Los años más bellos de una vida, de Claude Lelouch

TIEMPO DE AMAR, TIEMPO DE VIVIR. 

«Los mejores años de la vida son aquellos que aún no se han vivido”.

Víctor Hugo

Un par de películas de corte negro y un documental sobre ciclismo era el bagaje profesional de Claude Lelouch (París, Francia, 1937) cuando dirigió en 1966 Un hombre y una mujer, un melodrama romántico de corte naturalista, íntimo y filmado con absoluta libertad, producido por el mismo director, más cercano a las nuevas vanguardias sesenteras que a las modas de entonces. La película protagonizada por Anouk Aimée y Jean-Louis Trintignant describía los encuentros de dos jóvenes viudos junto a sus hijos y el nacimiento de su amor, y la dificultad por llevarlo por consumarlo. El éxito que alcanzó fue abismal, Palma de Oro en Cannes, Oscar de Hollywood, más de 40 premios internacionales, y una película de culto inmediatamente e instalada para siempre en las almas de todos los espectadores del momento y del futuro. 20 años después se hizo una secuela que pasó muy desapercibida. Ahora nos llega la tercera entrega que recupera la primera, combinando secuencias en blanco y negro con unos jóvenes Aimée y Trintignant con las de ahora, 52 años después.

Lelouch filma su película 49 como si fuese la primera, a través de una intimidad y ligereza que desborda cada encuadre, apostando por esa luz natural que baña a sus personajes como ese primer encuentro, bellísimo, romántico y profundo, que protagonizan Anne y Jean-Louis más de medio siglo después, en el jardín de una residencia, ya que él padece muchas lagunas de memoria, que sin reconocer a Anne, a aquel amor de hace 50 años si que la mira y le recuerda a aquel amor sin reconocerla. Una conversación de 20 minutos donde Lelouch imprime una sensación de absoluta libertad formal, contándonos ese reencuentro desde la sinceridad y la belleza, desde lo más íntimo y profundo, desde aquel tiempo donde estas dos personas se amaron aunque de igual que una de ellas no recuerde a la mujer. El cineasta francés con más de 80 años resiste ante estos tiempos actuales tan convulsos en todos los aspectos y más en lo romántico, capturando una idea del amor desde el verbo, desde el recuerdo, de dos intérpretes octogenarios con los 88 de Trintignant y los 87 de Aimée, con esas miradas como si se mirasen por primer vez, con esos gestos cariñosos como si se los dedicaran por primera vez.

La película es un sentido y especial retrato sobre la memoria y aquello que recordamos, donde los dos enamorados vuelven a sentir aquellos encuentros en la playa de Deauville en invierno, o los viajes en automóvil en medio de una intensa lluvia, o ese maravilloso telegrama donde Aimée lo cambiaba todo pronunciando las palabras “Je t’aime”, el viaje nocturno de Jean-Louis imaginando el encuentro por las calles vacías de París, o la habitación de hotel donde no podrá consumarse el amor, recordando aquel sentimiento imperecedero, aquel instante fugaz donde el corazón se acelera, los nervios ahogan, las manos tiemblan, el cuerpo vibra, y las miradas se reencuentran, sonríes y la vida adquiere su verdadero valor, los problemas desaparecen aunque sea por un instante, y todo tiene belleza de repente porque el amor ha despertado y ha comenzado a caminar juntos de la mano, por una calle nocturna, una playa desierta o en el interior de un automóvil mientras suena una música que lo llena todo.

Lelouch huye de la nostalgia y del retrato condescendiente o azucarado, para construir una sincera y conmovedora historia, llena de matices y complejidades, muy de nuestro tiempo, o podríamos decir sin tiempo, porque este encuentro inesperado, propiciado por Antoine, como ayuda a un padre olvidadizo y ausente, para devolvernos a los dos amantes, que jamás hemos podido olvidar desde la primera vez que entraron en nuestras vidas,  que se reencuentran otra vez en la vida en este otoño o invierno de sus vidas, quizás para retomar aquel amor o simplemente para vivir o sentir aquello que sintieron y que no pudieron materializar emocionalmente, quién sabe, por lo pronto cogen el coche, un estupendo dos caballos y se lanzan a pasear, a mirar el paisaje, a vivir, a sentir, a volver a ser ellos, o al menos aquello que tuvieron, ahora diferente, de otra manera, claro está, pero igual de íntimo, sincero y libre, porque como explica el propio Lelouch: El amor es el arte del presente, y el presente es todo lo que tenemos.

Anouk Aimée y Jean-Louis Trintignant retoman sus personajes (al igual que Souad Amidou y Antoine Sire, que daban vida a los respectivos hijos en el 66)  y le dan una calidez y naturalidad extraordinaria, con esa mirada perdida y cercana de él, y esa mirada enternecedora y natural de ella, como si el tiempo hubiese condensado aquellos instantes del 66 para reverdecerlos ahora, en ese instante y en este momento, ofreciéndoles una segunda o tercera oportunidad, en esta primavera bella y llena de luz, inesperado y compleja, como casi todas las cosas buenas que pasan en la vida, como si la vida y todas sus circunstancias hubieran permanecido a la espera de despertar justo en ese momento compartido para los dos amantes, devolviéndose el esplendor de aquellos sentimientos que por motivos ya conocidos no pudieron llevar a cabo (con otro de sus maravillosos flashbacks nos devolverá aquella habitación de hotel en silencio, sólo llena de miradas angustiosas y tristes, con ese ascensor, esa bajada de escaleras y ese rumor de que todo podía haber ocurrido y finalmente, no llegó a producirse) porque así también es la vida y el amor, lo puede ser todo y también, puede ser la nada, aunque para Anne y Jean-Louis hay una puerta inesperada para que el amor volviese a sus vidas, donde lo dejaron, en otro tiempo, en otras circunstancias y en otro momento, como si ese amor los hubiera estado esperando medio siglo después. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Cristina Linares

Entrevista a Cristina Linares, directora de la película «Semillas de alegría». El encuentro tuvo lugar el miércoles 4 de septiembre de 2019 en la terraza del Café Salambó en Barcelona.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Cristina Linares, por su tiempo, amistad, generosidad y cariño, y a Sonia Uría de Suria Comunicación, por su tiempo, paciencia, generosidad y trabajo.

Litus, de Dani de la Orden

LAS CARTAS DE DESPEDIDA.

Litus  arrancó allá por el año 2012 como una obra de teatro en la pequeña y acogedora Sala Flyhard. Su éxito fue rotundo y después de dos meses llenando cambiaron al espacio del Teatre Lliure. La responsable de todo aquello fue Marta Buchaca (Barcelona, 1979) que se inició como dramaturga por el año 2005 para luego pasar a escribir y dirigir sus propias obras, historias de nuestro tiempo protagonizadas por gentes de aquí y ahora. Siete años después y adaptada por la propia Buchaca nos llega su paso al cine para sin perder su esencia del relato intimista y profundo sobre un grupo de amigos que se reencuentran un tiempo después del suicidio de Litus, con la excusa de leer unas cartas que el fallecido dejó para ellos. El director Dani de la Orden (Barcelona, 1989) que debutó con Barcelona, nit d’estiu (2013) a la que siguió su secuela Barcelona, nit d’hivern (2015) dos interesantes propuestas episódicas que nos hablaban de gente joven, relaciones íntimas y la búsqueda de la felicidad. Le siguieron El pregón (2016) vehículo destinado al tándem televisivo Buenafuente-Berto, y El mejor verano de mi vida (2018) una comedia con hechuras al servicio del humorista Leo Harlem.

En Litus, De la Orden recupera muchas de las propuestas narrativas que ya había explorado en sus dos primeras películas, aunque aquí se añade el tema del suicidio, la pérdida para todo el grupo de amigos, hablando de temas complejos como el duelo, la ausencia, todos esos espacios vacíos que ha dejado el que se fue, su relación con ellos, y sobre todo, la amistad y todas sus consecuencias, en un relato que respira su deuda con el teatro situándonos en un único espacio, la casa donde vivió Litus, con ese cuarto tal y como él lo dejó, como ese espacio convertido en un lugar difícil de encarar y aceptar al ausente, con esos dos amigos Pablo y Marcos que esperan al resto de amigos que irán llegando, creando esas tensiones emocionales que en seis meses han estado dormidas o simplemente dejadas de lado, con esa mala idea que las cosas mejor dejarlas para que no molesten ni enturbien.

Ahora ese tiempo de silencio ha llegado a su fin y deberán hablar de Litus, de su muerte, de la relación que cada uno tenía con él, de aceptar una muerte incomprensible, de conocer la verdadera naturaleza de un amigo que quizás tenía problemas y nadie los vio, o nadie se atrevió a afrontarlos con él, de poner las cartas sobre la mesa y hablar cara a cara, frente a frente, sin cortapisas, diciéndose todo a la cara, esas verdades que nadie se atreve a decir, y desenmascarar todas esas mentiras en torno a Litus y a todos los demás. Pablo mantiene el recuerdo del muerto, engañándose a sí mismo que era un tío legal y sin máscaras, en cambio, Marcos, agobiado emocionalmente porque no logra superar la ruptura con Su, ve a Litus como un tío despreocupado y guay, Laia, la novia de Litus, prefiere no hablar de él  seguir con su vida, liándose con Toni, hermano de Litus, que hablará de su hermano muerto desde una perspectiva diferente que sorprenderá a todos, Pepe, que tenía un grupo de música con el fallecido, hablará son estridencias y contando su interior y todo aquello que los unía y separaba, y finalmente, Su, la ex de Marcos, personaje que no aparecía en la obra de teatro, que aparecerá para dar testimonio de todo los sucedido en ese piso y reencontrarse con Marcos para decirse todo lo que todavía no se han dicho.

De la Orden y Buchaca han construido un tragicomedia con mucho sentido y profundidad, que mantiene las buenas vibraciones que ya tenía en el teatro, a través de los diálogos, discusiones, reproches y enfrentamientos entre unos y otros, componiendo una fábula de nuestro tiempo, que nos habla desde la cercanía y la profundidad de temas como la amistad, la ausencia, el duelo, la aceptación, sobre todos esos conflictos internos y externos de los que nunca se habla, de la dificultad de expresar emociones y sobre todo, la de infinitos obstáculos que nos colocamos delante para no crecer, para seguir siendo niños emocionalmente hablando, para no asumir responsabilidades, y encontrar salidas equivocadas y mortales como hace Litus y lanzarse contra un muro y acabar con todo, de ese síndrome de Peter Pan tan habitual en la sociedad actual en la que todo va a velocidad de crucero y hay que demostrar a los demás que somos capaces de aquello y esto y olvidarnos de nuestro interior, de lo que realmente somos y queremos y sobre todo, de hacia dónde queremos llegar para encontrar nuestro lugar y sentirnos mejor con nosotros mismos.

Con ese aroma inconfundible que tenía Reencuentro, de Kasdan o Los amigos de Peter, de Branagh, en el que los amigos recordaban al compañero muerto, para bien y mal, redescubriéndolo y de frente, donde brilla una puesta en escena de gran ritmo y solidez que combina con mucha audacia y equilibrio los vaivenes emocionales que experimentan cada uno de los personajes, así como esos instantes de ligereza con esos toques de humos que suelen venir del personaje de Marcos, el más expresivo y grandilocuente, y un reparto que brilla a gran altura con las presencias tan estimulantes de Quim Gutiérrez como Toni, el portador de las cartas y con más de una sorpresa que dejará boquiabiertos al resto, Álex García, muy sobrio haciendo de Pablo, que vive obsesionado por el orden y la limpieza como vía de escape para controlarlo todo y no decir aquello que no agobia, Adrián Lastra interpreta con soltura a Marcos, el más inmaduro emocionalmente que en cambio, lo expresa todo y es poco delicado, con el síndrome del centro de atención constante, Belén Cuesta da forma a una Laia misteriosa, callada e incapaz de afrontar todo sobre Litus, Miquel Fernández es Pepe, el artista exitoso que habla de Litus con sinceridad y aplomo, dejando ver sus miedos e inseguridades, y finalmente, Marta Nieto, la testigo de todo este berenjenal emocional, que despierta de ese sueño adolescente a Marcos, y viene a calmar un poco los ánimos entre tanto tsunami emocional. Una comedia dramática sobre nuestras emociones, sobre cómo afrontamos el dolor y la pérdida del ausente, y también, de qué hacemos para enfrentar nuestros miedos, torpezas e inseguridades a los demás y a nosotros mismos. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Sara Sanz y David Hebrero

Entrevista a Sara Sanz y David Hebrero, actriz y director de la película «Dulcinea», en el marco del BCN Film Fest. El encuentro tuvo lugar el martes 30 de abril de 2019 en el Hotel Casa Fuster en Barcelona.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Sara Sanz y David Hebrero, por su tiempo, amistad, generosidad y cariño, y a Sonia Uría de Suria Comunicación, por su tiempo, paciencia, generosidad y trabajo.

Los informes sobre Sarah y Saleem, de Muayad Alayan

LA CONVIVENCIA IMPOSIBLE.

La puesta de largo de Muayad Alayan (Palestina, 1985) fue Love, Theft and Other Entanglements (2015) un thriller apasionante donde un vulgar ladrón de coches palestino se veía envuelto en un lío de mil demonios cuando descubría que el vehículo que había robado contenía en el maletero un militar judío secuestrado. El conflicto palestino-israelí, como no podía ser de otra manera, vuelve a centrar su segundo trabajo Los informes sobre Sarah y Saleem, en la que vuelve a jugar con los caprichos del destino, situándonos en la ciudad de Jerusalén, dividida entre el oeste, espacio judío, y el este, espacio palestino pero militarmente ocupado por el ejército israelí. En esa atmósfera represiva y asfixiantes Saleem, un palestino casado a punto de ser padre que reparte pan, mantiene una relación extraconyugal con Sarah, dueña de una cafetería y esposa de un militar israelí. Los encuentros clandestinos de los amantes mantienen su cotidianidad sin que las respectivas parejas tengan constancia de tales hechos. Pero, todo cambia, cuando una noche en la zona palestina Saleem se pelea con un tipo que acosa a Sarah.

A partir de esos instantes, las existencias de Sarah y Saleem se convertirán en una lucha ciega e intensa para salvar sus vidas y sobre todo, salir airosos del incidente que cuando entra el ejército israelí en materia comienza a aumentar su alcance y peligrosidad, sobre todo para Saleem, que es acusado de terrorista. Alayan, que creció en la zona que retrata, se apoya en un excelente guión escrito por su hermano Rami Alayan, para mezclar con intensidad y agilidad los momentos de terror cotidiano a los que deberán enfrentarse sus personajes, convirtiendo esa atmósfera inquietante y naturalista que recorre todo el metraje, en una de sus mejores armas, tanto formales como argumentales, situando al espectador en el centro de la cuestión, sin tomar partido por el cuarteto de personajes que dirime en los hechos. Los ya mencionados Sarah y Saleem, y sus respectivas parejas, Bisan, esposa de Saleem, embarazadísima que busca incansablemente alguna pista que permita la libertad de su marido, y David, el honorable y patriota militar que antepondrá su carrera a su vida y sobre todo, a la traición de su mujer.

El relato va cambiando de punto de vista según va sucediendo los hechos en cuestión, observando con minuciosidad las estrategias y perspectivas morales de cada uno de los implicados, unos anteponiendo sus razones contra las de los otros, en ese clima prebélico en el que vive una ciudad como Jerusalén, un espacio donde las divisiones entre judíos y palestinos no son solo ideológicas, sino sociales, políticas, económicas y casi en todo. Dos formas de verse, de vivir y de compartir una ciudad donde la convivencia resulta imposible, donde unos dominan y otros, los dominados se quitan esa presión como pueden, en la que la vida y la muerte están demasiado cercanas, incluso mezcladas, donde todos intentan salir adelante en un lugar oscuro y terrorífico, donde la cotidianidad de las personas se funde en esa tensión constante y brutal entre unos y otros, donde nadie se fía de nadie y donde las cosas nunca son lo que parecen.

La película con ese aroma de drama psicológico bien construido y sumergiéndonos en ese ambiente político oscuro y tenebroso se suma a títulos como El Cairo confidencial, de Tarik Saleh, y El insulto, de Zarid Doueiri, dos sendos thrillers donde describen con exactitud y brillantez todas las tensiones habidas y por haber que se manifiestan en los países árabes atenazados por los climas y conflictos políticos de difícil resolución por los múltiples intereses económicos, sociales y demás. Un excelente y brillante cuarteto protagonista que de forma naturalista e íntima, elevan el conflicto de la película a través de esas miradas y gestos tensos y profundos que describen con minuciosidad todo lo que va ocurriendo en este drama psicológico en el que nos revelan un cuento moral donde se dirimirá las cuestiones emocionales de unos y otros.

Una película que en lo narrativo y descripción de personajes se asemeja a Muerte de un ciclista, de Juan Antonio Bardem, donde a raíz de un suceso sin más, hacía un retrato prufundo y sincero de todas las cuestiones emocionales y sociales que se vivían en aquella España franquista, gris y represiva, como ocurre en ese Jerusalén invadido y convertido en cárcel para unos e invasor para otros, con la peculiaridad de toda la carga emocional de unos personajes complejos y algo sombríos, dejando a tras luz todo aquello que anteponemos en la vida en relación a unas personas con otras cuando la situación se torna peligrosa, cuando debemos decidir hacia adonde nos encaminamos, poniendo en cuestión nuestra vida, nuestros valores personales, y sobre todo, nuestros ideales, entrando en tromba a la naturaleza de las personas y aquello que bulle en su interior, sin trampa ni cartón. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Cuatro manos, de Oliver Kienle

MI HERMANA Y YO.

En Hermanas (1973) una cult movie de Brian de Palma, asistíamos a la enfermiza relación de dos hermanas que siamesas de nacimiento eran separadas y se convertían en el yin en el yang. Una, era dulce y amable, mientras la otra, era cruel y asesina. Algo parecido les ocurre a Sophie y Jessica, dos hermanas que presencian el asesinato de sus padres cuando son niñas, y veinte años después, con la excarcelación de la pareja implicada, vuelven los fantasmas y mientras Sophie, olvida el macabro suceso centrándose en su carrera como pianista y en el amor. Jessica, en cambio, opta por el camino contrario, vengándose de los asesinos y una vida oscura y muy violenta. El director Oliver Kienle ( Dettelbach, Alemania, 1982) que debutó en el 2010 con Bis aufs Blut – Brüder auf Bewährung, un thriller angustiante donde retrataba la sordidez de un joven ex convicto en el brutal mundo de las drogas, con la serie Bad Banks, del que firma como creador, realizada inmediatamente después de Cuatro manos, se introducía en el cruel mundo de las finanzas.

En Cuatro manos vuelve a adentrarse en el thriller psicológico para contarnos un relato entre lo lucido y lo enfermizo, entre dos formas de gestionar lo emocional, a través de dos hermanas, dos caras completamente diferentes, dos caminos que luchan entre sí para calmar tantos conflictos y miedos internos. Kienle opta por un atmósfera inquietante y muy sombría, donde la cinematografía de Yoshi Heimmath, ayuda a conseguirla con múltiples detalles, tanto de la luz que entra en esa casa como en el exterior, con esa casa en medio de dos mundos, el de la zona residencial y el complejo industrial dividido por ese río de aspecto amenazante, y esos espacios que describen con naturalidad y detalle los dos mundos antagónicos por los que se mueven las dos hermanas. Como la precisa y envolvente música de Heiko Maile, elemento crucial en películas de este tipo, donde van sumergiéndonos en la psique de cada uno de los personajes, en esta batalla entre el olvido y la sangre que mantienen las dos mentes de las hermanas, en continua lucha y poseídas por un conflicto eterno.

Para enmarañar aún más si cabe la madeja argumental, el relato introduce un tercer elemento en discordia, el del doctor con el que Sophie sale, que se convertirá en el testimonio ideal que asiste a esa dualidad simbiótica que sufren las dos hermanas, en las que a veces, no sabrá a qué atenerse con tantas idas y venidas emocionales entre las hermanas. Uno de los aciertos de la película es su honestidad y libertad a la hora de enfrentarse a un relato de tales características, porque aunque en ciertos momentos la historia nos suena, la película huye de los tópicos del género y consigue con pocos elementos y personajes adentrarnos en esa espiral salvaje y malévola que enfrentan a las hermanas, y lo hace desde la sencillez y la pulcritud tanto a nivel formal como argumental, con esos planos cercanos, inquietantes y enfermizos que nos provocan esa tensión constante y esa idea de violencia a punto de estallar, donde el relato no para en ningún instante, llevándonos por continuos contrastes, entre las salas de música o los momentos románticos, con otros más oscuros como las zonas industriales abandonadas, los locales nocturnos llenos de sombras y gente de mal vivir, o zonas aisladas donde se ocultan esos espectros que tanto rondan a una de las hermanas.

Kienle construye un relato psicológico que nada tiene que envidiar a las cult movie del género más recordadas, como por ejemplo Inseparables, de Cronenberg, por citar una de las más redondas e inquietantes,  creando esa atmósfera inteligente y llena de aristas, donde nada es lo que parece, en la que tensa las emociones de los espectadores conduciéndolos por un laberinto infinito y psicológico de difícil resolución, con un estupendo y brillante trío protagonista fundamental en este tipo de películas, encabezados por Frida-Lovisa Hamman como Sophie, la dulce y sensible hermana pequeña que quiere ir hacia adelante e intenta construirse su vida a través del arte y el amor. A su lado, Friederike Becht da vida a Jessica, esa alma negra y hundida que fue testigo del macabro asesinato de sus padres y su vida se ha convertido en una huida hacia el abismo constante en el que busca venganza sea como sea, una vida oscura y violenta que no cesará hasta que consiga su cruel objetivo, y finalmente, Christopher Letkowski que interpreta al doctor, que dará luz y convertirá la vida de Sophie en algo amable y sensible, dando un resquicio de luz ante tanta oscuridad, y se verá envuelto en la batalla sin cuartel que mantienen las dos hermanas para detener tanta maldad y tantos fantasmas del pasado. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Carla Pozos

Entrevista a Carla Pozos, actriz en la película «Semillas de alegría», de Cristina Linares. El encuentro tuvo lugar el miércoles 4 de septiembre de 2019 en la terraza del Café Salambó en Barcelona.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Carla Pozos, por su tiempo, amistad, generosidad y cariño, y a Sonia Uría de Suria Comunicación, por su tiempo, paciencia, generosidad y trabajo.

Dulcinea, de David Hebrero

ALGUIEN QUE NOS QUIERA.

Connor tiene graves problemas emocionales, se ha construido una realidad paralela en la que se engaña a su familia y sobre todo, se miente a sí mismo. Después de una de sus huidas para no enfrentarse a los demás, vuelve y su novia se ha liado con su hermano, pierde su empleo, su madre ha fallecido y su padre no quiero ni verlo. Ante este panorama, Connor recae en sus problemas y opta por el suicidio, pero con la ayuda de su terapeuta Martha se aborta el intento. A partir de ese instante, y con la ayuda de un anillo mágico, la vida de Connor se abrirá a su desidia y huidas constantes, y experimentará una segunda oportunidad para relacionarse con los demás y reencontrarse a sí mismo. El director español David Hebrero de apenas 23 años que debuta en el largometraje, estudió en Madrid y luego se trasladó a Los Ángeles con 18 años, en la que trabaja como cinematógrafo y gaffer, donde conoció al actor Steven Tulumello y juntos escribieron el guión de Dulcinea, un relato en el que hay ingredientes de la famosa novela de El Quijote, de la que su protagonista está obsesionado desde que era un niño,  la ciudad de Madrid, temas como la búsqueda de la felicidad, la insatisfacción personal, y el ideal del amor escenificado en el personaje de Dulcinea, ese amor inventado que el caballero de la triste figura buscaba sin cesar en sus aventuras imaginarias con su fiel escudero Sancho.

Hebrero y Tulumello han levantado una película a golpe de timón y muy independiente, en una historia que se filmó durante un año y medio, en varios países, en la que el propio director hace la cinematografía, y junto a Tulumello coproducen la cinta. El relato es una comedia romántica con toques fantásticos, y se cuenta con agilidad, ritmo y frescura, llevándonos a través del desdichado Connor, aunque buena culpa tiene él mismo de su mala fortuna, por diferentes ciudades, desde L. A., la ciudad donde reside hasta Madrid, la ciudad soñada, la ciudad que su amor por la clásica novela de Cervantes le ha llevado a visitar, esa ciudad donde cree que conocerá al amor de su vida, en esa continua espiral de huida en la que todo acaba siendo imaginado o soñado, alejándose de una realidad en la que todo resulta duro y complejo para Connor. En Madrid, entre la realidad y el sueño, o entre lo inventado o lo vivido, conocerá a Isabella, una joven pintora que se pierde por las calles ilustrando aquello que le fascina. Entre Connor e Isabella nacerá el amor, aunque hay gato encerrado y las cosas nunca son fáciles, porque el anillo mágico que le cedió Martha, la terapeuta tiene algo de trampa, y Connor se verá imposibilitado de iniciar una relación con Isabella.

Ante tantas idas y venidas de Connor, y ese continuo volver a empezar, la idea de evasión del anillo se convierte en todo lo contrario, un laberinto emocional de difícil solución, y sobre todo, más telarañas en la existencia del perdido Connor. La película tiene comicidad, naturalidad, sueño, como esos instantes donde el relato se envuelve en misterio y aventura con la aparición de Alonso, una especie de Quijote de nuestro tiempo que todavía cree en ese amor ideal de Dulcinea, y también, en amor, o podríamos decir, en ese búsqueda incesante en ese amor ideal, que no real, que sufren la mayoría de mortales occidentales de nuestro tiempo, en esa idea confusa e idealizada del amor como tabla de salvación de todos los males habidos y por haber. Una fábula de nuestro tiempo, con ese aroma a películas como Atrapado en el tiempo, Lluvia en los zapatos o la más reciente Amor a segunda vista, donde desafortunados jóvenes entraban en un laberinto de tiempo y amor en el que tenían que volver a empezar cada día para reconciliarse con el amor perdido, como le ocurre a Connor, en esta comedia romántica con la que podríamos darnos de bruces en cualquier esquina de nuestra ciudad, con esa pareja que se acaba de conocer y caminan y ríen por las calles, conociéndose y conociendo una ciudad, en la fabulan sobre su pasado, su presente y quizás, su futuro.

El buen hacer interpretativo de Steven Tulumello dando vida a Connor, un tipo peculiar que hace y deshace su universo soñado según le conviene, que deberá aprender que la vida real es mucho más interesante que la soñada, aunque en ocasiones los sueños nos pueden salvar de una realidad demasiado dura e incómoda, junto a él, la calidez y belleza de Sara Sanz, convertida en Isabella, ese ideal romántico que pretende Connor, llevado en volandas por el sueño quijotesco del amor ideal, o de la abnegación de una realidad tan aburrida y superficial, o Germán Torres que da vida a un peculiar y actual Don Quijote, con su aire de caballerosidad y esperpento, personaje imaginario-real que se tropieza Connor mientras recita en castellano pésimo a Cervantes, y vive con él alguna aventurita que otra mientras los dos se imaginan a caballo reconquistando doncellas de encantadora belleza ya enamoradas o ínsulas perdidas en el subconsciente, o Thelma de Freitas como Martha, la terapeuta que ayuda a Connor, y una especie de hada madrina, como en los cuentos, que abre la puerta de un paraíso perdido a Connor, aunque como todos los universos soñados también tienen su parte oscura y tenebrosa, quizás Connor deberá descubrirlas y vivir con ellas y sabrá que en la mayoría de ocasiones la aventura más extraordinaria de nuestras vidas siempre se vive en nuestro interior y quizás, muy cerca de casa. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Semillas de alegría, de Cristina Linares

LA INFANCIA QUE RESISTE.

“La infancia tiene sus propias maneras de ver, pensar y sentir; nada hay más insensato que pretender sustituirlas por las nuestras”

Jean-Jacques Rousseau

En Aranjuez (Madrid), Isabel y su madre soltera tienen serias dificultades para mantener una vida decente y ante la imposibilidad de seguir manteniendo su vivienda acuden a un centro de acogida. En Calula (Angola), Miguel se sube a un árbol para protestar ante la falta de atención sanitaria en su poblado. Y en Cartagena de Indias (Colombia), Jhon, un niño músico intenta convencer a su padre, de oficio pescador,  con la ayuda de su abuela que no venda su casa para paliar sus problemas económicos por la falta de un trabajo estable. Tres historias de desigualdad, tres relatos sobre la infancia ante los problemas que sacuden el mundo a diario, tres formas de combatir esos conflictos con la ayuda de las ideas y la imaginación, como se dirá en algún instante de la película, del cooperativismo y sobre todo, el arte como el baile, la música o el teatro. Tres historias demasiado cercanas, esas que podemos ver cada día a nuestro alrededor, aunque desgraciadamente suelen pasar desapercibidas ante nuestros ojos y los del mundo. Tres episodios que luchan por hacerse visibles y llamar la atención de los problemas a los que cada día se enfrentan niños de todo el mundo.

La directora Cristina Linares, nacida en Bogotá (Colombia) debuta en el largometraje con una película de corte social, reivindicativo y llena de luz, siguiendo la línea temática que arrancó en el 2015 con sus cortometrajes sobre la infancia y sus problemas, con la productora Tus Ojos como principal valedora, con la que lleva años trabajando codo con codo con la compañía responsable de la película En el mundo a cada rato (2004) que en cinco episodios alertaba sobre los graves problemas sociales y humanitarios a los que se enfrentaba la infancia alrededor del mundo. En Semillas de alegría continúan con ese espíritu social, combativo y resistente para concienciar sobre los problemas de la infancia, en investigar sobre su presente difícil y presentar todas las herramientas que tienen a su alcance y las que no para trabajar desde el presente, desde el aquí y el ahora, y así construir un futuro más amable y sobre todo, más humano.

La película tiene una estructura episódica, instalada en tres lugares del mundo, en Aranjuez, que pertenece al primer mundo, observamos las dificultades de una madre sin trabajo que lleva a Isabel, su hija a no poder continuar con sus clases y finalmente, acudir a un centro a pedir ayuda. La aparición en sus vidas de Diego, un niño de clase acomodada pero que no conoce a su padre será crucial para ver la vida con otros ojos. En Calcula, un poblado en Angola, Miguel emprende una lucha personal subido a un árbol para reivindicar una atención sanitaria en su pueblo. Y en Cartagena de Indias, en un histórico barrio humilde, Jhon intenta convencer a su padre que no venda su casa y así seguir en la lucha por un barrio más digno y humano a través de la música y la ayuda. Quizás hay algún episodio más redondo que otro, o que su forma de contarlo resulta más interesante que otro, pero lo que no cabe ninguna duda el espíritu a contracorriente de la propuesta, de dar voz a la infancia, a detenerse en tres miradas completamente diferentes, peor que tienen tanto en común en sus formas de construir herramientas que les ayuden a poder salir de sus existencias sombrías, de la ayuda como único camino posible en un mundo cada vez más individualista, globalizado y dormido.

Un relato a medio camino entre el documento y la ficción, que tiene en su reparto una de sus grandes bazas, con intérpretes infantiles como los españoles Carla Pozos y Diego Poch, o la actriz Isabel Mata e Inma Díaz, el colombiano Jhon Narváez, habitual en los últimos trabajos de Ciro Guerra, el popular actor congoleño David Enoque Caracol, bien acompañados por niños como Jhon Gómez o Fabricio Malaquias, y el resto de intérpretes, todos debutantes, muchos de los cuales nunca habían visto una cámara ni asistido a la filmación de una película. La película nace para concienciar, para mostrar conflictos de la infancia, y sobre todo, huye del panfleto y del discurso bienintencionado, no hay nada de eso, en cambio, sí que hay una forma de acercarse a los problemas desde la naturalidad y la intimidad, mostrando todos los detalles tanto del ámbito doméstico como social de los conflictos que bullen en cada lugar, en el que nos convertimos en participes en todo aquello que nos van contando, conformando no solo una obra reivindicativo, que también lo es, sino una obra humanista, bella en su ejecución y resistente en su fondo, mostrando realidades demasiado naturalizadas y contra las que hay que luchar cada día con las herramientas que tengamos a nuestro alcance, y si no las tenemos, tenemos el deber y la obligación de construirlas ya sea a partir de la cooperación, la música, el baile, el teatro o la conciencia social y personal. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA


<p><a href=»https://vimeo.com/293530277″>TRAILER 1 SEMILLAS DE ALEGR&Iacute;A</a> from <a href=»https://vimeo.com/tusojostv»>Tus Ojos</a> on <a href=»https://vimeo.com»>Vimeo</a>.</p>

Entrevista a Richard Billingham

Entrevista a Richard Billingham, director de la película «Ray & Liz», en el marco del D’A Film Festival. El encuentro tuvo lugar el lunes 29 de abril de 2019 en el Hotel Pulitzer en Barcelona.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Richard Billingham, por su tiempo, amistad, generosidad y cariño, y a Sandra Ejarque y Ainhoa Pernaute de Vasaver, por su tiempo, paciencia, generosidad y trabajo.