mary. Esta imagen, en la que Mary, que no conoció a su madre, tiene en esa figura, el apoyo a enfrentarse a un mundo hostil, un mundo dominado por hombres, un mundo que ensombrece a las mujeres, que las oculta y las invisibiliza. La primera película rodada en inglés de la directora Haifaa Al-Mansour (Al Zulfi, Arabia Saudita, 1974) habla de una joven que deberá enfrentarse a su entorno para que le dejen ser ella misma, con sus sueños e ilusiones, transgrediendo las normas imperantes de una sociedad conservadora y acomodada en sus tradiciones. Algo parecido ya ocurría en su película debut, La bicicleta verde (2012) primera obra filmada por una mujer en Arabia Saudita, y rodada en condiciones muy adversas, en la que retrataba a una niña que quería montar en bicicleta, situación que le estaba completamente prohibida, pero ella no cejaba en su empeño por ser ella misma.

Al-Mansour nos sitúa en aquel Londres sucio, grotesco, barrizal y vivo del primer tercio del siglo XIX, en la que la joven Mary vive junto a su padre y su madrastra y hermanos, y la situación no es nada amable, la joven Mary se verá sometida a las intransigencias de la esposa de su padre, y le provocará sentirse más aislada y solitaria, situación que la llevará a la lectura y al mundo de los libros. La aparición de Percy Bysshe Shelley, poeta y atractivo, en su vida, le da amor, matrimonio, hijos, y aliento de libertad, pero que poco a poco, la volverá a arrinconar y la llevará a soportar las infidelidades de su marido, los traumas por las muertes de sus hijos y a encontrar la indiferencia propia de los hombres de aquel tiempo, más dados al libertinaje y la aventura. La directora saudí nos cuenta cinco años de la vida de Mary Shelley, y sobre todo, centrada en el proceso de creación de su novela más legendaria Frankenstein o el moderno Prometeo, que escribió con 18 años, y fue publicada en 1818 con el nombre de su esposo, una obra en la cual Mary aprovechó para escribir todos sus sentimientos, amarguras, soledades y contradicciones representados en una criatura solitaria e incomprendidad, que no entendendia un mundo que lo rechazaba.

La película está ambientada con gusto y sobriedad, centrándose en los mínimos detalles que remarcan la verosimilitud de sus objetos, muebles, vestuario y escenarios. Vamos observando las diferentes situaciones vitales y emocionales, que irán provocando en el alma de Mary la escritura de la novela, las diferentes tragedias personales que deberá hacer frente en una existencia, en muchos momentos amarga y solitaria, encontrándose desubicada y perdida, intentando hacerse un hueco y un nombre como escritora en una sociedad muy machista que apartaba a las mujeres al matrimonio y la maternidad. Al-Mansour filma su película de forma pausada y sobria, sin estridencias ni subrayados sentimentales, sino centrándose en el alma de sus personajes, sus inquietudes e inseguridades, capturando la complejidad de las situaciones y esas relaciones vaivén que pululan por todo su metraje.

Sus 120 minutos se miran con expectación y carácter, la cámara se mueve con elegancia y aplomo, contándonos la trama con naturalidad y delicadeza, sumergiéndose en ese universo del siglo XIX, muchas veces sombrío y lúgubre para las mujeres. Una película de corte social, en el que seguimos la existencia de una mujer, que al igual que su madre, fue una adelantada a su tiempo, una mujer frágil en lo emocional, pero fuerte en su voluntad de hacer aquello en lo que creía y con la firmeza de derribar muros, aunque para ello tuviese que enfrentarse a todos y todo. La película se centra en el episodio en casa de Lord Byron, en Ginebra, cuando una noche de tormenta, el insigne poeta desafió a los presentes en escribir un cuento de terror, aquella noche de la imaginación y talento de Mary Shelley nació Frankenstein (Episodio magníficamente retratado por Gonzalo Suárez en su película Remando al viento).

