Encuentro con Jean-Gabriel Périot, director de «Une jeunesse allemande», con motivo de la sesión organizada por el colectivo OVNI (Observatori de video no identificat). El acto tuvo lugar el domingo 18 de junio de 2017 en el CCCB en Barcelona.
Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Jean-Gabriel Périot, por su tiempo, conocimiento, y generosidad, y al colectivo OVNI, por su organización, generosidad, paciencia, amabilidad y cariño.
Winfred Conradi es un sesentón singular, bromista y solitario, que se gana la vida como maestro y lleva una vida cotidiana, entre las visitas a su madre octogenaria que no lo soporta y poco más. Aprovechando que Ines, su única hija, ahora convertida en ejecutiva agresiva, vive en Bucarest, decide ir a visitarla. La repentina aparición del padre, no gusta nada a la hija, que lo despacha como puede sin hacerle mucho caso, pero el padre, le pregunta: ¿Si es feliz? a lo que la hija se muestra incapaz de responder. De esta manera, reflexionando sobre esta cuestión sencilla, pero compleja a la vez, se abre la tercera película de Maren Ade (Karlsruhe, Alemania, 1976) que sigue explorando el universo femenino actual, como en sus anteriores trabajos. En su debut, que llevó por título Los árboles no dejan ver el bosque (2003) retrataba a Melanie, un joven profesora rural que llegaba a un instituto al que no lograba adaptarse y menos aún, relacionarse con los demás. En la siguiente, en Entre nosotros (2009) describía a una joven pareja en un viaje aparentemente idílico, que a raíz de un encuentro con otra pareja, su relación se convertía en una serie de desencuentros y hastío difíciles de resolver.
Ade pone el foco en lo femenino, en mujeres que gozan de un gran reconocimiento profesional, pero completamente solitarias, amargadas e infelices en lo emocional. Mujeres competitivas, fuertes e implacables en los negocios, pero que no logran entenderse y menos relacionarse con naturalidad con los demás fuera de ese ámbito. Su nueva heroína, la seria y atractiva Ines Conradi, apenas habla con su padre. Su vida gira en torno a su trabajo, a convertirse en la mejor en lo suyo, en un mundo dominado por hombres, dejando apartada a su familia y todo lo que representa. El padre, viendo la poca afectividad de su hija, no vuelve a Alemania, y se presenta en los ambientes laborales de su hija, pero convertido en otra persona, en el enigmático y envolvente Toni Erdman – personaje deudor del Toni Clifton creado por el gran humorista del no humor Andrew Kaufman, fallecido en 1984- un tipo disfrazado con una peluca de melena y unos dientes postizos que dejan entrever su generosa dentadura, y utiliza saquitos de pedos, y demás articulos de broma. El padre, siendo otro, se introduce en la vida de Ines, en la Ines de los negocios, en la mujer seria y etérea con el objetivo de triunfar en su carrera profesional, con el objetivo de conocerla mejor y aliviar esa carga que la impide ser feliz.
Ade nos cuenta su película de forma cómica, disfrazando la compleja y distante relación entre padre e hija, en una comedia de aroma clásico, como las “screwall comedy” del Hollywood de antaño, en las que vagabundos se hacían pasar por mayordomos, enamoradas alocadas hacían lo imposible por seducir al galán o actores inseguros se paseaban por las calles disfrazados de Hitler, comedias que tuvieron su continuidad en el universo de Billy Wilder, como aquella en la que un gendarme parisino se disfrazaba de gentleman para soportar los dispendios de su amada prostituta. Aunque también, como sucede en las buenas comedias, hay amargura en unos personajes que han dejado de ser ellos para convertirse en lo que odiaban. Ade ha hecho una película de 162 minutos que parece más corta, introduciendo todo tipo de situaciones que van desde la comedia más delirante, con situaciones rocambolescas, absurdas y surrealistas, hasta el drama más cotidiano, aquel en el que nos miramos al espejo y no somos capaces de encontrarnos a nosotros mismos, como si la imagen que teníamos de nosotros hubiera desparecido, y ahora viésemos a un extraño, a alguien que no nos define y tampoco sabemos quién es realmente. Ade nos construye una tragicomedia dura y tierna, sencilla y compleja, divertida y triste, y todo para contarnos la relación de un padre y una hija, solitarios los dos, seres que han perdido el amor que se tuvieron en la infancia, y que ahora el distanciamiento y sus vidas los han convertido en otras personas, sobre todo a Ines.
Winfred convertido en Toni Erdmann convierte el juego “del otro” en un intento de acercamiento a su hija, en recuperar a la niña que fue, a la hija que dejó Alemania, a esa persona, que ni ella misma recuerda, en el que la propia Ines, queriendo resistir y aprobar su vida, ante la aparición de su padre, entra en este juego, en este baile de máscaras, en el que se mezclan momentos delirantes con otros más amargos, para ahuyentarlo y sacarlo de su vida, creyéndose que su vida es la que siempre quiso. La cineasta alemana construye una película viva, inteligente, y apasionada, de sublime capacidad para la comedia más hilarante con momentos sensibles, sin caer en ningún momento en la autocomplacencia, filmando su película a través de una imagen realista, pero sin inmiscuirse, sin juzgar a sus criaturas, dejando libertad al espectador, conmoviéndonos desde la intimidad y la sutileza de la cotidianidad, creando una película que le sirve para hablar de un padre y una hija, que representan las diferentes generaciones, entre ese mundo capitalista deshumanizado, en el que el país rico, Alemania, compra al pobre, Rumanía, en el que todo vale para conseguir los objetivos económicos, que representa la hija, frente al padre, un hombre tranquilo y sencillo, que desaprueba la vida siniestra de su primogénita, representa a lo humano, la lucha por la libertad y las desigualdades sociales.
Un pareja en estado de gracia, en el que la magnífica composición de Peter Simonischek como padre, siendo Toni Erdmann, ese ser fantástico, que parece de la nada, que convierte cada instante en una broma, y que no parará hasta que su hija deje de mirarse el ombligo para ser quién fue, con valores y sencillez, y frente a él, Sandra Hüller dando vida a Ines, la hija, metida en su burbuja, que hasta sus ratos de ocio y sexo los toma como reuniones de trabajo, en los que siempre hay que estar correcta y sumisa a sus jefes, en que las relaciones, el deseo y la pasión se han vuelto frías y vacías. La mirada de Ade de la Europa actual es despiadada, demoledora y triste, en el que el continente se divide entre terribles insjusticias sociales, entre unos ricos, que se mueven en ambientes exclusivos, sin relacionarse con los autóctonos, sólo lo hacen para decidir sobre sus empleos y otras maneras de producción que conllevarán a despidos y precariedad (como la secuencia de la extracción dibujada entre el terror y lo siniestro). Ade consigue arrastrarnos a su comedia amarga, a una obra que nos hará reír a carcajadas, con secuencias memorables (como la del disfraz de Kukeri, una tradición búlgara para ahuyentar a los malos espíritus, en la peculiar fiesta de cumpleaños de Ines) con otros momentos de amargura y tristeza, en el que los personajes, idiotizados en sus trabajos competitivos, han olvidado su humanidad, y sobre todo, su incapacidad para el amor en aquellas personas cercanas que las quieren.
Encuentro con la actriz Hanna Schygulla con motivo de la presentación del ciclo «Hanna Schygulla: Imatge i Veu, dedicado a su obra, conversando con Esteve Riambau (Director de la Filmoteca de Catalunya). El acto tuvo lugar el miércoles 7 de septiembre de 2016 en la Filmoteca de Catalunya de Barcelona.
Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Hanna Schygulla, por su tiempo, conocimiento, y cariño, a Esteve Riambau y su equipo, por su generosidad, paciencia, amabilidad y cariño.
El arranque de la película nos introduce de manera sutil y tenebrosa en el espíritu que transitaba en la Suecia del primer tercio del siglo XVII, un mundo lleno de caos, guerras y destrucción. Vemos a la futura reina Cristina, cuando apenas es una niña de 6 años, obligada por una madre de carácter fiero y trastornada, a besar el cadáver de su padre difunto, el rey Gustavo Adolfo II, que su madre sigue tratando como si estuviera vivo. Después de aquello, Cristina es nombrada heredera y trasladada al castillo para seguir su educación, bajo el amparo de la iglesia luterana. A los 18 años, es nombrada reina. El director Mika Kaurismäki (1955, Ormattila, Finlandia) – empezó su carrera junto a su hermano, el también director Aki, pero a comienzos de los 90 los dos hermanos separaron sus caminos, Mika se instaló en Brasil, donde ha seguido dirigiendo películas documentales, y dirigiendo en otros lugares, donde se ha labrado una interesante filmografía -.
Kaurismäki, que ha necesitado de una década para levantar el proyecto, encontró en la figura de Michel Marc Bouchard (escritor quebequés de gran éxito, que también ha escrito para Xavier Dolan, y su obra Cristina, la reina hombre, de gran éxito en Canadá en 2012, y posteriormente, traducida al inglés en 2014) el vehículo perfecto para acercarse a la figura de la Reina Cristina. Un enorme esfuerzo de producción que ha agrupado a compañías de cuatro países como Finlandia, Canadá, Alemania y Suecia, y un rodaje de 40 días realizado en el sudoeste de Finlandia, y en la región de Bavaria en Alemania, para contar una película de época, cuidada hasta el más mínimo de los detalles, que huye de obras ambientadas en ese marco, aquí no hay heroísmos ni grandes discursos, ni la épica de grandes batallas y conquistas, la cinta viaja por otros derroteros, se centra en los personajes, empezando por la Reina Cristina, una mujer educada como un varón, ejecutiva, contradictoria, excéntrica y solitaria, que tiene que lidiar con su país, enfrascado en una guerra, llamada de los 30 años, entre católicos y protestantes, que la Reina quiere zanjar, y las continuas conspiraciones que le acechan. Una mujer adelantada a su tiempo, que tuvo que elegir entre la pasión y la razón, moderna, de espíritu libre, que lucha a espada con todos sus enemigos para modernizar su país del oscurantismo de la religión, dotando a su país de ideas nuevas, basadas en las ciencias y artes.
Kaurismäki centra su relato en la Reina Cristina, en su mirada y sus gestos, su manera de moverse y ocupar la secuencia, una mujer que se mueve en un mundo dominado por hombres, que se enfrentará a todos y a ella misma, para ser la persona que quiere ser, y amar a quién desea, como su amor por la Condesa Ebba Sparre, a la que hace dama de compañía, y compañera de lecho, una relación oculta, y llena de deseo y pasión, que la llevará a múltiples problemas y conflictos, elegir entre su pueblo y ella, entre lo que uno siente, y lo que los demás desean. La amistad con el filósofo René Descartes le guiará a abrir su mente, a decidir por ella misma, abandonando la voluntad de Dios, y aceptar que más allá de las murallas de su reino y su vida, hay un mundo de saber y conocimiento que la espera a ser conquistado. Una película arrolladora, de excelente concepción formal, de narración enérgica, con personajes complejos y pasionales (como el canciller, aliado de la Reina), o los hombres que quieren conquistar el corazón solitario e independiente de la monarca, o la figura de la madre, que odia a su hija). Excepcional el trabajo de todo el elenco (en la que destaca la figura de Malin Buska, que interpreta con sabiduría y temple a la inquieta y confusa Reina). Una cinta de bellísima y fría luz obra de Gy Dufaux (cinematógrafo de Dennys Arcand, entre otros), que desde un tiempo pasado, aquel 1632, edifica las relaciones y lazos con la historia actual, con sus intrigas, conspiraciones y enfrentamientos políticos, en la que un mundo antiguo se niega a desaparecer y luchará para no hacerlo, enfrentado a otro, uno moderno que avanza sin cesar, a pesar de los obstáculos, para iniciar otro camino, provocando un cambio en la manera de pensar, dotado de una naturaleza más abierta, humana y honesta.
La cineasta alemana Margarethe von Trotta (1942, Berlín) lleva más de medio siglo dedicada al cine, primero como actriz, en obras del director de corte vanguardista Herbert Achternbusch y Rainer Werner Fassbinder, y luego, como directora, desde que debutase, junto a su marido de entonces, el cineasta Volker Schlöndorff, en aquella maravilla de El honor perdido de Katharina Blum (1975). Su cine se edifica a través de la mirada hacía el retrato femenino, como las históricas (Rosa Luxemburgo, en 1986, Visión. La historia de Hildegard Von Bingen, del 2009 y Hannah Arendt, del 2012, todas protagonizadas por una de sus actrices fetiche, Barbara Sukowa), o aquellas películas protagonizadas por hermanas, Las hermanas alemanas (1981), siempre desde un punto de vista crítico y humano, en el que dibuja un retrato de la mujer en Alemania y cómo se ha visto señalada a través del devenir histórico de la Alemania del siglo XX.
Ahora, vuelve a una historia de hermanas, y a una mirada personal, ya que la propia directora vivió un caso parecido con su hermana. Nos presenta a Sophie, una atractiva cantante de blues y jazz, que es informada por su padre, que ha visto el asombroso parecido entre su madre (recientemente fallecida) y una cantante de ópera que vive en Nueva York. Sophie viaje a la ciudad de los rascacielos y conoce a Caterina, que primero se muestra reacia ante la posibilidad que sean hermanas, y más tarde, irá abriéndose y conociendo su pasado, a través de su madre, que padece demencia senil y las averiguaciones de Sophie. Von Trotta realiza una película sencilla y honesta, donde la trama se va abriendo paso a paso a medida que las dos mujeres van descubriendo su pasado, y sabiendo quiénes son en realidad, y la relación que lentamente va naciendo entre ellas. Una composición y puesta en escena firme y eficaz, y el inmenso trabajo interpretativo de la pareja de actrices, Katja Riemann y Barbara Sukowa, colaboradores de la directora en anteriores trabajos, y la aportación de los demás intérpretes componen una película sobre la familia, las dificultades del pasado, el odio y rivalidad entre hermanos, y la necesidad de conocer de dónde venimos y sobre todo, de saber quiénes somos.
Una película que rezuma ese aroma de drama familiar encerrado en cuatro paredes, construido a través de leves detalles y miradas, que se sigue tranquilo, y que la directora, sortea con gran admiración los momentos de revelaciones familiares, (como ocurría en Todo sobre mi madre, de Almodóvar), que en otra película, podrían convertirse en auténtico folletín desmesurado y plañidero, aquí no, todo se va envolviendo en pocos personajes y la investigación que se desarrolla entre dos países, Alemania y EE.UU., tendrá su epicentro en la amistad entre dos amigas y también, entre el enfrentamiento de dos hermanos. Una historia familiar y doméstica, donde von Trotta vuelve a demostrar su buen hacer en las tramas sencillas sobre mujeres de carne y hueso, filmadas de forma humana y realista, los problemas y preocupaciones de estas mujeres y la lucha constante que tienen que emprender para poder seguir siendo ellas mismas. Una mirada noble y contundente sobre las mujeres, y sobre todo, un retrato sobre sus emociones.
Victoria es una joven española que lleva 6 meses abriéndose camino en Berlín. Lo único que ha conseguido hasta ahora es de camarera en una cafetería por 1200 euros al mes. Una noche baila tecno en una discoteca del barrio Kreuzberg. Cuando sale conoce a Sonne y sus tres colegas que la invitan a conocer el Berlín de verdad, el que nadie conoce. Son un poco más de las 4:30 de la mañana, y a partir de ese instante, Victoria, Sonne y los 3 amigos, se irán introduciendo en una vorágine siniestra y oscura en la que tendrán que perpetrar el robo de un banco y huir de la policía. El director germano Sebastian Schipper (Hannover, 1968) en su cuarto filme, primero que vemos por estos lares, nos sumerge en un pozo de vértigo, locura y criminalidad que nos llevará a ritmo de música de piano, cuerda y electrónica por las fauces de una ciudad que parece que nunca quiere dormirse, que siempre quiere estar despierta, al acecho de algo o alguien.
Su propuesta es radical, interesante y harto compleja, nos cuenta su película utilizando una única toma, un plano secuencia de 140 minutos, sin cortes, ni trampas, donde apenas hay descanso, nos conduce por 22 localizaciones, donde vamos desde el final de la noche a las primeras horas del día, hasta llegar a eso de las 6:54 de la mañana, donde perderemos de vista a sus personajes y a este viaje hacía las entrañas de las calles iluminadas artificialmente, donde deambulan almas perdidas, gentes que no saben adónde ir, tipos que ocultan lo que no quieren que se conozca. Schipper emula el plano secuencia de Sokurov en El arca rusa, si aquel condensaba años de historia de la Rusia zarista, la propuesta del cineasta alemán parece fluir en el lado contrario, embutida en dos horas y algo, a contar la hora antes de un robo, el robo, y la hora que le sigue. Colocar al espectador en el “Aquí y ahora”, no hay nada más, sólo nos cuenta algo del pasado de algunos personajes, como que Victoria, se encuentra en un estado de frustración y de huida (cuenta a Sonne que después de 16 años, practicando piano durante 7 horas diarias, le han comunicado que no vale, que se dedique a otra cosa), también se nos explica que Boxer, uno de los colegas de Sonne, ha estado en la cárcel, experiencia que le llevará a lidiar con unos gánsteres que le pedirán el cobro de su ayuda. Y poca información más. Quizás el interés de la película se posa en ese sentido, en conocer poco de los personajes, en seguirlos, en participar en ese robo que tienen que cometer, en cómo se van desarrollando los acontecimientos, en esa agitación que les envuelve, en vivir deprisa, sin tiempo, sin respirar, sin aliento, sólo en hacer lo que tienen que hacer y punto.
Schipper logra una buena película, un más que interesante policíaco o thriller, como gusten. Nos conduce por una noche donde no hay escapatoria, donde las cosas se pueden torcer en cualquier instante, donde alguien que parece no tener nada que ver, acaba teniendo una importancia tremenda. La estupenda y contenida interpretación de Laia Costa que se revela como el alma de la película, en protagonista a su pesar, o dicho de otra manera, de sentirse como una isla perdida y triste, en ese estado de reencontrarse a sí misma, de llevar medio año en Berlín y no conocer a nadie, en dejarse llevar por una existencia que ahora no parece entusiasmarle, lo que empieza como un encuentro casual, donde conocer a unos tíos, y la aventura de un amour fou, le llevarán a meterse donde no debe, o donde no debería. Una mirada que ilumina, envuelve y conduce la película, ella es lo que vemos, ella es lo que sentimos, ella, al fin y al cabo, es nosotros. Un Oso de Plata en el Festival de Berlín de este año, y 6 Premios Lola de la Academia alemana de cine (incluyendo uno a Laia Costa, la primera vez que lo consigue una actriz española), certifican que la idea de Schipper no iba desencaminada, y el resultado es un viaje nocturno hacía lo desconocido, lleno de intensidad y energía, donde también hay tiempo para la dulzura y la delicadeza. El inmenso trabajo del cinematógrafo Sturla Brandth Grøvlen Dff, que escruta y se pega a los personajes y su situación, y la música de Nils Frahm ayudan de manera sencilla y contundente a conseguir ese aroma de huida imposible, de morir matando, y sobre todo, de escapar a donde sea con ese deseo irrefrenable de vivir la noche y a fuego.
Dos niños de corta edad vagan sin rumbo, en busca de su joven madre ausente, caminan cansados y hambrientos por las calles nocturnas de un verano que para ellos se ha vuelto frío y lleno de soledad. El cineasta Edward Berger (1970, Wolfsburgo, Alemania), de amplia experiencia en el medio televisivo como guionista en series de renombre, salta a la gran pantalla con una cinta que nos somete a la triste y durísima experiencia de Jack, un niño de 10 años que tiene que acarrear y cuidar de su hermano Manuel de 7 años, debido a las ausencias de una madre Sanna, de 26 años, que a pesar que quiere a sus hijos (nacidos de dos relaciones diferentes) está más preocupada de salir con sus amigos y saltar de novio a novio.
Berger cuece su película a fuego lento, el recorrido emocional va entrando de manera cadenciosa, sin alarmismos ni secuencias histriónicas, no hay nada de eso, todo parece surgir lentamente, contado de manera realista y dramática, sin caer en ningún momento en excesos innecesarios ni subrayados tremendistas. Jack (excelente el trabajo de miradas y gestos del niño actor debutante Ivo Pietzcker) se ve envuelto en una realidad triste que le cuesta comprender en un principio, pero poco a poco, entenderá que tanto él como su hermano se encuentran solos y desamparados, y tendrán que luchar diariamente para seguir hacía delante, para más inquietud y preocupación en su vida, Jack tendrá que soportar el acoso y la violencia física que le somete un compañero en el centro de acogida. Ante esta gélida realidad donde las emociones se vuelven aristas llenas de miedo, el niño asume un papel que no le corresponde y se revela ante una sociedad que no le escucha y además, le separa de su familia, o al menos de los seres a los que quiere.
Berger firma el guión junto a Nele Mueller-Stöfen (que además actúa en el film como tutora en el centro de menores), un texto que se deja de detalles superfluos, y nos va digiriendo la información de manera sencilla y paciente, una película de pocos diálogos, anclada en el peso de las miradas, los gestos y ciertos detalles que nos van apaleando emocionalmente, nos colocan en medio de una sociedad no pensante, que se mueve a gran velocidad, y ha olvidado por completo el dolor ajeno y sobre todo, el desamparo y la falta de cariño de algunos padres hacía sus hijos, (unos progenitores mal llamados padres, porque se niegan a asumir su responsabilidad). La cinta de Berger nos remite a otros niños que también sufrieron la soledad y la ausencia de cariño como Edmund Kohler o Antoine Doinel, y otros más recientes como los hermanos de Nadie sabe (2004), de Hirokazu Koreeda, a los que su madre abandonaba a su suerte, o Cyril, el niño de 11 años de El niño de la bicicleta (2011), de Jean-Pierre y Luc Dardenne, que también huía del centro de menores, como hace Jack, para reunirse con un padre que no lo quería, y encontraba consuelo en una joven que se hacía cargo de él. Niños solos, niños sin amor, niños desamparados, y sobre todo, niños sin infancia, con un tiempo robado, de vidas quebradas emocionalmente, que vagan sin rumbo por un mundo que hace tiempo cambió de camino.
Rueda de prensa con Volker Schlöndorff. El encuentro tuvo lugar en la Filmoteca de Cataluña el pasado Lunes 30 de Junio, con motivo del ciclo dedicado a su figura.
Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro:
a Volker Schlöndorff, por su tiempo, sabiduría y su maravillosa carrera cinematográfica.
a Pilar Garcia, de la Filmoteca, por su generosidad y paciencia.