La primera escuela, de Éric Besnard

LA MAESTRA Y EL PUEBLO. 

“Enseñar siempre: en el patio y en la calle como en el aula. Enseñar con la actitud, el gesto y la palabra”. 

Gabriela Mistral

Los más viejos del lugar cuentan que… En la campiña francesa, allá en el otoño de 1889, con las primeras luces del día llegó Louise Violet, una maestra de París que pretendía dar clases a los niños del lugar. Así empieza la novena película de Éric Besnard (Francia, 1964), que vuelve a la recreación histórica y lo rural como hizo en Delicioso (2021). Esta vez, un siglo después, cuando la República obligaba a la educación pública y en un entramado narrativo y formal que no está muy lejos de la citada, porque vemos a un señor rudo y cerrado, terrateniente del lugar, y frente a él, una mujer que llega a su casa con ideas diferentes y de otro lugar, que también escapa de un pasado oscuro. La mencionaba se centraba en la cocina, y los primeros lugares para servir comida, y la que nos ocupa, de la educación y la primera escuela que va haber en el pueblo. El gusto por lo humano y las relaciones que se van entretejiendo a partir de caracteres diferentes es lo que sucede a un cineasta como Besnard que, en los últimos años, su cine ha crecido enormemente tanto en temas como en sus ejecuciones. 

Un elemento sumamente ejemplar en La primera escuela (“Louise Violet”, en el original), es su ambientación y atmósfera empezando por su cuidadísimo trabajo de producción, con un excelente equipo que nos traslada a la Francia rural de finales del XIX empezando por los decorados de Virginie Tissot, el vestuario de una grande como Madeline Fontaine, con más de 40 películas entre las que destaca Amélie, Séraphine, Violette, Jackie y la reciente El profesor de esgrima, que ya trabajó en Delicioso, todas recreaciones históricas de ejecución acertadísima. En el arte encontramos a una leyenda como Pascal Chevé con más de 150 títulos con grandes autores de renombre como Jeunet, Frears, Haneke, Ozon, Farhadi, Polanski y Wes Anderson, entre muchos otros, amén de trabajar en la citada Delicioso. Una película de época que no está acartonada, ya que en cada secuencia todo emana cercanía y naturalidad, huyendo de los tópicos que, en muchas ocasiones, encontramos en este tipo de películas, mucho más interesadas en contarnos los grandes nombres y se olvidan de los invisibles y humildes que también forman parte de la historia.

La excelente cinematografía de Laurent Dailland, con más de 40 años de carrera, al lado de Catherine Breillat, Radu Mihaileanu, Agnès Jaoui y Régis Wargnier, en su primera película con Besnard en la que capta con sencillez y fuerza todos los espacios de una película con una luz cambiante porque pasa por todas las estaciones durante casi un año, tanto en exterior como exterior. La música de Christophe Julien, cinco películas con Besnard, y junto a sus habituales Albert Dupontel, Josiane Balasko y Pablo Agüero, entre otros, donde va mucho más allá que el simple acompañamiento y ejerce un elemento imprescindible para recoger todos los altibajos y complejidades humanas que se desarrollan en la trama. El montaje de Lydia Decobert, otra cómplice más que estuvo en Delicioso, amén del cine de Nicolas Boukhrief, donde en sus reposados e intrincados 108 minutos de metraje nos va contando de un modo clásico las peculiaridades de los principales personajes, las diferentes relaciones que se establecen y el conflicto y los conflictos que estallan con la llegada de Louise Violet, una especie de extraterrestre en forma de forastera que deberá ganarse la confianza de unos aldeanos poco dados a las nuevas amistades. La película alberga puntos en común con El cabezota (1982), de Francisco Lara Palop, ambientada en el Asturias de 1857 que relata el enfrentamiento de un aldeano y la maestra porque se niega a llevar a su hijo a la escuela. 

En el campo interpretativo tenemos a Alexandra Lamy que alberga más de 40 películas principalmente en comedias populares, que le da una enorme humanidad y complejidad a su Louise Violet que, la República ha dado una oportunidad expulsándola de la gran urbe por resistencia política, y enviándola al rural para reflexionar sobre sus actos. Uno de esos personajes que se quedan en el recuerdo porque no sólo quiere que sus alumnos aprendan sino que les ayuda a convertirse en buenas personas llenas de honradez y humildad. A su lado, Grégory Gadebois, protagonista de las tres últimas películas de Besnard, la ya comentada Delicioso, Las cosas sencillas (2023), y ésta, donde su terrateniente bruto con una gran coraza que esconde un enorme corazón se resentirá al principio y con el tiempo veremos que algo cambia en él. La veterana Annie Mercier recrea un personaje maravilloso, el de la madre del terrateniente, una especie de bruja y muy sabia que habla poco y mira aún más. Jérémy López, otro Delicioso, Jérôme Kircher y Patrick Pineau completan el reparto que se nutre de figurantes de la zona. Vayan a ver La primera escuela porque habla de educación, del hecho de enseñar, hay algo más bonito en este planeta que aprender, escuchar y descubrir el lenguaje, la historia y todo lo que ignoramos y sobre todo, saber y comprender que no estamos tan sólos, que hay más montañas tras los muros del lugar que te vio nacer. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Temps mort, de Fèlix Colomer

LA HISTORIA DE CHARLES THOMAS. 

“La vida no es sino una continua sucesión de oportunidades para sobrevivir”. 

Gabriel García Márquez 

Se cuenta que una vez, en un tiempo pasado, hubo un jugador de baloncesto estadounidense llamado Charles Ray Thomas que, no saltaba, simplemente volaba por encima de todos. Se contó que llegó a España a finales de los sesenta para jugar en el Sant Josep de Badalona, recién ascendido a la élite, donde fue el mejor. De ahí pasó al Barça donde hizo una dupla de oro con Norman Carmichael, mítico jugador de la sección en la que jugó nueve temporadas. Tenía una mujer Linda que lo adoraba y dos hijos pequeños. Pero aquellos de esplendor y de cielo infinito se truncaron con la importante lesión de rodilla frente al eterno rival Real Madrid. Después de todo aquello, la cosa cambió radicalmente, porque Thomas no fue el mismo. Aparecieron el alcohol y las drogas, su mujer lo abandonó y finalmente, un día de 1976 desapareció para volver a aparecer cuatro años después como una noticia que confirmaba su muerte. Una noticia nunca contrastada y por ende, abierta a ser cierta o no. La película Temps mort, de Fèlix Colomer (Sabadell, 1993), recoge su historia y la reconstruye de forma fidedigna, revelando información sobre la vida y la no vida de Charles Thomas, el jugador que voló.

De Colomer hemos visto películas como Sasha (2016), que recogía las vivencias de un niño ucraniano en su verano de acogida en Cataluña, Shootball (2017), que seguía el vía crucis de Manuel Barbero para destapar un caso de abusos en un colegio religioso, la serie Vitals (2021), sobre los primeros meses de la Covid en un hospital en su ciudad natal, en Fugir (2022), seguía a cinco hermanos ucranianos que huyen de la guerra, y El negre té nom, de este mismo año, donde daba buena cuenta del hombre disecado en Banyoles y la búsqueda sobre su identidad. La identidad en relación a lo humano es el leitmotiv de los trabajos del cineasta catalán, en que su cine-investigación se alimenta de seres que, en contra de todo y todos, deciden alzar su voz, luchar por la verdad, la dignidad y la justicia, en un camino lleno de obstáculos y presiones sociales y legales. Un cine bien contado, muy cercano, que usa un lenguaje directo y nada enrevesado, con una estructura con su parte didáctica e informativa, pero sin olvidarse del cine, es decir, con tensión, calma, giros inesperados y sobre todo, un incesante trabajo para destapar casos que han caído en el olvido, en algunos casos, y otros, que no han tenido la información adecuada y han quedado en suspenso. 

En Temps mort, con la complicidad del periodista Carlos Jiménez que investigó la figura de Charles Thomas, Colomer hace su Searching for Sugar Man, la película que siempre cita como la obra que lo llevó al documental, y rescata la vida y trayectoria del jugador, y lo hace componiendo una película que se hace con maravilloso material de archivo, en el que vemos a Ramón Ciurana, el señor que lo llevó a España, y algunos fragmentos de partidos de la época, imágenes del propio Thomas y su familia en sus momentos domésticos, e increíbles recreaciones, además de estupendos testimonios familiares del mencionado Ciurana, ex compañeros como el propio Carmichael, con el que eran íntimos amigos, Manolo Flores y Aito García Reneses, grandes jugadores como Santillana y Ramos, entre otros, para trazar un enigmático y contundente viaje por las luces y las sombras de un jugador que iba destinado a marcar una época pero la lesión de rodilla y la depresión lo alejaron de todos y de él mismo. Una película contado con un feroz ritmo, acompañado de una música excelente de Joaquim Badia, que ha trabajado en seis ocasiones con Colomer, amén de Ventura Pons, bien acompañado por temazos de la motown de aquellos años, con una brillante y lúcida cinematografía del dúo Juan Cobo y Pep Bosch, que ya estuvo en Sasha, y el febril montaje de Guiu Vallvé, habitual y pieza capital en el cine del director sabadellense, consiguen atraparnos y llevarnos en volandas por una historia llena de altibajos y sorpresas. 

La película evita la sorpresa tramposa, cuenta las cosas de forma honesta y nada especulativa, se centra en los hechos y los relata a partir de lo humano, sin necesidad de volantazos ni estridencias de ningún tipo, todo emana mucha verdad, es decir, vemos a personas que nunca son juzgadas, personas que son escuchadas atentamente, con la distancia justa y dotándolas de un espacio relajado y sin prisas. Temps mort es una gran película y lo es por su humildad y sencillez, con una trama digna del mejor thriller de investigación lleno de giros sorprendentes y totalmente inesperados, erigiéndose en un implacable retrato de historia, y de los personajes anónimos que son rescatados y sacados del olvido injusto del tiempo, porque no sólo nos sumerge en las antípodas de lo que era el baloncesto en España a finales de los sesenta y principios de los setenta, sino que traza un interesante, profundo y revelador cuento sobre la memoria, el tiempo, la amistad, la salud mental, el pasado que nos somete, el presente como oportunidad, y ejecuta un sólido e interesantísimo documento sobre los olvidados, los marginados y los invisibles, que quizás no están tan muertos, y siguen esperándonos para contarnos su historia, la suya y la de nadie más. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA 

Érase una vez mi madre, de Ken Scott

MADRE CORAJE. 

“El amor de una madre por un hijo no se puede comparar con ninguna otra cosa en el mundo. No conoce ley ni piedad, se atreve a todo y aplasta cuanto se le opone”. 

Agatha Christie 

Si pensamos en madres coraje nos vienen a la memoria Maddalena Cecconi, el personaje que hacía la gran Anna Magnani en Bellísima (1951), de Luchino Visconti, y también, Cesira que componía la otra grande Sophia Loren en La ciociara (1960), de De Sica. Dos madres imperfectas. Dos madres corajudas. Dos madres luchadoras. Dos madres que pelean contra molinos-gigantes como hacía aquel hidalgo, con el propósito de conseguir que sus vástagos lleguen donde se proponen por muchos obstáculos y males en su contra. A este dúo podríamos incluir sin ningún género de dudas a Esther Pérez, la madre que protagoniza Érase una vez mi madre (en el original, Ma Mère, Dieu et Sylvie Vartan), el séptimo largometraje de Ken Scott (Quebec, Canadá, 1970), que muchos recordarán su gran éxito con De la India a París en un armario de Ikea (2018). En su nueva película, basada en la novela homónima de Roland Pérez, la citada Esther se enfrenta a que, su sexto hijo, Roland, naze con una malformación en un pie en el París de los sesenta, y ella, tozuda como una mula, se niegue a aceptar la incapacidad del niño y agarrada a su convicción, su esperanza y una voluntad de hierro luche contra viento y marea para cambiar el destino de su hijo. 

Como en sus anteriores trabajos, el director canadiense construye una interesante mezcla de drama, comedia, con toques de costumbrismo y social con un tratamiento de fábula al mejor estilo de películas como Amélie y Big Fish, donde recorremos la infancia de Roland en su peregrinaje con médicos, especialistas y vendedores de elixires que lo tratan y le ofrecen una salida de discapacitado. La madre erre que erre y seguirá consultando con otros y otras para que el sueño de ser alguien normal para su hijo se haga realidad. La gran valedora y sostenedora de este cuento de hadas no es otra que Leïla Bekhti, la gran actriz que recordamos por su participación en película como Un amor tranquilo, de Lafosse, y Querida desconocida, de Bureau y la más reciente Maria Montessori, de Todorov, compone una extraordinaria Esther Pérez pasando por medio siglo de una vida siendo esa madre protectora, torpe, valiente, sagaz y sobre todo, amorosa, quizás demasiado, con su Roland. Una interpretación que mantiene a flote la película porque hace lo difícil de forma muy natural y transparente, nada impostado, creando una mujer y madre de verdad, que no se arruga ante la adversidad y sigue pa’lante. 

Hay que hacer mención a los técnicos que acompañan a Scott como dos de sus habituales que les han acompañado en cuatro películas como son el editor Yvann Thibaudeau, con casi tres décadas de carrera con más de 70 títulos en su filmografía, y el músico Nicolas Errèra, en medio centenar de películas, amén de tener en su haber los nombres de Larry Yang, Frédèric Jardin y Patrick Timist. Y la presencia del cinematógrafo Guillaume Schiffman, también con más de 50 películas entre las que destacan títulos de Claude Miller, Michel Hazanavicius, Emmanuel Bercot y Martin Provost. Y otro editor Dorian Rigal-Ansous, que ha estado en 8 películas del famoso dúo de directores Olivier Nakache y Eric Toledano, que muchos recordarán por su popular Intocable. Todos ellos realizan un gran trabajo, al igual que los equipos de arte, caracterización y vestuario para hacer creíble aquellos sesenta tan convulsos y domésticos, donde se reflejan los pequeños detalles de toda una época y su característica forma de vivir, vestir y hacer. Sin olvidar, por supuesto, las canciones de Sylvie Vartan, tan importantes en la vida del pequeño Roland, ya sabrán porque les menciono. Unos temas que le dan calidez, paz y esperanza a Roland, a Esther y la familia.  

Acompana a Bekhti la presencia de Jonathan Coen, siendo Roland de adulto, que hemos visto hace poco siendo uno de los Dalís de Daaaaaalí!, del inconfundible Dupieux, la citada Bartan que hace de sí misma como no podía ser de otra forma, y la impertinente Madame Fleury que hace Jeanne Balibar, una especie de ogro en este cuento atemporal, sensible y esperanzador, que mientras te van contando el drama de un niño que debe arrastrarse por su piso y ser llevado en brazos por una madre que no se detendrá ante el destino que le anticipan los doctores a su hijo. Érase una vez mi madre es el relato de un niño, ya adulto, que nos cuenta su vida, y sobre todo, la relación con su madre. Una señora Pérez demasiado protectora, demasiado presente, pero ante todo, demasiado en todos los sentidos, para bien y para mal. Se puede ver la película como una historia lo que significa ser madre y también, ser hijo, dentro de las torpezas e imperfecciones de una y otro, porque lo que es este historia es el relato de unas personas de verdad, que aciertan e hierran a partes iguales, y consigue emocionarnos con una película pequeña, de unos inmigrantes en el París de los años sesenta, porque mientras unos querían cambiar el orden imperante y establecido, otros, como la señora Pérez se obstinaba en cambiar su mundo escenificado por su pequeño Roland. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Vincent Pérez

Entrevista a Vincent Pérez, coguionista, actor y director de la película «El profesor de esgrima», en el marco del BCN Film Festival, en el Hotel Casa Fuster en Barcelona, el sábado 20 de abril de 2024.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Vincent Pérez, por su tiempo, sabiduría, generosidad, y a Miguel de Ribot de A Contracorriente Films, por su generosidad, cariño, tiempo y amabilidad. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Neus Agulló y Kandarp Mehta

Entrevista a Neus Agulló y Kandrap Mehta, intérpretes de la película «L’àvia i el foraster», de Sergi Miralles, en la cafetería del Hotel Mercure Barcelona Condor en Barcelona, el jueves 5 de septiembre de 2024.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Neus Agulló y Kandarp Mehta, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, y a Ana Sánchez de Trafalgar Comunicació, por su amabilidad, generosidad, tiempo y cariño. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

El monje y el rifle, de Pawo Choyning Dorji

¿QUÉ ES ESO DE LA DEMOCRACIA?. 

“La vida hay que tomarla con amor y con humor. Con amor para comprenderla y con  humor para soportarla”. 

Anónimo 

Con Lunana, un jak en la escuela (2019), ópera prima de Pawo Choyning Dorji (Darjeeling, India, 1983), se acercaba a la existencia de Ugyen, un joven profesor que sueña con ser cantante, cosa que no gusta a sus superiores que, como castigo, le envían a una aldea glaciar del Himalaya donde, sin recursos, debe dar clases a unos alumnos pobres muy entusiastas. Una cinta que nos hablaba de la bondad y la humanidad, donde se alababan las vidas sencillas y humildes y los tesoros del encuentro y la relación entre humanos de diferente clase social. Con El monje y el rifle, Dorji se adentra en un tono muy diferente, aunque no elude el buen interior de las gentes que retrata ni la diferencia de clases, pero esta vez basándose en un hecho real, cuando en 2006 en Bután, un pequeño reino que no llega al millón de habitantes, se instauró la democracia. Un cambio drástico para sus ciudadanos que deben aprender qué significa la democracia y cómo se practica. Una nueva forma de política que divide a las familias y genera tensiones y conflictos entre los diferentes vecinos. 

El director butanés usa la fábula y la comedia satírica cargada de un tono ligero e íntimo, situándonos en la ciudad de Ura, en la que confluyen varios personajes: un joven monje que busca un rifle para un lama viejo que lo necesita para una ceremonia, unos funcionarios del gobierno que llegan para explicar la democracia y cómo se practica, un matrimonio y su hija que se han distanciado con la madre de ella porque pertenecen a partidos políticos rivales que rivalizan en las inminentes primeras elecciones, y finalmente, la llegada de un estadounidense, coleccionista de armas, que pretende adquirir el citado rifle que perteneció a la Guerra civil norteamerican. Dentro de su ligereza y cercanía, la cinta consigue credibilidad e ironía para tratar temas profundos de la realidad y la cotidianidad de unos habitantes que, con la llegada de la democracia han experimentado problemas y diferencias que antes no tenían cuando el Rey gobernaba el pequeño país. El relato huye de la empatía directa y va construyendo con lo mínimo y natural, como ya hacía en la mencionada Lunana, un jak en la escuela, recorriendo sus impresionantes paisajes, y siguiendo las diferentes historias para ver todos los puntos de vista en litigio. 

Una cinematografía basada en recoger tanto el paisaje físico del lugar, tan bello como aislado, y el interior de los personajes, que firma Jigme Tenzing, que ya trabajó en la mencionada Lunana, un jak en la escuela, y la especial y delicada música de Frederic Alvarez que va tejiendo las diferentes relaciones y tensiones de los diferentes personajes, así como su pausado y tranquilo montaje de Hsiao-Yun Ku, que a través de un tono ligero y reposado va describiendo los lugares y sus protagonistas sin añadir ni disfrazar nada, retratando a unos individuos que hablan poco y miran mucho, en sus reflexivos 107 minutos de metraje. Dorji es un gran observador de su país y sus gentes como evidencia la elección del reparto, todos en su mayoría intérpretes no profesionales, como ya sucedía en su primera película, que consiguen una gran credibilidad y sintonía con todo lo que se cuenta y cómo se cuenta. El reparto coral son Tandil Wangchuk como joven monje, Kelsang Choejey es el lama anciano, Deki Lhamo, una actriz butanesa con 18 films en su filmografía es la mujer dividida entre el marido y su madre, Pema Zangpo Sherpa es una de las enviadas del gobierno, Tandil Sonam es el contacto del comprador de armas americano, Harry Einhorn es el comprador, Choeyong Jatsho es el que cede el rifle, Tandil Phubz es otro funcionario, Urgyen Dorji es un agente y finalmente, Yuphel Lhendup es una joven del lugar.

Una película como El monje y el rifle bebe de la sátira política a lo Sopa de ganso (1933), de Leo McCarey, o las comedias de humor negro de Berlanga-Azcona como Bienvenido Míster Marshall (1953), Plácido (1961), y La escopeta nacional (1978), en otro tono, por supuesto, pero con la misma idea de reflexionar sobre los choques de la vida moderna de unos aldeanos que han vivido en paz y armonía toda su vida, y ahora, con el descubrimiento de la democracia, cosa que aparentemente viene para que estén mejor, se consigue el efecto contrario: el de la tristeza por las tensiones políticas entre partidos rivales. Además, la película se centra en las peculiaridades de los entornos y sus costumbres y tradiciones espirituales donde la religión actúa como conexión entre los diferentes ciudadanos del lugar. Dorji describe con acierto, minuciosidad y detalle cada rincón de este pueblo que, podría ser cualquier rincón de otro país y las diferentes relaciones con la democracia, su significado y su implantación como forma de gobierno para mejorar las condiciones de vida de la gente, y algunas veces no es así, y su efectos se tornan contrarios a los deseos de los que presumiblemente iban a recibir mejoras, una contradicción en toda regla, una más, cuando se quiere imponer cosas a una población que no lo había pedido. Cosas que por desgracia, continuarán pasando, como bien se recordaba en el memorable final de la mencionada La escopeta nacionalJOSÉ A. PÉREZ GUEVARA 

Encuentro con Wim Wenders

Encuentro con el cineasta Wim Wenders, en el marco del BCN Film Festival, que le dedica una retrospectiva de su obra, en los Cines Verdi en Barcelona, el viernes 21 de abril de 2023.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Wim Wenders, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, a la inmensa labor de la intérprete Sílvia Palà, y a Marién Pinies y Sílvia Maristany del equipo de comunicación del Festival, por su amabilidad, generosidad, tiempo y cariño. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Encuentro con François Ozon, Nadia Tereszkiewicz y Rebecca Marder

Encuentro con François Ozon, Nadia Tereszkiewicz y Rebecca Marder, director y actrices de la película «Mi crimen», en el marco del BCN Film Festival en los Cines Verdi en Barcelona, el jueves 20 de abril de 2023

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a François Ozon, Nadia Tereszkiewicz y Rebecca Marder, por su tiempo, generosidad y cariño, a Silvia Palà, por su gran labor como intérprete,  y al equipo de comunicación del BCN Film Festival, por su tiempo, amabilidad, generosidad y cariño.

Entrevista a Lara Izagirre y Ane Pikaza

Entrevista a Lara Izagirre y Ane Pikaza, directora y actriz de la película «Nora», en los Cines Verdi en Barcelona, el martes 31 de agosto de 2021.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Lara Izagirre y Ane Pikaza, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, y a Eva Herrero y Marina Cisa de Madavenue, por su generosidad, cariño, tiempo y amabilidad.

Charulata, la esposa solitaria, de Satyajit Ray

LA MUJER ENAMORADA.

“A finales de los años cincuenta y durante la década de los sesenta, la obra de Satyajit Ray evidenció tal contraste en relación a las películas que nos llegaban de la India, que parecía más bien alguien de una cultura extranjera, más próximo a la nouvelle vague francesa o a autores europeos como Bergman o Antonioni que a sus compatriotas. La grandeza de Ray estriba en esta capacidad de trascender, sin la menor pretensión, el marco bengalí para hablar a todos los espectadores de las debilidades humanas, de sus aspiraciones, locuras y obsesiones, de la misma manera que Chejov o Mizoguchi se dirigen a nosotros a través de la espesa niebla de una lengua extraña”.

Peter Cowie, crítico e historiador de cine

Como otros muchos amantes del cine, descubrí el cine de Satyajit Ray (Calcuta, India, 1921-1992), con la trilogía de Apu: Pather Panchali (1955), Aparajito (1956), y Apu Sansar (1959), primera, segunda y quinta película del cineasta indio. El enamoramiento fue instantáneo, una especie de fuerza arrolladora me hipnotizaba con unas imágenes de una belleza abrumadora, una música que no solo se mimetizaba con la atmósfera, sino que nos explicaba todo aquello que ocultaban sus personajes. Un microcosmos de verdad, de vida, de humanismo, con grandes influencias del neorrealismo italiano, esos niños de De Sica, la cotidianidad de las costumbres y formas de vida rurales de la India más escondida, y sobre todo, el nacimiento de una mirada que traspasaba la propia vida para hablarnos del alma, del mundo espiritual, y de las propias contradicciones de la existencia.

Luego, y siempre gracias a la Filmoteca de Cataluña, el lugar sagrado de todos los cinéfilos que vivimos cerca, llegaron a algunas otras, ya en pantalla grande, como El salón de música (1958), La gran ciudad  (1963) y Charulata (1964), obras que certificaban que aquellas primeras películas de Ray, no solo mostraban a un cineasta de los pequeños lugares y las pequeñas cosas que le ocurren a los seres humanos, sino que esas cosas podían tratarse desde la belleza, la poesía y el mundo interior. Hoy, Domingo, 2 de mayo de 2021, se cumplen 100 años del nacimiento de Ray, y la distribuidora A Contracorriente Films estrena, muy acertadamente, y con una copia excelente, que a sus casi sesenta años, parece recién salida del horno, por su calidad técnica, y todo lo que se avanza por y para la imagen de la mujer y su forma de mostrarlo, centrándose en el adulterio frente a la sociedad conservadora india, tan brutal, más allá de cualquier modernidad pasajera, evidenciando la mirada profunda de Ray. Charulata, la esposa solitaria, la onceava película que dirigía Ray, una película en la que volvía al mundo de Rabindranath Tagore (1861-1941), uno de los más grandes artistas bengalíes de la historia, al que ya había adaptado en Tres mujeres (1961), y dirigido un documental sobre su figura el mismo año, adaptando El nido roto, publicado en 1901.

Ray traslada la acción de la novela hasta el año 1879, y nos encierra en las cuatro paredes de un matrimonio sin hijos de clase media-alta, situándonos en la mirada de Charulata, en la que a través de ella conoceremos su mundo, un mundo de soledad y hastío, ya que su marido, Bhupati Dutt, un acaudalado editor está demasiado ensimismado en su trabajo y olvida frecuentemente a su mujer. La llegada de Amal, primo y antítesis del marido, y entusiasta escritor, lo cambiará todo, porque la esposa encontrará en el recién llegado, una gran distracción, en el que pasarán horas hablando de música, literatura, historia, espiritualidad, vida y demás. Ray compone una pieza de cámara, un film-cámara, con aroma brechtiano, al estilo de los de Bergman, en la que todo el relato acontece en las paredes de la casa, donde la cámara encuadra de manera magistral a los personajes, y su relación con los objetos, y la música que escuchamos, compuesta por el propio Ray, que como ocurre en sus películas, siempre va más allá del mero acompañamiento, y profundiza en el interior de los personajes, donde teje un gran contraste entre lo exterior e interior, entre aquello que dicen y su forma de actuar, y sus verdaderos sentimientos que anidan en su interior. La literatura, centro de todo, vuelve a ser omnipresente en el universo de Ray, como lo fue en la trilogía de Apu.

En Charulata añade, como sucedía en La gran ciudad, una figura femenina de gran personalidad y libertad interior, que no quiere estar sometida a la voluntad masculina, que valora el arte y tiene aspiraciones literarias, que además, se le da mejor que a los hombres. El uso del zoom añade un elemento distorsionador a los largos planos secuencias, donde el diálogo se apodera del relato, y las miradas de los personajes evidencian ese mundo cerrado, aburrido y falto de vida y alegría, un mundo lleno de comodidades, pero al que le falta setnir, compartir, calor humano, y sobre todo, amor. Ray construye unos personajes complejos, unos personajes humanos, que sienten, sufren, se apasionan y pierden el tiempo con distracciones que les alejan de su realidad, y de sus sentimientos, unas emociones soterradas que los espectadores conocemos, pero como suele ocurrir en el cine de Ray, los hombres no logran interpretarlas, demasiado ensimismados en sí mismos y en su tarea, hombres apasionados por la vida, el compromiso político, que suele ser siempre teórico, por la historia, por su arte y su coraje, más atentos al gran suceso de la política y a la sociedad, a lo de fuera que a los detalles cotidianos que ocurren en su casa y sobre todo, a su mujer.

Ray nos habla de su país, a través de lo doméstico, convirtiéndolo en universal, de la vida, de su efimeridad, de sus contradicciones, de sus alegrías, de sus pequeños instantes, de sus detalles, de la apesadumbre de vivir y del plomo de la cotidianidad y las costumbres y tradiciones que siempre van en contra del amor y la felicidad, y unos personajes que sienten en grande, pero viven reducidos a unas existencias sin más. Si la música, la planificación formal, y el relato son elementos característicos de la filmografía de Ray, las interpretaciones de sus criaturas son hermosísimas, centradas en todo aquello que no se ve, que se esconde, basada en sus miradas profundas, unas formas de mirar que traspasan, que encogen el alma, y sobre todo, que explican sutilmente, sin estridencias, sus mundos interiores. Madhabi Mukjerhi, la impresionante actriz que se mimetiza con la desdichada Charulata, segunda película con Ray después de La gran ciudad –haría una tercera, El cobarde (1965), – en la que deja de ser la madre coraje que luchaba por sacar adelante a su familia, para encerrarse en el matrimonio-cárcel, en una vida no vida, en la que los espejos y los objetos, formulan unos sentimientos que estallan de amor al llegar Amal, esa especie de invitado a lo Teorema, de Pasolini, que no solo viene a dar vida a la casa triste y mortecina, sino a avivar un fuego, el fuego de Charu, que se encontraba reducido a pocas cenizas. Mukherji no solo sabe mirar, sino sabe expresar con apenas nada, ese mundo oscuro y oculto del personaje central de la película, un personaje que habla de todas esas mujeres indias y no indias, que ansiaban y daban sus primeros pasos para liberarse del yugo masculino y una vida atada a la vida doméstica.

Bien acompañada por Sumitra Chatterji como Amal, el joven apasionado y entusiasta por la vida, la música y la literatura, pero de una enorme torpeza y cobarde en los sentimientos, un tipo que teoriza demasiado sobre la vida pero vive muy poco, y utiliza el extranjero no para formarse, sino como refugio para no afrontar el deseo que le ofrece sin condiciones Charulata, y finalmente, Sailen Mukherji como Bhupati Dutt, el esposo entregado y comprometido a la causa contra el imperialismo británico, a través de su diario contestatario, donde la política es el centro de sus reivindicaciones, que desatiende a su esposa y sobre todo, al amor, dos polos opuestos en un matrimonio, como evidencia el clarividente diálogo entre Charulata y su marido, donde uno cree que la política es el motor para el cambio, y la esposa le dice que hay otras cosas de las que también se puede hablar. Un contraste que el director bengalí no solo hace evidente en el diálogo, sino también en la forma, situando a sus personajes, y sobre todo, al personaje de Charulata bajo los marcos, frente a los espejos, siendo otra en su interior, y también, en un lado del cuadro, junto a otros personajes, sumergida en su mundo, en ese mundo que parece ser que nadie comprende, y lo que es más triste, en ese mundo donde no encuentra consuelo y amor. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA