Entrevista a Stephanie von Lukowicz, coproductora de la película «El último canto nómada», de Marjan Khosravi, en el marco de El documental del mes, iniciativa de DocsBarcelona, en las oficinas de Luki Media en Barcelona, el martes 11 de noviembre de 2025.
Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Stephanie von Lukowicz, por su tiempo, sabiduría y generosidad, y a María Macià de Producció de El Documental del mes, por su tiempo, cariño, tiempo y amabilidad. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA
“Que nada nos limite. Que nada nos defina. Que nada nos sujete. Que la libertad sea nuestra propia sustancia”.
Simone de Beauvoir
La condena, el sometimiento y la falta de libertad que sufren las mujeres iraníes ha sido muy reflejada en el cine a través de extraordinarias películas como El globo blanco (1995), de Jafar Panahi, Buda explotó por vergüenza (2007), de Hana Makhmalbaf y Una chica vuelve a casa de noche (2014), de Ana Lily Amirpour, entre otras, en la que a través de distintas formas y planteamientos se ha indagado en la cruel realidad que viven unas mujeres por el hecho de nacer así. Ahora nos llega el documentalEl último canto nómada, en el original “Marsiehei Baraye Eil”, y en inglés Requiem for a Tribe, el primer largometraje de la iraní Marjan Kroshavi, en la que sigue alzando la voz contra las injusticias que sufren las mujeres de su país como hizo en The Snow Calls (2020), un mediometraje de 45 minutos en el que exponía la cruda realidad de Mina, una mujer embarazada que si no da a luz a su primer varón después de dos hijas será repudiada por su marido siguiendo las duras imposiciones de su tribu Bakhtiari.
En El último canto nómada conocemos la realidad de Hajar, una mujer de casi sesenta años perteneciente a la tribu Bahktiari que, durante siglos y siglos han usado la trashumancia como medio de vida moviéndose de unos lugares a otros con el cambio de estaciones, trasladando casa, animales y costumbres. Con la modernización, el cambio climático, la migración de los jóvenes y demás agentes externos han provocado que el nomadismo sea un vestigio del pasado que ya casi no se practica. Por ese motivo, Hajar se ve sometida por sus hijos varones a dejar el pueblo donde vive con sus ovejas y vacas y vivir en la ciudad con ellos. La mujer se niega y hace lo imposible para que los planes de sus hijos no se cumplan. La película coescrita por la propia directora y su hermano Milad, que también actúa como coproductor, se divide en dos partes. En la primera, asistimos a un retrato del antes con la inclusión de imágenes del documental People of the Wind (1976), de Anthony Howarth, que filmó la trashumancia de la citada tribu en la que aparece Hajar con 8 años, y del propio testimonio de la protagonista que documenta el pasado de su vida y costumbres. En la segunda mitad, el presente se impone con el frente abierto entre Hajar y sus hijos, en que la mujer está sola y muy sometida a una voluntad que no acepta y quiere revertir.
Con sus breves y concisos 70 minutos de metraje de duración, la cámara penetra sin estridencias en la intimidad de Hajar, capturando todos esos sentimientos y emociones encontradas con un pasado que casi ya no existe y un presente hostil en una cinta que habla de nómadas, de memoria, de familia, de libertad y la falta de ella y sobre todo, nos compone de forma reposada y muy tranquila las realidades de tantas mujeres iraníes en el que sus familias deciden por ellas. El último canto nómada tiene denuncia pero no es una película de denuncia, sino de humanismo, porque no cae en el discurso fácil ni condescendiente, porque la directora y sus hermanos, al que incluimos Mehdi, que se ha hecho cargo de la excelente música, pertenecen a la tribu Bakhtari, y conocen de primer mano todos los entresijos de esa forma de vida y el totalitarismo que ejercen los hombres con total impunidad como reflejan Howarth y la propia Marjan Khosravi. La imagen rural tan característica de muchos cineastas iraníes como el gran Kiarostami, con esos inolvidables caminos serpientes de ¿Dónde está la casa de mi amigo? (1987), el reciente cine del citado Panahi y demás, ayudan a entender como la modernización del país desplaza antiguas tradiciones como el nomadismo que han practicado los Bakhtari y tantos otros donde los caminos se hacían mientras se iban trasladando.
Mencionar la presencia como coproductora de Stephanie Von Lukowicz, especializada en coproducciones internacionales sita en Barcelona que, es se convierte en la mejor aliada para la película, autora entre otras de Álbum de posguerra (2019), de Airy Maragall y Ángel Leiro, sobre la relación del fotógrafo de guerra Gervasio Sánchez y los niños que retrató durante el asedio de Sarajevo. Si deciden ir a ver El último canto nómada, de Marjan Khosravi, se van a encontrar con una realidad dura para Hajar, pero que no cae en la desesperación ni mucho menos en la tristeza porque la entereza, el coraje y las ansías de libertad de la mujer son todo un gran ejemplo para todos, porque a pesar de los pesares ella se siente de la tierra, de esa tierra, de esas tradiciones y costumbres, cuando la tierra no tenía dueño, cuando todo parecía ir haciéndose cada día, a cada paso, a cada aliento, de aquí para allá. Un conflicto que también reflejó la cineasta Byambasuren Davaa en sus películas La historia del camello que llora (2003), El perro mongol (2005), y Queso de cabra y té con sal (2020), donde los campesinos mongoles se ven expulsados de sus tierras por las ansías de codicia de los invasores capitalistas. La película de Khosravi deja muchas reflexiones pero quizás la más contundente sería que no sólo hay que conocer al otro, sino hay que escucharlo y aún más, respetarlo. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA
Entrevista a Laura Plancarte, directora de la película «Sueño mexicano», en el marco de El Documental del Mes, iniciativa de DocsBarcelona, en el Hotel Casa Gràcia en Barcelona, el martes 5 de noviembre de 2024.
Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Laura Plancarte, por su tiempo, sabiduría, generosidad, y a Carla Font de Comunicación de El Documental del Mes, por su generosidad, cariño, tiempo y amabilidad. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA
“Dónde haya un árbol que plantar, plántalo. Allá donde haya un error que enmendar, enmienda. Donde haya un esfuerzo que todos esquivan, hazlo tú”.
Gabriela Mistral
Durante mucho tiempo, la imagen que hemos tenido de la mujer americana ha sido la de una mujer sumisa y sometida a la voluntad del macho. En muchos lugares, todavía no se ha roto con esa mecánica, pero en otros, sí, en otros, aparecen mujeres como María Magdalena Reyes, una mujer mexicana que casó muy joven, tuvo tres hijos, y un marido que la maltrató. Ella se separó, perdió a sus hijos y trabajó para tener una vida diferente, trabajando y esforzándose para tener otra vida, volver a reunirse con sus hijos y no dejarse vencer por las adversidades vitales. Sueño mexicano, el cuarto trabajo de la cineasta mexicana Laura Plancarte, construida a partir de un guion que firma junto a su protagonista, nos cuenta su vida, su cotidianidad, su fuerza, su vulnerabilidad, su valentía y coraje, pero también, su tristeza y desilusión, porque Malena, como la conocen sus allegados no es una mujer que se rinda fácilmente, ella ya ha conocido el infierno y por eso, es una mujer mucho más fuerte de lo que creía, y si tiene algún miedo es de sí misma, de volver a antiguas desesperanzas.
La directora mexicana ya había hecho Tierra caliente (2014), sobre una familia en mitad de un enfrentamiento entre narcos y militares, Hermanos (2017), donde dos hermanos tienen el sueño de emigrar a EE.UU., y Non Western (2020), en que nos cuenta la relación de un indio y una estadounidense que preparan su boda y se enfrentan a sus diferencias. Cuatro títulos en los que ronda la familia como epicentro de donde nace la historia, y las dificultades para seguir unida, a partir de unos personajes que no se detienen ante los conflictos, ya sean internos o exteriores, porque son individuos que han tenido que luchar y resistir muchas veces, y saben que la única forma de conseguir sus objetivos es no dejarse vencer y seguir su camino por muy difícil que este sea. Las tramas de Plancarte nos cuentan la cotidianidad de seres anónimos, a través de su humanidad, con una cercanía e intimidad extraordinarias, en que la mirada de la cineasta se posa para observar sus vidas, desde una posición de mirar y no molestar, optando el punto de vista de testimonio, de estar muy cerca de ellos y ellas sin inmiscuirse en sus existencias, de acompañar y de mostrar, siempre desde lo humano y la naturalidad.
Un grandísimo trabajo técnico ayuda a que sus películas se vean con reposo y nada artificiales, en que la cinematografía de Franklin Dow, que ya había trabajado en la citada Non Western, la vemos presente y nada juzgadora, sino desde la transparencia y el reposo, así como la excelente música de Pablo Todd, en su segunda colaboración con la directora después de la mencionada Hermanos, que no suena impostada sino de apoyo para contar toda la montaña rusa de emociones que vive la protagonista, y el tema de Marc Vicente, “Es un momento mágico”, cantada por Isis Cruz, en uno de esos instantes donde vemos a la protagonista sumergida en ese sueño del que habla la película, donde la cinta adquiere todo su sentido. El magnífico montaje de la chilena Andrea Chignoli, que ya va por el medio centenar de títulos a pesar de no haber cumplido los 35, junto a grandes de su país como Andrés Wood, Nicolás Acuña, Pablo Larraín, Marialy Rivas y José Luis Torres Leiva, entre muchos otros, que hace un trabajo impecable ya que la historia que se cuenta no era nada sencilla, por los continuos altibajos por los que pasa Malena, en sus continuas idas y venidas por las que transita una mujer en sus intensos 89 minutos de metraje, en los que pasa de todo y a todos.
Es muy bueno para sus vidas que vean una película como Sueño mexicano, de Laura Plancarte, porque verán hundirse sus prejuicios en relación a las mujeres americanas, primero de todo, y después, conocerán la vida de una mujer como María Magdalena Reyes, una persona como todas nosotras, que vive y trabaja y lucha y se alegra y se entristece que, a veces, se rinde una noche y a la mañana siguiente, vuelve a ponerse el mono de trabajo de la vida y continúa con la lucha y la batalla diaria, perdiendo y ganando como todos, y soñando, cayéndose y levantándose otra vez, y una más y así siempre, con coraje y sin rendirse nunca. Tiene la película un tono parecido al que tenía La camarista (2018), de Lila Avilés, que también contaba las dificultades de una mujer que trabajaba en un hotel y no podía estar con su hijo. También, si todavía no lo conocen, sabrán del cine que hace la directora mexicana Laura Plancarte, relatos llenos de vida, con personajes de verdad, de esos que nos explican realidades como las nuestras, y no desde el embellecimiento o el sentimentalismo para agradar, sino desde lo humano, desde lo emocional, a través de ese torbellino de sentimientos y emociones en los que vivimos todos y todas. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA
De las cinco películas que ha dirigido Paula Ortíz (Zaragoza, 1979), destacan su elaborada estética, una forma cuidada donde cada encuadre está muy pensado y mejor ejecutado, con apenas movimientos de cámara, y una gran plasticidad para recrear un momento histórico basándose en textos o novelas de Lorca como en La novia (2015), Hemingway en Al otro lado del río y los árboles (2022), Mayorga en Teresa (2023), o en un guion original como hizo en De tu ventana a la mía (2011), su debut, o en hechos reales como en su último trabajo, La virgen roja, que recoge la vida de Aurora Rodríguez, una mujer que tenía en mente crear la mujer del futuro, y así se lo propuso con su hija Hildegart en la España republicana de los treinta. Una historia que ya tuvo una primera versión cinematográfica en 1977 con Mi hija Hildegart, de Fernando Fernán Gómez, basada en el ensayo “Aurora de sangre. Vida y muerte de Hildegart, de Eduardo de Guzmán, otra en formato de cortometraje en The Red Virgin (2011), de Sheila Pye, aparte de numerosa literatura en ficción como ensayo sobre las dos mujeres como La madre de Frankenstein, de Almudena Grandes, entre otros.
La cineasta zaragozana se nutre de un buen guion de la pareja formada por Eduard Sola y Clara Roquet, y de lado la reconstrucción fidedigna para centrarse en los personajes, lo que vemos y lo que ocultan, a partir de sus carácter y existencias de las dos mujeres, las de Aurora, rígida, tenaz, intensa y impertérrita, recta en su objetivo: convertir a su hija Hildegart en una mujer moderna, diferente a las demás, instruyendo en diferentes materias a su hija, convirtiéndola en una niña prodigio con tres carreras universitarias, entre ellas las de derecho, que hablaba varios idiomas y escribió 16 libros y más de 150 artículos sobre reforma sexual y liberación de la mujer, amén de militar en varios partidos políticos de izquierdas. En su época fue muy conocida, pero la guerra civil primero y la continua desmemoria histórica del país, la relegó a un olvido injusto que, poco a poco, se va subsanando por medio de libros y películas como esta. El único pero de la película, si es que se puede llamar así, es que los que conocemos la historia real nos evitaremos la resolución final, y no resulta ningún problema porque Ortiz maneja con soltura, como pasa en su cine, las relaciones de sus personajes, tanto en la intimidada como en lo público, creando imágenes poderosas que quedan en la retina como ese plano general en el tenis, con todo el respetado de blanco menos madre e hija de negro sin manifestar ninguna emoción como si hace el resto.
La luz velada y mortecina que consigue ir más allá del relato que cuenta la película, con ese piso de película de terror, donde los colores sombríos alejados de colores vivos resaltan el carácter duro y tenso de la madre y la no vida de Hildegart. Un gran trabajo del cinematógrafo Pedro J. Márquez, habitual de los policíacos oscuros y tensos de Miguel Ángel Vivas, construye esa cárcel en la que viven madre e hija, que más parece la casa del terror, donde está sometido al constante estudio, a salidas excepcionales y poco más. Todo bajo el orden estricto y paranóico de la madre. La excelente música del dúo Juanma Latorre y Guille Galván impone ese limbo entre lo público y lo privado, entre lo íntimo y lo compartido, entre el miedo y la libertad, entre una lucha incesante entre madre e hija, llena de recelos, angustias y violencia. Así como el exquisito y detallista montaje de Pablo Gómez-Pan, que ya estaba en la citada Teresa, que en sus casi dos horas de metraje, consigue atraparnos con pocos personajes y transmitir la desesperación que sufre la joven Hildegart y la mater dictadora que es Aurora, sin caer en ningún instante en el maniqueísmo ni en el sentimentalismo, sino a partir de una fuerza sensacional entre la forma y el fondo.
Mención aparte tiene la pareja que forman Najwa Nimri y Alba Planas, como madre e hija, el epicentro de la película. Nimri hace una de sus mejores interpretaciones de su filmografía, tiene unas cuentas, pero esta Aurora es brutal, como mira a su hija y a su alrededor y nos va contando su vida y obra, sobre todo, la de su hija, como habla y se mueve, con ese vestido de negro que es como una toga de juez y carcelera, siendo uno de los personajes que no vamos a olvidar con facilidad. Alba hace de Hildegart con verosimilitud y cercanía, una actriz a la que habíamos visto en El árbol de la sangre, de Medem, y alguna serie como Días mejores, tiene ese tour de force con Najwa en el último tramo de la película, y resulta un gran acierto para la historia. Acompañan a madre e hija Aixa Villagrán como la criada, una actriz que sin hablar lo es todo, como hacía Lola Gaos en Tristana, Patrick Criado como joven político enamorado de HIldegart, con todo ese ímpetu y corazón para la política y los sentimientos, Pepe Viyuela es el director del diario donde escribe la joven. Un reparto acertadísimo como suele pasar en las películas de Ortiz, que transmite sensibilidad y naturalidad a unos personajes totalmente creíbles que recogen el aroma y la convulsión de la época de la película, en un fascinante juego de espejos entre lo privado y lo público, entre las diferentes máscaras de cada uno de los personajes, sobre todo, de la madre e hija.
Agradecemos que se haya hecho una película como La virgen roja, porque además de sus sobradas capacidades cinematográficas, profundiza en las diferencias sociales, sexuales y demás elementos que tanto se hablaban en el contexto de la España republicana, amén de rescatar la obra de Hildegart, a una de las mujeres más influyentes y renovadoras del feminismo, de la política y la liberación de la mujer y que, tristemente, como pasa con muchas, durante muchos años apenas se ha recordado. Además, no sólo quedándose en su apariencia y hechos históricos, sino en la relación o sometimiento de su madre, que Almudena Grandes la mencionó como Frankenstein, quizás la definición que más se acerca a una mujer que quería revolucionar el mundo junto a su hija Hildegart, y olvidó lo más importante, mirar a su hija y saber que era una mujer independiente y libre, como ella la había educado, y no quería seguir siendo su “obra”, su criatura, y quería volar y descubrir el mundo por sí sola, lejos de su madre. Una película que habla de las malas madres, aquellas que conciben a sus hijos como si de una parte de ellas fuesen, como si éstas fueran de su propiedad, y nada más. Paula Ortíz lo ha vuelto a hacer y ha construido una película magnífica en todos los sentidos, porque cuenta la historia de Hildegart y su madre Aurora Rodríguez, recoge la convulsa época de la República y además, lanza algunos dardos muy envenenados como la diferencia entre política y políticos, además, de profundizar en la fantasmal vida de las mujeres del momento, y el vejatorio trato de sus compañeros de izquierda que abogaban por la eliminación de la lucha de clases y un mundo más justo y solidario y no eran con sus compañeras de partido. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA
“Me interesa la vida cotidiana del alma, esa que la gran Historia no suele tener en cuenta”.
Svetlana Aleksiévich
En una de las iniciales secuencias de Un lugar común, la primera película que dirige en solitario de Celia Giraldo (Cornellà de Llobregat, 1995), en los vestuarios vistiéndose para afrontar la jornada laboral en la clínica, su protagonista, Pilar, se queda a cuadros cuando una de sus compañeras les pregunta lo siguiente: ¿Cómo eras antes de ser madre?. Una pregunta que define el estado emocional por el que atraviesa una mujer de cincuenta y tantos, toda la vida dedicada a su familia, que acaba de ser despedida como enfermera y ahora, ante tal panorama, no sabe a qué dedicar su vida. Un vacío existencial que ya exploró Giraldo en su aclamado cortometraje Te busco en todos (2018), cuando una madre alquilaba la habitación a un alemán después que su hijo se fuera. Dos madres que, ante la falta o ausencia porque los suyos ya no están o están mayores, se quedan detenidas, abandonadas y sobre todo, pérdidas sin saber cómo afrontar la vida ahora que deben ocuparse de ellas mismas.
A la inagotable cantera de valores que surgen de la Escac cada temporada, hay que añadir un nuevo nombre, el de Celia Giraldo que ya daba buena cuenta de su talento en la película colectiva La filla d’algù (2019), codirigida junto a otros 10 compañeros/as, entre los que encontramos a Alejandro Marín, director de Te estoy amando locamente (2023), y Júlia de Paz Solvas, que se reserva una breve presencia en Un lugar común, y en la reconocida serie Això no es Suècia del año pasado, que dirigían Mar Coll que, con su primera vez con Tres dies amb la família (2009), inició el camino en el que se han ido sumando otras cineastas, y Aina Clotet, que era la protagonista de La filla d’algú y actúa como actriz en la película de Giraldo. Un cine que habla sobre mujeres de todas las edades, siempre con rigor e inteligencia, y deteniéndose en todos los procesos emocionales en una sociedad tan volátil en el que no hay tiempo para pensar y pensarnos, en un cine reflexivo y profundo que no cae en convencionalismos ni nada por el estilo, sino en nombrar y situar en primera fila conflictos sobre la mujer que durante muchos años han estado ocultos como los significados de ser mujer, la maternidad, la madurez, el amor, la vida en pareja y demás.
La directora cornellanense se ha reunido para su primera aventura en solitario de compañeros de promoción como la coguionista Bianca Francez Omonte, que conocemos por su trabajo con Asier Ramos en cortometrajes como Los apaches (2019), el cinematógrafo José Cachón, del que hemos visto la serie Buga Buga y L’home dels nassos, en un detallado trabajo donde prima la naturalidad y la cercanía en el que abundan los planos secuencia y los encuadres cerrados que van abriéndose a medida que avanza la travesía emocional de la protagonista, el montador Javi Gil, de la serie Moebius y la citada Te estoy amando locamente, en un ejercicio de duración convencional con sus 88 minutos de metraje, donde hay poco respiro y si mucha intensidad en la deriva que va sufriendo Pilar, y la música de Jona Hamman, que ayuda a acentuar todo ese maraña emocional en el que está una protagonista que debe volver a mirarse al espejo y no huir cuando vea su reflejo. Amén de la terna de productores con Sergi Casamitjana y Aintza Serra de Escac Studio y Escándalo Films y Nadine Rothschild e Inés Massa de Materia Cinema, que produjeron La imatge permanent, de Laura Ferrés, entre otras.
Una película que tiene mucho que ver con la búsqueda personal y reencontrarse con lo que fuiste y ya has olvidado debía de tener una protagonista capaz de mantener ese frágil equilibrio entre la carga emocional y la ligereza con la que está contada la historia, en el que emergen la comedia y el sonrojo en algunos momentos. La mejor Pilar es una Eva Llorach fantástica, con todos los matices y detalles que imprime un personaje a punto de estallar que se mantienen en la cuerda floja como puede. Una intérprete que maneja con inteligencia y naturalidad todas las complejidades y contradicciones de una existencia dada a los demás que ahora debe aprender a vivir por ella y nada más que ella. Le acompañan una alocada y antítesis Aina Clotet como hermana liberal y artista, Mia Sala-Patau que también ha pasado por Això no es Suècia, es Clara, la hija adolescente egoísta que pasa mucho de su madre y sus cosas, Félix Pons es Juan, el marido también a sus cosas, al igual que Teo Soler que hace de hijo pequeño. Todos a una y PIlar a solas. No olvidamos la breve presencia de Irene Moray, la directora de esa maravilla que es Suc de sindria.
La película Un lugar común es una propuesta inteligente, ayudar y brillante sobre los conflictos de las mujeres maduras cuando ya no cuidan a los demás y deben aprender a cuidarse a sí mismas. Un conflicto que también exploró la mencionada Mar Coll en su maravillosa Tots volem el millor per a ella (2013), con su protagonista Geni que anda muy cerquita de Pilar. Unas mujeres hartas de su vida que deciden poner tierra de por medio para conocerse y emprender nuevos caminos, nuevos retos y sobre todo, reconocerse en quién fueron y ya lo han olvidado. Tanto la Alicia de Alicia ya no vive aquí (1974), de Scorsese y la Bárbara de Vámonos, Bárbara (1978), de Cecilia Bartolomé, también estarán en este grupo de mujeres que deben dejar su vida y su hogar y hacer uno nuevo, o al menos, irse lejos o quizás, irse hacia adentro, olvidándose de todos y todas, dejando atrás su vida o lo que queda de ella y dejar de preocuparse de los demás, que tan poco lo agradecen, y empezar a mirarse más, a estar más con ellas, a vivir más con ellas, en fin, a volver a quiénes eran con la experiencia de lo que no quieren ser, a volver de otra manera porque los años han pasado, y a volver a descubrirse, a mirar de nuevo todo otra vez. A ser ellas mismas dejando a la mujer que se han convertido y ya no quieren ser. El viaje empieza ya. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA
Películas como Un rayo de luz (1960), Ha llegado un ángel (1961), Tómbola (1962) y Marisol rumbo a Río (1963), convirtieron a una humilde niña andaluza en toda una star infantil, tanto a nivel nacional como internacional, convertida en paradigma del franquismo. Su nombre era Josefa Flores González (Málaga, 1948), pero todos y todas la conocieron por su nombre artístico: Marisol. Se ha escrito, hablado y analizado su carrera artística desde que fue niña prodigio hasta que en los años setenta deja todo esa imagen y pasa a llamarse Pepa Flores y cambia su perspectiva y carrera, con trabajos de otra índole, junto a autores como Juan Antonio Bardem, Mario Camus y Carlos Saura, y su activismo político de izquierdas. La película Marisol llámame Pepa, de Blanca Torres (Zaragoza, 1977), hace un recorrido desde su infancia, su éxito y toda su vida, tanto delante como detrás de las cámaras, con el subtítulo “Proceso a un mito”, a través de material de archivo, testimonios en el que van evocando a la artista y a la persona mediante una narradora, sacada de sus propias palabras, que nos van guiando por su mundo y su historia.
De Torres conocíamos su excelente trayectoria junto al director Gabriel Velázquez con él que ha montado sus películas Ärtico (2014) y Zamiki (2018), coescrito Amateurs (2008), Iceberg (2011), además de la codirección de Análisis de sangre y azul (2016). Con su nuevo trabajo se adentra en el universo de Marisol/Pepa Flores que describe con detalle e inteligencia el devenir de un país en dictadura y su pasó a la democracia, a partir de un personaje como Marisol y su conversión en la edad adulta en Pepa Flores, una mujer que quiso dejar atrás lo que representaba para ser ella misma, a pesar de todos y todo. La mezcla de found footage muy rico, entre imágenes de todo tipo: fotografías, cine, entrevistas, recortes de prensa, acompañado de los sinceros testimonios en los que encontramos escritoras como Elvira Lindo y Marta Sanz, la periodista Nativel Preciado, la política Cristina Almeida, la cantante Amaia, la bailaora Cristina Hoyos y el productor Enrique Cerezo, entre otros y otras, que analizan su trayectoria, su actitud y su persona, compartiendo sus ideas tanto a nivel personal como profesional, y esas voces en off en que recogen testimonios de la propia artista, en una película construida desde muchos lugares y posiciones en las que se busca mostrar y reflexionar sobre la vida del mayor mito de la historia de España, desde una forma y fondo donde se traza un espacio de reflexión, profundidad y sobre todo, muy personal.
Una película que ha contado con un trío de productores muy potente: Chema de la Peña, director de películas interesantes como Sud Exprés (2005), y Amarás sobre todas las cosas (2016), y documentales sobre cine De Salamanca a ninguna parte (2002), Un cine como tú en un país como este (2010), o literatura Mario y los perros (2019), entre otros, y Sarao Films, que después de dos décadas en la televisión han saltado al cine con películas sobre artistas como De caballos y guitarras, de Pedro G. Romero y Antonio, un bailarín español, de Paco Ortiz. Compañeros de viaje que han ayudado a contar, quizás, la película que faltaba sobre Marisol/Pepa Flores que, sin pretenderlo, han conseguido una obra didáctica y tremendamente intensa y rítmica, con la cinematografía de Juana Jiménez, de la que conocemos su trabajo en series como Las de la última fila, y en Las paredes hablan, la última película del gran Carlos Saura, y el montaje de Martina Seminara y la propia directora, que en sus 87 minutos sin descanso, repasa la vida y la obra, lo que se vio, lo que no y deja muchas ideas y pensamientos de una mujer que en el año 1985 decidió dejarlo todo y retirarse de la vida pública para ser ella misma alejada de todos y todo.
Hay que agradecer la audacia y la propuesta de Marisol llámame Pepa, porque a pesar de todo lo que se ha escrito, hablado y profundizado en la vida de Marisol/Pepa Flores, la película de Blanca Torres, sin ningún ánimo de hacer la película capital sobre el mito, sí que consigue acercar la persona, la mujer que había detrás, la niña que creció alejada de su familia en la casa/cárcel de su productor, la niña que fue explotada y reventada en pos del éxito promocionando la idea tradicionalista del franquismo en un país sumido en la tristeza, la violencia y el desánimo, y luego, la mujer que quiso ser, romper con esa imagen de candidez y convertirse en una mujer de pleno de derecho, tener una carrera más adulta y seria, enfocada en temas importantes, y seguir cantando y bailando, y su compromiso político en pos de la injusticia, contra la explotación y ser una más en la lucha y la reivindicación, no para borrar aquella imagen, sino para que la viesen como la artista que era, la actriz adulta que pensaba por sí misma y con personalidad, carácter y determinación en una España que estaba cambiando, que se hacía mayor, que se resistía a olvidar sus mitos franquistas y empezaba a ver que había realmente detras de todo aquello, y encontraba la imagen de Pepa Flores, de una mujer, de alguien que se sentía capaz de seguir siendo artista y sobre todo, mujer. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA
“Es fácil ser una hembra. Bastan con un par de tacones y vestidos cortos. Pero para ser una mujer, te tienes que vestir el cerebro de carácter, personalidad y valentía”.
Anna Magnani
Si nos detenemos a pensar en las dos actrices que mejor han mostrado a la “Mamma italiana” de posguerra, sólo nos vienen dos nombres: Anna Magnani en Bellisima (1951), de Visconti, y Sofia Loren en Dos mujeres (1960), de De Sica. Dos mujeres y madres que, desafiaron el patriarcado impuesto, y se lanzaron a materializar sus sueños en una Italia muy gris, muy pobre y sin esperanza. Paola Cortellesi (Roma, Italia, 1973), muy popular en el país transalpino, por unas cuantas comedias divertidas y románticas que han reventado taquillas, se enfunda en su primera película como directora, que ha sido todo un fenómeno en Italia con más de 5 millones de espectadores y más de 40 millones de recaudación. Siempre nos quedará mañana (C’è ancora domani, en el original), nace a partir de un guion que coescriben Furio Andreotti, Giulia Calenda, que la directora recluta de sus comedias junto a Riccardo Milani, y ella misma.
Estamos ante en un drama ambientado en la dura posguerra de 1946, en una Roma llena de miseria, tanto física como moral, en el que abundan los empleos precarios, los soldados estadounidenses, y una vida anodina e infeliz en que los días se amontonan y apenas hay momentos de alegría. A partir del personaje de Delia, que no está muy lejos de la Magnani ni de la Loren, es una de esas mujeres que se levantan cada día, como vemos en el magnífico arranque, con ese piso subterráneo que define con detalle su situación, y prepara a los suyos, un marido autoritario y violento, una hija enamorada de un joven de su edad de familia acomodada, y un par de hijos pequeños que andan a la gresca todo el día. Después, la mujer se lanza a la calle, y emplea su tiempo en varios trabajos como en una tienda que reparan paraguas, poner inyecciones, y tender ropa de adinerados, situaciones que ayudan a mostrar el reflejo de la desigualdad en un país que perdió la guerra, pero que a algunos no les fue tan mal. Cortellesi recupera el aroma de los grandes como los mencionados, a los que se podrían añadir los Rossellini, Pasolini y demás que, mostraron una realidad difícil que se denominó Neorrealismo, porque las cámaras salían a mostrar la vida de los italianos que, a duras penas, sobrevivían.
La película no sólo se queda en el drama, sino que introduce las dosis necesarias de comedia para aligerar tanta tristeza, como los de ese vecino que parece el reportero de la ristra de edificios en forma de placita, muy popular en la época, donde las mujeres, mientras laboran cotillean de unas y otras, y esos momentazos musicales que suavizan los malos tratos que recibe Delia de Ivano, su amargado y frustrado marido, y todos esos instantes con su amiga Marisa, que regenta una parada del mercado callejero, donde parece que la vida puede ser otra cosa. El excelente blanco y negro y la cuidada composición de la cinematografía que firma Davide Leone que, después de muchos trabajos de equipo y miniseries, hace su segunda película, revelándose con un extraordinario empleo de la luz y la composición, donde vuelve a la idea que se puede mostrar la realidad dura con belleza plástica. En el mismo tono se construye el montaje de Valentina Mariani, también fichada de las comedias que, impone un tiempo maravilloso donde la película se cuento con reposo y mirada, en una trama que se va casi a las dos horas de metraje, en la que ni falta ni sobra nada, con momentos de drama, comedia y documento, donde la realidad y las formas de trabajo y cotidianidad nos devuelven a aquel tiempo, sin ningún alarde técnico ni estridencia argumental, mostrando los personajes y sus pequeñas batallas diarias.
La gran aportación musical de un grande como Lele Marchitelli, habitual de Sorrentino desde Le Grande Belleza, con la sutileza adecuada para mostrar sin subrayar, con una banda sonora que explica más allá sin ser nada empalagosa ni estridente, escarbanda en la complejidad interior de los diferentes personajes. Si la técnica de Siempre nos quedará mañana resulta exquisita y sensible, las interpretaciones no podían estar a otra altura que no fuese acorde con cómo se cuenta. Tenemos una retahíla de intérpretes como Valerio Mastandrea, que hace poco vimos como uno de los suicidados en El primer día de mi vida, amén de películas con grandes como Bellocchio, Ferrara, el citado Sorrentino y muchos más, se encarga del rol de Ivano, muy bien caracterizado, el hombre italiano machista, tradicional y violento, con la característica camiseta de tirantes blanca, con ese enfado crónico con su país, con él mismo y con todos. La maravillosa y casi debutante Roman Maggiora Vergano como Marcella, una joven enamorada que sueña con abandonar la dura realidad de su familia y emprender una vida al lado de Giulio, que hace Francesco Centorame, y que el anuncio de su compromiso altera la existencia y de qué manera, de Delia y su familia.
Un par de intérpretes, esenciales en la historia, como Giorgio Colangelli, con más de setenta títulos, hace de Ottorino, el suegro enfermo crónico, malhumorado y deslenguado, que tiene en su haber películas con Scola y el mencionado Sorrentino. Vinicio Marchioni es Nino, el amor que no puede olvidar Delia, quizás la última esperanza para salir de su cruda existencia, y finalmente, Emanuela Fanelli es Marisa, la amiga y la confidente de Delia, ese ratito con ella en que la vida puede ser de otro color. Hemos dejado para el final, como los grandes artistas, para hablar de Paola Cortellesi, porque su Delia es un personaje maravilloso que una actriz siempre espera, con una interpretación magnífica, llena de detalles y sutileza, con esa mirada intensa en la que la amargura está pero sabe camuflarla. Una mujer de bandera, intensa, valiente que no se arruga ante nada ni nadie, y soporta los avatares de la vida con dignidad, convirtiéndose no sólo en la protagonista de la película, sino en un ejemplo de cómo mantenerse en pie a pesar de tanta hostia y sobre todo, no perder la esperanza nunca porque, como dice película, mañana volverá a ser otro día, otra oportunidad, otra esperanza.
No se dejen asustar por el blanco y negro, porque resulta la mejor luz para situarnos en la posguerra italiana de 1946, y acepten la invitación de Paola Cortellesi que, no sólo ha conseguido una de la películas del año, sino que nos emociona con una sensibilidad honesta y extraordinariamente sincera, sin tapujos, con delicadeza, sin caer en el tremendismo ni en la sensiblería, porque la película podría caer en el regodeo de la tristeza, pero no lo hace, ni mucho menos, de hecho, se aleja muchísimo de todo eso, moviéndose en lo humanista que, aún la hacen más soberbia, como las secuencias entre Delia y Nino, puro romanticismo, y en esas otras donde describe con sutileza esa Roma dura, donde las gentes van de aquí para allá intentando ganar algunas liras, como los colgadores de carteles que nos remiten a la inolvidable Ladrón de bicicletas (1948), de De Sica, y esos diminutos pisos llenos de polvo de la periferia romana que tanto nos ha mostrado el talento de Pasolini, y sobre todo, es una de las grandes obras sobre mujeres de aquel momento y de cualquier otro en que, a pesar de su triste y violenta existencia, se levantan cada día, abren las ventanas y salen a la calle con paso firme y decidido, sin dejar de batallar para que sus sueños de una vida mejor se hagan realidad. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA
Entrevista a Antonio Méndez Esparza y Malena Alterio, director y actriz de la película «Que nadie duerma», en los Cines Renoir Floridablanca en Barcelona, el miércoles 15 de noviembre de 2023.
Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Antonio Méndez Esparza y Malena Alterio, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, y a Eva Herrero y Juanma Barbero de Madavenue, por su amabilidad, generosidad, tiempo y cariño. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA
“El niño mirará al mundo, la niña mirará al hogar”.
Del artículo La doble represión de Franco sobre la mujer, de Marta Borraz
Durante los primeros minutos de O corno ya advertimos el tono en el que se moverá la película. Un tono sobrio, íntimo y en silencio se desarrolla el transcurrir de la vida en la Illa de Arousa allá por 1971, en plena dictadura franquista. Conocemos la cotidianidad de María, mariscadora y partera, en ese brutal instante con el que se abre el relato. Un parto lleno de dolor, rabia y gritos. Toda una declaración de la propia película, porque desde su apertura deja claro la cárcel y el sometimiento en el que viven las mujeres que conoceremos a lo largo de la película. Podríamos decir que O corno es una fábula sobre la represión de la mujer durante el franquismo, o también, un cuento sobre tres mujeres que deben paliar con astucia, inteligencia y resistencia la tiranía de los hombres con sus limitados recursos, en un tiempo donde huir, esconderse y ocultarse estaba a la orden del día, en un tiempo que se caminaba entre las sombras, un tiempo en el que la verdad y la libertad estaban sometidas a los designios de un poder arbitrario, machista e injusto.
Después de apreciar su talento como cineasta de Jaione Camborda (Donosti, 1983), en cortometrajes documentales como Proba de axiliade (2015), y A rapa das bestas (2019), entre otros, nos conmovimos con su ópera prima Arima (2019), protagonizada por una extraordinaria Melania Cruz, en la que se contaba la existencia de cuatro mujeres en un pueblo gallego que se veían alteradas por la aparición de dos hombres, uno que huía y el que otro que perseguía. Su intimismo, sensibilidad, silencios y miradas se asentaban en una historia sencilla y honesta que alumbraba la narradora que ya se veía en sus anteriores trabajos. Con O corno, la vasca adoptada gallega, vuelve a tejer a fuego lento una trama de verdad, es decir, que emana transparencia y cercanía, a partir de un guion que se posa en la mirada y el cuerpo de María, que debido a un suceso, ha de marchar de la Illa y emprender un viaje por los bosques hasta el río que separa España y Portugal. Una mujer solitaria, independiente, y sobre todo, una mujer diferente, de pocas palabras e integra, y una ayuda para muchas otras en dificultades. Como sucedía en Arima, Camborda cuenta a través del alma de sus personajes, a través de los actos que las definen, a partir de miradas y silencios, deteniéndose en sus trabajos y quehaceres diarios, como mencionaba el gran Fritz Lang, y lo hace posando su encuadre que los filma y su entorno, tan importante en su cine, porque el espacio define lo que somos y lo que pensamos, explica en las situaciones sociales y políticas en las que vivimos o lo intentamos.
La parte técnica de la película es sublime, porque capta el tono, el espacio y las composiciones de forma natural, cercana y nada complaciente, sin estridencias ni trucos, retratando la dureza de aquellos tiempos sin evidenciar casi nada, construyendo una atmósfera nada maniquea, que emana verdad, rodeado de un silencio atronador. Tiene especial elección el trabajo de Rui Poças, el cinematógrafo portugués, del que conocemos sus grandes trabajos para Miguel Gomes y Joâo Pedro Rodrigues, amén de su para Lucrecia Martel en Zama, entre otros. Su capacidad y sencillez para lograr esa luz que recorre la película, desde esa inicial en la que la realidad se palpa y esa otra realidad, la política y social, hasta esa otra, esa luz nocturna, más poética y onírica, con ese río que está maravillosamente iluminado, con sus espectros y sus sombras, que recuerda a ese otro río de La noche del cazador, de Laughton. Es también sumamente importante la música de la película, tensa y áspera, que va marcando el tono y la emoción por la que atraviesa el personaje de María, en un formidable trabajo del colombiano Camilo Sanabria, del que hemos visto trabajos para sus compatriotas Luis Ospina, Simón Hernández, Clare Weiskopf y César Heredia Cruz, y en Eles transportan a morte, de Helena Girón y Samuel M. Delgado, etc…).
Una película en la que predomina el miedo atenazante en la existencia de estas mujeres de pueblo, tranquilas de vidas sencillas y anónimas. Donde lo fronterizo persigue a su protagonista como un fantasma. Compuesta por la idea idea de traspase al otro lado, tanto físico como emocional, en qué el río divide muchas cosas, en una de las secuencias más brutales que recuerdo, acercándose aquella maravilla de La vida de Oharu, de Mizoguchi (cuando vean la película sabrán de qué les hablo). Una trama partida por la mitad. Un relato Dos partes o podríamos decir, dos vidas, la oculta y la más oculta. La primera en la Illa de Arousa, con sus costumbres, sus formas de hacer y el peligro constante de no ser vista. La segunda en ese mundo oscuro, de clandestinidad, de los invisibles, tiene especial cuidado el montaje de un grande como Cristóbal Fernández, que ha trabajado con autores como José María de Orbe, Oliver Laxe, Hélèna Klotz, Christophe Farnarier, León Siminiani y Santiago Fillol, por citar algunos de sus más de 30 títulos, porque aparte de dotar de un ritmo cadencioso y sin prisas a una historia que se va a los 103 minutos de metraje, tiene ese tono y esa textura que da tiempo a las secuencias, a esos encuadres que se dejan mirar, rodeados de noche y sombras, de miradas y silencios, de gestos y actos que hablan de todo sin decir nada.
Si la parte técnica de O corno es de primer nivel, la parte interpretativa no podía quedarse atrás, y el grupo de actrices y actores que ha convocado la cineasta vasca-galega brilla con gran intensidad empezando por Janet Novas, bailarina de danza, que aquí da vida a María, el hilo conductor de la trama. Una mujer que mira que traspasa, y como se mueve en el cuadro, con pausa y en silencio, con esa presencia tan hipnotizadora y enigmática, esas mujeres que vivían libremente en tiempos atroces, con su sabiduría y ciencia más allá de la razón. Mujeres libres y espirituales que debe huir y esconderse, convertirse en una alimaña clandestina y empezar de nuevo, en ese bucle infinito donde ocultarse de los otros, de los malos, de los que se niegan al progreso de verdad, aquel que tiene que ver con las necesidades de la vida. Le acompañan Siobban Fernandes, Carla Rivas, Daniela Hernández Marchán, María Lado, Julia Gómez, Nuria Lestegas, todas ellas actrices desconocidas para el que suscribe, que se cruzarán por el camino de María, convertidas en cómplices y amigas que se ayudarán y se acercarán unas a otras para pasar al otro lado, aquel que la vida se convierte en una continua huida y desesperación. Nos detenemos en la breve pero intensa presencia de un magnífico actor como Diego Anido, del que nos deslumbró tanto en Trote, de Xacio Baño y As bestas, de Rodrigo Sorogoyen.
No me gusta hablar de premios, pero ahora tengo que hacerlo porque O corno, de Jaione Camborda se ha alzado con el primer premio del reciente Festival San Sebastián finalizado hace unos días. La primera vez que la Concha de Oro recae en una directora de aquí, y deseamos que continúe, y nos alegramos por la película y por su equipo, en el que encontramos a las productoras Andrea Vázquez, que ha producido O que arde, del mencionado Laxe y la reciente sica, de Carla Subirana, y María Zamora, que vaya carrerón está construyendo, esencial en producir a directoras como Carla Simón, Nely Reguera, Clara Roquet, Liliana Torres y Elena Martín, amén de directorescomo León Siminiani, Carlos Marques-Marcet y Álvaro Gago. Celebramos el premio y deseamos que sea el primero de otros reconocimientos al cine de aquí, un cine que habla sobre lo oculto, sobre tiempos atroces que las mujeres tuvieron que sufrir y sobrevivir, que encontraron la mirada cómplice para resistir, donde la película aboga por la fraternidad, ese valor humano que parece muy en desuso en estos tiempos, que nos retrotrae al cine de Rossellini, Kiarostami y Kaurismäki, entre otros, un cine que habla de nosotros, y todos los demás, los que nos miran y tienden una mano para levantarnos y seguir caminando. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA