Regreso a Raqqa, de Albert Solé y Raúl Cuevas

MARC MARGINEDAS, REPORTERO DE GUERRA.

“No hay guerra que se pueda transmitir a distancia. Una persona se sienta a la mesa y se pone a comer tan tranquila mientras ve la televisión: en la pantalla, torbellinos de tierra saltan por los aires –corte–, se pone en marcha la oruga de un tanque –corte–, los soldados caen abatidos y se retuercen de dolor, y el espectador pone mala cara y maldice furioso porque, pendiente de la pantalla, ha puesto demasiada sal en la sopa”.

Ryszard Kapuscinski

La ausencia de imágenes, ya sean fotografías o audiovisuales, nunca significa un abandono de la película que se quiere contar. Si vemos el cine de Rithy Panh, descubrimos que, en La imagen perdida (2013), unas cuantas figuras de barro pueden retratar el horror vivido en los campos de trabajo de los Jemeres Rojos en Camboya. En otras ocasiones, la animación se ha utilizado ante la falta de imágenes como en películas tan extraordinarias como  Persépolis (2007), de Marjane Satrapi y Vincent Paronnaud, Vals avec Vashir (2008), de Ari Folman, en las que se retrataba duras experiencias como crecer siendo mujer en el régimen de los Ayatolá y como soldado israelí en una matanza de refugiados.

Los reporteros de guerra también han tenido sus películas como Un día más con vida (2018), ´de Raúl de la Fuente y Damian Nenow, sobre la experiencia africana de Kapuscinski, y Chris el suizo (2018), de Anja Kofmel, en la se narra la muerte de un reportero en la guerra de los Balcanes. En Regreso a Raqqa se centran en la experiencia del reportero de guerra Marc Marginedas, especialista en cubrir conflictos en países árabes que, después de su tercer viaje a Siria fue secuestrado por el Estado Islámico durante seis meses junto a otros diecinueve colegas y funcionarios de ONG. Sus directores son Albert Solé (Bucarest, Rumanía, 1962), con experiencia como reportero TV,  y con el nuevo milenio dedicado al cine documental en el que ha dirigido y producido más de veinte títulos, entre los que destaca el retrato de un personaje enfrentado a sus propios límites como Bucarest, la memoria perdida, Al final de la escapada, Los recuerdos del hielo, Gabor, entre otros, y Raúl cuevas (Barcelona, 1978), dedicado también al cine documental, entre los que destaca sus trabajos con Miguel Ángel Blanca, y sus trabajos conjuntos con Solé en la serie Examen de conciencia (2019), y L’última cinta des de Bosnia (2020).

Con Regreso a Raqqa vuelven a unir sus esfuerzos para contarnos desde lo personal e íntimo la horrible experiencia de Marc Marginedas, pero huyen del sensacionalismo y el manido ejercicio de superación, para adentrarse en un tipo que nos habla a modo de diario personal en su vuelta a Siria para contarnos lo que allí le sucedió. Marginedas nos habla, sin prejuicios ni cortapisas, de su oficio de periodista, de su labor como reportero de guerra durante las dos últimas décadas, de su trabajo a pie de guerra en países árabes, y sobre todo, de su secuestro durante seis largos meses en Siria. No deja nada fuera, cuenta con toda crudeza y realismo lo que allí vivió, su cotidianidad, sus torturas, sus palizas, el hambre, el miedo, la muerte, y mucho más, siempre desde la profundidad y la rigurosidad, sumergiéndonos en el horror de unos hombres que sembraron de terror y muerte allá por donde pasaban.

Solé y Cuevas tienen un material de primera, pero no lo envuelven en condescendencia ni mucho menos en sentimentalismo, aquí no hay nada que lo embellezca ni nada de heroísmo de telenovela, solo hay un viaje al corazón de las tinieblas, que nos mencionaría Conrad, y qué viaje, en el que su protagonista nos habla y nos cuenta, y sobre todo, revive su cautiverio y el de sus compañeros de celda, contando los seis que fueron ejecutados. Los cineastas optan por un relato breve, apenas su duración llega a los setenta y ocho minutos de metraje, en los que nada se deja al azar, donde todo se cuenta desde lo más crudo, añadiendo una gran sensibilidad y humanidad, contrarrestando todo el infierno que vivieron tanto Marc como los demás. Como buena película no solo asistimos al testimonio del protagonista, porque la cinta se nutre, y muy acertadamente, de otros testimonios como compañeros de secuestro, familiares de fallecidos, los allegados, compañeros y familia del protagonista, así como expertos en la materia, en los que se añade más información y sobre todo, se contextualiza los pormenores de lo que era el ISIS, su origen y su extrema violencia, y se hace un recorrido sincero sobre campos de refugiados en la actualidad y Marc recoge el testimonio de lo que fue vivir cerca de los asesinos del Estado Islámico.

El tótem del cine documental Frederick Wiseman dijo en su visita a la Filmoteca de Catalunya allá por la primavera de 2016 que: “El cine para ser verdad o buscar su verdad debía ser sincero, no solo con lo que retrata, sino también con el retrato que hace de sí mismo”, es decir, que nada de lo que se y lo que se oculta, corrompa en un ápice la verdadera intención de la película, que no es otra que retratar a las personas y sus hechos de forma honesta, sin querer violentar aquello que se ve y se retrata. Regreso a Raqqa se estructura a través de este precepto porque se envuelve de honestidad y veracidad en explicar la identidad de su protagonista, sus hechos y su convicción por y para el periodismo, y aún más, retrata el horror de forma cercana y humana, desviándose del espectáculo y recogiéndolo en un sensible y durísimo drama del horror que puede imponer una persona a otras, porque los asesinos del ISIS son eso, solo personas guiadas por el fundamentalismo más atroz que ven en la guerra y la destrucción su sentido vital, una desgracia para todos que la guerra siga siendo un medio y un fin, lo único humano en todo esto es que, personas como Marc y demás reporteros estarán allí para retratarlo y contarlo, seguramente no sirve para cambiar nada, si para dejar constancia que ya es mucho. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Xavi Esteban

Entrevista a Xavi Esteban, codirector de la película “Perifèria”, en el Zumzeig Cinema en Barcelona, el sábado 10 de julio de 2021.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Xavi Esteban, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, y a Johanna Tonini de Movies for Festivals, por su generosidad, cariño, tiempo y amabilidad. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Idrissa, Crónica de una muerte cualquiera, de Xavier Artigas y Xapo Ortega

DESENTERRAR LA DIGNIDAD.

“Con Idrissa, crónica de una muerte cualquiera (2018), el tándem Artigas-Ortega se radicaliza llevando su concepción del cine-acción al extremo: toda la realidad que se relata en el documental ocurre gracias al hecho de que se está haciendo una película. A modo de profecía autocumplida se huye así del llamado cine de denuncia para dar paso al cine de reparación”.

(Textos recogidos en el dossier de prensa)

Xavier Artigas (Sabadell, 1980) y Xapo Ortega (Barcelona, 1972) se conocieron durante las protestas del 15M, donde pertenecieron a la comisión del audiovisual filmando todo lo que allí aconteció. En el 2010 había nacido Metromuster, que se define como una cooperativa independiente dedicada al cine político y social siguiendo los principios de la Cultura Libre. De ahí han surgido trabajos tan interesantes como [NO-RES] vida i mort d’un espai en tres actes  (2011) que recogía los últimos días de la Colònia Castells, una de las pocas colonias fabriles todavía en pie en Barcelona a punto de ser derruida. Su segunda película fue Ciutat Morta (2014) que a través de imágenes de archivo y testimonios directos, se adentraban en un caso que llevó a la cárcel a cinco víctimas de un sistema podrido y deshumanizado, destapando así la corrupción policial de Barcelona.

Su tercera incursión es Idrissa, crónica de una muerte cualquiera, en el que nos sumergen en la vida de Idrissa Diallo, un joven guineano de 21 años que falleció en un centro de detención de extranjeros en Barcelona. Artigas y Ortega y su equipo de colaboradores, entre los que destaca Laia Manresa, en labores de escritura, emprenden una investigación farragosa y kafkiana para esclarecer los hechos que se produjeron aquella noche aciaga donde Idrissa perdió la vida, y localizar su cadáver. A modo de cine directo, y work in progress, seguimos la crónica diaria de una investigación, donde la película se va haciendo a medida que la investigación sigue su curso, en la misma línea que el cine de Hubert Sauper, donde la cámara filma para mostrar, reparar y concienciar, en el que los propios cineastas participan de manera activa y visible en las pesquisas, moviéndose de aquí para allá, desde Guinea, con ese primer plano que alumbra el relato, donde las alambradas, como símbolo triste de un mundo que separa la riqueza de la pobreza, y el siguiente encuadre con el señor blanco en la piscina del hotel y unos niños, al otro lado del muro, jugando en una playa.

En Melilla, Francia o en Barcelona, en una suerte de road movie, enmarcada en un thriller de investigación, para intercambiar información, muy escasa, con abogados, activistas y agentes sociales que al unísono trabajando pro reparar la dignidad enterrada de Idrissa, así como miembros de su familia, amigos o personas que lo conocieron o viajaron con él en la travesía terrorífica desde su Guinea natal hasta el CIE de Barcelona donde encontró la muerte. Las obstaculizaciones de las autoridades les llevan a un callejón sin salida respecto a su muerte, y siguen con su camino localizando el cuerpo de Idrissa enterrado en un nicho anónimo. El equipo de la película logra sacarlo y mediante un crowfunding logran llevarlo al pequeño pueblo de Guinea donde salió en busca de un futuro mejor. Artigas y Ortega construyen una película de una belleza plástica exultante, contándonos sin prisa pero sin pausa su investigación, las movilizaciones sociales que llevan a cabo, en una película vivida, donde el activismo social y político se confunde y se mezcla de forma natural con el cineasta, donde todo es un conjunto.

La película se convierte en una forma de cine reparador, cine de justicia, cine de memoria, cine que devuelve a la vida a Idrissa, aunque sea de forma emocional o espiritual, la biografía de este joven guineano, así como su existencia y circunstancias, como ocurría con Patricia Heras en Ciutat Morta, en que el cine recupera su memoria, reparándola y situándola en el lugar que merece, restituyéndola, con el propósito de rendirle homenaje, que no quede relegada al olvido, como en el caso de Idrissa a un nicho anónimo de Barcelona como pasa con tantos otros, volviendo como en el caso de Ciutat Morta, otro caso de corrupción y racismo del estado, con prácticas deleznables e impropias de una democracia en el que se practica una violencia estructural demencial y modus operandi, con esa terrible y triste mención que escuchamos en la película: “Es sintomático que el estado persiga al inmigrante para expulsarlo cuando está vivo y lo oculte en el país cuando está muerto”.

Un cine político, reivindictivo, justo, necesario y valiente, sin concesiones ni nada por el estilo, cine de primer orden, un cine hecho desde la necesidad de reparación, de devolver la justicia a quién no la tuvo, de recuperar su cuerpo y entregárselo a su familia como sentido humanitario, de utilizar el cine para aquello necesario y humanista que mencionaban cineastas como Renoir, Rossellini o Kiarostami, donde el objetivo principal de el hecho cinematográfico residía en mirar con detenimiento los problemas de las personas y devolverles su lugar en el mundo y su importante en la sociedad, visibilizar a todos aquellos desfavorecidos, desplazados o anónimos, a “los nadie”, que escribía Galeano. Cine reposado, cine que repara y lo hace desde la belleza de unas imágenes y una planificación formal brillante y soberbia, mostrándonos las diferentes realidades desde el respeto y la mirada del otro, sumergiéndonos en las diferentes formas de ver y sentir las cosas, con imágenes y hechos aterradores pero descritos desde lo más profundo, desde la sencillez y la humildad del cineastas que quiere conocer, aclarar y reivindicar de forma humanista a un chico desconocido que la película lo visibiliza, lo desentierra del olvido institucional, y lo devuelve a su tierra, con ese último plano sobrecogedor donde su pueblo lo acoge en su seno. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA


<p><a href=”https://vimeo.com/297970311″>Trailer IDRISSA – subt&iacute;tulos castellano</a> from <a href=”https://vimeo.com/polarstarfilms”>Polar Star Films</a> on <a href=”https://vimeo.com”>Vimeo</a&gt;.</p>

 

Entrevista a Jordi Esteva

Entrevista a Jordi Esteva, director de “Socotra, la isla de los genios”. El encuentro tuvo lugar el jueves 13 de octubre de 2016 en el domicilio del director en Barcelona.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Jordi Esteva, por su tiempo, generosidad y cariño, y a Johanna Tonini de Movies for Festivals, por su paciencia, amabilidad, y cariño, que además tuvo el detalle de tomar la fotografía que encabeza la publicación.

Socotra, la isla de los genios, de Jordi Esteva

socotra_la_isla_de_los_genios-253604913-largeEL ALMA DEL TIEMPO.

“… Detrás de los volcanes, Hugh podía ver cómo se acumulaban nubes de tempestad: “¡Socotra!”, pensó, “mi isla misteriosa del mar Arábigo, de donde procedían el incienso y la mirra y adonde nadie ha llegado jamás”…

Malcolm Lowry, “Bajo el volcán”

La película se abre con una imagen fascinante y poderosa, una imagen que parece filmada en otro tiempo y en otro lugar, en la que vemos la quietud de un lago al amanecer en primer término, con un conjunto de árboles al fondo, mientras cruza el cuadro un ave que camina con su parsimonia habitual. La imagen se complementa con el canto de un habitante de ese lugar. Un paisaje perdido en la historia, oculto de miradas curiosas, situado en una isla remota del océano Índico, entre Somalia y la península de Arabia, que pertenece al Yemen del Sur. Un lugar mágico, envolvente, y ancestral que parece de otro mundo, de otro planeta, alejado de todo y todos, en el que todavía pervive una cultura antigua, una manera de vivir y respirar en contacto con la naturaleza y la tierra que rodea a sus habitantes, que continúan hablando el socotri, una lengua sudarábiga, una lengua emparentada con la del Reino de Saba.

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Hasta los confines del tiempo y la historia nos ha llevado el cineasta Jordi Esteva (Barcelona, 1951) un viajero curioso y apasionado de las culturas africanas y orientales, ha dedicado su obra, tanto periodística como fotográfica, a indagar y descubrirnos formas de vida ancestrales, vidas que mantienen el espíritu de los ancestros, vidas resistentes a punto de perecer. Su filmografía arrancó con Retorno al país de las almas (2010), que había nacido de su libro Viaje al país de las almas (1999) donde daba buena cuenta de las ceremonias de posesión y los rituales de iniciación en Costa de Marfil, le siguió Komian (2014) en la que documentaba el espíritu de la pantera, elemento surgido del anterior documental, y ahora, nos sumerge en el tiempo para que conozcamos la isla de Socotra, que surge de su libro fotográfico Socotra, la isla de los genios (2011), un lugar milenario, que conserva una vegetación peculiar y muy característica, como los árboles de incienso y mirra, o la abundancia del árbol de la sangre del dragón, en forma de seta gigante, de savia roja, plantas e hierbas que mantienen la forma y colores antiguas.

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Esteva estructura su bellísima película (con reminiscencias pictóricas a la obra fotográfica de José Ortiz Echagüe y su trabajo en el Norte de África a primeros del siglo XX) a través de una road movie, en el que seguimos a unos camelleros en plena ascensión a las montañas antes de la estación de las lluvias, unos hombres que de noche acampan y alrededor del fuego, nos cuentan cuentos y fábulas en las que habitan seres imaginarios, criaturas fantásticas como genios y serpientes gigantes que se esconden en las montañas y se manifiestan a sus antepasados, historias de otro tiempo, que han ido contándose de padres a hijos, historias que nos descubren a los socotríes, sus formas de vida, en el que persisten en convivir con la tierra y los animales, respetándose unos a otros, y sabiendo que no pueden subsistir sin la fuerza y la energía del otro. Esteve ha construido un viaje poético, de increíble fuerza sobrecogedora, que seduce de forma envolvente con unas imágenes de indiscutible calidad filmadas en un riguroso y cálido blanco y negro. La cámara penetra en el alma de los socotríes, introduciéndonos en sus miradas y gestos, siendo uno más, una cercanía asombrosa, que se agradece, que nos descubre a unos hombres en una cultura desaparecida, o a punto de desaparecer, el leit motiv, no sólo de la película de Esteva, sino de todo su trabajo.

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Una película emparentada con la mirada de Flaherty y los cineastas británicos, en recuperar el tiempo perdido, y con la estética y contenido de los documentales surgidos en los 60, especialmente con los trabajos de Rouch o Pasolini sobre África, o Herzog, en su afán viajero y su interés por el pasado y su tiempo, cineastas que filman el pasado a través de un presente que desaparece. Un trabajo documental de grandísimo interés que no sólo nos descubre formas de vida y cultura ancestrales, perdidas, de otro tiempo, sino que también, quedará como testigo y prueba de ese tiempo que vivió, creció y perduró en el tiempo, como explica el personaje Ahmed Afrar, hijo póstumo del último sultán de Socotra, en ese tiempo y lugar donde sucedieron cosas que ellos continúan contando y viviendo en cada relato, como forma de vida y sobre todo, una manera de recordar a los que ya no están, con sus relatos míticos sobre la isla, sus habitantes, montañas, y sus plantas.


<p><a href=”https://vimeo.com/133847557″>TRAILER DE SOCOTRA, LA ISLA DE LOS GENIOS</a> from <a href=”https://vimeo.com/jordiesteva”>Jordi Esteva</a> on <a href=”https://vimeo.com”>Vimeo</a&gt;.</p>