Baby, de Juanma Bajo Ulloa

FÁBULA SOBRE LA MATERNIDAD.

“El amor de madre es la paz. No necesita ser adquirido, ni merecido”

Eric Fromm

En el universo de Juanma Bajo Ulloa (Vitoria-Gasteiz, 1967), encontramos muchas jóvenes, de aspecto aniñado, con profundos traumas psicológicos, encerradas en existencias dolorosas, tanto físicas como emocionales, envueltas en reinos de maldad y oscuridad, pero eso sí, fuertes y valientes que harán lo imposible para vencer sus miedos, a sus enemigos y salir de su pozo. Los relatos del director vasco están envueltos de cuentos de hadas, rasgados por el misterio y la incertidumbre, una especie de laberintos físicos y psíquicos en los que sus criaturas en apariencia indefensas deberán pasar unas pruebas, para de ese modo encontrar su camino, y sobre todo, su amor. Bajo Ulloa ha fabricado una carrera muy heterogénea, en la que tocado varios palos, como los de la música rock, con abundantes videoclips o documentales, el teatro con Pop Corn (1998-9), pero sobre todo, el cine, con seis títulos, en los que ha emprendido dos formas de plantearlos. Por un lado, tenemos la comedia gamberra, crítica y disparatada con Airbaig (1997), y Rey Gitano (2014), con la complicidad de intérpretes-colegas. Y por el otro, fábulas sobre la condición humana, envueltas en un cine simbolista, lleno de metáforas y muy sensible, con títulos memorables como El reino de Víctor, mediometraje de 36 minutos, su deslumbrante opera prima Alas de mariposa (1991), galardonada con la prestigiosa “Concha de Oro” en Donosti, La madre muerta (1993), Frágil  (2014).

En Baby, Bajo Ulloa vuelve a sus heroínas frágiles e indefensas, con una chica toxicómana y perdida, del que no se nos desvelará su nombre, como ocurre con los demás personajes, una joven que acaba de ser madre, pero incapaz de hacerse cargo de la criatura, decide venderlo a una madame que trafica con niños. Pero, la joven se arrepiente y decide recuperarlo. El relato que arranca de forma oscura y siniestra, más cerca del género de terror, donde el primer Polanski o el Giallo italiano no estarían muy lejos, mostrándonos una sociedad corrupta, vacía, llena de vicio y autodestructiva, nos encontramos a la chica, que vive en la más pura desolación, sin futuro ni nada, y después de parir, se verá aún más desorientada y cerca del abismo. Aunque, después de deshacerse del bebé, se verá más perdida, y llena de dudas y remordimientos, y emprende un viaje a lo más profundo de su alma, enfrentándose a una mujer sin escrúpulos, que vive con su hija y una albina especialista en el tiro con honda, sumergiéndonos en la casa de los horrores, una especie de casa a medio camino, entre el “Paradiso Perduto” de Grandes esperanzas, de Dickens, las casas góticas inglesas del silgo XIX, muy del universo de Poe y Lovecraft, y la casa siniestra de La matanza de Texas, llena de polvo, hierbas y moho, donde hará lo imposible por recuperar a su bebé.

La película prescinde de diálogos, dando todo el valor a la imagen y el sonido, con ese aspecto sombrío y lúgubre que recorren todos los cuadros, con la magnífica luz de Josep María Civit, que después del inmenso trabajo en La vampira de Barcelona, acaba el año con otra espectacular fotografía, vital para una película de estas características, o el sonido que firman Iñigo Olmo y Martín Guridi, consiguiendo ese empaque necesario para encerrarnos en esa casa y ese bosque, con el fuera de campo imprescindible en una película que anuda de forma brillante el género de terror con lo social, y el drama más intimo. Qué decir del grandísimo trabajo de la música, con Bingen Mendizábal, que ha estado en casi todas las películas del director vasco, con la complicidad de Koldo Uriarte, para crear esa atmósfera de fantasía y realidad que también casa con el relato. Y finalmente, el preciso trabajo de edición que firma Demetrio Elorz, contribuyendo a crear ese tempo cinematográfico pausado y profundo que tanto demanda la película.

La naturaleza y sus animales, filmados de manera espectacular, mezclando toda su belleza y horror, funcionan como el reflejo para indagar en las motivaciones de todos los personajes, generando todos esos instintos que los hacen moverse hacia un lado u otro, donde cada personaje va mostrando su complejidad, contradicción y misterio. Un relato sobre la vida, la lucha y la muerte, debía tener un reparto muy sobrio y que transmitiera todo lo que las palabras no van a hacer, y lo consigue con grandísimas composiciones, empezando por Rosie Day, la actriz británica que hemos visto en películas como Blackwood, de Rodrigo Cortés, o la serie Outlander, da vida a la heroína de ese cuento sobre el miedo y el amor, bien acompañada por la estadounidense Harriet Sansom Harris como la bruja de Hansel y Gretel, en este caso, de Gretel, y sus cómplices, la niña Mafalda Carbonell y Natalia Tena, como una albina y su honda, tan siniestra y rara como la relación que mantiene con esta familia tan oscura, y la siempre interesante presencia de Charo López. Bajo Ulloa ha construido una inquietante y maravillosa fábula sobre que significa ser madre, con toda su belleza y horror, en una película asombrosa y fascinante, a ratos hipnótica y terrorífica, llena de misterios, monstruos interiores, y espectros como el miedo, la maldad y la envidia, un viaje a todo aquello que nos mueve, que nos ayuda a seguir viviendo, un poema fantástico de aquí y ahora, que nos emociona, devolviéndonos todo aquello del cine de los pioneros, devolver a la imagen todo su esplendor, su belleza y todo el misterio que la envuelve. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

A Stormy Night, de David Moragas

DOCE HORAS JUNTOS.

“La mayoría de las personas son otras: sus pensamientos, las opiniones de otros; su vida, una imitación; sus pasiones, una cita”.

Oscar Wilde

Mencionaba el gran guionista Rafael Azcona que, las buenas películas eran aquellas que hablaban de los temas que conocía el director. A Stormy Night, opera prima de David Moragas (Almsoter, 1993), que estudió en la prestigiosa New York University y vivió en uno de esos barrios de Brooklyn, se erige como una película que encaja perfectamente en las palabras del excelso escritor cinematográfico, porque el joven talento catalán se centra en aquello que conoce, y sobre todo, le inquieta, siguiendo la forma y fondo que ya se vislumbraba en sus cortometrajes, centrándose en relatos íntimos y muy cercanos, con personajes de aquí y ahora, con inquietudes y desilusiones tan reales como las nuestras, envueltos en ese blanco y negro sobrio y transparente, centrados en espacios interiores y reducidos, tan próximos que resultan inquietantes, para hablarnos de personas como nosotros, con sus idas y venidas por la vida, con esa naturalidad y sencillez, como si los espectadores estuvieras junto a ellos, o mirando por una mirilla.

Para su debut en el largometraje, Moragas opta por su género favorito, el de la comedia romántica, pero con matices, con ese tono agridulce y de realidad punzante, escogiendo un relato de inmediatez, cargando toda la estructura en un instante preciso, las doce horas juntos que pasaran Marcos y Alan, ya que el primero, de viaje a San Francisco para presentar un documental que ha filmado con su ex pareja, debe detenerse y pasar noche en New York, porque los vuelos se han cancelado debido a una fuerte tormenta que se avecina. Los dos jóvenes, tan diferentes o iguales entre sí, la película nos irá desvelando todo aquello que les separa y les une, pasarán medio día juntos, o mejor dicho, media noche juntos, en la que hablarán mucho, pero también, se mirarán mucho, habrá algún que otro acercamiento inesperado, y sobre todo, muchas confidencias, porque todo lo que en un principio los separaba, con el paso de las horas, su breve encuentro se irá revelando como una especie de espejo en el que la verdad se reflejará sin atajos, tanto emocionales como físicos, frente a frente, y los dos jóvenes se mirarán uno al otro y se mostrarán de verdad, sacando a relucir todo aquello que tanto ocultan.

Los diálogos que mantienen los jóvenes versarán sobre su condición homosexual y la vida de tener una identidad no convencional en una sociedad heterodeterminada, las difíciles relaciones familiares y con su entorno más próximo, las dificultades de vivir en otro país, con otra lengua y cultura diferentes, los condicionamientos de desarrollar un empleo en una sociedad demasiado encajonada y convencional, y la naturaleza de las relaciones íntimas, el compromiso, el amor sincero, el poliamor y demás cuestiones acerca de la vida y las relaciones personales. Moragas sabe captar con naturalidad y cercanía toda esta montaña rusa emocional que experimentan los dos jóvenes, en que la luz íntima y velada, en algunos instantes, que firma el cinematógrafo Alfonso Herrera-Salcedo (que ya estaba en el cortometraje Only Fools Rush In), ayuda muchísimo para crear esa atmósfera de claroscuros, y no menos el grandísimo trabajo de edición de un grande como Bernat Aragonés (cómplice, entre otros, de nombres tan importantes como los de Agustí Villaronga o Isabel Coixet), en una película con pocos movimientos de cámara, llena de cuadros que aún evidencian más el inmenso trabajo de montaje.

A Stormy Night, auspiciada por un grande de nuestro cine como Antonio Chavarrías, hace guiños a Woody Allen con una ilustración sobre Annie Hall, al igual que a Agnès Varda con un dibujo sobre Cleo de 5 a 7, estaría rondando los mismos parámetros de las películas de Noah Baumbach dedicadas a New York y sus círculos y personajes ocultos, y estaría muy hermanada con títulos como Weekend (2011), de Andrew Haigh, historia sobre un affaire homosexual anclado en un fin de semana, y en Keep the Lights On (2012), de Ira Sachs, otra relación gay, más alargada en el tiempo, pero con similitudes con los protagonistas. Y si la historia funciona, con pausa e intimidad, ayuda sobremanera la pareja protagonista, con un cálido y sensible Jacob Perkins, que ya vimos en el cortometraje Boyfriend, de Moragas, dando vida al comprometido y enamorado Alan, y Marcos, el liberal y aventurero español, con su momento “tortilla”, que interpreta el propio director, consiguen emocionarnos con lo mínimo, convirtiendo A Stormy Night  en un relato lleno de inteligencia, sensibilidad y belleza, y vislumbra el debut de David Moragas como un grandísimo y estimulante ejercicio sobre la vida, las relaciones y nuestra identidad, convirtiéndola en un obra de culto de inmediato, que hablará mucho de quiénes somos y como nos relacionamos para futuras generaciones. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

 

 

Entrevista a Ramon Térmens

Entrevista a Ramon Térmens, director de la película «La mujer ilegal», en el Cinesa Diagonal en Barcelona, el lunes 30 de noviembre de 2020.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Ramon Térmens, por su tiempo, generosidad y cariño, y a Sonia Uría de Suria Comunicación, por su amabilidad, paciencia y cariño.

El inconveniente, de Bernabé Rico

LA EXTRAÑA PAREJA.

“La soledad es muy hermosa… cuando se tiene alguien a quien decírselo”.

Gustavo Adolfo Bécquer

Erase una vez… Una mujer llamada Sara, treintañera, profesional de éxito, seria y rigurosa, muy atractiva, y felizmente casada con Daniel. Un día, empujada por su ambición y su precio, adquiere una vivienda en una buena zona de Sevilla, un piso que solo tiene un inconveniente, será suyo cuando fallezca la propietaria, Lola, una septuagenaria muy suya, de vueltas de todo, que bebe, fuma y vive encerrada en su casa. Sara y Lola son dos mujeres sin nada en común, o quizás, si. La opera prima de Bernabé Rico (Sevilla, 1973), llega después de más de una década dedicado a la producción, tanto teatral como cinematográfica, y a la dirección de cortometrajes, con un relato íntimo y muy doméstico, lleno de honestidad, con la sensibilidad adecuada, sin caer en el sentimentalismo, ni nada que se le acerque, mostrándonos la relación de dos mujeres que de lo lejos que están una de la otra, se encuentren más cerca de que imaginan, parecen dos polos opuestos, pero su relación las acercará y las ayudará más de lo que creen, convirtiéndose en una especie de madre-hija o hermana mayor y pequeña.

El inconveniente  nace de la obra teatral 100m2, de Juan Carlos Rubio, un autor que lleva más de veinte años escribiendo para cine y teatro, además de dirigir para ambos medios. Una pieza teatral representado con éxito que vio la luz en el 2008, que Rico, con la ayuda del productor Olmo Figueredo, responsable de películas como Adiós o La trinchera infinita, entre otras, construyen una película de aquí y ahora, que tiene mucho que ver con la realidad social de muchas personas mayores, personas que viven solas en sus viviendas y encuentran en la venta del inmueble en vida, una forma de subsistencia. La película habla de aspectos sociales, pero desde una perspectiva Azcona-Berlanga, con ese característico humor negro, como evidencia el arranque, con ese tipo peculiar que interpreta magistralmente un grande como Carlos Areces, que podría ser un heredero de López Vázquez, una especie de mezcla entre el Quintanilla de Plácido, y el lameculos de Atraco a las tres, un personaje que irá entrando y saliendo de la película, poniendo esas notas de humor negro, esperpento y amargura que tanto casa con la historia.

El relato va mezclando con soltura y agilidad, la comedia negra que retrata una sociedad demasiado individualista, solitaria y amargada, con ese melodrama cercano en el que se va fundiendo una amistad entre dos mujeres que sin pretenderlo, van a ir encontrando un reflejo necesario que les ayudará muchísimo en sus vidas, llevándolas a enfrentarse con ellas mismas, y sobre todo, a mirarse en ese espejo de decisiones equivocadas o no, y saber recordarse, porque lo han olvidado, las cosas importantes de la vida, las que verdaderamente nos ayudan a crecer y vivir mejor. Una interesante y envolvente luz de Rita Noriega, que sabe transmitir toda esa penumbra del inicio para luego, ir entrando más luz, que explica con suavidad el proceso que están viviendo las dos protagonistas. El rítmico y exacto montaje que firma un experto como Nacho Ruiz Capillas (que ha trabajado con nombres tan ilustres de nuestro cine como Icíar Bollaín, Amenábar, Fernando León de Aranoa, entre muchos otros). Y si la historia funciona, llevándonos por muchos aspectos de la vida, con secuencias memorables como la que protagonizan el personaje de Mánver y José Sacristán, que explica tanto de la vida, de las decisiones que tomamos, y del pasado, que a veces, viene a reclamarnos aquello que no podemos olvidar.

Hay algo que no puede fallar en películas de esta naturaleza, basada en la relación de amistad y amor de dos mujeres demasiado solas, pero que se niegan a reconocerlo y sobre todo, reconocérselo, que es la elección y el trabajo interpretativo de su pareja protagonista. Una pareja que recuerda tanto a los Lemmon y Matthau de La extraña pareja, que también fue primero una obra teatral, con unas brillantes, conmovedoras, divertidas y sinceras protagonistas. Por un lado, Kiti Mánver, que después de medio siglo de carrera, no debería sorprender a nadie su inmensa capacidad para enfundarse en la piel de un personaje casi diez años mayor que ella, que lo envuelve de magia, ridiculez y extravagancia. Frente a ella, Juana Acosta, que se mantiene firme y defiende con elegancia y sobriedad una mujer que empieza a arriba, o al menos, eso se cree ella, y poco a poco, irá comprendiendo las cosas por las que vale la pena levantarse cada día, y sobre todo, a mirar a los demás sin altivez ni competitividad. Dos almas perdidas, lúcidas y patéticas, y quien no lo es, con demasiadas mochilas pesadas a sus espaldas, que sin comerlo ni beberlo, encontrarán al otro, a alguien con quien hablar, escuchar, reír, comprender, mirarse, celebrar, llorar, abrazarse, sentir y sobre todo, vivir. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Yolanda Sey

Entrevista a Yolanda Sey, actor de la película «La mujer ilegal», de Ramon Térmens, en el Cinesa Diagonal en Barcelona, el lunes 30 de noviembre de 2020.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Yolanda Sey, por su tiempo, generosidad y cariño, y a Sonia Uría de Suria Comunicación, por su amabilidad, paciencia y cariño.

Entrevista a Boris Ruiz

Entrevista a Boris Ruiz, actor de la película «La mujer ilegal», de Ramon Térmens, en el Cinesa Diagonal en Barcelona, el lunes 30 de noviembre de 2020.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Boris Ruiz, por su tiempo, generosidad y cariño, y a Sonia Uría de Suria Comunicación, por su amabilidad, paciencia y cariño.

El Cid, de Luis Arranz y José Velasco

TRONO DE SANGRE.

“Mi nombre es Rodrigo Díaz. Nací en Vivar. En la frontera de los reinos de Castilla, León y Navarra. Tres hermanos ocupaban sus tronos y se disputaban en guerras fratricidas los tributos de los reinos de Taifas, debilitados tras la caída del califato de Córdoba. Mi padre murió luchando por Fernando I, Rey de León y Castilla. Por toda herencia me dejó una espada. Con esta espada hoy he conseguido la gloria. Pero cuando caiga en batalla, seguramente nadie se acordará de mi nombre, como ya nadie recuerda el de mi padre”.

¿Quién fue realmente “El Cid”? ¿Un héroe? ¿Un traidor? ¿Quizás una leyenda aumentada por el fervor popular? De su historia, conocemos el Cantar del Mío Cid, escrita alrededor de 1200, la primera obra extensa en lengua castellana, que explica de forma épica las hazañas del caballero. También, la película El Cid (1961), de Anthony Mann, protagonizada por Charlton Heston, superproducción filmada en España de la mano del afamado productor Samuel Bronston, que se alejaba de la fidelidad histórica para contarnos la valentía, el coraje y la audacia del citado “Campeador”, y un sinfín de series animadas sobre la infancia y la edad adulta. El Cid, ambientada en el convulso y sangriento siglo XI, viene a explicarnos, en sus cinco capítulos de sesenta minutos aproximadamente, no la verdad del mito, sino su condición humana, lo que no vemos de su leyenda, su verdadero rostro, su parte más cercana, corpórea y emocional.

La serie creada por Luis Arranz y José Velasco (conocidos de la serie Centro Médico, con muchos años a sus espaldas de profesión en el caso de Velasco), arranca con la muerte del padre de Ruy, el pequeño Cid, y su traslado a León, con la tutoría de Rodrigo, su abuelo. Allí, el joven Ruy será paje, y luego escudero, al servicio de Sancho, el primogénito de Fernando I, el Rey. Sin comerlo ni beberlo, Ruy deberá lidiar con la lealtad al Rey y a su sangre, para vengar la muerte de su padre, provocada por el Rey. Además, se verá inmerso en las continuas intrigas y conspiraciones que existen en palacio. Por un lado, el conde Flaín, el obispo y la reina quieren acabar con el reinado de Fernando I, y por otro, Ruy tratará de impedirlo, además, el reino de Aragón amenaza y desafía al de Castilla y León, con los moriscos en alerta. Muchos frentes son los que aborda la serie, y lo hace desde una perspectiva interesante y muy oscura, manejando con soltura todos los grupos intrigantes, todas las zonas sombrías, tanto de palacio como de la noche, huyendo de los personajes de una sola pieza, y retratando con inteligencia los motivos y contradicciones que amenazan a los diferentes individuos, mostrando toda su complejidad, sus miedos e inseguridades.

El espectacular diseño de producción de la serie, con sus abundantes localizaciones exteriores naturales rodadas en Soria, Zaragoza, Teruel y Burgos, que firman dos expertos como Alejandro y Benjamín Fernández (que han trabajado con autores de la talla de Ridley Scott, David Lynch, o producciones como Alatriste o Los otros, entre muchas otras), la excelente composición musical de un grande como Gustavo Santaolalla (en muchas películas de González Iñárritu), bien acompañado de Alfonso G. Aguilar, con muchas reminiscencias al western y la música medieval, un experimentado como Javier Salmones (con más de dos décadas de carrera a las órdenes de grandes como Colomo, Cuerda o Suárez), firma una cinematografía sobria, estética y brillante, y el maravilloso equipo de guionistas, en los que nos tropezamos con Curro royo, entre otros, conocido por la serie Cuéntame cómo pasó), y la terna de los directores encargados de dirigir los episodios que van desde Arantxa Echevarría (directora de Carmen y Lola), Adolfo Martínez Pérez (director de la bélica Zona hostil, y en departamentos de arte), Miguel Alcantud y Marco A. Castillo (ambos en series tan exitosas como Águila Roja, El ministerio del tiempo o el internado).

Su interesante y brillante reparto, que mezcla jóvenes talentos como Jaime Lorente que se mete en la piel de Ruy, la maravillosa Alicia Sanz como Urraca (un personaje shakesperiano, al estilo de Lady Macbeth, con toda su dulzura, belleza y maldad), Lucía Guerrero como Jimena, todo lo contrario que Urraca, dulce y humana, que anda en amores difíciles con Ruy, y la otra cara, algo así como la Mrs. Hyde, la mora Amina, que interpreta una sensual y resplandeciente Sarah Perles, y los hombres jóvenes de Ruy, con Francisco Ortíz, que da vida a Sancho, el primogénito del Rey y amo de Ruy, Jaime Olías como Alfonso, el segundo hijo del Rey, con relaciones ambiguas con su hermana Urraca, Pablo Álvarez como Orduño, hijo del conde y rival de Ruy. Y la otra parte del extenso reparto, los intérpretes maduros encabezados por un formidable José Luis García-Pérez como el atribulado Rey Fernando, Elia Galera, con sus dos caras como la Reina Sancha, Carlos Bardem como el conde, Juan Echanove como el obispo y Juan Fernandez como Rodrigo, los conspiradores, un estupendo David Albaladejo como mentor de los jóvenes, Ginés García Millán como el Rey de Aragón, Emilio Buale como un asesino morisco y finalmente, el actor israelí Zohar Liba como un sabio moro.

La serie cumple con las expectativas, hay emoción, intrigas, una batalla que, si exceptuamos algunos planos a cámara lenta (muy de moda actualmente, pero que no captan la esencia de la durísima lucha, embelleciéndola innecesariamente), están bien filmados y capturan la dureza y el caos de la batalla, que recuerdan a la que filmó Branagh para su Enrique V, también hay amores, (des) encuentros, cuerpo a cuerpo, y sobre todo, miradas que matan, gestos que hielan la sangre, y continuas conspiraciones entre unos y otros, retratando el tiempo y la historia, con esa sentencia del Rey: “Quién se sienta en el trono de Rey, debe estar preparado para todo, incluso para eliminar a los suyos”. El Cid tiene un grandísimo esfuerzo tanto de producción, ambientación y contexto histórico, quizás, los que vayan buscando espectacularidad sin más, o simplemente secuencias bien elaboradas sin solidez, la serie les defraudará, pero aquellos que quieran ver el rostro humano de El Cid, todo su peso, la tensión que le rodeada, cómo se fraguó la leyenda, y sobre todo, todos los personajes que pulularon por su existencia, disfrutará muchísimo con una serie que habla, no solo de la época de Ruy, sino de cualquier época en cualquier lugar, cuando entran en liza los deseos en dura batalla contra la realidad impuesta. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

 

Entrevista a Nuria Giménez Lorang

Entrevista a Nuria Giménez Lorang, directora de la película «My Mexican Bretzel», en la Plaza de la Vila de Gràcia en Barcelona, el jueves 10 de diciembre de 2020.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Nuria Giménez Lorang, por su tiempo, generosidad y cariño, y a Paula Álvarez de Avalon, por su amabilidad, paciencia y cariño.

Entrevista a Miquel Sitjar

Entrevista a Miquel Sitjar, actor de la película «Terra de telers (Memoria de telares)», de Joan Frank Charansonnet, en la Antiga Fàbrica Damm en Barcelona, el jueves 3 de diciembre de 2020.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Miquel Sitjar, por su tiempo, generosidad y cariño, y a Sonia Uría de Suria Comunicación, por su amabilidad, paciencia y cariño.

Nieva en Benidorm, de Isabel Coixet

EXTRAÑOS EN EL PARAÍSO.

“Una extraña mezcolanza de pobreza, limpia y llena de colorido, y hoteles color pastel, todo aparentemente como si lo acabasen de construir… Novísimo, con los más modernos estilos amalgamados a la sencilla arquitectura del lugar”

Sylvia Plath sobre Benidorm en 1956

En el universo cinematográfico de Isabel Coixet (Sant Adrià de Besòs, 1960), transitan muchas almas solitarias, no por elección o necesidad, sino por la sociedad, una sociedad que antepone lo material, la apariencia, y la conveniencia como sus formas de relación, frente a unos personajes que, ante ese conservadurismo, eligen no pertenecer a él, eligen ser ellos mismos, y no rendirse jamás ante el acoso social impuesto. Unas almas de carácter, que no se arrugan ante nada, valientes y decididas, y sobre todo, humanas, en esos mundos donde todo se mercantiliza, donde los sentimientos y ser uno mismo, se persigue, se juzga y se encarcela. La directora barcelonesa lleva más de tres décadas haciendo cine, donde ha acumulado una impresionante filmografía en la que podemos encontrar ficción, documental y televisión, trabajos que no solo la han convertido en una cineasta de primer nivel, sino en una creadora que, al igual que sus personajes femeninos, no se detiene ante nada, sigue empecinada en ir tejiendo poco a poco, sin prisas, una carrera que la ha convertido en una cineasta internacional, que filma indistintamente en inglés o español, según el contexto que la historia requiere.

Desde la Librería (2017), una de sus películas más celebradas, Coixet ha dirigido una serie, Foodie Love, y el largometraje Elisa y Marcela, hasta llegar a Nieva en Benidorm, donde conocemos a Peter Riordan, uno de esos tipos tristes y solitarios, con esas existencias anodinas y con poco que hacer, que malgastan su vida en trabajos insulsos, en este caso, como empleado en un banco en la gris Manchester. Aunque no todos son males para Peter, porque un día lo prejubilan y decide ir a Benidorm, donde vive su hermano Daniel. Una vez allí, se instala en la vivienda de su hermano, el ático más alto de la ciudad, y emprende una búsqueda para encontrarlo, ya que ha desaparecido sin dejar rastro. Peter, como un alma a la deriva, extraño en una ciudad tan diferente y compleja como Benidorm, irá introduciéndose en el universo de Daniel, conociendo a su entorno, como Alex, una bailarina de mediana edad de su Club Burlesque, Marta, una extraña policía y admiradora de Sylvia Plath, que recuerda la estancia de la poeta en Benidorm allá por los años 50, Lucy, una mujer de la limpieza enigmática, y un carnicero con muy malas pulgas, socio de Daniel en un pelotazo inmobiliario.

Unos personajes, muy diferentes entre sí, como si hubiesen naufragado de un barco sin rumbo, que solo se pueden encontrar en una ciudad como Benidorm, donde coexisten múltiples contradicciones, que va de lo bello a lo monstruoso, como una especie de decorado artificial y natural a la vez, un espacio por el que pululan turistas desenfrenados, rascacielos apabullantes, muchos cochecitos eléctricos, residencias abandonadas por falta de liquidez, un coro cantando en la playa, una luz y una brisa dulces, y sobre todo, una sensación de un lugar que podría haber sido un espacio de felicidad pura y natural, y en realidad, se ha convertido en un estado de ánimo de felicidad artificial, en el que todo está en venta, incluso las relaciones. Tanto Peter como Alex son dos antihéroes, dos extraños, dos desconocidos, completamente fuera de lugar, en una ciudad irreconocible, extraña y demasiado perfecta en su tristeza y vacío (desde Sueñan los androides, de Ion de Sosa, no veíamos Benidorm como ese escaparate falso e íntimo a la vez), dos de esas almas que tanto le gusta a Coixet retratar, en sus idas y venidas, en sus conversaciones, en sus miradas y gestos, como ese momentazo cuando ella besa el cristal que los separa y Peter la observa detenidamente, escenificando todo aquello que los une y los separa. El elemento noir que utiliza la directora catalana para mover a sus personajes, recuerda a la forma y arquitectura emocional de David Lynch y a sus universos enfermizos y oscuros, o la más reciente, Lo que esconde Silver Lake, de David Robert Mitchell, donde la parte más invisible de Los Ángeles, se convertía en el escenario ideal donde abundaban las pesadillas, solo un mero pretexto para hablarnos de personajes solitarios, de vueltas de todo, o no, que ya no esperan nada de la vida, y menos de ellos mismos, anclados a una existencia demasiado cotidiana, sin nada que hacer, ni adónde ir, esperando la muerte.

Pero, Coixet, que sabe mucho de indagar en esas soledades, retratando sus texturas y sensibilidades emocionales, nos lleva de la mano, mostrándonos una relación sencilla y muy especial, entre sus personajes, en que la ciudad, se muestra con su brillo y mugre, como esos capítulos que nos van abriendo cada segmento de la trama, relativa a los fenómenos meteorológicos, afición de Peter. Coixet vuelve a acompañarse de cómplices muy estrechos, como la sensible y estupenda música de Alfonso de Vilallonga, la apacible y sobria edición de Jordi Azategui, y la brillante y oscura luz del cinematógrafo Jean-Claude Larrieu. El reparto de la película, heterogéneo y sorprendente, brilla con excelencia y aplomo, en el que sobresalen los impresionantes Timothy Spall, un intérprete que todo lo que se diga de su excelencia y elegancia es poco, con una partenaire maravillosa como Sarita Choudhury (que repite con Coixet después de Aprendiendo a conducir), una Carmen Machi, como una policía amante de la poesía de Plath, que no está muy lejos de la Frances McDormand de Fargo, versión Benidorm, Ana Torrent como una mujer de la limpieza, un rostro y una mirada con mucha historia detrás, y finalmente, Pedro Casablanc poniendo la nota inquietante con su cuchilla y su delantal ensangrentado.

Nieva en Benidorm tiene ese aire de western crepuscular, de personajes cansados y sin nada, moviéndose como almas en pena, desorientados, en un entorno que no es el suyo, que van conociéndose e intimando, en una historia de amor delicada y humanista, elegante y conmovedora, que no ñoña, huyendo de tanto sentimentalismo oportunista de otras producciones, como hacía tiempo que no se veía en la gran pantalla, con todos los matices y peculiaridades de la mirada de Coixet, que no solo nos va conmoviendo con sus sutilezas y calidez, sino que nos sumerge en un entorno limbo, donde la ciudad de Benidorm y sus personajes, adquieren esa aura de misterio, magnetismo y humanidad, en un mundo cada vez más pequeño, vulgar y vacío, que ya no solo ha oscurecido las relaciones humanas en pos al mercantilismo, sino que además, nos ha convertido en meros consumidores que todo lo compramos y lo fundimos, como si no hubiera un mañana, resultan relevantes las secuencia nocturnas con toda esa fiesta descontrolada de despedidas de solteras y gentes que lo venden todo, mientras Peter, con rostro acontecido y deambulando como alguien que le cuesta creerse esa idea de paraíso terrenal, pero que todo lo que ve, y esa idea de paraíso, le resulta triste y desoladora. Quizás, Peter y Alex, no solo tienen una oportunidad, sin esperarla, y mucho menos pedirla, sino que han encontrado a alguien, a alguien a quién mirarse sin acritud, un reflejo que no sabían que existía, y mucho menos en una ciudad como Benidorm. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA