La librería, de Isabel Coixet

EL CORAJE DE UNA MUJER.

“Un buen libro es la preciosa sangre que da vida al espíritu maestro, embalsamado y atesorado para preservarse más allá de la vida, y como tal, es sin duda un bien necesario.”

Penelope Fitzgerald

Después de la experiencia que supuso la dirección de Spain in a day, donde Isabel Coixet (Barcelona, 1960) se enfrentó a más de 2000 videos enviados por gente anónima, que finalmente quedaron en 564 pequeñas historias que daban buena cuenta de las reflexiones y experiencias de la gente de este país. La directora catalana vuelve a su cine, y lo hace con uno de sus personajes femeninos más enteros, audaces y maravillosos, filmando la aventura de Florence Green, una viuda que vive en un pequeño pueblo de pescadores que, tiene la intención de abrir una librería, nacida de la novela “The bookshop”, de Penelope Fitzgerald.  Florence es idealista, perseverante, resistente y dulce, es una mujer valiente y tenaz, que cree en su empresa y tirará hacia delante a pesar de la oposición de los “señores del lugar”. Primero su banquero, uno de esos tipos impertinentes y estúpidos, que mantienen su negocio en base al miedo y una idea conservadora e inamovible ante las nuevas propuestas. También, encontrará una terrible respuesta en la Mrs. Gamart, la rica del lugar, que debido a la envidia que le corroe, y esa falsa moral que la corrompe, hará lo imposible para naufragar la idea de Florence, moviendo tierra, mar y aire, y algún que otro pariente politicucho de tres al cuarto que se moverá raudo para entorpecer legalmente los planes de Florence.

Aunque, entre tanta oposición saldrá un poco de luz en la figura de Mr. Brundisch, un hidalgo oculto en su mansión, de singular existencia, que alimentará las fantasías sobre su existencia entre los lugareños, y no dudará en aliarse con Florence debido a su voraz lectura de libros, y sobre todo, la admiración y coraje que le seducen de la librera. Coixet nos sitúa a finales de los 50, en ese mundo de posguerra, en un paisaje cerrado y conservador, y poco amigo de la innovación y los cambios. Un pueblo anclado en las viejas tradiciones y en esa malsana envidia y moralidad que pasean cada vez que alguien profana su mundo, o aquello que sienten como suyo, como el viejo edificio, que lleva siglos cerrado y olvidado, pero que los alerta, porque alguien, alguien como Florence, decide darle vida, limpiar su polvo, quitar su moho, y abrir una tienda de libros, de ventanas abiertas al mundo, de viajes hacia otros lugares, acompañados de otras gentes, gracias a otras miradas, y a otras ideas y experiencias (como ese instante cuando el quijotesco Mr. Brundisch descubre la literatura de Ray Bradbury y demanda sus libros, al igual que ese niño que acaba de saborear por primera vez sus caramelos que se convertirán en sus favoritos).

Coixet construye una mujer inquieta y luchadora, pero también, solitaria, fiel amante de la vida, de la naturaleza, y los libros, que aquí, se convierten, no sólo en el objeto de disputa, sino en aquello que supone cambios y renovaciones en la anticuada y falsedad del ambiente burgués del pueblo. Coixet realiza una película bellísima, conmovedora y elegante (la mirada de su cinematógrafo Jean-Claude Larrieu, tiene mucho que ver, habitual de la directora desde Mi vida sin mí, exceptuando alguna película) con esos encuadres y secuencias de gran factura técnica que, nos agarran sutilmente envolviéndonos en este relato sobre los sueños frustrados, las ilusiones perdidas, y la tenacidad que nos ayuda a salvarnos y a derribar esos muros que se abren a nuestro paso. Florence es una heroína cotidiana, convertida en una enemiga del poder establecido, a su pesar, que no busca guerra aunque se la declaren, sólo quiere abrir una librería para vender historias que hagan soñar y vivir a los demás, que alivien esas existencias tan rutinarias y aburridas en las que se encuentran.

La realizadora catalana nos vuelve a fascinar con su innegable astucia e intuición, y nos regala otro personaje femenino maravilloso que, se mueve entre dudas y desilusiones, pero que agarra con fuerza su sueño y lo sigue con perseverancia, a pesar de todos los obstáculos sociales, físicos y emocionales con los que se encuentra, como la Josephine Peary de Nadie quiere la noche, que se adentra en lo desconocido y sigue en pie, o la Wendy de Aprendiendo a conducir que, emprende una aventura difícil para ella con el propósito de reinventarse a sí misma, o la Consuelo Castillo de Elegy que, afronta su enfermedad y el amor que siente a pesar de su entorno, y finalmente, la Ann de Mi vida sin mí que, se enfrenta a su despedida a través de una entereza encomiable. Mujeres valientes, fuertes e idealistas que, no sólo se enfrentan a un escenario hostil que lucha contra ellas, sino que deben profundizar en su interior para conocerse a sí mismas y sentir la energía que desconocen y sacarla a relucir como medio de supervivencia.

Coixet cimenta su aventura cotidiana desde la esmerada y detallista construcción de personajes empezando por la sorprendente y sutil Emily Mortimer que da vida a Florence, logrando esos matices y gestos que hacen de la librera un personaje desubicado en un ambiente extraño y complejo, pero que no cejará en su empeño, frente a ella, su “enemiga”, una Patricia Clarkson (cómplice de la directora) que hace una interpretación poderosa y ejemplar de la desagradable e hipócrita Mr. Gamart, y finalmente, y como contrapunto a la trama, aparece la figura de Mr. Brundish, al que da vida el siempre eficaz y elegante Bill Nighy, en un personaje quijotesco, solitario y fantasmal, pero que oculta una conmovedora humanidad. Coixet ha hecho una película maravillosa, con ese ritmo cadente que nos va atrapando suavemente, como las tardes de lluvia, o esa brizna de aire que mueve la hierba a finales de otoño, o los frescos amaneceres después de las noches de tormenta, o los paseos al atardeceer por la playa, o aquellas mañanas que acudes a tu librería porque esperas las cajas del repartidor que traen los ejemplares frescos de “Lolita”, de Nabokov. Momentos e instantes filmados con elegancia y suavidad, sin caer en el sentimentalismo, sino todo lo contrario, logrando conmover con la sutileza y el detalle concreto, en una película bandera que reivindica el poder inmenso de los libros, de la palabra escrita, del legado de la sabiduría, de interesar a los niños en descubrir las páginas de un libro, perderse en ese baúl inmenso que nunca encuentras su fondo, con múltiples capas, ventanas, mundos y universos.