La sabana y la montaña, de Paulo Carneiro

COVAS DO BARROSO NO SE RINDE.   

“La Tierra proporciona lo suficiente para satisfacer las necesidades de cada ser humano, pero no la de su codicia”. 

Mahatma Gandhi 

Si pensamos en cine portugués nos viene rápidamente la película Trás-Os-Montes (1976), de Margarita Cordeiro y António Reis, uno de los grandes monumentos no sólo de nuestro país vecino, sino del cine de los setenta porque, a través de una excelente docuficción observaban de manera profunda y reflexiva las tradiciones de esta parte situada al noreste del país, en un asombroso retrato de lo antiguo y lo moderno centrada en sus ritos religiosos. La película La sabana y la montaña, de Paulo Carneiro (Lisboa, Portugal, 1990), se mira en la citada película para construir también una docuficción para retratar también el norte, no muy lejos de la mencionada, y más concretamente el pueblo Covas do Barroso, que vive amenazado por la llegada de la Savannah Resources, una compañía británica que quiere instaurar la minería del litio en sus montañas. Ante ese peligro, la población se reúne y lucha contra la industrialización del territorio que perjudica enormemente su agricultura y ganadería y el desastroso impacto en el paisaje. 

Carneiro ha cimentado una interesante filmografía, siempre en el campo documental y sus derivaciones como hizo en Bostofrio (2018), su debut en el que recorría las huellas de su abuelo a través de su pueblo, en Périphérique Nord (2022), hablo de los inmigrantes portugueses en Suiza a partir de su pasión por los automóviles. En la película que nos ocupa vuelve a lo rural, y a través de un magnífico híbrido entre el documental observacional, en el que construye una mirada tranquila y sobria en el que muestra la cotidianidad de sus habitantes, sus formas de trabajo, convivencia y amistad siempre con el entorno natural como guía espiritual de todos. Y luego, está la recreación que usa para contarnos el litigio entre el pueblo contra la compañía, y lo hace a partir de los propios habitantes que se interpretan a sí mismos y al “enemigo”, donde se abre una forma de cine dentro del cine, y lo mejor de todo, en que los propios afectados pueden reflexionar su vivencias, su presente y su futuro, con una atmósfera de western donde hay momentos cómicos. A través de un guion que firman el uruguayo Álex Piperno, director, entre otras, de Chico ventana también quisiera tener un submarino (2020), y el propio director, construido inteligentemente pasando por las estaciones de casi un año porque arranca en otoño, pasa por el invierno para terminar en primavera, en el que lo etnográfico, a lo Rouch y Depardon, con sus días, tradiciones e idiosincrasia se mezcla con la “invasión” de la empresa que altera la comunidad y los pone en guardia y lucha. 

Una película que recoge unas gentes y su territorio particular, tan natural como salvaje, y una forma de industria invasiva que destruye para romper las leyes ancestrales de la naturaleza no impone reglas, sólo que reivindica nuestra historia y nuestro futuro. Las reivindicativas y conmovedoras canciones de Carlos Libo estructuran la película, convirtiendo cada tema en un himno y clamor del pueblo unido que se reúne y actúa ante la industrialización masiva que no piensa en lo natural y mucho menos, en la vida. Escuchar temas como “Hora de lutar”, “A voz do povo” y “Brigada da foice”, entre otros generan ese sentimiento de unidad, pertinencia y ancestral, de los que están y los ausentes. La música diegética y sensible de Diego Placeres que trabajó en la mencionada Périphérique Nord, acompañan las brillantes imágenes en 35 mm que traspasan cada detalle, cada mirada y cada gesto, que firman el trío Rafael Pais, Duarte Domingos y Francisco Lobo, del que conocemos por su trabajo en El bosque de las almas perdidas (2017), de José Pedro Lopes. El montaje de unos inolvidables 77 minutos de metraje es certero y sensible firmado por el propio director, el citado Álex Piperno y la uruguaya Magdalena Schinca, que tiene en su filmografía compatriotas como Sergio de León y Marcos Vanina, entre otros. 

Una película de estas características necesita la ayuda y la complicidad de los habitantes de Covas do Barroso que han sido unos intérpretes por partida doble, siendo ellos mismos y mostrando sus vidas, trabajos y demás, y además, interpretando a “los otros”, el enemigo que amenazaba su tierra. Tenemos al mencionado músico Carlos Libo y Paulo Sanches, Daniel Loureiro, Aida Fernandes, Maria Loureiro, Lúcia Esteves, Nelson Gomes, Benjamin Goncalve. Todos ellos muestran una naturalidad y transparencia que hace del retrato una ensayo ficción de una forma de vida y hacer casi en extinción en muchos lugares de este planeta. No deberían dejar pasar La sabana y la montaña, de Paulo Carneiro, porque además de descubrir unas vidas muy diferentes a las nuestras, tan sometidas a lo urbano, la industrialización en cadena y el vacío existencial, seguimos atentos a la unidad de una comunidad y su lucha en contraposición a unas ciudades donde el yo y el individualismo ha ganado la partida a la asociación y al otro, donde nos miramos a nosotros. La película es también un gran toque de atención para dejar de vernos tanto y mirar a nuestro alrededor, a lo que somos, a los otros y sobre todo, pararnos para no perder la identidad y nuestro camino, y miremos la actitud y la voluntad de los lugareños de Covas do Barroso, todo un lección de vida y humanidad. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Un cabo suelto, de Daniel Hendler

EL POLICÍA QUE HUYE. 

“El retirarse no es huir, ni el esperar es cordura, cuando el peligro sobrepuja a la esperanza”

Miguel de Cervantes

Como se mencionaba en la inolvidable Touch of Evil (1958), de Orson Welles, aquello que las fronteras eran los estercoleros de los países. Eso mismo sucede en Un cabo suelto, de Daniel Hendler (Montevideo, Uruguay, 1976), en la que Santiago, un oficial de poco rango de la policía argentina ve algo que no debía y no tiene más remedio que cruzar la frontera con Uruguay y ocultarse en la ciudad y alrededores de Fray Bentos. El agente sólo puede huir, esconderse como una alimaña a la que vienen en su acecho. En esa travesía a lo desconocido, se irá encontrando con individuos como un vendedor de quesos ambulante que toca melodías tristes a la guitarra, un abogado que le encantan los quesos, y finalmente, una mujer que trabaja en una de esas tiendas de frontera que venden de todo y de nada. Vestida como un thriller con toques de comedia negra, con esa mezcla entre la idiosincrasia de la zona, tan peculiar y hermosa, y esa atmósfera de no cine negro tan habitual de los Coen y Kaurismäki. 

De Hendler conocemos su gran y dilatada trayectoria como actor con más de 25 años de carrera que la ha llevado a trabajar en más de 60 títulos junto a Daniel Burman, Juan Pablo Rebella, Pablo Stoll, Santiago Mitre y Ana Katz, entre otros, amén de su interesante filmografía como director con tres largos y una serie, que arrancó con Norberto apenas tarde (2010), El candidato (2016), la serie La división (2017) y la que nos ocupa. Historias llenas de tipos al borde todo y de nada, donde la situación los desborda y deben adaptarse y sobre todo, aceptar sus circunstancias y limitaciones. El policía Santiago se une a estos tipos don nadies, metidos en un embrollo de mil demonios, muy a su pesar, que debe huir, esconderse y encontrar un lugar diferente en un viaje lleno de obstáculos y peligro constante. Hendler no se olvida de los lugares comunes del noir, pero los llena de cotidianidad y de unas situaciones muy cómicas, incluso absurdas, como la vida misma, en la que el género se transforma en un costumbrismo que recoge esos espacios alejados del mundanal ruido que no parecen reales, pero sí lo son. Ese no tempo que recorre toda la historia consigue ese tono triste y melancólico que ayuda a mirar a los personajes de muy cerca y de frente.

La excelente cinematografía de un grande como el argentino Gustavo Biazzi, con más de 40 títulos, acompañando a directores de la talla de Alejo Moguillansky, Santiago Mitre, Hugo Santiago y Ana Katz, entre otros, que ya estuvo en la mencionada La división, construye una forma clásica, de planos y encuadres fijos y de gran factura técnica para darle esa prisión en la que vive el protagonista moviéndose por una zona desconocida y hostil. La música del dúo Gai Borovich y Matías Singer, que ha estado en todas de Hendler, amén de Carolina Markovicz, ayuda a mantener ese suspense y ligereza que se combina en todo su entramado. La edición de otro grande como Nicolás Goldbart, aparte de director, con casi medio centenar de películas, junto a Pablo Trapero, Damián Szifrón y Rodrigo Moreno, cimenta un ritmo pausado y nada estridente, que brilla en su cercanía y naturalidad en sus reposados 95 minutos de metraje, en una película que combina un gazpacho donde hay policíaco lleno de sombras y oscuridades, humor uruguayo donde se describe muy bien una forma de ser, sentir y hacer, con ese tono de tristeza, sin caer en la desesperanza, que tanto define una forma de estar en la vida.

Alguien como Daniel Hendler, con una filmografía impresionante de títulos como actor, debía tener especial elección y trabajo con sus intérpretes que brillan con actuaciones minimalistas, donde se habla poco y se mira mejor, con el argentino Sergio Prina dando vida al huido Santiago, Alberto Wolf es el peculiar y tranquilo vendedor de quesos, Néstor Guzzini es el abogado que recoge al huido, que recordamos en la reciente Un pájaro azul, el uruguayo y reputado César Troncoso, que ya estuvo en El candidato, es otro abogado que asesora a Santiago, Pilar Gamboa, una de las maravillosas protagonistas de La flor, de Llinás, es la mujer que trabaja en el súper de la aduana y que baila los viernes en un club, y además, tendrá un (des) encuentro con el protagonista. Una película como Un cabo suelto huye de los sitios manidos del cine negro, y lo hace de una forma nada artificial, sino todo lo contrario, a partir de esos espacios tan domésticos y tan extraños, casi de otro planeta que hay en las aduanas y los pasos fronterizos, donde unos van de aquí para allá y viceversa en un ir y venir de personas, de historias, de huidas, de amor, de mentiras y de no sé sabe muy bien, porque esos lugares y volvemos a Welles, no pueden traer nada bueno porque está lleno de individuos desconocidos y con muchas cosas que ocultar. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Benedetti, sesenta años con Luz, de Andrés Varela

HAGAMOS UN TRATO.  

“Hagamos un trato. Compañera, usted sabe que puede contar conmigo. No hasta dos o hasta diez, sino contar conmigo. (…) Pero hagamos un trato: yo quisiera contar con usted. Es tan lindo saber que usted existe. Uno se siente vivo. Y cuando.  digo esto, quiero decir contar. Aunque sea hasta dos, aunque sea hasta cinco”. 

Fragmento de «Hagamos un trato», de Mario Benedetti

Recuerdo como si fuera ayer la primera vez que escuché la voz de Mario Benedetti (1920-2006), recitando sus poemas en “El amor, las mujeres y la vida”, y el mencionado “Hagamos un trato”, que rescató una parte en la cabecera de este texto. La voz del poeta era muy íntima, cercana y transparente. Una emoción indescriptible que todavía recuerdo algunos días. Con el tiempo escuché sus poemas de la voz del gran Joan Manel Serrat, uno de los cantantes que mejor ha recitado poesía. Si no los han escuchado, hagánlo y verán que no hablo en vano, se darán cuenta que como han podido estar tanto tiempo sin conocerlo. Seguramente, si les gusta la buena poesía y la música, la escritura de Benedetti se convertirá en una compañía para esos días que todo cuesta tanto, y sobre todo, no se sentirán solos cuando la ausencia de alguien se haga demasiado presente. 

El estreno de una película como Benedetti, sesenta años con Luz, no sólo es un gran acontecimiento para la poesía y el amor, sino para todos los que la pluma del magnífico escritor ha acompañado en esos días que ustedes ya conocen. Su director es Andrés Varela (Montevideo, Uruguay, 1975), con gran experiencia en el mundo teatral, y coguionista de Mundialito (2010), y codirector junto a Sebastián Bednarik de Maracaná (2014), ambos sobre maravillosas gestas del balompié uruguayo. También dirigió, ya en solitario de El Delirio, los 100 años de la Cumparsita (2017), sobre el famoso tanto, amén de otros trabajos. Con esta película se asoma a uno de los grandes compatriotas, donde recoge los sesenta años de amor que el poeta mantuvo con Luz López, su mujer, su luz, y su todo, repasando sus primeros años, su amor, el fatídico exilio: en Argentina, Cuba y España y sus innumerables trabajos entre novelas, ensayos y poesía, una vasta literatura que abarca los 117 títulos. Todo bien documentado con un fantástico y depurado material de archivo que recoge fotografías, documentos, películas y demás found footage que aderezan con pulcritud, detalle y armonía la vida y el amor de Benedetti, sus alegrías y tristezas en una vida que pasó entre idas y venidas con su amor durante seis décadas. 

Varela sabe que tiene entre manos un material de primerísima calidad, y por eso sabe acompañarse de grandes técnicos y cómplices como los músicos Hernán González Villamil, que ya estuvo en Maracaná, que es asiduo del cineasta uruguayo Gustavo Hernández, y Anderson de Oliveira, que juntos consiguen poner ese toque, tan difícil, en la imagen y la voz de Benedetti, tan singular, tan cercana y tan de dentro. El cinematógrafo César Charlone, toda una institución en la cinematografía en el país sudamericano, con trabajos tan importantes con Fernando Meirelles en grandes títulos como Ciudad de Dios, El jardinero fiel y A ciegas, entre otros, y la reciente La uruguaya, de Ana García Blaya, consigue ese tono tan transparente y sencillo que hace de la película una experiencia muy cercana, como si nos la contarán al oído en susurros. El preciso y pausado montaje de Santiago Bednarik, otro habitual del documental uruguayo, ayuda a no sólo ver la película, sino a escucharla y sobre todo, a saborearla sin prisas con sus breves 80 minutos de metraje, con la sensación que nos deja de querer más, así que el trabajo está bien construido. 

En una película de estas características no podían faltar los testimonios de esas personas que conocieron y trataron tanto con Benedetti como con Luz como Pepe Mújica, el expresidente uruguayo, tan acertado y tan sereno en sus declaraciones y pensamientos, la actriz Nacha Guevara, que cantó algunos de sus poemas, al igual que el citado Joan Manuel Serrat, siempre tan claro, cercano y humano a la hora de hablar de otros, y sobre todo, de Benedetti, que conoció y trató con tanto cariño, como el escritor Juan Cruz, con el que trató en su etapa en Madrid, Hortensia Campanella, presidenta de la fundación del escritor, los músicos cubanos Silvio Rodríguez y Pablo Milanés, el actor Héctor Alterio, que protagonizó La tregua (1974), de Sergio Renán, basada en la novela de Benedetti, y otros amigos, familiares y demás que aportan su experiencia con ellos dos, su amor, y su experiencia vital, que aportan valiosos testimonios que hacen de la película un viaje muy emocionante por el convulso siglo XX de la mano de dos personas que se conocieron, se respetaron, se acompañaron, se hablaron, se cuidaron, y se inspiraron mutuamente, y finalmente, también se amaron, que es toda esas cosas citadas y muchas más que se desconocen. Descubran la película, y se enamorarán de la poesía de Benedetti, y de la mujer que la inspiró, y si no lo conocen tendrán esa inolvidable experiencia que es ver y sentir por primera vez algo que nos acompañará el resto de nuestras vidas y más allá, porque otros cogerán el testigo de la vida y obra de Benedetti, porque poetas como él nunca morirán mientras alguien siga leyéndolos y esta película es un buen comienzo para conocerlo y descubrirlo. Permítanme finalizar con el poeta con el último párrafo de “Hagamos un trato”: “No ya para que acuda, presurosa, en mi auxilio. Sino para saber, a ciencia cierta. Que usted sabe que usted puede contar conmigo”. Queda dicho, y ya saben. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Alicia Cano Menoni

Entrevista a Alicia Cano Menoni, directora de la película «Bosco», en la sede de la Casa Amèrica Catalunya en Barcelona, el miércoles 16 de noviembre de 2022.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Alicia Cano Menoni, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, a mi querido amigo Óscar Fernández Orengo, por retratarnos de forma tan especial, y a Violeta Medina de Comunicación, por por su amabilidad, generosidad, tiempo y cariño. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Rafa Russo

Entrevista a Rafa Russo, director de la película «El año de la furia», en la cafetería Santagloria en Barcelona, el martes 2 de junio de 2021.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Rafa Russo, por su tiempo, generosidad y cariño, y a Maria Guisado de La portería de Jorge Juan, por su generosidad, cariño, tiempo y amabilidad.

El año de la furia, de Rafa Russo

LA BESTIA ESTÁ LLEGANDO.

“La violencia no es sino una expresión del miedo”

Arturo Graf

Desde el año 1964 en adelante, Sudamérica se vio abocada a violentas y sangrientas dictaduras militares que desmantelaron económica, física y emocionalmente países como Brasil, Bolivia, Paraguay, Perú, Ecuador, Colombia, Chile, Argentina, etc… Períodos muy oscuros que vieron como sus frágiles democracias eran absorbidas por juntas militares apoyadas por los EE.UU., para detener los avances democráticos y sobre todo, la ilusión de una nueva sociedad más humana, justa, solidaria y equitativa. Habíamos visto muchas películas sobre las dictaduras argentinas y chilenas, de la uruguaya no tantas, por eso es de agradecer esta mirada, y su forma, ya que se sumerge en las vidas de unos cuántos uruguayos de Montevideo que viven en ese  Uruguay, que tampoco fue una excepción de sus país vecinos, y vio como durante la primavera de 1972, en el país empezaba el conocido como “El año de la furia”, que desembocó en la dictadura que estalló el 27 de junio del siguiente año, que llevó al país a un período de oscuridad, miedo y violencia que finalizó 12 años después. El director Rafa Russo (Madrid, 1962), de padres argentinos, ha destacado como guionista en interesantes propuestas como la comedia romántica de Lluvia en los zapatos, el drama íntimo de aunque tú no lo sepas y La decisión de Julia, o las películas para televisión dirigidas por Laura Mañà, sobre figuras femeninas de nuestra historia. Como director de largometrajes tiene el drama romántico Amor en defensa propia (2006) y Snowflake (2016), documento sobre la sensibilidad química múltiple.

Con El año de la furia vuelve a la dirección mezclando con acierto y sensibilidad el thriller político y el drama romántico y personal, de unos personajes que viven en el convulso Montevideo previo a la dictadura. Diego y Leonardo son dos guionistas-creadores del programa de televisión satírico “La máquina de la risa”, también, se encuentran Susana, una prostituta que se enamorará de Rojas, un militar torturador, y Emilia y Jenny, madre e hija, que viven en la pensión donde paran casi todos. Russo compone una película de muchos rostros y piezas, generando un relato íntimo sobre unos personajes que ante los acontecimientos vertiginosos que van oscureciendo sus vidas, van optando por enfrentarse, por mirar a otro lado, y sobre todo, por sobrevivir en una sociedad que se va llenando de desaparecidos y cadáveres. La película no solo se queda en el ciudadano normal y corriente, como acostumbran este tipo de cintas, sino que incluye muy acertadamente el otro lado del espejo, la del militar represor, que en cierto modo, también es una víctima más de estamentos más poderosos y de intereses nacionales para acabar contra cualquier atisbo de libertad y democracia.

La luz naturalista y mortecina que firma el cinematógrafo Daniel Aranyó, que se ha especializado en interesantes thrillers como La distancia, algunos dirigidos por Daniel Calparsoro, o Regresión, de Amenábar, ayuda a ennegrecer sutilmente tanto las vidas de los protagonistas, como el camino violento que se encamina el país, como el sólido montaje de Marta Salas, fogueado en series televisivas como las estupendas El ministerio del tiempo y Vivir sin permiso, entre muchas otras. Si hay algo en lo que destaca enormemente la película de Russo es su ajustado y extraordinario reparto que fusiona intérpretes argentinos tan solventes como Alberto Amman y Joaquín Furriel, dando vida a los amigos y diferentes guionistas, Martina Gusmán es la prostituta metida en una relación compleja y peligrosa, y la presencia siempre magnífica del gran Miguel Ángel Solá como militar superior de muy malas pulgas. Y la otra parte, experimentados intérpretes españoles como Daniel Grao, cada día más y mejor actor, compone a Rojas, ese militar dividido entre su patria y su corazón, Sara Salamó, como la activista e hija de Maribel Verdú, una madre que arrastra un amor frustrado.

El año de la furia es una película sobre política, pero sobre todo, es una película sobre la condición humana expuesta a acontecimientos que le superan, a rendirse o continuar resistiendo, al miedo como lugar donde ocultarse ante el dolor, a dejarse llevar por lo que sentimos o simplemente, derrotarse a aquello que se debe hacer, a la complejidad de nuestros sentimientos y también, es una película sobre hechos históricos que no deberían haberse producido, y como afectan a las personas como nosotros, aquellos que sus vidas se ven truncadas por los intereses nacionales que nada tienen que ver con los nuestros. Una película con el aroma de los mejores títulos de Costa-Gavras, a los títulos clásicos de Lang o Curtiz, con sus amores imposibles, el telón de fondo político, y las vidas en constante peligro, las novelas de Greene, Forsyth, Montalbán o Marsé, y las canciones románticas que nos devuelven a aquello que fuimos, a aquello que no volveremos, y sobre todo, a aquello que perdimos, a todo lo que perdimos. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Marcela Matta

Entrevista a Marcela Matta, codirectora de la película «Los Modernos», en el marco del FIRE!! 23a Mostra Internacional de Cinema Gai i Lesbià. El encuentro tuvo lugar el viernes 15 de junio de 2018 en la terraza del Instituto Francés en Barcelona.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Marcela Matta, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, y al equipo del FIRE!!, por su tiempo, cariño, generosidad y paciencia.

Que rebentin els actors, de Gabriel Calderón. TNC

ANNA NECESITA SABER.

“Ya lo dije, tienen que reventar  Bordaberry (dictador uruguayo) yo, todos los actores para que las cosas trasciendan en su justa medida. Todavía falta un tiempo pero no mucho”

Pepe Mújica

Anna necesita saber. Anna quiere saber. Anna no sabe porque su familia no se habla, era una niña cuando dejaron de hacerlo, cuando la familia dejó de ser lo que era para convertirse en unos extraños, en unos desconocidos que ni se miran, ni se hablan, ni quieren saber nada los unos de los otros. Aún así, Anna hará lo imposible para reunirlos a todos, para hablar con cada uno de ellos, para conocer la verdad de lo que pasó, la verdad de los hechos que separaron a su familia. En definitiva, la verdad de todo un país, Uruguay, un país desgarrado y mutilado por la dictadura que dividió y sangró al país entre los años 1973 al 1985. El autor y director de la obra es Gabriel Calderón (Montevideo, Uruguay, 1982) que es uno de aquellos niños que, al igual que la heroína de su obra, quiere saber, necesita saber la verdad de su país, por muy duro y horrible que sea.

El autor uruguayo plantea una trama desestructurada, como bien nos anuncia su narrador al inicio de la obra, una trama que nos hará viajar por el tiempo, por diferentes momentos de la historia familiar, en una estructura que nos hará entender la magnitud de los hechos, y el devenir de las circunstancias que tuvieron que vivir los actores implicados. El tiempo deviene una arma fundamental no sólo en los hechos de los que se habla, sino en el entendimiento de esos hechos, para poder mirarlos con perspectiva, para de esa manera acercarnos a ellos sin rencores, con el tiempo a nuestro favor, porque los protagonistas de aquellos tiempos hicieron lo que tuvieron que hacer defendiendo en aquello que creían, luchando por la dignidad y la libertad de un país sometido a los militares y el imperialismo yanqui. Calderón nos cuenta su obra a velocidad de crucero, un ritmo endiablado, en el que los intérpretes tienen que tirar de verborrea para decir sus parrafadas inmensas (recuerda a la película Luna nueva de Hawks, donde sus actores hablan a una velocidad extraordinaria) o sin ir más lejos, una de las marcas registradas de mucho teatro sudamericano, en el que los diálogos se superponen y todos los actores hablan a la vez en más de una ocasión, como ocurre en los textos de Claudio Tolcachir o Daniel Veronese, aunque a pesar del aparente descontrol de verborragia, en ningún instante se convierte en su contra, sino todo lo contrario, el caos originado entre tantos parlantes sin control, ayuda a entender ciertos entramados de las obras y ayuda, aunque no lo aparezca a simple vista, a su comprensión.

Todo arranca cuando Anna, con la ayuda de Tadeo, su enamorado incondicional, ha inventado una máquina del tiempo y, aunque reticente al principio, accede a experimentar con ella, trayendo del pasado a todos aquellos actores de la vida de Anna que le proporcionaran esa información que permanece oculta en su vida. La cuestión es la siguiente: Anna ha escenificado el encuentro en una cena de Navidad, como las familias normales, donde todos vendrán a este tiempo sin tiempo, para hablar entre ellos y limar esas asperezas del pasado que los separó. Aparecerán el abuelo Antoni, Graciela, su madre, y Jordi, el padre, y finalmente, Josep, el tío. Muertos que vuelven a la vida, o mejor dicho, muertos que vuelven para dar luz al pasado familiar de Anna, también, les acompañará Júlia, la abuela que perdió a sus dos hijos asesinados por la dictadura. La obra, que ha contado con  la magnífica traducción de Xavier Pujolràs (también como de ayudante de dirección) que adapta al catalán ese castellano uruguayo de firtmo tan frenético, se mueve, al igual que sus diálogos, a un ritmo vertiginoso, hay algunos momentos de calma, que vienen con el derrumbe emocional de algunos personajes, pero son unos instantes, luego, la velocidad continúa sumergiéndonos en los diferentes tiempos, en los que el narrador muy adecuadamente nos irá guiando para no perdernos, y para explorar todo lo sucedido, aunque todavía queden tantas sombras y lugares oscuros en esa memoria que aunque pertenezca al pasado, parece un ser orgánico que transmuta y va cambiando de forma rápida, según la miremos y la recordemos.

La Sala Tallers del TNC acostumbrada a presentarnos un espacio desnudo, donde el escenario está a ras del suelo, en la misma altura que el respetable público, con esta obra se ha metamorfoseado en la clásica estructura de escenario y el público de frente, un escenario que es el salón familiar, el hogar donde creció Anna. Un reparto extraordinario encabezado por Bruna Cusí que da vida a Anna, una actriz inmensa y extraordinaria, que sigue demostrando su capacidad camaleónica para convertirse en una heroína de la memoria cueste lo que cueste y pese a quién pese, bien acompañada por Francesc Ferrer como el enamorado Tadeo, la inmensa Lina Lambert como la madre despotricante y malhumorada, el animal escénico que es Jordi Banacolocha como el abuelo de carácter, Albert Ausellé como el padre muerto, y finalmente, Sergi Torrecilla que interpreta varios personajes como ese narrador importantísimo que nos va guiando por este caleidoscopio de la memoria tan necesario y a la vez tan divertido.

Calderón logra aquello que hablaba Pavese: Convertir la cotidianidad de tu pueblo en universal. En una obra que habla de la dictadura uruguaya y sus desaparecidos, su memoria, y el presente a través del pasado, en una obra marcadamente universal, un texto que se entiende en cualquier lugar del mundo, que llega a todos los espectadores inquietos que deseen sumergirse en una comedia alocada, irónica y tremendamente divertida (al mejor estilo de los screwall estadounidenses de los años 30) en un relato de ciencia-ficción al mejor estilo de Arthur C. Clarke o Philip K. Dick, en un drama familiar pero con ese tono irreverente y cómico, y también, en un ejercicio de memoria histórica, de los que no están, de todos aquellos que encontraron la muerte y sus familiares, en este caso Anna aboga por la necesidad de recordar, de no olvidar a sus muertos, a los suyos, a aquellos que apenas recuerda y que forman parte de sí misma, a aquellos que la historia olvida tan fácilmente, la memoria como ejercicio de conocimiento, necesario y esencial para entender el presente y seguir creciendo a nivel personal y colectivo para un país, y lucar contra la mayor tragedia que puede suceder en un país, y no son sólo sus muertos, sino su olvido.