La maravillosa y delicada interpretación de Elle Fanning, aportando las dosis necesarias de calidez y carácter que requiere un personaje atrapado en un mundo de hombres, un personaje que plantó cara a todos para llevar a cabo su sueño, bien secundada por Douglas Booth como Percy, su marido, atractivo y elegante, pero engreído y liberal, Bel Powley como Claire, la hermanastra de Mary, que entenderá que el amor es una cosa, y los intereses particulares otra bien distinta, y finalmente, Tom Sturridge como Lord Byron, el malcarado, vanidoso e impertinente talentoso poeta, que vive en la opulencia, mujeriego declarado e irritante cuando lo pretende. Al-Mansour ha realizado una película fantástica, sombría en su aspecto, pero irradiante en su contenido, que nos lleva a un viaje introspectivo por el alma de Mary Shelley, una mujer inquieta, inteligente, decidida, y sobre todo, alguien que abrió muchas puertas a las mujeres que vinieron más tarde, otras que siguen abriendo puertas para que la igualdad y equidad sea una realidad, no un gesto de buena voluntad.

 

Entrevista a Julia Solomonoff

Entrevista a Julia Solomonoff, directora de la película «Nadie nos mira», en el marco del D’A Film Festival. El encuentro tuvo lugar el miércoles 2 de mayo de 2018 en el hall del Holtel Pulitzer en Barcelona.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Julia Solomonoff, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, y a Eva Herrero de Madavenue, por su amabilidad, generosidad, tiempo y cariño.

Nadie nos mira, de Julia Solomonoff

EXTRAÑO DE SÍ MISMO.

En una de las primeras secuencias de la película, vemos a su protagonista, Nico, 30 años, argentino y actor, cuidando de un bebé, junto a otras mujeres de origen latino que hacen lo propio, en un parque céntrico de Nueva York. De repente, ocurre algo, y una estadounidense avisa a la policía, y como si fuese un efecto rebote, casi todas las mujeres con sus respectivos bebés, huyen a escape del lugar. Un instante que marcará todo el estado de ánimo de la película, un lugar de oportunidades, sí, pero también, un lugar oscuro, donde si no eres legal, te conviertes en un perseguido, en un clandestino, en alguien en perpetua huida, situación, que vivirá constantemente el protagonista de la cinta. El tercer trabajo como directora de Julia Solomonoff (Rosario, Argentina, 1968) nos habla de soledad, desarraigo, huida y pérdida, temas que ya estaban en sus dos primeras películas, en Hermanas (2005) exploraba los años de la dictadura argentina a través del (des) encuentro de dos hermanas después de años de desaparición, y en El último verano de la Boyita (2009) se centraba en una niña en ese tránsito de la infancia a la adultez, a través del descubrimiento de la vida en un ambiente rural, ambas películas ambientadas en los ochenta.

En Nadie nos mira, la trama que pivota en el aquí y ahora, gira en torno a Nico, un tipo que se gana la vida cuidando un bebé de una paisana, y como camarero, instalado en Nueva York, huyendo de la fama de actor de telenovelas en Argentina, y también, dejando una relación tóxica. Su vida en la Gran Manzana no es la esperada, se mueve como si estuviese en un laberinto, de aquí para allá, con esa incertidumbre del que todo es temporal, de su sitio no está en ese lugar, porque simplemente está de paso no sabe hacia adonde. Nico sueña con encontrar la oportunidad de demostrar su valía como actor, en un país difícil y complejo, donde las oportunidades escasean y además, deberá enfrentarse a la durísima competitividad, y a los prejuicios propios del estadounidense medio. Un argentino rubio y de piel clara, no es el prototipo de latino que las barras y estrellas consideran como tal.

Solomonoff no juzga a su personaje, no emite ninguna posición ni emocional ni ideológica, lo filma desde todos los puntos posibles, y lo relaciona con personas de diferentes clases sociales, desde la argentina que se ha casado con el yanqui y se ha convertido en uno de ellos, de aquellos estadounidenses más liberales, pero que en el fondo sus ansías de posición económica los lleva a sentirse de una manera, pero actuar de otra, muy convencional, o el actor argentino, amigo de Nico, que viene de visita y se queda maravillado por el lugar, desde la perspectiva del turista, que no conoce los verdaderos cimientos en los que se sustentan toda esa maquinaria de luces y neones, o la propia perplejidad y contradicciones de Nico, que no sabe muy bien que hace en una ciudad que da poco y exige tanto, en un estado de extrañeza constante y pérdida de sí mismo, de desconocerse cada día un poco más, y de náufrago a la deriva en esa inmensa isla, donde tampoco las relaciones íntimas le ofrecen estabilidad emocional, porque todavía arrastra ese pasado que le agobia y le ha llevado a esta huida sin fin y traumática.

La fantástica y contenida interpretación de Guillermo Pfening dando vida a Nico, consigue traspasar su mirada y descubrir su interior, todo aquello que hierve en esa alma rota e inquieta, en ese cuerpo que se mueve de un lugar a otro, ya sea en bici o en metro, ya sea con un bebé que no es suyo, pero que lo quiere como tal, o a la espera de que ocurra algo, aunque a veces haya perdido toda fe en eso, o lo que es más grave, haya perdido la fe en sí mismo, porque no desconoce qué hacer, y sobre todo, hacia adónde ir. Y no sólo la composición de Pfening, sino cada uno de los intérpretes que aparece en la película transmite verdad y naturalidad, componiendo un caleidoscopio interesante y diferente de una ciudad cosmopolita, interesante, atractiva, pero también salvaje, despiadada y que en ocasiones, puede resultar muy hostil y oscura para los recién llegados o aquellos a los que les cuesta adaptarse a sus costumbres y reglas, y a su ritmo endiablado.

 Solomonoff es una gran todoterreno en esto del cine, ya que ha sido asistente de gente como Puenzo o Salles, ha producido a Celina Murga o Julia Murat, entre otros/as, y lleva años dando clases en EE.UU., y en Nadie nos mira, parece explicarnos su experiencia como extranjera en ese país de acogida, sus sentimientos y percepciones como diferente, como latina, aunque sea como su protagonista, rubia y de piel clara, rompiendo los estereotipos de ese ciudadano medio yanqui, en un relato que nos muestra como un diario del inmigrante que llega a esa ciudad querida y soñada, peor que se dará de bruces con la realidad del lugar, y sobre todo su propia realidad, porque como bien reflexionaba Muñoz Molina: “Uno cuando viaja, no deja sus problemas en casa, sino que los lleva consigo mismo”, y el bueno de Nico, tiene todavía muchas cuentas pendientes no con Argentina o Nueva York, sino consigo mismo, con sus emociones y sentimientos, con el hombre al que amó o todavía ama, y su destino como actor, y en un espacio ajeno y extraño, en una huida constante, no de nada ni nadie, sino de sí mismo.


<p><a href=»https://vimeo.com/265529148″>Trailer Nadie nos mira</a> from <a href=»https://vimeo.com/user66996990″>Versus Entertainment</a> on <a href=»https://vimeo.com»>Vimeo</a>.</p>

Viaje, de Paz Fábrega

CRA7StQVEAAcARbVIVIENDO EL MOMENTO.

“Todo es del viento y el viento es aire siempre de viaje”

Octavio Paz

Luciana y Pedro son dos jóvenes que se conocen una noche en una fiesta, después de intercambiar torpes palabras, se besan y deciden irse juntos. Esa noche no ocurre nada, pero tras deambular por ahí, Pedro tiene que marcharse al Rincón de la Vieja, un volcán en una ciudad próxima, donde tiene que hacer su tesis. El miedo de no verse más, ya que Luciana también marcha fuera, empuja a la joven a acompañarle. La nueva película de Paz Fábrega (1979, Costa Rica) nos zambulle de lleno en un relato construido a través del momento, de vivir el instante y dejarse llevar por lo que se está viviendo, sin más, sin pensar en el mañana, y en las consecuencias que traerá. La joven cineasta se plantea en sus trabajos una mirada crítica y constructiva sobre la realidad de la juventud, una edad de instantes y momentos líquidos, como definiría Bauman, un tiempo de sensaciones, de relaciones esporádicas, de disfrutar de todo lo que la vida ofrece, sin mirar más allá, en las que la mirada de Fábrega se interesa por la soledad que conlleva y ese deambular sin rumbo a la espera de una vida diferente a la convencional, pero que no termina por llegar.

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Nos subimos a este viaje acotado que se desarrolla en apenas tres jornadas, un fin de semana, a bordo de dos jóvenes que se acaban de conocer, que apenas recuerdan sus nombres, que no saben nada el uno del otro, pero que se dejan llevar por la aventura, guiados por el viento de cara, por la atracción del instante, por ese espíritu de libertad del momento, nada más. La cámara inquieta de Fábrega captura todos esos instantes, las bellísimas imágenes del volcán y sus alrededores, consumiéndonos con ellos, filmando los cuerpos de sus criaturas con una cercanía absorbente, mezclándose con el paisaje que los rodea. Los vemos jugando entre sábanas embriagados, recorriendo las vías de un tren o siguiendo los caminos salvajes de la jungla, bañándose desnudos en unas aguas, haciendo el amor en mitad de la nada, encaramados a un árbol, suspendidos, deteniendo el instante, en un intento inútil de parar el tiempo, pero dejándose llevar por sus sentidos y lo que están sintiendo en ese momento, disfrutando de la persona que tienen al lado, de ese amor incipiente, de esa pasión devoradora, sin más tiempo y lugar, y circunstancias personales, sólo eso, como si toda su vida fuese ese instante preciso. El estupendo e interesante giro del relato añade complejidad y una mirada profunda y analítica a toda la experiencia que estamos observando.

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Fábrega ha construido una película filmada en blanco y negro, que ayuda a describir y atrapar a sus personajes de forma abstracta, como si estuviésemos dentro de un sueño, de algo irreal, de una situación que se vive en otro mundo, muy física, minimalista (sólo dos personajes, el único personaje que interactúa con ellos está filmado en fuera de campo) y corporal, en la que asistimos a una aventura terrenal y soñada de dos almas libres, que rechazan las ataduras y las convenciones del tiempo moderno, que se mofan de las vidas tan encajonadas de sus conocidos, que se dejan arrastrar por lo que sienten. Una obra de guerrilla y a contracorriente, cine hecho desde la artesanía y el amor por el trabajo humilde y sencillo, que ha pateado innumerables certámenes en busca de financiación, cine cuidado al detalle, con el trabajo de Kattia González (también coproductora de la cinta) y Fernando Bolaños, una pareja protagonista viva, espontánea, que interpretan a sus personajes de manera cercana, transparente y honesta, captando esos momentos ínfimos que enriquecen las situaciones que estamos viviendo. Fábrega también en labores de guionista, codirectora de fotografía y de montaje, ha levantado una película pequeña, que nos llega de Costa Rica, una cinematografía desconocida por estos lares, pero que es capaz de producir obras de esta grandeza, en la que nos sumerge en esa vida propia de la juventud, en el que todo vale, y disfrutar del placer de cada momento, sin importar las consecuencias, es lo único que cuenta, dejarse llevar por la vida y el placer de experimentar esa libertad.


<p><a href=»https://vimeo.com/140967121″>Tr&aacute;iler VIAJE de Paz F&aacute;brega</a> from <a href=»https://vimeo.com/user22786367″>Mosaico Filmes Distribuciones</a> on <a href=»https://vimeo.com»>Vimeo</a>.</p>