Un cabo suelto, de Daniel Hendler

EL POLICÍA QUE HUYE. 

“El retirarse no es huir, ni el esperar es cordura, cuando el peligro sobrepuja a la esperanza”

Miguel de Cervantes

Como se mencionaba en la inolvidable Touch of Evil (1958), de Orson Welles, aquello que las fronteras eran los estercoleros de los países. Eso mismo sucede en Un cabo suelto, de Daniel Hendler (Montevideo, Uruguay, 1976), en la que Santiago, un oficial de poco rango de la policía argentina ve algo que no debía y no tiene más remedio que cruzar la frontera con Uruguay y ocultarse en la ciudad y alrededores de Fray Bentos. El agente sólo puede huir, esconderse como una alimaña a la que vienen en su acecho. En esa travesía a lo desconocido, se irá encontrando con individuos como un vendedor de quesos ambulante que toca melodías tristes a la guitarra, un abogado que le encantan los quesos, y finalmente, una mujer que trabaja en una de esas tiendas de frontera que venden de todo y de nada. Vestida como un thriller con toques de comedia negra, con esa mezcla entre la idiosincrasia de la zona, tan peculiar y hermosa, y esa atmósfera de no cine negro tan habitual de los Coen y Kaurismäki. 

De Hendler conocemos su gran y dilatada trayectoria como actor con más de 25 años de carrera que la ha llevado a trabajar en más de 60 títulos junto a Daniel Burman, Juan Pablo Rebella, Pablo Stoll, Santiago Mitre y Ana Katz, entre otros, amén de su interesante filmografía como director con tres largos y una serie, que arrancó con Norberto apenas tarde (2010), El candidato (2016), la serie La división (2017) y la que nos ocupa. Historias llenas de tipos al borde todo y de nada, donde la situación los desborda y deben adaptarse y sobre todo, aceptar sus circunstancias y limitaciones. El policía Santiago se une a estos tipos don nadies, metidos en un embrollo de mil demonios, muy a su pesar, que debe huir, esconderse y encontrar un lugar diferente en un viaje lleno de obstáculos y peligro constante. Hendler no se olvida de los lugares comunes del noir, pero los llena de cotidianidad y de unas situaciones muy cómicas, incluso absurdas, como la vida misma, en la que el género se transforma en un costumbrismo que recoge esos espacios alejados del mundanal ruido que no parecen reales, pero sí lo son. Ese no tempo que recorre toda la historia consigue ese tono triste y melancólico que ayuda a mirar a los personajes de muy cerca y de frente.

La excelente cinematografía de un grande como el argentino Gustavo Biazzi, con más de 40 títulos, acompañando a directores de la talla de Alejo Moguillansky, Santiago Mitre, Hugo Santiago y Ana Katz, entre otros, que ya estuvo en la mencionada La división, construye una forma clásica, de planos y encuadres fijos y de gran factura técnica para darle esa prisión en la que vive el protagonista moviéndose por una zona desconocida y hostil. La música del dúo Gai Borovich y Matías Singer, que ha estado en todas de Hendler, amén de Carolina Markovicz, ayuda a mantener ese suspense y ligereza que se combina en todo su entramado. La edición de otro grande como Nicolás Goldbart, aparte de director, con casi medio centenar de películas, junto a Pablo Trapero, Damián Szifrón y Rodrigo Moreno, cimenta un ritmo pausado y nada estridente, que brilla en su cercanía y naturalidad en sus reposados 95 minutos de metraje, en una película que combina un gazpacho donde hay policíaco lleno de sombras y oscuridades, humor uruguayo donde se describe muy bien una forma de ser, sentir y hacer, con ese tono de tristeza, sin caer en la desesperanza, que tanto define una forma de estar en la vida.

Alguien como Daniel Hendler, con una filmografía impresionante de títulos como actor, debía tener especial elección y trabajo con sus intérpretes que brillan con actuaciones minimalistas, donde se habla poco y se mira mejor, con el argentino Sergio Prina dando vida al huido Santiago, Alberto Wolf es el peculiar y tranquilo vendedor de quesos, Néstor Guzzini es el abogado que recoge al huido, que recordamos en la reciente Un pájaro azul, el uruguayo y reputado César Troncoso, que ya estuvo en El candidato, es otro abogado que asesora a Santiago, Pilar Gamboa, una de las maravillosas protagonistas de La flor, de Llinás, es la mujer que trabaja en el súper de la aduana y que baila los viernes en un club, y además, tendrá un (des) encuentro con el protagonista. Una película como Un cabo suelto huye de los sitios manidos del cine negro, y lo hace de una forma nada artificial, sino todo lo contrario, a partir de esos espacios tan domésticos y tan extraños, casi de otro planeta que hay en las aduanas y los pasos fronterizos, donde unos van de aquí para allá y viceversa en un ir y venir de personas, de historias, de huidas, de amor, de mentiras y de no sé sabe muy bien, porque esos lugares y volvemos a Welles, no pueden traer nada bueno porque está lleno de individuos desconocidos y con muchas cosas que ocultar. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Adiós Buenos Aires, de Germán Kral

¿TODO ESTÁ PERDIDO?. 

“Uno tiene que pelear por lo que cree, aunque sea una causa perdida.”

La declaración de Atilio que lee Julio

La historia se remonta a noviembre de 2001 cuando la Argentina estaba atravesando una de las peores crisis económicas de su historia. En la ciudad de Buenos Aires resiste Julio, que heredó la tienda de zapatos en la que ya no entra nadie y acumula polvo y deudas. Su existencia se salva gracias a su grupo “Vecinos de Pompeya” con su bandoneón en el que tocan clásicos temas de tango en un boliche de cuarta cada vez más vacío, que hacen que la realidad no parezca tan dura o quizás, por un instante, la olvidan imaginando con tiempos diferentes, incluso, mejores. Debido al panorama desolador, Julio ha decidido exiliarse a Berlín y comenzar de cero. Su hija de 12 años no está muy feliz con la idea y, además, la cosa se revuelve con la aparición de Mariela, una taxista luchadora con la que tiene un accidente en un cruce. Cuando el destino parecía llevarlo fuera del país, la realidad le recordará que no resultará tan fácil dejar el país en la práctica, porque aunque el país se vaya a la mierda, quizás todavía se puede hacer alguna cosa por él, y por uno mismo. 

El director Germán Kral (Buenos Aires, Argentina, 1968), y emigrado en 1991 a Alemania. Desde 1993 ha trabajado con Wim Wenders en diversas ocasiones, amén de interesantes documentales como Imágenes de la ausencia (1998), sobre sus padres, y sobre música como Música cubana (2004), siguiendo la estela de Buena Vista Club Social, donde recupera a sus músicos, El último aplauso (2009), sobre el popular Bar El Chino donde se tocaba tango, y Un tango más (2015), sobre famosos bailarines de tango. Con Adiós Buenos Aires (en el original “Chau Buenos Aires”), deja el documental para instalarse en la ficción donde la música vuelve a estar muy presente y es el vehículo que da vida a unos personajes tristes, melancólicos y sin esperanza. Una película que no habla de rabia y resentimiento, sino de desilusión. Una desilusión que todavía sigue ahí, sin ir más abajo, gracias al tango, a aguantar el grupo aunque ya nadie vaya a verlos, y donde no generan dinero, sólo unas cuántas empanadas. A pesar de eso y de todo, siguen ahí, como el letrero luminoso del local, que va perdiendo la luz fluorescente lentamente, metáfora del sentimiento que anida en el interior de los personajes, y por ende, de un país en plena catástrofe.  

Estamos ante un buen guion que se mueve entre la tragicomedia, entre el Neorrealismo italiano y la Comedia pícara, que firman el propio director junto a Stephan Puchner, que ya trabajó con el director en Música cubana, y el gran Fernando Castets, conocidísimo por sus grandes películas con Juan José Campanella, El mismo amor, la misma lluvia (1999), El hijo de la novia (2001) y Luna de Avellaneda (2004), y otras con Gerardo Herrero y Emilio Aragón, y una serie con Daniel Burmann. La excelente música de Gerd Bauman, que hizo con Kral Imágenes de la ausencia y Un tango más, y su trabajo con el director alemán Marcus H. Rosenmüller, donde consigue dar ese toque en el que se mezcla sensibilidad y dureza. Amén de grandes clásicos del tango como «Pasional»«Desencuentro»«Cambalache»«Honrar la vida». La cinematografía del dúo Daniel Ortega y Cristian Cottet, del que conocemos sus trabajos en La antena y la serie El reino vacío, de Marcelo Pinyeiro, que construye con mucha naturalidad una cinta donde hay realidad, algo de fantasía y sobre todo, mucha duda. El montaje de otro dúo teutón como Patricia Rommel, que tiene en su haber grandes películas junto a directores/as como Wolfgang Becker, Carolina Ling, Angelina Jolie y Florian Henckel von Donnersmarck, y Hansjörg WeiBbrich, con más de 60 títulos al lado de Schmid, Bille August, Schrader, von Trotta, Sokúrok y Serebrennikov. Un trabajo excepcional, detalle y preciso donde se fusiona todo y con suavidad en sus 93 minutos de metraje. 

La historia se mueve bien en todos los sentidos en buena parte por la excelencia del guion, la buena dirección de Kral y un gran plantel que da vida con sencillez y honestidad a unos personajes quijotescos que aguantan el tirón como pueden, unos mejor que otros, aportante una humanidad y dignidad donde el grupo y la comunidad son esenciales para sobrevivir. Tenemos a Julio en la piel de Diego Cremonisi, el bandoneonista, al que hemos visto en Invisible, Rojo, y films de Eduardo Pinto. Le acompañan Mariela que hace Marina Bellati, en cintas de Gustavo Taretto, Miguel Cohan, Juan Taratuto y Ana Katz, y los del grupo como los teclados de Carlos Portalupii, el bonachón adicto al juego en plena recuperación, Manuel Vicente, el violinista idealista en las causas perdidas, Rafael Spregelburd, el playboy y mecánico, todo un buscavidas, el veterano Mario Alarcón, con más de 4 décadas de carrera que da vida al gran cantante retirado Ricardo Tortorella, y otros como El Polaco que regenta el boliche que da vida David Masajnik, todo un experto en los fenómenos espaciales de tiempo y lugar. Tienen mucho del grupito de Rufufú, de Monicelli, pero con más tristeza, más melancolía y más argentinos. 

Una película como Adiós Buenos Aires no busca respuestas a tantas preguntas, sino en seguir de pie cuando toda tu vida y por cercanía, tú país se va hundiendo sin remedio. En esos momentos de apocalipsis de verdad, la película nos cuenta las diferentes actitudes de los personajes ante semejantes hechos que son capaces de terminar con la esperanza más férrea. Tampoco es una película que trate con condescendencia ni blanquee las situaciones a las que se enfrentan sus individuos, no va de eso. Si no que es al contrario, porque muestra un abanico muy distinto ante la avalancha de pobreza y escasez. Unos deciden quedarse y otros, como el protagonista Julio, marchar. Dos opciones diferentes pero igual de complejas. Además, añade la idea del grupo y la comunidad y el amor que se tienen y el  acompañamiento ante el desastre. La comunicación como vía esencial y vital para mantenerse a flote. Ayudarse como único camino cuando a tí te va mal. Una película a contracorriente de una sociedad cada vez más individualista, consumista y vacía. Este grupo se es algo es que todavía no ha perdido su dignidad como espetaba el personaje de Darín en aquel tremendo discurso que espetaba en la fantástica y mencionada Luna de Avellaneda, recuerden, no están sólos aunque les hagan creer el contrario. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Nicolás Herzog

Entrevista a Nicolás Herzog, director de la película «Elda y los monstruos», en el marco del D’A Film Festival, en los Jardins de Mercè Vilaret en Barcelona, el miércoles 10 de abril de 2024.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Nicolás Herzog, por su tiempo, sabiduría, generosidad, y al equipo del D’A Film Festival, por su generosidad, cariño, tiempo y amabilidad.  JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Albertina Carri

Entrevista a Albertina Carri, directora de la película «¡Caigan las rosas blancas!», en el marco de la retrospectiva que le dedica la Filmoteca de Catalunya, en la Sala Laya de la citada institución, el jueves 10 de abril de 2025.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Albertina Carri, por su tiempo, sabiduría, generosidad, a Sandra López Jiménez de Nueve Cartas Comunicación, y a Jordi Martínez de Comunicación de Filmoteca, por su generosidad, cariño, tiempo y amabilidad.  JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

¡Caigan las rosas blancas!, de Albertina Carri

VIAJE A NINGÚN LUGAR.   

“En el laberinto de mis pensamientos, encuentro la belleza en la oscuridad, la luz en la sombra, la esperanza en el abismo”. 

Alejandra Pizarnik 

El universo de Albertina Carri (Buenos Aires, Argentina, 1973), está construido en base a la constante exploración de las herramientas de lo cinematográfico, es decir, cada trabajo de la cineasta bonaerense nace de dos vías. En la primera, cuenta un relato o algo que se le parezca a esa definición, y en el segundo, somos testigos del proceso de ese no relato, donde la película continuamente muestra sus herramientas al natural, en que el descarte se convierte en materia fílmica y viceversa, en un continuo juego donde la película va cambiando, va yendo hacia lugares desconocidos que la hacen viva, de su tiempo y la convierten en un poderoso viaje lleno de cuestiones y nada convencional. De sus siete largometrajes, el puñado de cortometrajes y serie podemos decir que la mirada de la directora de la fascinante Los rubios (2003) ha navegado por todo tipo de mares: el documental, el archivo, la ficción, en que cada obra suya tiene de todo y se nutre de todo para crear un mundo único, profundo, inteligente y lleno de poesía y política, porque su cine es bello y trágico a la vez. 

En ¡Caigan las rosas blancas!, que podría encajar como díptico junto a Las hijas del fuego (2018), donde exploraba las posibilidades de la representación del porno a partir de un viaje en el que varias mujeres practican sexo poliamoroso y explicito en un hermoso canto feminista sobre la necesidad de compartir en libertad y en paz. En su nueva película, a partir de un guion que firman Agustín Godoy, la propia Carri y Carolina Alamino, la actriz que hace de Viole, la protagonista, en la que cuenta a través de Viole, la directora que, después del éxito de la anterior, es contratada para hacer un porno mainstream que la lleva a una crisis y acaba por renunciar, yéndose con tres amigas que trabajan en la película lanzándose a un viaje sin causa ni efecto. La película nos lleva por una travesía en el que continuamente va mutando en géneros y texturas, con el aroma de La flor (2018), de Mariano Llinás, a modo de episodios en los que transita por la road movie, la comedia disparatada y negra, el musical, el documental, el metacine, el melodrama, la de aventuras, el terror y el thriller y el fantástico, en la que volvamos a encontrarnos con las formas de representación y las diferentes miradas a estructuras, formatos y texturas, en que el video doméstico y el Súper 8 entran en escena, en una película en continua ebullición, a punto de explotar, como sucedía con Las hijas del fuego, donde la experimentación estaba cruzada con lo que se cuenta, en este caso, la crisis tanto profesional como existencial de Viole, la directora que ha perdido la ilusión del cine y de vivir. 

La magnífica cinematografía que firman el dúo Sol Lopatin (que ya estuvo en La rabia (2008), amén de Dúo, de Meritxell Colell y en películas de Daniela Goggi), y la brasileña Wilssa Esser, que ha trabajado con Anna Muylaert, y en la reciente Levante, de Lilah Halla, que contribuye a dar ese aroma de inmediatez que tiene toda la película, de una naturalidad asombrosa y una forma de contar que todo está pensado pero sin parecerlo, como si fuese todo espontáneo. La música de la española Paloma Peñarrubia, que tiene en su filmografía a cineastas como Samu Fuentes, Juan Schnitman y Rocío Mesa, entre otras, ayuda a fusionar el frenético y caótico viaje junto a lo poético y lírico que anidan en el alma de todo lo que sucede. El montaje de lautaro Colace, que ya trabajó con Carri en la serie 23 pares (2012), y cuatreros (2016),  con sus 122 minutos de metraje, que avanzan a muchas velocidades, con ese aire de western crepuscular a lo Monte Hellman, en que el viaje es una mera excusa para contar y contarnos las diferentes crisis tanto de la cineasta como de sus acompañantes, en una travesía que parece enroscarse y sin salida, en ese estado de soledad, pérdida y sin reconocerse a uno mismo, como sucedía en películas como Jauja (2014), de Lisandro Alonso, y Zama (2017), de Lucrecia Martel.  

El magnífico cuarteto protagonista empezando por la mencionada Carolina Alamino, siguiendo por Mijal Katzowicz, Rocío Zuviría y María Eugenia Marcet, que ya deslumbró en Las hijas del fuego, donde daban rienda suelta a sus pasiones y deseos sexuales en un desenfreno alucinante y contestatario. Ahora, también viven un viaje de aúpa donde les ocurre de todo, que recorre lo más rural de la Argentina hasta llevarlas hasta un lugar que mejor no desvelar para disfrute del espectador/a. Las cuatro actrices se atreven con todo, transmitiendo una naturalidad que traspasa la pantalla y nos devuelve a ese cine sin tanta impostura ni artificio. Les acompañan dos grandes como Laura Paredes, una actriz muy “pampera” que era una de las protagonistas de la citada La flor, aquí transformándose en un rol muy alejado de ella pero dándolo todo, una presencia tan brillante como la de Érica Rivas en Las hijas del fuego, en dos personajes en las antípodas. Destacada la presencia de la española Luisa Gavasa, en un rol que es mejor no desvelar, porque adquiere una importancia capital en la trama ya que es uno de esos personajes que no dejan indiferente, y sobre todo, nos habla de la raíz primigenia del cine, ya verán. 

Resulta muy agradable encontrarse con el cine de Albertina Carri y cada nuevo trabajo es una gran alegría para el cine y para su constante mutación, para preguntarse constantemente por qué se hacen películas y porqué se hacen como se hacen, y muchas más cuestiones que hacen del cine una herramienta en constante movimiento y evolución, donde siguen habiendo caminos y lugares por explorar, por indagar y por investigar. ¡Caigan las rosas blancas! es una de esas películas tan originales e irreverentes cargada de belleza, de poesía, de política, de cine, de su tiempo y de cualquier tiempo, que se atreve con aguas de todo tipo, y pasa de sofisticaciones ni de estridencias que tanto se llevan, para crear su propio mundo, tan cercano como extraño, tan natural como diferente, por donde pasa la vida, el erotismo, el sexo, las dudas, las crisis, las de allí y las de allá, en que el espectador sigue muy atento a todo lo que ocurre y cómo ocurre, porque en el cine de Carri nada es esperado y en el fondo, si, porque ella, al igual que le ocurre a Viole, emprende un viaje hacia adelante sin olvidar los orígenes, la propia esencia del cine, lo más básico y artesanal, encontrando la pureza de las cosas, lo primigenio, aquello que con tanto pompa e inmediatez, olvidamos y perdemos y debemos recuperar para seguir viviendo y soñando el cine. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Un pájaro azul, de Ariel Rotter

TRÁNSITO A LA MADUREZ. 

“La madurez es cuando dejas de quejarte y poner excusas en tu vida: te das cuenta de todo lo que sucede en ella es el resultado de la elección previa que hiciste y comienzas a tomar nuevas decisiones para cambiar tu vida”. 

Roy T. Bennet

Esta es la historia de Javier, un tipo que trabaja como redactor en una revista literaria y vive con Valeria, una diseñadora de vestuario. Parecen felices aunque no logran quedarse embarazados después de seis años intentándolo con métodos diversos. Se acaban de mudar a una casa más grande y cálida con la intención de que su sueño se haga realidad. Un día, en su aparente comodidad y tranquilidad, Javier suelta una bomba. Durante un congreso se acostó con una colega y ésta le acaba de soltar que está embarazada de él. Valeria, como es natural, no se lo toma nada bien, y es cuando la vida de Javier da un gran vuelco. Vuelve a vivir con su padre viudo y octogenario, en su trabajo aparece una nueva coordinadora que evalúa a los empleados porque se van a producir despidos, y además, intenta como un adolescente desesperado, recuperar a Valeria.

El quinto largometraje de Ariel Rotter (Buenos Aires, Argentina, 1973), entre los que destacan El otro (2007) y La luz incidente (2015), deambula por la tragicomedia, muy al estilo del Woody Allen setentero, en la que nos hablan muchas crisis: de la madurez, del amor, de la pareja, del trabajo y sobre todo, de un mundo cada vez más intenso y menos profundo, una sociedad abocada a la inmediatez en todos los sentidos sin sopesar las consecuencias de sus actos y la falta de compromiso con los demás y con uno mismo. El director bonaerense pone el foco en la mirada de su protagonista que, parece haber entrado en una especie de laberinto emocional donde a cada paso comete un nuevo error y aún más grande que el anterior, confundido en un torbellino de idas y venidas por una existencia que no le satisface o simplemente, desconocía que la tenía. El aspecto psicológico es muy importante en la trama de Un pájaro azul, ya que la historia actúa como un espejo-reflejo para los espectadores, porque se verá muy cercano a las vicisitudes del desesperado Javier, un tipo como nosotros, tan convencido de su vida que se olvida de saber lo que quiere, lo que necesita, y a quién quiere, cosa que pasa muy a menudo en esta no sociedad tan alucinada y con prisas. 

Rotter compone una película muy íntima y nada cómoda, de las que se parecen mucho a nuestras realidades, quizás a esas situaciones que nos cuesta ver y pensamos inútilmente que les suceden a los otros, y se adentra en todas esas arenas movedizas que nos voltean la vida, situando el encuadre en una atmósfera cotidiana y nada contemplativa, sino reflexiva, en la que el buen hacer de un grande como Guillermo Nieto, con más de medio centenar de títulos en su filmografía, que le ha llevado a trabajar con autores significativos del cine argentino como Pablo Trapero, Albertina Carri y Paula Hernández y muchos más. Después encontramos a dos cómplices del director que estuvieron en su documental Bilardo, el doctor del fútbol (2022), como son el músico Alejandro Pinnejas, que consigue esa música que concisa que profundiza en los altibajos emocionales del citado protagonista, acompañada de grandes temas populares tanto argentinos como uruguayos y el editor Federico Rotstein, que tiene entre sus trabajos a directores como Diego Lerman, construye una cinta que en sus 90 minutos de metraje va de aquí para allá escrutando con cercanía y distancia todo lo que sucede, eso sí, sin juzgar y sin alejarse demasiado, para que lo veamos y sintamos y podamos pensar en nosotros.

Otro de los elementos destacados de la película es su magnífico elenco empezando por el uruguayo Alfonso Tort como Javier, un actor que hemos visto en las interesantes 25 Watts, El último tren junto a Luppi, Alterio y Soriano, y con directores como Álvaro Brechner, Adrián Biniez y Marcelo Piñeyro, entre otros, componiendo un tipo entrañable pero torpe emocional que entra en un bucle de culpa, pérdida y dolor del que no sabe gestionar. A su lado, la actriz argentina Julieta Zylberberg como Valeria, que también actúa como coproductora, vista en obras de Lucrecia Martel, los mencionados Carri y Lerman, Ana Katz, en la bestial Relatos salvajes, y en la magnífica Puan, componiendo un personaje que es la antítesis de Javier, porque ella lo tiene claro y sabe dónde va y no sólo lo aparenta que lo hace. Cabe destacar otras presencia muy estimulantes como Norman Briski, el veterano actor argentino que tuvo su exilio en España junto a Carlos Saura, Manuel Gutiérrez Aragón, amén de los argentinos Oliveira, Puenzo, Lecchi, Agresti, Cohan y Mitre, etc… Su personaje es el hombre que vive con sus recuerdos, sabio y observador que sabe que ocurre y lo maneja con calma. Romina Paula con un personaje vital, siempre con delicadeza y sin impostura y finalmente, Susana Pampín, que ya estuvo en la citada La luz incidente y Walter Jakov, un actor que ha hecho muchas de los “Pampero”. 

No dejen escapar una película como Un pájaro azul, de Ariel Rotter, y sabrán el porqué de su título, que tiene mucho que ver con el devenir de su personaje y en qué estado se encuentra. Les invito a verla no sólo por conocer el origen de su título, sino también porque ante la amenaza de un cine comercial que se impone en las carteleras, está bien mirar a nuestro alrededor y descubrir todo lo que hay y nuestras prisas nos hacen perdernos porque no dedicamos el tiempo precisa y calmo para descubrirlas. Esta película argentina es una de ellas, porque dentro de su apariencia tranquila y sencilla, oculta una profunda y honesta reflexión sobre quiénes somos, cómo vivimos y cómo sentimos, si también eso se nos ha olvidado y anteponemos el maldito ego a los demás y a nosotros mismos. Seguramente hace tiempo que no piensan en todo esto, y sólo por eso es interesante detenerse y mirar y mirarnos y hacerse preguntas porque quizás estamos yendo hacía un lado muy oscuro y todavía estamos a tiempo de remediarlo, y que no nos suceda como Javier que cuando quiere darse cuenta está metido, y lo diremos en “argentino”, en un quilombo de mil demonios. Ya sabrán ustedes, piensen y sobre todo, sientan, antes de que sea demasiado tarde. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Luciana Grasso

Entrevista a Luciana Grasso, actriz de la película «Vera y el placer de los otros», de Federico Actis y Romina Tamburello, y de la obra de teatro «Como si pasara un tren», de Lorena Romanín, en la Sala Versus Glòries en Barcelona, el jueves 23 de mayo de 2024.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Luciana Grasso, por su tiempo, sabiduría y generosidad, y a Óscar Fernández Orengo, por retratarnos de forma tan especial. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

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¡Aviso!

Entrevista a Dolores Fonzi

Entrevista a Dolores Fonzi, actriz y directora de la película «Blondi» en la terraza del Hotel Catalonia Barcelona 505 en Barcelona, el jueves 4 de julio de 2024.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Dolores Fonzi, por su tiempo, sabiduría, generosidad, a Óscar Fernández Orengo, por retratarnos con tanta belleza, y a Sonia Uría de Suria Comunicación, por su generosidad, cariño, tiempo y amabilidad. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Blondi, de Dolores Fonzi

MAMÁ ES MI AMIGA. 

“Creo que es muy importante que cada madre encuentre su propio camino”.

Solange Knowles

Blondie tiene más de cuarenta tacos, que mencionaba Sabina, no es una madre convencional, ella es ella misma, con sus cosas y consecuencias. Si la miras de lejos parece una adolescente más, una joven con ganas de vivir el momento e irse de fiesta con sus colegas, dejándose llevar por la vida, por cada día, y sobre todo, sin mirar a ese futuro que tanto miedo meten con él. Blondi vive de forma diferente, hace encuestas, vive con su hijo Mirko veinteañero, que sueña con ser dibujante,  se ve con su madre, Pepa, viuda, pero de aquí y ahora, y mantiene una relación de amor-odio con su hermana, la “perfecta” Martina, casada y con dos hijos pequeños, pero tan infeliz como cualquiera. Blondi vive al día, sale de fiesta con su hijo y sus colegas, es una más, una “colega” más, una confidente de su hijo con el que fuma porros y habla de forma abierta y libre. Eso sí, nunca ha sido una mala madre, siempre ha estado ahí, desde que se quedó embarazada a los 15. Blondi es una madre diferente, alejada de la “normalidad”, o eso que nos han vendido que es “normal”. 

De Dolores Fonzi (Buenos Aires, Argentina, 1978), ya conocíamos de sobras su faceta como actriz en la que lleva dedicada más de 25 años en películas de cineastas tan importantes como Luis Ortega, Damián Szifrón, Fabián Bielinsky, Cesc Gay, Claudia Llosa y Santiago Mitre, entre otros. Ha sido con este último, coproductor de la cinta, con el que ha debutado en el largometraje como directora que también protagoniza, con Blondi, coescrita junto la también actriz Laura Paredes, importante intérprete que conocemos por sus trabajos con el citado Mitre y los “pampero”, entre otros,  en un relato que se mueve entre un modo desenfadado, libre y cómico, nos adentramos en el microcosmos de la citada protagoniza, con un tono ligero, directo y transparente, se adentra en conflictos que no se habían tratado en el cine, porque padres diferentes ya habíamos conocido unos cuántos, pero madres, no. Por eso, la primera película actúa de llenar un vacío, retratar a este tipo de mujeres y madres, personas que no actúan según los malditos cánones establecidos, y no por eso no son buenas madres, que lo son. Hay tantas cosas que cambiar para alejarnos de tantos modelos impuestos que sólo sirven para autocensurarse y en la mayoría de los casos, señalarnos y estigmatizar por no seguir los caminos marcados y desviarnos según lo que sentimos y según lo que deseamos. La película nos hace reír, por su gamberrismo y sorpresa constante, pero también, nos conmueve porque la cinta también habla del final de un camino, un instante que tanto madre e hijo deberán aceptar para seguir viviendo. 

La ligereza y la intimidad de sus imágenes que firma el cinematógrafo Javier Juliá, con más de 30 títulos, con nombres como los de Tristán Bauer, y los mencionados Szifrón y Mitre, construyendo una obra intimista, doméstica y con muchos interiores, donde la cámara se desliza entre los intérpretes, mostrando sin juzgar. El montaje de Susana Leunda y Andrés Pepe Estrada juega en la misma latitud, donde prevalece el ritmo y la libertad de contar y construir en una película agitada, muy física y nada complaciente en sus intensos 88 minutos de metraje. Mención aparte tiene la labor musical de la película, porque contiene 6 cortes inolvidables de la Velvet Underground, entre los que destacan “Sunday Morning” y “Run Run Run”, amén de temas como “Hice todo mal”, de Las ligas menores, y algunas más, que contribuyen, junto a la composición original de Pedro Osuna, que tiene en su haber el trabajo que hizo para Argentina, 1985 (2022), de Mitre. Un gran reparto que tiene a Carla Peterson como Martina, la hermana competidora con su momento “particular”, la gran Rita Cortese, con medio centenar de filmes, es Pepa, una madre tan y tan diferente, siguiendo el no modelo familiar que retrata la película, y Toto Rovito es Mirko, el hijo-amigo, que vimos en la reciente La sociedad de la nieve, y por último, el fantástico Leonardo Sbaraglia, todo un marido, tan y tan… pelmazo, o pelotudo, como dicen por acá. 

Hemos dejado para el final la interpretación de Dolores Fonzi, porque lo hace tan bien, es decir, transmite con tanta genialidad que nos convence desde esa primera secuencia, tan loca, tan diferente, tan domingo por la mañana, y sobre todo, tan ella, una mujer tan alejada de los convencionalismos, tan inesperada como tan auténtica, viviendo su vida, su realidad, y tan de verdad que, es imposible, no sentir que todo lo que hace es por el bien de los demás. Quizás, es el personaje más de verdad, el que más amiga es de los demás, siempre de cara, y sin juzgar a los demás. Un personaje brutal por su sinceridad y complejidad, con una composición tan magnífica como la de Paulina que hizo en La patota (2015), de Mitre. Dejense llevar por lo que propone una película como Blondi, de Fonzi, porque se darán cuenta de toda esa “verdad” de mentira que rige sus vidas y sus decisiones, porque Blondi vive de forma tan diferente, tan alejada a todo eso, siguiendo su propio camino, con sus errores y meteduras de pata, y qué más dará, cuando se vive como uno desea, como uno quiere, y eso que parece tan sencillo, no lo puede decir la mayoría de la gente, más interesada en seguir el camino marcado que el suyo propio, olvidando la persona que quiere ser, y ser la madre que siente, porque lo establecido está para cuestionarlo constantemente de manera que no te impida ser la persona que quieres ser. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA