Entrevista a Antonio Méndez Esparza y Malena Alterio, director y actriz de la película “Que nadie duerma”, en los Cines Renoir Floridablanca en Barcelona, el miércoles 15 de noviembre de 2023.
Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Antonio Méndez Esparza y Malena Alterio, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, y a Eva Herrero y Juanma Barbero de Madavenue, por su amabilidad, generosidad, tiempo y cariño. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA
“La vida era también un plano ciego en el que cada uno debía ir colocando los acontecimientos que la delimitaban”
Frase de la novela “Que nadie duerma” (2018), de Juan José Millás
Hace justo un año que se estrenaba en cines la adaptación de la novela “Desde la sombra”, de Juan José Millás bajo el título de No mires a los ojos, dirigida por Félix Viscarret. Ahora, llega otra adaptación de Millás, la de la novela “Que nadie duerma”, que con el mismo título, nos pone en la vida de Lucía, una informática que de la noche a la mañana pierde su trabajo y se recicla como taxista en un barrio obrero de Madrid. La vida de esta mujer se sitúa en visitar a su anciano padre, recordar la muerte trágica de su madre y mirarse en el espejo y no reconocerse, sentir que su vida siempre está en otro sitio sin ella. Las horas del taxi le están ayudando a no sentirse tan sola, escuchando e interactuando con sus clientes, sus historias y miedos, compartidos y cercanos, aunque Lucía todavía no sabe que su vida y sus deseos y frustraciones también están siendo visibilizados con sus clientes. La realidad, o lo que creemos que es, lo onírico, lo cotidiano y lo absurdo mezclado con lo surreal y lo fantástico, la sensación de estar y no estar, resultan elementos cruciales en el imaginario de Millás, que se acerca y traspasa a sus personajes envolviéndolos en situaciones reales o no, de verdad o no, y sobre todo, difíciles de explicar y mucho menos entender.
De Antonio Méndez Esparza (Madrid, 1976), conocíamos su cine primero filmado en México donde hizo Aquí y allá (2012), en la que repasaba la difícil situación de un mexicano que vuelve a su país después del periplo migratorio en Estados Unidos. Luego, instalado en Florida con La vida y nada más (2017), donde profundiza las complejas relaciones de una madre soltera y un conflictivo hijo adolescente, y en Courtroom 3H, de hace 3 años, en la que recogía los casos en una sala de juicios especializada en relaciones de padres e hijos. Con la película Que nadie duerma, filma por primera vez en su ciudad, en un Madrid muy cercano, de diario, de barrio obrero, y lo hace en 16 mm con Barbu Balasoiu (del que vimos en 2016 su trabajo en Sieranevada, del prestigioso Cristi Puiu), el cinematógrafo que le ha acompañado en sus tres largos anteriores, con el propósito de acercarnos a la vida de Lucía, de sentarnos en su taxi y ser un testigo más de su existencia. A partir de un guion que firman el talento de Clara Roquet, y el propio director, que consigue, sin alardes ni estridencias, trasladar ese universo particular de Millás, entre lo real y lo irreal, lo soñado y lo vivido, entre aquello que proyectamos y no, entre tantas cosas y ninguna.
Un relato donde se juega a través de la vida de Lucía, una mujer sola, quizás demasiado sola, y demasiado inquieta para el mundo que le ha tocado vivir, que se obsesiona un día como otro cualquiera, cuando escucha la música de su vecino de arriba, en la que suena la pieza “Nessum Dorma”, cantada por Pavarotti para el “Turandot”, de Puccini. Sube y conoce a su vecino Calaf, que tras desaparecer, deja a Lucía obsesionada con él. Clientes del taxi que se hacen amigos como Roberta, una bella y sofisticada productora teatral, Ricardo, un escritor nada especial que podría ser un sosías del propio Millás, y otros clientes tan inquietantes con los que surgirán situaciones rocambolescas e irreales, o tal vez, demasiado reales para ser comprendidas. Con un gran trabajo de montaje de la gran Marta Velasco, en una película pausada pero muy agitada en la que no dejan de suceder muchas cosas, que logra dotar de precisión y detalle a una trama que alcanza los 122 minutos de metraje. La asombrosa composición musical de una estupenda Zeltia Montes, fundamental para contarnos esta película, que con una banda sonora compuesta de cuerdas consigue golpearnos emocionalmente siendo testigos de la vida de Lucía, una irrealidad muy real que deambula como Crusoe, no en su isla desierta, sino en su propio desierto, en su taxi y en ese Madrid periférico e inquietante, donde hay muchos mundos a parte de este, en el que Lucía va descubriendo con sus almas tristes y solitarias, de las que hay saberse cuidar y mantener alejadas.
Un personaje de la inquietud y complejidad como el que transmite Lucía debía tener una actriz que tuviese la mezcla entre lo ingenuo, lo frágil y lo oscuro como resulta la extraordinaria interpretación de una sublime Malena Alterio, a la que hemos visto en muchos roles diferentes que van de la comedia y el drama, pero su Lucía es otra cosa, una mujer capaz de todo, y cuando digo capaz de todo, es que lo es, porque muchas veces la vida se vuelve del revés y nos da de hostias, tantas que perdemos la cabeza o quizás, sólo perdemos la esperanza y las ganas de levantarnos cada día en ese mundo o inframundo en el que nos ha tocado vivir. Le acompañan una sobresaliente Aitana Sánchez-Gijón en el papel de Roberta, con un look muy rompedor con ese pelo rizado a lo afro, esas gafas enormes, esos vestidos de mujer elegante e independiente con empleo liberal que es como así decirlo la imagen del otro lado del espejo al que le encantaría reflejarse Lucía. Tenemos al siempre eficaz José Luis Torrijo como escritor y articulista, uno más o uno menos, alguien que pasa desapercibido, de esas personas agradables pero aburridas, que las mata callando y tienen una vida sin más, interesante sólo por el caparazón. También, como no, hay un actor, el tal Calaf, que en realidad es Braulio Botas, que interpreta Rodrigo Poisón, que tiene sus momentos de representación, acaso la vida no lo es, que engatusa a la infeliz de Lucía, o quizás se engatusa ella misma, a la que falta todo y no sabe por dónde empezar, ni por donde caminar, y sobre todo, qué hacer cómo encontrarse en su vida y aceptarse y pasar más de los demás.
Recomiendo enormemente la película Que nadie duerma, de Antonio Méndez Esparza, porque materializa con gran inteligencia el cotidiano, absurdo, tenebroso y fantástico universo de Millás, que no es nada fácil en el cine, del que sólo conoce tres adaptaciones contando la mencionada, tenemos la de La soledad era esto (2002), de Sergio Renán, y lo mejor de todo, que no opta por lo fácil con trucos ni engaños, sino por la parte más interesante y compleja, porque aparentemente todo se muestra muy real e íntimo, pero su forma de mirar, como si fuéramos un voyeur, que nos escondemos para mirar por un agujero por el que nunca nos sorprenden, una sensación que experimentamos cuando se lee a Millás. Porque la película y su protagonista se muestran desnudas, con todo lo que son y lo que hay, sin nada más, en una trama que mira de frente a sus personajes y lo que van experimentando, a partir de una realidad que duele, que se siente mucho, o mejor dicho, una realidad más irreal que cualquier otra, donde todo es posible y no, porque siempre dependerá de quiénes seamos y de todas las mentiras de los demás y las propias que seamos capaces de creernos y de sentir, porque, al fin y al cabo, como sostiene Lucía, llega un momento que miramos de otra manera, mucho más adentro y descubrimos cómo son en realidad los demás. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA
“La más importante característica e innovación es lo que se llama neorealismo. Para mí, haberme dado cuenta de que la necesidad de una “historia” era solo una inconsciente manera de disfrazar la derrota humana, y ese tipo de imaginación era una simple técnica para autoimponerse fórmulas oxidadas sobre hechos de la vida cotidiana. Ahora se ha percibido que la realidad es enormemente rica, y que la tarea del artista no es hacer que la gente se mueva o se indigne en situaciones metafóricas, sino hacer reflejar estas situaciones (moviéndote e indignándote si te conviene) en aquello que ellos y los demás están haciendo, en lo real, exactamente en como ellos son”
Cesare Zavattini
El primer plano de la película ya deja muy claro el espacio por donde nos veremos a lo largo de su metraje. En una sala de juicio, vemos a Andrew, un adolescente afro-americano que está frente al juez de menores, a su lado, con cara de circunstancias, como no podía ser menos, Regina, su madre. Esos dos elementos, navegarán durante la película vertebrando los dos temas principales de la trama, por un lado, las dificultades vitales de una madre sola, ya que su marido está en prisión, de mantener a su familia, tanto a su hijo adolescente como a la pequeña de tres años, y por otro lado, un sistema legal, inflexible e implacable, que deja con pocas oportunidades a los afro-americanos, abocándolos a vidas duras y pocas expectativas o ninguna de cara al futuro.
El segundo trabajo de Antonio Méndez Esparza, madrileño que ha desarrollado su carrera en EE.UU, y arrancó su filmografía dirigiendo Aquí y allá (2012) en la que se centraba en la vida de los emigrados mexicanos que volvían a su casa y cómo eso les afectaba en la relación con ellos mismos y con su familia. Ahora, Mendéz Esparza ha cruzado la frontera para interesarse por los afro-americanos y sus dificultades por tener una vida digna en el país del Tío Sam. Nos encontramos en uno de esos condados, en este caso el de Leon en florida, donde la vida parece haber pasado de largo, en el que alguno de sus componentes ha estado o está encarcelado, en esos sitios cercanos a campus universitarios, y poblados de casitas con cuatro paredes y poco más, donde las vidas se sustentan con trabajos precarios que dan para poco.
Seguimos a Andrew, que tiene esa edad difícil, de búsqueda de sí mismo y su entorno, en la que sufre la ausencia paterna, al que nunca ve, sólo una leve correspondencia epistolar, y al chico le cuesta encontrar su espacio, en una vida rasgada, en la que tiene responsabilidades familiares, debido al trabajo de su madre, y además, encuentra su leve respiro en otros chavales de su edad que piensan en salir de su vida mísera a costa de pequeños hurtos. Problemas y dificultades que le llevarán a enfrentarse con su madre, una mujer de batalla, que ha tenido que enfrentarse a una vida nada fácil, y levantar un hogar a pesar de la ausencia de su marido. En un momento, le dirá a un tipo que la pretende que, su vida es trabajar y sus hijos, una realidad demasiado frecuente en las madres solas afro-americanas. Pero, Regina quiere algo más, que haga su vida más respirable, conoce a Robert y se enamoran, y vivirá con ellos, aunque esto signifique una olla de conflictos con el joven Andrew y afectará a Regina en su relación con Robert.
Méndez Esparza acota su película en apenas tres personajes, y nos introduce en la intimidad doméstica de sus problemas y las durísimas relaciones que se producen entre ellos, en un paisaje que nada tiene que ver con ese que nos venden otras películas. Aquí, la realidad se palpa en cada rincón, una realidad que duele, que se suda y también, se sangra, que incómoda y da frío. El director madrileño coloca su cámara (penetrante y cruda fotografía del rumano Barbu Balasiou, que ya trabajó en su primer largo, y colaborador de Cristi Puiu) en las entrañas de sus personajes, sin caer en sentimentalismos ni nada por el estilo, centrándose en sus existencias complejas y duras que chocan contra un sistema legal que les deja poco aire que respirar, un sistema que los aparta y los invisibiliza. La elección de actores no profesionales, que se llaman igual que sus personajes, dota a la película de una naturalidad absorbente y una cercanía abrumadora, llevándola a esos terrenos de denuncia y resistencia de un colectivo que, desgraciadamente son carne de cañón y acaba con sus huesos en la cárcel, una triste y terrorífica realidad que la película aborda con seriedad, complejidad y humanidad.