Los tortuga, de Belén Funes

LAS QUE VIVEN EN LA PERIFERIA. 

“No hace tanto tiempo, en este mismo barrio, la felicidad era también una manera de resistir”.

Almudena Grandes

Con La hija de un ladrón (2019), de Belén Funes (Barcelona, 1984), que seguía el coraje de Sara, una joven madre de 22 años que intentaba vivir dignamente, que se basaba en el personaje de su aplaudido cortometraje Sara a la fuga (2015). Una película que demostró la enorme capacidad de la cineasta que creció en Ripollet, haciendo un cine social y político y situándonos en lo más profundo de la periferia y de las gentes que vivían en ella. Con su segundo largometraje Los tortuga, sigue escarbando los espacios y los sentimientos que subyacen en los territorios del contorno de las ciudades, esos lugares amenazados de desahucios, con individuos en constante peligro, con viviendas precarias y trabajos que penden de un hilo muy fino, casi invisible. Vidas de prestado, como alguien las llamó. No vidas que se mueven entre nosotros, con sueños e ilusiones como nosotros, pero al borde del abismo cómo podemos acabar nosotros. 

Con la ayuda en el guion de Marçal Cebrián, como ocurrió en las anteriores citadas, construyen sus “tortugas” (con la mítica fotografía de Miserachs de 1962 que aparece en la película), a partir de la joven Anabel, que no está muy lejos de la mencionada Sara, que con 18 tacos estudia cine y echa de menos al padre muerto. Vive junto a Delia, su madre que conduce un taxista por la noche y hace lo que puede para que su primogénita siga materializando su sueño. Pasan sus vidas así, y visitando a la familia jienense del padre y pensándolo a través de los olvidos que le legó a Anabel, como nos deja claro la secuencia que abre la película que, de un modo plenamente documental, asistimos a la recogida de olivas por parte de toda la familia. Funes sitúa el foco en los interiores, tanto físicos como emocionales, que recorren las existencias de madre e hija, otra vez en un conflicto maternofilial, como sucedía en la citada La hija de un ladrón, que era entre padre e hijo, sobre todo, planta su mirada en todos esos tiempos muertos o silenciosos en los que sus personajes están pensando o simplemente recogiéndose en sí mismos, o en compañía hablando de lo difícil que está todo, de las pocas oportunidades para los jóvenes y para todos y todas, pero no cae en el pesimismo, sino en pequeñas y leves esperanzas que van apareciendo a golpes de codo, con muchas dificultades, pero que luchan por hacerse un pequeño hueco. 

Como ocurría en su anterior largometraje, el equipo técnico brilla con soltura y se acoge a ese cine sobre las intermitencias y las oscuridades cotidianas. Tenemos a Diego Cabezas, que coincidió con Funes en la serie La ruta, con una cinematografía que consigue una imagen de “verdad”, es decir, un encuadre que sigue con intensidad las vidas agitadas de las dos mujeres, sin caer en positivismos de pandereta ni en estúpidas proclamas sobre la valentía de escaparate y demás banalidades. La música de Paloma Peñarrubia, que hemos escuchado hace poco en películas como ¡Que caigan las rosas blancas!, de Carri, y Caja de resistencia, de Alvarado y Barquero, que ayuda a acompañar con honestidad y sencillez las vicisitudes de las protagonistas. El montaje conciso y magnífico de un grande como Sergio Jiménez que, en sus 109 minutos de metraje, nos da espacio para reflexionar sobre lo que sucede, tanto lo que vemos como lo que se guardan los personajes, unas almas en continua agitación, encarceladas en unas vidas duras y nada complacientes, además, de pasar un duelo que está siendo peor de lo que imaginaban, porque cada una hace y huye de la empatía necesaria para ayudarse y ayudar a la otra. 

En el aspecto interpretativo, Funes vuelve a elegir un gran reparto encabezado por la debutante Elvira Lara interpretando una natural y sublime Anabel, siguiendo la estela de Dunia Mourad de Sara a la fuga y de Greta Fernández de La hija de un ladrón. Una mirada profunda y real que traspasa la pantalla, tanto cuando sonríe como cuando la vida se pone cabrona. Una gran elección que deseamos que siga llenando su talento en próximas películas. Le acompaña Antonia Zegers haciendo de una madre cansada, con poca vida y mucho menos feliz, con su taxi a cuestas como los “tortuga” con sus cosas. La actriz chilena de la que hemos disfrutado en muchas obras, consigue esa cercanía y la complejidad que respiran tanto ella como la complicada relación con su hija y los familiares de su marido ausente. Destacamos la presencia de Mamen Camacho que, algunos espectadores reconocerán como integrante del reparto de la serie diaria Servir y proteger, crea uno de esos personajes-puente, cuñada y tía de las protas, que sabe y hace todo para generar esa unión que parece algo rota. Bianca Kovacs es una vecina rumana que también lucha como puede para seguir, y Sebastián Haro, un actor de raza andaluz visto en mil y una. Y luego una retahíla de intérpretes naturales que forman la familia jienense. 

Volvemos a aplaudir con fuerza la honestidad y el humanismo que destila cada imagen que vemos en Los tortuga, porque es un cine de aquí y ahora, centrado en las gentes de la periferia, esa que está ahí sin que nadie les haga ni puto caso. Un cine bien hecho, un cine social y política, insistimos ya que en este país se ve bien poco, y además contado con sutileza, con fuerza y valentía, deteniéndose en los problemas reales como la falta de una vivienda digna y un trabajo sólido y duradero. Belén Funes vuelve a mirar hacia adentro, su padre jienense que vino a Barcelona siendo un tortuga más, y ella, hija de la periferia que estudió cine como la mencionada Anabel, donde el cine y la vida actúan como espejo-reflejo como medio para reflexionar sobre lo que nos sucede y cómo se cuenta con una cámara y unos intérpretes en esos viajes de ida y vuelta entre un pueblo de Jaén y la urbe barcelonesa, tanto monta monta tanto, donde parece que todo no se va nunca y las cosas suceden en un bucle viciado y triste. Corran a ver la película de Funes, porque muchos se van a ver muy reflejados, porque antes o después se verán envueltos en alguna de las situaciones emocionales de las que profundiza la cinta, y si no al tiempo, por eso es bueno estar preparados y seguir pa’lante. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Paradise is Burning, de Mika Gustafson

NIÑAS SOLAS. 

“Ser excluido del mundo del trabajo, de la producción, del consumo, de la comunidad humana, genera un sentimiento de humillación, de inutilidad, de no existir. De eso trataba Rosetta y todavía es cierto hoy, esa soledad, es una cuestión de dignidad humana”

Jean-Pierre y Luc Dardenne en el Festival Lumière en 2020 

Muchos recordaréis la película Nadie sabe (2004), de Hirokazu Koreeda, en la que una madre abandona a sus cuatro hijos menores en un pequeño piso de las afueras de Tokio. En Paradise is burning (Paradiset brinner, en el original), el arranque es muy parecido, aunque las edades cambian sustancialmente, porque en ésta, las hermanas que se quedan solas son Laura de 16, Mira de 12 y Steffi de 7. Tres edades en tres estados emocionales bien diferentes. La primera está entrando en el mundo de los adultos, descubriéndose a sí misma, el deseo y las responsabilidades. La segunda está entrando en la adolescencia, en los cambios en el cuerpo y descubriendo que significa ser mujer. La pequeña vive una infancia difícil, llena de libertad y descubrimiento. 

Desde su película de fin de carrera Mephobia (2017), un cortometraje de 24 minutos sobre dos niñas de la periferia que deambulan por su barrio, sin más compañia que ellas mismas, la directora Mika Gustafson (Linköping, Suecia, 1988), ha deseado sus dos anteriores trabajos a trazar retratas profundos y sinceros sobre mujeres decididas, fuertes y valientes de cualquier edad, como también hizo en Silvana (2017), un contundente y transparente documental sobre la rapera feminista lituana, que se vio aquí de la mano de El documental del mes de DocsBarcelona. Por eso, para su primer largometraje, coescrito junto al actor Alexander Öhrstrand, que también tiene un breve papel, sigue profundizando sobre sus mujeres solas, sin adultos, que siguen peleando diariamente para salir del fango o no hundirse en él. Como ya anuncia su gran arranque, donde los personajes están agitados y se mueven velozmente, y la cámara las sigue encima de ellas, sin descanso, abriendo puertas y cruzando la calle, en un espacio laberíntico, lleno de obstáculos y salvaje, donde cada día es una aventura, una inquietud y sobre todo, un desamparo constante. 

La voz cantante la lleva Laura, inquieta y astuta, que está muy cerca de la mencionada Rosetta de los Dardenne. Una buscavidas a pesar del desarraigo en el que vive, con esa madre alcohólica, en ésta, ausente, de la que no sabemos nada, pero lo podemos intuir todo, porque la película muestra crudeza, no se regodea de ella, ni mucho menos, porque transita entre lo duro y lo más amable, entre el drama y el humor, entre la desesperación y la ilusión, aunque sea una tarde en una piscina de una casa que acaban de tomar con las amigas, porque hasta rodeados de miseria y sin futuro, siempre hay un lado para la esperanza, como nos decía Kaurismäki. La estupenda y cercana cinematografía de Sine Vadstrup Brooker, del que conocemos sus trabajos para televisión en series como Cara a cara (Forhoret) y El caso Hartung, entre otras,  que define con veracidad a los personajes y los lugares, que describe con sutileza, sin caer en el tremendismo ni nada que se le parezca, con una cámara que es un personaje más, incluso una hermana más. Un ser que mira, reflexiona y nunca juzga. La música del italiano Giorgio Giampà, con más de treinta títulos en su filmografía, es una composición muy presente, pero nada invasiva, que comparte espacio con las canciones del momento que escuchan, sobre todo, la hermana más pequeña, que ayuda a mirar la historia de verdad, sin interferencias ni subrayados. 

Un gran trabajo de montaje de Anders Skov, del que hemos visto excelentes películas como Sameblod, Heartstone, Border, de Ali Abbasi y Charter, entre otras, en una tarea de difícil ejecución, porque estamos ante una película contada como un diario, muy cotidiano y transparente, donde la realidad tiene muchas caras y matices, y la película se va a los 108 minutos de metraje, pero la edición del danés es ejemplar, con secuencias de puro corte y nada complaciente. La gran idea de fusionar un reparto de intérpretes naturales con otros más experimentados hace que la película emane verdad y honestidad, que nos sintamos partícipes y sobre todo, logre con esa mezcla la necesaria reflexión. Tenemos al trío de hermanas encabezado por Blanca Delbravo como Laura, Dilvin Assad es Mira y Safira Mossberg es Steffi, reclutadas de forma casual, que llenan la pantalla en sus respectivos conflictos y formas de crecer y enfrentarse a sus diferentes cambios y necesidades. Y luego, tenemos a los adultos como Ida Engvoll, que la hemos visto en Un hombre llamado Ove y en The Kingdom, de Lars von Trier, hace de Hannah, un personaje que se relaciona con Laura, y hasta aquí puedo leer, Mitja Siren es Sasha, alguien que tiene que ver con Mira y el karaoke, y Marta Oldenburg es Zara, la vecina que tiene de todo. 

Estamos ante una película bien llevada, mejor filmada y extraordinariamente interpretada, que se detiene en esos barrios alejados de todo, carne de servicios sociales, llenos de inestabilidad, familias desestructuradas, padres ausentes o desconocidos, y niñas y niños que crecen desamparados, ajenos de los adultos, creciendo como pueden, descubriendo la vida y sus alegrías y oscuridades de forma natural y quizás, demasiado pronto, en una suerte de vidas rotas y extrañas, que sobreviven con lo poco que saben y pueden, cogiendo de aquí y de más allá, vidas afeitadas, vidas salvajes, vidas golpeadas y sobre todo, no vidas como aquella que sufría Antoine Doinel en la memorable Los 400 golpes, de hace más de 60 años que, vista la actualidad más reciente, las cosas siguen ahí, siguen despedazando vidas, aunque Laura, Mira y Steffi parece que como le ocurría al joven que deseaba salir de su agujero y aislamiento adulto, ellas no se amedrentan y a pesar de sus tristes circunstancias siguen con sus vidas, compartiendo lo poco que tiene que, a veces, es todo, con sus cambios, sus pequeñas e incompletas alegrías, con las demás y con ellas mismas, y esperando que la vida les cambie o al menos, no les haga tanto daño, porque la vida puede ser muchas cosas, pero que tenga menos oscuridad y no tanta soledad, que es lo que más duele cuando se és tan pequeño todavía. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Luis (Soto) Muñoz y George Steane

Entrevista a Luis (Soto) Muñoz y George Steane, director y actor de la película «Sueños y pan», en el marco del D’A Film Festival, en los Jardines Mercè Vilaret en Barcelona, el sábado 6 de abril de 2024.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Luis (Soto) Muñoz y George Steane, por su amistad, tiempo, sabiduría, generosidad, y a Marina Esteban Marín de Mubox Studio, por su generosidad, cariño, tiempo y amabilidad. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Sueños y pan, de Luis (Soto) Muñoz

JÓVENES EN EL LIMBO. 

“Me encantan los sueños, incluso cuando son pesadillas, lo cual debe ser lo habitual. Mis sueños están a rebosar por los mismos obstáculos, pero no importa”

Luis Buñuel

La primera vez que descubrí el cine de Luis (Soto) Muñoz (Baena, Córdoba, 2000), fue a través de la película El cuento del limonero, a través de la magnífica plataforma Filmin, un relato social y fantástico sobre la vejez filmado en la Puerta de Córdoba durante los meses pandémicos, y protagonizado por su abuela Dolores Marín. Unos meses antes, en enero de 2020, había empezado a rodar Sueños y pan, una película que rendía homenaje a dos títulos emblemáticos: Los olvidados (1950), de Luis Buñuel, y Los golfos (1960), de Carlos Saura. “Una película para aprender a hacer cine”, según palabras del director. Un rodaje con amigos, de guerrilla y filmado en los ratos libres, que se alargó hasta julio del 2021, con el mismo espíritu de Los ilusos (2013), de Jonás Trueba. Un cine hecho desde adentro, sin dinero, y en compañía y en cooperativa, siguiendo el espíritu de la sección “Un impulso colectivo”, del imperdible D’A Film Festival de Barcelona, comisariada por el escritor cinematográfico Carlos Losilla, de la que este año ha formado parte. 

La película toma el extrarradio y la periferia madrileña como escenarios vacíos y olvidados para contarnos las desventuras de dos jóvenes Dani, más extrovertido, más locuaz y más todo, y Javi, todo lo contrario, que forman un dúo de ladronzuelos sin suerte, sin rumbo y llenos de sueños. Junto a Sara y el hijo pequeño de ésta, forman una especie de familia que comparten piso, esperanzas y pesadillas. La cosa arranca cuando roban una pintura que parece valiosa. Pero, los problemas empiezan cuando pretenden venderla que no resultará tan fácil como pensaban, y darán comienzo a una serie de travesías urbanas que les llevará a los lugares más elitistas de la ciudad. A partir de un extraordinario y sobrio blanco y negro que firma Joaquín Ga-Riestra Guhl, con esa luz que traspasa a sus protagonistas, entre sombras y lugares sin alma, confundiéndonos entre realidad y sueño, donde lo tangible y lo onírico se mezclan, creando ese no lugar lleno de matices y no colores. La misma posición opta el montaje que firma el propio director, porque fusiona de forma ejemplar los momentos trepidantes, donde la cámara se agita y se desplaza con los pasos de los personajes, y esos otros momentos en los que la pausa y el respiro se adueñan de la pantalla, donde hay tiempo más que para la reflexión, para escuchar a estos dos jóvenes sin pasado y sin futuro, moviéndose en un presente continuo que parece, en ocasiones, en un extraño bucle que parece no tener principio ni fin. 

Una película de estas características necesitaba unos intérpretes muy involucrados en la causa, es decir, que transmitieran la naturalidad y la fragilidad de unos personajes al borde de todo y todos. Tenemos a George Steane, que hemos visto dando vida a uno de los cowboys de Extraña forma de vida, de Almodóvar, y en la serie La mesías, entre otras, dando vida al hermano y soñador Dani, un tipo de buen corazón, aunque algo tosco y fiera, pero que ayuda a dotar de paz y tranquilidad a este trío heterogéneo. Javi es Javier de Luis, un tipo que se enfada mucho, que es callado e introvertido, que es más inteligente que Dani pero que le cuesta comunicarse. Y finalmente, tenemos a Sara que hace Cristina Masoni, el vértice de este extraño trío, del que no sabemos nada, ni de su pasado ni de cómo se conocieron (sólo que tiene problemas con las drogas y tiene un hijo pequeño), un enigma que ayuda a la película y a su propuesta. Sin olvidarnos de Mubox Studio con Alejandro González al frente, que ya estuvo detrás de El cuento del limonero, y ahora vuelve a unir sus fuerzas con (Soto) Muñoz para levantar la película. Sueños y pan es una película que nace de muchas otras, y no esconde sus múltiples referencias, para nada, si no que las hace evidentes y sobre todo, las hace suyas, las va introduciendo en la trama de una forma sencilla y natural, sin ningún tipo de estridencias ni nada que se le parezca. 

Los espectadores más cinéfilos y más informados verán que hay referencias a mucho del cine quinqui y social que se hizo en España en el tardofranquismo como los ya mencionados Buñuel y Saura, y otros como Eloy de la Iglesia, Angelino Fons, José Antonio de la Loma, entre otros, y algunos más contemporáneos que también tuvieron el quinqui como inspiración como Juan Vicente Córdoba y su Quinqui Stars (2018), donde Ramsés Gallego “El Coleta”, su protagonista que buscaba a Saura, tiene una breve presencia en la película. No deberían perderse una película como Sueños y pan, elocuente y formidable título que le va como anillo al dedo, porque es una película de cómo hacer cine cuando se tienen ganas de hacerlo y apenas se tienen medios para llevarlo a cabo, porque es un torrente de ideas, sugerencias y reflexiones de cómo hacer una película sobre el aquí y ahora, aunque los más informados sobre el fútbol y el Atlético de Madrid pueden ubicar el tiempo en el que se posa la película, aunque tenga esa actitud de atemporalidad, de ese no tiempo, no lugar y si personajes, unos tipos que a pesar de todo, sueñan con una vida mejor, o con eso que el sucederá al día siguiente, porque la pintura que han robado no es más que el camino para hacer realidad sus sueños, el macguffin de un relato que les va embrujar y atrapar desde su primera secuencia del robo, a la carrera, o mejor dicho, Deprisa, deprisa, como manda el género. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Nora El Hourch

Entrevista a Nora El Hourch, directora de la película «HLM Pussy», en el marco del D’A Film Festival, en el Hotel Pulitzer en Barcelona, el lunes 8 de abril de 2024.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Nora El Hourch, por su amistad, tiempo, sabiduría, generosidad, a Philipp Engel, por su gran labor como intérprete, y a Beatriz Cebas de Flamingo Comunicación, por su generosidad, cariño, tiempo y amabilidad. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

HLM Pussy, de Nora El Hourch

UNA PARA TODAS Y TODAS PARA UNA.  

“En la noche oscura, sobre la piedra negra, una hormiga negra. Dios la ve”. 

Proverbio árabe. 

La directora franco-marroquí Nora El Hourch (Angers, Francia, 1988), realizó su primer trabajo, Quelques secondes (2015), una película corta sobre cinco chicas de la periferia parisina que nació para exorcizar la violación que sufrió a los 20 años. A partir del mismo espíritu y de la actitud contestataria de aquella, nace su ópera prima HLM Pussy, que viene de la definición de “Habitation à Loyer Modéré” (Habitaciones vivienda subvencionada para personas con pocos recursos), y la palabra “Coño”. Conocemos a tres jóvenes de la periferia parisina: Amina, de padre marroquí y madre francesa, Djeneba, de padres africanos y Zineb, de padres marroquíes. Son de orígenes diferentes pero comparten una gran amistad, confidencias, intimidad y un carácter que las diferencia de los demás y sobre todo, son una piña en todo y ante todos. Aunque, la cosa se pondrá seria cuando Zineb es acosada por Zakaria, un buen amigo de su familia, y las otras dos lo graban y Amina, lo sube a las redes sociales, a una cuenta de Instagram que se llama “HLM Pussy”, y se convierte en viral y una ventana para denunciar el acoso que sufren muchas mujeres a lo largo y ancho del planeta. 

La mise en scène resulta de la película resulta una decisión capital para trasladarnos a ese mundo de la juventud de redes, de agitación constante y continuo movimiento, a través de un cámara que se mueve con y entre ellas, siendo una más de las tres amigas, explorando su intimidad, sus miedos e ilusiones ante un entorno hostil y con pocas esperanzas, en un detallista y sensible trabajo de cinematografía de Maxence Lemmonier, así como el exquisito y concienzudo trabajo de montaje de Quentin Jourde D’Arzac, en el que abundan los planos secuencias, y los primerísimos planos en el que se detallan cada aspecto de sus personajes, en un ambiente muy doméstico y cercano. La música, capital en el seno de estas tres jóvenes, que firma Clément Tery, ayuda a conocer con más profundidad las pulsiones personales y sociales de tres chicas que viven e intentan salir adelante en una atmósfera donde el acoso está a la orden del día, como deja claro la excelente secuencia que abre la película, que nos recuerda a la que abría la estupenda Pulp Fiction (1994), de Tarantino, en la que se define el entorno de la película y el de las protagonistas, y esa alianza de ayuda y amistad que tienen entre ellas. 

Un guion muy potente, de aquí y ahora y cualquier tiempo, porque habla de personajes que no se lamen sus heridas y se levantan contra la injusticia y la violencia, aunque lo hagan torpemente y con miedo. Podríamos decir que el guion que firma la propia directora, tiene dos partes bien diferenciadas. En la primera, conocemos a las protagonistas, sus diferentes caracteres e idiosincrasia, así como sus entornos, sus familias y colegio, tanto a un nivel humano como social. En la segunda, el citado video subido a redes, les lleva a recibir amenazas del sujeto en cuestión y eso, las distancia y las sitúa en el miedo y la desconfianza entre ellas, y es ahí donde la película nos remueve muchísimo más, porque nos empuja a tomar partido y sobre todo, a cuestionarnos nuestras ideas, prejuicios y demás aspectos morales, además que la historia coge un vuelo impresionante, demostrando la inteligencia y la capacidad de El Hourch para romper las normas preestablecidas y llevarnos hacia terrenos donde todo se coloca patas arriba, donde el cine se destapa como una forma de denuncia, de mirar de frente los problemas que están ahí a diario, y cómo enfrentarlos y gestionarlos, que nunca es nada fácil. 

Aunque donde la película ha acertado de pleno es en su magnífica elección de sus tres protagonistas, porque no sólo actúan con veracidad y naturalidad, sino que transmiten todos sus miedos, valentías y contradicciones de un modo que nos atrapa y nos conmueve, sin trampas ni cartón, con cercanía y humanidad, amén de ser dos de ellas debutantes, y la otra, con poca experiencia. Tenemos a Léah Aubert en el papel de Amina, la francesa-marroquí de un ambiente de clase media, entre dos mundos, aunque ella se siente de sus amigas y de ese entorno de periferia, después está Médina Diarra como Djeneba, de padres africanos, que vive con su tío, con su canal de instagram en el que vende zapatillas deportivas de marca, la fashion del grupo con su colección de pelucas, y finalmente, Zineb que hace Salma Takaline, la marroquí que sufre el acoso de su amigo, la más frágil del grupo y quizás, la que más necesita el apoyo de las otras. El reparto se complementa con la presencia del acosador que hace Oscar Al Hafine, y los adultos y padres de Amina, Bérénice Bejo, una actriz de sobrada capacidad para creernos cualquiera de sus roles, y Mounir Margoum, el padre marroquí que no quiere que su hija sufra tanto como él cuando quiso convertirse en un médico respetado siendo de fuera. 

Tiene HLM Pussy el aroma que tenían El odio (1995), de Matthieu Kassovitz, en su radiografía de la otra Francia, la invisible y sometida, y en su lucha por salir del agujero de la periferia, y de Bande de Filles (2014), de Céline Sciamma, donde Mariemme y las demás chicas no estarían muy lejos de las protagonistas de la película de Nora El Hourch, porque además de ser mujeres, son racializadas, y viven en uno de esos barrios de la otra Francia, la inmigrante, la de hijos de inmigrantes, la que no se ve en las noticias por cosas positivas, sino aquellas relacionadas con violencia y demás. Tanto las películas mencionadas como HLM Pussy quieren mostrar las múltiples caras de estos lugares, viéndolos desde un prisma más humano, menos estereotipado, donde también hay mujeres que se alzan ante la injusticia y el acoso diario, que tienen herramientas para decir NO, aunque a veces, se crucen ciertos límites que pueden poner en peligro cosas tan bonitas como la amistad, como la verdadera amistad, que en este mundo, son tan importantes y cruciales para ir todas a una y rebelarse ante la violencia y el miedo que quieren imponer algunos. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Libélulas, de Luc Knowles

LA JUVENTUD PERDIDA.

“Todo el mundo quiere largarse de este barrio. Lo oyes cada día. La verdad es que lo llevo oyendo toda mi vida. Planes de mierda y sueños rotos que no se llegan a cumplir. Pensando en cómo irse para no volver”

La secuencia, a modo de prólogo, que abre Libélulas, muestra a las dos protagonistas Alex y Cata en ese estado de estar sin estar, deambulando por aquí por allá, sin nada que hacer ni rumbo que tomar, haciendo como si se divirtiesen o quizás, una propia representación de esa vida que les gustaría tener y que para nada tienen. Sumergidas en una existencia detenida, malviviendo en esos barrios de la periferia donde no ocurre nada que valga la pena, perdiéndose en las noches donde se drogan, juegan a divertirse y también, se pelean. Son dos jóvenes, amigas de toda la vida, que sueñan con huir de su realidad, pero su realidad hace mucho que las dejó tiradas o tal vez, todavía lo de escapar se ha convertido en un sueño, no en una realidad real.

El director Luc Knowles, que se fraguado en el videoclip y la publicidad, opta por un marco reconocible y atemporal, es decir, su aspecto y su imagen son muy próximas a ese cine del extrarradio, al cine de Larry Clark, Greg Araki, Harmony Korine y Sean Baker, entre otros, sin olvidar a películas como Rosetta (1999), de los Dardenne o Winter’s Bone (2010), de Debra Granik,  donde abundan las casas baratas prefabricadas o esas caravanas, gentes sin trabajo o trabajos precarios, gentes sin alma que trapichean, se drogan y pierden su poca vida en noches tan largas que hacen del día un tiempo insoportable. La cámara de Iván Sánchez Boró (que ha trabajado en películas de Ramón Luque), es una cámara pegada al cuerpo y la piel de los protagonistas, metiéndose entre ellos, sumergiéndose en su irrealidad y en su intimidad, sin juzgarlos solo retratando su cotidianidad, sus conversaciones y esa soledad compartida que duele y que entristece. La música de Iván Espejo (aka John Vermont) resulta fundamental en este retrato de aquí y ahora, que sabe escrutar y describir los diferentes estados de ánimo de los diferentes individuos, sus montañas rusas emocionales y ese ir y venir intenso y muy loco.

Una banda sonora que incluye un temazo como los que se marcaba el gran Bambino, porque escuchar “Culpable”, mientras vemos el rostro desencajado de Milena Smit es oro puro, uno de esos momentos del cine español de esta temporada. La trama es sumamente sencilla, vemos las jornadas de estos jóvenes y sobre todo, sus noches de drogadicción y fiestas locas y sexuales, mientras seguimos a un par de polis, uno de ellos corrupto, que investigan quién o quiénes están moviendo por el barrio medio kilo de perico, donde el director usa para ver ese barrio o lo que queda de él, sumido en su depresión enfermiza, con tiendas cerradas y abandonadas, lugares convertidos en basureros, y una desolación que tiene que ver con ese aire fantasmal de los lugares donde la vida pasó de largo. Estos jóvenes podrían ser los hermanos mayores de Javi, Manu y Rai, los tres chavales que pululaban por Barrio (1998), de Fernando Léon de Aranoa, porque si uno de los grandes puntazos de la película es su increíble reparto, que destila alma y fisicidad.

Un extraordinario casting en el que mezcla algún que otro veterano con un reparto lleno de caras desconocidas y muchos debutantes o con poquísima trayectoria en esto del cine, si exceptuamos a Milena Smit  como Cata, que nos flipa cada vez que la vemos en sus inquietos y sinceros personajes, con ese aire de fragilidad e inocencia, pero con un alma fortísima en su interior, como la chica oscura de No matarás o la madre-niña de Madres paralelas. Bien acompañada por Olivia Baglivi como Alex, con la que hace una pareja rompedora, que se comen la pantalla, traspasándola y conmoviéndonos a través de una pureza y cercanía maravillosas. Son dos grandes agitadoras ye inquietas y agitando cada secuencia en la que están presente, que no estarían muy lejos de las chicas de la reciente Las gentiles, de Santi Amodeo. Alex es la chica que planea pirarse con su chico Jota que hace Gonzalo Herrero, Pol Hermoso es el rubio, el que se lo hace con Cata, con sus rollos y demás, Lei Lei Wu es el chino, un cocinero al que le va Alex, y trabaja con Marina Esteve, la hermana de Alex. También encontramos a Javier Collado como Nico, el poli de armas tomar, yonqui y putero, toda una joya en la cinta, al que le acompaña Raquel Brel.

Libélulas, gran título que hace referencia a esa fragilidad fusionado con el continuado aleteo, un no parar en unas vidas que pueden deshacerse en cualquier instante. Una película atípica dentro del panorama del cine español, por su transgresora propuesta, su forma y fondo, en continua búsqueda como sus protagonistas, dos mujeres al borde todo y en la nada perenne. Un filme  que recoge el aroma de ese cine indie estadounidense que tanto ha brillado a nivel internacional, mostrando las miserias humanas y sociales de aquellos que son expulsados del paraíso que nos hablaba el gran Jarmusch, o aquellos otros, más alejados que tanto le gustaban a Waters, en todo caso, celebramos el estreno de una película como esta, y nos alegramos de la llegada a nuestro cine de un tipo como Luc Knowles, y deseamos que su talento siga trabajando en el cine y sigamos conociendo su forma de hacer y deshacer, y sobre todo, esa intuitiva y humana mirada a los de abajo, a los excluidos y a los que nada tienen y sienten mucho, nos deje algunas obras interesantes, honestas y humanas. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Arthur Rambo, de Laurent Cantet

ARTHUR RAMBO VS KARIM D.

“Aprendí a reconocer la completa y primitiva dualidad del hombre; Me di cuenta de que, de las dos naturalezas que luchaban en el campo de batalla de mi conciencia, aun cuando podía decirse con razón que yo era cualquiera de las dos, ello se debía únicamente a que era radicalmente ambas.”

De “El extraño caso del Dr. Jekill y Mr. Hyde”, de Robert Louis Stevenson

“La otra Francia”, la que es francesa, pero nunca se han sentido como tal, la de padres inmigrantes, la de otro color, otras costumbres, la que crece en la periferia, la que siempre está excluida de esa Francia oficial, de esa Francia burguesa, bien pensante y de derechas. Esa otra Francia ha sido muy retratada por el cineasta Laurent Cantet (Melle, Francia, 1961), y más centrada en su juventud, como el joven ingenuo de Recursos humanos (1999), que cree que ayudará a conciliar entre empresa y trabajadores y acaba siendo un esbirro más, el joven haitiano de Hacia el sur (2005), que encuentra en las mujeres blancas y solas una forma de vida, los jóvenes alumnos de Entre les murs (2008), y aquellos otros que pululaban por el Taller de escritura (2017). Todos jóvenes que empiezan a darse cuenta de la realidad de Francia, una verdad que dista mucho de las proclamas de libertad y demás, porque ellos viven en un espacio aparte, donde no llega esa Francia de principios, valores y oportunidades.

Como hiciera en El empleo del tiempo (2001), en la que se basaba en un caso real muy mediatizado, en el que un joven desempleado miente a su familia inventándose un trabajo en las Naciones Unidas, Cantet ha mirado a la realidad de Mehdi Meklat, para crear una ficción que lleva el nombre de Arthur Rambo, pseudónimo de Karim D., un joven de la periferia que se ha convertido en el autor de moda, después de escribir un novela basada en las vivencias de su madre argelina. Aunque lo que parecía el ascenso de alguien sin nombre que llega a la cumbre y se codea con la Francia respetable, se convierte en una pesadilla cuando salen a la luz los tuits de su alias Arthur Rambo, un personaje inventado que lanza mensajes de odio y violencia en Twitter. El cineasta francés logra concentrar todo ese mundo despiadado y sin control de las redes sociales, en un exquisito y brutal guion que firma junto a Fanny Burdino y Samuel Doux, que ya colaboraron juntos en las películas El creyente, de Cédric Kahn y Carole Matthieu, de Louis-Julien Petit, en una trama acotada en solo dos días, en una road movie urbana en que la seguimos sin descanso a Karim/Arthur, en un juicio intenso y sin descanso en el que es sometido por todos: los responsables de la editorial, su editor, sus íntimos, su familia, y por él mismo. Todos quieren saber el porqué.

La película no busca culpables ni inocentes, sino que hace un análisis profundo y detallado sobre el funcionamiento de las redes sociales, ese espacio infinito, que alcanza a todos y todo, como los mensajes sobreimpresionados en la pantalla que empiezan siendo legibles para poco a poco, y a medida que avance el acoso contra el protagonista, a llenarse sin descanso y ocupando toda la pantalla y contaminándola abruptamente. El ritmo de la película se acoge al estado de ánimo del personaje principal, con la vertiginosidad del primer bloque para pasar a un tempo más lento, más de quietud, más de reflexión, donde el personaje va de la cima al fango, o lo que es lo mismo, pasando por las dos Francias, la del brillo del éxito y la cumbre a aquella otra, la de la periferia, la de la inmigración y la de la miseria, en un grandioso trabajo del cinematógrafo Pierre Milon, que ha trabajado en todas las películas de Cantet menos en la primera, y en buena parte de la filmografía de Robert Guédeguian, y el no menos espectacular ejercicio de montaje de Mathilde Muyard, que ya estuvo en Taller de escritura.

Una película basada en el particular vía crucis de un personaje que debe mirarse en su interior, y descubrir quién es o por lo menos, no olvidarse de dónde viene, sin entrar en juicios ni nada por el estilo, solo dejándolo enfrentándose a él, y al resto, necesitaba un intérprete que lo transmitiera todo con una mirada o un gesto, porque después de escupir tanta violencia verbal por Twitter, ha llegado el momento de callar y reflexionar. Un actor excelente en la piel de Rabah Naït Oufella, que muchos recordamos como uno de los alumnos del profe François Bégaudeau de Entre les murs. Le acompañan el gran trabajo de Bilel Chegrani como el hermano pequeño, que tiene a Karim como un espejo donde mirarse que se le viene abajo después del escándalo, Antoine Reinartz es el editor que también pregunta e intenta comprender, Sofian Khammes es Rachid, el íntimo de Karim, que lo rechaza, y demás intérpretes que, como suele habitual en el cine de Cantet, componen unos individuos complejos, de grandísima naturalidad y que nos seducen con su humanidad.

Cantet es de esos cineastas que encuentra en la realidad más inmediata, en esa realidad que se amontona a diario, el germen perfecto para abordarla, pero siempre desde el análisis profundo, en el que florecen una gran complejidad, en sus crónicas sobre la Francia que ha crecido con él, multicultural, diferente, cercana, desilusionada, abandonada, invisibilizada y protagonista cuando se trata de lo más oscuro y perverso, con Karim D./Arthur muestra a un ser sumamente complejo, de múltiples rostros con sus tuits, una especie de Dr. Jekyll y Mr. Hyde, dos tipos en solo uno, o quizás la mitad de otro que todavía no conocemos, el joven creador de la periferia que ha retratado a los suyos de forma veraz y auténtica, pero también, el hater sin filtros que ataca violentamente contra los suyos y todos los de la periferia. La película no juzga, deja al espectador que sea testigo y saque sus propias conclusiones, si es que es capaz de sacar alguna, el debate está candente sobre las redes sociales y todo lo que las envuelve, entre ese mundo virtual y el de aquí, que cada vez parece más virtual, o quizás ya lo es. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Xavi Esteban

Entrevista a Xavi Esteban, codirector de la película «Perifèria», en el Zumzeig Cinema en Barcelona, el sábado 10 de julio de 2021.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Xavi Esteban, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, y a Johanna Tonini de Movies for Festivals, por su generosidad, cariño, tiempo y amabilidad. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Shorta, el peso de la ley, de Anders Olholm y Frederik Louis Hviid

EL BARRIO NUNCA OLVIDA.

“La primera igualdad es la equidad”

Víctor Hugo

Hace un par de años se estrenó Los miserables, de Ladj Ly, también distribuida por Caramel Films, en la que se reflejaba y cuestionaba la acción policial en los barrios periféricos de París, unos lugares llenos de desigualdad, con cientos de chavales desfavorecidos y sin futuro. En Shorta, el peso de la ley, nos trasladamos a una de esas urbes de Dinamarca, pero las consecuencias siguen siendo muy similares, ya que los agentes de la ley se enfrentan a chicos con las mismas circunstancias que aquellos franceses. Anders Olholm (Copenhague, Dinamarca, 1983), saltó a la fama con el díptico Antboy, película de niño superhéroe, se asocia en la escritura y en la dirección con Frederik Louis Hviid (Copenhague, Dinamarca, 1988), que había dirigido algunos episodios de la tercera temporada de la exitosa serie La ruta del dinero, para construir una película que ya desde su título “Shorta” (que significa policía en árabe), se adentra en las complejas cuestiones de la autoridad frente a los más desfavorecidos, en las tensiones con las que tienen que convivir policías cargados de horas de trabajo y mal retribuidos, enfrentados a chavales árabes en su mayoría, enclaustrados en lugares difíciles, vacíos y sin un futuro al cual agarrarse.

Los directores daneses huyen del discurso fácil de buenos y malos, para sumergirnos en mucho más, en un relato lleno de tensión y adrenalina, donde hay muy poco descanso, acotado a una sola jornada, y sobre todo, a la parte nocturna, en la que dos polis se adentran en un barrio periférico ya en ebullición, porque a su precaria vida, se añade el fallecimiento de un joven en manos de la policía. Ante ese panorama convulso, la pareja de agentes detiene a Amos, un joven conocido, y la rabia ya existente, se desata con consecuencias irreparables. La excelente cinematografía de Jacob Moller, que se pega a los personajes, siguiéndoles de manera vertiginosa por sus calles, sus edificios ratoneras y esos lugares vacíos en los que todos miran agazapados, expectantes a saltar a sus presas. Y el fabuloso montaje que firma Anders Albjerg Kristiansen, donde a los planos secuencia de seguimiento, se añade una narrativa fragmentada, vertiginosa y abrumadora, que nos mantiene en constante tensión, yendo de la mano a lo que están viviendo los atribulados protagonistas.

La película tiene esa fuerza de cuestionar métodos policiales, pero también, refleja ese sentimiento de vacío de los chavales y la violencia como respuesta a una situación que va mucho más allá de polis y chavales, en la que los gobernantes tienen mucho que decir y sobre todo, mucho que hacer, no convirtiendo esos barrios de inmigrantes en guetos insufribles, un caldo de cultivo violento y trágico. El relato habla de personas, de cómo reaccionamos ante situaciones límite, de la fragilidad de nuestros posicionamientos morales, y del miedo que nos atenaza cuando nuestras vidas corren un peligro muy serio, huyendo completamente de la condescendencia y el sentimentalismo, construyendo secuencias de una fuerza extraordinaria, donde todos los personajes tienen su momento y sus ideas y prejuicios férreos se van desmontando a medida que las circunstancias los sobrepasan. Un buen trío protagonista encabezados por los actores Jacob Hauberg Lohmann como el duro Mike Andersen, el poli temido por los suyos y los adolescentes árabes, sin escrúpulos y pasándose la ley por el forro, aunque probará la horma de su zapato, junto a él, Simon Sears como Jens Hoyer, el poli más correcto y serio, que también verá como su código se viene abajo, y finalmente, el joven debutante Tarek Zayat que da vida a Amos, ese joven detenido que se convertirá en la única llave posible para salir del endiablado laberinto en que se ha convertido el suburbio de Svalegarden.

Shorta, el peso de la ley bebe de los grandes títulos estadounidenses de los setenta, los de Lumet, Boorman, Petrie, Pakula, etc…, películas que no solo nos hacían pasar un rato entretenidos, sino que se han convertido en títulos de culto para explorar métodos policiales y el sinsentido de las leyes y los procedimientos legales que convertían a agentes y chavales en ratas de experimento, en una sociedad que imponía las leyes, olvidándose de las verdaderas necesidades de sus ciudadanos. Olholm y Haviid componen una película dura, sin concesiones y llena de cuestionamientos morales, donde todos son víctimas y derrotados de una sistema de mierda que consigue su macabro propósito, que se maten los unos a los otros, mientras los gobernantes siguen haciendo del país un business para hacer dinero y que los siempre sigan ganando, y los de abajo, polis incluidos, vayan desviando las noticias más importantes y sigan peleándose y en ocasiones matándose. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA