La profesora de piano, de Jan-Ole Gerster

LAS HERIDAS PROFUNDAS.

“La ambición no hermana bien con la bondad, sino con el orgullo, la astucia y la crueldad”

León Tolstói

El arranque de la película resulta inquietante y muy perturbador. Lara, una mujer de sesenta años, se pone de pie en una silla que tiene pegada a su gran ventanal. La ciudad, que está despertándose, parece reflejarse en su rostro, que muestra un gesto ausente y gélido. De repente, tocan a la puerta, y Lara se sobresalta y acude a abrir la puerta. Su momento ha quedado suspendido, y todo lo que pretendía hacer se ha cortado. Viendo esta primera secuencia de la película, podríamos intuir las intenciones de Lara, aunque realmente todo son hipótesis, porque de ese primer momento terrorífico, pasamos al piso del vecino que está siendo registrado por la policía y Lara actúa como testigo. Un instante casi surrealista en comparación con el que acabamos de presenciar. A partir de ese instante, Lara, en su sesenta cumpleaños, irá descubriéndose a medida que va avanzando el metraje de la película, la seguiremos por la ciudad, un lugar frío y nublado, que refleja el estado de ánimo de esta mujer. Acudirá a comprar unas veinte entradas para el concierto que da su hijo Víctor como pianista reconocido. Luego, irá a su antiguo empleo, como funcionaria para el ayuntamiento, se tomará varios cafés, uno, con la novia de su hijo, y otro, con su antiguo profesor de piano, tendrá dos encuentros tensos, uno con ex marido, y otro, con su hijo, y finalmente, acudirá al concierto.

Después de haber sido asistente personal de Wolfgang Becker durante el rodaje de Goodbye, Lenin!  (2003),  Jan-Ole Gerster (Hagen, Alemania, 1978) debuto con Oh Boy (2012) en la que seguía a Niko, un joven perdido y atribulado que vagaba por una ciudad en blanco y negro buscándose a sí mismo y su lugar en el mundo, con claras reminiscencias a la Nouvelle Vague, Truffaut y el Free Cinema. Oh Boy, cosechó aplausos, tanto de crítica como de público, siendo una de las sorpresas de la temporada. Ahora, unos años después, vuelve con La profesora de piano, siendo su título original Lara, el nombre de esa mujer de negro con abrigo rojo que se pasea por una ciudad de manera automática, una madre en el día de su aniversario, una madre que instruyó, alentó y aupó a su hijo Víctor convirtiéndolo en un gran pianista, aunque su desmesurada ambición ha pasado factura en la relación con su hijo, con su ex y con ella misma, convirtiéndola en una persona antisocial, hermética y soberbia, una mujer que no es querida por los suyos, como irá contándonos la película de manera directa y transparente, de frente, sin andarse con atajos ni nada que se le parezca.

Durante los 98 minutos intensos, emocionalmente hablando, y sobrios en su forma, capturando toda la negritud de esa ciudad desangelada que no es otro que ese reflejo que emana del interior de la protagonista, a cada paso, a cada mirada, a cada reflejo en los espejos y cristales, en que la seguimos en ese día eterno en el que Lara intenta prepararse para enfrentarse a los suyos, a su pasado, a lo que tenían y ya no tienen, a todos esos reproches que se merece, a mirar a cuando era esa niña que su excesiva autocrítica y ambición la llevó a dejar de tocar el piano y sufrir por no desarrollar su talento. Un relato lineal y hacia dentro, donde no hay ningún momento excesivo ni de incontinencia emocional, todo se cuenta desde dentro, desde lo más profundo, a través de sencillos gestos y palabras, a partir de la observación de una mujer rota y herida, que traslada toda su frustración a su hijo, cargándolo de todo aquello a lo que ella no se sintió capaz de ser, se sentir, provocando en su hijo una profunda herida, que ella no sabe gestionarla.

Gerster cuenta con un guión férreo de Blaz Kutin, que sabe indagar en la parte emocional, contando ese pasado turbio y oscuro que relaciona a Lara con su hijo, a través del presente, acotándolo en una sola jornada, con esa luz etérea, de tonos oscuros y sombríos, donde resalta y de qué manera, ese abrigo rojo, en una forma que aboga por los planos cortos y primeros planos de Lara y su caminar de aquí para allá, algo así como una extraña de sí misma, vagando sin rumbo, alejándose inútilmente de sus problemas y su terrible pasado. Un deambular que recuerda al de Niko, el joven que retrató el director alemán en su primera película. La soberbia y magnífica composición de Corinna Harfouch (que ha trabajado con directores teutones de la talla como Margarethe von Trotta, Hans-Christian Schmid, Andreas Dresen, Oliver Hirschbiegel, Rolando Gräf, entre otros) dando vida a Lara, esa mujer perdida, rota y descompuesta, que no anda muy lejos de la madre de Sonata de otoño, de Bergman, o aquella otra de Tacones lejanos, de Almodóvar, madres que en su afán y desmesurado amor maternal acaban provocando heridas muy profundas en sus vástagos.

A su lado, Tom Schilling, que ya dio vida a Niko en Oh Boy, (y hace poco nos deleitó en el rol de Kurt Bartner en la estupenda La sombra del pasado, de Florian Henckel von Donnersmarck) vuelve a las órdenes de Gerster con un personaje diferente, un hijo que sufrió la ambición y la inquietante forma de aprendizaje de su madre, y ahora, tiene una relación distante y oscura con su progenitora, en la que ese pasado turbio y desolador siempre está presente, alejándolos y enfrentándolos por todo lo ocurrido. Gerster vuelve a deleitarnos con un relato sobre la soledad y las inseguridades, vestidas de ambición artística, a través de una mujer ensombrecida por su peso, por su forma de ser y por sus relaciones con los suyos, capturándonos todo la miseria y atrocidad que encierra Lara, un personaje de alma oscura, alguien atroz, un ser que antepone los éxitos profesionales a todo lo demás, que traslado su inseguridad y miedos a su hijo, con una educación al piano severa, instándolo en una ambición desmesurada y sobre todo, en que su trabajo como pianista estuviera por encima de todo. Lara sabe como es y no se juzga, es así y ya está, y actúa en consecuencia, aunque le provoque problemas graves con los demás y también, con ella misma. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

El amor y la muerte, de Arantxa Aguirre

GRANADOS Y SU TIEMPO.

“¿Qué es lo que ha interpretado usted, don Enrique? No podría explicarlo…: ese jardín, esas flores, su aroma, el perfume de los naranjos, la paz de los jazmines, el cielo de tonalidades rojizas, el momento… ¡Eso toco!”

Un mar en calma con su sonido apacible y emocionante nos recibe en los primeros minutos del arranque de la película, un mar parecido nos despedirá, un mar que engulló una fatídica tarde de un 24 de marzo de 1916 al pianista y compositor Enrique Granados (1867-1916). El nuevo trabajo de Arantxa Aguirre (Madrid, 1965) vuelve a tener la música como su motor principal, centrándose en la figura de uno de los compositores más importantes de la historia de la música, siguiendo cronológicamente su vida desde su nacimiento en Lleida hasta aquel trágico día en el Canal de la Mancha. El universo de Aguirre tiene mucho que ver con la música y la danza, como dejaba patente en su anterior trabajo Dancing Beethoven (2016) en el que planteaba una película que recogía los ensayos de la Compañía Maurice Béjart (que ya había retratado en El esfuerzo y el ánimo) con la novena sinfonía de Beethoven, así como las relaciones personales y humanas de sus componentes.

Ahora, y recogiendo el testigo que supuso el trabajo de Una Rosa para Soler (2009) donde recuperaban la biografía y el legado de un músico clérigo del siglo XVIII, y con la compañía nuevamente de la pianista Rosa Torres-Pardo (en labores de producción y pianista) nos invitan a un viaje a aquel siglo XIX para seguir las andanzas y desventuras de Enrique Granados, de sus años mozos pasando penurias económicas que lo llevaron a tocar en un café, o aquel viaje a París de veinteañero que le hizo conocer la bohemia, su amor con Amparo y sus seis hijos, o esos tiempos en Madrid de desconsuelo y tristeza, o la vuelta a Barcelona y los años de prestigio después de “Las Goyescas” (1911) y el viaje a Nueva York y estrenar en el Metropolitan y conseguir un gran éxito, amén de sus amistades fieles y entregadas con Albéniz, Falla, Casals, Apel.les Mestres, con el que trabajó en diversas operetas, y su profesor Felip Pedrell, y sus años de reconocimiento y la apertura de su Academia musical.

Toda su vida y los hechos más significativos son narrados con especial sensibilidad y delicadeza por Aguirre, haciendo un magnífico trabajo de archivo en el que nos muestran fotografías, y nos van leyendo las cartas y textos en voz de intérpretes como Jordi Mollà que ofrece la voz a Granados, o Emma Suárez que hace lo propio con Amparo, la mujer del compositor, o las pinturas de Goya, Rusiñol, Casas, Fortuny o Monet, entre otros, junto a las maravillosas ilustraciones de Ana Juan, con animación, del mar o el humo, y los sonidos ambientales, para contrarrestar la falta de imágenes que se conservan del músico, en el que escucharemos constantemente su música, sus delicadas y absorbentes composiciones como las “Danzas españolas” o los valses, o las citadas “Goyescas”, interpretadas por la pianista Rosa Torres-Pardo en solitario, o con un quinteto, o con el cantaor Árcangel, y otros pianistas con el acompañamiento de la cantaora Rocío Márquez, o el arte de Juan Manuel Cañizares en la guitarra, , incluso veremos el ballet de Maurice Béjart a ritmo de la “Danza oriental”, o la bailaora Patricia Guerrero al compás de la “Danza de los ojos verdes”, y muchos más, que interpretarán el maravilloso legado musical de Granados, devolviéndolo a la vida a través de su arte, de sus composiciones y su existencia.

Aguirre ha creado una pieza de cámara maravillosa, una fantasía romántica, contribuyendo a ese aire poético y trágico que tuvo la vida, la música y la muerte de Granados, en un trabajo primoroso de una cineasta que crea magia y fantasía con lo cotidiano y cercano, envolviéndonos en esa proximidad hacia el músico, penetrando en su vida, y sobre todo, en su alma, en aquello más profundo y oscuro de su condición humana, narrándonos con suma delicadeza todas las alegrías y tristezas que conmovieron al músico, sus penurias, frustraciones, decepciones o su amor Amparo y sus hijos, todas las huellas alejadas y próximas que siguen latiendo del músico, construyendo una figura brillante pero humana, con sus reflexiones y dudas, sus abatimientos y risas, con sus miedos y tristezas, y narrando con maestría aquel tiempo modernista de finales del XIX y los nuevos tiempos que parecían venir con el nuevo siglo XX, que truncó estrepitosamente la 1ª Guerra Mundial, y fatalmente, se llevó la vida de uno de los grandes compositores de la historia, porque aquellos miedos que explicaba en vida acerca de los viajes pro mar, acabaron siendo ciertos, ya que fue el mar el que finalmente se llevó a él y su querida esposa, ese mar que le tenía preparado ese trágico final. Aunque, como cuenta la película, a modo de cuento, su legado continúa muy vigente en nuestro tiempo, un tiempo que para Granados y su música, siempre seguirá latiendo y muy vivo.