Olivia y el terremoto invisible, de Irene Iborra Rizo

LA REBELIÓN DE LOS NIÑOS.  

“Mal que les pese a quienes dicen que el socialismo es una idea foránea, nuestra raíz más honda viene de la comunidad, la propiedad comunitaria, el trabajo comunitario, la vida compartida y tiene la solidaridad por centro”. 

Eduardo Galeano 

En el panorama cinematográfico actual cuesta encontrar una película que sea diferente, no en el sentido de ir a la contra, sino de apostar por una idea que tenga carácter, potencia y sensibilidad, y sobre todo, que no se aparte demasiado de los problemas reales de tantas familias y tantos niños. Olivia y el terremoto invisible, de Irene Iborra Rizo (Alicante, 1976), es de esas películas a contracorriente por muchas razones: está hecha en stop motion, la protagonizan muppets que son unos niños rebeldes ante la injusticia de no tener casa, y sobre todo, es una película social, del aquí y ahora, centrada en el drama de tantas personas que no pueden pagar los precios abusivos de su vivienda y se ven abocados a vivir de okupas con muy pocos recursos. Tres elementos en los que sustenta una cinta que, además, desprende humanidad y cine de verdad, bien hecho y nada complaciente. 

La directora lleva dos décadas dedicadas a la técnica de stop motion y en su ópera prima se revela como una cineasta de gran fuerza y muy sensible a la hora de abordar una historia que no cae en el desánimo ni en la desesperación, sino todo lo contrario, en acercarse a sus jóvenes personajes, a esa idea de comunidad, de familia entre seres de muchas partes del mundo que comparten una vida dura, llena de problemas y de desheredados. Basada en la novela infantil “La película de la vida”, de Maite Carranza, que coescribe junto a la directora y Julia Prats, conocemos a Olivia, una niña que se ve abocada a la expulsión de su casa junto a su hermano pequeño Tim y su madre Ingrid, una actriz en horas muy bajas. La película se posa en la mirada de Olivia que, ante tremendo conflicto, se inventa una idea para que el drama no sea tan heavy para su hermano, y además, ante los momentos más oscuros, el mundo se le parte en dos y la absorbe hacía unas profundidades que dan mucho pavor. La historia combina lo humano, con lo trágico y lo fantástico, con una intimidad que traspasa la pantalla en la que la “familia” de la hablamos un poco más arriba, se juntan en uno y luchan en compañía, un elemento que hace la película muy revolucionaria y ese cariz de diferente, porque ante los abrumadores problemas que tiene frente a sí, optan por ayudarse a pesar de sus diferencias culturales, políticas y demás.

Este film tiene una gran factura técnica y visual que ha significado un enorme esfuerzo que ha aglutinado compañías de cinco países diferentes: España, Francia, Bélgica, Suiza y Chile, y algunos de los mejores técnicos internacionales de la stop motion como los animadores Tim Allen y César Díaz, que han trabajado en grandes producciones como Frankenweenie (2012), de Tim burton, Isle of Dogs (2018), de Wes Anderson y Pinocho (2022), de Guillermo del Toro, entre otras. El diseñador de personajes Morgan Navarro que ha hecho La vida de Calabacín y Sauvages, ambas de Claude Barras, el artista fx Xavi Bastida de El laberinto del fauno y La sociedad de la nieve, los muppetmakers Sonia Iglesias, Víctor Villalba y Eduard Puertas, la cinematografía de Isabel de la Torre, que estuvo como operadora de cámara en la citada Sauvages, la música del dúo Charles de Ville, también en Sauvages, y Laetitia Pansanel-Garric, que conocemos por sus trabajos en L’home dels nassos y otra joya animada como ¡Hola, Frida!. El montaje de Julie Brenta, habitual editora de los grandes cineastas Ursula Meier y Guillaume Senez que, con esos inolvidables 70 minutos de metraje se condensa toda una experiencia vital extraordinaria, donde no se dulcifica la precariedad ni los buenos sentimientos, sino que hay dificultad y complejidad, y una idea de vencer las dificultades ayudándose y acompañándose como forma de resistencia ante la barbarie del capitalismo.

Deseo que Olivia y el terremoto invisible tenga su espacio en la abarrotada cartelera de títulos y el público se acerque a ella sin prejuicios ni dudas porque va a alucinar con sus personajes: amén de Olivia y su familia, encontrará a Lamin, un amigo de Olivia y su mamá Mamafatou que ayudarán a los desdichados protagonistas, a pesar que ellos se encuentran en su misma situación, cosas de la empatía y el buen corazón, Jon, de la plataforma de afectados de la hipoteca, Encarna, una yaya a lo “Pasionaria”, tan delicada como guerrera y por último, Remedios, la asistencia social que es algo así como la que hay que convencer para que no separen a Olivia y a su hermano. Deseamos que Irene Iborra Rizo siga inventando historias con stop motion, porque su primera apuesta me ha entusiasmado y sí, es una de las grandes películas que se han hecho sobre el impacto de un desahucio desde la mirada de una niña, y no lo hace desde la condescendencia ni el buenismo, sino desde una verdad que duele, que congela el alma y que nos da una idea de la falta de humanidad de este planeta. Eso sí, la trama no se regodea en la porno miseria, y si que aporta soluciones ante la barbarie, la ficción como arma para luchar contra una realidad tan injusta y desigual, y la mirada y el amor del otro como sustento frente a la codicia de los abusadores, evidenciando que que la única salida de los “olvidados” es la mencionada, la de juntarse, crear comunidad, crear familia y sobre todo, mantener el humanismo que no podemos perder a pesar de las injusticias. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA 

Ciudad sin sueño, de Guillermo Galoe

EL CHAVAL DE LA CAÑADA. 

“No duerme nadie por el cielo. Nadie, nadie. No duerme nadie. Las criaturas de la luna huelen y rondan sus cabañas. Vendrán las iguanas vivas a morder a los hombres que no sueñan y el que huye con el corazón roto encontrará por las esquinas al increíble cocodrilo quieto bajo la tierna protesta de los astros (…). 

“Ciudad sin sueño”, de Federico García Lorca

La primera imagen de Ciudad sin sueño, segunda película de Guillermo Galoe, coescrita junto a Víctor Alonso-Berbel, que dirigió el excelente documental Clase valiente: el poder de las palabras de 2016, arranca de modo vertiginoso: dos galgos corren a la caza de un conejo por una de las explanadas de la Cañada Real (el asentamiento ilegal más grande de toda Europa). A los veloces animales les siguen dos coches y sus ocupantes jalean a grito pelao. Entre ellos, la cámara se posa en el rostro de Toni, un chaval gitano de 15 años que viaja junto a su abuelo chatarrero. El sentimiento de libertad y la vida en volandas se mezcla con esa precariedad en la que viven, en un espacio sin luz, que empieza a desvanecerse en un tiempo a oscuras, lleno de sombras y de incierto futuro lejos del lugar. 

El director madrileño que dirigió Fragil equilibrio (2016), interesante documento donde daba buena cuenta de las contradicciones y vulnerabilidad de este mundo, ya sitúo su cortometraje Aunque es de noche (2023), en la mirada de Toni, con 13 años, y los suyos, en esa deriva de los últimos días en la Cañada ya que el ayuntamiento ha decidido derrumbar y cambiar su fisionomía humana (también es uno de los epicentros de droga). La historia retrata en modo ficcional, con el mejor aroma pasoliniano, al igual que sucedió en Entre dos aguas (2018), de Isaki Lacuesta, donde la realidad más inmediata se cuenta como ficción donde las personas se convierten en intérpretes. Hay muchas texturas en la película, quizás la más llamativa es su inmediatez, donde se instala la fisicidad como forma de trama, con el citado Toni, junto a su inseparable amigo Bilal, que van de aquí para allá, recorriendo los espacios de la Cañada, tan alejado de todo y todos, de ese mundo capitalista que compra todo al igual que lo tira a la basura y no valora nada. Galoe no juzga a sus personajes ni el lugar, los retrata con crudeza, con cercanía, casi pegada a ellos y ellas, con toda su complejidad, su alegría y tristeza. Sí que tiene la historia la idea de tiempo que desaparece, de un espacio que hay que dejar, del que estamos asistiendo a sus últimos tiempos. El western es el género que podría asemejarse más, aunque tamizado por lo social, y las ansías de vivir, experimentar y sentir de su protagonista. 

Galoe se ha rodeado de un gran equipo técnico como el cinematógrafo Rui Poças, toda una institución en la cine portugués, ya que ha trabajado en muchas películas de Miguel Gomes y Joâo Pedro Rodrigues, amén de Lucrecia Martel, Ira Sachs, Gastón Solnicki y en O Corno, de Jaione Camborda, entre otras. Una luz que juega en dos fronteras: la nocturna, donde las sombras, los intermedios y las oscuridades de neones, y esa otra, diurna, más seca, cruda y de tono grueso, fusionada con esos efectos coloridos que genera el dispositivo móvil. Una mezcla alucinada que describe con acierto los contrastes y peculiaridades del enigmático y extraño lugar. El gran trabajo de sonido directo Barto Alcaine, con más de 180 trabajos, que ya estuvo en el mencionado Frágil equilibrio, y las mezclas de Antonie Bertucci y Vincent Arnadi, contribuyen a lograr esa profunda e inquietante atmósfera de sonidos, diálogos y músicas que suena sin cesar. El extraordinario montaje de Victoria Lammers, cómplice del director que, en sus asombros 97 minutos, captura todo la realidad vital, emocional y espiritual de los personajes, con esa fusión entre lo físico y lo más quieto, en el mundo frágil y vulnerable por el que se mueven sus habitantes formado por familias gitanas y árabes. 

En una película como esta, que nace desde la observación y la idea que para filmar ese lugar y a sus gentes hay que apartarse del documental al uso y transformarlo en una trama de ficción que habla de su realidad y su posible salida del lugar, en una idea de ir y venir sin descanso en esa agitación constante que conforma el lugar y sus habitantes. El gran trabajo de casting de Elena Saura, que ya hizo lo propio en películas tan interesantes como El agua, Los destellos y Sirat, sacando el máximo rendimiento de actores naturales convertidos en intérpretes que transmiten naturalidad y transparencia, con esas miradas y gestos que traspasan la pantalla. Tenemos al fascinante Toni Fernández Gabarre, su fiel amigo, Bilal Sedraoui, a punto de dejar la Cañada por las playas de Marsella, Jesús Chule Fernández Silva, Felisa Romero, Pura Salazar, Francisca Jiménez, y la Libe, la niña de la mandamás del asentamiento, que tiene loquillo al Toni. El personaje de Toni, que nos recuerdan al Pio y Cosimo, los chavales gitanos que protagonizan A ciambra (2017), de Jonas Carpignano que, al igual que la película que nos ocupa, también usaba la ficción para describir una realidad humana y de verdad, muy compleja, vulnerable y agitada. 

La segunda obra de Guillermo Galoe, Ciudad sin sueño, título prestado del poema de Federico García Lorca, del que la inolvidable fusión del gran Enrique Morente & Lagartija Nick puso música y quejíos en esa pieza de orfebrería que fue el disco “Omega”. No es una película que se dignifique retratando un lugar como la Cañada Real, tan denostada como usada por su ilegalidad y el trapicheo existente, sino que su forma de acercarse a esa realidad cruda es un buen ejemplo de mirar al otro y sus cosas, sin pretender endulzarlos ni mucho menos señalarlos, sino mirarlos de verdad, con toda su profundidad e intimidad, con toda su alegría y tristeza, con todo lo que son y lo que no, escuchando sus conversaciones, sus sueños frustrados e insatisfechos, su idea de pertenencia y de desarraigo, sus ideas de clan familiar y enemigos y demás. La cámara desaparece convirtiéndose en un alma más del espacio, un lugar cambiante, errante y en continuo proceso de vacío. Vean la película porque seguro que será una cinta a la que hay que volver siempre, como ocurre con la mencionada Entre dos aguas, como ocurre con Por donde pasa el silencio (2024), de Sandra Romero, en que la ficción se convierte en el mejor aliado para mostrar una realidad muy enrevesada y complicada que está muy cerca y pocas veces no detenemos a observar. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Urchin, de Harris Dickinson

MIKE DEAMBULA POR LAS CALLES. 

“La adicción no es sobre la sustancia, es sobre la evasión. Es lo que usamos para no enfrentarnos a nuestra realidad”. 

Anne Wilson Schaef

La primera imagen de Urchin, que podríamos traducir como “Pilluelo”, de Harris Dickinson (London, Reino Unido, 1996), es muy demoledora, porque vemos a su protagonista Mike, durmiendo a la intemperie, en lo alto de un edificio. Se despierta y a duras penas se incorpora, y pasamos a la calle, donde el joven de unos treinta años, deambula por la calle de aquí para allá, escarbando en la basura, pidiendo dinero y esperando algo que lo enganche a la vida o simplemente, sobrevivir un día más. Mike es un joven más sometido a las adicciones, en presente continuo, porque no conocemos nada sobre su pasado, y mucho menos lo que deparará el incierto futuro. Su vida es un no presente, una no vida, en la que no parece haber espacio para algo de esperanza, quizás, la vida, aunque no lo parezca, le tiene reservada algún camino diferente a Mike. No estamos ante una película discursiva y que aporte soluciones, sino que profundiza en la realidad de Mike, un joven “colgao” como tantos ahí por las ciudades. 

A Dickinson lo conocíamos por su gran faceta como intérprete en películas reconocidas como Matthias & Maxime, de Xavier Dolan, El triángulo de la tristeza, de Ruben Östlund, Blitz, de Steve McQueen y Babygirl, de Halina Reijn, entre otras. Con Urchin entra en la dirección de largometrajes y lo hace por la puerta grande despachándose con una magnífica película de corte social, y sobre todo, humanista, que mira a los problemas reales de su ciudad, o al menos, algunos bien visibles. Su ópera prima tiene la atmósfera y las huellas de grandes cineastas británicos como Ken Loach y Mike Leigh, que tanto se han fijado en las “Working Class”, y en todos los más desfavorecidos y marginales de una sociedad demasiado consumista, individualista y deshumanizada que valora lo material y ya no sabe que significa lo humano y mucho menos, vivir. El cineasta londinense no lanza ninguna proclama ni hace ese cine tan manido y condescendiente que tanto abunda en las producciones comerciales. Aquí no hay nada de eso, hay verdad, un elemento que mucho cine ha olvidado, una verdad que no pretende registrar “la verdad”, sino capturar una verdad, la de Mike, y no hacer un retrato sobre el positivismo y demás estupideces, sino contar un camino lleno de obstáculos y mierdas, porque la vida tiene muchas de esas cosas y es estúpido dejarlas fuera. 

En la cinematografía encontramos el magnífico trabajo de la reconocida canadiense Joseé Deshaies, que tiene un carrerón al lado de grandes cineastas como Bertrand Bonello, con el que ha hecho 7 películas, amén de Nicolas Klotz, Denis Coté, Lodge Kerrigan e Ira Sachs. Su luz es apagada como el cielo plomizo de la capital británica, pero sin caer en lo sombrío y oscuro, porque la película nos tiene guardados algunos destellos de esperanza. La luz es dura pero no desesperanzadora. La música de Alan Myson, del que conocemos su trabajo en White Island, de Ben Turner, no es un mero acompañamiento, sino una composición que eleva cada plano, cada encuadre y cada gesto, en una película donde la cámara está pegada y muy cerca del protagonista, en esa fina línea entre lo invasivo y lo íntimo. El montaje corre a cargo del mexicano Rafael Torres Calderón, que ha trabajado en películas como Silver Star y Rodeo, y con cineastas de la talla de Yann González, entre otros. Su corte es preciso y tajante, sin andarse con florituras y captando toda esa verdad que comentaba más arriba, en una película con mucho movimiento y agitada en sus constantes 99 minutos de metraje.

Una película de estas características debía tener unos intérpretes de verdad, que transmitieran todo ese remolino de emociones que tienen sus personajes, y el director, muy conocedor de ese apartado, lo ha conseguido con Frank Dillane como Mike. Un actor que hemos visto en trabajos con Winterbottom y Ron Howard, y en series inglesas como La serpiente de Essex, Renegade Nell y Joan, entre otras. Su Mike es un tipo enganchado, que va de aquí para allá, que intenta tomar otros caminos para salir de su dura y oscura realidad, que lo vemos luchando contra todos y sobre todo, contra él, en una composición real, en la que se deja todo, consiguiendo esa verdad que tanto se busca en la película. Le acompaña Megan Northam como Chanelle, que hemos visto en películas como Los pasajeros de la noche y Las hijas del califato. Su Chanelle es una compañera de trabajo que entablará una amistad con Mike, con mucha cercanía y lejanía. Otros estupendos intérpretes  ayudan a dar esa profundidad tan necesaria en una película como esta. Nos ha convencido mucho la primera película de Harris Dickinson, por su arrojo, su energía y su fuerza y por su forma de mirar su alrededor y sobre todo, centrarse en la marginalidad, en la existencia de tantos jóvenes enganchados que les cuesta un mundo tener una vida diferente, o al menos, no una forma de supervivencia que pende de un hilo. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

La deuda, de Daniel Guzmán

LOS LAZOS QUE NOS UNEN.  

“Muchas personas pasan por nuestra vida pero sólo muy pocas llegan a ocupar un gran lugar en nuestro corazón”. 

Adam Smith

Después de tres largometrajes podemos ver patrones comunes que se entrelazan con sabiduría en el cine de Daniel Guzmán (Madrid, 1973). El más significativo, que aplaudo con gran interés, es su acercamiento a lo social, un tema que cuesta mucho en el cine español. El director madrileño muestra la invisibilidad, es decir, se centra en personajes vulnerables e indefensos ante un sistema atroz y salvaje que lo acapara todo sin importar las necesidades de las personas. Otro elemento, es su atención a los afectos y los lazos que se entretejen entre las personas, y sobre todo, las de distintas edades, con una mirada cercana a la vejez y sus problemas. Otro elemento muy destacable es las oportunidades que brinda a intérpretes naturales que fusiona con acierto con otros profesionales y consagrados. Finalmente, lo social no queda en la condescendencia ni en ese cine panfletaria y reivindicativo sin más, porque en sus películas cuenta conflictos reales y muy palpables, de los que aparecen en los informativos diariamente, y lo hace desde la cercanía y lo humano, y las relaciones afectivas que se forman. 

Su tercera película, La deuda, está más cerca de su ópera prima A cambio de nada (2015), que de su segunda obra que fue Canallas (2022), también anclada en lo social, pero añadiendo la comedia costumbrista y negra, y dosis de thriller que bebía mucho del cine berlanguiano y el italiano de los sesenta. En La deuda tenemos a Lucas, que interpreta el propio Guzmán, que vive y sufre junto a Antonia, una anciana de 90 años, a la que cuida y ayuda. La cosa se pone fea porque un pequeño robo que se complica lleva a Lucas a la cárcel, y además, un fondo buitre quiere comprar la casa de Antonia y se necesita una gran cantidad de dinero para saldar la deuda. Con esas, Lucas se irá sumergiendo en una espiral donde aparecen gangsteres, policías, y un par de mujeres que irán complicando la situación y mucho. Como toda buena película social, el policíaco entra en escena, y le da ese toque de negrura que tan bien le van a esas tramas donde la desesperación, los callejones sin salida y la fusión de personajes de diversidad índole acaban siendo protagonistas de relatos cruzados en los que la vida los va sumiendo en sus diferentes intereses personales, económicos y demás. Guzmán nos habla de personas necesitadas de cariño, de atención y de un poco de suerte. 

El director madrileño ha vuelto a contar con algunos de los técnicos que ayudaron a que A cambio de nada viera la luz como el editor Nacho Ruiz Capillas, con más de 130 títulos en su filmografía, dotando de aplomo y energía una trama que combina con inteligencia elementos y tramas dispares que acaban casando con naturalidad en sus 110 minutos de metraje, en un montaje en el que también está Pablo Marchetto Marinoni, habitual del director Norberto López Amado. Su otro cómplice es el sonidista Sergio Burmann, otro grande con más de la centena de films, que consigue que el sonido brille y nos sumerja en la historia. La música de Richard Skelton, debutante con Guzmán, ayuda a cruzar una trama que respira profundamente y que necesita ese equilibrio entre acción y emoción, tan presente en el cine del director. La cinematografía la firma Ibon Antuñano Totorika, que ya estuvo en la mencionada Canallas, con una nueva luz, diferente y más oscura que la citada, donde las diferentes y abundantes localizaciones tienen ese tono apagado y complejo donde cada espacio tiene mucho que ver con el estado de ánimo de los diferentes personajes en liza.

Una de las fortalezas del cine de Guzmán son sus bien escogidos repartos, no obstante, la carrera como actor del director certifica su tino con la parte interpretativa que brilla por su naturalidad e intimidad. Si en A cambio de nada nos descubrió el talento arrollador de Miguel Herrán, Antonia Guzmán, su propia abuela, y María Miguel, entre otros, en La deuda, descubrimos la actriz natural Rosario García siendo una Antonia adorable y con mucho sentido del humor negro muy a lo Berlanga. También encontramos a Susana Abaitua como una enfermera muy particular, Itziar Ituño en uno de esos papeles duros e intensos que ayudan a lucirse a cualquier intérprete, Luis Tosar, que ha salido en las tres del cineasta, tiene una breve presencia, al igual que otros como Mona Martínez, Francesc Garrido y Fernando Valdivielso, entre otros. Mención aparte tiene el propio director que se reserva el protagonismo en la piel de Lucas, un superviviente, un tipo con mala suerte, alguien que es buena persona y también, alguien desesperado. No dejen de ver una película como La deuda, de Daniel Guzmán, eso sí, si les interesan las historias de verdad, aquellas que podrían ser nuestras vidas o de esas personas que nos cruzamos diariamente mientras vamos a nuestros quehaceres. Es una película con alma, honesta y sólida que habla de ese cine que tan bien hacen en Inglaterra los Leigh, Loach, Frears y demás, donde lo importante no es contar un relato, sino el relato que habla de lo que somos, de cómo vivimos y cómo hacemos cuando nos aprietan. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Hugo Silva

Entrevista a Hugo Silva, actor de la película «La buena suerte», de Gracia Querejeta, en el marco del BCN Film Festival, en el Hotel Casa Fuster en Barcelona, el lunes 28 de abril de 2025.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Hugo Silva, por su tiempo, sabiduría, generosidad, y a Katia Casariego de Revolutionary Comunicación, por su generosidad, cariño, tiempo y amabilidad.  JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a María Barea

Entrevista a María Barea, directora de la película «Antuca», en el marco de la Mostra Internacional de Films de Dones de Barcelona, en el Parc de la Ciutadella en Barcelona, el martes 21 de mayo de 2024.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a María Barea, por su tiempo, sabiduría, generosidad, a Óscar Fernández Orengo, por retratarnos de forma tan excelente, y a Anne Pasek y Teresa Pascual de Good Movies, por su generosidad, cariño, tiempo y amabilidad.  JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Belén Funes

Entrevista a Belén Funes, directora de la película «Los tortuga», en el marco del BCN Film Festival, en el Hotel Casa Fuster en Barcelona, el miércoles 30 de abril de 2025.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Belén Funes, por su tiempo, sabiduría, generosidad, y a Eva Calleja de Prismaideas, por su generosidad, cariño, tiempo y amabilidad.  JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Asier Urbieta y Andoni de Carlos

Entrevista a Asier Urbieta y andoni de Carlos, director y guionista de la película «Faisaien Irla (La isla de los faisanes)», en el marco del D’A Film Festival en el Teatre CCCB en Barcelona, el lunes 31 de marzo de 2025.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Asier Urbieta y Andoni de Carlos, por su tiempo, sabiduría, generosidad, y a Asier Iturrate de Revolutionary Comunicación, por su generosidad, cariño, tiempo y amabilidad.  JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Faisaien Irla (La isla de los faisanes), de Asier Urbieta

LA FRONTERA QUE NOS SEPARA.  

“En la naturaleza no existen fronteras. No están más que en nuestra mente. Toda tierra es de todos, y toda cultura no es más que ideas que nos separan”. 

Anthony de Mello

El impresionante plano secuencia cenital que abre Faisaien Irla (La isla de los faisanes, en castellano), de Asier Urbieta (Errenteria, Guipúzcoa, 1979), que sigue el curso del río Bidasoa, en el que vemos los límites de la frontera hasta llegar a la citada Isla de los Faisanes, el condominio más pequeño del mundo que se reparten la soberanía España y Francia cada seis meses. Después de semejante obertura, la película se instala en la peculiar idiosincrasia del lugar y más concretamente, en la pareja que forman Leida y Sambou, de padres africanos, y el suceso que les situará en mitad de una frontera cuando ella salva a un inmigrante de las aguas del río, mientras él se queda paralizada mirando la escena. Ante ese hecho y las reacciones tan diferentes de cada uno, y aún más, cuando Leida decide emprender una investigación para conocer la suerte del otro. A medias del cine social, el thriller de investigación y sobre todo, la de una forma de transitar por los dos países de los autóctonos en total libertad, y la de los inmigrantes, siempre huidos y ocultados. 

La puesta de largo de Urbieta, después de los cortometrajes Pim, Pam, Pum (2008), y False Flag (2016), y la miniserie Alsasu (2020), es un cinta con hechuras y sólida, que retrata un lugar poco conocido y sobre todo, los sucesos que allí ocurren, y lo hace desde el prisma de un cine social de “verdad”, es decir, que no recurre a las estridencias argumentales ni a la algarabía formal, sino que construye con brillantez y sobriedad un relato humano, que toca temas morales y además, lo hace desde la honestidad y la seriedad, adoptando una mirada observadora donde encontramos complejidad y confusión por parte de los diferentes personajes que optan por vías antagónicas. Un guion que firman el propio director junto a Andoni de Carlos, que ya trabajó con Urbieta en anteriores trabajos, amén de Handia (2017), de los Moriarti, consigue esas dosis de cine policíaco desde la cotidianidad protagonizada por individuos que pasaban por allí y tienen la necesidad de saber más, de hacer algo ante tremebundo drama y no mirar a otro lado. En ese sentido, la película sabe explorar las diferentes visiones que residen en la zona, y no cae en la condescendencia ni en la típica historia facilona y bien intencionada, aquí hay miedo y humanidad en cada gesto y cada mirada. 

Un gran trabajo técnico ayuda a transmitir toda la absorbente atmósfera que respira la historia empezando por la extraordinaria cinematografía de Pau Castejón, del que hemos visto buenos trabajos como Todo parecía perfecto, de Alejo Levis, Hogar, de los hermanos Pastor, la serie Apagón, y la reciente Desmontando un elefante, de Aitor Echevarría, en un ejercicio que traspasa la pantalla transmitiéndonos toda la inquietud y temor que viven los inmigrantes y la desesperanza que hay entre los vascos. La música de Rüdiger y Elena Setién construyen esa desazón entre tanta zona oscura y sombría que recorre toda la película, así como el magnífico trabajo de montaje de Maialen Sarasua, una grande con películas con Samu Fuentes, Estibaliz Urresola, y con los mencionados Moriarti ha hecho sus últimos trabajos, la serie Cristóbal Balenciaga y la reciente Marco, con un gran dominio del tempo cinematográfico con sus 98 minutos de metraje en una narración in crescendo que nos va llevando con gran intensidad y terror, por ese paisaje físico y emocional que atraviesan los personajes, tan cercanos como llenos de miedo por lo que están experimentando. Destacar el trabajo como ayudante de dirección de Telmo Esnal, director de las comedias Aupa, Etxebeste! y su secuela, de la película colectiva Kalebegiak y la fantástica Dantza

En una película de estas características es capital la parte interpretativa donde brilla la pareja protagonista que forman Jone Laspiur de la que volvemos a ver un gran trabajo como ya hiciese en Akelarre, Ane, Negu hurbilak, en una composición que traspasa la pantalla dotando a su Leida de gran humanidad y complejidad y sus ganas de cambiar el mundo aunque sea más despacio de lo que imaginaba. Le acompaña Sambou Diaby, con poca experiencia que aquí hace un personaje brutal, que no actúa en el momento citado y debe hacer entender a su pareja su postura, en la que transmite toda esa confusión que tiene a partir de ese instante. Ibrahima Kone hace de Nassim, el africano huido que salva Leida de morir ahogado.  Tenemos a dos grandes como Itziar Ortuño, que hace un personaje de una asociación que ayuda a los inmigrantes, y Josean Bengoetxea, haciendo de padre de Leida, siempre tan bien los dos. Y otros intérpretes como Aia Kruse, Ximun Fuchs, Jon Olivares y Rodonny Perriere, entre otros, que consiguen dar profundidad a la historia mostrando todas las realidades, culturas y relaciones que se van estableciendo en la frontera humana y en las otras, más emociones y prejuiciosas. 

Celebramos que Arcadia Motion Pictures siga apostando por cineastas como Asier Urbieta y produzcan su ópera prima, porque estamos ante un narrador muy interesante que sabe manejar el paisaje fronterizo generando esas otras fronteras y límites que nos vamos construyendo los seres humanos, tejiendo esos espacios de seguridad y de peligro. Nos alegramos que se estrene una historia social, hablando de inmigración desde una mirada poco transitada por el cine como es la del río Bidasoa, y lo haga con el aroma de las películas de Fritz Lang, que también maneja las fronteras físicas y emocionales y la complejidad que se producían en esos lugares inventados y legalizados. El célebre personaje que hacía Orson Welles en la inolvidable Touch of Evil (1958), el tal Quinlan, un policía amargado y cansado que soltaba aquella sentencia tan real como triste: “Las fronteras son los lugares donde van a parar el estiércol de los países”. Una frase que podría casar muy bien con Faisaien Irla, porque aunque parezca que la frontera no existe para unos, para otros, los más necesitados y derrotados si que sigue y muy vigente, quizás no se puede hacer nada ante tanta injusticia, aunque quizás sí, aunque para ello tengamos que armarnos de valor y muchísima paciencia como le sucede a Leida. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA 

Muy lejos, de Gerard Oms

FRENTE AL ESPEJO. 

“La vida no se trata de encontrarse a uno mismo, sino de crearse a uno mismo”. 

George Bernard Shaw

Estamos a finales del 2008 cuando Sergio viaja a Utrecht (Holanda), junto a unos compañeros para ver el partido de su equipo el Español contra el equipo local correspondiente a la Uefa. Después del partido y con la excusa de haberse dejado el pasaporte, Sergio decide quedarse a partir de un gesto espontáneo, visceral y sin ser muy consciente de su decisión, aunque lo único que tiene claro es que no quiere volver a Barcelona. Desde ese momento, el joven barcelonés debe buscar un lugar donde dormir, un trabajo para subsistir y hacerse con una ciudad muy fría, lluviosa y donde todos son extraños. Así arranca Muy lejos, el interesante y en parte autobiográfico debut del catalán Gerard Oms, autor de dos cortometrajes como director, actor y formador de intérpretes en películas como La mitad de Ana, Upon Entry, Los renglones torcidos de Dios y Sis Dies corrents, y actores como Mario Casas que da vida a Sergio, su protagonista que, en plena crisis laboral, y sin pensarlo, decide empezar de cero en una ciudad tan alejada y tan fría de él, donde él no conoce nada ni a nadie.  

A partir de un guion del propio director, el relato se centra en la mirada de Sergio, con una cámara pegada a él, siendo una parte de su cuerpo más, donde iremos descubriendo su nueva realidad. Una película social y por ende, política, sin caer en la condescendencia ni en sentimentalismos de turno, aquí todo es real, o mejor dicho, tiene la verdad que no escamotea, sino la que te mira a los ojos, la que te enfrenta con los problemas de alguien en una ciudad que le es totalmente desconocida y hostil, siendo un extranjero más como el joven marroquí que se convierte en un compañero de fatigas, de ese otro mundo o mejor dicho, submundo, donde las sombras de los ilegales se pierden en callejones oscuros y vidas mal vividas en un gris sótano. Se agradece y mucho la mirada de Oms a lo social, un espacio poco transitado por el cine actual y mucho menos el que se hace por estos lares, y además, su forma de adentrarse en ese mundo, haciéndolo desde lo humano, lo más cercano y lo cotidiano, dotando a su película de transparencia, donde podemos sentirnos uno más rodeado de la urbe ajena y tan diferente, en que la los encuadres van mostrando fragmentado el entorno que enriquece la película y la visión al unísono con el protagonista. 

Como ya he comentado la magnífica cinematografía de Edu Canet, que ya trabajó con el director en el corto Has estado, hace tiempo (2022), y en el debut como director de Mario Casas en Mi soledad tiene alas (2023), con esos planos tan naturales y cercanos que van creando esa idea de verdad que tiene toda la película, siguiendo el mismo andar de Sergio, con el que vamos conociendo la ciudad y las personas que se va cruzando, siempre desde un modo de frente en la misma altura de cada plano. La música de Silvia Pérez Cruz, no sólo da ese calor tan necesario en una trama tan dura, sino que va abriendo esos pequeños resquicios que van en ritmo del viaje de descubrimiento que tiene el protagonista. El montaje lo firma la cinesa Neus Ballús, que ha trabajado con Oms, en un profundo y sensible ejercicio que ayuda a ver la realidad sin cortapisas de una inmigración que intenta mantenerse a flote en un país tan europeo y occidental como tremendamente hostil con el diferente, como dejan claro en una secuencia muy descriptiva, sin caer en el relamido retrato de buenos y malos, sino en una película que explica una realidad que podría ser cualquier país de la mal llamada Unión Europea, que alardea de valores humanos pero que explota sin ningún tipo de escrúpulos a los de afuera, aprovechándose de su situación. Cosas de la hipocresía que la película retrata con firmeza. 

En el campo interpretativo tenemos a un gran Mario Casas que desde su interpretación en la excelente Grupo 7 (2012), de Alberto Rodríguez, y a medida que ha ido cumpliendo años ha ido dejando aquel sanbenito de joven galán para convertirse en un actor magnífico como ha demostrado en películas como Ismael, de Marcelo Piñeiro, Toro, de Kike Maíllo, Bajo la piel de lobo, de Samu Fuentes, el practicante, de Carles Torres y No matarás, de David Victori, entre otras. Su Sergio es un personaje duro y vulnerable, perdido y corajudo, sensible y con coraza que irá quitándose a medida que vaya viviendo en su “exilio”. Le acompañan el siempre convincente David Verdaguer, en uno de esos personajes amargados de su estancia en la ciudad holandesa, enfadado con todos y sobre todo, con él mismo, que es una especie de antítesis del personaje de Casas. llyass El Ouahdani interpreta al compañero de “curro” del protagonista, transmitiendo naturalidad y esa vida oculta por su condición de ilegal, como ya hizo en la interesante Suro, de Mikel Gurrea. También encontramos las presencias de Raúl Prieto, Nausicaa Bonnin y Daniel Medrán, entre otros intérpretes autóctonos que dan ese alcance que tiene la historia. 

Celebro y aplaudo una película como Muy lejos, y disfrutamos de la llegada a la dirección de largometrajes de alguien como Gerard Oms, en una película producida por el citado Carles Torras, porque su sencilla y cercana película tiene muchos frentes abiertos. Por un lado, tenemos a Sergio, un tipo desplazado que emprende su propia aventura, la de mirarse frente al espejo al que todavía no ha sido capaz de mirarse, y hacer un viaje emocional en una ciudad extraña donde descubrirá muchas cosas que hasta ahora no se atrevía a descubrir. Después está la mirada al trabajo, con un corte social que nada tiene que envidiar en absoluto a los tótems del cine europeo como Loach Leigh, Dardenne, Frears, etc… Porque tiene una mirada cruda y sensible hacia el tema del empleo, el ilegal, y el de la inmigración, sin ser positivista ni nada que se le acerca, sino a través de una mirada reflexiva, profunda y de verdad, con sus momentos de humor, sensibilidad y cercanía, como demuestra la heterogeneidad de idiomas, se escuchan hasta cinco, o más, y la diversidad y complejidad de cada personaje, contando sus circunstancias, y sus deseos, anhelos e ilusiones, en una historia que retrata a Sergio que es en realidad muchos que, en un momento de sus vidas, deciden irse y descubrirse de una vez por todas, en un lugar extranjero y desde cero. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA