Diamanti, de Ferzan Özpetek

LA SARTORIA CANOVA ABRE SUS PUERTAS.  

“El cine nunca es arte. Es un trabajo de artesanía, de primer orden a veces, de segundo o tercero lo más”. 

Luchino Visconti 

Hubo un tiempo que el cine italiano, de la mano del gran Luchino Visconti (1906-1976), se convirtió en una de las cinematografías más importantes en el apartado de vestuario, porque de la mano del magnífico diseñador Pietro Tosi (1927-2019), erigió ese departamento en uno de los más sofisticados y elegantes, dotando a la ropa un significado muy especial, no visto hasta ese momento. Películas como El gatopardo (1963), La caída de los dioses (1969), Muerte en Venecia (1971) y Ludwig (1972), entre otras. Un cine y una época ya desaparecida. Un cine y una época que el director Ferzan Özpetek (Fenerbahçe, Turquía, 1959), que cuando empezó trabajando como ayudante de directores como Massimo Troisi conoció la sastrería donde trabajaba el citado Tosi. En Diamanti, su película número 14 mira aquel pasado y construye un gran homenaje a aquella sastrería, ahora llamada como “Sartoria Canova”, donde hacen los trajes para el cine. 

A partir de un guion de Elisa Casseri, Carlotta Corradi (que trabajó con Özpetek en a serie Los ángeles ignorantes), y el propio director, nos sitúan en la mencionada sastrería que capitanea la temperamental y recta Alberta, que aprendió el oficio en París al lado del gran Balenciaga, y la reservada y apocada Gabriella, que arrastra la pena de su hija fallecida. Con el fabuloso prólogo en que, el propio director turco nacionalizado italiano, convoca a sus actrices a una comida y les explica la película que estamos a punto de ver. Cine y realidad, o más bien, cine dentro del cine, donde el cine registra la vida o viceversa, quién sabe. En la sastrería conocemos al resto de empleadas, todas mujeres, con sus conflictos personales y secretos inconfesables. Estamos ante una película que evoca un tiempo y una forma de hacer cine ya desaparecida. La película convoca un tiempo pasado, o lo que es lo mismo, nos sitúa en una recreación o en sueño, en un año como el 1973, con los encargados de alguna película de Visconti. El relato va por dos caminos. En uno, nos envuelven en la magia del cine, en la dificultad de encontrar el traje que se acomode al personaje, y por ende, a la actriz. Por el otro, vamos conociendo la intimidad de las empleadas, en sus hogares, sus situaciones personales, algunas muy duras. 

Özpetek construye una película llena de detalles, en que se respira el aroma de las películas de época del mencionado Visconti, donde cada objeto y color estaba muy pensado. Una cuidadosa cinematografía que firma Gian Filippo Corticelli, con el que ha hecho 8 películas, en que la cámara se mueve de manera elegante por las diferentes habitaciones de la doble planta de la sastrería, en unos deslizantes planos secuencia donde prima el movimiento y la belleza de los colores del espacio. Muy trabajados los departamentos de arte de Silvia Colafranceschi y vestuario de Sefano Ciammitti, así como la música del dúo Giuliano Taviani y Carmelo Travia, que ya trabajaron en varias películas de los Taviani. El montaje de Pietro Morana, otro gran cómplice del director de Hamam, el baño turco, con el que ha trabajado cuatro cintas, en un gran trabajo nada sencillo ya que la película se va a los 135 minutos de metraje, pero en ningún instante se apaga su luminosidad y ajetreo, tanto en el interior de la sastrería, con sus problemas y tejemanejes, y en el exterior de la misma, donde cada una de las mujeres vive su realidad cómo puede, en una sociedad donde todavía las mujeres debían luchar el doble para ser reconocidas y sobre todo, lidiar con unos conflictos que no resultaban muy complejos. 

Si el cine del director de La ventana de enfrente destaca es por su gran trabajo con el elenco de sus películas. En Diamanti recluta para la causa a alguna de sus actrices cómplices como Luisa Ranieri como Alberta, la voz cantante con su peculiar oscuridad en París, ya lo verán. La fascinante Jasmine Trinca hace de Gabriella, una alma rota y ausente que lleva su pena como puede. Y las sastras: Geppi Cucciari, Nicole Griamudo, Loredana Cannata, MIlena Mancini, Anna Ferzetti, Lunetta Savino, Aurora Giovinazzo, y más, la nerviosa diseñadora Vanessa Scalera, la mamá Mara Venier Silvana, las “actrices” Kasia Smutniak y Carla Signoris, y algún que otro hombre, como el director Stefano Accorsi, y otros. Un plantel que interpreta con naturalidad que consigue transmitir toda esa comunidad femenina que, gracias a la compañía y la solidaridad, construyen una familia que aborda con valentía y coraje las vicisitudes y demás oscuridades que deben afrontar en la Italia setentera. La película tiene esa dosis de realidad, tan dura y compleja, aunque lo que transmite es esa luz mágica que tenía el cine de entonces, donde cada traje era una obra de arte muy especial e importante, donde cada detalle era fundamental, en que cada pliegue y cada costura tenía su razón de ser. Un lugar donde los sueños se materializan, donde el trabajo, la magia y la fantasía hacían su labor. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Adiós Buenos Aires, de Germán Kral

¿TODO ESTÁ PERDIDO?. 

“Uno tiene que pelear por lo que cree, aunque sea una causa perdida.”

La declaración de Atilio que lee Julio

La historia se remonta a noviembre de 2001 cuando la Argentina estaba atravesando una de las peores crisis económicas de su historia. En la ciudad de Buenos Aires resiste Julio, que heredó la tienda de zapatos en la que ya no entra nadie y acumula polvo y deudas. Su existencia se salva gracias a su grupo “Vecinos de Pompeya” con su bandoneón en el que tocan clásicos temas de tango en un boliche de cuarta cada vez más vacío, que hacen que la realidad no parezca tan dura o quizás, por un instante, la olvidan imaginando con tiempos diferentes, incluso, mejores. Debido al panorama desolador, Julio ha decidido exiliarse a Berlín y comenzar de cero. Su hija de 12 años no está muy feliz con la idea y, además, la cosa se revuelve con la aparición de Mariela, una taxista luchadora con la que tiene un accidente en un cruce. Cuando el destino parecía llevarlo fuera del país, la realidad le recordará que no resultará tan fácil dejar el país en la práctica, porque aunque el país se vaya a la mierda, quizás todavía se puede hacer alguna cosa por él, y por uno mismo. 

El director Germán Kral (Buenos Aires, Argentina, 1968), y emigrado en 1991 a Alemania. Desde 1993 ha trabajado con Wim Wenders en diversas ocasiones, amén de interesantes documentales como Imágenes de la ausencia (1998), sobre sus padres, y sobre música como Música cubana (2004), siguiendo la estela de Buena Vista Club Social, donde recupera a sus músicos, El último aplauso (2009), sobre el popular Bar El Chino donde se tocaba tango, y Un tango más (2015), sobre famosos bailarines de tango. Con Adiós Buenos Aires (en el original “Chau Buenos Aires”), deja el documental para instalarse en la ficción donde la música vuelve a estar muy presente y es el vehículo que da vida a unos personajes tristes, melancólicos y sin esperanza. Una película que no habla de rabia y resentimiento, sino de desilusión. Una desilusión que todavía sigue ahí, sin ir más abajo, gracias al tango, a aguantar el grupo aunque ya nadie vaya a verlos, y donde no generan dinero, sólo unas cuántas empanadas. A pesar de eso y de todo, siguen ahí, como el letrero luminoso del local, que va perdiendo la luz fluorescente lentamente, metáfora del sentimiento que anida en el interior de los personajes, y por ende, de un país en plena catástrofe.  

Estamos ante un buen guion que se mueve entre la tragicomedia, entre el Neorrealismo italiano y la Comedia pícara, que firman el propio director junto a Stephan Puchner, que ya trabajó con el director en Música cubana, y el gran Fernando Castets, conocidísimo por sus grandes películas con Juan José Campanella, El mismo amor, la misma lluvia (1999), El hijo de la novia (2001) y Luna de Avellaneda (2004), y otras con Gerardo Herrero y Emilio Aragón, y una serie con Daniel Burmann. La excelente música de Gerd Bauman, que hizo con Kral Imágenes de la ausencia y Un tango más, y su trabajo con el director alemán Marcus H. Rosenmüller, donde consigue dar ese toque en el que se mezcla sensibilidad y dureza. Amén de grandes clásicos del tango como «Pasional»«Desencuentro»«Cambalache»«Honrar la vida». La cinematografía del dúo Daniel Ortega y Cristian Cottet, del que conocemos sus trabajos en La antena y la serie El reino vacío, de Marcelo Pinyeiro, que construye con mucha naturalidad una cinta donde hay realidad, algo de fantasía y sobre todo, mucha duda. El montaje de otro dúo teutón como Patricia Rommel, que tiene en su haber grandes películas junto a directores/as como Wolfgang Becker, Carolina Ling, Angelina Jolie y Florian Henckel von Donnersmarck, y Hansjörg WeiBbrich, con más de 60 títulos al lado de Schmid, Bille August, Schrader, von Trotta, Sokúrok y Serebrennikov. Un trabajo excepcional, detalle y preciso donde se fusiona todo y con suavidad en sus 93 minutos de metraje. 

La historia se mueve bien en todos los sentidos en buena parte por la excelencia del guion, la buena dirección de Kral y un gran plantel que da vida con sencillez y honestidad a unos personajes quijotescos que aguantan el tirón como pueden, unos mejor que otros, aportante una humanidad y dignidad donde el grupo y la comunidad son esenciales para sobrevivir. Tenemos a Julio en la piel de Diego Cremonisi, el bandoneonista, al que hemos visto en Invisible, Rojo, y films de Eduardo Pinto. Le acompañan Mariela que hace Marina Bellati, en cintas de Gustavo Taretto, Miguel Cohan, Juan Taratuto y Ana Katz, y los del grupo como los teclados de Carlos Portalupii, el bonachón adicto al juego en plena recuperación, Manuel Vicente, el violinista idealista en las causas perdidas, Rafael Spregelburd, el playboy y mecánico, todo un buscavidas, el veterano Mario Alarcón, con más de 4 décadas de carrera que da vida al gran cantante retirado Ricardo Tortorella, y otros como El Polaco que regenta el boliche que da vida David Masajnik, todo un experto en los fenómenos espaciales de tiempo y lugar. Tienen mucho del grupito de Rufufú, de Monicelli, pero con más tristeza, más melancolía y más argentinos. 

Una película como Adiós Buenos Aires no busca respuestas a tantas preguntas, sino en seguir de pie cuando toda tu vida y por cercanía, tú país se va hundiendo sin remedio. En esos momentos de apocalipsis de verdad, la película nos cuenta las diferentes actitudes de los personajes ante semejantes hechos que son capaces de terminar con la esperanza más férrea. Tampoco es una película que trate con condescendencia ni blanquee las situaciones a las que se enfrentan sus individuos, no va de eso. Si no que es al contrario, porque muestra un abanico muy distinto ante la avalancha de pobreza y escasez. Unos deciden quedarse y otros, como el protagonista Julio, marchar. Dos opciones diferentes pero igual de complejas. Además, añade la idea del grupo y la comunidad y el amor que se tienen y el  acompañamiento ante el desastre. La comunicación como vía esencial y vital para mantenerse a flote. Ayudarse como único camino cuando a tí te va mal. Una película a contracorriente de una sociedad cada vez más individualista, consumista y vacía. Este grupo se es algo es que todavía no ha perdido su dignidad como espetaba el personaje de Darín en aquel tremendo discurso que espetaba en la fantástica y mencionada Luna de Avellaneda, recuerden, no están sólos aunque les hagan creer el contrario. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Luciana Grasso

Entrevista a Luciana Grasso, actriz de la película «Vera y el placer de los otros», de Federico Actis y Romina Tamburello, y de la obra de teatro «Como si pasara un tren», de Lorena Romanín, en la Sala Versus Glòries en Barcelona, el jueves 23 de mayo de 2024.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Luciana Grasso, por su tiempo, sabiduría y generosidad, y a Óscar Fernández Orengo, por retratarnos de forma tan especial. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

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Fuera de temporada, de Stéphane Brizé

EL AMOR QUE CREÍAMOS OLVIDADO. 

“Nunca seremos capaces de establecer con seguridad en qué medida nuestras relaciones con los demás son producto de nuestros sentimientos, de nuestro amor, de nuestro desamor, bondad o maldad, y hasta qué punto son el resultado de la relación de fuerzas existente entre ellos y nosotros.”

De la novela “La insoportable levedad del ser”, de Milan Kundera 

Hay un amor, sólo uno, que no olvidamos, fingimos que sí, que forma parte del pasado, que ya no está en nuestro presente, pero sabemos que no es así. Un amor que sigue ahí, en silencio, sin molestar, sin estar. Un amor que ha quedado olvidado, o al menos, si en el pasado, que la cotidianidad del momento, el llamado día a día, le ha pasado por encima y lo ha hecho desaparecer. Pero sabemos que no es así, que alguna vez, sin conocer los motivos, aparece, se hace presente en nuestros pensamientos, en nuestra intimidad, y lo recordamos un instante, y luego vuelve a ese lugar que desconocemos de nosotros mismos. No sabemos porque vuelve sin llamarlo, sin pensarlo. Tantas cosas de nosotros que nunca sabremos porqué se producen, aunque lo único que sabemos es que sigue ahí entre nosotros, que nos sigue acompañando y no sabemos porqué. 

De las 10 películas que ha rodado Stéphane Brizé (Rennes, Francia, 1966), tenemos su trilogía sobre el universo laboral protagonizadas por su actor fetiche Vincent Lindon: La ley del mercado (2015), En guerra (2018) y Un nuevo mundo (2021), y sus obras románticas: No estoy hecho para ser amado (2005), Mademoiselle Chambon (2009), El jardín de Jeannette (2016), y algún drama, comedia y demás. Su último trabajo Fuera de temporada (Hors saison, en el original), coescrito junto a Marie Drucker, con la que hizo la mencionada Un nuevo mundo, pertenece a las historias románticas, quizás la más clásica de todas, donde recoge el tono, la atmósfera y personajes a la deriva para situarnos en una pequeña localidad costera en invierno como El fantasma y la Señora Muir (1947), de Joseph Leo Mankiewicz, donde ha ido a parar Mathieu, un actor de éxito casado y con una hija, que ha huido de los ensayos de una obra de teatro y se ha refugiado para ser anónimo y estar consigo mismo. Pero la vida en su afán de desbaratar los sentimientos siempre nos acaba llevando adonde debemos estar, y a este hombre perdido lo reencuentra con Alice, un amor del pasado. Una mujer que se refugió en el lugar y se ha casado y ha tenido una hija. Una pareja que nos recuerda a la de Tú y yo (1957), de Leo McCarey, porque las cosas nunca salen como las imaginas. 

La película de Brizé está llena de silencios y momentos de espera, de no hacer nada o quizás, no saber qué hacer. Desde su exquisita mise en scène, que firma Antoine Héberlé, en 4 películas con Brizé, amén de Ozon, Tsai Ming.Liang y Thomas Liti, entre otros, a partir de un cuadro que nos acerca a la intimidad de los personajes, casi siempre desde la mirada de Mathieu, aunque hay instantes donde el relato se posa en Alice. Una profundidad de campo que nos advierte una historia de la que somos testigos privilegiados, mirada desde fuera, en silencio y sin molestar, donde el gélido y solitario lugar se llena de estos dos invitados inesperados o dos náufragos de un pasado que se diluye y se hace presente, donde ese amor qué fingimos olvidado, intenta hacerse presente a su manera, torpe y sigiloso, casi sin querer o quizás, queriendo a pesar de nuestra voluntad que se empeña en empequeñecer lo que sentimos y dejar todo cómo estaba, aunque no nos haga felices. La oscura comodidad de una vida sin sobresaltos pero sin amor de verdad. Un fantástico montaje de Helena Klotz, en 9 títulos con el director francés, lleno de ritmo pausado y cotidiano, donde el corte es sutilísimo, imperceptible, donde todo va ocurriendo en sus interiores, donde el exterior refleja la existencia tan fugaz, tan rara y tan indescifrable. 

Mucho de lo que les pasa a estas dos almas reencontradas y confundidas es lo que les sucedía a la pareja enamorada de viajeros en el tren de Breve encuentro (1945), de David Lean, porque sienten ambos y también tienen sus vidas, o lo que es lo mismo, la vida continúa y nosotros en mitad de la nada, con el amor que no olvidamos. La magnífica pareja que forman Guillaume Canet y Alba Rohrwacher que se dicen todo sin expresarlo verbalmente, a través de sus miradas, cómo se miran, no se puede fingir una mirada, unos ojos llenos de amor, los lugares que comparten, todo lo que se dicen a través del gesto, el cuerpo y al caminar juntos. Los magníficos encuadres que los enmarcan como dos figuras furtivas que viven no aquel amor que se paró, sino el amor que todavía sienten, o quizás, sienten el amor, un amor que nadie olvida. La excelente música de Vincent Delerm, que ya nos entusiasmó en Seize Printemps (2021), de Suzanne Lindon, tan llena de belleza, de armonía, de sutileza, y de bellísimas melodías que ayudan a acercarnos a la maraña de sentimientos que experimentan la pareja protagonista, donde los miramos como si se tratase de un espejo, en el que la película se convierte en una mera excusa para psicoanalizarse y pensar en un amor que fingimos haber olvidado. 

Si han llegado hasta aquí, ya saben que deben hacer con una película como Fuera de temporada, y si pueden, no duden en verla en su versión original (si no están acostumbrados, no se preocupen, no van a sufrir mucho porque hablan poco sus personajes), y déjense llevar por su lugar, por su atmósfera, casi perdido en el tiempo, con un paisaje para pensar, para caminar sin rumbo, para estar consigo mismo, que tanto necesitamos para aclararnos o confundirnos aún más, quién sabe. Brizé nos invita a conocer a Mathieu y a Alice que, después de 15 años, vuelven a reencontrarse, o podríamos decir, vuelven a aquel lugar, al marco donde estaban enamorados, vuelven al amor que fingían olvidado, y resulta que parece que el tiempo no lo ha borrado, nunca lo borra, y no me digan por qué, como tampoco lo saben nuestros protagonistas, simplemente saben lo que sienten, y eso tropieza y mucho con sus vidas acomodadas de ahora, las que creían firmes y duraderas. ¿Acaso ahí algo así?. No lo creo, también lo fingimos. Quizás fingir es la razón para soportar la vida y olvidar los sueños que lo eran todo. Está claro que deberíamos dejar de fingir y empezar a pasar más tiempo con nosotros y no dejar pasar el amor que creíamos olvidado, porque tendremos otros, pero no como aquel. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Carajita, de Silvina Schnicer y Ulises Porra

UNA NOCHE DE LLUVIA… 

“Enfermo está el mundo, donde tener y ser significan lo mismo”.

Eduardo Galeano 

Nos encontramos en una de esas casas opulentas junto al mar en la costa de la República Dominicana. En su interior, trabaja Yarisa, la criada que tiene una relación especial con Sara, la hija de los señores. Se tratan de tú a tú, se escuchan y se cuidan, como si fueran madre e hija. Toda esa relación dará un giro de 180 grados cuando Mallory, la hija de Yarisa que ha venido de visita, sufre un accidente en una noche de lluvia. A partir de ese momento, la relación se enfría, primero y desaparece, volviendo, o como decirlo, como si nunca hubiesen tenido esa relación estrecha que tenían. Vuelven a ser la criada y la hija de los señores, una hija que vive en la abundancia, en el hastío de esos nuevos ricos y corruptos, como define Sara a su padre y amigos, que malgastan en aburridas y tediosas fiestas donde nada les llena, donde nada les agrada totalmente. Bajo el marco de una desaparición, la película indaga en temas tan universales como la injusticia, la desigualdad y la eterna diferencia de clases en unas sociedades donde el progreso y el bienestar se instala en los que dirigen la economía y deciden las vidas de miles de individuos que sólo están para obedecerles y servirles. 

La segunda película de la bonaerense Silvina Schnicer y del barcelonés Ulises Porra, después de la interesantísima Tigre (2017), donde a partir del drama contaban el viaje de una mujer para recuperar a su hijo y su pasado. Al igual que ocurría en Tigre, donde la ubicación era la isla fluvial del Delta del Tigre, en Carajita, la situación geográfica también define lo que se cuenta y el devenir de sus personajes. A partir de un guion que firman Ulla Prida y la pareja de cineastas, contado bajo el prisma de lo cotidiano, de lo aparente y superficial, es decir, a través de encuentros y desencuentros en los que se habla de la situación política del país, de las relaciones superficiales de los jóvenes, y de la desidia y vacío tan frecuente en este tipo de casas y sus ocupantes. La evidencia no se remarca en ningún aspecto, sólo se va mostrando con una naturalidad que nos va absorbiendo y magnetizando a ese otro mundo, a ese universo de riqueza y burguesía en el dictan las normas y deciden que está bien o mal, porque la trama es sencilla y directa, no se anda por las ramas ni tampoco con la intención de epatar y sorprender, sino todo lo contrario, todo ocurre con una cotidianidad que da pavor, un aroma de terror en el que existimos a merced de los otros, bajo una falsa libertad que se hunde cuando hay algún conflicto y el dinero y la posición social se discute. Sometidos al yugo económico bajo esa oscuridad de existencia que los derechos y la libertad se compra con dinero y nada más. 

La interesante mezcla de drama cotidiano con el thriller resulta de una gran brillantez, porque el caso de la desaparecida, acaba eclosionando en esa madeja de intereses y poder entre los de arriba y los de abajo, que claman justicia, una idea de justicia completamente comprada y manipulada. La excelente cinematografía que firman el argentino Iván Gierasinchuk (que repite después de la experiencia en Tigre), al que conocemos sus trabajos con sus compatriotas Pablo Agüero y Carlos Sorín), y el chileno Sergio Armstrong, en películas de Sebastián Silva, Pablo Larraín y Lorenzo Vigas, entre otros. El gran trabajo de montaje que firma la argentina Delfina Castagnino, también en Tigre, que tiene en su filmografía a directores como Lisandro Alonso, Santiago Mitre, y las películas Princesita, de Marialy Rivas y Alanis, de Anahí Berneri, con un ritmo estupendo y una densidad que ayuda a entablar los diferentes roles de poder y miedo que se instalan en la película. La música de Andrés Rodríguez contribuye a crear esa atmósfera turbia y densa que planea durante la película. 

El excelente plantel de intérpretes empezando por Magnolia Núñez que hace de Yarisa, la criada que ve como su estabilidad se va al traste cuando su hija sufre el accidente, junto a la impresionante Cecile Van Welie en el rol de Sara, esa chica que sigue a sus padres, que no dice nada cuando explota el conflicto, y se oculta en sí misma. Richard Douglas como el padre que todo lo repara, Clara Luz Lozano como la madre estúpida y snob, y finalmente, Adelanny Padilla como Mallory, la accidentada. Y luego, los demás actores y actrices que ofrecen naturalidad y cotidianidad, y muchas miradas y silencios, fundamentales cuando las cosas se tuercen y te sobrepasan. Debemos de celebrar que volvamos a ver otra película procedente de la República Dominicana con coproducción con Argentina, porque no es lo habitual por estos lares, que se suma a Miriam miente (2018), curiosamente dirigida por dos cineastas, Natalia Rodrigo, dominicana, y Oriol Estrada, catalán, que reflejaba las diferencias sociales también, esta vez del racismo imperante entre los habitantes del país caribeño. Carajita tiene el aroma de ese cine intenso y reflexivo que realiza el mexicano Michel Franco, donde profundiza en las relaciones y posiciones sociales de su país, un mal endémico extrapolable a cualquier lugar del mundo. 

No dejen pasar una película como Carajita, de Silvina Schnicer y Ulises Porta, porque tiene todos los ingredientes que enganchan al público ávido de historias que expliquen cosas y sobre todo, explique detalles de la condición humana y la siniestra forma en la que nos relacionamos con los otros cuando el conflicto estalla y nos salpica. Una trama poderosa y absorbente que comienza de forma brutal con ese cuadro negro, el ruido del mar, y cuando abre, la noche encima de nosotros, y unas luces de automóivl alumbra a un lugar determinado que no logramos apreciar. Una oscuridad con poca luz y de noche, elementos que definen por donde irán los tiros en la película. Un mar, una playa, un camino, unas cabras en libertad que se mueven a su libre albredío, una mujer destrozada por el accidente de su hija, una don nadie, que mencionaba Galeano, estos don nadies a los que nadie recuerda, a los que nadie ayuda, a los que nadie ve, no porque sean invisibles, sino porque a nadie les importan, que pueden desaparecer sin más, así como si nada, porque si alguna vez existieron fue para obedecer y servir, sin nombre, que nada pueden hacer para cambiar su triste destino, porque los que pueden ni los miran, ni los existen. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Hernán Jabes y Adrian Geyer

Entrevista a Hernán Jabes y Adrian Geyer, director y productor de la película «Jezabel», de Hernán Jabes, en el marco del BCN Film Fest, en el Hotel Casa Fuster, el jueves 28 de abril de 2022.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Hernán Jabes y Adrian Geyer, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, y al equipo de comunicación del festival, por su amabilidad, generosidad, tiempo y cariño. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Erich Wildpret y Johanna Juliethe

Entrevista a Erich Wildpret y Johanna Juliethe, intérpretes de la película «Jezabel», de Hernán Jabes, en el marco del BCN Film Fest, en el Hotel Casa Fuster, el jueves 28 de abril de 2022.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Erich Wildpret y Johanna Juliethe, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, y al equipo de comunicación del festival, por su amabilidad, generosidad, tiempo y cariño. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Sergio Ramírez

Entrevista a Sergio Ramírez, director de la película «1991», en el marco del LATCinema Fest en el Hotel Catalonia Diagonal Centro en Barcelona, el lunes 4 de abril de 2022.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Sergio Ramírez, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, y a Anna Vázquez de Gestión Cultural de Casa Amèrica Catalunya, por su amabilidad, generosidad, tiempo y cariño. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Inés Toharia Terán

Entrevista a Inés Toharia Terán, directora de la película «Film, the Living Record of our Memory», con motivo de la celebración de «10 anys al Raval», en la Filmoteca de Catalunya en Barcelona, el martes 22 de febrero de 2022.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Inés Toharia Terán, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, y a Jordi Martínez de Comunicación de la Filmoteca, por su amabilidad, generosidad, tiempo y cariño. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Una ventana al mar, de Miguel Ángel Jiménez

MARÍA SE ATREVE A VIVIR.

“La vida no se ha hecho para comprenderla, sino para vivirla”.

George Santayana

María tiene cincuenta y cinco años, trabaja de funcionaria en Bilbao, donde vive, se pasa los días ausente y ensimismada en todo aquello que podría haber sido y nunca será. Sus fieles amigas, su hijo y sus nietos pequeños llenan algo de ese vacío que siente. Toda su vida se pone patas arriba, cuando le diagnostican cáncer, hecho que no le impide viajar a Grecia con sus amigas. Bajo esa premisa sencilla, la película sigue el recorrido emocional de una persona que, la vida, como tantos otros, ha pasado por encima, como si no fuera con ellos, incapaces de sentirla en toda su plenitud, de seguir peleándola, de no darse por vencido. El director Miguel Ángel Jiménez (Madrid, 1979), que habíamos conocido con Ori (2009), y Chaika (2012), dos cintas filmadas en antiguas repúblicas soviéticas, relatos duros y complejos, donde habitaban personajes con fuertes heridas emocionales, le siguió The Night Watchman. La mina (2016), rodada en EE.UU., bajo el atuendo de film independiente y de thriller psicológico.

Ahora, con Una ventana al mar, Jiménez realiza su película más personal e íntima, que nace de una experiencia real, y vuelve a contar con parte de su equipo técnico colaborador como Luis Moya, que escribe el guión, junto a Luis Gamboa y él mismo, la cinematografía de Gorka Gómez Andreu, la música de un grande como Pascal Gaigne, y el montaje de otro grande como el recientemente desaparecido Iván Aledo. Un equipo de primera división para contarnos la vida de María, que en su peor momento vital, decide soltar amarras y lanzarse al mar, pero dejando el oscuro y frío mar Cantábrico, y descubrir el luminoso y cálido mar Mediterráneo, cambiando el lluvioso Bilbao por la soleada isla de Nysiros, en Grecia, un lugar que emana paz, tranquilidad y descanso, y lo hará junto a Stefanos, un maduro marinero, de aspecto rudo, y de corazón enorme, que arrastra cicatrices, y pasa sus días pescando a bordo de su barco. El relato viaja tranquilo, se olvida de sobresaltos y argucias argumentales, para dejarnos tiempo para mirar, para sentir la isla griega, para seguir los pasos, cada vez más lentos, de María, alguien que ha decidido vivir, haciendo caso omiso a las advertencias de Imanol, ese hijo obstinado con la cura de su madre, alguien que no acepta, que se obceca en una pared sin puerta.

María ha tomado una decisión, el tiempo que le quede, quiere vivir, disfrutar la vida, sentirse bien y hacer lo posible para conseguirlo, dejándose llevar por el viento mediterráneo, por la vida apacible y serena que tiene Nysiros. La cinta de Jiménez habla sobre la vida, de su condición efímera, de disfrutar del aquí y el ahora, de aceptar la muerte, de no luchar cuando ya es inútil, de dejarse llevar por el viento y la luz, de bañarse en el mar desnuda, de sentir que no hay un mañana, de tomarse la enfermedad con dignidad y tranquilidad, de luchar por vivir, por sentir la vida en toda su plenitud, escuchando agradables canciones griegas que hablan del alma, de quiénes somos, olvidarse del tiempo, caminar por el pueblo, recorriéndolo y recorriéndonos a nosotros mismos, descubriéndonos a cada instante, a cada detalle, sabiendo que toda nuestra existencia puede concentrarse en un instante, y ese instante pasará, y quedaremos nosotros, o aquello que fuimos cuando ya no estemos.

Una película que habla sobre la muerte, peor a través de la vida, de la sensación única e incomparable de vivir, de sentir, de emocionarnos, de amar y ser amados, de comprender, y que nos comprendan, de hacer con nosotros mismos, todas aquellas cosas que nunca nos atrevimos, a veces por miedo, por falta de tiempo, o llevados por nuestro entorno y al vida que nos habíamos construido, que a la postre, no era nunca aquella con la que soñamos cuando éramos más jóvenes. La presencia de una grandísima Emma Suárez, dando vida a María, una actriz especialmente dotada por una magnética e hipnotizante mirada, que no le hace falta pronunciar una sola palabra, para transmitir todas las emociones que está sintiendo su personaje, como camina bajo la luna, y como se baña desnuda en el mar, o esos instantes donde se habla con su hijo, o esos otros, donde Stefanos y ella, sienten que la vida les ha brindado una oportunidad de estar bien, de disfrutar de la compañía y de sentir un amor puro, sereno y especial.

Akilar Karazisis da vida a Stefanos (actor que ha trabajado con cineastas tan importantes como Yorgos Lanthimos, entre otros), un intérprete que también mira con aplomo y sobriedad, ese compañero de viaje para María, la persona que aparecerá para conducirla por esa isla fascinante, no por su belleza, otras lo son más, sino por todos los sentimientos que une siente cuando la mira y al disfruta, y finalmente, Gaizka Ugarte es Imanol, el hijo de María, que también, necesitará su viaje personal para comprender la actitud de su madre y dejarla vivir. Miguel Ángel Jiménez ha construido una película brillante y llena de paz, como es la isla de Nysiros, como es la actitud de María, la compañía de Stefanos, como son las canciones de Mikel Balboa, un relato de llenos de silencios, de miradas, de gestos que se cogen al vuelo, de mirar al mar, de sentirlo, de dejarse llevar por su belleza, por su azul, por su sonido, descubriendo todos los tesoros que oculta y que tanto tiempo hemos esperado, sin saberlo. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA