Entrevista a Aitor Echeverría

Entrevista a Aitor Echeverría, director de la película «Desmontando un elefante», en la terraza del Pol&Grace Hotel en Barcelona, el jueves 9 de enero de 2025.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Aitor Echeverría, por su tiempo, sabiduría, generosidad, y a Sandra Ejarque de Revolutionary Comunicación, por su generosidad, cariño, tiempo y amabilidad. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Alba Guilera

Entrevista a Alba Guilera, actriz de la película «Desmontando un elefante», de Aitor Echevarría, en la terraza del Pol&Grace Hotel en Barcelona, el jueves 9 de enero de 2025.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Alba Guilera, por su tiempo, sabiduría, generosidad, y a Sandra Ejarque de Revolutionary Comunicación, por su generosidad, cariño, tiempo y amabilidad. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Rock Bottom, de María Trénor

EL AMOR DE BOB Y ALIF.  

“Pareces diferente cada vez. Vienes de la salmuera con cresta de espuma. Es tu piel brillando suavemente bajo la luz de la luna. En parte pez, en parte marsopa, en parte cachalote. ¿Soy tuyo? ¿Eres mía para jugar? Bromas aparte (…)”

Letra de “Sea Song”, de Robert Wyatt

Este año se ha cumplido medio siglo de la aparición del disco “Rock Bottom”, mítico disco de Robert Wyatt (Bristol, Reino Unido, 1945), obra capital de la música psicodélica y rock progresivo, con la ayuda de Nick Mason, batería de Pink Floyd, Brian Eno, Fred Frith y Mike Oldfield. Ahora también es el título del primer largometraje de María Trénor (Valencia, 1970) que, después de varios cortometrajes, entre los que destaca ¿Dónde estabas tú? (2019), emerge con una película inspirada en la vida del citado músico y la letrista y artista visual Alfreda Benge y el amor tortuoso, desesperado y fou que vivieron el verano de 1972 en Deià, Mallorca. La directora nos presenta a Bob y Alif que, envueltos en ese amor negruzco y muy apasionado, envueltos en alcohol, drogas, la omnipresente música de Wyatt como leit motiv narrativo y formal, baños en el mar, desesperación, salidas y demás pasatiempos para matar un tiempo que parece detenido, ausente y sin futuro. Un tiempo en que el músico estaba componiendo y soñando en el disco que sacaría un par de años después, tras recuperarse del accidente de 1973. 

La cineasta valenciana, que siempre se ha movido en el campo de la animación, compone un guion junto a Joaquín Ojeda, que firma el montaje y ya estaba en el cortometraje citado más arriba, que tiene películas junto a Marc Recha y Sigfrid Monleón, donde se aleja del biopic al uso, y construye unas imágenes que se integran de forma natural y profunda con la vorágine que se vivía en una época de agitación política y búsqueda espiritual, tanto en Mallorca como New York, un ambiente de post hippies, como refleja el arranque de la película con esa fiesta en el piso de la citada ciudad estadounidense. Un relato que se descompone en dos atmósferas diferentes e iguales a la vez, dónde la realidad y lo onírico se van fusionando para construir un mundo de cotidianidad y ensoñación donde el efecto del alcohol, las drogas y ese amor tan fuerte como frágil, van generando unos ambientes límbicos en el que los espectadores nos vamos sumergiendo en esos universos artificiales y reales por los que transita la magnífica película, donde asistimos al nacimiento del futuro álbum, sus primeros compases, las alegrías y tristezas y demás conflictos que se van originando en esa fusión de vida, desesperación, felicidad y tristeza por el que se mueven sus personajes.

La animación se convierte en el vehículo esencial para sumergirnos en la existencia de Bob y Alif, rodeados de mundos imposibles, de cotidianidades diversas, táctiles y nada convencionales. Estamos frente a una película que mezcla con acierto y tremenda sabiduría la ficción que nace de vidas reales e imaginadas, el documental nada convencional para explicar situaciones que serían difíciles con la imagen real, y el retrato de una generación de músicos vitales para la música que sentaron las bases en un tiempo irrepetible, eso sí, contando sus talentos, su trabajo, y también, sus miserias, adicciones y demás pozos oscuros. Si tuviéramos que encontrar películas inspiradoras de Rock Bottom nos viene a la cabeza el cine de René Leloux y su extraordinaria El planeta salvaje (1973), y aquella maravilla que fue Heavy Metal (1981), de Gerald Potterton, junto a la delicia de Vals con Bashir (2008), de Ari Folman, en que las posibilidades del cine animado llegó a cotas realmente sorprendentes sentando las estructuras por donde andar a los futuros cineastas, porque consiguen de forma clara y concisa introducirnos en universos cercanos, íntimos y alucinantes.  

Estamos ante una película convertida de culto instantáneamente, y no exagero cuando les escribo estas palabras, y si no al tiempo, o más aún, cuando la vean, verán que Rock Bottom, de María Trénor, es una obra mayor y no sólo de la animación, sino del cine y de cualquier cine, porque nos adentra en un tiempo donde la música y las drogas y el alcohol siempre iban de la mano, retratando a la, quizás, mejor generación de músicos de la historia, y el retrato de unos años que más parecen pertenecer al mundo de los sueños, de la alucinación, de la libertad y del compromiso con la música como vehículo y motor de cambio, de reflexión y de agitación política, cultural y social. También podemos ver la película como una historia de amor fou, como mencionaba Buñuel, donde los amantes se aman y también se dañan, se desean y se matan, se quieren y se odian, donde no hay límites ni nada esperado, todo es extremo, todo es indiferente y todo es profundo. Una love story de las de verdad, alejada de los convencionalismos y sensiblería de otras producciones, aquí todo se vive de forma intensa, íntima y sin mirar atrás, y si no compruebenlo por ustedes mismos, y verán y sobre todo, sentirán esos otros mundos que rodeaban a Bob y Alif, cuando están juntos o separados, es lo mismo. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

How to Have Sex, de Molly Mannig Walker

LA ÚLTIMA VIRGEN. 

“ (…) Que esas conversaciones nos ayuden a reaprender cómo tener relaciones sexuales, enfatizando y explorando el placer femenino y asegurándonos de que el sexo es para ambas personas involucradas. El consentimiento es lo mínimo que hay que esperar”.

Molly Manning Walker

En la película corta La última virgen (2017), de Bàrbara Farré (la tenéis en la imperdible Filmin), Sara, una niña de 13 años, agobiada por la presión de su virginidad y con el fin de encajar en su grupo de amigas, se ve obligada a mantener relaciones sexuales nada satisfactorias y vacías. En el mismo caso se encuentra Tara, la joven adolescente inglesa que se ha ido de vacaciones a Malia, en la isla de Creta, en Grecia, junto a sus dos amigas con el propósito de fiesta, alcohol y sexo salvaje en la magnífica How to Have Sex, la ópera prima de Molly Manning Walker (London, UK, 1993), de la que conocíamos su trabajo como cinematógrafa en la miniserie Mood (2021), y en la película Scrapper (2013), de Charlotte Regan. Un retrato de las actitudes nefastas y consecuencias oscuras de la obsesión por el sexo de la juventud actual, donde no hay reglas ni empatía ni ternura, sólo meterla y cuánto más mejor. 

Bajo un tono directo, en el que encontramos muchas referencias al cinema verité y el documental, el relato-retrato nos sumerge en una ciudad y en sus largas y oscuras noches donde sólo hay un objetivo para las tres amigas y los demás sin alma que por allí pululan: reventar de alcohol y sexo. Un lugar que parece más un territorio post apocalíptico, cómo podrían ser Magaluf, Benidorm y Lloret, por citar algunos de nuestro país. Un espacio destroyer donde los/las jóvenes mueren cada noche para resucitar al día siguiente, y así sucesivamente, mientras duren sus vacaciones desenfrenadas y estúpidas. La cinematografía, que firma Nicolas Cannicioni, que ha trabajado con nombres de prestigio como Xavier Dolan, Bruce La Bruce y Philippe Lesage, mueve la cámara entre los personajes, pegada a ellos, traspasándolos y siendo uno más, documentando sin juzgarlos, otro de los grandes aciertos de la película, porque no estamos ante una obra que planteé conflictos morales ni nada que se le parezca, la cinta presenta una serie de situaciones, donde la sexualidad se vive de forma salvaje y sin consentimiento, dejándose llevar por la situación y con el fin de pasarlo bien, sin preguntarse si eso que estás haciendo te gusta o no. 

El ágil y tenso montaje de fin Oates también ayuda y de qué manera a mostrar sin juicios, en una película que a veces más parece una de terror, con esos jóvenes imbuidos en sus obsesiones y sus locuras, sin nada de empatía, amor y sensibilidad en el otro. No es una película plana ni superficial, porque vemos diferentes formas de carácter entre los personajes, que hace evidente la complejidad y la dificultad de cómo afrontar las consecuencias de nuestros actos y cómo respondemos ante ellos. La falta de comunicación, los silencios y los gestos que llenan la pantalla cuando no salen las palabras. No es ni mucho menos una película que critique la fiesta y la idea de pasarlo bien. Eso sí, advierte que la forma usada no es la más adecuada, porque puede llevar a situaciones de abuso y degradantes. Tantos ellos como mucho menos, ellas, no lo pasan bien en el sexo, sino que lo practican de forma egoísta, abusiva y nada placentera, y lo que es más grave, no son conscientes del daño que han hecho, y además, mienten haciendo creer a los demás que todo ha sido genial. La presión sexual en una sociedad donde el sexo se ha convertido en una obsesión oscura, más que en una necesidad placentera, nos lleva a plantearnos muchas reflexiones sobre cómo actuamos los unos con los otros, lo lejos que estamos y la confusión entre el placer y el abuso. 

Uno de los grandes aciertos de una película como How to Have Sex radica en su fabuloso, natural e íntimo elenco. Arrancando por la impresionante Mia Mackenna Bruce que da vida a Tara, la protagonista total, porque aparece en casi todos los planos. Una actriz que conocíamos por su labor en series británicas de gran éxito. Con Tara consigue uno de esos personajes inolvidables, porque es una adolescente obsesionada por tener sexo y no ser la “jovencita inocente” que es en el grupo de sus amigas. Una obsesión que la llevará a hacerlo sin que le guste, y sobre todo, de forma brusca, abusiva y fría. Una actriz que tiene el aspecto de juvenil al comienzo de la película y la iremos viendo cómo va cambiando, seremos testigos de su proceso duro y sucio de dejar de ser para ser lo que no quiere. Casi como una transformación en alguien que odia y sobre todo, una experiencia que le resulta traumática y la deja sin palabras. En silencio y culpabilizante. Le acompañan otros intérpretes jóvenes, tan cercanos y excelentes como ella, como “sus amigas de fiesta”, con Lara Peake que hace de Skye, Enva Lewis es Em, y los chicos, Samuel Bottomley es Paddy y Shaun Thomas es Badger, y Laura Ambler es Paige, una joven que echará un cable a Tara después del abuso. 

La película How to Have Sex, de Molly Manning Walker, una obra que pone los temas que trata sobre la mesa, sin rodeos ni prejuicios ni nada que se le parezca, en crudo y sin sutilezas, de frente, porque no se anda con metáforas, y va a lo que va, muestra muchas actitudes y consecuencias de lo mal que nos divertimos, y sobre todo, de lo mal que nos comportamos los unos con los otros, y lo más grave, que no somos conscientes del daño que estamos provocando en los demás. Y no lo hace aleccionando a nadie, sino que usa el cine para provocar la reflexión, para que nos detengamos y sepamos que somos y cómo nos ven los demás. Y lo hace con ese tono festivo, de verbena sin fin, de una transparencia alucinante y bien ejecutada, que recuerda a películas como Spring Breakers (2012), de Harmony Korine, Magaluf Ghost Town (2021), de Miguel Ángel Blanca, y la primera mitad de Beach House (2013), de Héctor Hernández Vicens, entre otras, retratos de verdad sobre como ha desembocado ese turismo alucinógeno y estúpido que sólo busca divertirse y follar cueste lo cueste y se lleve por delante quién se lleve. Sociedad de mierda donde todo se consume a lo bestia, de usar y tirar: cosas, lugares y personas. Reflejo de estos tiempos y de cualquier tiempo donde nada tiene sentido y nadie vale nada. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

To Leslie, de Michael Morris

LA BALADA DE LESLIE.  

“El que no está dispuesto a perderlo todo, no está preparado para ganar nada”.

Facundo Cabral 

El tema de la “superación” se ha convertido en un género en sí mismo en el sistema hoolywodiense. Películas de corte cercano, de sentimientos y muy empáticas, donde sus protagonistas después de caer en la más absoluta desgracia, sea por los motivos que sean, emprenden un camino de obstáculos que irán salvando para finalmente conseguir ser una buena persona, o sea, una persona aceptada, con un trabajo bien remunerado, la casa con piscina, el perro, la señora, los hijos y los domingos de barbacoa. Películas que ensalzan unos valores conservadores, superficiales, materialistas, y sobre todo, muy patriotas. Fuera del circuito comercial, también hay películas que hablan de “superación”, pero en otros términos, mucho más humanos, más reales y sobre todo, mucho más complejas, mostrando un Estados Unidos de verdad, más decadente, violento y jodido. La película To Leslie, de Michael Morris (London, Reino Unido, 1974), va por esos encajes, porque nos pone en la piel de la Leslie del título, una mujer agraciada con un premio suculento en la lotería, como nos explican en sus magníficos títulos de crédito iniciales, pero la película arranca con Leslie, sin un puto dinero, porque ha despilfarrado en regalos y alcohol toda su fortuna, y después de perder su casa, se va como una homeless intentando colocarse en algún sitio. Ahí comenzará un periplo que la llevará con su hijo, y luego, al pueblo que la vio nacer y hace la tira que no pisa. 

Morris que se ha pasado toda su carrera dirigiendo series de televisión, entre las que podríamos destacar algunas como Kingdom y Better Call Saul, entre muchas otras, hace su puesta de largo con un guion de Ryan Binaco, que también ejerce como coproductor, en una película “indie”, en todos los sentidos (sin abusar del término “indie”, del que se ha abusado hasta la saciedad, corrompiendo su verdadera esencia y espíritu), y sí, con To Leslie, decimos “independiente”, por varios motivos, desde su reparto, lleno de rostros desconocidos, que llenan de alma y vida cada momento de la historia, de su tema, que habla de esas gentes invisibles, gentes que viven en la periferia, gentes que la vida les va mal y viven con muy poco, y sobre todo, gentes muy perdida y que siempre pierde, esas gentes que llenaban las películas de los outsiders tan alejados de los parámetros hollydienses como Ray, Brooks, Mulligan, Fuller, Altman, Cassavetes y demás francotiradores del alma y de la realidad más inmediata. Un gran trabajo de cinematografía de Larkin Seiple, de la reciente “Todo a la vez en todas partes”, que construye una luz natural, tan cercana , una luz de verdad, de esa que escuece el alma, donde lo sombrío acecha en cada rincón, en esos no lugares en que el tiempo parece ni darse cuenta que existen, llenos de gentes sin alma, o gentes que la vida ha retirada después de muchos tumbos, tropelías y desaciertos. 

La suave y delicada composición de Linda Perry, que actúa como una caricia entre tanta hostia en la existencia de Leslie, una tipa enganchada al alcohol, en un proceso de autodestrucción y una vida que solo sirve para fallar a los suyos y sobre todo, a ella misma. El estupendo montaje de Chris McCaleb, que consigue imponer ese ritmo cadente y reposado en una película con un metraje que se va a las dos horas, donde nada de lo que ocurre está contado con prisas y es vacío, en una película completamente apoyada en las miradas y en las relaciones sucias entre los personajes. La película con un tercio que nos habla del periplo de no búsqueda de Leslie, en el que va de aquí para allá, sin rumbo ni nada, y luego, un par de tercios, donde a su llegada al pueblo, todo adquiere más búsqueda, ahora con un sentido real. Viendo To Leslie nos viene a la memoria una película que parece su inspiración como La balada de Cable Hogue (1970), de Sam Peckinpah, situada en aquel no lugar, alejado de todos y todo, donde van a parar los desahuciados de la sociedad, a los que nadie quiere o los que no se quieren, porque ese no lugar donde va a parar Leslie tiene mucho de tierra de nadie, de esos sitios de paso, esos espacios donde van a caer todos aquellos y aquellas que algún quisieron y fueron queridos. 

Un reparto de esos que sin decir nada transmiten todo, porque solo hay verdad, esa verdad a la que no le hace falta fingir ni tampoco hacer la pose, con un reparto de rostros no populares, pero brillante en cada plano y en cada mirada, como Owen Teague, Catfish Jean, Stephen Root, James Landry Hebert, Andre Royo, Matt Lauric y Allison Janney, mención especial tiene la pareja de la película, o quizás podríamos decir mejor, el dúo que tiene un peso importante en la película, como son Marc Maron, que tuvo su serie propia, y hemos visto en películas tan importantes como Joker y Worth, frente a él, una arrebatadora y fascinante Andrea Riseborough como Leslie, una antiheroína en toda regla, esa mujer que ha fallado a todos, pero más a sí misma, una outsider que podría ser cualquier mujer rodeada de mala suerte del cine de Fuller, alguna de esas mujeres sin suerte del cine de Nicholas Ray, y algunas otras de más allá, que pululaban en lugares donde imperaba la violencia y el desamor. Celebramos que una película como To Leslie se haya metido en la carrera de los premios de la Academia de Hollywood, aunque la nominación a la mejor actriz para la increíble Andrea Riseborough ha venido precedida de una enorme manifestación de la profesión reivindicando un trabajo tan impresionante. No obstante, que una película de estas características esté ahí, eso es muchísimo, quizás sea la cuota de cine “indie” de verdad, o quizás también sea que, el cine que se hace fuera de los encajes de Hollywood, también puede aportar, en su pequeño espacio, pero a la postre aportar, y con eso nos quedamos, con que el cine aporte, otras cuestiones más ambiciosas se las dejamos para él que quiera aportarlas, yo no lo haré, porque hacer una película bien construida, que cuente algo que emocione, y encima, te creas, ya es mucho más de lo que aportan la mayoría. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Otra ronda, de Thomas Vinterberg

BEBERSE LA VIDA.

 “La vida no es un problema que tiene que ser resuelto, sino una realidad que debe ser experimentada”.

Soren Kierkegaard

El universo cinematográfico de Thomas Vinterberg (Frederiksberg, Dinamarca, 1969), podríamos definirlo mediante dos vertientes bien diferenciadas. Una, el grupo de cuatro de sus películas, filmadas en inglés, a partir de encargos, comprenden cintas como It’s All About Love (2003), Querida Wendy (2005), con historias, más o menos personales, muy alejadas de la estrategia comercial, y con el espíritu de su cine danés. En cambio, las otras dos, Lejos del mundanal ruido (2015), y Kursk (2018), la primera, un remake de la película de Schlesinger, y la segunda, con reparto muy internacional, un producto entretenido sin más. Aunque han sido sus películas danesas las que le han otorgado a Vinterberg su aureola de cineasta personal, como su Celebración (1998), magnifico film que, junto a Los idiotas, de Lars Von Trier, abanderaba la iniciativa “Dogma”, película fundacional en la carrera del director danés, con un poderosísimo drama familiar duro y siniestro, con esa cámara en continuo movimiento que se deslizaba de forma armónica y suave entre los personajes, retratando sin estridencias y con extrema naturalidad las graves tensiones que se producían en los desencuentros familiares.

Celebración es la película que lo lanzó internacionalmente, amén de edificar una forma y una mirada que siguen estando muy presentes en sus siguientes trabajos filmados en su país natal. En Submarino (2010), otra vez drama familiar pero esta vez no entre padres e hijos, sino entre hermanos, y La comuna (2016), donde Vinterberg descargaba sus recuerdos de haber vivido de niño en una comuna hippie. Con La caza (2012), durísimo drama social a través de la acusación injusta de abuso sexual a un maestro de parvulario a una de sus alumnas, retratando de manera concienzuda y profunda toda la respuesta violenta de la comunidad, y las terribles consecuencias que sufre el atribulado maestro. La interpretación inconmensurable de Mads Mikkelsen en la piel del falso culpable hacía el resto de una película extraordinaria, que profundizaba en la parte oscura de la condición humana. Vinterberg, que vuelve a contar con su guionista más estrecho, el también director Tobias Lindholm, que ha estado en cuatro de sus películas danesas, construye en Otra ronda, una película sobre la vida, o podríamos decir sobre el hecho de vivir y sus consecuencias.

Otra ronda se centra en el retrato de cuatro profesores de secundaria con vidas vacías, monótonas y lo que es más grave, sin futuro. Después de una celebración, deciden poner en práctica un experimento, a partir de los estudios del psicólogo noruego Finn Skärderud que explica que el ser humano nace con un déficit del 0’5 de alcohol en la sangre. Los cuatro amigos beberán alcohol en horas de trabajo para mantener esa cantidad de alcohol en su cuerpo. Pronto, experimentarán la desinhibición, la seguridad y la alegría que se apodera de sus existencias, en una explosión incontrolada de actitud, risas, relaciones más personales, y compartir un torrente de emociones y vitalidad. Pero, claro, la película no solo se queda en las virtudes que proporciona el alcohol, porque los amigos envalentonados por los resultados, deciden ir un poco más allá, y aumentan su tasa de alcohol diaria, y todos, empiezan a ver unos efectos negativos, algunos más que otros, y lo que era diversión y seguridad, se convierte en lo contrario.

Vinterberg vuelve a contar con Sturla Brandth Grovlen, su cinematógrafo fetiche, que dota a la película de un torrente de naturalidad, intimidad y luz, donde la cámara se mueve como un personaje más, en escenarios reales y manteniendo esa realidad a flor de piel, donde la cámara actúa como un testigo inquieto y de mirada serena, y el ágil y estupendo montaje, de corte limpio, obra de otros cómplices como Janus Billeskov Jansen (gran veterano que ha trabajado con Bille August, entre muchos otros), y Anne Osterud. El reparto funciona a las mil maravillas, con esos rostros, cuerpos y miradas que dan vida, amor, tristeza y vacuidad a raudales, encabezados por un MIkkelsen, un actor de raza, transparente y un maná de sinceridad, animalidad y profundidad, de la misma estirpe que los Dafoe, Cassel o Bardem. Bien acompañado por otros intérpretes de la factoría Vinterberg como Thomas Bo Larsen, Lars Ranthe y Magnus Millang. Cuatro amigos, compañeros de trabajo, amigos de la infancia, vecinos de esas ciudades pequeñas donde todos se conocen, que habitan el cine del director danés, construyendo relatos sobre el alma humana, sus inquietudes, sus derrotas, sus emociones, y todo lo demás.

Otra ronda es una película que tiene el aroma de la amistad, el amor, la derrota y la tristeza, que se acerca a otras grandes borracheras de amigos como La gran comilona, de Ferreri o Maridos, de Cassavetes, donde la vida se abre paso a pesar de sus maldades y vacíos, porque a veces, la vida es eso, juntarse con los de siempre y beber como nunca. Otra ronda nos invita a beber, eso sí con moderación, y sobre todo, beberse la vida, atreverse, levantarse después de las hostias, resistir ante las dificultades, no venirse abajo cuando todo está en contra, a ser quiénes somos, a ser valientes ante todo y ante cualquiera, a no mentirse, a no vivir por vivir, a volar cuando sea preciso, a compartir con los que más queremos, a soñar, a perder el miedo, a no dejar de saltar y a cruzar puertas que no deberíamos cruzar, a no cumplir con las expectativas, a no tener expectativas, a equivocarse y no hacer un drama, a no vivir por vivir, a trabajar desde la verdad, a mirarse al espejo y saber que esa persona que ves eres tú, y nadie más, que un día fuiste y debes recuperar todo aquello bueno que eras y lo dejaste perder por el camino, a sentir, pero sentir de verdad, a vivir, a llorar, a soportar el dolor, a reírse cuando toca, y a no ser quién no eres, a aceptarse y sobre todo, a vivir sabiendo que cada día puede ser el último. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Amy, de Asif Kapadia

amy-cartel-6155LA VOZ APAGADA

El siglo XX estuvo caracterizado por la explosión de efervescencia de la música moderna, que emergió con nuevas ideas, caminos y una exaltación de nuevos intérpretes y grupos que llenaron las listas de éxitos con sus nuevas melodías y ritmos innovadores y frenéticos. Un siglo que también dejó en la cuneta a algunos de esos grandes músicos jóvenes de excepcional talento que ha dado la historia del rock. Una vida de éxitos, fama, alocada, y de desenfreno, donde las drogas y el alcohol se convertían en su refugio particular donde exorcizaban sus demonios personales y existenciales. Muchos de ellos dejaron este mundo a la temprana edad de 27 años, lo que algunos han venido a denominar «El club de los 27», cortándose así unas existencias que podrían haber seguido cosechando más logros y fracasos.

La última en sumarse a esa lista negra ha sido Amy Winhouse, fallecida el 23 de julio del 2011, una joven chica humilde de familia judía, de un barrio del norte de Londres, que dotada de una voz única, conquistó el mundo entero con sólo dos álbumes. Asif Kapadia (Londres, 1972), realizador de Senna (cinta basada en la vida del malogrado piloto de fórmula 1, Ayrton Senna) que logró buenas críticas y el beneplácito del público, convirtiéndose en el documental más taquillero de la historia del Reino Unido, se sumerge en el archivo personal de la cantante y en el de sus amigos y familiares, para descubrirnos la chica que había detrás de la artista famosa, y lo hace con la compañía de su equipo, James Gray-Rees, en la producción, y Chris King, en la edición, todos ellos se detienen en contarnos la vida de Amy Winhouse, pero no la que todos hemos visto, sino aquella centrada en sus inicios, en cuando era una joven que tocaba la guitarra, escribía canciones, y soñaba con cantar jazz. La película rescata material de archivo (grabaciones domésticas con sus amigos, algunas filmadas en vídeo y otras en móvil), que se complementan junto a algunas canciones inéditas, otras conocidas, actuaciones, la intimidad de su vivienda, de una fiesta…, entrevistas, de las que sólo escuchamos la voz, donde en la propia voz de Amy o la de sus amigos, managers, su ex marido, y todos aquellos que la conocieron y se relacionaron con ella. Los éxitos de sus discos, los premios y el aplauso del público, dejan paso a su compleja e impetuosa relación de pareja, sus terribles adicciones al alcohol y las drogas, sus vanos intentos de desintoxicación, la exposición permanente a unos paparazzis ávidos de miseria y sangre.

Un caleidoscopio humano y penetrante que además de hablarnos de la desaparición de un ser intenso, visceral y frágil, también reflexiona sobre el negocio de la música actual, de la hipocresía que engloba todo un sistema que explota los éxitos hasta límites inhumanos, con el único fin de codiciar más y más dinero. Una joven que tuvo una relación difícil con su progenitor, (que los abandonó para irse con otra mujer), y la cinta registra toda esa situación, desde un punto de vista sincero y directo, mostrando la grandeza y la miseria, las alegrías y las dificultades de alguien que escribía música como terapia, donde expulsaba toda su negrura y oscuridad en unas canciones desgarradas que hablaban de su lucha interna constante en amar y ser amada, sus miedos, su fragilidad y sobre todo, su incapacidad en vivir de otra manera.