Olea… ¡Más alto!, de Pablo Malo

PEDRO OLEA, DE OFICIO CINEASTA.

“Con la edad uno tiene una visión cariñosa del pasado”.

Pedro Olea

El maravilloso plano que cierra Tormento, con ese rostro rígido y lleno de odio de Concha Velasco, con una de esas miradas que cortan el viento, viendo marcharse el tren, donde viajan todas sus ilusiones y deseos marchitados, y de repente, de su boca salen las palabras: “Puta, puta, puta…”. Una mirada que ya forma parte de la historia de nuestro cine, a la que le sucederán otras, de tantas películas de la carrera de Pedro Olea (Bilbao, 1938), y de esa manera, tan elocuente y especial, se abre la película Olea… ¡Más alto!, sincero y rendido homenaje a uno de los cineastas más comprometidos y audaces del cine español, cuando ser comprometido y audaz podía costar muy caro. Si echamos la vista atrás, nos encontramos con el magnífico documental A propósito de Buñuel (1999), de José Luis López-Linares y Javier Rioyo, autores de Asaltar los cielos (1996) o Extranjeros de sí mismos (2001), entre otros, sobre la extraordinaria figura de Luis Buñuel, para encontrarnos con películas-homenaje sobre los que hacen el cine. Será con el nuevo siglo, que jóvenes talentos miran a sus maestros, a las figuras que tanto admiran y que tanto han aprendido, como el caso de Virginia García del Pino que hizo Basilio Martín Patino. La décima carta  (2014), y Félix Viscarret hizo lo propio en Saura(s) en el 2017. Aproximaciones personales e interesantes que recorren no solo la vida profesional, sino aquella más desconocida, la personal, en un viaje que habla de quizás, la parte más importante de la cinematografía española.

El director Pablo Malo (San Sebastián, 1965), al que conocemos por películas tan estimables como Frío sol de invierno (2004), La sombra de nadie (2006) o Lasa y Zabala (2014), entre otras, se pone detrás de las cámaras, y de la mano del propio Olea, nos conduce por su vida y milagros, arrancando con sus años de infante estudiando en los Maristas de Bilbao, donde un sacerdote le insto a alzar la voz, instante que le despertó la vocación de cineasta, ya que quería ser como el cura y mandar, pero en el cine, de ahí el título de la película, su traslado a Madrid para estudiar en la Escuela Oficial de Cine, los cortos de género que hizo en la escuela, su admiración con profesores ilustres como Luis García berlanga o Carlos Saura, su debut con Días de viejo color (1967), sus películas con José Luis López Vázquez de protagonista, El bosque del lobo (1970) y No es bueno que el hombre esté solo (1973), las que hizo con Concha Velasco, la citada Tormento (1974), Pim, pam, pum… ¡Fuego! (1975) y Más allá del jardín (1996), el pelotazo de Un hombre llamado Flor de Otoño (1978), las que produjo él y no fueron lo deseosamente bien, como Akelarre (1984), Bandera negra (1986), o Morirás en Chafarinas (1995), y las que sí, como El maestro de esgrima (1992), sus recordados y admirados trabajos para televisión, su incursión en el universo de Isabel Pantoja con El día que nací yo (1991), el melodrama Tiempo de tormenta (2003), y su película La conspiración (2012), vetada por el PP.

Recorreremos algunos de los lugares de rodaje de la mano de Olea, como esas maravillosas localizaciones de El bosque del lobo, viendo su estado actual, algún diálogo con sus habitantes, y su contraplano, como aparecían en la película, en uno de esos momentos maravillosos entre la vida y el cine, entre la realidad y la ficción, y el paso del tiempo, en que Olea no solo vuelve al lugar de los hechos, sino que lo hace desde la honestidad y el amor por un tiempo y su trabajo. Como no podía ser de otra manera, tendremos la oportunidad de ver el otro lado del espejo, compañeros y colegas de profesión hablando de Olea, así que escucharemos a algunos cómplices de su travesía como José Sacristán, el inolvidable protagonista de Un hombre llamado Flor de Otoño, Víctor Manuel, José Frade, productor de sus primeras películas, Jorge Sanz, José Luis Garci, Maribel Martín, Imanol Uribe, los desaparecidos Diego Galán y Arturo Fernández, y muchos otros, y ese especialísimo encuentro con Concha Velasco, donde recuerdan sus trabajos juntos, tanto en cine como en teatro. La película, no solo se queda en los momentos de amistad, fraternidad y cine, sino que también, nos habla de esos momentos complicados entre el director, con los intérpretes, productores y autores, que no siempre caminaban de la mano, y los entresijos y pozos oscuros del oficio del cine.

El director donostiarra imprime ritmo y pausa cuando la película lo requiere, en que la locuacidad y carácter de Olea lo convierten en el anfitrión perfecto, no solo para hablar de su cine, y sus cosas, sino para mirar atrás con amabilidad y crítica, según la ocasión lo estime, de la dificultad de hacer cine por su elevado coste, las relaciones amables y sinceras con algunos intérpretes, los roces con otros, la maldita censura franquista, el recuerdo de los que ya no están, el estado actual de las películas, las deseadas, las que no lo fueron tanto, en fin, todo el amor y el desamor de toda una vida dedicada al cine, un tramo importante que abarca más de medio siglo en la vida de Pedro Olea, uno de esos directores, que aquí tiene su momento, para explicarnos, para escucharlo, para remirar sus planos y encuadres, y sobre todo, para disfrutar de su cine, de su mirada, de su inquebrantable amor hacia el oficio de dirigir y producir películas, con sus sabores y sin sabores, su  compromiso profesional, personal y político, de su lucha, contra viento y marea, para levantar sus películas, de un tiempo que describe tanto de qué pie cojeaba la sociedad española de entonces, y la de ahora, porque entre unos y otros, y más cambios, la verdadera idiosincrasia sigue siendo la misma, o quizás, haya cambiado, pero no tanto como algunos piensan. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Akelarre, de Pablo Agüero

CONDENADAS POR MUJERES.

“Los hombres temen a las mujeres que no les temen”

Los más inquietos y curiosos recordarán la pintura Aquelarre, que Francisco de Goya pintó entre 1797 y 1798, donde vemos representado al diablo como un macho cabrío negro, rodeado de mujeres, expectantes para ser poseídas por el maligno. Representación de un imaginario popular impuesto por el estado. Durante muchos siglos, el poder, basándose en creencias fútiles y falsas, creó todo un aparato de represión y exterminio contra las mujeres, acusándolas injustamente de ser brujas, que en realidad, encubría una persecución del estado monárquico clerical para eliminar cualquier vestigio de diferencia, libertad y resistencia a lo establecido. Muchas son las crónicas que registran tales hechos, como la que ocurrió en el valle de Araitz (Navarra), en 1595, sucesos que fueron llevados al cine por Pedro Olea en 1984 bajo el título de Akelarre. Recogiendo el mismo título, el cineasta Pablo Agüero (Mendoza, Argentina, 1977), y la guionista francesa Katel Guillou, firman un guión, libremente inspirado en el “Tratado de la inconstancia de los malos ángeles y demonios”, del juez Pierre de Lancre, en el que describe su recorrido por el País Vasco en 1609, en una “Caza de brujas” sistemática, donde condenó a cientos de mujeres a morir en la hoguera por brujería.

De Agüero, conocíamos la película Eva no duerme (2015), donde se recogía la odisea del cadáver embalsamado de Eva Perón, ya que las autoridades deseaban borrar su figura de la cultura popular. Antes, había dirigido Salamandra (2008), sobre el proceso de iniciación de un niño en una comuna hippie perdida en la Patagonia, en 77 Doronship (2009), relataba la difícil convivencia de una parisina a punto de dar a luz y el abuelo de su novio, cuando éste la abandona, en el documental Madre de los Dioses (2015), su primera incursión en el mundo femenino, seguía las diferentes creencias místicas de cuatro mujeres solteras de la Patagonia, y en A son of Man (2018), donde un hijo es invitado por su padre para localizar un tesoro Inca. En Akelarre, el director argentino ha querido ser lo más fiel posible al relato que nos cuenta, empezando por las localizaciones de Navarra, País Vasco y sur de Francia, algunos testigos reales donde se desarrollaron los hechos, y el idioma, donde conviven el euskera, que hablan las seis mujeres, y el castellano, que hablan los inquisidores, el idioma del reino, de la imposición, y de la ley.

La película nos sitúa en las tierras vascas de 1609, los hombres han partido a Terranova a pescar, mientras las mujeres, en tierra, pasan el tiempo tejiendo y compartiendo esa libertad, juventud y belleza, tres aspectos que las llevarán ante la ley, encabezadas por el espíritu combativo y libre de Ana, líder de este grupo de amigas y cómplices, que juegan, ríen, cantan y bailan, por los acantilados, por el bosque, y por cualquier lugar, lejos de las cadenas patriarcales que les impone una sociedad machista y violenta. A Ana le siguen, María, Olaia, Maider, Lorea y la pequeña Katalin. Seis mujeres, seis seres que viven la vida y la felicidad en toda su plenitud, juntas y disfrutando de la impaciencia de la juventud y los deseos de estar bien y seguir disfrutando. Por esos hechos, y no otros, son encarceladas y juzgadas por brujería, por el juez Rostegui y su consejero, bajo el beneplácito de la iglesia. El relato huye de lo artificial y la argucia tenebrosa, más propia del género de terror convencional, para adentrarnos en un mundo muy oscuro y terrorífico, donde la miseria, el miedo y las cadenas eran el pan de cada día.

El relato está bañado de tonos sombríos, pálidos y tenues, con un aorma parecido al representaba la película de El nombre de la rosa, desde la caracterización de los personajes, y los ambientes donde se sitúa la película, así como el inmenso trabajo de luz, obra de un grande como Javier Agirre (autor, entre otras, de Loreak, Handia o La trinchera infinita), componiendo esos tonos lúgubres, con esos cielos nublados y grises, donde la cámara se acerca, escrutando la juventud o las grietas de los rostros y las miradas afiladas, predominando los espacios cerrados, como la celda donde están encerradas las mujeres, o la sala del juzgado. Espacios que nunca veremos en su totalidad, sino fragmentados y en primeros planos de los personajes, en que el excelente montaje, obra de una experta como Teresa Font, con más de cuatro décadas de profesión, consigue esa profundidad y esa tensión que tanto requiere el relato, dando voz y visibilidad a las reflexiones de las seis mujeres, y de los señores inquisidores en el juzgado, con ese juez llevado por el deseo irrefrenable que le provoca la visión de las seis mujeres en movimiento, dejando claro la intención del estado, que no es otra que la de eliminar cualquier vestigio de libertad, y someter y alinear a cualquier ciudadana diferente a las creencias religiosas y conservadoras.

El grandísimo trabajo de arte que firma Mikel Serrano (autor de algunas de las mejores obras actuales de la cinematografía vasca como Loreak, Amama o Handia), nos sitúa en ese contexto histórico, utilizando unos elementos bien escogidos y situados en el ambiente, creando esa idea de terror, sin caer en los golpes de efecto ni en los decorados recargados. Y finalmente, la música que suena en la película, obra de Maite Arroitajauregi –mursego- y Aranzazu Calleja, con esa limpieza y energía vocal y musical, con la maravillosa canción que escuchamos en varias partes de la película, convertida en el leit motiv del relato, que nos habla de amor, de pasión y desenfreno, aspectos de la carne, que hipócritamente perseguía y condenaba el estado-iglesia. Unas melodías, acompañados de las danzas visuales y sensuales, consiguen ese toque onírico de romanticismo vital que acompaña a estas seis mujeres valientes, decididas, inteligentes y libres.

El magnífico y bien elegido reparto, que mezcla con sabiduría un elenco experimentado como Alex Brendemühl como el despiadado juez Rostegui, bien acompañada por el actor argentino Daniel Fanego como consejero, un intérprete con un rostro, y una voz muy marcadas. Las soberbias y magnéticas interpretación de las seis mujeres, que encabeza Amaia Aberasturi (que ya nos encantó en Vitoria, 3 de marzo), aquí consolidándose en un rol que le va genial, siendo esa Ana capaz de enfrentarse al poder y sobre todo, de sentirse firme ante la infamia que se le acusa a ella y las demás. A su lado, cinco chicas elegidas en el extenso casting: María es Yune Nogueiras, Katalin es Garazi Urkola, Olaia es Irati Saez de Urabain, Maider es Jone Laspiur, y Oneka es Lorea Ibarra. Seis mujeres injustamente juzgadas por el hecho de ser mujeres libres y valientes, no sometidas al estado patriarcal que dicta las normas, dando vida a todas esas mujeres injustamente quemadas en la hoguera por brujería, que la película visibiliza y rescata del olvido, dándoles el lugar que se merecen en la historia, convirtiéndolas en lo que eran, unas mujeres dignas, resistentes y fuertes, en un estado y sociedad, que pasados los siglos, sigue tratando con desdén y violencia a las mujeres, negándoles su identidad, espacio y libertad, en este magnífico, íntimo y terrorífico cuento feminista sobre la libertad y la identidad de las mujeres, mostrando una realidad, que como suele ocurrir, da más miedo que cualquier ficción que se precie. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA