Fuera de temporada, de Stéphane Brizé

EL AMOR QUE CREÍAMOS OLVIDADO. 

“Nunca seremos capaces de establecer con seguridad en qué medida nuestras relaciones con los demás son producto de nuestros sentimientos, de nuestro amor, de nuestro desamor, bondad o maldad, y hasta qué punto son el resultado de la relación de fuerzas existente entre ellos y nosotros.”

De la novela “La insoportable levedad del ser”, de Milan Kundera 

Hay un amor, sólo uno, que no olvidamos, fingimos que sí, que forma parte del pasado, que ya no está en nuestro presente, pero sabemos que no es así. Un amor que sigue ahí, en silencio, sin molestar, sin estar. Un amor que ha quedado olvidado, o al menos, si en el pasado, que la cotidianidad del momento, el llamado día a día, le ha pasado por encima y lo ha hecho desaparecer. Pero sabemos que no es así, que alguna vez, sin conocer los motivos, aparece, se hace presente en nuestros pensamientos, en nuestra intimidad, y lo recordamos un instante, y luego vuelve a ese lugar que desconocemos de nosotros mismos. No sabemos porque vuelve sin llamarlo, sin pensarlo. Tantas cosas de nosotros que nunca sabremos porqué se producen, aunque lo único que sabemos es que sigue ahí entre nosotros, que nos sigue acompañando y no sabemos porqué. 

De las 10 películas que ha rodado Stéphane Brizé (Rennes, Francia, 1966), tenemos su trilogía sobre el universo laboral protagonizadas por su actor fetiche Vincent Lindon: La ley del mercado (2015), En guerra (2018) y Un nuevo mundo (2021), y sus obras románticas: No estoy hecho para ser amado (2005), Mademoiselle Chambon (2009), El jardín de Jeannette (2016), y algún drama, comedia y demás. Su último trabajo Fuera de temporada (Hors saison, en el original), coescrito junto a Marie Drucker, con la que hizo la mencionada Un nuevo mundo, pertenece a las historias románticas, quizás la más clásica de todas, donde recoge el tono, la atmósfera y personajes a la deriva para situarnos en una pequeña localidad costera en invierno como El fantasma y la Señora Muir (1947), de Joseph Leo Mankiewicz, donde ha ido a parar Mathieu, un actor de éxito casado y con una hija, que ha huido de los ensayos de una obra de teatro y se ha refugiado para ser anónimo y estar consigo mismo. Pero la vida en su afán de desbaratar los sentimientos siempre nos acaba llevando adonde debemos estar, y a este hombre perdido lo reencuentra con Alice, un amor del pasado. Una mujer que se refugió en el lugar y se ha casado y ha tenido una hija. Una pareja que nos recuerda a la de Tú y yo (1957), de Leo McCarey, porque las cosas nunca salen como las imaginas. 

La película de Brizé está llena de silencios y momentos de espera, de no hacer nada o quizás, no saber qué hacer. Desde su exquisita mise en scène, que firma Antoine Héberlé, en 4 películas con Brizé, amén de Ozon, Tsai Ming.Liang y Thomas Liti, entre otros, a partir de un cuadro que nos acerca a la intimidad de los personajes, casi siempre desde la mirada de Mathieu, aunque hay instantes donde el relato se posa en Alice. Una profundidad de campo que nos advierte una historia de la que somos testigos privilegiados, mirada desde fuera, en silencio y sin molestar, donde el gélido y solitario lugar se llena de estos dos invitados inesperados o dos náufragos de un pasado que se diluye y se hace presente, donde ese amor qué fingimos olvidado, intenta hacerse presente a su manera, torpe y sigiloso, casi sin querer o quizás, queriendo a pesar de nuestra voluntad que se empeña en empequeñecer lo que sentimos y dejar todo cómo estaba, aunque no nos haga felices. La oscura comodidad de una vida sin sobresaltos pero sin amor de verdad. Un fantástico montaje de Helena Klotz, en 9 títulos con el director francés, lleno de ritmo pausado y cotidiano, donde el corte es sutilísimo, imperceptible, donde todo va ocurriendo en sus interiores, donde el exterior refleja la existencia tan fugaz, tan rara y tan indescifrable. 

Mucho de lo que les pasa a estas dos almas reencontradas y confundidas es lo que les sucedía a la pareja enamorada de viajeros en el tren de Breve encuentro (1945), de David Lean, porque sienten ambos y también tienen sus vidas, o lo que es lo mismo, la vida continúa y nosotros en mitad de la nada, con el amor que no olvidamos. La magnífica pareja que forman Guillaume Canet y Alba Rohrwacher que se dicen todo sin expresarlo verbalmente, a través de sus miradas, cómo se miran, no se puede fingir una mirada, unos ojos llenos de amor, los lugares que comparten, todo lo que se dicen a través del gesto, el cuerpo y al caminar juntos. Los magníficos encuadres que los enmarcan como dos figuras furtivas que viven no aquel amor que se paró, sino el amor que todavía sienten, o quizás, sienten el amor, un amor que nadie olvida. La excelente música de Vincent Delerm, que ya nos entusiasmó en Seize Printemps (2021), de Suzanne Lindon, tan llena de belleza, de armonía, de sutileza, y de bellísimas melodías que ayudan a acercarnos a la maraña de sentimientos que experimentan la pareja protagonista, donde los miramos como si se tratase de un espejo, en el que la película se convierte en una mera excusa para psicoanalizarse y pensar en un amor que fingimos haber olvidado. 

Si han llegado hasta aquí, ya saben que deben hacer con una película como Fuera de temporada, y si pueden, no duden en verla en su versión original (si no están acostumbrados, no se preocupen, no van a sufrir mucho porque hablan poco sus personajes), y déjense llevar por su lugar, por su atmósfera, casi perdido en el tiempo, con un paisaje para pensar, para caminar sin rumbo, para estar consigo mismo, que tanto necesitamos para aclararnos o confundirnos aún más, quién sabe. Brizé nos invita a conocer a Mathieu y a Alice que, después de 15 años, vuelven a reencontrarse, o podríamos decir, vuelven a aquel lugar, al marco donde estaban enamorados, vuelven al amor que fingían olvidado, y resulta que parece que el tiempo no lo ha borrado, nunca lo borra, y no me digan por qué, como tampoco lo saben nuestros protagonistas, simplemente saben lo que sienten, y eso tropieza y mucho con sus vidas acomodadas de ahora, las que creían firmes y duraderas. ¿Acaso ahí algo así?. No lo creo, también lo fingimos. Quizás fingir es la razón para soportar la vida y olvidar los sueños que lo eran todo. Está claro que deberíamos dejar de fingir y empezar a pasar más tiempo con nosotros y no dejar pasar el amor que creíamos olvidado, porque tendremos otros, pero no como aquel. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Julia de Castro y María Gisèle Royo

Entrevista a Julia de Castro y María Gisèle Royo, directoras de la película «On the Go», en el Parque de la España Industrial en Barcelona, el martes 2 de julio de 2024.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Julia de Castro y María Gisèle Royo, por su tiempo, sabiduría y generosidad, y a Sonia Uría de Suria Comunicación, por su generosidad, cariño, tiempo y amabilidad. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Félix Maritaud

Entrevista a Félix Maritaud, intérprete de la película «Solo», de Sophie Dupuis, en el marco del Fire!! Muestra de Cine LGTBI de Barcelona, en el Instituto Francés en Barcelona, el viernes 7 de junio de 2024.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Félix Maritaud, por su tiempo, sabiduría, generosidad, a Philipp Engel, por su gran albor como intérprete, a Óscar Fernández Orengo, por retratarnos con tanta belleza, y a Alexandra Hernández de LAZONA Cine, por su generosidad, cariño, tiempo y amabilidad. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Solo, de Sophie Dupuis

AMORES QUE MATAN.  

“(…) Y morirme contigo si te matas. Y matarme contigo si te mueres. Porque el amor cuando no muere mata. Porque amores que matan nunca mueren”

De la canción “Contigo”, de Joaquín Sabina 

La tercera película de Sophie Dupuis (Val-d’Or, Quebec, Canadá, 1986) se divide en dos tramos. En el primero, asistimos a la celebración de la diferencia, una fiesta de la identidad y de lo queer, en la piel de Simon, una drag queen que, cada noche, se sube a un escenario y canta, baila y derrocha toda su fantasía y glamour. Una fiesta en la que se une un recién llegado del otro lado del charco, un tal Olivier, tan suyo como star que se enamoran con Simon y nace un vínculo afectivo, artístico y lleno de esperanza, ilusión y alegría como los primeros meses de cualquier amor. En la segunda entrega, Simon tropieza con el narcisismo y victimismo de Olivier, que lo maneja a su antojo, además, la madre del joven, famosa cantante de ópera, vuelve 15 años después para reencontrarse con su pasado. La fiesta del inicio se irá tornando cada vez más oscura y tenebrosa, y Simon se enfrentará a dos amores destructivos, que lo aman y también, lo matan cada día. 

Después de Chien de garde (2018), convulsa historia de conflictos familiares, y Souterrain (2020), la redención de un minero conflictivo, ambas protagonizadas por Théodore Pellerin, la directora canadiense construye con acierto e inteligencia una historia queer que, nos sitúa en el interior de un local donde se da rienda suelta a la imaginación, la fantasía y la identidad en la que unos individuos asombran al público con sus playbacks y sacando toda su feminidad. Aunque, lo drag aquí es un mero pretexto para hablar de esos amores apasionados y veloces que nos desordenan de tal manera que lo perdemos todo, incluso nuestra dignidad y amor propio. Un amor que nos engancha a fuego, y que nos somete a sus terribles exigencias, y lo peor de todo, nos cuesta tanto verlo con perspectiva, despegarnos y darnos cuenta que más que amor es una condena, una constante tortura, un sin vivir, un fuego que acaba quemándonos, y no sólo eso que, también nos hace sentirnos culpables. Solo nos lo cuenta con verdad, no queriendo ser realista, sino mostrándonos personajes que sienten, padecen, lloran y actúan según son, con sus verdades, mentiras y miserias, donde nos confunden, nos llevan de aquí para allá, como la vida misma.

Uno de los grandes aciertos de la película es su parte técnica, con la estupenda cinematografía de Mathieu Laverdière, habitual del cine de Louise Archambault, de la que hemos visto Gabrielle y Y llovieron pájaros, entre otras, que consigue esa mezcla entre los shows drags, la fiesta y la noche, con su infinidad de colores vivos y llamativos, y los días, con su retrato más crudo, más de verdad, y menos glamouroso. El conciso y rítmico montaje que firman el trío Marie-Pier Dupuis, Maxim Rheault y Dominique Fortin, con más de 30 títulos en su filmografía para directores tan importantes como Roger Spottiswoode e István Szabo, entre otros, en un relato con muchos vaivenes emocionales donde la mirada, el gesto, la palabra y la emocionalidad de Simon captan toda nuestra atención en sus intensos 101 minutos de metraje. La sensible y acertada música de Charles Lavoie, que capta con cercanía y humanidad todo el desbarajuste psíquico por el que pasa el protagonista, metido en dos amores que les hacen vivir y morir a la vez. Las impresionantes actuaciones coreografiadas por Gerard X Reyes, acompañadas de temazos de Abba, Chaka Khan, Donna Summer, y otros temas de la escena dance como CRi, Marie Davidson, y demás temas que consiguen que seamos uno drag más, tanto encima del escenario dándolo todo, bailando como descosidos en la pista y amando con tanta fuerza como si fuésemos a estallar.

El cine de Dupuis basado en el profundo retrato de sus personajes y las relaciones entre ellos, tan alegres como tristes, en continua batalla contra ellos mismos, debía tener una pareja protagonista muy especial para una película en la que deben interpretar unos tipos muy complejos, sino que además deben ser su propia drag, con sus performance, bailes y vestidos. Los encontró en la piel del mencionado Théodore Pellerin, tercera película juntos, que hace un Simon apabullante en todos los sentidos. Uno de esos personajes inolvidables que lo vive todo con una gran intensidad y sensibilidad, quizás demasiada, en mitad de dos amores tan bellos como malignos, el de un novio que lo ama y también lo destruye, y una madre, tan egoísta y tan ausente que, ahora que vuelve, parece más un fantasma que una madre afligida. En el otro lado, o pisándole el vestido, tenemos a Félix Maritaud, que le hemos visto con dirigido por Yann González, Robin Campillo, Gaspar Noé, y nos flipó como chapero en la fabulosa Sauvage (2018), de Camille Vidal-Naquet. Su Olivier es puro narcisismo y egolatría, que va consumiendo a Simon y todo lo que le rodea. Alice Moureault es Maude, la hermana íntima de Simon y la diseñadora de sus modelos, un apoyo que hará lo imposible por abrir los ojos a un Simon zombie, y Anne-Marie Cadieux como la madre que se fue y ahora vuelve como si nada, y luego la retahíla de excelentes intérpretes que conforman los compañeros drag del show en el que están los protagonistas. 

Van a disfrutar y reflexionar con una película como Solo, de Sophie Dupuis, porque seguramente desconocerán el universo drag, como era mi caso, y descubrirán una parte, con sus trajes, sus coreografías y sus bailes y shows, y además, serán testigos de lo que pasa entre bambalinas, de ese otro mundo de procesos y preparación e interacción entre las diferentes drags, y no sólo eso, porque la película lo muestra desde la más absoluta intimidad y cercanía, y la otra parte, más oscura y más terrorífica, la de los amores que matan, la de el amor cuando se disfraza de cariño y esperanza, y cómo esos amores que parecen tan dulces y apasionados, no son más que excusas que nos destrozan suavemente, como cantaba Roberta Flack, de esos que hay que huir despavoridamente, y que son tan difíciles de dejar porque nos someten de tal manera que nos humillan y nos despojan de quiénes somos y nos ponen en contra de todos, una amargura. Cuídense de esos amores y sobre todo, sigan disfrutando de quiénes son, de su libertad, de su identidad, y de su manera de expresarse, sea como sea, y pasen de esos que nos limitan y nos intentan dirigir, porque nunca sabrán que pasa en nuestro interior, y lo más grave, nunca sabrán disfrutar de lo auténtico que somos para los que sí nos quieren de verdad, ni a medias, ni haciéndonos daño. sino de corazón. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Casa en flames, de Dani de la Orden

LA FAMILIA BIEN, GRACIAS. 

“Los que no tienen familia ignoran muchos placeres, pero también se evitan muchos dolores”

Honoré de Balzac 

De la trilogía que arrancó con La gran familia (1962), y siguió con La familia y uno más (1965), ambas de Fernando Palacios, y terminó con la entrega más interesante, La familia bien, gracias (1979), de Pedro Masó, donde el padre y el padrino de 16 hijos vivían en soledad alejados de los hijos. El padre decide pasar una temporada en casa de uno de los hijos, pero la experiencia no resulta como esperaban los dos maduros. La película Casa en flames, onceava en la filmografía de Dani de la Orden (Barcelona, 1989), tiene mucho de aquella, pero un poco a la inversa. Ahora no es el padre quien acude a rescatarse con sus hijos, sino que la madre atrae a su familia a la casa de verano en Cadaqués, con el mismo propósito: el de ser rescatada. De la Orden vuelve a sus orígenes: rueda en catalán, con algunas puntillas en castellano, como hiciese en sus dos “Barcelonas”, Nit d’estiu (2013) y Nit d’hivern (2015), de las que coge uno de los guionistas, Eduard Sola, que la semana pasada estrenaba El bus de la vida, y una parte de sus productores: Sábado Películas y Playtime Movies, de la que el director es cofundador, junto a Bernat Saumell.  

El director barcelonés ha construido una filmografía con películas para todos los públicos, unas más interesantes que otras, pero siempre bajo una puesta en escena elegante y sofisticada, donde ha pasado por muchos tonos de comedia, desde la más ligera, la más de bofetada, incluso más profundas como Litus (2019), Loco por ella (2021) y Hasta que la boda nos separe (2020), algunos dramas como 42 segundos (2022), y luego está Casa en flames, donde construye con mucho acierto una interesantísima tragicomedia en la que disecciona con simpatía, arrojo y mala uva la familia burguesa catalana, a partir de un fin de semana en la Costa Brava, entre aeródromos, saltos en paracaídas, visitas inesperadas, jornadas en barco para alcanzar calas y demás experiencias, y sobre todo, mucho encuentro, desencuentro, conversaciones públicas y en privado, y 72 horas por delante de una familia que como todas, o como bastantes, fueron una familia y ahora, son otra cosa, quizás una Ex-familia, como les pasa a todas, en estos tiempos de individualismo, competencia y estupidez. De la Orden no ahonda en la tragedia familiar, o no mucho, porque nos lo presenta en su ridiculez, patetismo, mentiras y secretos, así somos, aunque no nos guste reconocerlo. 

La parte técnica vuelve a ser de primer nivel, como es marca de la casa en el cine de De la Orden, donde todo se cuenta desde los personajes, y donde como ocurría en El test, la casa vuelve a ser imprescindible, una casa de la infancia que ahora quiere vender la madre, como más o menos, ocurría en la reciente La casa, de Àlex Montoya. Esta vez cuenta en la cinematografía con Pepe Gay de Liébana, del que vimos recientemente su gran trabajo en la interesante Alumbramiento, de Pau Teixidor, en una historia llena de luz, de verano, de calidez, y también, de oscuridad, en las difíciles relaciones entre los personajes. La música de Maria Chiara Casà aporta ese desasosiego que necesita una película en la que, a veces, no hay tregua y no paran de tirarse a degüello, sin piedad y sin ningún tipo de miramiento. Y luego, está Alberto Gutiérrez, que ha editado 8 de las 11 películas del director, toda una unión que queda patente en un relato en el que la “guerra” está abierta, en sus intensos 105 minutos de metraje, en una obra en la que nos habla de una madre que necesita que la quieran un poquito, y su manera de reclamarlo no sea la más acertada, sí, pero no lo hace para hacer daño, sino para no sentirse tan sola. 

Ya hemos mencionado la importancia que De la Orden da a sus personajes, y por ende, a su equipo artístico. Tenemos a una magnífica Emma Vilarasau como Montse que, a sus 60 tacos, está ahí, reclamando su cariño, ya sea por las buenas o las malas. Una actriz que llena cualquier cuadro y lo que se proponga, más habitual en el teatro catalán que en el cine, una lástima para muchos espectadores de disfrutar de una de las grandes actrices del país. El hijo Enric Auquer y la novia, Macarena García, el eterno aspirante e intensísimo, y la joven que todavía no sabe en qué diantres se ha metido, y la hija María Rodríguez Soto, “felizmente” casada con José Pérez-Ocaña, el padre perfecto y por eso, tan aburrido, y sus dos hijas pequeñas, tan perdida y tan no sé qué como cualquiera de nosotros, el padre en la piel de Alberto San Juan, que ha hecho unas cuantas con De la Orden, un tipo demasiado ausente y demasiado él, que aparece con Clara Segura, su novia, una psicóloga que, a su manera, encenderá la mecha que dará a pie a abrir todas las cajas de Pandora de esta peculiar familia, con mucha pasta, y con tantas deficiencias, que se parece a todas o a tantas, y se quieren pero no se lo dicen, y se odian y no paran de decirse los unos a los otros. 

No estaría bien decir que Casa en flames es, con mucha diferencia, la mejor película de Dani de la Orden, aunque si deciden ir a verla, quizás en algún momento lo piensen, porque no sólo estarán interesados en pasar el finde con esta peculiar y retratada familia burguesa catalana que, guarda mucha similitud con otra familia de la misma clase pudiente, la de Tres dies amb la família (2009), aquella que filmó con tanta excelencia Mar Coll, la que vivía el funeral de l’avi, a partir de la mirada de Léa, la joven que volvía. Ahora, la mirada se sitúa en los ojos de la madre, la Montse, una mujer de 60 años que ya no es madre, y por ende, ya no es importante en su clan, y hará lo indecible para mantener a los suyos aunque sean sólo tres días, y en ese momento, por poco que sea, sentirse otra vez madre, o mejor dicho, mamá, que la siguen necesitando, aunque parezca raro, que lo es, pero para ella es sumamente importante, como demuestra en el sorprendente arranque de la película, donde dejará muy claro que nada ni nadie perturbará sus planes, los de estar en familia como antes, aunque el tiempo diga lo contrario, y ya sabemos cuando a alguien sólo se le mete algo en la cabeza. Prepárense y disfruten, o deberíamos decir, pasen y vean, y luego ya me dirán. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Dolores Fonzi

Entrevista a Dolores Fonzi, actriz y directora de la película «Blondi» en la terraza del Hotel Catalonia Barcelona 505 en Barcelona, el jueves 4 de julio de 2024.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Dolores Fonzi, por su tiempo, sabiduría, generosidad, a Óscar Fernández Orengo, por retratarnos con tanta belleza, y a Sonia Uría de Suria Comunicación, por su generosidad, cariño, tiempo y amabilidad. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Ibon Cormenzana y Pablo Scapigliati

Entrevista a Ibon Cormenzana y Pablo Scapigliati, directo/productor y actor de la película «El bus de la vida» en la Sala 1 de los Cines Verdi en Barcelona, el martes 2 de julio de 2024.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Ibon Cormenzana y Pablo Scapigliati, por su tiempo, sabiduría, generosidad, y a Sandra Ejarque de Revolutionary Comunicación, por su generosidad, cariño, tiempo y amabilidad. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

El bus de la vida, de Ibon Cormenzana

CUANDO LA VIDA SE VUELVE DEL REVÉS. 

“Es recomendable reírse de todo aquello que uno no puede remediar”

Voltaire

Ya lo he mencionado en algún que otro texto, pero está bien remarcar para que no se olvide. La cinematografía francesa es muy diversa e interesante, pero en lo que refiere al cine para todos los públicos han encontrado una fórmula muy efectiva, es decir, una forma de hacer cine comercial que no sólo se queda en la anécdota y en la intención de mercantilizar como sea la película entre manos. En algunas de estas películas encontramos ese toque de distinción, una mirada humana en la que no cortan en absoluto en el abordaje de ciertos temas incómodos, ya sea enfermedad, suicidio y conflictos que, en otras producciones, serían un mar de lágrimas constante, en las francesas, la comedia ayuda a paliar temas tan duros y tristes, y no lo sólo se quedan ahí, sino que se enfrentan al lado humano de las situaciones, creando, para el que suscribe, un género en sí mismo. Dicho esto, por estos lares, nos cuesta horrores hacer un cine parecido, o nos vamos a la risa floja con rostros muy populares de la televisión, o por otro lado, un tipo de comedia profunda que no conecta con el público, salvo algunas honorables excepciones. 

La sexta película de Ibon Cormenzana (Portugalete, Vizcaya, 1972), es una de estas películas que fusiona con acierto el cine para todos los públicos con temas tan duros como el cáncer usando un tono de comedia vitalista y nada oscura. Una cinta que es una vuelta al País Vasco del director, desde su ópera prima Jaizkibel (2000), y su gran faceta como productor con casi 40 títulos para cineastas tan importantes como Pablo Berger, Rodrigo Sorogoyen, Celia Rico, entre otros. La premisa es directa y sencilla. Andrés, un músico frustrado llega a un pueblo del norte para dar clases de música como sustituto, le diagnostican cáncer, y se convierte en un viajero de un bus muy peculiar, los enfermos del pueblo que van a quimioterapia a la ciudad. Esta vez, el guion del director, basado en hechos reales, ha tenido como cómplice a Eduard Solá, que ha trabajado para Nely Reguera, Clara Roquet, Pol Rodríguez y Gemma Ferraté, en un relato que aborda muchos temas difíciles: los sueños olvidados, el miedo, el dolor, compartir como base para no estar sólo, y muchos más, siempre desde el lado humano, nada maniqueo y sobre todo, sin caer en la retahíla del positivismo y demás, mirando de frente a la tristeza y la oscuridad, pero con valentía y fuerza, mezclando las diferentes emociones y construyendo personajes de verdad, de carne y hueso. 

Un relato bien conducido, con sus montañas rusas y demás circunstancias, con un excelente equipo técnico, lleno de cómplices del director, como el cinematógrafo Albert Pascual, que ya le acompañó en Alegría, tristeza (2018) y La cima (2022), con una luz ligera y nada impositiva, que deja espacio para los personajes y los increíbles espacios naturales de la película. Paula Olatz en la música, también en La cima que, captura toda esa complejidad de las emociones por las que pasan los diferentes individuos, acompañados por temas de Rigoberta Bandini, Los chicos del maíz o uno original de Manuela Vellés y Dani Rovira, entre otros, donde la música se convierte en un espacio importantísimo para el devenir de la historia. Una edición de David Gallart, compartiendo La cima, habitual de Paco Plaza, Sílvia Munt y Leticia Dolera, entre otras, que consigue poner ese tono entre la comedia y el drama, y la ligereza, que casan también en la historia que se nos cuenta, en sus interesantes casi 99 minutos de metraje. Antes de ponernos a hablar de su buen escogido reparto, déjenme finalizar este párrafo con un actor como Dani Rovira, todo un desafío el personaje de Andrés, en un composición espejo-reflejo de la propia vida del intérprete, que padeció cáncer, en su mejor trabajo para el cine hasta la fecha, para un servidor, porque es un tipo que debe aprender tantas cosas y dejar tantos complejos, miedos y demás mierdas. Chapeau! para el bueno de Rovira. 

El resto del reparto encabezado por la maravillosa Susana Abaitua, tan natural, tan humana y tan bella como persona, es la conductora del bus, tan destartalado como vital, bien acompañada por Elena Irureta, una crack de nuestro cine, Antonio “Durán” Morris, Nagore Aramburu, Andrés Gertrudix, en la piel de un músico después de su aparición en Culpa, la anterior de Cormenzana, amancay Gaztañaga y los debutantes Pablo Scapigliati como Unai, uno de esos personajes inolvidables que se merecen una película para él, y Julen Castillo y Miriam Rubio. No dejen escapar una película como El bus de la vida, porque como les he mencionado, aunque hable de cáncer, es palabra que da tanto miedo, no es una película sólo sobre el cáncer, es también, y esto no es una broma, sobre la vida, sobre quiénes somos y qué nos gustaría ser, sobre los sueños, sobre las oportunidades, sobre quiénes son nuestros lugares o nuestro lugar, porque la vida como la enfermedad, a veces, siempre llega de golpe, sin tiempo para pensar, sin tiempo para nada, porque todo se detiene, y la vida nos muestra su lado más tenebroso, sí, pero todavía estamos vivos, y eso sería razón suficiente para seguir soñando, y sobre todo, compartirlo, porque, compartir es lo mejor, eso sí, no corran en encontrar a “la persona”, porque la persona llegará cuando menos lo esperemos, como todo en la vida. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Blondi, de Dolores Fonzi

MAMÁ ES MI AMIGA. 

“Creo que es muy importante que cada madre encuentre su propio camino”.

Solange Knowles

Blondie tiene más de cuarenta tacos, que mencionaba Sabina, no es una madre convencional, ella es ella misma, con sus cosas y consecuencias. Si la miras de lejos parece una adolescente más, una joven con ganas de vivir el momento e irse de fiesta con sus colegas, dejándose llevar por la vida, por cada día, y sobre todo, sin mirar a ese futuro que tanto miedo meten con él. Blondi vive de forma diferente, hace encuestas, vive con su hijo Mirko veinteañero, que sueña con ser dibujante,  se ve con su madre, Pepa, viuda, pero de aquí y ahora, y mantiene una relación de amor-odio con su hermana, la “perfecta” Martina, casada y con dos hijos pequeños, pero tan infeliz como cualquiera. Blondi vive al día, sale de fiesta con su hijo y sus colegas, es una más, una “colega” más, una confidente de su hijo con el que fuma porros y habla de forma abierta y libre. Eso sí, nunca ha sido una mala madre, siempre ha estado ahí, desde que se quedó embarazada a los 15. Blondi es una madre diferente, alejada de la “normalidad”, o eso que nos han vendido que es “normal”. 

De Dolores Fonzi (Buenos Aires, Argentina, 1978), ya conocíamos de sobras su faceta como actriz en la que lleva dedicada más de 25 años en películas de cineastas tan importantes como Luis Ortega, Damián Szifrón, Fabián Bielinsky, Cesc Gay, Claudia Llosa y Santiago Mitre, entre otros. Ha sido con este último, coproductor de la cinta, con el que ha debutado en el largometraje como directora que también protagoniza, con Blondi, coescrita junto la también actriz Laura Paredes, importante intérprete que conocemos por sus trabajos con el citado Mitre y los “pampero”, entre otros,  en un relato que se mueve entre un modo desenfadado, libre y cómico, nos adentramos en el microcosmos de la citada protagoniza, con un tono ligero, directo y transparente, se adentra en conflictos que no se habían tratado en el cine, porque padres diferentes ya habíamos conocido unos cuántos, pero madres, no. Por eso, la primera película actúa de llenar un vacío, retratar a este tipo de mujeres y madres, personas que no actúan según los malditos cánones establecidos, y no por eso no son buenas madres, que lo son. Hay tantas cosas que cambiar para alejarnos de tantos modelos impuestos que sólo sirven para autocensurarse y en la mayoría de los casos, señalarnos y estigmatizar por no seguir los caminos marcados y desviarnos según lo que sentimos y según lo que deseamos. La película nos hace reír, por su gamberrismo y sorpresa constante, pero también, nos conmueve porque la cinta también habla del final de un camino, un instante que tanto madre e hijo deberán aceptar para seguir viviendo. 

La ligereza y la intimidad de sus imágenes que firma el cinematógrafo Javier Juliá, con más de 30 títulos, con nombres como los de Tristán Bauer, y los mencionados Szifrón y Mitre, construyendo una obra intimista, doméstica y con muchos interiores, donde la cámara se desliza entre los intérpretes, mostrando sin juzgar. El montaje de Susana Leunda y Andrés Pepe Estrada juega en la misma latitud, donde prevalece el ritmo y la libertad de contar y construir en una película agitada, muy física y nada complaciente en sus intensos 88 minutos de metraje. Mención aparte tiene la labor musical de la película, porque contiene 6 cortes inolvidables de la Velvet Underground, entre los que destacan “Sunday Morning” y “Run Run Run”, amén de temas como “Hice todo mal”, de Las ligas menores, y algunas más, que contribuyen, junto a la composición original de Pedro Osuna, que tiene en su haber el trabajo que hizo para Argentina, 1985 (2022), de Mitre. Un gran reparto que tiene a Carla Peterson como Martina, la hermana competidora con su momento “particular”, la gran Rita Cortese, con medio centenar de filmes, es Pepa, una madre tan y tan diferente, siguiendo el no modelo familiar que retrata la película, y Toto Rovito es Mirko, el hijo-amigo, que vimos en la reciente La sociedad de la nieve, y por último, el fantástico Leonardo Sbaraglia, todo un marido, tan y tan… pelmazo, o pelotudo, como dicen por acá. 

Hemos dejado para el final la interpretación de Dolores Fonzi, porque lo hace tan bien, es decir, transmite con tanta genialidad que nos convence desde esa primera secuencia, tan loca, tan diferente, tan domingo por la mañana, y sobre todo, tan ella, una mujer tan alejada de los convencionalismos, tan inesperada como tan auténtica, viviendo su vida, su realidad, y tan de verdad que, es imposible, no sentir que todo lo que hace es por el bien de los demás. Quizás, es el personaje más de verdad, el que más amiga es de los demás, siempre de cara, y sin juzgar a los demás. Un personaje brutal por su sinceridad y complejidad, con una composición tan magnífica como la de Paulina que hizo en La patota (2015), de Mitre. Dejense llevar por lo que propone una película como Blondi, de Fonzi, porque se darán cuenta de toda esa “verdad” de mentira que rige sus vidas y sus decisiones, porque Blondi vive de forma tan diferente, tan alejada a todo eso, siguiendo su propio camino, con sus errores y meteduras de pata, y qué más dará, cuando se vive como uno desea, como uno quiere, y eso que parece tan sencillo, no lo puede decir la mayoría de la gente, más interesada en seguir el camino marcado que el suyo propio, olvidando la persona que quiere ser, y ser la madre que siente, porque lo establecido está para cuestionarlo constantemente de manera que no te impida ser la persona que quieres ser. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Luis E. Parés

Entrevista a Luis E. Parés, director de la película «La primera mirada. Historia de una escuela de cine», en el Parque de la España Industrial en Barcelona, el miércoles 19 de junio de 2024.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Luis E. Parés, por su tiempo, sabiduría, generosidad, y a Sonia Uría de Suria Comunicación, por su generosidad, cariño, tiempo y amabilidad. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA