Cambio de reinas, de Marc Dugain

LA INTIMIDAD DE LOS REINOS.  

En mitad de la película, más o menos, hay un momento que la define considerablemente, cuando Luisa Isabel (la hija del regente que es obligada a contraer matrimonio con Don Luis, el heredero del trono de España) baja del carruaje con la excusa de hacer sus necesidades en un claro del bosque. Se pone de cuclillas, mira al cielo y baja su mirada topándose con una campesina a la que sonríe intrigada. De repente, un subordinado de la corte  se le acerca y rompe ese instante, devolviéndola a su cárcel particular, a su mundo, a ese universo tan ajeno a las necesidades de una población empobrecida e invisible. Marc Dugain (Dakar, Senegal, 1957) es un reputado escritor con una decena de novelas publicadas, entre ellas El pabellón de los oficiales, que llevó al cine François Dupeyron, aunque también ha dirigido cuatro títulos, dos para televisión, y uno para el cine, An Ordinary Execution (2010) sobre los últimos días de Stalin desde la perspectiva de una curandera y su marido. Su cuarto trabajo Cambio de reinas, basada en la novela de una especialista en la materia como Chantal Thomas, que coescribe el guión con el propio Dugain,  vuelve a centrarse en una intriga política en la que nos traslada al convulso universo del Palacio de Versalles del primer tercio del siglo XVIII, antes del estadillo de la revolución que acabará con todo, donde Luís XV, un niño huérfano de 11 años es coronado rey. A través de una estratagema de su regente Felipe de Orleans que consistía en casar a su hija la señorita Luisa Isabel de 12 años de edad, con Don Luis, el heredero al trono de España, además de que Luís XV, a su vez, contrajera matrimonio con Mariana Victoria de 4 años de edad, Infanta de España e hija del rey Felipe V. Una estrategia política que acabaría con años de guerras entre los dos países, guerras entre Borbones contra los Orleans, que los debilitó enormemente.

Dugain opta por una forma sobria e íntima, dejando las fastuosidades de palacio de lado, y centrándose en sus personajes, sobre todo, en las féminas, dos niñas introducidas, muy a su pesar, en un complejo laberinto de alianzas, traiciones y juegos interesados de poder. La película no esconde su buen gusto y sensibilidad para mostrarnos la vida cotidiana de los diferentes palacios, con una grandísima ambientación, amén de su espectacular vestuario y diseño de producción, eso sí, unos universos en decadencia, vapuleados por las graves epidemias como la peste o la viruela, que acabaron con muchos de sus integrantes, las intrigas y corruptelas de palacio pro el control del poder, y sobre todo, la malditas guerras entre España y Francia que debilitó su dinastía y los dejó muy heridos, contribuyendo a sus correspondientes desapariciones. El cineasta francés deja de lado el sentimentalismo y los efectos de guión, para mirar desde el que  observa sin juzgar, del que trata de entender a todos los personajes, describiendo con delicadeza sus intereses, ya sean lícitos o no, y sus estrategias para alcanzar esas posiciones cercanas al rey.

El realizador francés describe con acierto las barbaridades que se cometían en pos de la monarquía y los intereses individuales, como otorgar responsabilidades de estado a niños que se pasan su cotidianidad como reyes entre juegos infantiles y decisiones de grandes trascendencias para el devenir del estado. Incluso, la película indaga de forma evidente en todo aquello que se cocía entre sabanas entre unos y otros, donde la homosexualidad era una opción real entre aquellos que eran obligados a encamarse por la buena salud de la monarquía. Dugain nos muestra una interesante variedad de personajes, desde el niño Luis XV, y todo aquello que lo rodea, como ese instante en que vuelve a Versalles, sólo y perdido, que describe sin palabras todo sus sentimientos contradictorios, o su forma de dirigir el país, entre la falta de decisión, propio de su temprana edad, y de aquellos lacayos que le siguen el juego, o su relación con Mariana Victoria, la Infanta de 4 años elegida para ser su reina, una relación más propia del hermano o primo mayor que parece no querer jugar con esa primita que le han traído a su casa. En cambio, la Infanta se muestra muy en su rol, porque nunca le vemos quejarse o mostrar antipatía hacia el rey que le ha tocado, sintiendo que su vida palaciega es su destino, a pesar que tenga más interés en jugar a caballito que otra cosa.

Por el contrario, la vida en la corte española de Luisa Isabel es cuánto menos incómoda y muy problemática, ya que la niña de 12 años es descarada, insumisa y moderna, y se niega a su destino, comportándose de forma despectiva y lenguaraz a la vida en la corte, como la obsesión por la religión o las formas empleadas que crítica y se muestra muy reacia a compartir. Dugain también retrata con aplomo todas las intrigas que se suceden entre los adultos, espabilados y arribistas con ínfulas que les ríen las gracias a los reyes para conseguir sus propósitos, sin importarles nada más. Dugain se ha reunido de un reparto convincente y magnífico en el que destacan Igor Van Dessel como Luís XV, bien acompañado por Anamaria Vartolomei como Luisa Isabel, a la imprime carácter y sabiduría, y la niña Juliane Lepoureau como la Infanta Mariana Victoria, y los adultos como Lambert Wilson como Felipe V, Olivier Gourmet como Felipe de Orleans o Catherine Mouchet como la dama de compañía de la Infanta.

El director francés sigue la tradición de la cinematografía francesa por su historia, en el que es raro que cada temporada produzca algunas cintas sobre el devenir histórico de la realeza en sus tiempos más convulsos, complejos y finales, en el que Cambio de reinas se erige como una muestra sólida y convincente de esas intrigas palaciegas con niños de por medio, donde Dugain  teje con pausa y concisión una película sencilla y directa, honesta en su planteamiento y ejemplar en su despedida, contándonos todo aquello que se cocía en los diferentes palacios cuando se cerraban las puertas y quedaban ocultas a los ojos de los más críticos e interesados, sumergiéndonos en las diferentes alcobas cuando se encamaban los diferentes futuros esposos, que, según la costumbre, no era muy normal. La película observa, describe y retrata un universo venido a menos, decadente y estúpido, donde unos quieren mantener aquello que ya tiene fecha de caducidad, aquello que fue y ya nunca será, aquello que ni con matrimonios de conveniencia es salvable, y todo por la codicia de tantos, tan preocupados de lo suyo, sin percatarse que el resto, lo más importante, se iba cayendo a trozos irremediablemente.