Tokyo Shaking, de Olivier Peyon

LA SACUDIDA INTERIOR.

“Hay palabras que suben como el humo, y otras que caen como la lluvia”.

Madame de Sévigné

Alexandra es una mujer de mundo, su trabajo como jefa en un banco la ha llevado a recorrer medio mundo. Ahora, ha llegado a Tokyo procedente de Hong Kong, junto a sus dos hijos, dejando al marido por trabajo en el territorio autónomo chino. Estamos en los días previos del 1 de marzo de 2011, cuando el terremoto más trágico de Japón, asoló el país, provocando decenas de miles de fallecidos, y ocasionando el accidente nuclear en Fukushima. Después del incidente, la estampida y el caos se apoderan de los empleados del banco donde trabaja Alexandra, y de toda la ciudad de Tokyo, con esa disparidad de información ante el tsunami y las diversas amenazas tóxicas que se acercan o no. Las dos películas de ficción anteriores de Olivier Peyon (L’Haÿ-Les-Roses, Francia, 1969), se centraban en dos mujeres de diferentes edades, en contextos ajenos, que deben luchar contra los elementos y sus monstruos interiores, la abuela de Les petites vacances (2006), y la madre en busca de su hijo en Uruguay en Une vie ailleus (2017), mujeres que luchan y rompen prejuicios y barreras como la madre que pierde a su hijo y se hace activista en el documental Latifa, le coeur au combat.

Alexandra sigue la estela de las mujeres que ya había retratado el director francés, porque se trata de grandes profesionales en sus empleos, que con fuerza, valentía y coraje siguen con todo, y como las demás, también se halla en un país extraño, en el que lleva apenas un mes, y solo conoce las cuatro paredes de su banco, y su vivienda, y no aminará ante la convulsión que sucede a su alrededor, tanto exterior como interior, con varios frentes abiertos: seguir en Tokyo al frente del banco cuando la ciudad parece amenazada, escuchar las advertencias de su marido preso del pánico, dejar que sus hijos se vayan con su padre, ceder ante las decisiones erróneas de sus jefes, y por último, escuchar a sus empleados japoneses que parece que la seguirán vaya donde vaya. El guion que firman el propio director y Cyril Brody, su guionista de confianza, nos cuentan estos pocos días de la película, bajo la mirada de Alexandra, una mujer que no las tiene todas consigo, que recibe órdenes de sus superiores y debe acatarlas, aunque no les parezcan idóneas ante la situación en la que se encuentran.

Una mujer que debe empezar a escuchar y sobre todo, a escucharse, a mirar a su alrededor y mirar a los que la rodean, y mantener la calma, sobre todo, por sus aparentemente calmados empleados japoneses, y su lugarteniente, un joven congoleño brillante que, segundos antes del terremoto, había despedido. Quizás la película quiera tocar demasiadas teclas, y algunas le salgan algo desafinadas, pero el conjunto está ordenado, desprende mucha cercanía, humanidad, y no nos distrae con atajos emocionales que no llevan a nada, manteniendo todo el conjunto bien sujetado, moviéndose entre el conflicto social de la amenaza exterior, y los conflictos interiores que van desarrollándose, tanto en el personaje de Alexandra como con sus empleados, entre los conflictos laborales, las decisiones arbitrarias de los jefes, y la paciencia y la humanidad que tienen los japoneses ante una tragedia de tal magnitud. Un reparto que desprende vida y humanismo, entre los que destacan Stéphane Bak que da vida a Amani, el ayudante de Alexandra, que estando despedido, seguirá arrimando el hombro y ayudando a su jefa en todo lo que haga falta, Yumi Narita como Kimiko, la otra ayudante, que habla un francés perfecto, que es la voz cantante del ejemplo de solidaridad y de honor que mantienen todos los trabajadores japoneses, con esa idea de unión y compañerismo ante la tragedia.

La voz cantante del relato y el alma de este drama íntimo es Karin Viard en la piel de Alexandra, una actriz portentosa y que siempre brilla, aunque los papeles no estén a su altura. Aquí está fantástica, dotando a su mujer de ahora y profesionalmente ejemplar de humanismo, de verdad y sobre todo, de fragilidad, de tirar hacia delante sin saber qué hacer, pero saber también escuchar y aprender de todo lo que sucede y las acciones de uno y otro cuando la soga aprieta el cuello. Peyon no sucede con honestidad y valores humanos, en una película que se sumerge en la calidad humana de hoy en día, en esos aspectos como la palabra dada, la confianza y el honor, en una situación que es de todo menos tranquila, en una situación de terror donde realmente conocemos a quién tenemos al lado, la verdadera naturaleza de los que nos rodean, como sucedía en la interesantísima Fuerza mayor (2014), de Ruben Östlund, película que guarda ciertas semejanzas con los conflictos que aborda de forma inteligente e íntima Tokyo Shaking, que habla de una mujer francesa en Tokyo ante la tragedia y ante sí misma. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Casanova, su último amor, de Benoît Jacquot

EL OTOÑO DEL ETERNO ENAMORADO.

“El amor es una especie de locura, que me gusta, pero una locura más de la filosofía que es totalmente impotente, es una enfermedad a la que está expuesta la humanidad en todo momento, no importa a qué edad, y que no se puede curar, si se trata de atacado por ella en su vejez.“

Giacomo Casanova

No es la primera vez que el cine de Benoît Jacquot (París, Francia, 1947) en su casi medio siglo de carrera, se instala en el siglo XVIII, ya lo hizo en Sade (2000) en la que el famoso marques volvía a la cárcel en plena agitación violenta de la revolución, y también, en Adiós a la reina (2012) donde relataba los encuentros de Maria Antonieta y una de sus lectoras en los días finales de la revolución. Ahora, y basándose en Histoire de ma vie, de Giacomo Casanova (1725-1798) nos vuelve a trasladar a ese período durante el exilio londinense del famoso libertino, amante del amor, del juego y la aventura. Pero no lo hace retratando los éxitos de algunas de sus conquistas, sino todo lo contrario, convirtiéndolo en un títere en manos de Marianne de Charpillon, una joven prostituta que lo rechaza constantemente, dejándole claro que quiere sentirse amada por el famoso conquistador.

El relato se mueve en el flashback, cuando Casanova, setentón y retirado en Bohemia, cuenta ese capítulo oscuro de su pasado amoroso a una joven que ha ido a visitarle. Los hechos y las circunstancias de las que somos testigos nos vienen en forma de fábula de misterio en palabras del propio Casanova, que nos va relatando con detalles todos aquellos escarceos de su desdichado amor. Jacquot hace gala de una exquisita mise en scène, en la que prima la libertad de movimientos de los personajes, y una cámara abierta y vital que se mueve libremente por los paisajes y escenarios de la burguesía londinense del siglo XVIII, alejándose de cierto clasicismo muy propio de películas de corte histórico, contándonos un relato del siglo XVIII pero anclado en la actualidad, con un ritmo encantador y voluble, donde no dejan de suceder cosas, en la que la trama está sujeta a esa intriga intensa y envolvente que nos captura en esta deliciosa y profunda historia romántica en la que todo puede suceder o no.

Un cuento fascinante, evocador y perverso el que protagonizan el libertino y la prostituta con sus constantes idas y venidas, donde el hecho del amor se convierte en una incertidumbre constante, en un misterio difícil de prever, donde todo se ve envuelto en la oscuridad de las emociones, en unos sentimientos que van y vienen sin descanso, donde el sufrimiento y la desdicha se convierten en elementos incansables, donde el amor y el erotismo se disfrazan de temor, resentimiento, voyerismo, placer frustrado, e incapacidad para descifrar los deseos del otro. Jacquot nos muestra a un Casanova enamorado, perplejo ante la posición de la prostituta, perdido ante su rechazo, ante el rechazo de alguien que vive vendiendo su cuerpo por unas libras, de alguien que lo desea y rechaza, de una mujer atrapada en su mundo, esquiva con los sentimientos, y sobre todo, de alguien que se siente amada y juega con eso. Casanova ha perdido el apetito vital, se siente incapaz de amar a otras mujeres, completamente ensimismado por ese amor no correspondido, que lo está llevando a la turbación y la locura.

En el cine de Jacquot hay muchas películas que abordan de un modo u otro las pasiones amorosas, los juegos laberínticos del deseo, las argucias de los enamorados para conseguir su objetivo y de paso hacer sufrir a sus pretendientes, tanto unos y otros juegan sus cartas y siguen jugando al amor con éxitos y fracasos. Vincent Lindon, un actor habitual en el cine de Jacquot, vuelve a ponerse a las órdenes del director francés para interpretar a un Casanova perdido y desorientado con el amor a la prostituta, de alguien eternamente enamorado, un ser que a través de la amistad enamora a sus mujeres, enamorado del amor y de las mujeres, un tipo elegante, sobrio, amante del amor, del juego, de la aventura, del azar como camino vital, que Lindon interpreta de modo sincero y transparente, llevándonos por esta experiencia desde la libertad de amar, con su disfrute y alegría, hasta encontrarse con ese amor oscuro y frustrado que lo lleva al ostracismo y a la perdición.

Stacy Martin compone una Mariane de Charpillon delicada y bella, convirtiéndose en el mejor contrapunto de Casanova, en ese juego de reflejos constantes y asfixiantes. Una mujer atrapada en una vida de prostituta obligada por su madre, y en ese juego oscuro y malévolo que tiene con Casanova, al que quiere pero también, conociendo su fama, utiliza y engaña con el amor. Y la agradable y maravillosa presencia de la siempre interesante Valeria Golino, que después de su rígida madre en Retrato de una mujer en llamas, vuelve a deleitarnos con su madame La Cornelys, una de esas bellas y elegantes señoras que pululaban por las ciudades importantes europeas del XVIII como Londres, con su aire de misterio y fascinación, que escondían mucho y mostraban muy poco. El último amor de Casanova que nos retrata la película es un relato romántico y muy moderno, con ese aire de misterio como si fuese una cinta de asesinatos, done la capacidad de magnetismo y belleza que emana toda la propuesta nos lleva a constantes callejones sin salida que debemos descifrar según las pistas y diálogos que vamos conociendo en ese intenso y particular paseo por el amor, quizás el último amor que vivió un otoñal Casanova. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA