Entrevista a Carlota Nelson

Entrevista a Carlota Nelson, directora de la película «Cristina García Rodero: La mirada oculta», en el Sunotel Central en Barcelona, el jueves 30 de noviembre de 2023.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Carlota Nelson, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, y a Yolanda Ferrer de Wanda Visión, por su amabilidad, generosidad, tiempo y cariño. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

 

Notas sobre un verano, de Diego Llorente

MARTA Y EL AMOR Y GIJÓN. 

“Creo que en el amor no somos más que principiantes. Decimos”.

Raymond Carver

La vida de Marta está en Madrid, junto a su pareja Leo, con el que se acaba de mudar, dejó su Gijón natal para mejorar profesionalmente, o eso pensaba en ella. Su realidad es diferente, la precariedad se ha instalado en su existencia, mantiene varios trabajos y no está satisfecha. Es verano y vuelve a Gijón sola, su chico ha de trabajar, para estar con los suyos, salir de noche, ir a la playa, tomar sidra y recuperar viejas relaciones, como las de su ex Pablo. El tercer largometraje de Diego Llorente (Pola de Siero, 1984, Asturias), se mueve dentro del mismo marco de sus anteriores trabajos como Estos días (2013), la ruptura de una pareja y los diferentes caminos de sus componentes, y Entrialgo (2018), documento sobre el pueblo homónimo, con sus adultos y niños, y digo esto, porque vuelve a ser un largometraje producido por él, con historias sencillas, sobre gente de su edad, o lugares que conoce, y además, el amor es la base en el que se desarrollan los avatares e imperfecciones sentimentales de sus atribulados personajes. 

En este caso, tenemos a Marta, y su vida-puente, entre Madrid y Gijón, entre esa precariedad en la que existe, con un amor que parece teñirse de dudas, de diferentes trabajos para subsistir en la mecanización de la gran ciudad, y luego, el reflejo, ese Gijón de la infancia, ahora de la juventud, del verano, de antiguos amores, y deseos difíciles de detener. Dos vidas o dos formas de enfrentarse a una vida que no es la que uno desea, o simplemente, la vida está pero no logramos alcanzarla, porque estamos demasiado lejos de todo aquello que queríamos. Con esa luz tenue y algo fría tan del norte, del mar cantábrico que baña Gijón, obra de Adrían Hernández, que ya se encargó de la citada Estos días, consigue sumergirse, y nunca mejor dicho, como esa maravillosa secuencia de Marta y Pablo bajo las aguas del Cantábrico, en esos días de veraneo, un estío diferente, uno más o no para Marta, porque vivirá, al igual que su vida, entre dos ciudades, entre dos formas de amar y desear, entre las imperfecciones del amor, entre esa vida desplazada en la que ella no acaba de encontrar su sitio y su estabilidad tanto emocional como económica. 

Una vida que va pasando, entre días y noches de compartir con sus amigas, con Pablo, como sí la vida se detuviera, bajo esa Luz de agosto en Gijón, que canta Nacho Vegas, que conversa directamente entre la infelicidad no declarada de Marta, que todavía alberga algo de esperanzas que las cosas cambiarán, como cada verano, como cada viaje de ida y vuelta a Madrid, a no sé sabe qué. Días de verano norteño entre lecturas de Lispector, Berger y Carver, entre mitad del rumor del mar, entre el sexo con Pablo, la llegada de Leo, esperada e incómoda, en la que Marta aún más se sumirá en ese letargo de no saber, de dudas interminables, de caminatas en compañía y no tanto, en esos ratos con el amor o con quién crees que es el amor, o yo qué sé. Llorente no se pierde entre vericuetos ni estridencias, y hace de su modestia su mejor virtud, porque su relato es sencillo, íntimo y transparente, y ofrece una magnífica indagación en el mar de dudas de las vidas de ahora, de esas vidas, sumamente preparadas profesionalmente que no acaba de encontrar su lugar en la vida laboral, y en los sentimientos también andan perdidos, deambulando en un laberinto sin entrada ni salida, como deja en evidencia su equilibrado y rítmico montaje, que firma el propio director, con esos 83 minutos de metraje, donde cabe de todo, esas idas y venidas, esos ratos sexuales, esos otros de amor, o algo que se le parece, y esas complicidades con la familia y las amigas, y todo eso que algún Marta dejó y cada verano recupera y le atormentan las dudas de su vida aquí y allí, o esa otra vida que ni sabe dónde se quedó o se perdió. 

Si hay otro elemento fundamental en la película que brilla con luz propia, es su ajustado, cercano y cómplice reparto, una ramillete de excelentes intérpretes de rostros poco conocidos para el público mayoritario, encabezado por una extraordinaria Katia Borlado, en el papel de Marta, que recuerda a la Léa de Tres días con la familia (2009), de Mar Coll, el hilo conductor de la trama, en ese mar de dudas, en ese mar de sentimientos contradictorios, como espeta en alguna que otra ocasión, una mujer que sabe dar a su personaje esas contradicciones que nos abordan continuamente, aunque no seamos tan honestos de reconocerlas. Junto a ella, Alvaro Quintana como Pablo, el que se quedó, el que sigue con un trabajo que no permite abandonar la casa paterna, el que recupera algo de ese amor con Marta que se quedó atrás. Un amor que está y no está, que está en Gijón, pero no en el Gijón de ahora. Antonio Araque es Leo, que hace poco vimos en Te estoy amando locamente, es Leo, la pareja oficial, con el que vive en Madrid, el que aparece y crea más distensión en todo lo que vemos y sucede. Otros rostros son Rocío Suárez, Laura Montesinos y Elena Palomo, entre otras, que contemplan un elenco desconocido pero que transmite las dudas e imperfecciones del amor, y por ende de la vida. 

Notas sobre un verano, de Diego Llorente es una de esas películas que necesitan una, dos y mil oportunidades para descubrir, saborear y degustar con calma, sin prisas, y en silencio, viajando con la protagonista adónde quiera llevarnos o la vida le vaya llevando, que a veces, es más esto segundo que lo primero. Un viaje cercano y emocional, de esos que nos replantean muchísimas cosas, quizás demasiadas, o esas cosas que siempre dejamos para otro día y un día, que menos esperamos, nos da un sonoro bofetón de dudas y realidad. Una travesía dejándonos llevar por Gijón, por Marta, por todo lo que sucede, tanto lo que se ve como lo que no, con esa complicidad que tienen las películas de Rohmer, Linklater y Jonás Trueba, donde el verano no es sólo la estación de las vacaciones, sino también, la estación donde nos damos la oportunidad, casi sin quererlo, de descubrirnos, de mirarnos hacia adentro y sobre todo, de aclararnos, aunque como casi siempre nos ocurre, una cosa es lo que piensas y otra, muy distinta, las circunstancias de la realidad, esa que no se puede controlar, ni mucho menos comprender, la que va ocurriendo mientras tú… Ya saben de qué les hablo. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

My Mexican Bretzel, de Nuria Giménez Lorang

LAS VIDAS DE VIVIAN BARRETT.

“La mentira es solo otra forma de contar la verdad. Debajo de todos los fragmentos subyace un mismo flujo. Lo esencial ni se dice ni se ve. Se busca, pero no se encuentra. ¿Qué es la realidad sino una reconstrucción continua e infinita? La voluntad de creer es la mano del hombre que cuelga del precipicio y que se agarra a la única piedra que parece que puede salvarle. Sin embargo, siempre acaba cayendo”

Paravadin Kanvar Kharjappali

Mucho del cine de ahora tiene mucha responsabilidad que el cine haya perdido su verdadera esencia, aquel misterio que impregnaban las imágenes y nos transportaba a otros mundos, otras formas de ver, de mirar, de sentir, de vivir, y sobre todo, durante hora y media, nos trasladaba a lo más profundo de nosotros mismos, imaginando y experimentando otras vidas, otras alegrías, otras tristezas, otras ilusiones, en fin, muchos universos dentro de este. Aunque, cada temporada nos tropezamos con películas que nos devuelven lo perdido, ese maravilloso legado que es mirar cine y verse reflejado.

My Mexican Bretzel, de Nuria Giménez Lorang (Barcelona, 1976), debutante en el largometraje, es una de esas películas especiales que de tanto salen de algún lugar oculto, revelándose en su misterio y su honestidad, envueltas en un aura de búsqueda, de un secreto que desvelar, ya desde su maravilloso cartel, con una mujer en el mar, esperando una ola, ataviada con un traje de baño muy de los años cincuenta, de lado, a la que no podemos ver su rostro. Un imagen que nos seduce e inquieta a la vez, y nos desborda a cuestiones que quizás, la película, nos logre responder o no. Giménez Lorang no fue a buscar una película, la película fue a buscarla a ella. Después de la muerte de sus abuelos, encontró ocultas medio centenar de bobinas de 8 y 16mm filmadas por su abuelo Frank A. Lorang (1913-2010), durante las décadas de los 40, 50 y 60. Imágenes domésticas de los viajes de un matrimonio acomodado.

Unas imágenes bellísimamente filmadas, acompañadas por el diario ficticio de un personaje inventado llamado Vivian Barrett, una esposa elegante y sofisticada, que junto a su marido León, va descubriendo el mundo en sus viajes, y a través de su diario, vamos descubriendo otra vida, u otras vidas, que tienen que ver más con sus deseos, ilusiones, frustraciones e inseguridades, en la que vamos encontrándonos con otra mujer a la de las imágenes, un diario al que le acompañan las reflexiones sobre la condición humana de Paravadin Kanvar Kharjappali. Un ejercicio parecido al de Ainhoa, yo no soy esa (2018), de Carolina Astudillo, donde las imágenes filmadas chocaban de pleno con el diario de la joven, que nos descubría muchas vidas en una. La película opta por la estructura de una película muda, devolviéndonos la artesanalidad del cine, donde vamos leyendo el diario de Barrett sobreimpresionado en las imágenes, con algunos sonidos escogidos, creando esa escala de lecturas y vidas que emanan tanto las imágenes, la escritura y la falta de sonido.

La película nos va llevando sin ruido y con delicadeza hacia un estado hipnótico, subyugante y brutal, donde los espectadores vamos fabulando sobre la vida de Vivian, su esposo, y el amante mexicano, imaginándonos no solo sus vidas, sino el off, lo que no muestran ni desvelan las imágenes, y si el diario, y viceversa, en una película que es muchas películas a la vez, porque va desde un preciso y evocador ejercicio de found footage, fiel heredero del imaginario de Marker, el melodrama romántico y desolador que tanto cosecharon Stahl, Wyler o Sirk, con sus relatos sobre la falsa felicidad de los años cincuenta y sesenta, con sus historias de amor reales o no, en un retrato íntimo sobre las apariencias y tristezas de las mujeres acomodadas, una fantasía sobria al mejor estilo de los cineastas mudos, con sus fantasmas evocados, y sus abundantes secretos y mentiras ocultos o por desvelar, o incluso, todo lo que desvelan y no las filmaciones domésticas de tantos seres anónimos que creyendo que capturan sus vidas, no sabían que estaban también evocando lo que se no se ve, lo ausente, quizás la verdad que se resiste a dejar ver su propia naturaleza.

Una película de montaje tan exhaustivo y sobrio necesitaba a alguien como Cristóbal Fernández, que firma la edición junto a la directora, para ordenar y descifrar todos los enigmas que ocultan sus imágenes, y sobre todo, revelar el misterio que esconden, pero aunque la película encierra muchos misterios y algunos se revelan, y son mostrados frente a nosotros, hay otros, quizás más productos de nuestra imaginación e inventiva, que siguen ocultos, aguardando a otros espectadores, como ocurría con la extraordinaria Tren de sombras (1997), de José Luis Guerín, sincero y rendido homenaje al cine como experiencia personal y universal, donde realidad, ficción y mentira se daban la mano creando un inquietante y fascinante juego de espejos, reflejos y espectros, que al igual que sucede con la película de Giménez Lorang, la experiencia cinematográfica como práctica evocadora a otras realidades y ficciones, en función de cada espectador y su forma de mirar, que desvela otro de los grandes aciertos de esta magnífica y fascinante obra de Giménez Lorang, que contando algo tan íntimo, personal y secreto, la película vuela por sí misma, y sus imágenes y relato se vuelven universales, y todos y cada uno de los espectadores que se acerquen a ella, no solo disfrutarán de sus infinitos misterios, sino que podrán intervenir en ella, fabulando e imaginando todo aquello que revelan sus imágenes, todo el fuera de campo que está ahí, y no vemos, y sobre todo, todos los fantasmas que se evocan, tanto los reales como los inventados, o los que se mantienen ocultos. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Sara Sanz y David Hebrero

Entrevista a Sara Sanz y David Hebrero, actriz y director de la película «Dulcinea», en el marco del BCN Film Fest. El encuentro tuvo lugar el martes 30 de abril de 2019 en el Hotel Casa Fuster en Barcelona.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Sara Sanz y David Hebrero, por su tiempo, amistad, generosidad y cariño, y a Sonia Uría de Suria Comunicación, por su tiempo, paciencia, generosidad y trabajo.

La vida lliure, de Marc Recha

LA ISLA DEL TESORO.

Había una vez en la Menorca de finales de la Gran Guerra, que unos hermanos, Tina, de unos 13 años, y Biel, de unos 7 años, vivían junto a su tío Conco, en una antigua casa en la que el tío trabajaba la tierra para unos terratenientes. La isla, azotada por la falta de trabajo y escasez en general, malvivía del contrabando entre los alemanes y los nazis, y sus habitantes soñaban con salir de aquel rincón, en irse a otros lugares y ver mundo, como la madre de los niños que había emigrado a Argel. Un día, como otro cualquiera, Tina y Biel, se tropiezan en la playa, junto a la casucha de pescadores, con Rom, un hombre de espíritu libre, que vive en consonancia con la naturaleza, de lo que saca de aquí y de allí, que al igual que los dos hermanos, ansía salir de esa isla y experimentar otras aventuras imposibles. La novena película de Marc Recha (Hospitalet de Llobregat, Barcelona, 1970) nos vuelve a situar en su entorno predilecto, el ambiente rural, en esa periferia alejada de todos, lugar común en su cine, con la naturaleza omnipresente que a través de sus accidentes atmosféricos conoceremos el interior de los personajes y las diferentes actitudes que tomarán en las circunstancias que se irán encontrando a lo largo del metraje.

El cine de Recha es intimista y extremadamente cercano, donde podemos saborear y describir con paciencia el tiempo que va pasando, a través de unos personajes muy próximos, seres de carne y hueso, sometidos a lugares cerrados y hostiles, espacios que los ahogan y asfixian de tal manera que no cejan de soñar con salir de ahí, escapando hacia otros sitios que los hagan estar mejor, mientras tanto, inventan y modifican la realidad para que de esa manera la espera sea más plácida, un cine en el que en muchas ocasiones, la infancia se erige como epicentro de la trama, una infancia casi abandonada, dejada a su suerte, en el que la imaginación será el arma que tendrán a su alcance para soportar las calamidades de una existencia bastante anodina y miserable, como ocurría en L’arbre de les cireres, Petit indi o Un dia perfecte per volar, cintas donde la infancia era la protagonista absoluta, como ocurre en La vida lliure, donde la película se asienta en la mirada de Tina, y ella misma nos va contando las experiencias que van viviendo en su quehacer diario.

Rom, de aspecto bonachón y amigable, será ese ogro en apariencia bueno, que alimentará los sueños imposibles de los dos hermanos relatando aventuras inolvidables e imposibles de grandes viajeros perdidos en los confines del mundo, sus historias increíbles y su relación con la naturaleza entusiasmará a los niños que verán en él ese adulto que los entiende y trata como iguales, a diferencia de la severidad y la rectitud de su tío labrador. Recha, con la complicidad habitual en la fotografía de Hélène Louvart, consigue atrapar la atmósfera inquieta y cambiante que anida en esa parte de la isla, a través de su luz, viento y agua que reinan en el lugar (grandioso el inmenso trabajo en el sonido de Eva Valiño, y la música de Pau Recha, que a través de sus ritmos y melodías, consigue mezclarse con naturalidad con su paisaje) y filmar a los animales en su cotidianidad con sumo respeto y paciencia, y marcando los días monótonos y apacibles, en general, que van cayendo en la isla, filmando un universo lleno de soledades, soñadores y criaturas en tránsito, creando un caleidoscopio sutil y veraz de la radiografía de los habitantes de la Menorca de finales de 1918.

El barco anclado en mitad de la bahía, visible desde la playa, propiedad de ese señor de Menorca, acompañada de esa extranjera, que siempre veremos desde la distancia, representará esa libertad que tanto ansían los personajes, volviéndose en un objeto preciado por todos ellos y el único medio para salir de la isla, acompañado con la aparición de un tesoro que descubren escondido los dos hermanos. Recha es uno de los cineastas que mejor ha filmado la naturaleza y sus ritmos ancestrales, convirtiéndola no solo en un personaje más, esencial en sus trabajos, sino que, a través de ella, compone una mirada que impregna todo el paisaje y a aquellos que habitan en él, en una especie de simbiosis natural donde unos se impregnan de otros, y donde el paisaje humano, natural y animal, se acaban convirtiendo en uno solo. La película es una magnífica aproximación al género de aventuras con el aroma de la novela de La isla del tesoro, de Stevenson, con la que guarda más de una línea argumental, y también, con la película Los contrabandistas de Moonfleet, de Fritz Lang, dos relatos protagonizados por dos adolescentes, Jim Hawkings y John Mohune, respectivamente, que experimentarán la aventura de vivir, las ansias de libertad, y también, comprenderán que el mundo de los adultos puede ser mentiroso, oscuro y muy siniestro.

El cineasta barcelonés se acompaña de un equipo artístico que compone unos personajes magníficos, llenos de sutilezas, apoyados en sus miradas y gestos, con Miquel Gelabert, como ese tiet que representa la paternidad ausente de los niños, Sergi López (que repite con Recha después de Un dia perfecte per volar) sería el otro lado del espejo del tío, con su habitual naturalidad y capacidad para transmutarse en cualquier personaje, ya sea un capitán fascista o el ogro bonachón de esta película) y los deslumbrantes y fantásticos niños Macià Arguimbau, y Mariona Gomila, que solamente su propia mirada y su voz autóctona de Menorca (que crea esa atmósfera vital y sombría que emana todo el relato) representa con brillantez y sensibilidad toda la película de Recha, enmarcándose en ese espíritu imperecedero de las historias míticas de piratas, bucaneros y contrabandistas que seguirán siendo el caldo de cultivo y las herramientas intrínsecas para seguir imaginando esos mundos, de grandes y perdidos mares, llenos de universos extraños, exóticos, peligrosos, fantásticos y llenos de aventuras sin fin.


<p><a href=»https://vimeo.com/255710099″>Trailer LA VIDA LLIURE</a> from <a href=»https://vimeo.com/user3390135″>La Perif&egrave;rica Produccions</a> on <a href=»https://vimeo.com»>Vimeo</a>.</p>

La sal de la tierra, de Wim Wenders y Juliano Ribeiro Salgado

The Salt of the Earth posterEl viajero de la luz

Arranca la película explorando el origen de la palabra fotografía, nos cuentan que proviene del griego, de la palabra “photos”, que significa luz y “graphis” que significa dibujo, escritura. Así que, su significado sería “dibujar o escribir con la luz”. Wim Wenders (Düsseldorf, 1945), cineasta y fotógrafo alemán, de amplísima trayectoria con más de 30 títulos, desde que debutase en 1970 con Verano en la ciudad, con experiencia en retratos sobre diversas figuras artísticas: se ha acercado y reflexionado sobre cineastas y el cine, Nicholas Ray, Yasujiro Ozu…; sobre música, trova cubana y el soul americano, o sobre danza con la figura de Pina Bausch. Un cineasta que aborda de manera magnífica y sincera la figura del fotógrafo Sebastião Salgado (Aimorés, Minas Gerais, Brasil, 1944), que después de dedicarse un tiempo a la economía, en 1973, decidió dejarlo todo, comprarse un equipo de fotografía y dedicarse a su pasión. Empezó recorriendo Sudamérica, captando con su cámara las diferentes culturas indígenas y sus maneras de vivir. Ese viaje encendió su conciencia social y trazó su camino, su trabajo se dedicaría en denunciar la injusticia retratando la guerra, el hambre, los refugiados y desplazados, los trabajadores… Una fotografía siempre en blanco y negro, luminosa, bellísima (que a principios del 2000, le llevó a duras críticas por parte de intelectuales de la talla de Susan Sontag o periodistas del Times, que le reprochaban que la belleza de sus imágenes sobre la exposición de la miseria humana, le podían hacer perder la autenticidad de la misma, situación que obvia la película). Su trabajo le ha llevado a convertirse en un viajero incansable, desde principios de los 80 ha estado en todas las guerras y conflictos humanos que han ido sucediendo a lo largo y ancho del mundo (las guerrillas latinoamericanos, la hambruna de Etiopía, en la guerra de Irak –con la quema de los pozos de petróleo-, la guerra de los Balcanes, la de Ruanda, etc…), su conciencia social le ha llevado a recorrer el mundo inmortalizando con su objetivo el terror, la tragedia y miseria humana. En su última guerra se detuvo, no pudo más, se retiró y busco refugio en sus orígenes, donde nació, un lugar desértico y erosionado, que con la ayuda de su familia, su mujer Léila, -fundamental en su obra- replantaron y lo convirtieron en un ecosistema lleno de naturaleza viva repleta de árboles, vegetación, agua y animales. Aquella vuelta a sus orígenes, lo devolvió a la fotografía, a sus viajes para retratar la naturaleza ancestral, la que seguía virgen y alejada del mundo civilizado, y a las culturas que vivían en esos medios salvajes y vivos. Wenders, acompañado de Juliano Ribeiro Salgado, -hijo mayor del fotógrafo- nos invocan a un viaje y a un encuentro entre el cineasta y el fotógrafo, a recoger de forma profunda y reflexiva, a través de imágenes de archivo y actuales, la trayectoria  humana y profesional de Salgado, que va relatando su vida, de una forma sincera, nos habla de su exilio en París, debido a la dictadura en Brasil, el desarrollo de su trabajo, las situaciones que más le emocionaron, los momentos dulces y duros de su experiencia. Los cineastas nos muestran la cara humana del fotógrafo, la que no vemos, lo que queda detrás de la imagen. El fotógrafo brasileño nos cuenta que la fotografía ya no es un objeto, es un concepto. Una vida dedicada a mostrar lo que nos rodea, al retrato humano de la tragedia, a explorar y dar luz a todos aquellos que no la tienen, a los invisibles, a los que viven apartados, a todos y cada uno de ellos Salgado les ha dedicado su tiempo y su trabajo. Documento no sólo sobre un fotógrafo y su obra, sino también sobre una manera de vivir, de sentir y sobre todo, de mirar la vida en todos los sentidos y de cualquier fomra, la humana, la animal, la vegetal y la mineral. La película nos invita a cerrar los ojos, a mirarnos y mirar con el corazón, volviendo a nuestro interior, a los orígenes, a lo más insignificante y a lo más pequeño.

 

 

 

Viajo sola, de Maria Sole Tognazzi

Viajo-sola-CartelIndependiente, madura, sola y ¿feliz?

Irene es una mujer de cuarenta y tantos años, atractiva, elegante y distinguida. Le encanta su trabajo como inspectora de hoteles de lujo para la prestigiosa cadena Leading Hotels. Su tiempo se debate entre hoteles, maletas y viajes, muchos viajes, aunque su profesión ocupa todo su tiempo, en cambio, su vida personal no existe, puede que se encuentre perdida en algún lugar, entre su flamante apartamento que se ha convertido en un lugar sin vida, y las personas de su entorno, las cuáles parece que tampoco  le llenan lo suficiente, o quizás Irene ya no encaja con ellas: Andrea, su ex pareja, que ahora es su mejor amigo y va a ser padre, y Silvia, su hermana pequeña, que es su antítesis, es una esposa aparentemente feliz, y madre de dos niñas. Maria Sole Tognazzi –hija del grandísimo actor Ugo Tognazzi-, y como su personaje, pasa de los cuarenta y no tiene hijos, centra su tercera película (las dos anteriores inéditas en nuestras carteleras) en la figura de una mujer madura, que goza de independencia económica, pero ha elegido estar sola, decisión que choca frontalmente con la idea imperante de la familia tradicional italiana, si bien, encontrarse con hombres maduros en esa situación no sorprende, ocurre todo lo contrario con la visión que tenemos de las mujeres de la misma edad. La opción de no tener hijos, de mantener relaciones esporádicas, y ocupar la mayoría del tiempo en desarrollarse profesionalmente, es una práctica cada vez más empleada por muchos individuos como una opción de vida, alejada del convencionalismo imperante de las sociedades modernas neoliberales. Tognazzi nos conduce de la mano a través de lugares lujosos, empieza en París, pasa por Roma, nos lleva a la exótica Marraquech, para dejarnos en Berlín, y despedirse en un aeropuerto, quizás una bella metáfora del discurrir vital de la protagonista, una vida en constante tránsito. Una comedia ligera, sin artificios, naturalista, la cámara de la realizadora italiana muestra y observa, no juzga y tampoco, se deja llevar, de manera que los espectadores miramos a una mujer que disfruta con su trabajo y se relaciona con muchas personas, y de todas y cada una de ellas, saca una lección positiva o negativa. Las circunstancias que le van a estallar en las narices llevan a Irene a replantearse ciertas actitudes y sentimientos, porque aunque adore su trabajo, también adora que la quieran y le gusta sentirse importante para las personas que la rodean y quiere. Marguerita Buy –actriz de reconocida trayectoria desarrollada principalmente en el país transalpino, donde ha trabajado con directores de la talla de Monicelli, Moretti, Verdone, Luchetti…- nos ofrece una composición maravillosa, interpreta la gran variedad de matices que despliega su personaje, los gestos y las miradas de esta mujer que algunos la verán como una persona solitaria incapaz de amar, y otros, como alguien que vive su vida sin importarte lo que piensen los demás.