Entrevista a Nely Reguera, directora de la película “La voluntaria”, en el Soho House en Barcelona, el miércoles 8 de junio de 2022.
Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Nely Reguera, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, y a Lara Pérez Camiña de Bteam Pictures, por su amabilidad, generosidad, tiempo y cariño. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA
“A medida que crezcas, descubrirás que tienes dos manos; una para ayudarte a ti mismo y otra apara ayudar a los demás”
Audrey Hepburn
En el imaginario cinematográfico de Nely Reguera (Barcelona, 1978), están muy presentes dos elementos inconfundibles: la familia y el cuidado. En su película corta Pablo (2009), una familia debía lidiar con una enfermedad mental. En su opera prima María (y los demás) (2016), una hija había cuidado de su padre y hermanos desde que murió su madre y había llegado el momento de soltar. En La voluntaria, donde vuelven a estar en labores de guion dos estrechos cómplices de la directora como son Eduard Sola y Valentina Viso, volvemos a toparnos con el cuidado y la familia, en este caso, con Marisa, una doctora jubilada – a la que sus dos hijos la quieren, pero cada uno hace su vida lejos de ella -, que acaba de llegar a un campo de refugiados de Grecia. La cámara la sigue en su “aventura solidaria”, todo lo vemos a través de su mirada y sus emociones. Un lugar ajeno y diferente a la vida que ha dejado en Barcelona, un lugar donde encontrará a Ahmed, un niño huérfano que no habla, pero que Marisa verá en él al nieto que no tiene y se desvivirá por el niño.
La directora barcelonesa vuelve a componer un sutil y profundo trabajo sobre el cuidado, la solidaridad y el otro, pero, sobre todo, realiza una exhaustiva fábula moral de aquí y ahora, con ese aroma de los Dardenne, en los nos sumerge en un continuo análisis en el que continuamente nos estamos preguntando sobre la bondad o no del personaje principal, donde cuestionamos o no sus acciones y en las que, durante todo el metraje, tenemos una relación ambivalente con Marisa. Como ocurría en sus anteriores trabajos, la factura de la película es impecable, tanto a nivel técnico, donde encontramos a su fiel cinematógrafo Aitor Echevarría, que sabe conducir es luz cálida ante esas hileras de barracones y tiendas de campaña, donde nos vemos entre lo humano y deshumanizado constantemente, como el ágil y denso montaje que aglutina con oficio los noventa y nueve minutos de la película, donde encontramos a Aina Calleja, otra cómplice de Reguera, que firma la edición junto a Juliana Montañés, que ha estado en las películas de Carlos Marques-Marcet, la excelente música de Javier Rodero Villa, que pone esa luz y negrura que tanto navega por la historia, y finalmente, el sonido directo de Amanda Villavieja, sobran las presentaciones de una de las grandes del sonido en este país, que nos introduce en ese campo real, con todo ese crisol de idiomas, llantos, tristezas y risas que pululan por un lugar tan ajeno y cercano a la vez.
El apartado artístico está a la misma altura que el técnico, con ese niño mudo que interpreta con ternura Hammam Aldarweesh Almanawer, bien acompañado por Caro, el personaje de Itsaso Arana, excelente y concisa la actriz navarresa, que sería el otro lado de Marisa, la coordinadora que sigue con orden y rectitud todas las reglas del campamento, y actúa como faro emocional para el personaje de Marisa, porque alberga más experiencia y sabe de los errores que está teniendo y que son complejos de llevar. Marisa es el cuerpo y alma de una Carmen Machi en estado de gracia, consiguiendo transmitir todas las difíciles emociones de su personaje, donde ella misma se cuestionará muchas cosas y en muchos momentos, no sabrá qué hacer y cuando decide algo, no sabe hacia dónde dirigirse. Un personaje complejo y humano, que cuida al niño y se olvida de dónde está y qué hace allí. Toda la fuerza de la mirada de una Carmen Machi portentosa metida en un personaje con la misma intensidad y complejidad que recuerda a las Rosas que hizo en La mujer sin piano (2209), de Javier Rebollo, donde era una mujer casada muy perdida, y la prostituta rota de La puerta abierta (2016), de Marina Seresesky. Tres mujeres, dos Rosas y una Marisa que luchan por estar un poco menos solas, y sobre todo, por encontrar alguien que las ate a la vida y les dé un camino/esperanza.
Reguera ha convencido con La voluntaria, después de todos los buenos augurios que ya se vislumbraban en la magnífica María (y los demás), y no solo eso, porque en su segundo trabajo aún profundiza en las dificultades de la bondad bien intencionada, en la complejidad de ayudar al otro, y sobre todo, en no dejarse llevar por una solidaridad que sirve como vehículo para curarse emocionalmente, olvidándose de las verdaderas necesidades del necesitado y aún más, en todo aquello que se les da y en muchos casos, no es lo que más le ayuda o le sirve dada su precaria situación, tanto física como emocionalmente. La película plantea muchos reflexiones, dudas y pensamientos que continúan rondando en nuestra cabeza muchos días después de haber visto el relato que nos muestran, y eso es el mejor halago que se le puede decir a una película como La voluntaria, porque en estos tiempos de avasallamiento en las carteleras, es una enorme alegría que algunas de esas historias se queden en nuestra memoria, y no solo eso, que nos cuestionan tantas cosas. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA
Entrevista a Belén Funes, directora de “Sara a la fuga”. El encuentro tuvo lugar el jueves 22 de septiembre de 2016 en la sede de Miss Wasabi Films en Barcelona.
Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Belén Fundes, por su tiempo, generosidad, y cariño, a Pablo Menéndez de Marvin&Wayne Short Film Distribution, por su amabilidad, paciencia y cariño, y a Carla Sospedra (Productora de la película), por su generosidad y cariño, y tener el detalle de tomar la fotografía que ilustra esta publicación.
La película se abre de forma sencilla y de manera esclarecedora de todo el sentimiento que recorre a la protagonista. Al atardecer, vemos a una niña saltando por una ventana y adentrarse por un camino rodeado de árboles, llega a un edificio y toca al interfono, luego entra en un bar y pregunta por su padre, no hay rastro de él, luego la vemos corriendo seguido de dos vigilantes y es atrapada. La vida de Sara es ésta, una huida constante e inútil, una huida de sí misma, de su vida o lo que queda de ella, volviendo a lo que fue su casa, pero ya no lo es, volviendo a una vida que echa de menos, pero que ya no es, no existe, ahora su vida, en ese tránsito sin fondo que asfixia y agobia no tiene lugar, no tiene un sitio, le falta un hogar, el centro de acogida en el que vive no es su casa, ella no lo ve así. Una vida errante, en la que siente una profunda soledad, que la ahoga, porque no tiene a nadie, ni a ese padre ausente, al que solo escuchamos, al que le dice que tiene muchas ganas de verla, pero que nunca llega ese momento, a tantos momentos rotos antes de empezar a vivirlos, a tantas promesas inútiles, a tantas palabras vacías, a tantos puntos suspensivos… Así es la vida de Sara, una más entre mil, pero no como las demás.
La primera película corta de Belén Funes (Barcelona, 1984) viene después de graduarse en la ESCAC en dirección, de haber estudiado guión en la prestigiosa escuela de San Antonio de Los Baños (Cuba) y haber participado como script y departamentos de dirección en un buen puñado de películas interesantes como Tres dies amb la familia, Blog, Animals o la reciente María (y los demás), todos ellos talentos surgidos de la ESCAC. Su película está construida a través de la mirada de Sara, de su desaliento, de su manera de moverse, que se desplaza, casi por inercia, una niña adolescente que parece que nada le afecta, que parece que se ha acostumbrado a esa vida, o a esa huida en la que se convertido su existencia, no siente que sea de nada ni nadie, está cansada de todo, de lamentar una vida que tuvo y ya no tiene, de seguir hacia los lados, porque ya hace tiempo que dejó de creer en ir hacia delante, de sentir que está sola y sin nadie.
Funes plantea una película honesta y directa, casi no nos movemos de las cuatro paredes del centro, la música que escuchamos es diegética (un par de temas bailables que escupe el ordenador) y algún tema que acompaña a Sara o la sombra de ella, un guión incisivo (coescrito con Marçal Cebrian, que también estará en su próximo proyecto) creado a partir de los vacíos y la desnudez del espacio de Sara, un lugar de tránsito, de espera, de estar sin querer estar, de querer estar en otro lugar, con la familia o aquellos que te quieren o al menos es en lo que desean o sueñan las que allí se encuentran. La luz tenue y de penumbra, esas horas de transición en las que se va el día y todavía no ha aparecido la oscuridad, con la que está dibujada la película, obra de Neus Ollé (habitual de Mar Coll) construyen una atmósfera densa, cerrada de difícil escapatoria, con la producción de Carla Sospedra (colaboradora de Isabel Coixet) en una película que necesitó la aportación desinteresada de un nutrido grupo de mecenas para finalizar el proyecto, y las interesantes aportaciones en arte de Marta Bacazo (que ha trabajo con Icíar Bollaín o Roger Gual) y la directora Nely Reguera en labores de script.
El montaje de Bernat Aragonés (con experiencia con Coixet, que actúa como productora ejecutiva del corto, y en series) cortante y ágil contribuyen a crear esa vida sin vida, ese momento de Sara que vive en silencio la pérdida, el dolor que le produce su vida, o su no vida. Una película de 18 minutos intensos y brutales, que nos desnuda emocionalmente, sin maniqueos y sensiblerías, sino de frente, mirándonos a la cara, sin adornos ni florituras, emocionándonos sin pretenderlo, mostrando una realidad social tan cercana que duele, acercándose a ese realismo del cine neorrealista que dejó paso al cine de los sesenta que creció con Truffaut, y Pialat y sus obras sobre menores en huida, o el Free Cinema, que mostraba una realidad sobria y sin concesiones, un cine que heredan los Dardenne y cierto cine actual próximo a la realidad más cercana y dolorosa. Otro de los grandes aciertos de la película corta es la protagonista Dunia Mourad que, apenas sin palabras, construye un personaje complejo y seco, alguien roto y despedazado emocionalmente, alguien que le han prometido demasiadas cosas que no han cumplido, una niña que ya ha vivido demasiado dolor pese a su corta edad, alguien que escucha una voz, la de su padre (interpetada por Eduard Fernández) que ya no parece real, que parece una ilusión, un espejismo, porque Sara ya no se la cree, Sara se encuentra en el difícil proceso de asumir su soledad, su huida hacia donde, hacia ese lugar donde estar mejor, un lugar que ahora ya no existe, solo en recuerdos.
Entrevista a Nely Reguera, directora de “María (y los demás)”. El encuentro tuvo lugar el miércoles 30 de noviembre de 2016 en la Plaza Joan Llongueras en Barcelona.
Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Nely Reguera, por su tiempo, generosidad, y cariño, a Paula Álvarez de Avalon, por su amabilidad, paciencia y cariño, y al cineasta Sergi Pérez, por su amistad y cariño, y tener el detalle de tomar la fotografía que ilustra esta publicación.
María tiene treinta tantos y trabaja en una editorial, aunque le encantaría ser escritora (pero es incapaz o tiene miedo de acabar su libro, al que apenas le queda un párrafo), también, es el pilar de su familia, después de la muerte de su madre, se ha convertido en la luz que ilumina a su padre, al que ha cuidado en su dura enfermedad, y a sus hermanos. Sentimentalmente, tampoco le va muy bien, se acuesta con alguien, aunque ella está ilusionada, el otro parece que no está tan encantado. Su vida vive para los demás, ella ha guardado demasiados cosas en los cajones, y ahora parece ocuparse para no tener tiempo para abrirlos, ella, hace, va y viene, y tiene mil cosas en la cabeza, pero las que de verdad importan, las que tienen que ver con su vida, no son su prioridad, las va dejando, puede que por miedo, o porque es más fácil ocuparse de los demás que de uno mismo.
La puesta de largo de Nely Reguera (Barcelona, 1978) se centra en la mirada de María y sus conflictos internos (ya demostró su talento con sus cortometrajes, y la preocupación sobre las emociones y sus contradicciones, en Ausencias (2002) trabajo de fin de carrera en la Escac, donde se graduó, exploraba las carencias de diferentes personas, en Pablo (2009) planteaba una historia sobre la esquizofrenia de forma singular). Ahora, se detiene en María, una joven independiente, que vive en el norte, más concretamente en Galicia (Reguera tiene raíces gallegas en su familia paterna) parece hacer muchísimas cosas en su vida, aunque preocupada en otra vida, en aquella que nunca quiso vivir, en la que esquivó y ahora no se atreve a cambiar de dirección y empezar en otro sentido. La aparición de Cahita, la enfermera simpática que atendió a su padre y ahora se ha convertido en su novia, derrumba, en cierta manera, esa vida de apariencias y ausencias que se ha construido falsamente a su alrededor.
Reguera sigue a su antiheroína desde la distancia, dejando al espectador que tome la palabra, que sea el quién saque sus propias conclusiones, inicialmente con tomas largas e inquietas, escenificando la propia existencia de su protagonista, para luego reposar la cámara y seguir a María desde la serenidad, investigando las emociones que se van provocando. Reguera plantea una comedia, una comedia aparentemente ligera, con apenas sobresaltos ni conflictos muy profundos, aquí el conflicto es leve, casi imperceptible, la aparición de Cachita desborda un vaso que ya estaba vacío de contenido. María choca con su familia, sus amigos y ese con el que se acuesta, que ella se empeña en convertir en pareja, cuando no lo ha sido nunca, ni lo será. María se muestra satisfecha y autónoma, quizás demasiado, aunque en su interior todo es diferente, debería escucharse más, y lanzarse a vivir su vida, esa vida que no se atreve a vivir, por miedo a enfrentarse a sus miedos. Su familia es convencional, uno de sus hermanos, está a punto de ser padre, el otro, vive con una extranjera, pero tiene planes futuros en España. Todos ellos, observan a María desde la inquietud y la distancia, sin saber muy bien qué tipo de vida tiene y que hace con ella. Una familia que actúa como espejo deformante de esa realidad que María se niega a ver y oculta sin atreverse a mirar de frente con todas sus consecuencias. Reguera ha realizado una película sencilla, humilde y muy emocionante, que emociona desde su sinceridad, conmueve sin pretenderlo, contándonos un relato de alguien que bien podríamos ser nosotros o alguien muy cercano, de esas vidas inquietas que no nos atrevemos a vivir por miedo a fracasar, y nos mantenemos en una infelicidad que no la llena la independencia económica, a esa falsedad de vida que nos han vendido como ideal, pero que no nos llena, de vivir nuestras propias vidas, cueste lo que cueste, de sincerarnos con nosotros mismos y avanzar hacia delante sin miedos y cargados de ilusión.
La interpretación prodigiosa, serena y absorbente de Bárbara Lennie (gran acierto de casting) nos acoge de manera sutil en su relato y sobre todo, en su mirada inquieta y nerviosa, en su torpeza, pero también, en su fragilidad, que podría ser la de nosotros mismos. José Ángel Egido nos muestra un padre serio, con ganas de vivir su vida, al contrario que María. Y los hermanos, un Pablo Derqui, que sigue en una forma estupendísima (se marca un solo interpretando de forma enérgica y simpática el tema “Como yo te amo” de la Jurado, delante de su familia) que ya había trabajado en dos cortos de Reguera, Vito Sanz (alejado de las películas de Jonás Trueba, aquí, de hermano algo bobalicón y novio entregado) Aixa Villagrán (en otro momentazo cómico de la película, expulsando males y hechizos de la incrédula María), Marina Skell (la argentina enfermera que viene a trastocar los planes de María, situación parecida que se vivía en Tots volem el millor per a ella)y Julián Villagrán (como antipático e interesao amante). En el guión, encontramos a Valentina Viso (escritora de Mar Coll, y el Blog, de Elena Trapé), el montaje de Aina Calleja (que también estuvo en Tots volem… y en Family Tour, de Liliana Torres) y la fotografía de Aitor Echevarría (que ya había trabajado en las Ausencias con Reguera).
Nely Reguera se suma a Mar Coll, Elena Trapé, Roser Aguilar y Liliana Torres, en otro brote de talento maravilloso surgido de la Escac, en la que a través de excelentes y profundos retratos femeninos centrados en mujeres que pasan la treintena con problemas emocionales que les cuesta horrores resolver, profundizan sobre su generación de forma concisa, libre y honesta. También, podríamos incluir en esta terna las miradas de Sergi Pérez y Marçal Forés (también surgidos de la Escac) que aunque no planteen retratos de lo femenino, si que comparten la complejidad emocional y el interés en retratar su entorno. Reguera ha hecho una película asombrosa, con muy poco, sólo centrada en su personaje, y su entorno, un paisaje a veces bello y hermoso, y en otras ocasiones, agobiante e incómodo, porque por mucho que nos empeñemos, nuestra vida depende de nosotros, no de los otros.