Entrevista a Nina Solà Carbonell, directora de la película «Grup Natural», en el marco del DocsBarcelona, en el hall del Teatre CCCB en Barcelona, el viernes 16 mayo de 2025.
Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Nina Solà Carbonell, por su tiempo, sabiduría, generosidad, y a Ana Sánchez de Trafalgar Comunicació, por su generosidad, cariño, tiempo y amabilidad. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA
“En la noche oscura, sobre la piedra negra, una hormiga negra. Dios la ve”.
Proverbio árabe.
La directora franco-marroquí Nora El Hourch (Angers, Francia, 1988), realizó su primer trabajo, Quelques secondes (2015), una película corta sobre cinco chicas de la periferia parisina que nació para exorcizar la violación que sufrió a los 20 años. A partir del mismo espíritu y de la actitud contestataria de aquella, nace su ópera prima HLM Pussy, que viene de la definición de “Habitation à Loyer Modéré” (Habitaciones vivienda subvencionada para personas con pocos recursos), y la palabra “Coño”. Conocemos a tres jóvenes de la periferia parisina: Amina, de padre marroquí y madre francesa, Djeneba, de padres africanos y Zineb, de padres marroquíes. Son de orígenes diferentes pero comparten una gran amistad, confidencias, intimidad y un carácter que las diferencia de los demás y sobre todo, son una piña en todo y ante todos. Aunque, la cosa se pondrá seria cuando Zineb es acosada por Zakaria, un buen amigo de su familia, y las otras dos lo graban y Amina, lo sube a las redes sociales, a una cuenta de Instagram que se llama “HLM Pussy”, y se convierte en viral y una ventana para denunciar el acoso que sufren muchas mujeres a lo largo y ancho del planeta.
La mise en scène resulta de la película resulta una decisión capital para trasladarnos a ese mundo de la juventud de redes, de agitación constante y continuo movimiento, a través de un cámara que se mueve con y entre ellas, siendo una más de las tres amigas, explorando su intimidad, sus miedos e ilusiones ante un entorno hostil y con pocas esperanzas, en un detallista y sensible trabajo de cinematografía de Maxence Lemmonier, así como el exquisito y concienzudo trabajo de montaje de Quentin Jourde D’Arzac, en el que abundan los planos secuencias, y los primerísimos planos en el que se detallan cada aspecto de sus personajes, en un ambiente muy doméstico y cercano. La música, capital en el seno de estas tres jóvenes, que firma Clément Tery, ayuda a conocer con más profundidad las pulsiones personales y sociales de tres chicas que viven e intentan salir adelante en una atmósfera donde el acoso está a la orden del día, como deja claro la excelente secuencia que abre la película, que nos recuerda a la que abría la estupenda Pulp Fiction (1994), de Tarantino, en la que se define el entorno de la película y el de las protagonistas, y esa alianza de ayuda y amistad que tienen entre ellas.
Un guion muy potente, de aquí y ahora y cualquier tiempo, porque habla de personajes que no se lamen sus heridas y se levantan contra la injusticia y la violencia, aunque lo hagan torpemente y con miedo. Podríamos decir que el guion que firma la propia directora, tiene dos partes bien diferenciadas. En la primera, conocemos a las protagonistas, sus diferentes caracteres e idiosincrasia, así como sus entornos, sus familias y colegio, tanto a un nivel humano como social. En la segunda, el citado video subido a redes, les lleva a recibir amenazas del sujeto en cuestión y eso, las distancia y las sitúa en el miedo y la desconfianza entre ellas, y es ahí donde la película nos remueve muchísimo más, porque nos empuja a tomar partido y sobre todo, a cuestionarnos nuestras ideas, prejuicios y demás aspectos morales, además que la historia coge un vuelo impresionante, demostrando la inteligencia y la capacidad de El Hourch para romper las normas preestablecidas y llevarnos hacia terrenos donde todo se coloca patas arriba, donde el cine se destapa como una forma de denuncia, de mirar de frente los problemas que están ahí a diario, y cómo enfrentarlos y gestionarlos, que nunca es nada fácil.
Aunque donde la película ha acertado de pleno es en su magnífica elección de sus tres protagonistas, porque no sólo actúan con veracidad y naturalidad, sino que transmiten todos sus miedos, valentías y contradicciones de un modo que nos atrapa y nos conmueve, sin trampas ni cartón, con cercanía y humanidad, amén de ser dos de ellas debutantes, y la otra, con poca experiencia. Tenemos a Léah Aubert en el papel de Amina, la francesa-marroquí de un ambiente de clase media, entre dos mundos, aunque ella se siente de sus amigas y de ese entorno de periferia, después está Médina Diarra como Djeneba, de padres africanos, que vive con su tío, con su canal de instagram en el que vende zapatillas deportivas de marca, la fashion del grupo con su colección de pelucas, y finalmente, Zineb que hace Salma Takaline, la marroquí que sufre el acoso de su amigo, la más frágil del grupo y quizás, la que más necesita el apoyo de las otras. El reparto se complementa con la presencia del acosador que hace Oscar Al Hafine, y los adultos y padres de Amina, Bérénice Bejo, una actriz de sobrada capacidad para creernos cualquiera de sus roles, y Mounir Margoum, el padre marroquí que no quiere que su hija sufra tanto como él cuando quiso convertirse en un médico respetado siendo de fuera.
Tiene HLM Pussy el aroma que tenían El odio (1995), de Matthieu Kassovitz, en su radiografía de la otra Francia, la invisible y sometida, y en su lucha por salir del agujero de la periferia, y de Bande de Filles (2014), de Céline Sciamma, donde Mariemme y las demás chicas no estarían muy lejos de las protagonistas de la película de Nora El Hourch, porque además de ser mujeres, son racializadas, y viven en uno de esos barrios de la otra Francia, la inmigrante, la de hijos de inmigrantes, la que no se ve en las noticias por cosas positivas, sino aquellas relacionadas con violencia y demás. Tanto las películas mencionadas como HLM Pussy quieren mostrar las múltiples caras de estos lugares, viéndolos desde un prisma más humano, menos estereotipado, donde también hay mujeres que se alzan ante la injusticia y el acoso diario, que tienen herramientas para decir NO, aunque a veces, se crucen ciertos límites que pueden poner en peligro cosas tan bonitas como la amistad, como la verdadera amistad, que en este mundo, son tan importantes y cruciales para ir todas a una y rebelarse ante la violencia y el miedo que quieren imponer algunos. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA
“Quiero que cierres los ojos un momentico. Vas a imaginarte a una compañera tuya. Tiene 15 años. Se llama Alis. Te la vas a inventar”.
En un mundo cada vez más saturado de imágenes vacías, masticables y muertas, el cine debería ser el reflejo para mirarnos y reflexionar sobre nuestro entorno, dotando de valor a cada imagen, tratándola con respeto, y sobre todo, generando ese espacio para mirar con tiempo, profundizando en esos temas que nos remueven, que nos hagan despertar y activarnos ante tanta degeneración visual. Alis, la tercera película del tándem Clare Weiskopf y Nicolas van Hemelryck, ubicado en Colombia, es un buen ejemplo sobre lo que acabo de explicar. Porque hace que el cine, ante la marabunta estúpida de imágenes, recupere su valor y su grandeza, y lo hace desde la sencillez más absoluta, a partir de un dispositivo doméstico y humilde, filmando a un grupo de jóvenes adolescentes que sus padres no pueden atender y viven en un internado “La Arcadia”, situado en Bogotá (Colombia). A través de planos fijos y una mirada a cámara, bajo la apariencia de una entrevista, de forma directa y transparente, bajo la apariencia de imaginar a una compañera que se llama Alis.
A Weiskopf y van Hemelryck los conocimos cuando inauguraron el DocsBarcelona en 2017 con Amazona, estupendo trabajo que filmaba el reencuentro de la propia directora con su madre después de años de ausencia de esta, en plena selva amazónica, donde lo humano y el paisaje se iban entrelazando. Para su segundo trabajo en conjunto, donde coproducen, coescriben y demás, construyen un guion junto a Tatiana Andrade, los editores Anne Fabini y Gustavo Vasco, que nace a partir de los Talleres de Cine que llevan a cabo desde hace cinco años en la citada “La Arcadia”. Estamos ante una obra dura pero llena de esperanza, que no embellece ni tampoco es condescendiente, que va muchísimo más allá del reflejo de una realidad muy dura para sus jóvenes protagonistas, que arrastran situaciones muy oscuras y traumáticas, pero la idea de la pareja de cineastas no es construir una película descarnada y sin concesiones, sino hacer una obra que ante todo visibilice a estas adolescentes y les dé ese calado humano que se les ha negado hasta ahora, y sobre todo, que las conozcamos a través de su intimidad, sus sueños, sus imaginaciones y sus futuros. Una forma nada artificial, firmada por el cinematógrafo Helkin Rene Diaz, especializado en documental, filmando a sus protagonistas de verdad, sin trampa ni cartón, construyendo un diálogo, donde la palabra prime, donde cada testimonio sea directo, que salga del alma, sin cortapisas, en libertad y sobre todo, profundizando en ellas mismas a través de Alis, esa compañera imaginaria que va a ayudarlas a llegar donde nunca habían llegado.
Un montaje de sólo 84 minutos, reposado y nada estridente, sino conservando ese tempo preciso esencial para que las vayan sin prisas, firmado por dos grandes como Fabini, de la que vimos Of Fathers and Sons (2017), de Talal Derki, que también se pudo ver en el Documental del Mes, y la más reciente Algún día nos lo contaremos todo, de Emily Atef, y Vasco, una pieza fundamental en la cinematografía colombiana, porque ha editado películas de luis Ospina, Rubén Mendoza, Ciro Guerra y Laura Mora, entre otras. No podemos olvidar el papel que juega la música desde los títulos escogidos, y la creación del dúo chileno Miguel Miranda y José Miguel Tovar, que tienen en su haber a cineastas como Andrés Wood, Patricio Gúzman, Maite Alberdi, y muchos más. La obra de Weiskopf y van Hemelryck es cine social y político muy potente, y sumamente reflexivo y contundente, y no lo hace como mucho cine social de etiqueta que muestra hasta la indecencia la miseria con el fin de no sé qué, la “Porno miseria”, que acuño el mencionado Ospina junto a Carlos Mayolo en su imperdible Agarrando pueblo (1977).
En Alis hay un gran respeto hacia estas jóvenes que están siendo filmadas y con las que se establece un diálogo de frente, face to face, sin artificios ni engaños, y lo hace a través de un juego haciendo un ejercicio de imaginación, de fabulación, de expresión, siendo ellas mismas, siendo lo que sus duras vidas y circunstancias les ha negado, la ilusión de imaginar un futuro, de imaginar otras vidas, otras niñas, otros amores, otras familias y en fin, otras formas de ser, pensar, y hacer. Una película llena de grandes aciertos y de ideas, porque no oculta nada de su armazón cinematográfico, y a veces, se desnuda literalmente, y estamos ante una ensayo sobre el cine, sobre la forma de encontrar el dispositivo en el cine documental, o asistimos a algunas de las sesiones de los talleres de cine que llevan a cabo en el centro, un lugar que nos van mostrando a partir de sus rutinas, sus habitaciones, sus bailes y sus relaciones e interacciones, sin la recurrente voz en off que en este caso no hace falta, porque la película quiere contar a través de la palabra de sus protagonista, interviniendo lo justo y necesario, otorgando todo: voz, cuerpo, sentimientos a sus jóvenes protagonistas, transmitiendo esa idea humanista que a pesar de las heridas siguen siendo personas con voz y se les da esa voz que nunca han tenido, porque a pesar de todo, siguen estando aquí con sus historias. No dejen de ver una película como Alis, de Clare Weiskopf y Nicolas van Hemelryck, porque a través de la oscuridad y el dolor, construyen una película humanista, que abre un espacio de escucha, de compartir, y de reconstrucción de almas heridas. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA
“El conflicto entre la necesidad de pertenecer a un grupo y la necesidad de ser visto como único e individual es la lucha dominante de la adolescencia”.
Jeanne Elium
Se cuenta que, en una pequeña localidad danesa en la actualidad, en el interior de un colegio, en la clase de octavo, el último año escolar, cuando los alumnos asisten a una de las primeras clases de comienzo del curso. Sin razón aparente, uno de los alumnos, Pierre Anthon, una especie de líder para el resto de los alumno, se levanta y empieza a hablar a los demás, explicando que nada tiene sentido, que todo es una burda mentira y que nada merece la pena y es mejor largarse y no hacer nada. El joven abandona la clase y se sube a un árbol y ahí se queda. Sus compañeros intentan persuadirlo a que abandone esa actitud pero no lo consiguen. Ante esta reacción que los ha dejado atónitos, deciden, con el fin de hacerle cambiar de parecer, amontonar sus objetivos valiosos para que al menos una cosa tenga sentido. Aunque lo que parece una acción inofensiva, poco a poco, se irán tornando en una espiral de deseos cada vez más complejos y oscuros, que no tendrá vuelta atrás.
Basada en el best seller homónimo de la novelista danesa Janne Teller, en un libro no exento de gran polémica cuando fue publicado, situación que no impidió su enorme éxito con más de 1’5 millones de lectores en más de 30 países. Ahora nos llega su adaptación al cine de la mano de la directora danesa Trine Piil Christensen, con experiencia en series como Hotellet y 2900 Happiness, y su debut en el largometraje con Max (2000), un sólido thriller protagonizado por la magnífica Sidse Babett Knudsen, la inolvidable protagonista de Borgen, en las que se sumergió en el drama y el thriller, elementos que siguen en Nada (Intet, en el original), a partir de un guion de Seamus McNally y la propia directora, y la coproducción de la cineasta Maren Ade a través de su Komplizen Film, pero esta vez desde la adolescencia, desde ese espacio de grandes descubrimientos y también, de grandes altibajos emocionales. El grupo de adolescentes reaccionan ante ese mundo de los adultos, tan hipócrita, falso, de pura apariencia, y tremendamente vacío, aburrido y consumista, y lo hacen a partir de un hecho cotidiano y revelador, como el de su compañero subido a ese árbol, como una especie de líder de la “nada”. Esta mezcla de drama cotidiano y doméstico, con el cuento de terror clásico, en el que a partir de un hecho sin más, la historia se va envolviendo en un disfraz de inquietud y complejidad muy interesante, con el mejor aroma de títulos como El otro (1972), de Robert Mulligan, y ¿Quién puede matar a un niño? (1976), de Chicho Ibáñez Serrador, donde los niños toman el protagonismo, una infancia que ya no quiere callarse y actúa contra esos adultos tan torpes y tan ensimismados en sus miserables existencias.
La cinematografía de Bo Bilstrup contribuye a crear ese espacio incómodo y aterrador, donde se instala la inquietud y terror tan bien definido, y lo hace desde los espacios y objetos más cercanos, sin estridencias ni piruetas narrativas, y mucho menos con efectismo y vacuidad, sino al mejor estilo de los thrillers daneses como el tándem Joachim Trier y Eskil Vogt en títulos como Thelma (2017), y The innocents (2021), donde se fusiona con gran credibilidad la frialdad de lo cotidiano con sucesos paranormales y el terror más cercano, el que nos podría afectar a cualquiera de nosotros. El montaje conciso y ritmo, sin prisas ni acelerones torpes, que firman Allan Funch y Morten Glese, mantiene esa tensión y mal rollo in crescendo tan eficaz y agobiante que tiene la película en unos estupendos 87 minutos que vuelan y agobian. Aunque si la película resulta de una fuerza y valentía extraordinaria es en su joven reparto donde destacan todos los jóvenes, cada uno en su rol y cada uno en su actitud, donde las diferentes circunstancias acaban afectando emocionalmente de forma drástica. Los chicos y chicas son los Vivelill Sogaard Holm como Agnes, Harald Kaiser Hermann es el citado Pierre Anthon, Maya Louise Skipper como Sofie, Sigur Philip Dalgas es Otto, Elias Amati-Aagesen como Karl, Arien Alexander es Takiar, entre otros, y el adulto, el profesor Eskildsen es el actor Peter Gantzler, que hemos visto en películas como Italiano para principiantes (2000), de Lone Scherfig y El jefe de todo esto (2006), de Lars Von Trier, entre otras.
Quizás los espectadores más ávidos en películas más convencionales, donde el susto y los abundantes giros narrativos se amontonan, no deberían ver Nada, de Trine Piil Christensen, porque la propuesta de la cineasta danesa va por otro lado, por un lado más de retrato y crítica del vacío y la apariencia estúpida en que se ha instalado la sociedad europa y consumista, perdiendo valores humanos y sobre todo, la falta de cuestionamiento y pensamiento crítico, y abrazado a un modelo psicótico de prisas, mentiras y estupidez, basado en el placer inmediato y la huida de lo real por una mera existencia superficial, vacía y mentalmente desquiciada, donde nunca hay suficiente, donde prima lo físico, el movimiento de aquí para allá, sin ningún tipo de cambio y actitud humana ante la vida y la sociedad tan injusta y desigual. Todos sumergidos en una competitividad enfermiza a ver quién hace esto o aquello, una inútil carrera de la apariencia y de los logros individuales como un corredor que nunca deja de correr y no sabe porqué motivo lo hacen. A algunos espectadores les provocará rechazo porque, claro, verse reflejado en una no existencia tan nada no resulta muy alegre, aunque la película aboga por unos adolescentes que dan rienda a sus deseos más ocultos, a los más íntimos, aunque sean de índole muy oscura y no aceptada por una sociedad que lo hace a escondidas y los reprime, en fin, así estamos, y no parece que se vaya a cambiar. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA
“El pasado es siempre lo que dictaminan los presentes; en el futuro el pasado será el presente. Así se escribe siempre la historia”.
“Campo del Moro”, de Max Aub
En el verano de 2007, el Palau de la Virreina en Barcelona organizó la exposición “Cartografías Silenciadas”, de la fotógrafa Ana Teresa Ortega, compuesta por cincuenta instantáneas actuales de los lugares donde se alzaron campos de exterminio franquistas durante el período entre 1938 y 1962. Mi sorpresa fue mayúscula al conocer como esos sitios del horror habían sido silenciados y sepultados de la historia, en un trabajo de desmemoria de los gobernantes para borrar las tragedias de la dictadura. El cineasta David Varela (Madrid, 1972), que lleva desde hace más de una década en el cine documental formulando preguntas investigando nuestro pasado desde el presente, de forma audaz y reflexiva, como ya lo hizo acercándose a los vestigios y huellas de la Guerra Civil Española en Blockhaus 13 (2020), retratando el búnker de Colmenar del Arroyo (Madrid).
Con su nuevo trabajo Un cielo impasible, de título sumamente revelador en su propuesta, porque el director nos propone un viaje muy profundo y personal a nuestra guerra, a la guerra de nuestros antepasados, que diría Delibes, peor lo hace de forma muy interesante, ya que va mucho más allá que otras propuestas de revisión de memoria histórica, porque nos propone un trabajo a pie de campo, a visitar los lugares donde se desarrolló la Batalla de Brunete (Madrid), allá por julio de 1937, y lo hace de forma muy potente, convirtiendo su película-documento en una travesía que nos conecta con el pasado-presente en un solo espacio, donde se mezclan y fusionan en forma de caleidoscopio muchos elementos: las grabaciones de testimonios de combatientes y familiares, el ensayo-rodaje que tiene la película en varios instantes, los espectaculares planos secuencia con drones que nos permiten una visualización general del lugar y lugares más concretos, conociendo y valorando in situ los espacios, sus objetos y demás huellas de ese pasado que no se borra aunque algunos así lo pretendan.
Aunque la parte más interesante de de la película son los compañeros de viaje de Varela, porque se hace acompañar por un grupo de cuatro adolescentes que descubren, aprenden y miran lo que fue la Guerra en Brunete, y sobre todo, se preguntan, se cuestionan y reflexionan sobre nuestro pasado, sobre cómo este pasado se ha planteado en las aulas, y aún más, dialogan con historiadores y expertos sobre cómo se estudia el pasado y se transmite a los adolescentes de hoy en día. Varela se acompaña de buenos profesionales como la cinematógrafa Raquel Fernández Núñez, que ha trabajado con Mariano Barroso, Miguel del arco y María Ripoll, entre otros, para conseguir esas imágenes que tienen fuerza, que adquieren un nuevo sentido, porque ya no solo miran las huellas del pasado, sino que lo retratan, como el inmenso trabajo de sonido de Sergio López-Eraña, que tiene en su haber películas tan interesantes como Los veraneantes, True Love y Oscuro y lucientes, y muchas más, y la composición de Jonay Armas, que ha trabajado en films importantes como Europa y La estrella errante.
El extraordinario trabajo del propio director que escribe, produce, diseña el laborioso trabajo de sonido de la película, y además dirige, en colaboración con los cuatro adolescentes: Jimena Gómez de Diego, Paula Gordils Carrillo, Andrea Lázaro Pacios y Jacobo Llavona Pastor, en una experiencia que nos remite a la realizada por Jonás Trueba en su magnífico Quién lo impide (2021), en un relato sobre todos nosotros, sobre ese pasado que nuestros gobernantes demócratas han mirada de reojo, sin profundizar y sobre todo, dejando que el tiempo borre sus testimonios y sus lugares, pero películas como Un cielo impasible, heredera de otras como La guerrilla de la memoria (2000), de Javier Corcuera, Equí y n’otru tiempu (2014), de Ramón Lluís Bande, Elefantes (2017), de Carlos Balbuena, y Esa fugaz esencia que dejaron los sucesos (2022), de Carolina Astudillo, entre otras obras que se han acercado a la memoria de la Guerra Civil Española a través de todos sus lugares en su tiempo presente, retratando una historia contada por los vencedores y silenciando a los otros, a los vencidos, a los que nadie recuerda, a los que se perdieron en el olvido de la historia.
Un cielo impasible de David Varela, no solo es un retrato de lo mal que lo ha hecho este país con la historia de la guerra, que ha provocado nuestra desmemoria y atontamiento como sociedad que han provocado muchos de los problemas de los últimos tiempos, sino que también, y esto lo hace muy importante, la película se trata de un análisis certero y brutal sobre el mal funcionamiento de los centros de enseñanza públicos del país en materia de memoria, porque los más jóvenes están interesados en estos temas si se hacen con criterio, cercanía y sobre todo, con amor por nuestra historia, que no nos gustará, pero es la que es, y lo peor de todo, no solo es enseñarla mal, es no recordarla, es dejar que sus huellas desaparezcan y sean meros trozos de piedra y objetos sin significado, y es sería una tragedia como lo fue la guerra, porque los herederos de todo aquello somos los que debemos conocer la historia no solo para volverla a repetir, que eso es muy difícil, pero si para ser más humanos y seres que recuerden, que sepan y críticos con nuestro presente porque conocemos nuestro pasado. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA
“No llores, hombre… ¿Hablas con él? ¿Habláis? ¿Sabes? Creo que… eres un tío que sufre y que se lo guarda todo. Te contienes muchísimo hasta que explotas. Tendrías que hablarlo. Mi madre está presente. Yo lo hablo con ella, quizás no de la mejor manera. Pero tienes que hablar con alguien. Yo voy al psicólogo. Si te lo guardas todo dentro, no crecerás jamás, ¿sabes?”
La palabra. El diálogo. Compartir aquello que guardamos, aquello que ocultamos a los demás, aquello que nos duele y nos mata. La cámara está ahí, frente a nosotros, actuando como testigo omnipresente, en la cual desvelaremos aquello que no contamos, contaremos nuestra verdad. La decimosexta película de Claire Simon (Londres, Reino Unido, 1955) es un documento excepcional y bellísimo sobre la palabra, sobre unos cuántos diálogos entre adolescentes alumnos de un instituto ubicado en los suburbios parisinos. Un retrato de aquí y ahora, en el que los chavales dialogaran entre ellos sobre sus sueños, deseos, dolores o miedos, en su intimidad, frente a otro igual como ellos, alguien que ha vivido situaciones anómalas en su entorno familiar, que mantiene relaciones ásperas y duras con sus progenitores, que conoce la soledad, el sentirse abatido y solo en su propia casa, seres con familias desestructuradas, que desean paz y tranquilidad, aunque sea un instante, en unas vidas azotadas por el miedo, la incomprensión y la soledad.
Simon ya se había sumergido en los centros de enseñanza con anterioridad, muchos recordarán su sensible y poderosa Récréations (1998) en la que exploraba con extrema delicadeza y armonía las desventuras de un buen puñado de párvulos en su momento de recreo. O la más reciente Le concours (2016) en el que seguía con esa mirada inquieta y curiosa que la caracteriza, a un grupo de jóvenes aspirantes a la Escuela de Cine de París. La película resultante viene de un proceso creativo que arrancó cuando Simon, invitada por una amiga, accedió a dar un curso sobre cine en una asignatura optativa en la que se inscribieron 10 alumnos, que animados por la directora, les contaron sus experiencias vitales para incluirlas en un futuro corto de ficción sobre sus vidas. El contenido de sus experiencias, así como la sinceridad que mostraron en las entrevistas y la naturalidad, animó a la directora francesa a arrancar un película sobre sus vidas a través de diálogos entre ellos (un dispositivo parecido al de Rithy Pahn en El papel no puede envolver la brasa, en la que un grupo de jóvenes prostitutas de Camboya dialogaban entre ellas explicándose sus realidades y miserias) en el que se contarían sus vidas y sus miedos, esas primeras soledades a las que alude su ejemplar título.
La directora francesa sitúa frente a su mirada y su cámara a los diez adolescentes participantes en su curso, acogiéndolos con sinceridad y honestidad, ofreciendo el cine como arma terapéutica para encarar los problemas y filmarlos mientras los encaran a través de la palabra. Simon no deja fuera a ninguno de ellos, una decena de almas entre chicos y chicas, de diferentes culturas y formas de pensar y vivir, de padres inmigrantes, en la mayoría de casos, que muestran una transparencia admirable y conmovedora para abordar esos temas dolorosos que han vivido o viven en sus hogares, o podríamos decir lo que queda de ellos, con padres divorciados, con apenas relación con ellos, o con padres desconocidos, situaciones violentas, o simplemente, desamparo en muchos de sus casos, miran con dolor y tristeza esos pasados o presentes, y se animan con relativo miedo vislumbrando un futuro que miran con algo de optimismo y con actitud valiente de encararlo con energía y fortaleza, esperando que resulte muy diferente al experimentado por ellos.
Simon los filma en las clases durante y después de ellas, en los bancos del patio, mientras viajan en autobús o realizan compras, en una primera mitad en la que el invierno invade todo el recinto académico, en que todas las conversaciones son interiores, y luego, con la llegada de la primavera, la cámara abandona las cuatro paredes para mostrar el patio, la ciudad, y la calle, donde nos hablarán de esos pasados, en algunos casos, felices, en otros no, pero si desde sus miradas de adolescentes, con la suficiente edad y tiempo necesarios para comenzar a hablar de sus vidas, sus relaciones familiares y mirar su futuro. Una tarea y forma con la que podría emparentarse Primeras soledades con el proyecto de Quién lo impide, de Jonás Trueba, donde a partir de encuentros con adolescentes nacen una serie de películas-trabajo para hablar de sus vidas, de sus identidades y sus deseos y soledades, películas a las que también podríamos añadir < 3, de María Antón Cabot, en la que se también se aproximaba al mundo de los adolescentes a través de ellos cediéndoles la palabra para que pudieran expresarse con total libertad y naturalidad.
Simon ha construido no solamente una película extraordinaria sobre la adolescencia, muy alejada de esa idea maniquea que ofrecen los medios de comunicación generalistas constantemente, sino que también Primeras soledades se alza como un excepcional, desgarrador y contundente documento sobre esa adolescencia quebrada que sigue resistiendo en silencio los males de los adultos, aunque eso sí, siguen manteniéndose firmes en su decisión de seguir hacia adelante con la palabra como mejor arma, hablando y escuchando a aquellos, que al igual que ellos, han vivido o viven situaciones difíciles y complejas en sus hogares, en que la película de Simon ofrece un puerta abierta para mirarlos con detenimiento, acercarse a sus intimidades, en el que se abran y dialogan de todo lo que callan y ocultan para construir un lazo de amor y comprensión para mirar ese futuro que les espera con la mejor de las actitudes. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA
<p><a href=»https://vimeo.com/334379711″>Trailer Primeras soledades | Pack Màgic Forum</a> from <a href=»https://vimeo.com/user34637086″>Pack Màgic</a> on <a href=»https://vimeo.com»>Vimeo</a>.</p>
“El amor es el único motor para la supervivencia”.
Leonard Cohen
Guillaume descubre que su amistad con Nicolassu, su mejor amigo, va más allá de la mera relación de amigos y compañeros de instituto y lo ve como alguien especial. Charlotte es una veinteañera en la universidad y hermanastra de Guillaume, sale con Maxime pero se siente enjaulada y le lleva a conocer a Theo, unos años más mayor, aunque tampoco parece encontrar esa estabilidad emocional que tanto ansía. Y por último, Félix, un chaval que se siente atraído por Béatrice, una compañera del campamento de verano. Tres relatos sobre el amor, sobre el primer amor, sobre el hecho de ser adolescente y joven, sobre los primeros deseos, sobre esa efervescencia veloz e inquieta cuando parece que toda tu vida va a la velocidad de un rayo, donde todo sucede de forma muy intensa, y también, empiezas a conocer los sinsabores del amor, del deseo, de esa cara oculta siniestra y oscura que también anida en los sentimientos, y sobre todo, como actúan el resto y como nos ven. Philippe Lesage (Saint-Agapit, Canadá, 1977) arranco su carrera en el documental para luego pasar a la ficción con Los demonios (2015) y Copenhague. A Love Story (2016) en las que planteaba relatos sobre la infancia y la adolescencia y los despertares que conlleva cuando se conoce el mundo de los adultos.
El director canadiense nos plantea un retrato sobre la adolescencia, sobre los primeros amores, o quizás sería más conveniente decir, sobre las primeras decepciones amorosas, sobre cómo combatir los conflictos interiores y materializarlos a los demás, y las consecuencias que lleva ser uno mismo y expresárselo al resto, venciendo los miedos al rechazo o la marginación. Lesage observa a sus criaturas desde esa mirada crítica y honesta, sin caer en el sentimentalismo o las peroratas discursivas que suelen caer los retratos sobre amores juveniles. En Génesis los despertares al amor son honestos y sin cortapisas de ningún tipo, sus protagonistas aman de verdad, se dejan llevar por sus sentimientos y actúan en coherencia, explotando sus emociones y lanzándose a esos vacíos sentimentales a ver qué sucede.
Los planos de Lesage emanan autenticidad y ritmo, nos llevan en volandas de un lado a otro, centrándose en los primeros 100 minutos en los conflictos emocionales de Guillaume y Charlotte, que puedan resultar muy diferentes en la forma de abordar sus cuestiones sentimentales pero tanto uno como otro obtienen el mismo resultado frustrante, o quizás no era el momento para tener esas relaciones, o quizás se habían equivocado de personas y sus ansías de descubrir y experimentar les ha llevado a ir demasiado deprisa a no tener esa calma suficiente en el terreno amoroso, tan necesaria por otra parte, pero todo ese aprendizaje forma parte de la edad que tienen, de ese tiempo de constantes errores, de perderlo todo por alguien, de pensar que el mundo se acaba si esa persona u otra no se fija en nosotros o simplemente, nos rechaza, sumiéndonos en el vacío más profundo y doloroso que podamos imaginar. Guillaume, fantástica la composición del actor Théodore Pellerín, es extrovertido y locuaz en el instituto, alguien que es capaz de todo y una especie de líder carismático donde mirarse, en el amor tampoco se corta, se lanza y luego pregunta, como debe ser según él.
En cambio, Charlotte, íntima y erótica la interpretación de la extraordinaria Noée Abita, se siente desplazada en su relación con Maxime, como si su tiempo y el tiempo de la relación se hubiera detenido por eso a sus veinte pocos años ve en Theo que roza los treinta, la oportunidad de tener una relación más madura, más de verdad, más estrecha, aunque las cosas nunca son lo que parecen, y parece salir de un fuego para encontrarse con otro. Finalmente, Lesage deja los últimos 30 minutos de película para situarnos en un campamento de verano y contarnos, casi sin palabras, y con mucha música, elemento que estructura la película mezclando temas más sentidos con otros más locos. Conoceremos a Félix, que interpreta el actor Edouard Tremblay-Grenier, protagonista de Los demonios, que se siente atraído por Béatrice, y entre miradas y sonrisas empiezan a intimar, con esos primeros roces de cuando te gusta por primera vez alguien, donde cogerse de la mano es un gesto extraordinario, donde el final del campamento anuncia el final de la relación estival o no, quizás continué de alguna otra manera en la ciudad.
Lesage sigue con su cámara los movimientos audaces y torpes de sus personajes a la hora de acercarse a los seres amados, sin estudiar sus posibilidades ni nada, aventurándose siendo fieles a lo que sienten, con miedo pero sin cobardía, creyendo en sus sentimientos, aunque en algunos momentos se metan en la boca del lobo, y se muestren indefensos ante los demás, que los utilizan y humillan. La película nos envuelve con sutileza y sobriedad en estos tres retratos sobre la adolescencia, sobre el amor y todos esos deseos lanzados a la vida, extremos, ocultos, cálidos, frustrantes, decepcionantes o simplemente, bellos, queridos y sobre todo, reales, sinceros e íntimos, porque como dice la canción solamente se tienen 16 años una vez en la vida, para bien o para mal, y jamás se vuelve a tener esa edad, ni tampoco esos sentimientos y esa mirada a la vida, después en la edad adulta todo se vuelve diferente, más extraño, más deshonesto y más individualista. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA
Sakura Yamauchi es la chica más popular de la clase de instituto, aunque guarda un secreto, tiene una enfermedad pancreática terminal. Todos sus deseos, ilusiones, tristezas y miedos los escribe en un diario que llama “Vivir con la muerte”. Un día, de casualidad, Haruki, un compañero de clase extremadamente introvertido y solitario, encuentra el diario y conoce a Sakura, casi sin quererlo, entre los dos nacerá una amistad y compartirán muchas confidencias, viajes y momentos. Quiero comerme tu páncreas, la novela de Yoru Sumino, un especialista en la materia, se publicó en el año 2015 online, tres años más tarde en físico, cosechando un grandísimo éxito, que pronto se vio reflejado con la adaptación de 2017 en imagen real dirigida por Sho Tsukikawa. Ahora, nos llega la adaptación en animación, dirigida por Shinichiro Ushijima, un joven talentoso fogueado en varias series de animación, y lo hace desde la relación íntima y profunda de dos amigos a su pesar, dos compañeros de clase de instituto que, en otras circunstancias, quizás no se hubieran mirado ni siquiera relacionado, pero, las cosas son de otra manera.
La casualidad hace que Haruki, al que todos llaman “Yo”, descubra el diario y lea el terrible secreto que oculta celosamente Sakura, y donde podría haber rechazado o antipatía, sucede todo lo contrario, y entre los dos, con las reticencias y extrañeza de los inicios, ya que son dos polos opuestos, tanto en carácter como en la relación con su entorno y los demás. Sakura es extrovertida, jovial, explosiva y llena de entusiasmo y alegría, una celebradora de la vida y el hecho de vivir, en cambio, “Yo” es todo lo contrario, sumido en su interior, asume su realidad en soledad, de carácter muy reservado y ajeno al entorno, y sobre todo, a los demás. Dos formas de mirar y relacionarse con la vida y el mundo, dos formas tan diferentes que acaban por relacionarse en una primavera que les cambiará las vidas para siempre. Ushijima hace gala de un virtuosismo plástico, tanto en el dibujo como en la animación, creando un caleidoscopio de colores, texturas y sensaciones inabarcables e infinitas, en la mejor tradición de la animación japonesa de grandes autores como Miyazaki y Takahata, y todos sus predecesores en el Studio Ghibli, y talentos como Mamoru Hosoda, Makoto Shinkai y Hiromasa Yonebayashi, y jóvenes de la talla de Naoko Yamada, Mari Okada, entre otros, cineastas que han construido una animación asombrosa en su forma y contenido, a través de relatos duros y reales, donde la vida se torna agridulce, difícil y alegre, llena de sinsabores e ilusiones.
Un cine de bellísima factura, donde la gama de colores y sensaciones atraviesan a los espectadores, confirmando el grandioso momento de la animación de antes, ahora y siempre, con narraciones asombrosas donde abarcan cualquier tema, por muy duro o complejo que sea, dotando a sus relatos de fuerza, energía y ritmo. En Quiero comerme tu páncreas, el cineasta japonés nos cuenta los últimos meses de Sakura, ya que arranca la película con su funeral, y a través de un largo flashback, que abarca los 108 minutos de su metraje, nos explicarán la relación diferente e íntima que tienen sus dos protagonistas. Dos seres alejadísimos, diferentes y con vidas opuestas, se encontrarán y se conocerán, y verán que tienen más en común de lo que en un principio pensaban, y compartirán todos esos momentos que Sakura verá por última vez, generando multitud de recelos y antipatías con sus más allegados compañeros de clase, como su ex que no ve con buenos ojos la relación, así como la mejor amiga de Sakura, que la rechaza por completo.
Los dos chicos vivirán su relación, a la que todavía nos aben como llamar, pero la sentirán y aprenderán tanto del uno como del otro, dejándose llevar por esa ciudad llena de centros comerciales, donde vivirán las emociones de compartir una comida al vapor, un helado en la cafetería más cool, un viaje en tren que los llevará a caminar por otros lugares, o compartir la cama en una noche de hotel, etc… experiencias de todo tipo que les llevarán a abrir sus corazones, a desenmarañar las emociones que ocultan en su interior, a sentirse más próximos el uno del otro, viviendo una relación de amistad o algo más, porque ni ellos mismos saben que les está ocurriendo, y si eso será el principio o el final de algo, porque su tiempo se agota, su tiempo es limitado, porque cada momento que pasan uno al lado del otro, pueda ser el último instante que vivan juntos, que compartan.
El director japonés ha construido una película que es un hermosísimo canto a la vida a través de la muerte, una emotiva y sensible relación que huye del sentimentalismo y las estridencias argumentales, dos seres que se quieren, que también se aman, aunque todavía no lo saben o quizás, nos e atreven a admitirlo, que se dejan llevar por la vida y todo aquello que les ofrece, como esos naranjos en flor, que celebran la primavera como si fuera la última que vivirán, ajenos al mundo, llenos de alegrías e ilusiones, porque mientras dure la primavera, ellos seguirán floreciendo, con todo su esplendor y belleza, sintiendo que cada espacio recóndito de su tronco, ramas y flores sirven para dar más luz a un mundo tan necesitado de dejarse llevar por la vida y celebrarla a cada instante, a pesar de los pesares y a pesar del tiempo que nos quede. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA
Entrevista a John McPhail, director de la película «Ana y el apocalipsis», en el Soho House en Barcelona, el lunes 10 de diciembre de 2018.
Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a John McPhail, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, a Xènia Puiggrós de Segarra Films, por su inestimable labor como traductora, y a Sonia Uría de Suria Comunicación, por su tiempo, cariño, generosidad y paciencia.