Entrevista a Isak Férriz, actor de la película «La mujer ilegal», de Ramon Térmens, en el Cinesa Diagonal en Barcelona, el lunes 30 de noviembre de 2020.
Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Isak Férriz, por su tiempo, generosidad y cariño, y a Sonia Uría de Suria Comunicación, por su amabilidad, paciencia y cariño.
“Resulta paradójico que en nuestra vida diaria llena de actos comunes y previsibles, la mayoría de nosotros, siendo personas normales y corrientes, siempre centremos la atención en lo que nos parece anormal, extraño y raro. Mostrando mayor interés y preocupación por todo aquello que en apariencia es diferente”.
Erase una vez un tipo llamado Tomás, alguien especial y muy peculiar, obsesionado por el orden y maniático, debido a que padece síndrome de Asperger. Tiene ese forma de vestir cuadriculada, sin ostentaciones, con ese bigotito, que parece un cruce de López Vázquez y Manolito Alexandre, recién salido de Atraco a las tres. Tomás trabaja en el supermercado de un pueblo sin más, uno de esos en los que nunca pasa nada, le encanta la música clásica, y desde que falleció su madre, vive solo. Con sus rutinas, sus manías y casi nulo contacto con sus compañeros de trabajo. Solo una cosa, se muere de amor por Laura, la hija de su jefe, pero tan diferente a él, más joven que él, alocada, y muy extrovertida. La vida de Tomás dará un giro de 180º cuando Laura aparece en el congelador. Ni corto ni perezoso, coge a la joven y se la lleva a su casa, y es en ese instante, cuando Tomás y Laura, empiezan a investigar en quien puede ser el responsable de semejante acto.
El director Fernando González Gómez (Madrid, 1984), y su socio, el intérprete Niko Verona, llevan más de una década haciendo cortometrajes, una treintena han logrado filmar. Con Estándar dan un paso más, y se lanzan al largometraje, con una comedia negra, que bebe de los ecos del cine de Berlanga-Azcona, el Monsieur Hulot del gran Jacques Tati, los universos y almas de Javier Fesser y sus estrambóticas historias y personajes, el imaginario de Jeunet y Caro, y esas comedias policiales de los Coen ochenteros, llena que personajes curiosos y muy oscuros, como los ya mencionados, o los otros empelados del supermercado, como Guillermo, el pescadero, aficionado al alcohol, y también, enamorado de Laura, Carmen, la cajera, chismosa y entrometida como la que más, Juan, el carnicero, más encantado con sus piezas que con venderlas, Fermín, el dueño del súper y padre de Laura, muy distanciado de su hija, o Francisco, el peculiar jefe de policía, más aficionado a la pesca que a sus quehaceres investigadores.
El director madrileño, que también firma el guion y la edición, construye un universo que tiene más de grotesco que de real, con una ambientación rica en colorido y plomiza, donde el orden y la estructura de las cosas y objetos se cuela por todos los espacios, con un tono completamente atemporal, en la que mezcla objetos modernos con otros como los teléfonos domésticos, con una luz fría y tenue, obra del cinematógrafo Eduardo Vaquerizo, que alimenta la incertidumbre y el misterio que se cierne sobre este grupo de personajes, y con una banda sonora esencial y rítmica que ayuda a contar todos los entresijos de la película, que firma Alejandro Román, sin olvidar las grandes composiciones favoritas de Tomás, los Beethoven, Mozart, Tchaikovsky y Albéniz, entre otros, logran conectarnos con un relato interesante, profundo y muy personal. La trama se centra en la investigación de una pareja muy atípica, porque tanto Tomás y Laura, no son ese tipo de personas que pudiesen coincidir en ningún lugar, quizás en un supermercado como el que muestra la película. Nada del relato chirría y mucho menos se sale del tono y la ligereza marcada, que es mucho de agradecer en una historia y con unos personajes tan especiales y comunes a la vez.
Un reparto bien conjuntado que brilla con precisión y humor muy negro, eso sí, con un Niko Verona que hace un buen protagonista, creando ese personaje que su diferencia lo convierte en el principal sospechoso, visibilizando el síndrome de Asperger, haciendo un retrato humanista y sincero, mostrando la diferencia como algo natural y sin aspavientos ni nada que se le parezca, con mucha honestidad y disparate del bueno. A su lado, Susana Abaitua haciendo de Laura, convirtiéndose en una actriz a tener muy en cuenta, con un personaje que irá a más, descubriéndose con alguien muy alejado de ella, y luego, como en todas y cada una de las buenas comedias, sean negras o blancas, un buen puñado de intérpretes de reparto que lucen con brillantez, con un Alejandro Tous como ese pescadero que oculta más de lo que dice, una María Gregorio como cajera que sabe lo que se cuece, aunque todavía no le hay puesto ojos y cara, Ramiro Blas se hace con el carnicero siniestro y dulce, un grande como Manuel de Blas, haciendo del padre de Laura, haciendo lo que mejor sabe hacer, dar credibilidad y planta a su personaje, y finalmente, Jesús Vidal, que después de Campeones, sigue haciendo personajes, ahora le toca un policía extraño y curioso, pero en este pueblo parece que el más diferente, es el menos diferente de todos. Fernando González Gómez debuta en el largometraje con brillantez y estilo, con ese tono tan característico de construir un universo raro y anormal, pero que en el fondo parece de lo más cotidiano y mundano, como la vida misma, vamos. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA
“No dejes nunca de soñar. Solo quien sueña aprende a volar”.
Desde que el escritor escocés James Matthew Barrie escribiría Peter Pan en 1904 para el teatro, el niño que no quería crecer ha tenido innumerables adaptaciones al cine, teatro, televisión, literatura, etc… Quizás la adaptación más popular es la que realizó Disney en 1953, pero como cualquier obra que se convierte en un fenómeno popular ha tenido adaptaciones muy fieles y otras muy infieles, eso sí, sin dejar de mantener el espíritu de aventura, vitalidad, sueño que tienen los niños perdidos de la original. En Hook (1991), Spielberg, convirtió a los niños en adultos, pero con la misma fuerza y valentía para vivir su propia aventura y combatir con el temido Garfio. Ahora, nos llega una nueva adaptación de la mano de Benh Zeitlin (New York, EE.UU., 1982), del que ya vimos Bestias del sur salvaje (2012), en la que a través de una niña de seis años, nos hablaba del respeto a la naturaleza con simbolismo y humanidad. En Wendy, su segundo trabajo como coguionista y director, coloca el foco en el personaje de la niña que sigue a Peter Pan al país de nunca jamás, acompañada de sus hermanos gemelos.
Wendy es vital, alegre y soñadora, pero con los pies en el suelo, disfruta de ese mundo soñado, de vivir y ser libre, alejada de los adultos, pero no olvida su pasado, lo que ha dejado atrás, a su madre, disfruta de los placeres de su nueva vida y la experimenta como la que más, pero se resiste a dejar todo y olvidar, y más cuando el paraíso muestra su lado oscuro, o simplemente, a aquellos adultos que fueron niños que no querían crecer, y la rivalidad que existe. Es una niña libre, con carácter, que no se deja llevar con facilidad, que le discute a Peter Pan su forma de actuar, y que aboga por un mundo en paz entre niños y adultos. La simbología y el humanismo de su primera película, vuelve con fuerza a Wendy, porque Zeitlin coge el original y lo lleva a un terreno diferente, a un espacio donde vida y crecimiento van de la mano, donde ese mundo de sueños y fantástico, tiene una parte muy oscura, porque el pasado no era tan horrible, ni la nueva vida perfecta, con ese contenido emocional que hará de Wendy una persona diferente, alguien que se cuestiona esa realidad que también tiene el país de nunca jamás, que quiere ser ella sin necesidad de mirar para otro lado, siendo consciente de la realidad que existe.
La armonía y belleza que captura la película, a través de la cinematografía de Sturla Brandth Groulen (que tiene en su filmografía películas tan interesantes como Victoria, Rams, el valle de los carneros o Heartstone, entre otras), cuidando de forma magnífica toda la belleza y esplendor que emana ese universo soñado por los niños, con esa cámara en continuo movimiento, captando todas las acciones y aventuras de los personajes, filmando esa vida febril y apasionante que no tiene respiro alguno, que se mueve constantemente de un lugar a otro, en volandas, sin pausa, a toda prisa. Quizás, la película, más interesada en mostrar ese mundo de fantasía y sueño, se olvida un poco de la historia propiamente dicha, y en algunas partes, el film se reduce a mirar y apabullarnos con su grandísima planificación y preciosismo, pero la parte final, con el encuentro con esos adultos que crecieron a su pesar, todo encaja mejor, y vemos las verdaderas naturalezas de los personajes, cuestionando muchas cosas de la isla, de Peter Pan y esa negación a crecer y convertirse en adulto, los momentos más conmovedores y magníficos de la película, donde Wendy tomará una gran decisión, y sobre todo, entenderá que ese mundo no era tan bonito ni ideal como lo pintaba Peter Pan, y quizás, lo de fuera de ese “paraíso soñado”, se ve con ojos muy diferentes.
Un elemento primordial en Wendy es su excelente reparto, que combina intérpretes profesionales con maravillosos debutantes que dan vida a los niños, encabezados por una maravillosa Wendy, en la piel de la jovencísima actriz Devin France, con sus penetrantes ojos azules, su mirada inquieta, y su gesto valiente, se convierte en el foco de la función, bien acompañada por Yashua Mack como Peter Pan, y los hermanos gemelos de Wendy, a los que dan vida los gemelos Gage y Gavin Naquin. Zeitlin no solo habla de la infancia como una especie de paraíso perdido, sino como un proceso de crecimiento interior, de darse cuenta de las alegrías y tristezas de la vida, y a pesar de lo malo, la necesidad de seguir descubriendo, de sentir las cosas, y sobre todo, entender que la vida hay que vivirla, con todo lo que eso conlleva, con su felicidad cuando la hay, su amargura cuando llega, y seguir avanzando y sentir que todo se convierte en una oportunidad, que la vida siempre nos quita y nos regala cosas, y en ese sentido el personaje de Wendy lo entiende mejor que nadie. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA
Entrevista a Alba López, Laia Díaz y Montse Ribadellas, actrices de la película «Terra de telers (Memoria de telares)», de Joan Frank Charansonnet, en la Antiga Fàbrica Damm en Barcelona, el jueves 3 de diciembre de 2020.
Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Alba López, Laia Díaz y Montse Ribadellas, por su tiempo, generosidad y cariño, y a Sonia Uría de Suria Comunicación, por su amabilidad, paciencia y cariño.
“La mentira es solo otra forma de contar la verdad. Debajo de todos los fragmentos subyace un mismo flujo. Lo esencial ni se dice ni se ve. Se busca, pero no se encuentra. ¿Qué es la realidad sino una reconstrucción continua e infinita? La voluntad de creer es la mano del hombre que cuelga del precipicio y que se agarra a la única piedra que parece que puede salvarle. Sin embargo, siempre acaba cayendo”
Paravadin Kanvar Kharjappali
Mucho del cine de ahora tiene mucha responsabilidad que el cine haya perdido su verdadera esencia, aquel misterio que impregnaban las imágenes y nos transportaba a otros mundos, otras formas de ver, de mirar, de sentir, de vivir, y sobre todo, durante hora y media, nos trasladaba a lo más profundo de nosotros mismos, imaginando y experimentando otras vidas, otras alegrías, otras tristezas, otras ilusiones, en fin, muchos universos dentro de este. Aunque, cada temporada nos tropezamos con películas que nos devuelven lo perdido, ese maravilloso legado que es mirar cine y verse reflejado.
My Mexican Bretzel, de Nuria Giménez Lorang (Barcelona, 1976), debutante en el largometraje, es una de esas películas especiales que de tanto salen de algún lugar oculto, revelándose en su misterio y su honestidad, envueltas en un aura de búsqueda, de un secreto que desvelar, ya desde su maravilloso cartel, con una mujer en el mar, esperando una ola, ataviada con un traje de baño muy de los años cincuenta, de lado, a la que no podemos ver su rostro. Un imagen que nos seduce e inquieta a la vez, y nos desborda a cuestiones que quizás, la película, nos logre responder o no. Giménez Lorang no fue a buscar una película, la película fue a buscarla a ella. Después de la muerte de sus abuelos, encontró ocultas medio centenar de bobinas de 8 y 16mm filmadas por su abuelo Frank A. Lorang (1913-2010), durante las décadas de los 40, 50 y 60. Imágenes domésticas de los viajes de un matrimonio acomodado.
Unas imágenes bellísimamente filmadas, acompañadas por el diario ficticio de un personaje inventado llamado Vivian Barrett, una esposa elegante y sofisticada, que junto a su marido León, va descubriendo el mundo en sus viajes, y a través de su diario, vamos descubriendo otra vida, u otras vidas, que tienen que ver más con sus deseos, ilusiones, frustraciones e inseguridades, en la que vamos encontrándonos con otra mujer a la de las imágenes, un diario al que le acompañan las reflexiones sobre la condición humana de Paravadin Kanvar Kharjappali. Un ejercicio parecido al de Ainhoa, yo no soy esa (2018), de Carolina Astudillo, donde las imágenes filmadas chocaban de pleno con el diario de la joven, que nos descubría muchas vidas en una. La película opta por la estructura de una película muda, devolviéndonos la artesanalidad del cine, donde vamos leyendo el diario de Barrett sobreimpresionado en las imágenes, con algunos sonidos escogidos, creando esa escala de lecturas y vidas que emanan tanto las imágenes, la escritura y la falta de sonido.
La película nos va llevando sin ruido y con delicadeza hacia un estado hipnótico, subyugante y brutal, donde los espectadores vamos fabulando sobre la vida de Vivian, su esposo, y el amante mexicano, imaginándonos no solo sus vidas, sino el off, lo que no muestran ni desvelan las imágenes, y si el diario, y viceversa, en una película que es muchas películas a la vez, porque va desde un preciso y evocador ejercicio de found footage, fiel heredero del imaginario de Marker, el melodrama romántico y desolador que tanto cosecharon Stahl, Wyler o Sirk, con sus relatos sobre la falsa felicidad de los años cincuenta y sesenta, con sus historias de amor reales o no, en un retrato íntimo sobre las apariencias y tristezas de las mujeres acomodadas, una fantasía sobria al mejor estilo de los cineastas mudos, con sus fantasmas evocados, y sus abundantes secretos y mentiras ocultos o por desvelar, o incluso, todo lo que desvelan y no las filmaciones domésticas de tantos seres anónimos que creyendo que capturan sus vidas, no sabían que estaban también evocando lo que se no se ve, lo ausente, quizás la verdad que se resiste a dejar ver su propia naturaleza.
Una película de montaje tan exhaustivo y sobrio necesitaba a alguien como Cristóbal Fernández, que firma la edición junto a la directora, para ordenar y descifrar todos los enigmas que ocultan sus imágenes, y sobre todo, revelar el misterio que esconden, pero aunque la película encierra muchos misterios y algunos se revelan, y son mostrados frente a nosotros, hay otros, quizás más productos de nuestra imaginación e inventiva, que siguen ocultos, aguardando a otros espectadores, como ocurría con la extraordinaria Tren de sombras (1997), de José Luis Guerín, sincero y rendido homenaje al cine como experiencia personal y universal, donde realidad, ficción y mentira se daban la mano creando un inquietante y fascinante juego de espejos, reflejos y espectros, que al igual que sucede con la película de Giménez Lorang, la experiencia cinematográfica como práctica evocadora a otras realidades y ficciones, en función de cada espectador y su forma de mirar, que desvela otro de los grandes aciertos de esta magnífica y fascinante obra de Giménez Lorang, que contando algo tan íntimo, personal y secreto, la película vuela por sí misma, y sus imágenes y relato se vuelven universales, y todos y cada uno de los espectadores que se acerquen a ella, no solo disfrutarán de sus infinitos misterios, sino que podrán intervenir en ella, fabulando e imaginando todo aquello que revelan sus imágenes, todo el fuera de campo que está ahí, y no vemos, y sobre todo, todos los fantasmas que se evocan, tanto los reales como los inventados, o los que se mantienen ocultos. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA
“Pocas cosas desmoralizan más que la injusticia hecha en nombre de la autoridad y de la ley”
Concepción Arenal
Desde su revelador título, La mujer ilegal, la película es un durísimo retrato de las maldades del estado contra los inmigrantes, a través de Fernando Vila, uno de esos tipos antihéroes, que luchan sin descanso, que se dedica a representar a los inmigrantes, a enfrentarse contra ese estado, que por un lado, adopta una posición humanitaria, y actúa con contundencia contra los inmigrantes, encerrándolos en esos “Guantánamo españoles”, los llamados CIE (Centros de Internamiento de Emigrantes). La potentísima secuencia que abre la película, con todo un grupo de inmigrantes, que van pasando uno por uno, frente a Vila, explicándole su miserable situación. Ramon Térmens (Bellmunt de Segarra, Lleida, 1974), ha construido una filmografía en la que utiliza el thriller para contarnos las desigualdades y miserias de la sociedad, donde pululan tipos in escrúpulos que ostentan cargos de poder, junto a otros, la otra cara de la moneda, tipos que se enfrentan a ellos, y casi siempre, como ocurrían en los policíacos de los treinta y cuarenta, nunca salen victoriosos, pero, eso sí, esas derrotas no les suponen tirar la toalla y abandonar, sino que les dan más fuerza para seguir en la brecha. Los llamados antihéroes, como lo es Fernando Vila, que además de luchar contra el estado, tiene otra “guerra”, la de su mujer enferma de cáncer, subtrama que ayuda a entender el proceso vital del personaje.
Vila es un tipo que está ayudando a Zita Krasniqi, una joven kosovar que ejerce la prostitución y que ha sido encerrado en un CIE, pero la joven aparece muerta, y Vila empieza a investigar, se tropezará con Juliet Okoro, una joven inmigrante nigeriana, que conocía a la víctima, y con Oriol Cadenas, un jefe de policía con malas artes, y todo se complicará mucho. La película tiene esa mezcla de tono clásico de los grandes títulos de Lang, Hawks o Huston, y también, la potencia de títulos más recientes como Promesas del este, de Cronenberg o Perdida, de Fincher, con esa luz sombría y pálida de una ciudad como Lleida, con la excelente cinematografía de Pol Orpinell, en un eficaz y rítmico guion que firman el propio director y Daniel Faraldo, que llevan una década trabajando. La película es lineal en su compleja trama, pero con abundantes giros y diferentes puntos de vista, con el impecable trabajo de edición que firman Anna Térmens, Sergi Maixenchs y Ramon Palau, en la que nos van enredando en un relato de puro cine negro como los de antes, aquellos que servían para criticar con dureza las miserias e injusticias del estado, poniendo sobre la mesa a toda esta retahíla de corruptos que dirigían las vidas del resto.
La mujer ilegal nos habla de la situación humana de los recién llegados, sus vidas de huida constante, de miedo y explotados en empleos sucios, pero no los trata con condescendencia, ni la película construye una superficial disputa de buenos contra malos, Térmens huye de esa posición y se adentra en un terreno más difícil y complejo, porque todos los personajes se mueven por intereses, ya sean económicos o personales, en la que la historia captura todas sus contradicciones, miedos e inseguridades, unas más comprensibles que otras, pero sus razones al fin y al cabo. El director leridano ha conseguido una película muy sobria y elegante, repleta de personajes y personas, de aquí y ahora, con individuos que nos cruzamos diariamente, pero, quizás, por miedo o desconocimiento, miramos hacia otro lado, sin implicarnos, escondiéndonos en nuestras existencias, evitando el problema, sin saber cómo enfrentarnos, y sobre todo, con esa estúpida carga condescendiente.
El magnífico trabajo del reparto es otro de los elementos que más brillan en la película, encabezados por Daniel Faraldo, un actor que lleva más de cuatro décadas trabajando en Hollywood con nombres tan ilustres como Cukor o Ferrara, que además de firman el guion y coproducir con Térmens, pone la piel y sobre todo, el rostro, a un individuo, que parece haberse bajado del caballo de alguna película de Peckinpah, de esos tipos que la vida los ha zurrado tanto que están llenos de magulladuras y cicatrices que arrastran, tipos capaces de enfrentarse a quién sea con tal de enmendar cualquier injusticia, abogados humanistas y sencillos que no cesarán de seguir en la lucha resistiendo y combatiendo sin tregua las leyes inhumanas contra los más vulnerables, escenificando a todos los perdedores de todas las batallas, pero fieles a lo que creen y sobre todo, humanistas sin remedio. Bien acompañado por la sorprendente y maravillosa Yolanda Sey, debutante en el cine, que hace la inmigrante nigeriana atrapada en las mafias de unos tipejos sin escrúpulos, con el beneplácito de una policía corrupta, la presencia del excelente Isak Férriz, un intérprete dotado de una fuerza brutal, dando vida a ese Oriol Cadenas, un poli de armas tomar, alguien que se mueve entre las sombras, que usa y escupe, que no se amilana por nadie ni por nada, un ser de ley que usa la ley para su beneficio.
La terna protagonista brilla con la ayuda de todo un grupo de intérpretes de reparto, de vital importancia en películas de este tipo, que mezcla viejos conocidos del director, como Boris Ruiz, Àngels Bassas, y luego, otros como Montse Germán, que da vida a la esposa de Vila, Raquel Camón, activista marroquí contra los CIE, y Klaudia Dudová como la desdichada kosovar. Térmens ha construido un relato duro, sin concesiones, que denuncia las malas prácticas del estado contra los inmigrantes, aprovechándose de los necesitados, como recientemente denunciaba la excelente Sole, de Carlo Sironi, en una historia que enrabietará a los espectadores más críticos y emocionará a todos, por su personas humanos y cercanos, su elegancia visual, con esos planos cenitales, esos movimientos siguiendo a los personajes, como en las grandes del género, o la construcción que hace de los funcionamientos miserables e invisibles de nuestros estados, esos que deberían ayudar a hacer la sociedad más justa y sobre todo, más humana. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA
Entrevista a Josep M. Civit, director de fotografía de la película «La vampira de Barcelona», en su domicilio en Barcelona, el jueves 26 de noviembre de 2020.
Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Josep M. Civit, por su tiempo, generosidad y cariño, y a Blanca Aysa, representante, por su amabilidad, paciencia y cariño.
Seguimos, desde el sofá de casa, descubriendo películas de la sección NACIONAL de LARGOMETRAJES. Llega el turno de BIG BIG BIG, de Carmen Haro y Miguel Rodríguez Pérez. La película en un tono doméstico y muy cercano, y con muchos momentos de humor irónico, sagaz y divertido, se adentra en un ensayo-experimento sobre las consecuencias de visionar una treintena de veces una película como Big, producto comercial hollywodiense de finales de los ochenta, y también, a partir de la visita de amigos y familiares, que ven la película con la pareja de directores, que van exponiendo sus reflexiones sobre la película, tanto a nivel técnico, emocional, cultural, político y psicológico, convirtiendo la visión de cada uno en un retrato interesantísimo y muy personal de la aventura que tiene cada uno de ver y analizar una película, y de mirar el cine y todo lo que eso conlleva. DE LOS NOMBRES DE LAS CABRAS, Miguel G. Morales y Silvia Navarro Martín. La investigadora Silvia Navarro colaboradora del tándem de cineastas Helena Girón y Samuel M. Delgado, junto a Miguel G. Morales, director de interesantes trabajos a partir de archivos fílmicos, dirigen un documento sobre “Los Guanches” la antigua civilización de los aborígenes canarios, ubicada en las Islas Canarias. A partir de películas y archivos fílmicos, trazan un documento profundo y personal sobre la memoria, la reivindicación del archivo fílmico para sumergirse en el pasado a través del presente, y sobre todo, un magnífico análisis sobre nuestra historia, y nuestro presente, con las entrevistas en off de pastores de la zona, para hablarnos del paso del tiempo, de la desaparición de una forma de vivir, y las consecuencias de un progreso que se olvida de donde viene.
Recupero dos textos escritos para el D’A de este año, en el que hablo de dos películas incluidas en esta sección. VIDEO BLUES, de Emma Tusell. Segundo largo de la montadora de Cuerda o Vermut, en el que nos invita a reflexionar sobre la memoria y sus ausencias y fantasmas, a través de su archivo familiar y personal, en el que reconstruye su identidad a través de grabaciones en video de su niñez y luego sus propias filmaciones en las que indaga en las huellas de sus padres fallecidos, y sus procesos emocionales, a las que añade diálogos junto a su pareja, en una cinta sobre el tiempo pasado y presente, y la memoria como vehículo esencial para buscar, investigar y (re) encontrarse con lo que hemos sido, nuestros recuerdos, y lo que somos. LA MAMI, de Laura Herrero Garvín. En El remolino (2016) centrada en una pequeña comunidad de Chiapas, en México, que convivía con las inundaciones anuales. En su segundo trabajo, la toledana se traslada a la capital mexicana para mostrarnos el “Barba Azul”, un mítico cabaret, para presentarnos a “La Mami”, antigua cabaretera que ahora regenta el backstage del lugar, cuidando a las mujeres que allí trabajan. Herrero teje a fuego lento una obra de gran calado humanista, poderosa y absorbente, por su sencillez y honestidad, en la que su observadora e inquieta cámara nos acerca a la realidad de muchas mujeres que se dedican a damas de compañía por apuros económicos, y nos muestran una realidad femenina que debe salir del arroyo con trabajos difíciles, que ocultan a los suyos.
De la sección INTERNACIONAL de LARGOMETRAJES, recupero una película con sabor muy de aquí, como CAMAGROGA de Alfonso Amador. El cineasta madrileño nos sumerge en la huerta valenciana de la mano de Antonio Ramón y su hija Inma, dos de los pocos agricultores que siguen cultivando la chufa a pesar de los embates del progreso descontrolado y desmedido y el demonio de la globalización. Durante un año, asistimos a todos los procesos del cultivo, escuchamos charlas entre amigos y otros agricultores, viajamos al pasado a través del archivo, y sentimos el aroma de la huerta, sus gentes, su riqueza, su biodiversidad, y los problemas a los que se enfrentan por seguir manteniendo su tierra a pesar de la tremenda especulación inmobiliaria. Una obra singular, interesante y magnética, que a través de lo mínimo y el humanismo nos muestra las últimas personas de un oficio que deberá seguir luchando para mantener su espacio.
De las sesiones ESPECIALES, rescató la película NUNCA SUBÍ EL PROVINCIA, de Ignacio Agüero. El cineasta chileno lleva más de cuatro décadas construyendo una mirada muy personal, íntima y profunda sobre su país y su entorno, con títulos memorables como Cien niños esperando un tren o Aquí se construye, por citar algunos de sus títulos más recordados. Ahora, nos traza una mirada interesando sobre su entorno más cercano, la vivienda donde creció y donde vive, que distan de pocos metros, para hablarnos de los cambios en su barrio, escuchando a la gente y a través de las cartas que envía a una joven cineasta, para sumergirnos en la memoria de su país, su familia, sus amigos y él mismo, en la que todo fluye de una forma sencilla y humana, solo como el director chileno sabe hacer, con su especial sensibilidad para acercarse a aquello ajeno y cercano, para mirar y ser mirado, para vivir y ser vivido, para mostrar y filmar, como un continuo fluir de la vida y el cine. Para finalizar, me detuve en la película que cerraba esta atípica, pero celebradísima edición 27 de L’ALTERNATIVA, con la mirada, siempre atenta y humana de EPICENTRO, de Hubert Sauper. El cineasta austriaco, recordado por títulos como La pesadilla de Darwin y We come as friends, nos vuelve a asombrar y maravillarnos, con una película sobre Cuba, y sobre todo, sus gentes, en especial, los niños, en la que nos habla de colonialismo, de propaganda, de historia, de utopía, del propio lenguaje del cine, y sobre todo, de imperios y personas. Sauper vuelve a su forma tan íntima y humana de captar la vida, el instante y todo aquello que bulle a su alrededor, mostrando las formas de vida, los de aquí y los de allá, capturando la memoria, tanto el presente como el pasado en un solo instante, alejándose del tan manido cine político que opta por el discurso y el panfleto, aquí no hay nada de eso, solo vida, historia y personas que viven y sueñan.
Y hasta aquí mi paso por la no XXVII Edición de L’ALTERNATIVA. Festival de Cinema Independent de Barcelona. Un festival convertido en un referente magnífico para todos aquellos que amamos el cine, sus buenas historias, reflexivas, comprometidas y valientes, que nos hablan con personalidad y carácter de los problemas más cotidianos, políticos, sociales, económicos y culturales, un certamen que enriquece de manera extraordinaria el otoño cinéfilo de Barcelona, y la edición de este año ha ofrecido un nivel cinematográfico altísimo, donde han brillado películas de diferentes lugares del mundo, con la fascinación intrínseca del ser humano por contar historias y otros, por verlas y apreciarlas. Mi enorme agradecimiento al equipo del festival, ya que en estas circunstancias tan raras, se haya podido llevar a cabo esta edición online a través de la imperdible plataforma Filmin. Hasta la edición del año que viene!!! Muchas Gracias por todo L’ALTERNATIVA 2020!! JOSÉ ANTONIO PÉREZ GUEVARA
“Recuerdo como se me encogió el corazón el primer día que llegamos a la Colonia, me faltaba el aire, como si los pulmones si hubieran inundado de la lluvia que nos había turbado por el camino que nos hacía dejar nuestra masía. Olía a humedad y a medida que nos acercábamos a la fábrica, el ruido, no me dejaba escuchar la frase que padre nos había repetido tantas veces en los últimos tiempos: “Todo esto lo hago por vosotros”.
La forma elegida para comenzar un relato o una película, condiciona su desarrollo, y sobre todo, su tono, como ocurre en Terra de telers, el cuarto largometraje que dirige en solitario Joan Frank Charansonnet (Granollers, 1971), de los seis que ha firmado. Unos títulos de crédito que van apareciendo mientras escuchamos el incesante ruido de los telares en funcionamiento, mientras una música acogedora, se envuelve con unas manos femeninas manipulando los tejidos. Las manos irán creciendo, consumando el paso del tiempo, hasta llegar a ese revelador encuadre en el que vemos las manos de cuatro mujeres, en sus diferentes edades, posadas en la tela ya realizada. El ruido de los telares y la sensibilidad y aplomo femenino son los ejes del relato de la película, moviéndose entre esos dos elementos, el trabajo y lo doméstico, el ruido y el silencio, el dolor y la alegría, la vida y la muerte.
Arranca la película con un movimiento de cámara sutil que encuadra a Blanca, una señora mayor que mira por una ventana, y escuchamos su voz que nos contará la historia a modo de flashback, remontándonos a diciembre de 1923, cuando la familia Sorrives, llega con lo poco que tiene, un carro tirado por un caballo y poco más, a una colonia textil, una de esas en el cauce del Llobregat, situada en la Cataluña central. Conoceremos al vehículo de la narración, la pequeña Julia, que será rebautizada como Julieta, con seis años. La película seguirá a Julieta y su familia durante casi sesenta años, hasta los años 80, cuando la reconversión industrial en el textil, eliminó por completo las colonias y esa forma de vida. Charansonnet ha tenido una carrera como actor muy peculiar, ya que ha trabajado con directores de la talla de Carlos Saura y Daniel Calparsoro, ha triunfado en Rusia en una serie, o ha trabajado en innumerables series, y una filmografía como director que abarca títulos dispares que se han movido entre el drama y el thriller, como Anima, una vida traïda per la tragèdia (2014), o Doctrina, el pecat original i la reinserció (2016), entre otras.
El director de Granollers realizó Pàtria (2017), un cuento de corte medieval basada en la figura del noble Otger Cataló y los orígenes de Cataluña, en el que ya se movía por el trasfondo histórico, en el que vuelve con Terra de telers, pero posada en un viaje sentimental a través de la figura de las mujeres, que en la sombra de los hombres, también trabajaron y fueron los pilares de las familias en los momentos crudos. A pesar de su modestia, la película abarca casi seis décadas en la familia Sorrives, recorriendo el siglo XX y sus profundos cambios sociales, económicos y culturales, mezclando momentos bellos y nostálgicos como esa sesión de cine, donde los sueños son posibles en un ambiente tan duro como el trabajo para una niña, o la llegada de la luz eléctrica, los cambios tecnológicos que la película acoge de manera brillante a través de los objetos, con ese carro del inicio, pasando por el autobús de línea, o finalmente, el Seiscientos, todo un símbolo de la modernidad de un país que viene del oscurantismo y la miseria.
Todo se cuenta a través de la figura de Julieta, la niña que crece en los telares, la familia como símbolo de unión ante los avatares de la vida, como la Guerra Civil Española, que rompe esa unión, los momentos más oscuros y terribles de esta familia, con secuencias llenas de sensibilidad y tragedia como al despedida de los jóvenes que se van al frente a defender al República, o con la guerra perdida, la llegada de esos falangistas, con esa noche oscura que revela los años de negrura que se van a ir imponiendo en el país, como ese otro plano compartido por el tricornio de la Guardia Civil y el sombrero del cura, mientras los trabajadores bailan sardanas, y las terribles consecuencias que tiene hablar en catalán. Toda una vida, como mencionaría la canción, es la que cuenta Terra de telers, con Julieta como eje de una niña que pasa a joven, luego a mujer adulta, y finalmente, cuando es mayor, con su inseparable hermana Blanca, a su lado, siguiendo una travesía sentimental y nostálgica homenajeando a todas las personas que vivieron y trabajaron en las colonias textiles, reivindicando su memoria histórica en nuestro presente, tan importante en estos tiempos de desmemoria y olvido de algunos.
Charansonnet se centra en las personas, sus alegrías y tristezas, sus logros y perdidas, con la historia siempre presente, pero en un segundo plano, la película no pretende ser un documento sobre el trabajo en los telares, sino una mirada profunda y sensible sobre todas las personas y sus familias que trabajaron en los telares, donde vemos de todo, amos comprensible, encargados siniestros, la religión como símbolo de fraternidad, pero también, como ejemplo de la moral fascista. La película combina momentos sobrecogedores y brillantes con otros menos conseguidos, pero en su conjunto funciona como mirada hacia un tiempo donde la familia y la fraternidad eran un pilar en la vida de las personas. La cinematografía de Marc Carreté y Joan Babiloni, con ese tono sombrío y soleado que sigue a los personajes, con esas excelentes transiciones en forma de elipsis para cambiar de tiempo a los personajes, el riguroso montaje que firma Marc Carreté, vital para un relato que abarca seis décadas, y la excelente partitura del músico Marcus JGR, habitual en el cine de Agustí Villaronga.
Terra de telers es también una película que recupera una mirada a la historia catalana convulsa del siglo XX, como antes lo hicieron películas como La ciutat cremada o Victoria! La gran aventura d’un poble, ambas de Antoni Ribas, Las largas vacaciones del 36, de Camino, o La plaza del diamante, de Betriu, con la Guerra Civil como referente en la destrucción de la memoria personal del país, que en el nuevo siglo siguió en el medio televisivo con obras como Temps de silenci, Mirall trencat o Les veus del Pamano y Olor de colònia, que también seguía a los trabajadores de las colonias textiles desde mediados de los cincuenta. Un gran acierto de la película es que el personaje de Julieta sea interpretado por cuatro actrices, desde la infancia hasta la madurez, con Gala Charansonnet, Laia Díaz, Alba López (que además firma el guión y el arte junto al director), y Montse Ribadellas, que le dan ese tono cálido y verosímil que tanto ayuda a la película, y una cuarenta de intérpretes como Ramón Godino, haciendo de padre, que escenifica ese sentimiento de derrota de tantos hombres, Elena Codó como la inseparable Blanca, Jaume Montané como Aymerich, ese amo que conoce y ayuda a sus empleados, Miquel Sitjar y Joan Massotkleiner, dos habituales-hermanos en el cine de Charansonnet, y el propio director que se reserva a uno de los falangistas, entre muchos otros, desconocidos pero sinceros en sus actuaciones. Terra de telers tiene ese aroma que desprendían las novelas de Rodoreda, con esas heroínas a la sombra de los hombres, pero luchadores, resistentes y sobre todo, valientes en un mundo oscuro por la larga noche del franquismo. Un conmovedor y fiel retrato humanista que nos lleva a mirar el pasado con sus tristezas y alegrías. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA
“Quizá la más grande lección de la historia es que nadie aprendió las lecciones de la historia”.
Aldous Huxley
Desde su revelador título El año del descubrimiento, Luis López Carrasco (Murcia, 1981), destaca en su película la de abrir la caja de Pandora, revelar lo oculto, mostrar lo tapado, reflexionar sobre lo olvidado, rescatar una parte de la historia que ya nadie recuerda, que parece que no ocurrió, que no existió, que hay que recordar y sobre todo, volver a mirarla y entenderla, o al menos, no olvidarla. En 1992, cuando España, llena de satisfacción y esplendor, se preparaba para mostrarse al mundo a través de dos eventos como las Olimpiadas en Barcelona y la Expo Universal en Sevilla, dos acontecimientos que nos sacarían del ostracismo de años de franquismo, de un país pobre, aislado y acomplejado. Pero, también, en ese mismo año, en Cartagena, en el sudeste del país, sus ciudadanos vivían otra realidad muchísimo más sombría y oscura, ya que debido a la reconversión industrial del PSOE, como pago para entrar en la Unión Económica Europea, se estaba desmantelando la industria murciana, llevando al paro y a la ruina a miles de familias. Los trabajadores llevaban meses de luchas y manifestaciones, hasta que el 3 de febrero de ese año, unos cócteles molotov provocaron el incendio del parlamento murciano.
El director murciano, del que lo conocíamos por su participación en el colectivo Los Hijos, junto a Javier Fernández Vázquez y Natalia Marín Sancho, con títulos tan interesantes como Los materiales (2009), Circo (2010) y Árboles (2013), entre otros, su labor como productor para gente como Ion de Sosa o Velasco Broca, y sus títulos en solitario, El futuro (2013), revisión de aquel 1982, con la victoria del PSOE, a través de una fiesta de unos jóvenes mientras hablan y escuchan música. En Aliens (2017), repasaba la vida de la artista Tesa Arranz, a partir de material de archivo. El cineasta afincado en Madrid, mira el pasado a través del presente más inmediato, pero lo hace desde las formas y el tratamiento de entonces, en El futuro, usaba el súper 8 para trasladarnos a ese tono doméstico que podría tener una fiesta casera filmada por alguien, pero no lo hace solo como medio estético, sino para sumergirnos en ese trozo de tiempo que le interesa para provocar la reflexión, para rescatar ese espacio de tiempo que tanto tiene que ver con lo que vivimos ahora.
En El año del descubrimiento lo vuelve a hacer. Para hablarnos de aquel tiempo del 92, la cara oculta de la fiesta, aquella que hiela la sangre, López Carrasco se rodea de un dispositivo sencillo, pero tremendamente eficaz, en un bar de Cartagena, entre desayunos, (des) encuentros y aperitivos, convoca a jubilados que participaron en aquellas luchas obreras del 92, junto a jóvenes desempleados, y los entrevista por separado, o los filma mientras hablan, pero lo hace con la textura y el formato de video, tan popular en los años noventa, a través de primeros planos muy cerrados, y utilizando la doble pantalla, en la que mientras uno habla, vemos al otro/s en contraplano, con la cinematografía de Sara Gallego Grau. Con un guión que firman Raúl Liarte y el propio director, el relato arranca con el franquismo, los años del hambre y las terribles consecuencias de los padres de los que hablan, luego se adentra en el grueso de la historia, las movilizaciones del 92 en Cartagena, con los testigos de aquellos hechos, tanto de un lado, con los trabajadores, como del otro, un ex jefe de policía, para contarnos a través de los testimonios e imágenes de archivo, todo lo que se coció en aquellos tiempos de reivindicaciones laborales y todo lo que fue. Y finalmente, con la ayuda de unos jóvenes en el paro, se habla de la lucha obrera del 92, y la realidad de ahora, con los trabajos precarios, la falta de oportunidades, el sindicalismo y el no futuro que les depara.
Si tuviéramos que citar un referente de El año del descubrimiento podría ser otra obra capital en el documental político español como Informe general sobre unas cuestiones de interés para una proyección pública (1977), de Pere Portabella, que hablo con políticos para reflexionar sobre el franquismo y la transición, que tuvo una segunda parte en Informe General II – El nuevo rapto de Europa (2015), donde la crisis económica y el desmoronamiento de la sociedad del bienestar eran los ejes en cuestión. López Carrasco lo hace desde el contraplano, el de la gente cotidiana, el de los que se levantan diariamente para ir a trabajar, si los dejan y no les ponen obstáculos. Los hombres y mujeres anónimos que también cuentan la historia y que en raras ocasiones tiene la voz y el tiempo necesario para explicar esa parte de los acontecimientos más real y cruda. Son doscientos minutos de película, bien editados por Sergio Jiménez. Doscientos minutos en los que se habla de todo, de política, de trabajo, de lucha, de sindicatos, de gobernantes, de sociedad, de franquismo, de dónde venimos y hacia dónde vamos, de lo que fueron nuestros padres y lo que somos nosotros ahora, de un tiempo de la historia crucial en la historia de este país, con el final del franquismo, la transición, la victoria socialista del 82, el desmantelamiento de la industria en los noventa, las Olimpiadas y la Expo del 92, y el incendio del parlamento murciano, que quedó en el olvido, o simplemente, se hizo lo posible para olvidarlo, porque quizás los hechos que ocurren solo son verdad si alguien los cuenta y deja testimonio de lo ocurrido, porque si no son otros, con intereses políticos o económicos que cuentan la historia a su antojo, para que los ciudadanos que vendrán, los del futuro, la vean como los poderosos quieran.
López Carrasco no solo ha hecho una película magnífica y emocionante, que se erige como un poderosísimo retrato de aquel tiempo y este, de todo lo que se hizo y lo poco que se hace hoy en día, de una película que va más allá, que es todo un fresco histórico, social y político, contundente y maravilloso, por todo lo que cuenta y cómo lo hace, con ese tono accesible, sencillo, transparente y honesto para todos. El año del descubrimiento es la película que había que hacer, la que reflexiona y escucha y, sobre todo, rescata del olvido hechos que no deberían olvidarse, porque los verdaderos influencers de hoy en día, deberían ser aquellos hombres y mujeres que se enfrentaron al poder a fuerza de lucha y resistencia para proteger sus trabajos y su pan, que deberían convertirse en ejemplos a seguir para todos los que estamos ahora, para todos los que nos quedamos quietos, sin hacer nada, cuando nuevamente los poderosos siguen desmantelando nuestras vidas y llevándolas al abismo más oscuro. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA