El Cid, de Luis Arranz y José Velasco

TRONO DE SANGRE.

“Mi nombre es Rodrigo Díaz. Nací en Vivar. En la frontera de los reinos de Castilla, León y Navarra. Tres hermanos ocupaban sus tronos y se disputaban en guerras fratricidas los tributos de los reinos de Taifas, debilitados tras la caída del califato de Córdoba. Mi padre murió luchando por Fernando I, Rey de León y Castilla. Por toda herencia me dejó una espada. Con esta espada hoy he conseguido la gloria. Pero cuando caiga en batalla, seguramente nadie se acordará de mi nombre, como ya nadie recuerda el de mi padre”.

¿Quién fue realmente “El Cid”? ¿Un héroe? ¿Un traidor? ¿Quizás una leyenda aumentada por el fervor popular? De su historia, conocemos el Cantar del Mío Cid, escrita alrededor de 1200, la primera obra extensa en lengua castellana, que explica de forma épica las hazañas del caballero. También, la película El Cid (1961), de Anthony Mann, protagonizada por Charlton Heston, superproducción filmada en España de la mano del afamado productor Samuel Bronston, que se alejaba de la fidelidad histórica para contarnos la valentía, el coraje y la audacia del citado “Campeador”, y un sinfín de series animadas sobre la infancia y la edad adulta. El Cid, ambientada en el convulso y sangriento siglo XI, viene a explicarnos, en sus cinco capítulos de sesenta minutos aproximadamente, no la verdad del mito, sino su condición humana, lo que no vemos de su leyenda, su verdadero rostro, su parte más cercana, corpórea y emocional.

La serie creada por Luis Arranz y José Velasco (conocidos de la serie Centro Médico, con muchos años a sus espaldas de profesión en el caso de Velasco), arranca con la muerte del padre de Ruy, el pequeño Cid, y su traslado a León, con la tutoría de Rodrigo, su abuelo. Allí, el joven Ruy será paje, y luego escudero, al servicio de Sancho, el primogénito de Fernando I, el Rey. Sin comerlo ni beberlo, Ruy deberá lidiar con la lealtad al Rey y a su sangre, para vengar la muerte de su padre, provocada por el Rey. Además, se verá inmerso en las continuas intrigas y conspiraciones que existen en palacio. Por un lado, el conde Flaín, el obispo y la reina quieren acabar con el reinado de Fernando I, y por otro, Ruy tratará de impedirlo, además, el reino de Aragón amenaza y desafía al de Castilla y León, con los moriscos en alerta. Muchos frentes son los que aborda la serie, y lo hace desde una perspectiva interesante y muy oscura, manejando con soltura todos los grupos intrigantes, todas las zonas sombrías, tanto de palacio como de la noche, huyendo de los personajes de una sola pieza, y retratando con inteligencia los motivos y contradicciones que amenazan a los diferentes individuos, mostrando toda su complejidad, sus miedos e inseguridades.

El espectacular diseño de producción de la serie, con sus abundantes localizaciones exteriores naturales rodadas en Soria, Zaragoza, Teruel y Burgos, que firman dos expertos como Alejandro y Benjamín Fernández (que han trabajado con autores de la talla de Ridley Scott, David Lynch, o producciones como Alatriste o Los otros, entre muchas otras), la excelente composición musical de un grande como Gustavo Santaolalla (en muchas películas de González Iñárritu), bien acompañado de Alfonso G. Aguilar, con muchas reminiscencias al western y la música medieval, un experimentado como Javier Salmones (con más de dos décadas de carrera a las órdenes de grandes como Colomo, Cuerda o Suárez), firma una cinematografía sobria, estética y brillante, y el maravilloso equipo de guionistas, en los que nos tropezamos con Curro royo, entre otros, conocido por la serie Cuéntame cómo pasó), y la terna de los directores encargados de dirigir los episodios que van desde Arantxa Echevarría (directora de Carmen y Lola), Adolfo Martínez Pérez (director de la bélica Zona hostil, y en departamentos de arte), Miguel Alcantud y Marco A. Castillo (ambos en series tan exitosas como Águila Roja, El ministerio del tiempo o el internado).

Su interesante y brillante reparto, que mezcla jóvenes talentos como Jaime Lorente que se mete en la piel de Ruy, la maravillosa Alicia Sanz como Urraca (un personaje shakesperiano, al estilo de Lady Macbeth, con toda su dulzura, belleza y maldad), Lucía Guerrero como Jimena, todo lo contrario que Urraca, dulce y humana, que anda en amores difíciles con Ruy, y la otra cara, algo así como la Mrs. Hyde, la mora Amina, que interpreta una sensual y resplandeciente Sarah Perles, y los hombres jóvenes de Ruy, con Francisco Ortíz, que da vida a Sancho, el primogénito del Rey y amo de Ruy, Jaime Olías como Alfonso, el segundo hijo del Rey, con relaciones ambiguas con su hermana Urraca, Pablo Álvarez como Orduño, hijo del conde y rival de Ruy. Y la otra parte del extenso reparto, los intérpretes maduros encabezados por un formidable José Luis García-Pérez como el atribulado Rey Fernando, Elia Galera, con sus dos caras como la Reina Sancha, Carlos Bardem como el conde, Juan Echanove como el obispo y Juan Fernandez como Rodrigo, los conspiradores, un estupendo David Albaladejo como mentor de los jóvenes, Ginés García Millán como el Rey de Aragón, Emilio Buale como un asesino morisco y finalmente, el actor israelí Zohar Liba como un sabio moro.

La serie cumple con las expectativas, hay emoción, intrigas, una batalla que, si exceptuamos algunos planos a cámara lenta (muy de moda actualmente, pero que no captan la esencia de la durísima lucha, embelleciéndola innecesariamente), están bien filmados y capturan la dureza y el caos de la batalla, que recuerdan a la que filmó Branagh para su Enrique V, también hay amores, (des) encuentros, cuerpo a cuerpo, y sobre todo, miradas que matan, gestos que hielan la sangre, y continuas conspiraciones entre unos y otros, retratando el tiempo y la historia, con esa sentencia del Rey: “Quién se sienta en el trono de Rey, debe estar preparado para todo, incluso para eliminar a los suyos”. El Cid tiene un grandísimo esfuerzo tanto de producción, ambientación y contexto histórico, quizás, los que vayan buscando espectacularidad sin más, o simplemente secuencias bien elaboradas sin solidez, la serie les defraudará, pero aquellos que quieran ver el rostro humano de El Cid, todo su peso, la tensión que le rodeada, cómo se fraguó la leyenda, y sobre todo, todos los personajes que pulularon por su existencia, disfrutará muchísimo con una serie que habla, no solo de la época de Ruy, sino de cualquier época en cualquier lugar, cuando entran en liza los deseos en dura batalla contra la realidad impuesta. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

 

Adiós, de Paco Cabezas

DENTRO DE MI PECHO.

“Cuántos sueños en el tiempo, cuántos puentes en el camino
Se iban perdiendo a lo lejos, con un sol como testigo
Y que el cielo a ti te acoja, que el infierno quede lejos
Que los pájaros te vean siempre como a uno de ellos”

(Fragmento del tema Un largo viaje, interpretada por Rosalía)

Amor, rabia, traición, mentira, pasado, violencia, sangre y fuego, son algunos de los elementos que intervienen en Adiós, la vuelta al cine español del internacional Paco Cabezas (Sevilla, 1976) un cineasta que sorprendió con Carne de neón (2010) que al igual que Adiós, también protagonizaba Mario Casas, un thriller urbano y familiar que le abrió las puertas a Hollywood con títulos de género más o menos interesantes como Tokarev (2014) o Mr. Right (2015) dirigiendo a intérpretes de la talla de Nicolas Cage, Sam Rockwell y Tim Roth, así como en series populares como Penny Dreadful o American Gods, entre otras. El regreso a su Sevilla, a su ambiente, a su idioma andaluz, viene de la mano de un guión firmado por dos debutantes José Rodríguez y Carmen Jiménez, en un relato duro, de piel y sangre, violento, situado en las 3000 viviendas, el barrio marginal por antonomasia de Sevilla, en una historia que arranca con Juan Santos, un tipo que cumple condena y sale con el tercer grado cada día. Fuera le esperan su mujer Triana y su niña Estrella. Todo parece indicar un futuro más o menos halagüeño, a pesar de la situación.

Todo eso se desbarata y de qué manera cuando en un accidente, la niña muere, y Juan clama venganza con los suyos, “Los Santos”, un clan gitano dedicado a la droga y expulsado de las 3000 viviendas por el otro clan, “Los Fortuna”, amos ahora del mercado de droga. Las pesquisas de Juan lo llevan a los citados Fortuna, pero en el asunto, también aparece la policía, encabezados por Eli, una policía que ha perdido a su hijo, y Santacana, un poli bregado en mil batallas. La trama, contada con brío y acierto, aunque en algunos instantes parece perderse dando demasiadas vueltas y subrayados innecesarios, el relato tiene fuerza y calidad, con una ambientación bien resuelta, con una grandísima fotografía de Pau Esteve Birba, todo un experto en imprimir esa luz sombría y apagada que pide tanto la historia, o el enérgico montaje de Luis de la Madrid (colaborador habitual de Balagueró) y Miguel A Trudu, sin olvidar la banda sonora incidental de Zeltia Montes, que interpreta a las mil maravillas el encaje de la música en la historia, que baña sus imágenes con mesura y acierto, consiguiendo esa música afilada que rasga los instantes, y los grandes temas que escuchamos que casan tan bien con la película como La estrella, del gran Enrique Morente, el Me quedo contigo, de Los chunguito, ahora con la voz armónica y dulce de Rocío Márquez, y finalmente, el temazo Un largo viaje, cantado por Rosalía.

Y que explicar del inmenso reparto de la cinta con la gran Laura Cepeda como directora de casting, en el que logra reunir quizás el mejor reparto del cine español de este año, encabezado por Mario Casas como Juan, un hombre que lidia entre su pasado oscuro y su necesidad de venganza, y los conflictos familiares del clan, a su lado, Natalia de Molina como Triana, esa esposa y madre que vivirá su propio vía crucis, Ruth Díaz, una policía que todavía cree en la justicia y se enfrentará a todos y a ella misma por buscar la verdad, Carlos Bardem en un rol de poli duro y violento, y esa retahíla de grandes intérpretes como Vicente Romero, Sebastián Haro, Mona Martínez (espectacular como esa matriarca gitana de armas tomar) Pilar Gómez (que como hace en las tablas demostrando que es una actriz fantástica componiendo una yonqui brutal) Moreno Borja como el jefe de Los Fortuna (que conocimos como padre en Carmen y Lola) Salva Reina como yonqui tirado y cobarde, Ramiro Alonso como Taboa, otro de los jefes del trapicheo, Mariola Fuentes como vecina amiga del protagonistas, y finalmente, Consuelo Trujillo, una madre que oculta mucho más de lo dice, entre muchos otros.

Cabezas ha hecho sin lugar a dudas su mejor título, por todo lo que cuenta, una tragedia amarga y fatalista de aquí y ahora, con todo lo que se le pide a los mejores thrillers desde amor, odio, violencia, sangre, familia, traiciones, mentiras, relaciones y mucha oscuridad, donde la mierda de la alfombra se irá escarbando para levantarla y que caiga quién tenga que caer, sin contemplaciones hasta el último mono implicado. Adiós, sintomático título que refleja el descenso de ida a los infiernos en el que no hay vuelta atrás, con ese aire de tragedia lorquiana, situado en esa Andalucía deprimente, salvaje y cruel, donde mueren los inocentes sin piedad, en la que se mueve mucho dinero y muchas drogas, donde unos se matan lentamente su penosa existencia, y otros, engordan su vida con dinero manchado de sangre y brutalidad.

El director sevillano imprime energía y oscuridad a su película, con unos intérpretes entregados que defienden sus personajes con humanidad y complejidad, sacando lo mejor y lo peor de cada uno de ellos, situados en unas vidas rotas, amargas, con pasados tortuosos, que intentan dejar atrás como el personaje de Juan, pero como si fuese un tipo que tanto le gustaba filmar a Fritz Lang, el pasado los ata y por mucho que intenten huir de él, siempre se impone y va a su caza y captura, tiene esa atmósfera del thriller americano de los setenta donde hay crítica social y amargura por los cuatro costados, donde hasta el más pintado se acaba metiendo en la boca del lobo, o ese thriller seco, asfixiante y violento, que tanto vimos en el cine español de final de franquismo y transición como Furtivos o Pascual Duarte, entre otras. Cabezas ha vuelto al cine español por la puerta grande, bien guiado por Enrique López Lavigne en la producción, un tipo que lleva más de medio centenar de películas a sus espaldas, convertido ya en uno de los más importantes e interesantes, que le ha permitido sentirse libre y firme para filmar una película sólida, con algún altibajo, pero en su conjunto un buen título que hará emocionar a todos aquellos que les gusten los relatos duros y secos, pero también sensibles y conmovedores. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Ibon Cormenzana

Entrevista a Ibon Cormenzana, director de la película “Alegría Tristeza”, en los Cines Renoir Floridablanca en Barcelona, el jueves 15 de noviembre de 2018.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Ibon Cormenzana, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, y a Eva Herrero y Marina Cisa de Madavenue, por su tiempo, cariño, generosidad y paciencia.

Alegría Tristeza, de Ibon Cormenzana

EL HOMBRE QUE NO PODÍA LLORAR.

La película se abre de forma brutal y desatando el conflicto interno que sufren los personajes. Marcos, el padre protagonista, cena junto a su hija Lola, en silencio, y sin que aparezcan juntos en los cuadros. Marcos no acaba su cena y se marcha, nos quedamos con la mirada inquieta de la niña. De repente, empezamos a escuchar unos golpes secos y fuertes que provienen de la aseo de la vivienda. Lola se dirige hacia el aseo y allí, sin mediar palabra, abraza a su padre que tiene el puño de la mano derecha ensangrentada. De esta manera, áspera y sin aliento, arranca la tercera película como director de Ibon Cormenzana (Bilbao, 1972) con una interesante trayectoria como productor de autores tan importantes como Pablo Berger, Julio Medem, Claudia Llosa o Celia Rico, en la dirección se ha prodigado menos con sólo dos títulos muy espaciados en el tiempo, su debut con Jaizkibel (2000) planteaba un película que abordaba el tema del suicidio a través de las investigaciones de un director de cine, en la siguiente, Los Totenwackers (2007) narraba una aventura infantil destinada para los más pequeños.

Con Alegría Tristeza, vuelve a los mismos parámetros que ya retrata en su opera prima, ambientes cotidianos y un drama desgarrador y bien narrada, dónde la contención y la sobriedad son las armas para enfrentarse a los conflictos emocionales de los personajes. Marcos es un bombero habituado a las situaciones límite, aunque la vida le pondrá en la tesitura de lidiar con un durísimo golpe que le hará entrar en un estado depresivo, donde ha perdido la empatía emocional, no siente ni sabe sentir a los demás. Todo este problema le llevará a un hospital a tratarse psiquiátricamente, donde un doctor veterano le impondrá un método más convencional para ayudarle,  en cambio, una joven doctora empleará otros mecanismos, más personales, para hacer volver a sentir. Cormenzana nos cuenta la película con un guión preciso y lleno de detalles interesantes, un narración escrita junto a Jordi Vallejo (guionista de series como Sin identidad o Nit i dia, o películas como El pacto) consiguiendo de forma sutil y emocionante, llevarnos por los problemas de Marcos y aquello que lo trastorno, y sus relaciones con su hija y su mejor amigo, que también es compañero de trabajo.

El director bilbaíno nos sumerge en una película sencilla y honesta, sin estridencias sentimentales ni giros nerviosos de guión, sino adentrarnos con pausa en el mundo del protagonista, y su nuevo ambiente del hospital, contándonos de forma sutil y sobria los métodos médicos que va experimentando, y sus nuevos compañeros, como Andrés Gertrudix, con un personaje que sufre esquizofrenia, una de las presencias inquietantes de la película, o la relación íntima y personal con la doctora Luna, que consigue traspasar la barrera profesional y adentrarse en esa maraña de no sentimientos que padece Marcos. La película pide atención por parte del espectador, y sobre todo, dejarse llevar por un cuento bien narrado, que utiliza de forma admirable los espacios y la relación de ellos con los personajes, creando esa atmósfera que nos hace empatizar con ellos, no de forma evidente y sin gracia, sino todo lo contrario, acompañándolos en su experiencia dramática y caminando junto a Marcos, experimentando con él todos sus conflictos internos y su depresión, mirándolo a los ojos y viviendo sus problemas.

La elección de Roberto Álamo para el personaje de Marcos es todo un gran acierto, porque Álamo vuelve a darnos una lección de sencillez y contención encarnando a un hombre ausente, perdido y a la deriva, recordándonos al Brando de La ley del silencio, esos personajes que deben afrontar sus miedos e inseguridades, y nos e ven capaces a enfrentarse a ellos y desnudarse emocionalmente. Bien acompañado por la dulzura y valentía de Manuela Vellés como esa doctora idealista que se enfrenta a su superior (maravillosamente bien interpretado por la sobriedad de Pedro Casablanc) porque desaprueba sus métodos médicos, la eficiente y calidez de la niña Claudia Placer lidiando con un padre triste, y las presencias de Carlos Bardem y Maggie Civantos, como amigo y esposa del protagonista. Cormenzana ha vuelto a dirigir consiguiendo atraparnos en un drama cotidiano y sencillo, conmoviéndonos con tiempo y mesura, una tragedia de nuestro tiempo, en que el conflicto emocional de Marcos es de aquí y ahora, algo que nos podría suceder a cualquiera de nosotros, un problema mental al que debemos enfrentarnos de forma durísima y sin titubeos, sacando aquello que nos duele y nos revienta, aquello que no nos deja vivir, aquello que nos ha alejado de los nuestros, y nos ha encerrado en ese estado de tristeza permanente y ausencia. Un estado que con la ayuda de los que más queremos y con profesionales, podemos salir adelante y empezar a vivir, respirar y volver a sentir.