Münter y el amor de Kandinsky, de Marcus O. Rosenmüller

GABRIELE MÜNTER CUENTA SU HISTORIA. 

“Para los ojos de muchos, yo sólo fui un innecesario complemento a Kandinsky. Se olvida con demasiada facilidad que una mujer puede ser una artista creativa por sí misma con un talento real y original”. 

Gabriel Münter 

En todas las historias siempre hay dos posiciones bien distintas, y aún más, si se tratan historias de relaciones íntimas. Suele pasar que, por designios de quién sabe dónde, la mayoría de personas se queda con uno de los relatos, y vete tú a saber porqué motivo, obvian el otro. Esto sucede mucho cuando en las relaciones el hombre es famoso y ella, no. Por eso, una película como Münter y el amor de Kandinsky (en el original, Münter & Kandinsky), viene a contarnos la historia que no se ha contado de la relación que mantuvieron el “famoso pintor” y la pintora, y lo hace desde la mirada de ella, construyendo el contraplano que la historia le ha negado. El guion de Alice Brauner, coproductora de la cinta, bien dirigido por Marcus O. Rosenmüller (Duisburgo, Alemania, 1963), se desenvuelve en el viaje que va de Munich en 1902 hasta aquella tarde aciaga en Estocolmo, catorce años después. Un período que convirtió a los citados en dos de los artistas más importantes de entonces, una relación fundamental que cambió la historia del arte, aportando conceptos como expresionismo y abstracto, en un arte libre, sin ataduras y abierto a todo y todos, en una vida donde amaron, se pelearon, se distanciaron, pero sobre todo, crearon algunas de las mejores pinturas de la historia. 

La película cuenta con un gran trabajo de producción que nos permite trasladarnos a aquella Alemania efervescente de arte y pintura, y acercarnos a los paisajes naturales y rurales que tanto amaban la pareja de artistas. El relato sigue con verosimilitud la energía y el ímpetu de Gabriele Münter en su empeño en romper las convenciones reinantes y hacerse un sitio en el demoledor universo del arte totalmente masculinizado. No es una película que sigue los parámetros del biopic al uso, porque hay alegría y tristeza, hay vida y muerte, hay romanticismo y negrura, también, una guerra, la primera, que significó un antes y después para la pareja y para muchos que perecieron. La cinta habla del arte como motor de cambio, de pensamiento, de ideas, de no seguir lo establecido y pensar con el alma, y sobre todo, romper los círculos viciosos y convencionales, y abrirse a nuestro interior y pintar desde el amor, desde la fantasía, desde lo abstracto, desde todo aquello que sólo vemos con el corazón, con lo intangible, y luchar para que sea valorado y que no se menosprecie por seguir unas normas que nadie discute. Tanto Münter como Kandinsky y el grupo del Jinete Azul, trabajaron para derribar los muros de la prehistoria del arte y lanzar una nueva forma de hacer arte y la pintura. 

El director alemán, siempre vinculado a la televisión en forma de series, se ha rodeado de un equipo experimentado para llevarnos a la agitación y la energía de la Alemania de principios del siglo XX, con una cinematografía de Namche Okon, con una luz que recuerda a la pintura de Renoir y Monet, y por supuesto, el cine de Jean Renoir, dónde Partie de campagne (1946) y Le dejéuner sur l’herbe (1959), son referentes claros, eso sí con los colores menos intensos del país teutón. La excelente música de Martin Stock, tercera película con el director, amén de de PIa Strietman y Crescendo (2019), de Dror Zahavi, en la que abundan toques románticos, donde se mezclan la alegría de vivir, de crear, de gritar y vivir en grande con todo lo que ello tiene. El montaje de Raimund Viecken, que trabajó con Rosenmüller en varias series como la exitosa Amigos hasta la muerte, no tenía una tarea nada sencilla con una película que se va a los 125 minutos de metraje, donde no dejan de suceder cosas viendo a dos personajes en perpetuo movimiento, de aquí para allá, tanto a nivel físico como emocional, en un férreo y duro combate entre las crisis existenciales y el hermetismo de Kandinsky muy contrarios al fervor,  la fuerza arrolladora y la intensidad de Münter.

Las dos personalidades contrapuestas que son la pareja protagonista están muy bien interpretados por la estadounidense Vanessa Loibl, alma mater de la película con su grandiosa interpretación de Gabriele Münter, como queda reflejado en esa primera secuencia-prólogo con la llegada de los nazis a Murnau y ella se apresura a esconder las pinturas del odiado y bolchevique Kandinsky, Frente a ella, en otro rol igual de emocionante la quietud del gran maestro y pintor que compone el actor alemán-ruso Vladimir Burlakov. Tenemos la maravillosa presencia de Marianne Sägebrecht, que los más cinéfilos recordarán por sus trabajos de los ochenta y noventa. No estamos ante la típica película del amor del maestro y la alumna aventajada, si no de una historia que va mucho más allá, donde hay amor, arte, pintura, reflexión, discusión, distanciamiento, sexo, creatividad, ferocidad, tranquilidad, oscuridad, y sobre todo, la casa de Murnau, una casa-taller para crear, para amarse y también, para odiarse y separarse. Da igual que conozcas que ocurrió con Múnter y Kandinsky, porque esta película lo explica desde la mirada, el carácter y la pasión de Gabriele Münter y eso todavía no se había contado en una película, así que, déjense de habladurías y demás estupideces, y escuchen la historia de Münter que no conocen, porque les aseguro que cuando terminen de ver la película, su mirada se escribiría como siempre pasa cuando solamente conocemos una parte de la historia. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Las delicias del jardín, de Fernando Colomo

PADRE E HIJO, Y EL DICHOSO ARTE. 

“El arte es una mentira que nos acerca a la verdad”. 

Pablo Picasso 

Con Isla bonita (2015), Fernando Colomo (Madrid, 1946), abrió una etapa diferente con producciones más pequeñas y temas más frescos y naturales, que significaba un gran giro, muy alejado del entramado industrial en su extensa carrera como director, desde aquellas Pomporrutas imperiales (1976), célebre cortometraje que siguió a sud ebut en el largometraje con la inolvidable Tigres de papel (1977), punta de lanza de lo que luego se llamó la “Comedia madrileña”. Más de treinta títulos entre películas, series y demás han hecho de Colomo un director de cine con muchas comedias a sus espaldas. Con Isla bonita volvía a un cine ya muy presente en sus inicios y hablamos de La mano negra (1980), y La mitad del cielo (1983), que recuperó con Eso (1996). Un cine con pocos medios, muy fresco y divertido, lleno de ironía y crítico con todo y lleno de unos personajes metidos en mil líos y con un corazón enorme, sin olvidar las estupendas apariciones de Colomo como un actor excelente que, sobre todo, se ríe de sí mismo y de todo lo que le rodea. Aunque había aparecido en sus películas realizando cameos inolvidables, fue en las primeras películas de Manuel Gómez Pereira donde se descaró como actor y en Todo es mentira (1994), de Álvaro Fernández Armero se destacaba como un actor peculiar y brillante. 

Como digo, en Las delicias del jardín, producida en los mismos parámetros que Isla bonita, con un guion coescrito junto a su hijo Pablo Colomo, destacado pintor figurativo que, además se pone a actuar junto a Colomo. Mano a mano, padre e hijo se convierten en las almas inquietas y torpes de la trama. El padre es Fermín, un pintor abstracto en plena crisis personal y económica, que disimula como puede sus temblores que le impiden pintar, y vive en un garaje prestado, y el hijo es Pablo, que pinta poco porque sigue enganchado a su ex. En esas está Pepa, ex de uno y madre del otro, que les propone que participen en el concurso que elegirá una obra original inspirada en “El jardín de las delicias”, del Bosco. Un relato que mira al mundo del arte, a sus estupideces, algarabías y demás desastres con humor. Un humor crítico e irónico, por el que pululan personajes, personajillos y entes de todos los colores y etnias, y entre medias los enfrentamientos amistosos y no tanto entre padre e hijo y el encargo que tienen entre manos, que no resultará nada fácil como era de esperar. Colomo insufla a la película ese gran cine que lo caracterizó en sus estupendos ochenta, en películas como La vida alegre (1987), Bajarse al moro (1989), y las ya mencionadas. 

Colomo, después de tantos años de oficio, se ha rodeado para la ocasión de un grande como José Luis Alcaine, toda una institución de la cinematografía española con casi sesenta años de carrera y más de 150 títulos en su filmografía, con el que ha rodado seis películas, rodada con móviles por cuestiones presupuestarias, dándole una apariencia de inmediatez y naturalidad asombrosa que le va como anillo al dedo a lo que cuenta la película, con esos dos parias que intentan encontrar algo que no sea lo de siempre. La música la pone Fernando Furones, la quinta película con el director, con una composición de comedia clásica donde vida y ficción y realidad se mezclan creando una idea de ritmo y movimiento fantástica. El montaje lo firma Ana álvarez Ossorio, cuarta película con Colomo, amén del trabajo de Paco León como director, que insufla a la película una composición donde la agitación y la transparencia se convierte en las mejores bazas de una película pequeña de producción y muy grande de transmisión porque hace reír y no sólo eso, porque lo hace con sutileza e inteligencia, con unos personajes principales a la caza de su pequeño pelotazo que los saque de tanta miseria y penurias. 

Con un reparto fantástico con Colomo como perfecto anfitrión que no duda en reírse de él, del arte y de los tiempos actuales, con tanta impostura, regodeo y narcisismo, bien acompañado por su hijo Pablo, que debuta como guionista y actor, que tampoco duda de mofarse del mundo del arte y la pintura en particular. Y luego una retahíla de pululantes como Carmen Machi en el rol de galerista a la caza de su bolsa que también como he dicho ex y madre de los protas. Antonio Resines como amigo de Colomo, con sus temas sobre las crisis sentimentales y demás, con unos grandes momentos siempre en un bar. La artista Carolina Verd hace un personaje muy divertido y esencial en la trama. Brays Efe, Luis Bermejo y María Hervás también aparecen en personajes breves pero interesantes, además de los pintores Antonio López y Javier de Juan que se interpretan a sí mismos. La película Las delicias del jardín nos devuelve al mejor Colomo, desatada en todos los sentidos, sin las ataduras de la industria y componiendo una divertidísima comedia sobre la vida, sobre el amor, las relaciones, el arte, la pintura y todo lo que le sigue, con aires del mejor Woody Allen y recuperando o volviendo, según se mire, a aquellas obras de los principios de su carrera, donde con pocos o nulos medios sabía captar toda la atmósfera social, cultural y humana que pululaban por el Madrid post dictadura. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Vicenç Altaió

Entrevista a Vicenç Altaió, protagonista de la película «Biblioteca de Pedra Seca», de Joan Vall Karsunke, en el domicilio de Vicenç Altaió en Barcelona, el lunes 30 de junio de 2025.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Vicenç Altaió, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, y a Joan Vall Karsunke, por su generosidad, cariño, tiempo y amabilidad. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Álvaro Longoria

Entrevista a Álvaro Longoria, director de la película «The Sleeper. El Caravaggio perdido», en la terraza del Hotel Catalonia Gràcia en Barcelona, el martes 20 mayo de 2025.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Álvaro Longoria, por su tiempo, sabiduría, generosidad, y a Sandra Ejarque y Katia Casariego de Revolutionary Comunicación, por su generosidad, cariño, tiempo y amabilidad.  JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Vicky Peña

Entrevista a Vicky Peña, actriz de la película «Esperando a Dalí», de David Pujol, en la terraza de Gran Torino Garage Bar en Barcelona, el jueves 13 de julio de 2023

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Vicky Peña, por su tiempo, generosidad y cariño, y a Violeta Cussac de MadAvenue, por su tiempo, amabilidad, generosidad y cariño.

La Visita y Un Jardín secreto, de Irene M. Borrego

LA PINTORA Y LA CINEASTA.

“Un gran retrato es siempre más un retrato del pintor que de la pintada”.

Samuel Butler

De la cineasta Irene M. Borrego conocíamos muchas facetas en el oficio del cine. Amén de haber producido películas tan interesantes como El mar nos mira de lejos (2017), de Manuel Muñoz Rivas, Dos islas (2017), de Ariadna F. Castellanos y This Film is About Me (2019), de Alexis Delgado, y haber dirigido nueve cortometrajes entre los que destacan Vekne hleba i riba (2013) y Muebles Aldeguer (2015), piezas en las que prima la existencia cotidiana a través de lo mínimo, de aquello que no se ve, a partir de retratos donde se nos revela lo invisible y lo ausente. Los mismos elementos continúan en su primer largometraje como directora, La Visita y Un Jardín secreto, un relato breve, apenas sesenta y cinco minutos, doméstico, nunca salimos de las cuatro paredes de la vivienda de Isabel Santaló, una pintora que vive su vejez junto a su gato, la asistenta que le ayuda, alguna que otra visita y poco más.

La película aborda la figura de la pintora desde la más absoluta intimidad, sin alardes formales ni nada que se le parezca, desnudándolo todo, acercándose de manera tímida al principio, como si de un documental observacional se tratase, y luego, adentrándose más en la vida y obra de la pintora mencionada, todo contado desde la sensibilidad, delicadeza y tacto posibles, mostrando y mostrándose, porque la película no solo se queda en el retrato al uso, sino que va mucho más allá, porque recorre la vida de la pintora, dejando fuera hechos y datos, en un sentido emocional, en un sentido humano, a través de la voz del reconocido pintor Antonio López, que nos va contando los recuerdos sobre Isabel, colega de generación, situándose en ese espacio desde donde la película nos habla, rescatar la figura de Isabel, su obra, que nunca veremos, y sobre todo, su pensamiento y reflexión, pero desde la sutileza, desde lo íntimo, y desde el encuentro y desencuentro entre la pintora y la cineasta que la quiere retratar, dejando visibles todo el armazón cinematográfico, porque podemos ver la película como un ensayo de cómo se hace una película.

La película abraza ese espacio doméstico y lo muestra sin tapujos, ni formalidades ni tecnicismos, sino con toda la verdad, tanto cinematográfica como humana posibles. Encontramos a Rita Noriega, cinematógrafa de las recientes Cerdita y El cuarto pasajero, entre otras, y a Javier Calvo, que se encargo de la fotografía de Palabras para un fin del mundo (2020), de Manuel Menchón, construyendo esa luz natural y velada, en la que se acercan a la retratada de la forma más transparente y oscura que requiere la película, así como el trabajo de sonido que firman Nicolas Tsabertidis, que ya estuvo en Muebles Aldeguer, y es habitual de Jaime Rosales, y Hugo Leitâo, cómplice del cine de Pedro Costa, creando esa desnudez que tanto necesita el relato, y al citado Manuel Muñoz Rivas (montador de directores tan importantes como Eloy Enciso, Irene Gutiérrez, Mauro Herce y Théo Court, entre otros), como coguionista y coeditor junto a la directora, en un conciso y detallista en el que todo se envuelve en una aura de cercanía y misterio a la vez, porque es tan importante lo que se nos cuenta como todo aquello que se nos oculta.

Una película-documento que tiene ese aroma de búsqueda, de saber el pasado y dejar memoria de lo que fue y es, en la que la figura desconocida de Isabel Santaló va revelando y rebelándose a medida que avanza el relato, en una historia que cuenta y desentierra misterios y secretos ocultos o no, y otros, los entierra, en los que se habla de muchas cosas, desde la pintura, desde el proceso creativo, los miedos e inseguridades tanto del artista, como de la sociedad franquista y represora que le tocó vivir a la pintora, también, de la familia, ese espacio que se opuso a la decisión de Isabel, las diferentes luchas internas y externas de ser pintora, las dificultades de visibilizar su obra, tan radical y diferente a las corrientes del mundo del arte, el hecho de ser mujer y artista en una sociedad conservadora, aniquiladora y machista, y el retrato sobre la vejez y sus circunstancias, tan ausente en la mayoría del cine que se hace, en el que parece que la vejez es una enfermedad terrible que es mejor no analizar y mostrar en el cine y en cualquier arte.

La película también funciona como un misterio en sí misma, porque retrata aquello perceptible y aquello oculto, aquello que debemos intuir y en cierta forma, inventar, y en un entorno cercano y alejado a la vez, porque La Visita y Un Jardín secreto tiene ese aroma del cine doméstico y revelador que tanto tenía el cine de Chantal Akerman, en sus películas-retrato-hogar, en las que todo se cocía a fuego lento, deteniéndose en lo minúsculo, observando aquello imperceptible, descubriendo y emocionándonos con todo aquello que requiere de pausa y mirar, detenerse a mirar y sobre todo, a escuchar y escucharnos, como hace la película de M. Borrego que, a su manera, se erige como una revolución en toda regla, alejándose de este mundo mercantilizado en el que todo es rapidez y producción, donde hemos olvidado el gesto tan humano de detenerse, observar nuestro entorno más inmediato y cercano y escuchar al otro y a nosotros mismos, en el que podamos hablar, como hace la película, del olvido, la memoria, la pintura, el cine, la creación y nuestra percepción de un mundo que corre demasiado y se olvida de todo lo que importa y todo lo que tenemos delante que, quizás, es todo aquello que necesitamos para crecer y ser mejores personas. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

El hombre que vendió su piel, de Kaouther Ben Hania

CONDENADOS Y PRIVILEGIADOS.

“Un artista es alguien que produce cosas que la gente no necesita tener”

Andy Warhol

Fue viendo una exposición en el Louvre de Paría sobre el artista belga  Wim  Delvoye, en que el artista había tatuado la espalda de Tim Steiner, que estaba sentado en un sillón sin camisa mostrando el diseño de Delvoye. Este hecho fue la primera piedra de El hombre que vendió su piel, la segunda película de ficción de la directora Kaouther Ben Hania (Sidi Bouzid, Túnez, 1977), que había empezado en el campo del documental sobre temas como la religión, la inmigración en Zaineb takrahou ethlj (2016), los abusos sexuales en Le Challat de Tunis (2016), y en su primera ficción de título Beauty and the Dogs (2017). En su nueva película retrata dos mundos antagónicos, dos universos en las antípodas, dos formas de vivir y de ser. Por un lado, tenemos a Sam Alí, un joven sirio, impetuoso y rebelde, que debe abandonar su país en vísperas de la guerra, y también, alejarse de su amor de familia adinerada que se casará con ella. Su destino será Beirut, en Líbano, pero su objetivo es Europa. En la ciudad libanesa, de casualidad, conoce al artista Jeffrey Godefroi y su asistente Soraya, el otro lado. El artista, reconocido mundialmente, le propone un plan. Le tatuará en su espalda una visa, que será una obra de arte muy cotizada y será su pasaporte para aterrizar en Bruselas.

La directora tunecina construye una eficaz e interesantísima fábula moral de nuestro tiempo, que indaga en el significado del arte, sus límites, todo el negocio que lo envuelve, su elitismo y su explotación, y además, profundiza en la hipocresía y perversión del mundo occidental, de su aprovechamiento de los menos afortunados y sobre todo, del verdadero valor de los seres humanos, que nos debatimos entre el producto y la persona, o quizás eso ya ha desaparecido y todo está en venta. La elegancia y la bella plástica obra del cinematógrafo Christopher Aoun (del que habíamos visto su trabajo en Cafarnáum, de Nadine Labaki), detallista y abrumadora que consigue crear esa atmósfera inquietante y oscura que rodea la película, la suave y cercana música de Amine Bouhafa (del que conocíamos sus trabajos en Timbuktu y la reciente Gagarine), y el no menos depuradísimo trabajo de montaje para una película de ciento cuatro minutos de la extraordinaria editora Marie-Hélène Dozo, que ha montado todas las películas de los Dardenne.

Bajo la sombra de Fausto, de Goethe, la película es una nueva aproximación a la compleja relación entre el necesitado y Mefistófeles y el cheque en blanco que firma el incrédulo, en este caso refugiado, una libertad que no lo es tal, porque ese es otro elemento en el que se apoya la trama, la libertad entendida desde un sentido humano, y no material, su significado y su posición. El hombre que vendió su piel no se define en ningún género al uso, sino que se sustenta en varios, porque tenemos la fábula moral citada, el drama del refugiado, la tragedia de un mundo de los que tienen y los que no, el amor como motor de todo y de nada, el absurdo del arte donde todo lo es y todo se vende, incluso las personas y sus sueños, y el humor negro y la sátira que usa Sam Alí como respuesta a su prisión y a su aislamiento, el alto precio que paga por ser libre o simplemente, querer serlo. El entramado argumental, más en la forma y en las diferentes texturas con las que está contado para crear esa atmósfera sofisticada, irreal y malsana en la fragilidad por la que se mueven todos los personajes.

Una película de estas características requería un grandísimo reparto que se fusionase con inteligencia e intimidad como éste, encabezado por el fabuloso actor sirio Yahya Mahayni, premiado en Venecia, que aborda con simplicidad y aplomo la dificultad de un personaje que no tiene nada, que luego cree tenerlo todo para darse cuenta que le falta todo sin el amor, Dea Liane da vida a Abeer, en su primer papel largo en cine, la mujer en otra cárcel, la de su familia, que también huye con marido impuesto y luchará por volver a donde era feliz, y luego tenemos a los otros, los del otro lado del espejo, el artista Jeffrey Godefroi que interpreta maravillosamente el actor belga Koen de Bouw, fomentado en el medio televisivo, y finalmente, una falmante y magnífica Monica Bellucci, que le cuesta tan poco estar estupenda y metida completamente en el personaje de Soraya, una artífice del dinero, de la apariencia y el mundo snob del arte. Kaouther Ben Hania ha cosido una película de rabiosa actualidad y sin tiempo, donde confluyen las pasiones y los sueños humanos ancestrales como el significado de la vida, la libertad y el amor, porque en el fondo todos estamos en esto para estar mejor de lo que estamos, o quizás, habría que saber que estamos haciendo aquí, y el verdadero sentido de la vida no sea otro que ser y no estar, como mencionaba Hannah Arendt, muchos están en eso, otros, desgraciadamente, usan el dinero y su poder para encontrarlo, diferencias y posiciones eternas como los que retrata con astucia la película. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Perejaume presenta su exposición «Donar Cabuda»

Perejaume presenta su exposición «Donar Cabuda», junto a los comisarios Marina Vinyes y Jaume Coscollar, y Esteve Riambau, director de la Filmoteca, en la Filmoteca de Catalunya en Barcelona, el martes 16 de noviembre de 2021.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Perejaume, Marina Vinyes, Jaume Coscollar y Esteve Riambau, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, y a Jordi Martínez de Comunicación de la filmoteca, por su generosidad, cariño, tiempo y amabilidad. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Lux Aeterna, de Gaspar Noé

AMAR EL CINE, ODIAR EL CINE.

“Todos gozáis de buena salud, pero ni os imagináis la felicidad suprema que siente un epiléptico un segundo antes de la crisis. Toda la felicidad recibida a lo largo de una vida no la cambiaría por nada del mundo ante eso”

Fiodor Dostoïevski

“Los cineastas tenemos una gran responsabilidad. Debemos elevar el film del plano de la industria al del arte”

Carl Theodor Dreyer

En Climax (2018), la anterior película que vimos de Gaspar Noé (Buenos Aires, Argentina, 1963), el relato de unos jóvenes que se encierran para bailar música dance, mezclando drogas, sexo y violencia. Climax define muy acertadamente todas las pulsiones e intereses del universo de Noé. Un mundo en el que la narrativa deja de tener importancia, para sumergirnos en un relato poliédrico, en el que todo ocurre aquí y ahora, con una cámara escrutadora y muy cercana, que sigue incansablemente a sus criaturas, unos seres en continua agitación, moviéndose de un lugar a otro, en el que se suceden las diferentes historias y acciones personales al unísono, en que la película se convierte en un todo, con múltiples ventanas y relatos, una especie de laberinto que ni empieza ni termina, simplemente, continua.

No es de extrañar, que Noé, un cineasta que lleva dos décadas en el oficio, se detenga a investigar no solo las narrativas y representaciones del cine, sino sus rodajes, esos espacios en el que un grupo de personas que, en muchos casos, se conocen poco y casi nada tienen en común emocionalmente, se encierran en cuatro paredes para trabajar juntos, organizarse y construir una película. Aprovechando el encargo de la firma de moda de Saint Laurent, Noé se hace cargo de Self 04, con el único condicionamiento por parte de la compañía de promocionar sus rostros y colecciones, en que el director argentino afincado en Francia, aprovecha para introducirnos en la vorágine y psicosis de un rodaje, el de la película “L’oeuvre de Dieu”, una película ambientada en la caza de brujas durante la Edad Media. La secuencia que preparan se trata de la quema en la hoguera de tres brujas, y nos sumergimos en la preparación ya en el set de filmación.

Lux Aaternea, el nuevo viaje sin frenos al subconsciente de Noé, arranca con sendas citas sobre la naturaleza y el propósito del arte, leeremos otras de otros cineastas como Godard, Fassbinder o Buñuel, entre otros. Veremos experimentos narrativos, en que la pantalla partida o duplicada, donde nos muestra la misma acción desde diversas perspectivas, y en otras, enseña dos acciones paralelas que ocurren en el mismo instante. La verborrea de los personajes es constante, no paran de hablar, dialogar y discutir, tranquilos o enfadados, y moviéndose constantemente, si exceptuamos la obertura, en que observamos a Béatrice Dalle, como la directora y a Charlotte Gainsbourg, dando vida a la actriz protagonista., en la que hablan, en un tono entre documento y ficción, de sus experiencias en rodajes. Aparece el productor, totalmente  desencantado y tenso, que pretende echar a la directora, la propia directora echa pestes de todos, y vocifera constantemente, la actriz protagonista más preocupada de su hija  que del rodaje, el camarógrafo se siente incomprendido, hay un tipo que por orden del productor, graba a la directora, las modelos que serán quemadas en la hoguera se quejan del vestuario y la nula organización, además, existen invitados o gentes que conocen a alguien del rodaje, y se han colado, como un periodista con ganas de jaleo, o un aspirante a director demasiado engreído.

Con esa cámara-sombra que sigue con planos secuencia los diferentes conflictos y acciones de los personajes, en los que somos testigos de sus gestos, miradas y trifulcas, tanto verbales como físicas, y sobre todo, del caos absoluto del rodaje, la producción y la incapacidad para llevar a cabo la filmación. Son solo cincuenta y un minutos, pero llenos de nerviosismo, tensión y violentos, registrando las diferentes situaciones que se generan en cualquier rodaje multitudinario, con referencias a película del calado de Häxan, de Benjamin Christensen, o Dies Irae, de Dreyer, dos clásicos sobre la caza de brujas, de los que también se incluyen algunos fragmentos de sus películas. El director argentino, afincado en Francia, habla del cine, de la dificultad de hacer cine, de la psicología que hay que tener para manejar un grupo de individuos, con sus conflictos internos y egos varios, llenando cada plano y encuadre en un viaje psicótico sin fin, ayudado por esa luz sombría que contamina todo el estudio, y la estroboscopia de luz, que define el caos reinante, con esos destellos de luz parpadeantes con colores brillantes, que algunos les da paz y a otros, los pone atacados. Quizás la mejor definición de lo que es el cine y todos los que trabajan en él, un carta de amor y odio al cine, al arte, a la pasión y al desenfreno. Una dicotomía frágil y sensible, por un lado, y psicótica y desorientada, por otro, y en mitad de todo, una película que hacer. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

El artista anónimo, de Klaus Härö

EL RETRATO DESCONOCIDO.  

“Con el tiempo aprendes que disculpar cualquiera lo hace, pero perdonar es solo de almas grandes”

Jorge Luis Borges

De una cinematografía como la finesa, estamos acostumbrados a recibir las películas del gran Aki Kaurismäki, rara vez podemos ver otras película de cineastas más desconocidos por estos lares. El director finlandés Klaus Härö (Porvoo, Finlandia, 1971), vuelve a aparecer por nuestras pantallas después de La clase de esgrima (2015), con un relato que se detiene en la Finlandia actual, donde conocemos a Olavi, un veterano comerciante de arte, que quiere dejar el oficio con su último gran negocio, como indica el título original de la película, ese cuadro que su venta le dejará un hermoso retiro. Rebuscando, casi sin pretenderlo, o sí, descubre, en la casa de subastas, a pocos metros de su tienda, un retrato que llama su atención. A partir de ese instante, su vida se centrará en encontrar la autoría del enigmático retrato, ya que aparece como desconocido. Contará con la inestimable ayuda de su nieto, Otto, un chaval de quince años, al que apenas conoce, ya que el viejo Olavi y su única hija, Lea, han tenido una relación muy distante desde que falleció la esposa y madre, respectivamente.

Härö, como hizo con su anterior película, vuelve a dirigir un guión escrito por Anna Heinämaa, edificando una película que habla desde la sencillez de la cotidianidad y lo humano, en una película que se centra en el valor del arte y las dificultades de las relaciones humanas, como queda patente en la magnífica secuencia donde abuelo y nieto se conocen, cuando Olavi le muestra la pintura “Payaso” de Unto Koistinen, a la que el adolescente exclama con desdén, que se parece a la mascota Ronald McDonald. Dos formas de acercarse al arte, a la vida, dos generaciones en polos opuestos, que la búsqueda del autor del famoso retrato, los igualará y sorprendentemente, formarán un equipo bien avenido. El cineasta finés plantea una película directa y transparente, de pocos personajes y aún menos espacios, sobre la cotidianidad de alguien egoísta y maniático, que ha olvidado a su hija y nieto, y se ha encerrado en su trabajo, de alguien que deberá aprender a confiar en los demás, y sobre todo, a pedir perdón.

Toda esa realidad del anciano, se verá trastocada con la aparición del retrato misterioso, entonces, la narración virará hacia el thriller de investigación, con esos claroscuros de la biblioteca y las inquietantes pesquisas que siguen tanto el abuelo como el nieto, para descubrir la autoría de la pintura, la del “Cristo Negro”, de Ilya Repin, que tiene un gran valor económico. Härö construye películas sobre las dificultades de muchos niños y niñas empezando nuevas existencias en lugares ajenos y hostiles, como hizo en Elina (2002) o Adiós, mamá (2005), o personas de pasados oscuros que llegan a nuevos lugares en los que deben aprender a vivir como ocurría en Cartas al padre Jacob (2009), o la citadaLa clase de esgrima (2015), en las que las relaciones humanas son el centro de la acción, como también, ocurre en El artista anónimo, donde se habla mucho de arte, valorando a esos artistas anónimos, y sus trabajos que tienen su lugar en la historia, pero sobre todo, la película habla de segundas oportunidades, a través de relaciones familiares rotas, aquellas que hay que reconstruir, que volver a rehacer, ya que el tiempo, los conflictos y demás, dejaron olvidadas y oxidadas, como la nula relación de Olavi y su hija, Lea, en la que Otto, el nieto, sin proponérselo, hará de puente entre ambos.

No estamos ante una película condescendiente, ni mucho menos, sino que bucea con honestidad y aplomo en las dificultades de esas relaciones inexistentes, conjugando con acierto y verosimilitud, los puntos de vista diferentes entre unos y otros, y acercándose con sobriedad a las torpezas y reproches de los personajes, mostrando la verdad que hay entre todos, y componiendo secuencias de gran mérito y empaque dramático, huyendo del sentimentalismo y sobre todo, exponiendo todos los sentimientos agridulces que sienten. Una película sencilla, sensible e interesante, con un trío protagonista maravilloso y conmovedor, con Heikki Nousiainen como Olavi, Pirjo Lonka como Lea, y finalmente, Amos Brotherus como Otto, que cuenta con un grandísimo trabajo de luz, obra del cinematógrafo Tuomo Hutri, colaborador habitual de Härö, que sabe componer todos los claroscuros físicos, misteriosos y emocionales que encierran las obras de arte que vemos, y las relaciones humanas entre sus personajes, elemento que hace que la película sea visualmente muy conmovedora, sino también, emocionalmente, logrando cuadrar las dos claves esenciales de cualquier relato que contar. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA