Entrevista a Nicolas Cazalé, actor de la película “Esperando a Dalí”, de David Pujol, en la terraza de Gran Torino Garage Bar en Barcelona, el jueves 13 de julio de 2023
Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Nicolas Cazalé, por su tiempo, generosidad y cariño, y a Violeta Cussac de MadAvenue, por su tiempo, amabilidad, generosidad y cariño.
Entrevista a Clara Ponsot, actriz de la película “Esperando a Dalí”, de David Pujol, en la terraza de Gran Torino Garage Bar en Barcelona, el jueves 13 de julio de 2023
Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Clara Ponsot, por su tiempo, generosidad y cariño, y a Violeta Cussac de MadAvenue, por su tiempo, amabilidad, generosidad y cariño.
Entrevista a Vicky Peña, actriz de la película “Esperando a Dalí”, de David Pujol, en la terraza de Gran Torino Garage Bar en Barcelona, el jueves 13 de julio de 2023
Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Vicky Peña, por su tiempo, generosidad y cariño, y a Violeta Cussac de MadAvenue, por su tiempo, amabilidad, generosidad y cariño.
Érase una vez aquella Barcelona del 74, una ciudad que luchaba contra el dictador moribundo, y otra, que quería abrirse hueco en el difícil mundo de la cocina de autor. Dos formas de enfrentarse a la vida, o lo que es lo mismo, dos hermanos, Alberto y Fernando, respectivamente. Dos individuos que, por la lucha del pequeño, Alberto, deben huir a Cadaqués, y más concretamente, al Surreal, un restaurante costero regentado o no por un tal Jules, un soñador, un loco, un francés, que su gran ilusión es que su vecino más ilustre, Salvador Dalí, vaya a comer a su establecimiento. Los dos hermanos se encontrarán allí una especie de microcosmos: la pareja Lola y François, que todavía andan en las calles de aquel París de 1968, sobre todo, él, porque ella, hija de Jules, es puro fuego e intensidad. Está Luis, el escudero de Jules, Tonet, otro soñador que quiere pintar todo el pueblo de azul. Rafa, un zorro marino que ahora disfruta los manjares del Mediterráneo. Y “los otros”, es decir, Arturo, el chófer de Dalí, tan serio, tan profesional, y tan “amigo”, Gala, la señora del genio, tan rusa, tan distante, y tan ella. Y el Teniente de la Guardia Civil Garrido, la ley, el que todavía nos recuerda el tiempo en el que vivimos.
El director David Pujol, con estudios en Barcelona y EE.UU., de dirigir tv movies como Morir en tres actos, cortos como El mismo día a la misma hora, documentales como Salvador Dalí, en busca de la inmortalidad, y El Bulli. Historia de un sueño, que han sido la base de Esperando a Dalí, porque aúna dos elementos que ya había tocado como Dalí y la cocina, fundiéndolos en dos personajes, Jules, el soñador que quiere que Dalí se siente a su mesa, y Fernando, el joven chef que todavía está detrás de su lugar en el mundo. Porque la película de Pujol reúne en su historia a un grupo de náufragos que van a parar al Surreal, una especie de isla desierta que acoge a todos esos personajes desamparados, que no encajan en esa realidad tan dura de finales de los setenta, una realidad que no acepta a los soñadores, a los locos y a los diferentes. Viste su relato de fábula, que tiene mucho parentesco con aquellas deliciosas comedias italianas como Los inútiles (1953), de Fellini, Rufufú (1958), de Monicelli, que en España tuvo su reflejo con Berlanga en Bienvenido Mr. Marshall (1953), Novio a la vista (1954), Calabuch (1956), y Los jueves, milagro (1957). Todas comedias corales, con un toque agridulce, que retrataban un lugar, una forma de vida e idiosincrasia, y sobre todo, nos hablaban de soñadores y perdedores de gran corazón, porque a pesar de la dura y triste realidad, había tiempo de imaginar un mundo mejor.
Pujol coge esa idea y nos devuelve a aquel tiempo, donde la libertad o las ansías que había, chocaba con la ley todavía anclada en los oscuros años de la dictadura, como muestra la magnífica secuencia en el que participan los hippies y sus puestos de artesanía siendo violentados por la Guardia Civil, ante la atenta mirada de Rafa, y esas otras protagonizadas por la ley. Pujol vuelve a contar en la cinematografía con Román Martínez de Bujo, para crear esa luz mediterránea, tan brillante y tan cegadora, con esos claroscuros que aportan el estado emocional de los diferentes personajes. Para el montaje también opta por un viejo cómplice como Jordi Muñoz Salló, en un relato que maneja con soltura los momentos cómicos con los dramáticos, y las situaciones surrealistas y oníricas, con un gran ritmo que no cesa en ningún instante, en una película nada fácil de ejecutar ya que se va casi a las dos horas de metraje. Por último, un gran fichaje, el compositor y maestro Pascal Comelade, con esa música tan característica, creada con instrumentos musicales infantiles, y ese aroma de cuento, de fábula espiritual que encaja a la perfección con las imágenes de la película.
Un elemento importantísimo para una película coral es su reparto y el de Esperando a Dalí, luce de forma muy brillante e íntima, donde cada uno de los personajes está muy cerca de nosotros, unos tipos y tipas que se alegran y entristecen como hacemos por aquí. Destacan la pareja principal encarnada por José García, fantástico como histriónico y quijotesco Jules, bien acompañado por Iván Massagué como Fernando, que bien mira este actor, y ese gesto que mantiene durante la película, un tipo de pensamiento y de acción, y poco habla. Pol López es Alberto, el activista que ha de huir, siempre tan bien como ya demostró en la reciente Suro, los franceses Clara Ponsot y Nicolás Cazalé son Lola y François, personajes que se parecen pero no tanto, e importantes para los hermanos llegados de Barcelona, un viejo conocido como Francesc Ferrer hace de Tonet, esos seres tan necesarios para la vida y los lugares, Alberto Lozano es Luis, ese Sancho Panza de Jules, o lo que es lo mismo, el que siempre está ahí, para bien o para mal, Pep Cruz es Rafa, esos tipos que cuentan las mil y una, que saben tanto de Cadaqués como de la condición humana, con ese momentazo con Strauss de fondo. El siempre cercano Paco Tous como la ley, que gesto y que pose, al igual que José Angel Egido, actores curtidos en mil batallas que nunca defraudan, Varvara Vodina es una de las hippies que deambulan y tendrá su momento con uno de los hermanos, y finalmente, Vicky Peña, una gran actriz, siempre elegante, con una mirada que tan bien habla, encarnando a Gala, ni más ni menos, fantástica y tan “ella”. Ah! También está Dalí, pero tan enigmático, tan cercano como lejano, tan divino, tan genio tan “él”.
Me ha encantado Esperando a Dalí, de David Pujol, porque no es pretenciosa, porque no usa la cocina como un reclamo, sino que está ahí, es un elemento más, como puede ser Dalí, y esa espera u obsesión, o razón, nunca lo sabremos. Es una película pequeña pero muy grande, porque cuenta una parte de un tiempo donde se empezaba a respirar, y a soñar, porque tiene amor, magia, frescura, transparencia, alegría y tristeza, por sus sueños y derrotas, porque nos habla de gentes que sueñan a pesar de esta sociedad, que ya era un dolor entonces, en ese lugar llamado El Surreal, que deben conocerlo, porque es imposible que lo olviden, se lo aseguro, lleno de almas que sueñan y hacen para que esos sueños se cumplan, aunque a veces o siempre, lo hacen torpemente, como todos y todas, ¿No?. Pero a pesar de los obstáculos y piedras en el camino siguen soñando, porque si no no hacerlo sería mucho peor. Los personajes de la película son como los cowboys que retrataba Peckinpah, unos individuos que pertenecen a este mundo, pero a un mundo que ya pasó o quizás, nunca llegó, y andan deambulando por sus propias vidas, esperando algo o alguien, quizás a Dalí o a ellos mismos. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA
Entrevista a Galder Gaztelu-Urrutia, director de la película “El Hoyo”. El encuentro tuvo lugar el martes 5 de noviembre de 2019 en el Soho House en Barcelona.
Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Galder Gaztelu-Urrutia, por su tiempo, amistad, generosidad y cariño, y a Sonia Uría de Suria Comunicación, por su tiempo, amabilidad, generosidad y cariño.
Entrevista a Iván Messagué, actor de la película “El Hoyo”, de Galder Gaztelu-Urrutia. El encuentro tuvo lugar el martes 5 de noviembre de 2019 en el Soho House en Barcelona.
Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Iván Messagué, por su tiempo, amistad, generosidad y cariño, y a Sonia Uría de Suria Comunicación, por su tiempo, amabilidad, generosidad y cariño.
Entrevista a David Desola, coguionista de la película “El Hoyo”, de Galder Gaztelu-Urrutia. El encuentro tuvo lugar el martes 5 de noviembre de 2019 en el Soho House en Barcelona.
Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a David Desola, por su tiempo, amistad, generosidad y cariño, y a Sonia Uría de Suria Comunicación, por su tiempo, amabilidad, generosidad y cariño.
“Lo importante no es mantenerse vivo sino mantenerse humano”.
George Orwell
Goreng despierta en el nivel 48 de el hoyo, le acompaña el libro de El Quijote, tiene como compañero de nivel a Trimagasi, un veterano del lugar que conoce al dedillo, o eso dice, la estructura y la vida en el hoyo. La plataforma baja una vez al día con la comida que les sobra a los de arriba y después de unos pocos minutos, continuará su trayecto hacia abajo. Se desconoce el número de niveles, eso sí, una vez al mes se repite la rutina y cambias de nivel. Y sobre todo, reza para que toque un nivel de los de arriba, porque si es alguno de abajo, la escasez de comida llevará a sus habitantes a tomar medidas extremas. La puesta de largo de Galder Gaztelu-Urrutia (Bilbao, 1974) es una metáfora de la sociedad clasista en la que vivimos, donde no existe la compasión ni la humanidad, sino una durísima supervivencia anclada en el egoísmo, la competitividad y el individualismo como únicas formas de sobrevivir en un universo deshumanizado y lleno de miseria y horror. La obra recrea esa inquietante atmósfera austera y desnuda, a partir de esos niveles, con solo dos personajes, uno acabado de llegar y el otro veterano, en el que vamos conociendo tanto lo físico, con esa plataforma que va y viene con comida o no, dependiendo del nivel que te toque, y lo emocional, donde lo psíquico juega un papel muy intenso donde lo humano se verá sometido a las circunstancias de un lugar que puede resultar siniestro y terrorífico.
La cinta hace de su modestia su mejor virtud, planteándonos una estructura sencilla y muy seductora, a partir de un guión obra de David Desola y Pedro Rivero (uno de los autores de Psiconautas, los niños olvidados, una excelente muestra de cine de animación enraizado en la distopía profundizando en las convenciones sociales) que plantea una sociedad jerárquica y aleatoria, donde los de abajo, meros despojos que viven de la basura que tiran los de arriba, asumiendo las condiciones inhumanas de los de arriba, de aquellos que viven en la abundancia, donde la comida se convierte en una alegoría de la sociedad, como el mayor de los tesoros y reflejo de las diferencias sociales. Gaztelu-Urrutia construye una primera parte más estática, donde abundan diálogos y algún que otro falshback en una película muy lineal, y una segunda mitad, más física donde el tiempo avanza más rápidamente, en el que nos propone un juego de múltiples capas narrativas donde a medida que avanza el metraje, nos va abriendo una capa más y descubriendo los terribles secretos que anidan en el hoyo, una especie de cárcel, donde voluntariamente o no, acceden personas de toda condición social, económica y cultural, independientemente del sexo, raza o religión.
Situada a medio camino del thriller oscuro y terrorífico y el retrato social, nos concentraremos en Goreng, un tipo extraño muy diferente a lo que se encuentra en el hoyo, con un libro como compañía, que querrá romper las normas del lugar, aceptando sus reglas pero de manera personal, yendo más allá, intentando encontrar la forma de cambiar una estructura sombría por una más humana, convirtiéndose en ese antihéroe peculiar y raro que pululan por las películas distópicas en las que alguien un día despierta y comienza a caminar diferente al resto y hacerse preguntas y sobre todo, a ejecutar unas ideas revolucionarias y contrarias a todos los demás. La luz tenebrosa y aciaga de Jon D. Domínguez, se convierte en el mejor cómplice para sumergirnos en este retrato alegórico que realiza una crítica demoledora a una sociedad perdida, a la deriva, llena de soledades amargadas e inútiles, donde el amor ha desaparecido, donde reina el odio, la mentira, la venganza y la muerte como únicas formas de subsistencia. La penetrante y extraordinaria música de Aranzazu Calleja da ese toque esencial e íntimo que tanto necesita este tipo de películas.
La película bebe de ese cine psicológico y distópico producido en su mayoría en la serie B estadounidense donde sucesos anclados en la ciencia-ficción servían para retratar la sociedad capitalista y la condición humana a través de sus miedos y paranoias. Un potente cast en el que sobresale la capacidad tanto física como gestual de un Iván Massagué en estado de gracia, en su mejor personaje hasta la fecha, convertido en ese extraño tipo que quizás tiene la forma de cambiar la estructura horrible y mortal de tan siniestro lugar, bien acompañado por Zorion Egilor, que consigue con esa mirada penetrante y esa voz cavernosa enriquecer a un tipo que oculta más que habla. Emilo Buale compone a un ser desesperado, a alguien que emprende un camino salvaje y muy peligroso para alcanzar un sueño que parece imposible. Antonia San Juan es otro personaje desesperado, alguien que ya nada tiene que perder, y sobrevive sin más. Y finalmente, Alexandra Masangkay convertida en esa mujer misteriosa y muda que busca incesante a un hijo que parece no existir.
El Hoyo es un thriller oscuro y extraordinario sobre lo más profundo de la condición humana, que mantiene un pulso narrativo intenso y espectacular durante todo su metraje, sumergiéndonos en una marabunta de emociones, tensiones y conflictos de primer órdago, con ese ambiente agobiante y terrorífico por el que maneja toda la cinta, sin descanso, sin parpadeo posible, sujetándose con firmeza la butaca, dejándonos llevar por este impresionante descenso a los infiernos del alma humana, erigiéndose en una excelente muestra de cine potente y magnífico sobre aquellos miedos profundos que nos atenazan diariamente en una sociedad cada vez más vacía, ajena a las necesidades humanas, donde el amor se compra y donde todo tiene precio, incluso las vidas de las gentes, donde unos y otros viven o podríamos decir que sobreviven soportando unas leyes económicas, sociales y culturales que no les satisfacen y además, los convierten en meros autómatas de sus propias existencias, reduciendo sus vidas a una explotación diaria donde lo material se ha convertido en la felicidad absoluta, donde lo emocional ha perdido su sentido y se ha transformado en meras excusas para regocijarse en la opulencia, la ostentación, el lujo y las posesiones como único bienestar humano. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA