Eo, de Jerzy Skolimowski

EL BURRO Y EL MUNDO.

“Él comprende bien que lo quiero, y no me guarda rencor. Esta tan igual a mí, tan diferente a los demás que he llegado a creer que sueña mis propios sueños”

Platero y yo, de Juan Ramón Jiménez (1917)

El cineasta Jerzy Skolimowski (Lodz, Polonia, 1938), pertenece a esa maravillosa terna surgida de la magnífica Escuela de Cine y Teatro de Lodz:  Andrew Vajda, Jerzy Kawalerowicz, Wojciech Jerzy Has, Krzystof Kieslowski, Andrzej Munk, Roman Polanski, Krzystof Zanussi y Andrzej Zulaski, entre otros que, a lo largo del siglo XX, crecieron haciendo cine en el bloque soviético con películas de fuerte carga crítica y poética, llenas de humor, que les abrieron las puertas al mercado y los certámenes internacionales. En el caso de Skolimowski, recordamos sus películas como Walkover (1965), La barrera (1966), y La partida (1967), filmado en Polonia, y las otras, rodadas en Gran Bretaña como Zona profunda (1970), El grito (1978), Trabajo clandestino (1982), The lightship (1986), entre otras. Su largo período dedicado a la pintura figurativa y expresionista. Su vuelta a Polonia con películas como Cuatro noches con Anna (2008), Essential Killing (2010), y 11 minutos (2015).

Después de siete años sin rodar, el cineasta polaco vuelve con Eo una hermosísima, poética y sensorial fábula contemporánea protagonizada por un pequeño burro grisáceo de raza sarda que es, ante todo, un sentido y honesto homenaje a Au Hasard Balthazar (1966), de Robert Bresson, quizás la película que mejor ha retratado el mundo de los animales, erigiendo al burro en un ser que, en su peculiar aventura recibe maldad y bondad, en un mundo cínico e implacable. Skolimowki vuelve a contar con la guionista Ewa Piaskowska, que le ha producido sus últimas cuatro películas, y con la que ha coescrito sus tres últimas, en un relato que nos devuelve el cine en su máxima esencia, ya que casi no hay diálogos, en un grandioso espectáculo visual y sensorial, donde nos sumergimos en una aventura que nos lleva por el rural polaco e italiano siguiendo los pasos de Eo, el pequeño burro protagonista, que, al igual que le sucedía al soldado afgano que interpretaba Vincent Gallo en Essential Killing, debe luchar contra los obstáculos y sobrevivir a un mundo demasiado hostil.

Eo será el alma de este cuento viviendo a través de un periplo difícil que lo llevarán a estar siempre de aquí para allá, como Eo que después de ser desahuciado del circo donde lo tienen trabajando, lo recluirán en una granja en la que no se adapta, para más tarde huir campo a través, y acabar siendo mascota a su pesar de unos salvajes seguidores de un equipo de fútbol, del que será apaleado por los hinchas del rival, y luego, curado para ser mal vendido como carne junto a unas vacas, y después, siendo rescatado por un joven italiano que tiene una relación extraña con una condesa, y mucho más. Desventuras en las que Skolimwski nos muestra una mundo-sociedad llena de peligros, pero también, de bondad y soledad, de pequeñas alegrías y tristezas, de unos humanos salvajes y egoístas que usan y tiran al pequeño animal según su conveniencia, mostrando así la relación de los sapiens con los animales y nuestro entorno natural, en que la película lanza una profunda y directa crítica hacia el trato y respeto que tenemos con los animales y la naturaleza.

La película reivindica los valores humanos a través del animal, deteniéndose en la inocencia, aspecto en desuso completamente en una sociedad en el que todo parece una lucha encarnizada de poderes en el que todo vale, donde estamos todos contra todos, y un sálvese quien pueda, y poco más, en una sociedad totalmente individualiza, solitaria y apática, donde rige la ley del talión y la desesperanza. Una película de contenido abrumador y ejemplar, tiene una parte técnica a su altura, con la exquisita y excelente cinematografía de Mychal Dymek, que tiene en su haber grandes trabajos como el que hizo en  la reciente Sweat, de Magnus von Horn, y su trabajo en el equipo de Cold War (2018), de Pawel Pawlikowski, el conciso, detallado y brutal montaje de Agnieszka Glinska, que ya estuvo en 11 minutos, en sus extraordinarios ochenta y ocho minutos de metraje, la impresionante música de Pawel Mykietyn, un habitual en la filmografía de Krzystof Warlikowski, y de otros como Wajda, Bartas y Małgorzata Szumowska, en una composición que se fusiona con armonía y belleza con la banda sonora que nos va transportando al mundo interior del asno protagonista.

Uno de los productores es el mítico Jeremy Thomas, el mítico productor de casi medio siglo de carrera, con más de setenta títulos producidos a nombres tan ilustres como Bertolucci, Cronenberg, Kitano, Miike, Wenders, Jarmusch y Guilliam, entre otros, que le produjo Skolimowski El Grito, y le ha coproducido las tres últimas, en una de esas colaboraciones que se extienden a lo largo de sus carreras extensísimas, donde la autoría deviene uno solo, en una idea de hacer cine desde la emoción y desde la necesidad de hacer lo que uno quiere, alejándose de modas y tendencias del momento, haciendo cine desde el alma, con el alma y sobre el alma. Aunque el equipo es el absoluto protagonista de la película, el animal va encontrándose personajes de toda índole y condición social encarnados por Sandra Drzymalska, una de las actrices jóvenes polacas más talentosas de su generación, el italiano Lorenzo Zurzolo, Mateusz Kosciukewicz, uno de los actores polacos más destacados del momento, y la maravillosa presencia de una grande como Isabelle Huppert. Celebramos el regreso al cine de Skolimowski que no solo mira a Bresson, sino a ese cine del que ya queda poco, donde lo primordial era contar una historia desde el corazón, construyendo emociones y sumergiendo al público a todo aquello que no se ve del cine pero está, donde se le mostraba una historia, se construía una mirada y había espacio para la reflexión a través de una mirada crítica sobre la sociedad y al fin y al cabo, sobre nosotros y todos los seres de nuestro entorno, ya sean animales como vegetales. No se la pierdan, porque es maravillosa y encima, sensible y humanista, porque todos deberíamos ser como ese asno, con la misma humanidad que tenían Platero, Balhazar y Eo. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Lazzaro Feliz, de Alice Rohrwacher

UN CUENTO SOBRE LA BONDAD.  

“Lazzaro Feliz es la historia de una santidad menor, sin milagros, sin poderes o superpoderes. Sin efectos especiales. Es la virtud de vivir en este mundo sin pensar mal de nadie y simplemente creer en los seres humanos. Porque otro camino es posible, el camino de la bondad, que los hombres siempre han ignorado, pero que siempre reaparece para cuestionarles. Algo que pudo haber sido pero que ni nos atrevimos a desear.”

Alice Rohrwacher

Con sólo tres películas, Alice Rohrwacher (Fisole, Toscana, Italia, 1981) ha creado un universo muy personal, un mundo de ambiente rural, lleno de ternura y sensibilidad, pero también, lleno de fantasía, donde las cosas más mundanas y cotidianas, esas que pasan desapercibidas, o de muy vistas, ya no se les hace el caso que debieran, van transformándose en otra cosa, adquiriendo una piel distinta, entrando en un estado espiritual, de más adentro, donde las cosas de siempre, feas y tristes, van convirtiéndose en algo diferente, y a la vez, extraño, capturando una magia que sumerge todos nuestros sentidos en un mundo donde todo es posible, donde las tristezas y los pesares del mundo, se vuelven de otro color y texturas, no se resuelven por arte de magia, pero sí se encaran con otro ánimo, porque a pesar de la negrura del mundo, siempre hay un motivo para verlo de manera diferente, más cercana a las emociones.

En su debut con Corpo Celeste (2011) una niña y su madre hacían lo imposible para reintegrarse en una zona rural de Calabria, tradicionalista y de moral católica, después de vivir 10 años en Suiza. En El país de las maravillas (2014) Gelsomina y su familia fabricaban miel en un pueblo, cuando deberán enfrentarse al final de esta forma de vida que parece tener fin. Cuentos inspiradores, fábulas mágicas pero con una base real, donde lo más insignificante adquiere un sentido humano y sobre todo, fantástico, donde las cosas se vuelven de distinta forma, con otro color y con texturas atrayentes y agradables. Rohrwacher continúa en el marco de la fábula en Lazzaro feliz, donde retrata a un joven campesino (interpretado por Adriano Tardiolo en su primera incursión en el cine) que es pura bondad e inocencia, alguien casi místico, un ser lleno de buenos sentimientos, que quiere ayudar a todos, y nunca se niega o se queja por nada ni por nadie, una especie de santidad, pero con los pies en el suelo, humano y cercano a aquellos que más lo necesitan. Aunque, en la pequeña aldea de “La Inviolata” se ha convertido en el chico para todo, donde todos los campesinos se aprovechan de esa bondad sin fin, unos campesinos que cultivan tabaco, en situación de esclavitud y servidumbre para la marquesa Alfonsina de Luna y su hijo Tancredi, un chico díscolo y engreído que intenta llamar la atención con estúpidas travesuras de una madre miserable y clasista.

Lazzaro y Tancredi se hacen amigos y mantienen una relación agradable y de camaradería. Todo cambiará cuando las autoridades descubren la situación de “La Inviolata” y acaban con ella, por estar ya prohibido por ley esa forma de trabajo y vida. La cineasta italiana parte su película en dos. En el primer bloque, asistimos a una película sobre campesinos y sus formas de vida, en un marco antropológico, donde somos testigos de su miseria y relaciones entre ellos, donde Lazzaro es el criado de todos, una condición que asume sin rechistar ni quejas de ningún tipo. En la segunda mitad, la película se ha ido al futuro, donde aquellos niños y niñas ahora son adultos y viven en la periferia de Roma, donde malviven y se dedican al hurto o al trapicheo de objetos y cualquier tipo de cosa que pueda generar dinero, y donde Lazzaro, sigue con la misma edad, a pesar de todos los años transcurridos, y se marcha a la ciudad ya que el pueblo está abandonado, y encuentra a una de esas familias del pueblo y convive con ellos.

La extraordinaria y sublime luz de Hélène Louvert (que ya había trabajado en las dos anteriores películas de Rohrwacher) realizada en 16mm, con todo ese grano y textura, que da vida y proximidad en el mundo rural, en ese campo lleno de colores, tierra, polvo y sudor, contrasta con los grises sombríos de la ciudad, donde a pesar del cambio de lugar y haberse liberado del yugo de la marquesa, las cosas continúan igual, como si el tiempo se hubiera detenido, donde siguen habiendo una sociedad dividida entre amos y esclavos, entre explotados y vividores, donde unos sirven a otros en condiciones miserables y deshumanizadas. El sobrio y brutal montaje de Nelly Quettier (responsable de la edición de Léos Carax o Claire Denis, entre otros) ayuda a seguir la peripecia de Lazzaro y los demás, contribuyendo a ese aire de magia que destila la película, mezclando con delicadeza la triste realidad con los momentos mágicos, fusionándolas de un modo sencillo y natural, creando un nuevo espacio en el que todo es posible, donde suciedad y fantasía conviven junto a los personajes, donde en cualquier momento puede ocurrir lo inesperado y lo sobrenatural.

Rohrwacher aboga por la bondad en este mundo deshumanizado, en una maravillosa y sutil fábula sobre la condición humana, en la que lanza un grito de esperanza e ilusión, sin olvidarse de la tragedia de la sociedad, una sociedad materialista que ha olvidado a los seres bondadosos y de buen corazón, donde éstos no tienen cabida y son arrojados miserablemente. La directora italiana nos cuenta su película desde las emociones, sin caer en aspavientos sentimentalistas ni nada de ese tipo, ni tampoco en discursos moralistas, sólo guiándonos a través de la mirada absorbente del joven Lazzaro, alguien que no parece de este mundo, no por un físico extraño ni fantástico, sino porque la bondad y la inocencia que transmite ya no pertenecen a este mundo, si alguna vez lo hicieron, cualidades humanas que lo hacen de otro mundo, valores que le convierten en un ser puro y santo, donde a pesar de este mundo individualista y clasista, siempre hay espacio para aquellos que son buenos, que hacen el bien, a pesar de los palos que reciban, a pesar de este mundo.

Rohrwacher también realiza una declaración de principios cinematográficos acudiendo a los grandes del cine italiano, enmarcando su aventura humanística tomando como referencias a aquellos que hicieron grande el cine italiano, como La Terra Trema, de Visconti, aquellos pescadores podrían ser los campesinos del tabaco, o del arroz de Arroz Amargo, de De Santis, o aquellos de El árbol de los zuecos, de Olmi, contados de manera neorrealista, capturando la esencia de lo humano como hacían Rossellini o De Sica, o la periferia sucia y fea de la ciudad que podríamos convocar al cine de Pasolini, o esos lugares industriales abandonados, fríos y aislados que tanto le interesaban a Antonioni, o la magia, lo fantástico y los sueños que pululaban por los universos de Fellini. Toda la historia del cine italiano condensada en los 125 minutos de la película, que no copia de modo literal a los maestros, sino que recoge su esencia y el espíritu que recorría aquel cine para llevarlo a su universo de un modo visceral y extraordinariamente personal, convirtiendo así su película en una obra de calado universal y humanístico, donde nos habla de valores humanos que deberían guiar nuestras vidas a pesar del mundo en el que vivimos, porque quizás entre tanta trivialidad y quehaceres vacíos, nos olvidemos de que algún día podemos encontrarnos con un Lazzaro y no seamos capaces de verlo, o peor aún, lo expulsemos de nuestras vidas porque no nos detengamos a valorar todas sus bondades que son infinitas.