Estándar, de Fernando González Gómez

UN FIAMBRE EN EL CONGELADOR.

“Resulta paradójico que en nuestra vida diaria llena de actos comunes y previsibles, la mayoría de nosotros, siendo personas normales y corrientes, siempre centremos la atención en lo que nos parece anormal, extraño y raro. Mostrando mayor interés y preocupación por todo aquello que en apariencia es diferente”.

Erase una vez un tipo llamado Tomás, alguien especial y muy peculiar, obsesionado por el orden y maniático, debido a que padece síndrome de Asperger. Tiene ese forma de vestir cuadriculada, sin ostentaciones, con ese bigotito, que parece un cruce de López Vázquez y Manolito Alexandre, recién salido de Atraco a las tres. Tomás trabaja en el supermercado de un pueblo sin más, uno de esos en los que nunca pasa nada, le encanta la música clásica, y desde que falleció su madre, vive solo. Con sus rutinas, sus manías y casi nulo contacto con sus compañeros de trabajo. Solo una cosa, se muere de amor por Laura, la hija de su jefe, pero tan diferente a él, más joven que él, alocada, y muy extrovertida. La vida de Tomás dará un giro de 180º cuando Laura aparece en el congelador. Ni corto ni perezoso, coge a la joven y se la lleva a su casa, y es en ese instante, cuando Tomás y Laura, empiezan a investigar en quien puede ser el responsable de semejante acto.

El director Fernando González Gómez (Madrid, 1984), y su socio, el intérprete Niko Verona, llevan más de una década haciendo cortometrajes, una treintena han logrado filmar. Con Estándar dan un paso más, y se lanzan al largometraje, con una comedia negra, que bebe de los ecos del cine de Berlanga-Azcona, el Monsieur Hulot del gran Jacques Tati, los universos y almas de Javier Fesser y sus estrambóticas historias y personajes, el imaginario de Jeunet y Caro, y esas comedias policiales de los Coen ochenteros, llena que personajes curiosos y muy oscuros, como los ya mencionados, o los otros empelados del supermercado, como Guillermo, el pescadero, aficionado al alcohol, y también, enamorado de Laura, Carmen, la cajera, chismosa y entrometida como la que más, Juan, el carnicero, más encantado con sus piezas que con venderlas, Fermín, el dueño del súper y padre de Laura, muy distanciado de su hija, o Francisco, el peculiar jefe de policía, más aficionado a la pesca que a sus quehaceres investigadores.

El director madrileño, que también firma el guion y la edición, construye un universo que tiene más de grotesco que de real, con una ambientación rica en colorido y plomiza, donde el orden y la estructura de las cosas y objetos se cuela por todos los espacios, con un tono completamente atemporal, en la que mezcla objetos modernos con otros como los teléfonos domésticos, con una luz fría y tenue, obra del cinematógrafo Eduardo Vaquerizo, que alimenta la incertidumbre y el misterio que se cierne sobre este grupo de personajes, y con una banda sonora esencial y rítmica que ayuda a contar todos los entresijos de la película, que firma Alejandro Román, sin olvidar las grandes composiciones favoritas de Tomás, los Beethoven, Mozart, Tchaikovsky y Albéniz, entre otros, logran conectarnos con un relato interesante, profundo y muy personal. La trama se centra en la investigación de una pareja muy atípica, porque tanto Tomás y Laura, no son ese tipo de personas que pudiesen coincidir en ningún lugar, quizás en un supermercado como el que muestra la película. Nada del relato chirría y mucho menos se sale del tono y la ligereza marcada, que es mucho de agradecer en una historia y con unos personajes tan especiales y comunes a la vez.

Un reparto bien conjuntado que brilla con precisión y humor muy negro, eso sí, con un Niko Verona que hace un buen protagonista, creando ese personaje que su diferencia lo convierte en el principal sospechoso, visibilizando el síndrome de Asperger, haciendo un retrato humanista y sincero, mostrando la diferencia como algo natural y sin aspavientos ni nada que se le parezca, con mucha honestidad y disparate del bueno. A su lado, Susana Abaitua haciendo de Laura, convirtiéndose en una actriz a tener muy en cuenta, con un personaje que irá a más, descubriéndose con alguien muy alejado de ella, y luego, como en todas y cada una de las buenas comedias, sean negras o blancas, un buen puñado de intérpretes de reparto que lucen con brillantez, con un Alejandro Tous como ese pescadero que oculta más de lo que dice, una María Gregorio como cajera que sabe lo que se cuece, aunque todavía no le hay puesto ojos y cara, Ramiro Blas se hace con el carnicero siniestro y dulce, un grande como Manuel de Blas, haciendo del padre de Laura, haciendo lo que mejor sabe hacer, dar credibilidad y planta a su personaje, y finalmente, Jesús Vidal, que después de Campeones, sigue haciendo personajes, ahora le toca un policía extraño y curioso, pero en este pueblo parece que el más diferente, es el menos diferente de todos. Fernando González Gómez debuta en el largometraje con brillantez y estilo, con ese tono tan característico de construir un universo raro y anormal, pero que en el fondo parece de lo más cotidiano y mundano, como la vida misma, vamos. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA