Los destellos, de Pilar Palomero

LA TERNURA DEL CORAZÓN.  

“Hay tantas formas de amor como momentos en el tiempo”. 

Jane Austen

En Los destellos, tercer largometraje de Pilar Palomero (Zaragoza, 1980), no dista mucho de sus anteriores largometrajes. Tanto en Las niñas (2020), y en La maternal (2022), la historia se construía a través de la relación íntima, profunda y distante entre una hija y su madre, envueltas en un conflicto exterior que las acerca o aleja según las circunstancias. En la primera, la cosa iba de la educación cristiana de una niña en contraposición a los cambios del país en la España del 92, y en la segunda, el tema rondaba en un embarazo adolescente.  Si bien es cierto que, en esta última, a la relación de madre e hija, se le añade la cercanía de la muerte, a través de la enfermedad del padre y ex, respectivamente. La cineasta, de modo casi natural, ha ido añadiendo años a sus hijas, y ahora, estamos frente a una joven universitaria, manteniendo, eso sí, en las dos primeras, a madres solas, ya no en esta última, donde la madre tiene pareja y vive junta a ella. La historia nace del relato “Un corazón demasiado grande”, de Eider Rodríguez, donde se habla de cómo nos enfrentamos al hecho de la muerte, de su gestión y sobre todo, de ese eterno presente en el que vivimos. 

Como sucedía en sus anteriores trabajos, el relato naturalista y nada efectista cambia lo urbano para adentrarse en nuevo espacio, muy cercano a la directora, ya que es el pueblo de su familia, el Horta de Sant Joan, en Tarragona, en las Terres de l’Ebre y del Matarraña. Un rural que se aleja de lo primario para mostrar un espacio lleno de cotidianidad, de intimidad, con esa atmósfera tan cercana que se puede tocar, donde escuchamos respirar a los personajes, como si pudiéramos escuchar cada uno de sus latidos, cada una de sus emociones, en un equilibrado guion donde todo lo que vemos y escuchamos emana verdad, una verdad tranquila, nada impostada, ligera y reposada como cualquier día, donde la vida va pasando sin sobresaltos, o quizás, sin darnos cuenta, entretenidos a nuestros quehaceres cotidianos y nuestros futuros. Esa aparente tranquilidad se ve trastocada con las visitas de la hija, Madalen, que pasa los findes junto a su madre y visitando a su padre enfermo, Ramón, hasta que, la hija pide a su madre, Isabel, que visite a su padre y ex. Un hecho que reaviva el pasado, después de 15 años separados, donde volverán sentimientos que se creían superados y hará que el presente se convierta en sumamente trascendental. 

La delicada cinematografía de Daniela Cajías, que ya hizo la de Las niñas, y se coronó con la de Alcarràs (2022), de Carla Simón, se instala capturando con extrema sencillez la luz mediterránea, con sus contrastes y sus atardeceres, creando ese ambiente donde la vida y la cercanía de la muerte van creando esa luz viva, que nos deslumbra y también, nos ensombrece un poco, avivando todo ese interior complejo que está gestionando Isabel. La música de Vicente Ortíz Gimeno, del que conocemos sus trabajos en series como El día de mañana y La línea invisible, entre otras, huye de la sensiblería recurrente en este tipo de historias, para adentrarse en otros espacios, el de acompañar sin hostigar, el de estar sin entrometerse, el de estar callado sin interrumpir. El excelente montaje de Sofi Escudé, tercera película con Palomero, donde en sus 101 minutos de metraje se aleja de lo habitual para crear esa atmósfera donde cotidianidad y enfermedad se van dando la mano, como novios tímidos, y poco a poco, sin prisas ni agitaciones, se van acercando, acogiéndose y estando, acompañándose los unos a los otros, compartiendo el presente echando la vista al pasado que vivieron, que estuvieron, pero desde ese instante actual en que la vida parece detenerse e ir muy rápido, entre esas aristas donde se instala la película. 

El reparto de la película, magnífico bien escogido, con una Patricia López Arnaiz en el papel de Isabel, tan contenida como íntima, que traspasa la pantalla a partir de una naturalidad tan emocionante, muy bien acompañada por Antonio de la Torre como Ramón, que lleva con dignidad su enfermedad aunque se muestre distante al principio, también tendrá, como les ocurre a todos los personajes, un proceso que no le resultará fácil, con Julián López como Nacho, la pareja de Isabel, que va dejando sus personajes más cómicos para atreverse con tipos diferentes, más comedidos, en que prevalece la mirada y el gesto a la palabra. Finalmente, tenemos la presentación de Marina Guerola que hace el personaje de Madalen, otro grandísimo acierto de la directora zaragozana, como ya hiciese con Andrea Fandós en Las niñas, y con Carla Quílez en La maternal, otro gran rostro para el cine español, en una interpretación que ha sido todo un gran desafío para la actriz debutante, porque su personaje, que hace de puente entre sus padres, es una de esas composiciones que suponen todo un tránsito entre el pasado y presente, a través de dos seres que no se conocen, que son dos perfectos desconocidos, o quizás no tanto. 

Celebramos y aplaudimos una película como Los destellos, de Pilar Palomero que, además de convocarnos a una historia tan natural como real, nos conmueve con pequeños y leves detalles, sin caer en el manido relato de la compasión y la tristeza, sino en toda una lección de vida, del hecho de vivir, de enfrentarse a lo que somos, a lo que fuimos y lo que, quizás seremos, siempre desde el amor, el cuidado y el de mirarse en el alma del otro, o al menos, comprenderla y estar a su lado, porque en estos tiempo actuales donde las prisas y la acumulación de tareas se ha convertido en el sino de todos y todas, la película reivindica el tiempo detenido, olvidándonos un poco de nuestro ego, de nosotros y acercarnos a los otros. El tiempo para los otros como la mejor herramienta para conocernos y querernos, el hecho de estar, relajados y tranquilos observando un atardecer con una copa de vino o charlando sin más, como las mejores cosas que podemos hacer, olvidándonos de nuestras vidas mercantilizadas, y mirándonos en los demás, en sus cosas, ya sean la enfermedad, los recuerdos, los buenos y no tan buenos, así, sin más, sin nada que hacer, sólo compartiendo, un hecho que ya pocos hacen, sometidos a sus vidas y a sus cosas. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Susi Sánchez

Entrevista a Susi Sánchez, actriz de la película «Reinas», de Klaudia Reynicke, en la cafetería de los Cines Renoir Floridablanca en Barcelona, el lunes 2 de septiembre de 2024.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Susi Sánchez, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, y a Lara Pérez Camiña y Sergio Martínez de BTeam Pictures, por su amabilidad, generosidad, tiempo y cariño. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Reinas, de Klaudia Reynicke

ÉRASE UNA VEZ EN… PERÚ. 

“Podéis arrancar al hombre de su país, pero no podéis arrancar el país del corazón del hombre”. 

John Dos Passos

La familia es parte muy importante del universo cinematográfico de Klaudia Reynicke (Lima, Perú, 1978), en sus tres películas y miniserie que ha dirigido hasta la fecha. La última es Reinas, coescrita junto a su compatriota el cineasta Diego Vega (que conocemos por ser uno de los creadores de la serie Matar al padre (2018), de Mar Coll), en la que a modo de fábula recoge parte de sus vivencias personales cuando en la Lima del Perú de principios de los 90, ante la gravedad de la situación política dejó el país siendo adolescente junto a su familia 30 años atrás y ha regresado cinematográficamente para contar su visión de aquel tiempo. Por eso, su relato está situado en la mirada de las dos niñas, Lucía y la adolescente Aurora, que si bien están dispuestas a emigrar a Estados Unidos con su madre, después de la aparición de Carlos, su padre que ha estado ausente mucho tiempo. La aparición del padre genera un revuelo en las dos niñas e instan a su madre a quedarse en el país y olvidarse del exilio.

La historia mezcla con inteligencia e intimidad los quehaceres cotidianos de la familia compuesta por las dos niñas, su madre y la abuela, y la situación política tan convulsa y agitada del país, donde lo personal y lo social se exploran de forma sencilla y nada complaciente, entre ese interior de la casa donde vienen familiares y se desarrolla buena parte de la película, y el exterior, de día como un día más, y la noche, muy amenazante y con toque de queda. La habilidad del guion en situarnos con muy poco en los conflictos y tensiones personales debido a la situación del país, y en hacerlo en presente, indagando de forma sutil y nada superficial en ese pasado que no hemos visto pero acabamos conociendo muy bien, tanto la década violenta de los ochenta y, sobre todo, la personalidad de ese padre, tan imaginativo, tan charlatán y tan alejado, que ahora quiere recuperar el amor de sus hijas ante las dudas de Elena, su ex y madre de las niñas, y la abuela, que lo conoce demasiado y por eso lo aleja todo lo que puede. Resulta interesante como la película capta la infancia y la adolescencia a través de las niñas, y ese mundo de los adultos tan preocupado por el país y el miedo a qué pasará. 

La excelente cinematografía de Diego Romero, que ya había hecho con Reynicke las mencionadas Love Me Tender y La vie devant, tiene en su filmografía trabajos con cineastas como Roberto Minervini e Ignacio Vilar, y La bronca (2019), dirigida por el citado coguionista Diego Vega y su hermano Daniel, consigue esa luz tan característica de la época, donde se manifiesta esa intimidad que mencionaba, donde la calidez de lo doméstico contrasta con la luz de afuera, más intensa y ruidosa, donde la agitación del país se nota en cada mirada y cada gesto de los personajes. El magnífico trabajo de montaje que firma el dúo Francesco de Matteis con más de 40 títulos a sus espaldas, y Paola Freddy, que ya había estado a las órdenes de la cineasta peruana, con una amplia experiencia al lado de nombres tan importantes como los de Krzysztof Zanussi, Andrea Pallaoro y Piero Messina, donde todo se mezcla con naturalidad y con buen ritmo, pausado y nada ajetreado, en la que se cuenta la difícil gestión ante los graves acontecimientos en sus 104 minutos de metraje que pasan de forma interesante y nada repetitivos. Sin olvidar algunos temas pop muy del momento como el de Hombres G que bailan en la fiesta. 

Mención especial tiene el extraordinario trabajo del equipo interpretativo con unas grandes actuaciones llenas de transparencia y cercanía, empezando por las dos niñas debutantes que son Abril Gjurinovic como Lucía, la pequeña de la casa y también rebelde, y Luana Vega es Aurora, en plena efervescencia adolescente, con los amores intensos y las amigas para toda la vida. Los adultos son los intérpretes peruanos Gonzalo Molina como Carlos, esa especie de soñador eterno, de aventurero de pacotilla pero parece ser que con gran corazón y con ganas de querer un poco a sus hijas, mientras que Jimena Lindo es Elena, la madre que ha tirado palante a pesar de las dificultades y que está moviendo mar y aire para conseguir la documentación necesaria, venciendo mil y un obstáculo burocrático, para salir del país y empezar de nuevo muy lejos de allí, antes que la situación se ponga peor. La gran Susi Sánchez hace de abuela, una matriarca observadora y acompañante que sabe muy bien de qué pie calza el susodicho padre de las niñas, una mujer que ha vivido demasiado para saber y conocer a los demás. Y finalmente, una retahíla de actores y actrices peruanos que interpretan de forma sencilla y natural.

La película Reinas se ha producido gracias al esfuerzo y el trabajo de tres países como Perú, Suiza, ciudad de exilio de la directora, y España, a través de Inicia Films de Valérie Delpierre, siempre tan atenta al talento como ha demostrado con Carla Simón, Pilar Palomero, David Ilundaín, Estibaliz Urresola, Àlex Lora y Enric Ribes, entre otros. La cinta de Reynicke no está muy lejos de cineastas como Lucrecia Martel y su inolvidable La ciénaga (2001), peliculón paradigma que ha abierto muchas puertas y ha ayudado a otro cine como el de Albertina Carri, Milagros Mumenthaler, Julia Solomonoff, Mariana Rondón, Tatiana Huezo, Dominga Sotomayor, entre otras, que han explorado la familia, la política y demás asuntos tan arraigados a su continente. No dejen escapar una película como Reinas, de Klaudia Reynicke, porque conocerán aquellos años convulsos del Perú de principios de los 90 y además, verán cómo los gestiona una familia desde sus diferentes miradas, de la infancia, la adolescencia, la adultez y la vejez, en su lucha por seguir viviendo con dignidad, aunque sea dejando su tierra para empezar de nuevo en otro país, en otro idioma y demás. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Sandra Reina

Entrevista a Sandra Reina, directora de la película «El bus», en el marco de la Mostra Internacional de Films de Dones en Barcelona, en la terraza del Café Librería La Central Raval en Barcelona, el viernes 9 de junio de 2023.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Sandra Reina, por su tiempo, sabiduría, generosidad y a Teresa Pascual y Anne Pasek de Comunicación de la Mostra, por su generosidad, cariño, tiempo y amabilidad. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Víctor Iriarte

Entrevista a Víctor Iriarte, director de la película «Sobre todo de noche», en el Hotel Catalonia Eixample 1864 en Barcelona, el martes 28 de noviembre de 2023.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Víctor Iriarte, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, y a Sonia Uría de Suria Comunicación, por su amabilidad, generosidad, tiempo y cariño. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Sobre todo de noche, de Víctor Iriarte

UNA MADRE, UN HIJO, UNA MADRE. 

“Esta es una historia de violencia, de rabia y de violencia. Alguien pierde a alguien. Alguien busca a alguien el resto de su vida. Esta es mi historia. Hubiera podido suceder de otra manera pero sucedió así”.

Vera

Si algo adolece mucho del cine actual es la ausencia de relato en las historias que cuenta. Muchas películas abandonan por completo la idea del cuento, la idea de la fábula poliédrica, aquella historia que se bifurca constantemente, que fábula sobre ella misma, que indaga a partir del artefacto cinematográfico en una incesante búsqueda donde el artificio se fusiona con la narración, en que el camino no tiene una constante ideada, sino todo lo contrario, un itinerario que acoge otras disciplinas como la literatura, la música y el canto para contar y contarnos su historia en un caleidoscopio infinito donde el género es una mezcla de todos ellos, incluso el misterio que oculta cualquier película, en este cine se revela o no y cuando lo hace se revela ante nosotros interrogando a la propia película, en un documento ensayístico en el que lo importante no es sólo lo que nos están contando, sino que va construyendo una forma heterogénea que va mutando a lo largo de la película. 

El cineasta Víctor Iriarte (Bilbao, 1976), al que conocemos por su trabajo de programador de cine y director de múltiples piezas, amén de sus trabajos para Isaki Lacuesta y Raya Martin, debutó con el largometraje Invisible (2012), un relato que ya planteaba la fusión de géneros, elementos, texturas y formas para contarnos muchas historias dentro de ella. Mismo punto de partida con el que ejecuta su segundo trabajo de título tan estimulante, Sobre todo de noche, donde nos pone en la pista de Vera, una madre que entregó su hijo por no poder atenderle, y años después, cuando quiso saber de él, se enfrenta a un vacío y oscuridad burocrática y decide vengarse de todos ellos. Una línea mínima de argumento, convertido en un interesante y revelador guion que firman Isa Campo, estrecha colaboradora del citado Isaki Lacuesta, (que ambos coproducen la película, junto a Valérie Delpierre, y demás), Andrea Queralt, productora de títulos tan importantes como O que arde, de Laxe, y Matadero, de Fillol, y el propio director, filmada en un estupendo trabajo de cinematografía en 16mm por Pablo Palomo, del que vimos Al oriente, de José María Avilés, en una composición que nos remite a por ejemplo películas como Los paraísos perdidos (1985), y Madrid (1987), ambas de Basilio Martín Patino, con ese aroma de atemporalidad donde las cartas y los mapas pueden convivir con los móviles sin ningún tipo de interferencia. 

La excelente música, un personaje más de la historia, que firma una grande como Maite Arroitajauregi, una habitual del cine vasco en películas como Amama, Akelarre e Irati, y de directores como Fernando Franco, construyendo de forma tensa y profunda todos los vaivenes emocionales de los personajes. Una película de estas características donde la forma y lo que cuenta devienen tanta importancia requería un preciso y detallado trabajo de montaje, y lo encontramos en una habitual de este tipo de cine que investiga y se investiga, que no es otra que Ana Pfaff, que realiza una edición donde priman los rostros y las manos, en que la película se explica mediante acciones, acompañadas de intensas reflexiones sobre el pasado. Qué decir del excelente trío protagonista de la película con una enorme Lola Dueñas como Vera, la madre que busca a su hijo, la madre que se venga de esa burocracia ilegal y miserable, la madre que encuentra a su hijo y sobre todo, la madre herida que no se lame las penas y se lanza en un viaje en el que no cesará en su empeño. La actriz está inmensa y construye una Vera que traspasa la pantalla por su forma de mirar, de hablar y moverse en un mundo que vapulea al débil y lo olvida, pero Vera no es de esas, porque Vera es una mujer herida, como las que construía Chabrol en su cine. 

La gran actuación de Lola/Vera no ensombrece a los demás intérpretes, que componen un estupendo contraplano interpretativo en sus diferentes roles, porque en su viaje/encuentro se tropezará con otra madre, la que hace Ana Torrent y recibe el nombre de Cora, profesora de piano, una madre que no puede tener hijos, una madre que es muy diferente a Vera, pero otra madre, en fin. Y luego, está Manuel Egozkue. que muchos recordamos como el protagonista de la maravillosa y exquisita Arquitectura emocional 1959 (2022), de León Siminiani. El actor hace del hijo, él hace de Egoz, que está a punto de cumplir los 18. El hijo de dos madres. Y después están María Vázquez que tiene su momento en una biblioteca, y Katia Bolardo, que también tiene el suyo en una piscina, y Lina Rodrigues, que tiene su instante cantando un fado. Intérpretes de vidas duras que arrastran heridas inconfesables, heridas que no han compartido, heridas que desgarran unas vidas que no pueden quedar en el olvido de la desmemoria. Personajes que no están muy lejos de aquellos que tanto le agradaban a Bresson, que explican sus cosas con movimientos, con esos planos de detalle de esas manos recorriendo mapas, recorriendo vidas que quedaron detenidas. 

Sobre todo de noche traza un recorrido por muchos espacios, lugares, texturas y tonos como lo psicológico de Hitchcock, lo noir de Melville, los mundos y submundos de Borges, Bioy Casares y Cortázar, donde la forma y el relato casan con extraordinario detalle y composición, donde la película descansa en la precisión de lo que se está contando acompañado de unas imágenes breves y concisas, donde pasado y presente forman un único espacio, donde todo va convergiendo en ese espacio fílmico o de ficción en el que la historia se interroga y nos interpela a los espectadores, recuperando esa idea de la fábula, del cuento que se cuenta de múltiples formas y las vamos viendo todas, como sucedía en El muerto y ser feliz (2012), de Javier Rebollo, y en La flor (2018), de Mariano Llinás, saltando de forma natural de un género a otro, mezclándolos, de una forma a otra, y de un tiempo/espacio a otro, pero obedeciendo a un proceso donde todo se compacta en armonía, sin darnos cuenta, de un modo de absoluta transparencia, en el que los objetos de naturaleza diversa se vuelven cotidianos, y donde los personajes van y vienen en un sin fin de espesuras y tensiones, donde todos tienen su camino, su objetivo, en busca de paz, de esperanza dentro de los conflictos que les ha tocado vivir, o mejor dicho, padecer, con una narradora que es la propia Vera que explica e indaga sobre sí misma y los demás, en un continuo juego de espejos y realidades múltiples. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Àlex Lora

Entrevista a Àlex Lora, director de la película «Unicornios», en los Cines Renoir Floridablanca en Barcelona, el lunes 26 de junio de 2023.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Àlex Lora, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, y a Katia Casariego de Revolutionary Press, por su amabilidad, generosidad, tiempo y cariño. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Unicornios, de Àlex Lora

ISA LO QUIERE TODO. 

“Me doy cuenta de que todo el mundo dice que las redes sociales son un unicornio pero, ¿y si solo es un caballo?”.

Jay Baer

El mundo real o lo que entendemos por realidad, que eso sería otro debate, ha perdido la fisicidad para convertirse en virtual, o quizás, para convertirse en una representación de otra. Porque la realidad, y permítanme que utilice el mismo término, se ha desplazado a las redes sociales. Todo lo que allí existe se interpreta como lo real, o más bien, como la interpretación de una realidad que se evapora a cada milésima de segundo porque es sustituida por otra, igual de vacía, pero segundos más actual. Todo aquel, ya sea autónomo o empresa, debe vivir en las redes, crear contenido y exponer, y exponerse, para conseguir “likes”, y una visibilidad constante que se traduzca en beneficio económico. Isa, la protagonista de Unicornios lo tiene claro. Su vida, su trabajo y su ocio están constantemente expuestos en las redes sociales. Sus posts son su vida y esa realidad virtual en la que vive se traduce en una existencia llena de movimiento, actividad frenética y una pasión arrolladora. Vive el mundo, cada segundo, sin perder nada ni nadie, consume y fabrica contenido, y ama y folla de forma libre y sin complejos. 

El primer largometraje de ficción de Àlex Lora, después de una filmografía dedicada al cine documental donde ha cosechado algunos éxitos como el corto Un agujero en el cielo (2014), los largometrajes codirigidos como Thy Father’s Chair (2015), y El cuarto reino. El reino de los plásticos (2019), siempre con temáticas sociales y contundentes. Con Unicornios arranca en la ficción con una película que mira de frente a la juventud actual, a esa que tiene las redes sociales como su todo, que practica el amor libre, y es inteligente, segura de sí misma y mucho más. Aunque, el director barcelonés se centra en lo que no se ve, en la amargura y el lado más oscuro de toda esa vida de apariencia y exposición, y lo hace desde un guion escrito a cuatro manos en los que ha participado María Mínguez, que tiene en su haber comedias como Vivir dos veces y Amor en polvo, Marta Vivet, con series como Las del Hockey, y películas estimables como Cantando en las azoteas, y Pilar Palomero, directora de Las niñas y La maternal, y el propio director, donde prima la mirada y el cuerpo de Isa, interpretada magistralmente por una formidable Greta Fernández, con esa fuerza arrolladora que transmite y se come la pantalla, una magnífica mezcla de ternura y fuerza. 

Una película de aquí y ahora, pero no cómoda y sentimentaloide, sino todo lo contrario, porque nos habla de frente, sin atajos ni nada que se le parezca, retratando esa realidad cruda, donde hay soledad y tristeza, con ese tono agridulce, amargo y siniestro, en la que se abordan temas tan candentes como las mencionadas redes sociales, las relaciones maternofiliales, y las relaciones humanas, tanto sentimentales, profesionales y con uno mismo, y lo hace desde la sencillez y de frente, sin dejarse nada y mirarlas con crudeza y de verdad, esa verdad que escuece, que golpea y te deja pensando en que mundo vivimos y sobre todo, qué mundo hacemos cada día entre todos y todas. Una imagen de colores fluorescentes, neones y pálidos bañan toda la película, con ese tono tristón, de realidad aparente, en un gran trabajo de cinematografía de Thais Català, que ya firmó el corto Harta, de Júlia de Paz. Un buen trabajo de montaje del propio Lora y Mariona Solé, de la que hemos visto documentos tan interesantes como 918 Gau y El techo amarillo, cortante, poderoso y frenético, pero sin ser incomprensible, en un realto que se va a los 93 minutos de metraje. 

Amén de la mención de la protagonista, nos encontramos con Nora Navas, siempre tan bien y tan comedida, en el rol de madre de la protagonista, con la que tendrá sus más y sus menos, con sus idas y venidas, en una relación que estructura de forma brillante el recorrido de la película. Un actor tan natural como Pablo Molinero, hace del jefe de la prota, un tipo que tiene esa web que quiere más, rodeado de jóvenes talentos como Isa, a los que exprime y agita para sacar sus mejores ideas, la siempre brillante Elena Martín, que nos tiene enamoraos desde Les amigues de l’Agatà, haciendo de una fotógrafa con miles de followers y algo más, que mantendrá una relación interesante con el personaje de Greta Fernández, y otros intérpretes la mar de interesantes, tan naturales y reales, como Alejandro Pau, Sònia Ninyerola y Lídia Casanova, en un nuevo y excelente trabajo de Irene Roqué, que está detrás de éxitos tanto en series como Nit i Dia y Vida perfecta, y cine como Chavalas, Libertad y la citada La maternal. Sin olvidarnos de la producción de Valérie Delpierre, que ya estaba detrás de la mencionada Thy Father’s Chair, y de otras que todos recordamos, y Adán Aliaga, codirector del citado El cuarto reino

Lora se ha salido con la suya, y eso que la empresa presentaba dificultades y riesgo, pero su Unicornios no es una historia que quiera complacer, para nada, sino mostrar una realidad oscura y profunda, en la que su protagonista Isa va y viene, una mujer joven, preparada y lista, que no quiere perderse a nadie y a nada, estar siempre ahí, aunque esa actitud la lleve a cruzar bosques demasiados siniestros y complejos, aunque ella, aún sabiendo o no su riesgo, no quiere dejarse de nada, y vivir la vida con mucha intensidad, quizás demasiada, pero para ella todo vale y todo tiene su qué, y quién no quiera seguirla, ahí tiene la puerta, porque si una cosa tiene clara Isa que las cosas y los momentos pasan y nada ni nada espera a nadie, aunque a veces no sepamos parar, detenernos y mirar a nuestro alrededor por si de caso nos hemos olvidado de lo que nos hace sentir bien y sobre todo, estamos dejando por el camino personas que nos importan y por nuestra ambición desmedida, no nos estamos dando cuenta de nuestro error. Unicornios  no está muy lejos de películas como Ojalá te mueras (2018), de Mihály Schwechtj, en la que una estudiante se veía expuesta en las redes de manera cruel y violenta, y Sweat (2020), de Magnus von Horn, que relataba la cotidianidad de Sylwia Zajca, una motivadora de fitness que era la reina de las redes, pero cuando las apagaba, se sentía la mujer más triste y sola del planeta. Llegar a ese equilibrio y a esa estabilidad emocional es la que también intenta tener Isa, aunque como Sylwia, no siempre se sale con la suya, porque por mucho que queramos correr, el mundo va siempre más rápido. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Estibaliz Urresola Solaguren

Entrevista a Estibaliz Urresola Solaguren, directora de la película «20.000 especies de abejas»,  en los Cines Renoir Floridablanca en Barcelona, el lunes 17 de abril de 2023.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Estibaliz Urresola Solaguren, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, a Andrés García de la Riva de Nueve Cartas Comunicación y a Lara P. Camiña de BTeam Pictures, por su amabilidad, generosidad, tiempo y cariño. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

20.000 especies de abejas, de Estibaliz Urresola Solaguren

MIRARSE EN EL OTRO. 

“He aquí mi secreto, que no puede ser más simple: sólo con el corazón se puede ver bien, lo esencial es invisible para los ojos”

“El principito”, de Antoine de Saint-Exupéry

Si el sentido que más nos evoca el cine no es otro que la mirada, es indudable que no sólo las películas nos invitan a mirar, sino también, y esto es más importante, a mirar bien, o dicho de otro modo, a mirar con el corazón, a no sólo quedarse con aquello que vemos, sino con lo que hay en el interior de lo miramos, mirando el alma de lo que tenemos delante, adentrándose más allá. La película 20.000 especies de abejas, el primer largometraje de ficción de Estibaliz Urresola Solaguren (Bilbao, 1984), nos propone un ejercicio sobre la mirada, una actividad de detenerse y mirar lo que nos rodea, y sobre todo, a mirar a los que nos rodean, a todo aquello que se oculta frente a nosotros, a todo aquello de difícil acceso, a lo que no se ve a simple vista, a lo que de verdad importa. Porque la película, entre otras cosas, se sustenta en la mirada, en ese acto sencillo y revelador, que sus personajes no acaban de hacer, ya sea por miedo, por inseguridad, por lo que sea. 

Una película transparente y sensible que nos invita a mirar, o porque no decirlo, nos obliga a mirar, a detenerse, a olvidarse de los quehaceres cotidianos y demás, y mirar y mirarnos, porque es un gran ejercicio, y totalmente revelador de aquello que nos ocurre y no queremos admitir. Los trabajos anteriores de la directora vasca exploraban la identidad de sus individuos, a la búsqueda de uno mismo y de todo lo que ello conlleva, como en sus piezas cortas como Adri (2014), Polvo somos (2020), y Cuerdas (2022), y en su largo documental Voces de papel (2016), sobre la agrupación Eresoinka, que siguió cantando en euskera después del final de la Guerra Civil. En su debut en la ficción en forma de largo, la cineasta bilbaína también nos habla de la identidad, en la figura de Cocó, una niña trans de ocho años, en un verano en el pueblo de sus abuelos. Una niña a la que todos se empeñan en llamar Aitor, una niña que se esconde de los otros, que se mantiene en silencio, una niña atrapada en la incomprensión de los otros, los adultos, y en concreto de Ane, su madre, que no acaba de aceptar la situación y se oculta en sus problemas sentimentales y profesionales. 

La película nos cuenta esta pequeño y gran conflicto de forma sabia y magnífica, porque lo hace desde la sensibilidad, sin ser sensiblera, desde lo insignificante sin ser condescendiente, y lo hace desde lo humano, sin ser sentimentaloide, sino todo lo contrario, desde esa cámara que se sitúa frente a la mirada de los niños y de Cocó, una infancia que acepta con menos resistencia la identidad de la niña, en relación a los adultos, que en su mayoría se manifiestan en una posición contraria y prejuiciosa, si exceptuamos a la tía Lourdes, un personaje sabio, sensible y conocedora del mundo de las abejas, son oro puro sus conversaciones con la niña, un personaje que no estaría muy lejos de la abuela espectral de Rosa, la protagonista de La mitad del cielo (1986), de Manuel Gutiérrez Aragón. La maravillosa luz de Gina Ferrer García, de la que hemos visto su trabajo en películas como Panteres, Farrucas, Tros, La maniobra de la tortuga y A corpo aberto, se mueve entre el naturalismo y la sencillez de mostrar de forma reposada y sin estridencias todo el conflicto que están viviendo todos los componentes de la familia, las tres generaciones reunidas en la casa en un verano que no será como otro cualquiera. 

El exquisito y concienzudo trabajo de montaje de Raúl Barreras, del que se estrena la misma semana La hija de todas las rabias, de Laura Baumeister, que tiene esa fuerza y delicadeza para contarnos tantas cosas en sus fantásticos 129 minutos de metraje. El gran trabajo de sonido de una grande como Eva Valiño, con más de 80 trabajos a sus espaldas, y la mezcla de Koldo Corella, del que hemos visto títulos tan interesantes como Hil Kanpaiak, Suro y La quietud en la tormenta, entre otros. 20000 especies de abejas nos remontan a algunas de las películas setenteras de Carlos Saura. Pensamos en La prima Angélica, Cría Cuervos y Mamá cumple 100 años, donde se habla de complejas relaciones familiares, y el mundo de la infancia y los adultos, tan diferente y alejado, donde el maestro aragonés era todo un consumado explorador de todas esas grietas emocionales que anidan en la oscuridad. Encontramos a la Lara Izagirre, directora de títulos como Un otoño sin Berlín y Nora, ahora productora junto a Valérie Delpierre, responsable de títulos tan significativos como Estiu 1993, de Carla Simón, y Las niñas y La maternal, ambas de Pilar Palomero, todas ellas reflexiones sobre la infancia y sus complejidades y en relación a la familia. 

En 20.000 especies de abejas encontramos un viaje corporal y emocional que nos sumerge y bucea en las intrincadas relaciones entre niños y adultos, que explica a partir del detalle y el gesto, que no usa música extradiegética, y si una música que escuchamos en vivo o a través de grabaciones, necesitaba todo el acercamiento y sensibilidad de unos intérpretes que generan la intimidad que tanto desprende cada espacio y cada mirada de la trama. Tenemos a las veteranas Itziar Lazcano y Ane Gabarain como la Amama y la tía Lourdes, el sol y la sombra de la historia, interpretadas por dos actrices de largo recorrido, la presencia siempre estimulante de una actriz tan capacitada como Patrica López Arnaiz, acompañándola en su viaje particular, el físico, que viene de Bayona, del País Vasco francés, hasta la casa de sus padres, en el pueblo, con tres hijos, un trabajo que no llega, el peso de seguir la tradición de su padre como escultora, y un amor que parece que es poco amor. Después está Sofía Otero, la niña que hace de Cocó, la niña que no quiere ser Aitor, la niña que lucha en silencio para ser quién quiere ser, escogida en un casting en su debut como actriz, que le ha valido el prestigioso Oso de Plata de la Berlinale, un espectacular reconocimiento que nunca se había producido, y no es para menos, porque lo que hace Sofía Otero es sencillamente abrumador, delicado y muy bonito, una composición que nos recuerda a la Ana Torrent de El espíritu de la colmena, a la Laia Artigas de Estiu 1993 y la Andrea Fandós de La niñas, todas niñas como ella explorando sus vidas e identidades en un mundo donde los adultos van a lo suyo y las miran muy poco, y cuando lo hacen, nunca es de verdad. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA