La virgen roja, de Paula Ortiz

HILDEGART, LA HIJA DE AURORA. 

“Mi hija es mi obra”. 

Aurora Rodríguez, madre de Hildegart

De las cinco películas que ha dirigido Paula Ortíz (Zaragoza, 1979), destacan su elaborada estética, una forma cuidada donde cada encuadre está muy pensado y mejor ejecutado, con apenas movimientos de cámara, y una gran plasticidad para recrear un momento histórico basándose en textos o novelas de Lorca como en La novia (2015), Hemingway en Al otro lado del río y los árboles (2022), Mayorga en Teresa (2023), o en un guion original como hizo en De tu ventana a la mía (2011), su debut, o en hechos reales como en su último trabajo, La virgen roja, que recoge la vida de Aurora Rodríguez, una mujer que tenía en mente crear la mujer del futuro, y así se lo propuso con su hija Hildegart en la España republicana de los treinta. Una historia que ya tuvo una primera versión cinematográfica en 1977 con Mi hija Hildegart, de Fernando Fernán Gómez, basada en el ensayo “Aurora de sangre. Vida y muerte de Hildegart, de Eduardo de Guzmán, otra en formato de cortometraje en The Red Virgin (2011), de Sheila Pye, aparte de numerosa literatura en ficción como ensayo sobre las dos mujeres como La madre de Frankenstein, de Almudena Grandes, entre otros. 

La cineasta zaragozana se nutre de un buen guion de la pareja formada por Eduard Sola y Clara Roquet, y de lado la reconstrucción fidedigna para centrarse en los personajes, lo que vemos y lo que ocultan, a partir de sus carácter y existencias de las dos mujeres, las de Aurora, rígida, tenaz, intensa y impertérrita, recta en su objetivo: convertir a su hija Hildegart en una mujer moderna, diferente a las demás, instruyendo en diferentes materias a su hija, convirtiéndola en una niña prodigio con tres carreras universitarias, entre ellas las de derecho, que hablaba varios idiomas y escribió 16 libros y más de 150 artículos sobre reforma sexual y liberación de la mujer, amén de militar en varios partidos políticos de izquierdas. En su época fue muy conocida, pero la guerra civil primero y la continua desmemoria histórica del país, la relegó a un olvido injusto que, poco a poco, se va subsanando por medio de libros y películas como esta. El único pero de la película, si es que se puede llamar así, es que los que conocemos la historia real nos evitaremos la resolución final, y no resulta ningún problema porque Ortiz maneja con soltura, como pasa en su cine, las relaciones de sus personajes, tanto en la intimidada como en lo público, creando imágenes poderosas que quedan en la retina como ese plano general en el tenis, con todo el respetado de blanco menos madre e hija de negro sin manifestar ninguna emoción como si hace el resto.

La luz velada y mortecina que consigue ir más allá del relato que cuenta la película, con ese piso de película de terror, donde los colores sombríos alejados de colores vivos resaltan el carácter duro y tenso de la madre y la no vida de Hildegart. Un gran trabajo del cinematógrafo Pedro J. Márquez, habitual de los policíacos oscuros y tensos de Miguel Ángel Vivas, construye esa cárcel en la que viven madre e hija, que más parece la casa del terror, donde está sometido al constante estudio, a salidas excepcionales y poco más. Todo bajo el orden estricto y paranóico de la madre. La excelente música del dúo Juanma Latorre y Guille Galván impone ese limbo entre lo público y lo privado, entre lo íntimo y lo compartido, entre el miedo y la libertad, entre una lucha incesante entre madre e hija, llena de recelos, angustias y violencia. Así como el exquisito y detallista montaje de Pablo Gómez-Pan, que ya estaba en la citada Teresa, que en sus casi dos horas de metraje, consigue atraparnos con pocos personajes y transmitir la desesperación que sufre la joven Hildegart y la mater dictadora que es Aurora, sin caer en ningún instante en el maniqueísmo ni en el sentimentalismo, sino a partir de una fuerza sensacional entre la forma y el fondo. 

Mención aparte tiene la pareja que forman Najwa Nimri y Alba Planas, como madre e hija, el epicentro de la película. Nimri hace una de sus mejores interpretaciones de su filmografía, tiene unas cuentas, pero esta Aurora es brutal, como mira a su hija y a su alrededor y nos va contando su vida y obra, sobre todo, la de su hija, como habla y se mueve, con ese vestido de negro que es como una toga de juez y carcelera, siendo uno de los personajes que no vamos a olvidar con facilidad. Alba hace de Hildegart con verosimilitud y cercanía, una actriz a la que habíamos visto en El árbol de la sangre, de Medem, y alguna serie como Días mejores, tiene ese tour de force con Najwa en el último tramo de la película, y resulta un gran acierto para la historia. Acompañan a madre e hija Aixa Villagrán como la criada, una actriz que sin hablar lo es todo, como hacía Lola Gaos en Tristana, Patrick Criado como joven político enamorado de HIldegart, con todo ese ímpetu y corazón para la política y los sentimientos, Pepe Viyuela es el director del diario donde escribe la joven. Un reparto acertadísimo como suele pasar en las películas de Ortiz, que transmite sensibilidad y naturalidad a unos personajes totalmente creíbles que recogen el aroma y la convulsión de la época de la película, en un fascinante juego de espejos entre lo privado y lo público, entre las diferentes máscaras de cada uno de los personajes, sobre todo, de la madre e hija.   

Agradecemos que se haya hecho una película como La virgen roja, porque  además de sus sobradas capacidades cinematográficas, profundiza en las diferencias sociales, sexuales y demás elementos que tanto se hablaban en el contexto de la España republicana, amén de rescatar la obra de Hildegart, a una de las mujeres más influyentes y renovadoras del feminismo, de la política y la liberación de la mujer y que, tristemente, como pasa con muchas, durante muchos años apenas se ha recordado. Además, no sólo quedándose en su apariencia y hechos históricos, sino en la relación o sometimiento de su madre, que Almudena Grandes la mencionó como Frankenstein, quizás la definición que más se acerca a una mujer que quería revolucionar el mundo junto a su hija Hildegart, y olvidó lo más importante, mirar a su hija y saber que era una mujer independiente y libre, como ella la había educado, y no quería seguir siendo su “obra”, su criatura, y quería volar y descubrir el mundo por sí sola, lejos de su madre. Una película que habla de las malas madres, aquellas que conciben a sus hijos como si de una parte de ellas fuesen, como si éstas fueran de su propiedad, y nada más. Paula Ortíz lo ha vuelto a hacer y ha construido una película magnífica en todos los sentidos, porque cuenta la historia de Hildegart y su madre Aurora Rodríguez, recoge la convulsa época de la República y además, lanza algunos dardos muy envenenados como la diferencia entre política y políticos, además, de profundizar en la fantasmal vida de las mujeres del momento, y el vejatorio trato de sus compañeros de izquierda que abogaban por la eliminación de la lucha de clases y un mundo más justo y solidario y no eran con sus compañeras de partido. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

La sustancia, de Coralie Fargeat

EL MONSTRUO QUE HABITO.  

“Aprendí a reconocer la completa y primitiva dualidad del hombre; Me di cuenta de que, de las dos naturalezas que luchaban en el campo de batalla de mi conciencia, aun cuando podía decirse con razón que yo era cualquiera de las dos, ello se debía únicamente a que era radicalmente ambas”

De la novela El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hide, de Robert Louis Stevenson 

Cineastas como Ana Lily Amirpour con Una chica vuelve a casa sola de noche (2014), Jennifer Kent con The Babadook (2014), Julia Ducournau con Crudo (2016) y Titane (2021), y Carlota Pereda con Cerdita (2022), entre otras, han situado el cine de género en cotas muy altas a partir de historias políticas, muy crudas, nada complacientes y llenas de tensión y sobre todo, mucha reflexión sobre el vacío, la superficialidad y la enfermedad de la sociedad actual. A esta terna de grandes directoras se les añadió Coralie Fargeat (París, Francia, 1976), cuando presentó su impresionante debut Revenge (2017), relato sin aristas y sobrecogedor sobre la venganza de una joven vilipendiada. Unas buenas sensaciones confirmadas con su segundo trabajo La sustancia, una obra que crítica ferozmente la sexualización del cuerpo de la mujer a través de un relato de terror protagonizado por una mujer expulsada del paraíso del body perfect, del que ya rodó un prólogo/precedente en Reality+ (2014), un corto de 22 minutos en el que un chip generaba nuestro otro yo perfecto durante 12 horas. 

Conocemos a Elisabet, una mujer que fue alguien en el mundo de Hollywood pero, ahora, con sus casi sesenta tacos lleva años refugiada en el fitness televisivo, en la que podamos encontrar muchas similitudes a la experiencia de Jane Fonda. Los planes para la reina del aeróbic cambian cuando la cadena decide echarla y contratar a alguien mucho más joven. Es entonces, cuando Elisabet encuentra su gran oportunidad en un nuevo producto basado en la división celular que consigue crear una mejor versión de ti mismo: más joven, más guapa y más de todo. Aunque tiene unas contraindicaciones: sólo dura 7 días y después se vuelve al otro yo. Con esta premisa argumental, nada enrevesada y muy sencilla, la directora francesa convoca al Stevenson de El extraño caso del Doctor Jekyll y Mr. Hide y al Wilde de El retrato de Dorian Grey para construir un extraordinario guion de apenas tres personajes, la susodicha Elisabet, su otro yo Sue, y el jefe de todo esto, es decir, el de la cadena de televisión, Harvey, en un experimento para la protagonista que en principio, no parece entrañar riesgos, y es ahí, cuando entran en liza la oscuridad y la complejidad de la condición humana porque la cosa empieza a ir mal, no, fatal, porque lo que provoca una lo sufre la otra, porque en realidad, es una misma persona dividida en dos cuerpos independientes y único a la vez.

Con una magnífica cinematografía de Benjamin Kracun, del que hemos visto películas tan potentes como Beast (2017), de Michael Pearce y Una joven prometedora (2020), de Emerald Fennell, con esos grandes angulares y planos abiertos donde vemos la soledad y el aislamiento que siente la protagonista, con ese ático donde queda patente el contraste de estar a la vez en la cima del mundo o subida a un montón de mierda. Una forma que recuerda a David Lynch y sobre todo a su memorable Inland Empire (2006), en la que su desdichada heroína de nombre Susan Blue, también una actriz madura deambulando por una ciudad fantasmal, en la que podríamos incluir esa maravilla que fue The Neon Demon (2016), de Nicolas Winding Refn, con otra actriz, ahora joven, también expuesta a la sordidez y a la artificialidad del show business. La absorbente música electrónica de Raffertie ayuda a crear ese submundo cada vez más inquietante y macabro en el que se convierte la existencia de la protagonista, amén de algunos temas como el “Pump it Up”, de Endor, o el de Hermann extraído de Vértigo, de Hitchcock. El formidable montaje que firma la propia directora junto a Jérôme Eltabet que repite después de Revenge, y Valentin Féron, que tiene experiencia en el cine de género junto a Yann Gozlan y Sébatien Marnier, entre otros, en una trama que va de la la luz cegadora a la oscuridad más tenebrosa, dando innumerables altibajos, para seguir la deriva del personaje, en una película nada fácil de ritmo porque se va a las 2 horas y 20 minutos.

Una pareja protagonista inconmensurable en el cuerpo, sobre todo, en el cuerpo, la piel, el gesto y la mirada de una gran Demi Moore que, siendo un icono de Hollywood, se vio expulsada por la edad y su cuerpo, y se reivindica con un personaje muy a su edad y medida, en un trabajo lleno de complejidad y brutalidad. La otra es Margaret Qualley, la versión joven que, desde Érase una vez en Hollywood nos fascina, y cada vez demuestra sus grandes dotes como hacía en Kind of Kindness, de Lanthimos. Su Sue es un regalazo y su composición está llena de todo. El trío se acaba con un Dennis Quaid, otro intérprete que tuvo su fama y ahora relegado a otros menesteres, que se reivindica como la Moore en el papel del jefe de la cadena, un ser grotesco, hortera, arrogante y asqueroso, que parece salido de una feria de los horrores de L. A. que de seguro hay a montones. No dejen pasar una película como La sustancia, y quédense con el nombre de su directora: Coralie Fargeat, porque su impresionante horror movie, con grandes dosis del cine de David Cronenberg, tanto en su forma, cruda y áspera, y en sus temas que tienen que ver con el cuerpo y sus diferentes agentes invasores y sus múltiples formas aplicadas a la tecnología y demás artilugios. Lo dicho, vean la película y lo que cuenta. Un magnífico retrato de esta sociedad que se hincha y deforma a través de la sexualización de los cuerpos femeninos, que los invade, los estruja y luego los hecha a la basura, en esta dictadura de lo físico, de lo aparente y de lo superficial, donde ya no somos quiénes deseamos sino estamos sometidas a los dictados de un mercado automatizado y sin alma que sólo busca la risa congelada y el show por encima de todo y de todos. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

La hora de la estrella, de Suzana Amaral

LA JOVEN MACABÉA. 

“Es la historia de una inocencia herida, de una miseria anónima, sobre una muchacha que no sabía que ella era lo que era y que por ello no se sentía infeliz”. 

Clarice Lispector, autora de la novela La hora de la estrella

Una de las muchas cosas que es el cine es la memoria, y no menos importante es conservar esa memoria y el legado de las películas. Por eso, las Filmotecas o Cinematecas resultan esenciales en el magnífico trabajo de conservar y restaurar las películas. Vitrine Filmes Brasil, la Cinemateca Brasileira y otras instituciones son han llevado a cabo la restauración en 4K de la película La hora de la estrella (A hora da estrela), de Suzana Amaral, como ya habían hecho anteriormente con la película Time to love (1965), de Metin Erksan. En mi caso, dos obras que desconocía completamente. ¡Cuánto cine queda por descubrir!. Un cine que no sólo nos cuenta una historia, sino que también nos informa de un contexto, el tiempo que se produjo la película y la situación política, cultural, económica y social del país en cuestión. Unas restauraciones que nos ayudan a mirar por primera vez estas películas en las mejores condiciones técnicas y sobre todo, a descubrir cineastas que como suele pasar, el tiempo y la historia, siempre caprichosos con la ola del instante, ha dejado olvidadas en alguna estantería.  

En el caso de La hora de la estrella, producida en el año 1985, apenas conocía la autora de la novela en la que se basa, la citada Clarice Lispector (Chechelnik, Ucrania, 1920- Río de Janeiro, Brasil, 1977), que falleció meses después de la publicación de la mencionada novela, y la presencia de la actriz Fernanda Montenegro, por su maravillosa interpretación en Estación Central de Brasil (1998), de Walter Salles. Y para de contar. Así que, ha sido todo un extraordinario descubrimiento poder verla por primera vez. La historia de su directora Suzana Amaral (Brasil, 1932-2020), que después de casarse a los 20 años y tener 9 hijos, comenzó a estudiar en 1968 cine, hizo cortos y documentales y fue productora en TV, consiguió una beca para la prestigiosa Universidad de New York en 1976, donde compartió aula con Jim Jarmusch, y tomó clases en el mítico Actor’s Studio y regresó a Brasil, donde compró los derechos de La hora de la estrella y debutó en el cine. El relato que firmó junto a Alfredo Oroz, cuenta una historia sencilla e íntima protagonizada por Macabéa, una joven de 19 años, huérfana, ingenua, analfabeta y virgen y sola en la vida, que deja su nordeste natal para llegar a la urbe económica de Sâo Paulo, donde comparte habitación con tres mujeres más y trabaja en una pequeña oficina como mecanógrafa. Conoce a Olímpico, un joven fantasioso y de carácter seco, con el que empieza a salir. 

La película cuenta una historia dura y nada complaciente, pero huye de cualquier atisbo de tremendismo y “porno miseria”, que diría nuestro cineasta Luis Ospina, porque se centra en los sueños y esperanzas de la joven Macabéa que, aunque tremendamente inocente y ajena a su infelicidad, no cesa de intentar mejorar en su trabajo a pesar de sus deficiencias, con sus pequeñas cosas, es de una delicadeza brutal como recorta esas revistas y va empapelando su pequeño “hogar” en su trozo de pared, o escucha ensimismada la radio y sus anuncios y demás, o la vemos en silencio masturbándose o ese otro gran momento de la película, cuando espera sentada en el banco mientras sostiene una flor roja, que describe como se relaciona con sigo misma y con el resto, dentro de su ingenuidad palpable y de su miserable procedencia, se muestra bondadosa y respetuosa en su trabajo y con su novio, que no la trata con demasiado dulzura. Una obra de una sensibilidad y naturalidad conmovedoras que, sin caer en el sentimentalismo, construye cada mirada y gesto de la joven protagonista desde lo íntimo y lo natural, a partir de una excelente cinematografía de Edgar Moura, uno de los grandes directores de fotografía de Brasil, que ha trabajado con grandes como Nelson Pereira Dos Santos, Ruy Guerra, Eduardo Coutinho y Luis Filipe Rocha, entre otros. Sus encuadres y su luz, tan cercana como luminosa, contrasta con la vida casi invisible de la protagonista. 

El inmenso trabajo de Marcus Vinicius, que también tiene al citado Pereira Dos Santos, y otros como Carlos Diegues y Fábio Barreto, entre sus directores, componiendo una música que acaricia cada plano y encuadre donde no busca enfatizar sino describir una leva mirada, un gesto y los silencios que va experimentando Macabéa. el exquisito y detallista montaje de Idê Lacreta, que también tiene a Guerra, y otras como Tata Amaral, que volvió a trabar con Suzana Amaral en Hotel Atlantico (2009), construye un relato de ritmo pausado y cadente, en el que apenas suceden cosas y se da importancia a todo lo que ocurre interiormente a su protagonista en sus 96 minutos de metraje que pasan como unas hojas mecidas por el viento. Aunque si tuviese que quedarme con algo que me ha emocionado verdaderamente es con la sensible interpretación de Marcelia Cartaxto, que luego siguió trabajando en cine, debutante con esta película, dando vida a la desdichada, sin saberlo, Macabéa, pura inocencia, pura como ella misma, que todavía no conoce la parte oscura de la condición humana, una marginada sin saberlo, una nadie y una invisible que está aterrizando al mundo de los adultos, con sus pequeños sueños e ilusiones que, aunque casi inexistentes, son los suyos.

Le acompañan la mencionada Fernanda Montenegro, toda una institución en la cinematografía brasileña con más de 40 títulos, haciendo de vidente, en una secuencia divertida e inquietante, José Dumont es Olímpico, el novio arrogante y presuntuoso, operario que sueña con ser diputado, como ese momento revelador lanzando un discurso para una plaza vacía con los únicos espectadores que Macabéa que no le entiende, y una indigente que tampoco. Tamara Taxman hace de Gloria, su compañera de trabajo, que es todo lo contrario a ella, guapa y llena de colores vivos, espabilada e interesada, aunque, hombres solo la quieren para sexo y nada más, y los jefes de la protagonista como Denoy de Oliveira y Umberto Magnani, entre otras, como el trío de compañeras de habitación, tan diferentes a ella, que parecen las hermanas modernas de Macabéa. Un reparto que compone desde la transparencia, que rodea a la protagonista y sobre todo, agudiza las tremendas diferencias entre una y el resto, entre la procedencia y la actitud, en especial, en las relaciones entre ellas y con su entorno. en ese Brasil de mediados de los ochenta, y en esa ciudad, donde unos pocos parecen vivir y otros deben compartir su miseria, sus trabajos explotados y ver la televisión de los otros.

Sólo me queda mencionar especialmente a todos y todas las que han trabajado en la restauración de La hora de la estrella, en especial a Vitrine Filmes que la ha estrenado por estos lares, porque me han descubierto no sólo una magnífica película sobre el choque entre la inocencia y los otros, y dar visibilidad a ese otro Brasil, el invisible, escenificado en la joven protagonista, y sacar del anonimato a una cineasta como Suzana Amaral que, a parte de las dos películas citadas, dirigió Uma Vida em Segredo (2001), también basada en una novela, en ese caso de Autran Dourado, y protagonizada por otra huérfana que no consigue adaptarse a las costumbres burguesas de una familia de principios del siglo XX. Sería mi deseo que La hora de la estrella, de Suzana Amaral se viese lo más posible por todos los canales existentes, ya sean salas de cine, plataformas como Filmin, y demás lugares tales como Cineclubs, Asociaciones y demás espacios culturales, porque así muchos espectadores podrán verla y descubrir sus grandezas, y las miserias que cuenta, y cómo las cuenta, porque ante todo, no usa su material para hacer apología ni tremendismo de la pobreza, tanto física como moral, sino que se centra en el interior de una joven de carne y hueso, y no escarba en sus miserias, sino que realza su bondad y sus sentimientos, actitud que muchos cineastas podrían tomar nota, porque cada relato necesita honestidad, valentía y sensibilidad. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

 

Diario de Mi Sextorsión, de Patricia Franquesa

CHANTAJE A UNA CINEASTA. 

“La vida se contrae o expande en proporción a tu coraje”. 

Anaïs Nin 

En noviembre de 2022 bajo la gran iniciativa del DocsBarcelona a través de El Documental del Mes conocimos el trabajo de la directora Patricia Franquesa (Barcelona, 1989), a través de su ópera prima Querida Sara (2021), en el que de forma íntima y cercana nos hablaba de Sara Bahai, la primera taxista de Afganistán. Un trabajo no sólo de documentar y observar una mujer valiente, decidida y luchadora, en el que también se generaba un vínculo muy especial e interesante  entre cineasta y retratada. Una historia breve, de apenas una hora de metraje, donde el retrato iba y venía, en un revelador juego de espejos donde realidad, ficción y documento se cruzaban generando un relato caleidoscópico y lleno de matices y grises que generaba una aproximación muy directa y transparente tanto de la protagonista como de la cineasta. Un trabajo de extrema sencillez y complejidad que la directora catalana asume desde la sencillez y transparencia de una película que se pregunta y responde constantemente. 

Después de aquella primera experiencia tan interesante y rompedora, se generó en mi mucha expectación ante Diario de Mi Sextorsión, segundo trabajo de Franquesa, donde no solo afirma las buenas sensaciones de su debut, sino que va más allá, y vuelve a construir un relato íntimo y muy personal, esta vez sobre una experiencia vivida en sus propias alma y carnes, cuando el 14 de mayo de 2029 mientras se encontraba en un bar le fue sustraído su ordenador portátil. La sorpresa fue que pasados dos meses de aquel fatídico suceso, recibió un correo en que un hacker le exigía una cantidad de dinero para no hacer públicas tres fotos íntimas de ella. La directora coge ese material y lo convierte en el tema de su segunda película, y nos va relatando su experiencia del chantaje y su sextorsión, a través de grabaciones vía móvil y conversaciones personales, todo contado a través de pequeñas pantallas o ventanas tanto del pc como del citado móvil, mientras escuchamos de la propia Franquesa todos los sucesos y pormenores de esta travesía donde hay dolor, miedo, preocupación, amigos, un ex, familia y demás agentes, de los que se ayuda la cineasta para contar su periplo, donde hay llamadas y visitas a la policía, reflexiones personales y demás asuntos y trasuntos de una situación de terror. 

Aunque la película tiene oscuridad, tiene también ese tono de humor y ligereza para contrarrestar tantos momentos de angustia y horror, y es esa mezcla que la hace tan cercana y tan especial, porque hay una enriquecedora aproximación a las actividades criminales de los hackers, a sus formas de extorsión, y a la vez, todo ese material se convierte en una película, con una atmósfera similar a la que había en la citada Querida Sara, donde la película se va construyéndose a sí misma, y todo lo que vemos tiene esa textura de borrador/película, donde ficción, documental y retrato se vuelven a mezclar generando esas bifurcaciones profundas y muy reflexivas. No obstante, las dos vuelven a tener una duración similar, apenas una hora más o menos, tiempo en el que no dejan de suceder cosas, eso sí, también hay tiempo para mirar y observar, sin que la agitación de las situaciones vividas se convierta en elemento para enfatizar. Estamos ante una película donde Franquesa asume la técnica de rodaje, tanto en cámara como en sonido, donde lo doméstico emerge de forma natural y nada artificial, en que el borrador de la película es la propia película y viceversa. Eso sí, con la complicidad en postproducción de la composición musical de Laura Casaponsa, que tiene en su haber una extraordinaria película como Más allá del espejo (2006), de Joaquim Jordà, y el extraordinario diseño sonoro de una grande con más de 100 títulos como Laia Casanovas. 

En Diario de Mi Sextorsión, la cineasta construye una trabajo nada convencional, que acoge las nuevas formas de lenguaje y comunicación derivas de internet, para conseguir una película que en algunos momentos recuerda a Host (2020), de Rob Savage, un formidable cuento de terror filmado a través de videollamada y en plano fijo, donde se palpa la tensión y se consigue una atmósfera inquietante y fuera de lo común como sucede en la película de la directora barcelonesa, donde la sensación de soledad, secuestro y amenaza están muy presentes generando ese bucle de laberinto sin salida y persecución. Un diario filmado que se aproxima sin prejuicios a un tema demasiado cotidiano para muchas personas que se ven extorsionadas y acosadas a estos niveles, y faltaba una película que lo mostrará con toda la crudeza, sencillez y honestidad posibles y aquí está, directa y transparente como sólo se podía contar una experiencia como la experimentada por la propia cineasta. Una película/experiencia, donde el cine y la vida se vuelven a cruzar, fusionar y retroalimentar como el cine de Chantal Akerman, por ejemplo, en sus maravillosas home movies, donde no hay límites marcados, sino de la profunda reflexión de lo que se filma y su porqué, y el hecho de compartir con el público como herramienta de mostrar las oscuridades de la existencia y la forma que ayuda para gestionar el conflicto propio, donde la cineasta usa su propia experiencia para construir su cine y su forma de mirar su entorno. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Levan Akin

Entrevista a Levan Akin, director de la película «Crossing», en el marco del D’A Film Festival en el Hotel Pulitzer en Barcelona, el viernes 12 de abril de 2024.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Levan Akin, Sergi Miralles, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, a Júlia Llàcer, por su gran labor como intérprete y al equipo de comunicación de Madavenue, por su amabilidad, generosidad, tiempo y cariño. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Crossing, de Levan Akin

LOS VIAJES INTERIORES.  

“Quedamos enredados en los destinos de personas que en nuestra familia se perdieron porque fueron olvidadas o excluidas”. 

Bert Hellinger 

Cuando se entrenó entre nosotros la película Solo nos queda bailar (2019), de Levan Akin (Tumba, Botkyrka, Suecia, 1979), nos sorprendió su trabajo en la planificación, la intensidad de sus intérpretes y la fuerza para transmitir un relato sobre la amistad, el amor, el baile y la liberación en un país como Georgia, del que apenas nos llega su cine. Ahora, nos llega el nuevo trabajo del director sueco con padres georgianos, en el que ahora el viaje es tanto físico como emocional, porque recoge el viaje de un grupo de excluidos que van desde Batumi en Georgia hacia Estambul en Turquía cruzando, y de ahí viene su título original, Crossing, el Mar Negro, porque Lia, una maestra jubilada debe encontrar a su sobrina Tekla, una mujer trans que años atrás tuvo que huir porque su familia no la aceptaba. En este viaje le acompaña Achi, un joven georgiano desarraigado y sin futuro que dice conocer su paradero. En la capital turca se cruzarán con Evrim, una chica trans que trabaja como abogada en una ONG. 

Aunque en una primera instancia, la película pudiese someterse al drama duro y sin concesiones, la historia se aleja mucho de esa premisa y construye un relato primoroso e intenso sobre la odisea, ya pensarán ustedes si les parece grande o pequeña, de la insólita pareja protagonista que, aunque patriotas tienen muchas cosas que les alejan, pero ahí reside la propuesta de Crossing, de hablarnos de los vínculos familiares fuera de la familia, a través de desconocidos que se miran de frente, se apoyan e intentan que su entorno más inmediato duela menos. La película es muy física, pateamos las angostas y tumultuosas callejuelas de la urbe sintiendo cada paso, cada esquina y cada espacio, ya sea a pie o en ferry para pasar de un lado a otro. El guion del propio Akin, huye de la sorpresa y de otras piruetas argumentales, para centrarse en sus personajes, sus relaciones y sus emociones, todo contado desde el alma, sin imposturas ni nada que se le parezca, con autenticidad, verdad y una intimidad que sobrecoge. Estamos ante un western urbano, o mejor dicho, un drama de vidas anónimas y cotidianas, donde también hay comedia, mucha música y sobre todo, un viaje donde lo importante es conocerse y reconocerse ante el espejo y sobre todo, ante los demás. 

Un trabajo de estas características necesita un excelente trabajo de cinematografía como el que realiza la sueca Lisa Fridell, que ya hizo lo propio en la mencionada Solo nos queda bailar, porque requería un gran trabajo físico y capturar la inmediatez y la fisicidad que desprenden cada mirada y cada gesto entre los tres personajes. El formidable montaje que firman Emma Lagrelius junto al propio director, que consigue imprimir la fuerza y la pausa necesarias, en una cinta donde lo físico es primordial, pero también las invisibles y pequeñas tragedias personales que viven cada uno del trío protagonista, que tienen en común su soledad, su necesidad de encontrarse y sobre todo, encontrar su lugar en un mundo demasiado egoísta, individualista y vacío. La música también juega un papel importante en la película, porque continuamente estamos escuchando alguna melodía o canto, elemento esencial como sucedía en la citada Solo nos queda bailar, aquí también lo es porque cuando faltan las palabras, el relato se acoge a la música y el silencio de los personajes, donde también conmueve desde lo más cercano, sin ningún tipo de alarde o gesto enfatizado. 

El extraordinario trío protagonista que transmite una naturalidad y transparencia desbordantes compuesto por la veterana Mzia Arabuli, que hizo una película con el gran cineasta georgiano Serguéi Paradzhánov, en el papel de Lia, una mujer derrotada pero en pie, que busca a su sobrina Tekla, en un viaje interior de aúpa, que tendrá sus altibajos durante el metraje, pero que nunca tirará la toalla, porque sabe que necesita el reencuentro. A su lado, el debutante Lucas Kanvaka en la piel de Achi, un joven que huye de la tutela férrea de un hermano mayor sin provenir en un país como Georgia donde no encuentra su lugar, y se agarra a Lia a un destino sin destino, pero con la convicción de encontrar lo que busca. La otra debutante es Deniz Dumanli en el rol de Evrim, la chica trans que ayudará a esta peculiar pareja, que también su lugar, su amor y su reconocimiento como mujer y como abogada. Con Crossing, el cineasta Levan Akin vuelve a deleitarnos con una película grande, llena de pliegues y texturas, intensa, poética y emotiva, sin ser sentimentaloide, de verdad, con personajes de carne y hueso, los nadies que mencionaba Galeano, los invisibles, los excluidos y los desheredados que al igual que todos y todas nosotras desean lo mismo, encontrar ese lugar donde sean bienvenidos y puedan vivir en paz. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA 

Antes era divertido, de Ally Pankiw

LA FRACTURA DE SAM.

“El trauma afecta a las relaciones, ya que cambia la forma en que percibimos el amor, la confianza y la seguridad”.

Judith Herman 

Hemos visto muchas películas que abordan con inteligencia y profundidad los efectos de los traumas. En Antes era divertido (“I Used to Be Funny”, en el original), también habla de trauma, el de una joven, Sam Cowell, que intenta hacerse un hueco en el difícil mundo de los comediantes stand-up y a la vez, trabaja como niñera de Brooke Renner, una niña de 12 años con problemas de conducta que tiene a su madre enferma y vive con su padre policía. Lo importante de la película es cómo aborda el trauma, alejándose completamente del género negro en el que tantas historias se posicionan. Aquí no hay nada de eso, porque el relato se centra en Sam, en su presente triste, estático y doloroso, y en el pasado, donde asistimos a la reconstrucción de los hechos que llevaron al abuso sexual que le propició el mencionado trauma, todo contado con el tono y la intimidad de una mujer atrapada en su trauma que no ve una salida a su problema. 

La directora Ally Pankiw (Toronto, Canadá, 1986), que ha dirigido la serie Feelgood (2020), y el capítulo Black Mirror: Joan es horrible (2023), hace su puesta de largo con una película que recoge la atmósfera del mejor cine indie estadounidense, el que han practicado películas como Las vírgenes suicidas (1999), de Sofia Coppola, Lady Bird (2017), de Greta Gerwig y Kajillionaire (2020), de Miranda July, entre otras. cine dirigido por mujeres para públicos que les gusten los retratos críticos, con la textura de una comedia dramática, en la que se abordan temas complejos como el amor, los traumas y la insatisfacción crónica de una población cada vez más ausente e invisible ante la velocidad de una sociedad vacía y mercantilizada. Antes era divertido aúna con acierto y sabiduría el drama con la comedia, no de un modo convencional, sino desde la complejidad de la historia que nos cuenta, mezclándolas e incluso, en muchos instantes, no sabiendo descifrar el tono que usa la directora, lo que la hace muchísimo más cercana y profunda que otras películas que vayan por otros derroteros. Uno de sus logros, tiene muchos más, es hablar de un tema durísimo sin caer en caminos trillados ni en estúpidas complacencias, aquí es todo lo contrario, y se agradece y mucho. 

Si la historia funciona bien, la estupenda cinematografía de Nina Djacic, que también debuta en el largometraje, es realmente asombrosa, creando una atmósfera donde la agitada cámara nos cuenta el pasado, para pausarla para contar el presente, generando esa dualidad del relato, así como de las distintas fases del trauma que sufre la citada protagonista, acompañado de un interesante trabajo de esa luz cercana y de interiores, casi siempre mortecina, que ayuda sin exagerar a adentrarse en los diferentes monstruos de Sam. La música de Ames Bessada ayuda a crear ese tono de pausa y tristeza que tiene toda la película, con esos toques de blues. Así como el acertado montaje de Curt Lobb, habitual del director Matt Johnson, donde no enfatiza para nada la historia, y va cimentando un relato muy complejo y nada convencional en sus 106 minutos de metraje. La ciudad de Toronto es otro de los grandes personajes de la película, con esos lugares como la casa que comparte la protagonista, la casa de los Renner y demás, porque nos recuerda a la misma inquietante calma y neutra que tenía la Sacramento de la mencionada Lady Bird, encontrando esos lugares ausentes que tienen todas las grandes cities. 

Otro de los grandes logros de la película, ya he mencionado que tiene muchos, es la magnífica interpretación de Rachel Sennott, que cada vez nos encanta más, haciendo una Sam Cowell maravillosa, mostrando toda la carga emocional y cercana que transmite un personaje divididos en dos. En el pasado es toda valentía y estupenda, y en el presente, es como un fantasma que arrastra sus penas, eso sí, con toda la dignidad y entereza que puede. Le acompañan Olga Petsa como la rebelde y escurridiza Brooke Renner, Sabrina Jalees y Caleb Hearon son sus compañeros de piso y en el stand-up, Ennis Esmer es su novio y finalmente, Jason Jones es Cameron, el papá de Brooke. Si les gustan las historias contadas desde la emoción, Antes era divertido, de Nina Djacic, les gustará mucho, además tiene el sello de la distribuidora Surtsey Films, que en sus años de trayectoria siempre les ha acompañado un amor al cine que aborda desde la complejidad temas nada sencillos. Además, es una película que les hará reflexionar intensamente sobre los temas del trauma y las infinitas formas de gestionarlo y sobre todo, es un gran toque de atención a cómo nos comportamos cuando lidiamos con estos temas, ya sean propios o de nuestro entorno. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Lo que me queda de ti, de Zara Zerny

LA VEJEZ Y LOS AUSENTES. 

“El secreto de una buena vejez no es otra cosa que un pacto honrado con la soledad”. 

Gabriel García Márquez 

Parece ser que la vejez no es buen tema para el cine, ya que existen pocas películas que traten ese período de la vida desde la profundidad y la reflexión que se requiere, y no sea un mero acompañante de los protagonistas. Son contadas las películas en que sus principales personajes sean mayores, por eso, una película como Lo que me queda de ti (“Echo of You”, en el original, traducido como Eco de ti), sea no sólo un gran acontecimiento, sino que, además, su forma de acercarse a la vejez sea extraordinariamente lúcida, bella y muy profunda, porque aquí no vemos a ancianos que ayudan a los demás y tampoco que se sitúan en la sombra y las necesidades de sus descendientes y demás. En la película nos hablan de ellos y ellas, y sobre todo, de sus respectivas parejas que ya no están, fallecidas, y lo hacen desde el alma de cada uno de ellos y ellas, mirando y mirándonos a través de  la cámara, de frente, desnudando sus sentimientos y mostrando sus miedos, alegrías y demás. 

La directora danesa Zara Zerny (Ontario, Canadá, 1985), se formó en la escuela de cine independiente Super16 donde filmó películas en las que fusiona la ficción con el documental, por eso en su ópera prima, no sólo recoge los testimonios sinceros e íntimos de un grupo de mayores con edades comprendidas entre los 80 y más de 100 años, sino que los hace mezclando documento y expresiones poéticas, como el maravilloso arranque cuando la propia directora pide a uno de sus personajes que cierre los ojos e inmediatamente después, coloque sus manos encima de sus ojos para finalmente, recordar algo del ayer. Una imagen poderosa y muy elocuente que describe con exactitud el contenido de la película. Una obra que transita por la memoria, por el hecho de recordar, y hablar de esos momentos compartidos con la pareja que falleció, en el que hablan del amor, de la convivencia, de los días de vino y rosas, y de todo lo que conlleva vivir con una persona tantos años. Unas experiencias que la cámara recoge con claridad y sin aspavientos de ningún tipo, construyendo un cine reposado, que observa y filma, sin artificios y mirando con tiempo y honestidad a las personas que escucha atentamente.

La excelente y envolvente música de Viktor Dahl contribuye a que cada testimonio se convierta en una relación íntima entre persona, cámara y directora, generando ese acompañamiento y de vínculo que tanto necesita el cine documental para que tenga ese aroma de misterio y revelación como también hace el cine de Chantal Akerman, donde lo doméstico y lo universal se dan la mano creando un nuevo espacio para la emoción y la reflexión. La cinematografía de Jacob Sofussen se construye a partir del testimonio en su entorno, donde la cámara fija recoge su experiencia y su trayectoria vital, sus recuerdos y su cotidianidad, donde no hay prisa, y todo se envuelve desde la tranquilidad y el reposo, desde ese espacio de escucha, de pausa y de intimidad. Un montaje donde no hay estridencias ni nada que perturbe la paz y la pausa de los ancianos, en sus contenidos y especiales 76 minutos de metraje, en los que Zerny nos apabulla con lo real, y con lo poético, donde la vejez se asume desde la profundidad y la tranquilidad que dan los años y las dificultades físicas, en el que se desprende un amor hacia lo que filma, y hacia los que ya no están, y ese vínculo que genera el cine entre la vida y la muerte, como mencionaba Johan van der Keuken en su inolvidable Las vacaciones del cineasta

Hacía tiempo y muchas películas después que no veía una película que tratara la vejez desde lo más profundo e íntimo, no desde la tristeza y la pesadumbre de ser mayor, sino desde otro ángulo, el de la memoria, el de los años vividos con el amor, desde el recuerdo de las experiencias, ya fuesen duras y menos duras, desde la alegría, la felicidad, la tristeza y la soledad, y no haciéndolo de forma negativa sino todo lo contrario, filmando a unas personas que recuerdan y hacen balance de sus vidas, de sus amores y desengaños, de todo lo que contiene una vida larga de 80, 90 y 100 años, a través de sus miradas, carácteres, acontecimientos y demás situaciones. No vayan a ver una película como Lo que me queda de ti desde la tristeza, porque aunque la haya, todo se cuenta desde el alma, desde la vida vivida y no añorada, de los aciertos y desaciertos, de la ilusión y desilusión, de los pros y los contras de sus vidas y la de todos y todas cuando lleguemos, si es que llegamos, a sus edades. El misterio de la vida o mejor dicho, el misterio de seguir viviendo en soledad, rodeados de uno mismo o de otros, siguiendo en la vida o lo que queda de ella, recordando al ausente en una suerte de presencia y no que alimenta la reflexión profunda sobre quiénes somos en realidad. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Icíar Bollaín, Mireia Oriol y Urko Olazabal

Entrevista a Icíar Bollaín, Mireia Oriol y Urko Olazabal, directora e intérpretes de la película «Soy Nevenka», en la cafetería de los Cines Renoir Floridablanca en Barcelona, el miércoles 25 de septiembre de 2024.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Mireia Oriol, Icíar Bollaín y Urko Olazabal, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, y al equipo de Nueve Cartas Comunicación, por su amabilidad, generosidad, tiempo y cariño. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Soy Nevenka, de Icíar Bollaín

LA MUJER QUE NO SE CAYÓ. 

“Estaba jugando con mi dignidad. Querían que me marchara como si hubiera hecho algo malo, como si fuera una incompetente”. 

Nevenka Fernández 

El universo cinematográfico de Icíar Bollaín (Madrid, 1967), está compuesto, principalmente, por mujeres anónimas de vidas cotidianas que las circunstancias las llevan a enfrentarse a retos aparentemente imposibles, en soledad y sobre todo, sometidas a la presión de un entorno que ni las comprende ni las ayuda. Nos acordamos en la Pilar de Te doy mis ojos (2003), que abandona a un marido violento, la Carmen, Inés y Eva de Mataharis (2007), que concilian trabajo y familia a duras penas, la Laia de Katmandú, un espejo en el cielo (2011), que enseña en un lugar lleno de miseria, la Alma de El olivo (2016), que lucha por la dignidad de su abuelo, la Rosa de La boda de Rosa (2020), que reivindica su amor propio, la Maixabel de Maixabel (2021), una viuda que luchó por el amor y no por el odio. A esta terna de mujeres valientes y de coraje, llega Nevenka Fernández, una joven de 25 años, recién licenciada de económicas nombrada concejal de hacienda de Ponferrada en el año 2000. Todo lo que en un principio parecía una gran oportunidad para ella se convirtió en un infierno ya que el alcalde Ismael Álvarez, de 50 años, la acosó profesional y sexualmente. 

A partir de un guion escrito por Isa Campo, que ya estuvo en Maixabel, y la propia directora, basándose en el libro “Hay algo que no es como dicen. El caso de Nevenka Fernández contra la realidad”, de Juan José Millás, y el testimonio real de la víctima, construyen una película que arranca con el encuentro de la protagonista confesando los hechos, que empiezan un año antes, y a modo de flashback vamos asistiendo a todos los pormenores. Contada de forma cotidiana y cercana que tiene estructura de cuento de terror, que se mueve en dos estados. Uno cuenta la cotidianidad de Nevenka y su entrada como concejal en el ayuntamiento y en el otro, se cuenta la triste realidad en la que Nevenka se ve sometida por el alcalde. Dos realidades. Una pública en la que el alcalde es un señor amable, simpático y con un admirable don de gentes, y en la otra, oculta, vemos a un tipo poderoso, depredador y violento. La película no cae nunca en el maniqueísmo, sino que expone unos hechos difíciles, siempre desde el lado de Nevenka, que no sólo sufrió el acoso y persecución del susodicho, sino que cuando hizo pública la historia, sufrió lo mismo con su entorno, medios y la opinión pública. Una mujer acosada por todos y todas. Una mujer que vivió en un constante miedo e impotencia, que no quería huir, sino proteger su identidad y su dignidad. 

Como suele ocurrir en el cine de Bollaín, la parte técnica es de primer nivel, en que la película tiene una factura elegante y muy sólida, con la cinematografía de Gris Jordana, que ha trabajado con cineastas como Clara Roquet, Laura Jou y Carla Simón, entre otras, con una luz mortecina que describe con minuciosidad una ciudad como Ponferrada (León), tan provinciana como cerrada, con sus calles, sus interiores, en una detallada composición donde prevalecen los planos cortos e íntimos, como el estupendo trabajo de música de Xavi Font, que le hemos visto mucho por el audiovisual gallego con Dani de la Torre, y en series como Hierro, Rapa y Auga seca, en una cinta con poca música, pero la que hay está muy bien situada, y el montaje de Nacho Ruiz Capillas, en ocho títulos con la directora, con una grandísima experiencia con más de 120 títulos, en un conciso y elaborado trabajo de montaje, donde el ritmo se va imponiendo en un relato muy íntimo y muy oscuro que se va casi a las dos horas de metraje intenso, doloroso y nada complaciente. Mención especial tiene el empleo del sonido que firman Iñaki Diez, ocho películas con Icíar, Juan Ferro y Candela Palencia, en que la sutileza está muy presente sin enfatizar en los momentos más duros. 

Otro de los grandes aciertos de Soy Nevenka es la elección de su reparto, porque tenemos dos interpretaciones creíbles y nada impostadas. Por un lado, tenemos a Mireia Oriol, fogueada en películas como El pacto y series como Les del Hoquei y La treintena, que le llega un gran personaje como el de Nevenka que lo acoge, le da toda la dignidad que se merece y compone con sabiduría un personaje nada fácil que pasa por todos los estados del miedo, la soledad, la tristeza y el coraje. Frente a ella está Urko Olazabal, que también estaba en Maxiabel dando vida a uno de los etarras Luis Carrasco. Aquí hace un tipo despreciable y narcisista, muy querido por sus ponferradinos pero en la sombra un mujeriego, depredador sexual y alguien poderoso que hace y deshace a su antojo. Después hay una retahíla de grandes intérpretes que dan profundidad a la historia y a los diferentes puntos de vista como Ricardo Gómez que hace de Lucas, fiel amigo de Nevenka cuando las cosas se ponen muy feas, y Carlos Serrano, mano derecha del alcalde, Xavi Font, el abogado que ayudó a la joven, Lucía Veiga, la jefa de la oposición en el ayuntamiento, Mabel del Pozo, madre de Nevenka, y Mercedes del Castillo, compañera en el consistorio, y demás rostros que dan con naturalidad todos los matices de sus respectivos personajes.   

Seguro que conocen la historia de Nevenka Fernández, amén del libro de Millás y la serie documental donde la mencionada protagonista relataba los hechos, por eso la película Soy Nevenka, de Icíar Bollaín, aportará nuevas situaciones, porque los ficciona y se adentra en todo aquello que hemos escuchado. También pueden verla para recordar un caso que significó un antes y después en este país en los casos de acoso sexual, porque Nevenka se atrevió a lo nunca una mujer había hecho, denunciar a un político y por ende, a no callarse, a denunciar unos hechos deleznables, a alzar su voz contra el poder, la persecución y contra el silencio que tantos siglos se vieron sometidas las mujeres. Es una película sobre la dignidad, sobre el miedo, sobre el acoso, pero también es la historia de una joven que se puso de pie, enfrentándose a la hipocresía y la actitud de mierda de todos y todas, que la convirtieron en verdugo cuando era la víctima, que la depilaron injustamente, que la acusaron por denunciar al agresor. También es una película que vuelve a aquellos años 2000 y 2001 y describe un país que todavía estaba anclado en los prejuicios y las apariencias y no veía más allá de sus ojos, sin profundizar y tomarse el tiempo necesario para tomar sus decisiones. No nos pensemos que estamos mucho mejor que entonces, algo hemos cambiado, pero visto la reacción de muchas instituciones y ciudadanos cuando casos de acoso sexual, todavía queda mucho camino, pero estamos caminando ya. que ya es mucho. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA