Entrevista a Laura García Andreu

Entrevista a Laura García Andreu, directora de la película «Domingo Domingo», en el Casa Gracia Hotel en Barcelona, el viernes 2 de febrero de 2014.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Laura García Andreu, por su tiempo, sabiduría, generosidad y a Pepe Andreu de Suica Films y el equipo de comunicación del Documental del Mes, por su generosidad, cariño, tiempo y amabilidad. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Domingo Domingo, de Laura García Andreu

EL AGRICULTOR Y EL NEGOCIO DE LAS NARANJAS. 

“Nos educan para ser productores y consumidores, no para ser hombres libres”

José Luis Sampedro

Se cuenta la vida de Domingo Domingo, un agricultor de Les Alqueries (provincia de Castellón), una de las zonas del mundo donde más naranjas se cultivan. Aunque los tiempos han cambiado y ahora, la industria de las naranjas está sujeta a cuatro multinacionales que patentan un tipo de fruto y los agricultores para producirlo deben pasar por caja. Un “mercado libre” impuesto por unos privilegiados al que llaman las necesidades del mercado. Una falsedad, un cinismo y un desastre en el que se sostiene cualquier industria de este planeta. Aunque, Domingo no se detendrá ante semejante ultraje, y creará una variedad en su huerto para crear una patente. Una tarea que no le resultará nada fácil, porque debe compaginar con su trabajo de obrero, y además, su peculiar carácter solitario y fuerte, que le hace un ser muy diferente al resto de sus vecinos, alguien que no se hunde jamás, que siempre encuentra la mejor forma de afrontar con actitud y perseverancia todos los obstáculos de la vida y de su pasión, vivir de su huerto de naranjos. 

Segundo trabajo de la valenciana Laura García Andreu, después del interesante [M]otherhood (2018), que codirigió junto a Inés Peris Mestre, sobre un grupo de mujeres que exponían las razones de su decisión de no tener hijos, cuestionando todos los prejuicios y convencionalismos sobre la maternidad. Para su segunda película, que recibe el título del nombre de su singular protagonista, Domingo Domingo, escrita junto a Arunas Matelis, del que vimos su película Gregarios, maravillosos perdedores (2017), también coproductor del film, que también se vio en el Documental del Mes, es una película-retrato que a partir de un tono ligero y nada trascendente habla de un conflicto muy profundo y complejo como es la dictadura de las grandes multinacionales frente a los pequeños productores, en este caso el de las naranjas. No es una película triste y lacrimógena, nada de eso, porque es una película que expone un tema duro y difícil, pero lo hace recorriendo diferentes texturas y marcos, es decir, tenemos la película social, no de denuncia, aunque de eso algo, también hay antropología, una mirada de ver lo que fue el trabajo de agricultor reflejado en lo que es ahora, con esos cuatro mayores que se reúnen en el bar para la tertulia, y cómo no, la comedia con resonancias a la italiana, que miraba los problemas de los de abajo, así como, la comedia negra de Berlanza-Azcona, y esa más ligera, pero igual de contundente, como la de Lazaga y Ozores, en las que se profundiza en los problemas de los empleados desde un prisma cómico e irónico. 

Una película ejecutada con destreza y brillantez con profesionales como el cinematógrafo José Luis González, recreando esa luz mediterránea tan bella y tan dura, la montadora Sara Marco Caballero, que condensa con ritmo y pausa los breves pero intensos 71 minutos de metraje, y la música de Alberto Lucendo, un extraordinario trabajo que va puntuando todo ese tono tan íntimo y tan social que tiene la película. Los tres cineastas que ya conocíamos de sus trabajos en excelentes cintas como Experimento Stuka (2017) y Lobster Soup (2020), del dúo Pepe Andreu y Rafa Molés, que aquí ejercen como productores a través de Suica Films. La película a parte de ser una auténtica cruzada de un humilde y sencillo hombre como Domingo por materializar su sueño, enfrentándose a los de arriba, es también un esplendoroso retrato de su protagonista, y el entorno en el que vive, con sus amigos, sus trabajos, y sobre todo, un tiempo devastador para el campo en que las naranjas vienen de la otra parte del mundo y las de aquí, los pocos que lo consiguen, se van fuera, y los que quedan, como Domingo, deben sufrir sin necesidad de supervivencia sometidos a los precios bajísimos de los mediadores. Un desastre total. 

Domingo Domingo, de García Andreu que desprende el mismo aroma que tenía Los tomates escuchan a Wagner (2019), de Mariana Economou, otra del Documental del Mes, y con Camagroga (2020), de Alfonso Amador, que también ponía el foco en el deterioro de la huerta valenciana. Estamos ante una película nada cómoda ni contemplativa, porque sus tiros van hacia otro lado, a mirar el problema desde lo humano, a ras de tierra, desde Domingo y su trabajo, su determinación y su ilusión. Vemos mucha tragedia emocional y física, pero también humanismo con la figura de Domingo, sí, esa palabra que tanto se usa y malgastada. Estamos ante un anarquista de aquí y ahora, un tipo alejado de los convencionalismos y dispuesto a pelear por lo que considera suyo. Quizás la película muestra lo lejos que estamos de tener la mentalidad y el espíritu de su protagonista, porque la mayoría baja la cabeza y acepta unas condiciones salvajes impuestas por el dichoso mercado, eso dicen, aunque son condiciones miserables que imponen los privilegiados de siempre, que llueva o haga calor, ellos a lo suyo, a seguir explotando a los de abajo, porque es la única manera de hacer mucho dinero, una tristeza. Nos quedamos con Domingo y su entusiasmo, porque aunque no gane la batalla, eso es indiferente, lo importante es presentar pelea, no aceptar y seguir soñando no con un mundo mejor, sino con una vida mejor, que eso sí es posible, y por favor, no dejen que les embotellen, y sigan creyendo que es posible, porque es posible. Deténganse y piénsenlo. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

El agua, de Elena López Riera

DE TODOS LOS FANTASMAS QUE SURCAN ESTA TIERRA.

“El mito sólo es reflejo de una realidad”

“Los pasos perdidos” (1953), Alejo Carpentier

Es una verdadera lástima que los cortometrajes se destinen, principalmente, al circuito de festivales, amén de algunas plataformas, porque tener la posibilidad de poder verlos allana el camino en el momento de poder analizarlos y sobre todo, reflexionar en relación a sus posteriores trabajaos. Por eso resulta realmente revelador  haber visto todos los trabajos de una cineasta como Elena López Riera (Orihuela, Alicante, 1982), desde que tuvo el privilegio de ver Pas à Genève (2014), en el D’A Film Festival en Barcelona, largometraje codirigido por el colectivo lacasinegra, formado por la propia Elena, junto a Gabriel Azorín, Carlos Pardo y María Antón Cabot. Ya en solitario, una especie de trilogía no declarada sobre su pueblo y los mitos y tradiciones que allí perduran, como Pueblo (2014), Las vísceras (2016), y Los que desean (2018), tres trabajos donde encontramos los gérmenes de El agua, su debut en solitario en el largometraje.

La opera prima de López Riera se sitúa en su espacio, Orihuela, al sur de Alicante, fronterizo con Murcia, en la comarca de la Vega Baja del Segura, en uno de los pasos del río Segura, fuente esencial para su agricultura, y también, fuente que, en ocasiones, ha arrasado inundando la zona. La película construye ese lugar límbico, entre dos mundos, entre dos lugares, entre el no lugar, con elementos que ya estaban en sus cortometrajes. El fuerte arraigo de mitos y leyendas que se va heredando a través de la tradición oral de las mujeres, que ya estaba en Las vísceras, las relaciones materno-paterno-filiales y así como la tradición del palomo deportivo tan arraigado de Los que desean, la vuelta a los orígenes en una especie de empezar de nuevo, la noche como aliada para la extrañeza y la soledad, y la fuerte tradición católica que vimos en Pueblo, y esa constante de la falta de oportunidades laborales que obliga a los más jóvenes en huir de su lugar, y ese continuo deambular de la juventud de no saber qué hacer ni adonde ir, tan presente en sus trabajos.

Todos esos elementos están presentes en El agua, y siguen siendo motivo de exploración y reflexión por parte de la oriolana, desde la fábula cotidiana que se mimetiza con el paisaje, a través de la fisicidad de la tierra con esa otra parte más espiritual, donde el más allá forma parte de la vida diaria de sus habitantes, son dos componentes vitales en la película, donde conocemos a Ana, un hilo conductor que nos va mostrando esa realidad-irrealidad tan mezclada y confusa por donde se mueve y se alimenta la película. Una adolescente que, como muchas antiheroínas, ha entrado en esa etapa de transición de la adolescencia, donde va a descubrir el primer amor, un amor que la hace vibrar y también, le da miedo, por ese continuo vaivén por el que transita la trama, entre lo terrenal y lo emocional, entre la realidad y la fantasía, entre la infancia y la edad adulta, entre continuar en el pueblo y huir lejos, entre lo que uno siente y lo que no es empujado a hacer, entre las madres y padres y los amigos de siempre, entre la tierra y el río, entre esa inmovilidad en continuo movimiento, pero sin rumbo ni ilusión, entre la alegría y el miedo, entre la dura realidad del día y la familia, y la compañía de la noche, símbolo de amistad y libertad.

López Riera se acompaña para la aventura de su primer largometraje en solitario, de muchos de sus cómplices de viaje en los cortometrajes, como Milagros Mumenthaler y David Epiney en la producción, que ya estaban en Los que desean, y tienen en su haber autores tan importantes como Milagros Mumenthaler, Jean-Gabriel Péirot, Lluís Galter, Luis López Carrasco, ahí es nada. Philippe Azoury, en el guión, que ya fue cámara en Las vísceras, Giuseppe Truppi en la cinematografía y Raphaël Lefèvre en el montaje, que ya estuvieron tanto en Pueblo como en Los que desean, Mathieu Farnarier en sonido que trabajó en Los que desean, y los nuevos compañeros de itinerario como en sonido con Carlos Ibáñez y Denis Séchaud, que han trabajado con nombres tan ilustres como los de Miguel Gomes e Isaki Lacuesta, entre otros, la música de Nadine Knoepfel, que afianza esos dos universos y estados de ánimo tan fusionados de la historia, el arte de un grande como Miguel Ángel Rebollo, con una filmografía excelente junto a Javier Rebollo, Jonás Trueba y Rodrigo Sorogoyen, entre otros, y finalmente, la asistencia en dirección de Adrián Orr, uno de los cineastas más interesantes del actual panorama.

Como no podía ser de otra manera, la directora alicantina vuelve a contar con actores no profesionales para su película, un elemento capital en todos sus cortometrajes, donde se consigue esa idea de verdad, naturalidad e intimidad, como las amigas adolescentes de la protagonista como Irene Pellicer, Nayara García, Lidia Mária Canóvas, y Pascual Valero, y la fabulosa pareja protagonista, tan del lugar y tan de cualquier lugar, formada por los debutantes Alberto Olmo como José, el chico que ha vuelto o quizás, no se ha ido, o simplemente se ha ocultado de todos y todo, que se debate entre seguir con la tierra y no saber qué hacer, que se enamora de Ana, a la que da vida la impresionante Luna Pamies, con esa mezcla de inocencia, fragilidad y fuerza, que se debate entre su triste realidad, siendo la tercera de su familia, donde tanto su abuela como su madre alimentan esa leyenda de las mujeres y el río, junto a unas sólidas y cercanísimas Nieve de Medina como la abuela, medio bruja, llena de sabiduría y humana, y una Bárbara Lennie, despojada de todo armazón, siendo una madre liberal, juvenil y demasiado independiente.

El agua es una película muy atávica y muy actual, porque nos habla de pasado y presente, de lo que fuimos y todos lo que arrastramos, de vidas en suspenso, y mujeres perdidas y valientes. Tiene ese aroma de cuento que nos contaban nuestras abuelas y madres mientras se hacía la comida, en la que consigue una fusión perfecta entre el documento, con esas voces orales de las mujeres de la región explicando sus relaciones con las leyendas y mitos que rodean el lugar, y esa crónica de una juventud encarcelada, desesperada y sometida a la falta de todo, donde lo rural trasciende y se vuelve otra cosa, mucho más universal y penetrante, donde nos sumergimos en otro lugar, otro estado de ánimo, y la ficción, donde entra la fantasía y el terror, vivos y muertos, presentes y ausentes, habitantes y fantasmas, en un cuento sobre mujeres que sueñan, que alimentan el mito y la leyenda sobre el río que se desborda y destruye todos sus sueños e ilusiones, sobre tradiciones que viven y perviven entre las mujeres y se pasan entre generaciones, para que cuando el río se quiera llevar a alguna de ellas, estén alerta, y hagan lo imposible para que el río no se desborde y el agua inunde a todas y se les meta dentro. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Rafa Molés y Pepe Andreu

Entrevista a Rafa Molés y Pepe Andreu, directores de la película «Lobster Soup», en el marco del DocsBarcelona, en su alojamiento en Barcelona, el jueves 20 de mayo de 2021.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Rafa Molés y Pepe Andreu, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, y al equipo del DocsBarcelona, por su generosidad, cariño, tiempo y amabilidad. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Lobster Soup, de Pepe Andreu y Rafa Molés

EL VIEJO CAFÉ DE MARINEROS DE GRINDAVIK SE CIERRA.

“No nos podemos convertir en un país al servicio de los demás, porque sino perdemos nuestra alma”

Gudbergur Bergsson

Desde que se conocieron en la Facultad de Ciencias de la Información, Pepe Andreu (Elche, Alicante, 1973), y Rafa Molés (Castellón, 1974), han unido sus fuerzas y talento y han codirigido cuatro películas, cuatro retratos partiendo de una realidad desconocida, incómoda y versátil, que demuestra que los cineastas han cimentado una filmografía basada en la inquietud y la curiosidad de aquello que vive y se transforma, adentrándose en aspectos de la vida, de la memoria y la actualidad más íntima. En Five Days to Dance (2014), su opera prima, nos hablaban de los primeros pasos en el baile de unos aficionados, en Sara Baras: Todas las voces (2017), cruzaban el otro lado del espejo, y filmaban a una de las mejores bailaoras de los últimos años, en Operación Stuka (2018), rescataban de la memoria unos sucesos olvidados sobre las operaciones secretas de los nazis en la provincia de Castellón, y en Picotazos contra el cristal (2019), un documento sobre la educación actual y su cuestionamiento.

Su quinta película juntos, Lobster Soup, se trasladan al pequeño pueblo de Grindavik, en la costa oeste de Islandia, con sus poco más de 2400 habitantes, con sus bajísimas temperaturas, y más concretamente, en el Café Bryggjan, una cafetería junto al puerto, regentada por los hermanos Krilli, el que abre por la mañana y el cocinero de la famosa “Sopa de Langosta”, y Alli, alma mater del lugar, con su imponente físico, su barba blanca, que le da un aspecto de vikingo auténtico, y los demás parroquianos del lugar: el último boxeador de Islandia, el citado Gudbergur Bergsson, novelista y traductor de ”El Quijote” en islandés, y demás viejos marineros, ahora retirados, que hablan del mundo, de su pequeña comunidad, y de aquello otro y más allá. Andreu y Molés huyen del documental de postal, y penetran en el alma del lugar y de todas aquellas personas que conforman tan variopinto y auténtico lugar, mostrando su esencia, su lado humano y sobre todo, el contexto en el que se desarrolla. Un café en el que una vez por semana se habla de los que ya no están, de sus difuntos, otra noche, hay música en directo, y muchos días, se agolpan cientos de turistas, ansiosos por probar su famosa sopa y vivir la experiencia de conocer un lugar con seña e identidad, quizás el último que queda.

Lobster Soup tiene ese aspecto de documental antropológico de esa zona en cuestión de Islandia, con esas formas de ser tan peculiares, sus formas de hablar, de explicar y esos silencios que tanto llenan y cuentan, pero la película no se queda ahí, va muchísimo más allá, porque nos habla de cómo el turismo masivo ha cambiado todo, porque los turistas que llegan a parte de consumir “La Laguna Azul”, un espacio de aguas termales muy concurrido, se pasan por el Café Bryggjan, para degustar su sopa, y ver por última vez un lugar perdido en el tiempo y en el espacio, que todavía pervive a pesar de la globalización y el capitalismo, que todo lo consume y lo compra, aunque será por poco tiempo, porque los hermanos han recibido una sustanciosa oferta y todo cambiará, el café se convertirá en otra cosa, y los lugareños del lugar deberán buscarse otro espacio para pasar las horas y la vida. Aunque los directores valencianos no hacen una película nostálgica y triste, sino todo lo contrario, porque Lobster Soup es ante todo, una obra vitalista, llena de amor y vida hacia unas personas que recuerdan sus años de marineros de competitividad por quién capturaba más pescado, años de mar y de una forma de vida que va despareciendo, porque la película no solo muestra un tiempo que se pierde, sino también, una forma de vida, en la que estos hombres de mar representan, y el Café es ese espacio de tertulia, de amistad y fraternidad, y la película recoge sus últimos meses, donde todos acuden a despedirse por todos los años vividos, todos las charlas, todas las sopas.

Andreu y Molés han construido una película que bebe mucho de la atmósfera y el aroma que desprendía el cine de Ozu y su última película El sabor del sake (1962), con esos amigos bebiendo y recordando su vida, y el primer cine británico de los Loach, Frears y Leigh, donde después de una dura jornada laboral, todos bebían pintas y pasaban las penas, y Kaurismäki, con esos hombres de bar y cafés, con la jarra en la mano y escuchando música en vivo,  donde se emana felicidad, amor y fraternidad, y frente todo eso, el voraz capitalismo y ese turismo consumista y devastador que todo lo quiere ver, en el menor tiempo posible, y cuánto más mejor, donde todo se consume y nada se vive, nada se contempla, todo con prisa y ya. Ante esa vorágine estúpida, malsana y contaminante, los tipos del Café Bryggjan son una especie de limbo, de gentes que todavía viven y miran su alrededor, una especie de outsiders como los de las películas de Fuller o Jarmusch, o aquellos pistoleros de Grupo salvaje, de Peckinpah, que ante el avance de los nuevos tiempos con cacharros de motor, incluso algunos que vuelan, ellos preferían seguir siendo lo que eran, seguir siendo auténticos frente a un mundo cada vez más irreconocible, deshumanizado y lleno de estupidez. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Anna Alarcón

Entrevista a Anna Alarcón, actriz de la película «L’ofrena», de Ventura Durall en los Cines Verdi en Barcelona, el martes 15 de septiembre de 2020.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Anna Alarcón, por su tiempo, generosidad y cariño, y a Sandra Ejarque de Vasaver, por su tiempo, amabilidad, generosidad y cariño.

Entrevista a Ventura Durall

Entrevista a Ventura Durall, director de la película «L’ofrena», en los Cines Verdi en Barcelona, el martes 15 de septiembre de 2020.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Ventura Durall, por su tiempo, generosidad y cariño, y a Sandra Ejarque de Vasaver, por su tiempo, amabilidad, generosidad y cariño.

L’ofrena, de Ventura Durall

LAS HERIDAS QUE ARRASTRAMOS.

“El pasado nunca se muere Ni siquiera es pasado”

William Faulkner

La película se abre a través de un prólogo que nos muestra el día que Rita y Jan se conocieron, cuando Jan apareció portando el último deseo del padre de Rita. De ese tiempo indeterminado, pasaremos a la actualidad, en un presente en que Rita y Jan viven y siguen enamorados, con una sola excepción, Jan está obsesionado con Violeta, una mujer casada, psiquiatra de profesión, y madre de dos hijos. Hay algo fuerte y obsesivo que lo ata, pero todavía no sabemos que es, pero Rita, en un acto de generosidad absoluta propiciará el encuentro que tanto desea Jan. El director Ventura Durall (Barcelona, 1974), arrancó su carrera en la ficción, con la interesantísima Las dos vidas de Andrés Rabadán (2008), protagonizada por un inconmensurable Alex Brendemühl, dando vida al famoso “Asesino de la ballesta”, que también, tuvo su mirada documental con El perdón, un año después. En un sugestivo díptico que huía del sensacionalismo y la noticia, para adentrarse en la psicología profunda y humana del protagonista. Vinieron otros documentales como Los años salvajes  (2013) y Bugarach (2014), este último codirigido, también alguna que otra tv movie, cortos y un puñado de películas produciendo a jóvenes talentos.

Ahora, vuelve a la ficción con L’ofrena, con un thriller psicológico asfixiante y lleno de elementos ocultos, que se mueve en esos terrenos pantanosos del alma, como el amor, el deseo, la obsesión, la culpa y el perdón, y lo hace desdoblando en dos tiempos el relato, en el profundo y sobrio guión que firman la debutante Sandra Beltrán, Guillem Sala (colaborador de Durall), Clara Roquet (que ya había hecho lo mismo con Marqués-Marcet y Jaime Rosales) y el propio director. Por un lado, tenemos la actualidad, en este denso y brutal descenso a los infiernos personales y muy íntimos, que protagonizan una especie de trío de almas perdidas, seres rotos que deambulan por la existencia como si no fuese con ellos, amarrados e hipnotizados por un pasado que les tambalea el alma y la vida. Y por otro, el pasado, cuando Violeta y Jan eran jóvenes y se conocieron un verano en un camping de la costa y la historia que vivieron. El relato va hacia delante y hacia atrás, conociendo todos los pormenores y situaciones emocionales en los que están implicados los personajes.

El director barcelonés cuida cada detalle, sumergiéndonos sin prisas en esta trama sobre estas vidas rotas, vidas que no acaban de vivir, que se mueven entre sombras y fantasmas, porque arrastran demasiadas rupturas emocionales, demasiados recuerdos dolorosos y demasiados golpes. Durall vuelve a contar con el excelente trabajo de luz del cinematógrafo Alex García (con el que ya había trabajado en la tv movie El cas dels catalans), con ese tono tenue y oscuro que baña toda la actualidad, muy contrastada por la luz del pasado, brillante y natural, creando esa perfecta simbiosis entre vida y muerte, entre ilusión y perdida, entre aquello que soñábamos y en lo que nos hemos convertido. El inmenso y calculado trabajo de montaje de Marc Roca (responsable de Yo la busco o La nova escola, de Durall, de próximo estreno), nos lleva sin pestañear de un tiempo a otro, de un mundo a otro, de un estado emocional a otro, con un magnífica labor en la dosificación de la información, para llegar a ese tramo final intenso y arrebatador.

En el tono y la narración de L’ofrena encontramos la malicia y la sequedad del Chabrol, cuando nos situaba en esas pequeñas y asfixiantes comunidades, donde todo se movía entre seres y situaciones de doble sentido, percibimos el aroma, la atmósfera y la angustia tan significativa de los miembros de la Escuela de Lodz: los Polanski, Kieslowski, Skolimowski, Zanussi, Zulawski, creadores que imponían espacios cerrados, relaciones turbulentas y llenas de odio, rabia y amor, para ahondar en las oscuras relaciones humanas y la profundidad psicológica de los personajes, las heridas emocionales tan propias del universo de Haneke, o el cine de Almodóvar, donde el pasado revienta la cotidianidad emocional, sin olvidarnos de nombres como los del primer Bigas Luna, Jordi Cadena o Jesús Garay, en sus historias íntimas y perturbadoras, protagonizadas por seres en penumbra emocional y abatidos por los designios del corazón.

El magnífico trabajo interpretativo es otro de los elementos fundamentales en los que se sustenta la película, donde se mira y se calla mucho, y se habla más bien poco, empezando por Alex Brendemühl, que sigue película a película, demostrando su extraordinaria valía, siendo un actor con más peso, elegancia y sensibilidad, bien acompañado por una Verónica Echegui, que juega bien su gran sensualidad, naturalidad y agitación, con Pablo Molinero, bien y dispuesto a mostrar la desnudez emocional cuando es requerido, Josh Climent, que habíamos visto en un pequeño rol en La inocencia, de Lucía Alemany, convertido en el chico seductor y rebelde que tanto enamora a las chicas en verano, y las dos grandes revelaciones de la película, que comparten el mismo personajes en dos tiempos diferentes, la joven debutante Claudia Riera, llena de energía y fuerza, absorbe la pantalla y nos enamora con sus miradas y gestos, y Anna Alarcón, que ya había demostrado en las tablas su buen hacer para los personas emocionalmente fuertes y complejos, es la Violeta adulta, la pieza clave en esta historia, actriz dotada de una mirada penetrante y un cuerpo frágil y poderoso a la vez, se convierte en la madeja que mueve toda la función, brillando cuando habla y cuando calla, y sobre todo, cuando mira, porque corta el aire, siendo una actriz que nos guía con su mirada, a través de su inquietud, su ruptura emocional y todas las heridas que arrastra.

Durall ha construido una película ejemplar, a partir de grandes y miserias cotidianas que nos rodean, que anidan en lo más profundo del alma, sumergida en emociones y relaciones oscuras y difíciles, que en algunos momentos rayan el terror, el drama personal e íntimo, ese que rasga el alma, el que no deja indiferente. Una obra bien vestida y magníficamente ejecutada, con esa tensión psicológica abrumadora e inquietante, donde la puesta en escena es firme, rigurosa y muy elaborada, como demuestra la magnífica ejecución de la comida en el patio, donde la cámara, en ningún instante, agrupa a los cuatro comensales, filmándolos en solitario, con planos cerrados y cercanos, para mostrar todo el abismo que les separa, y sobre todo, reafirmar todos los secretos que cada uno oculta. L’ofrena muestra a ese tipo de personas que existen y se mueven entre una especie de limbo, que no es pasado ni presente, un espacio donde se encuentran rotos a pedazos, incapaces de huir de sí mismos, y sobre todo, incapaces de encontrar esas ventanas o puertas que los conduzcan a lugares menos dolorosos y culpables. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Pepe Andreu y Rafa Molés

Entrevista a Pepe Andreu y Rafa Molés, directores de la película «Experimento Stuka», en el marco del Festival DocsBarcelona, en el hall del Teatre CCCB en Barcelona, el viernes 25 de mayo de 2018.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Pepe Andreu y Rafa Molés, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, y al equipo del DocsBarcelona, por su tiempo, cariño, generosidad y paciencia.

Experimento Stuka, de Pepe Andreu y Rafa Molés

REESCRIBIR LA HISTORIA.

“Matar a una persona no es fácil. Mira por dónde pasea. El sitio donde vive. Entra en su casa. Escucha su historia, sus pesares. Observa su rostro de cerca e intenta hacerlo. Intenta desgarrar su carne. Intenta vaciarla el alma. Pero, ahora, aléjate. Diluye su figura, borra su biografía. Redúcela a una nada insignificante y entonces sí, ahora sí. ¿Cuántos interruptores hay que desconectar del cerebro para matar a alguien? La falta de memoria descompone los cuerpos. El olvido. No saber, no preguntar. ¿Quién recuerda a los muertos cuando se acepta que la muerte es la única regla del juego? ¿Cuánta ignorancia hace falta para matar y seguir matando?”.

La mañana del sábado 21 de mayo de 1938, en la provincia de Castellón, en la región del Alto Maestrazgo, y más concretamente en el pueblo de Albocàsser, un pequeño pueblo dedicado a los olivos, donde la guerra civil todavía no había llegado y la cotidianidad era la tónica predominante, se levantó fuertemente golpeado cuando unos aviones de guerra, los Junkers 87ª, llamados “Stuka”, del cuerpo de élite de la aviación nazi “Legión Cóndor”,  sobrevolaron su cielo y arrojaron tres bombas pesadas en mitad del pueblo. Esta misma operación continuó en Albocàsser, y en los pueblos de Ares del Maestrat, Benassal y Vilar de Canes, pueblos ubicados en un radio de 30 kilómetros. Diez días de bombardeos que se saldaron con 38 muertos. El franquismo silenció este hecho, y en los pueblos siempre creyeron que había sido un ataque de la aviación republicana.

El tiempo pasó, el franquismo acabó, y un grupo de personas de Benassal, con la ayuda de Óscar Vives se hicieron preguntas, preguntas sobre lo ocurrido, porque no creían la versión oficial, y empezaron una ardua búsqueda que les llevó a archivos militares españoles y hasta Friburgo, donde el archivo del ejército alemán les descubrió la verdad, una verdad triste y amarga en el que explicaban que sus pequeños pueblos fueron un campo de pruebas para los nuevos aviones de guerra. El ilicitano Pepe Andreu y el castellonense Rafa Molés, que ya habían codirigido un par de documentales en que exploraban el mundo del baile desde perspectivas diferentes, en Five days to change (2014) en el que unos chicos y chicas de un colegio se preparan para bailar por primera vez, y en Sara Baras. Todas las voces (2016) donde siguen de manera íntima y personal a la extraordinaria bailaora.

Ahora, giran 180 grados y se adentran en un terrero completamente diferente, el de la memoria histórica, para documentar el trabajo memorístico y de investigación de un grupo de buscadores de la verdad, un grupo de personas que se hacen preguntas, que quieren conocer la verdad ocultada y silenciada. A través de ellos, de su búsqueda, de material de archivo, y de aquellos que siendo niños fueron testigos de aquel brutal ataque, nos sumergirán en una película que habla del recuerdo, del dolor, y sobre todo, de rendir homenaje a todos aquellos que perecieron ante la barbarie fascista. Andreu y Molés colocan su cámara en este tiempo y aquel, en todos los testimonios que vivieron aquello, en los de ahora, en todos los que buscan la verdad, no para remover las heridas, sino para cerrarlas, para que los muertos descansen en paz, en un documento excepcional y necesario para dar luz y verdad a todos aquellos sucesos que el franquismo silenció y contó sus mentiras. La película filma muchos testimonios y trabajos de investigación, que nos llevan a los pueblos damnificados, y a aquellos lugares donde se almacena la información que destapará la verdad y hará justicia a todos, los ausentes y los presentes, y reescribirá la historia de todos esos sucesos ocurridos en los pueblos, para que las victimas descansen en paz y sus descendientes conozcan la verdad que no conocían.

Los cineastas valencianos nos envuelven sensibilidad y sobriedad en aquellos años de la guerra, en aquellas personas que vivieron aquel tiempo, en un ejercicio valiente y extraordinario sobre la memoria, destapando un suceso que tuvo un alcance parecido al bombardeo de Guernica, pero uno es de sobra conocido, y el otro, se quedó en los abismos del olvido. Los cineastas utilizan todos los medios expresivos a su alcance para introducirnos en cada detalle y documento, como los terribles testimonios de las gentes que presenciaron las pequeñas historias de dolor y muerte que sus vecinos, amigos o familiares tuvieron que soportar, rescatando todos esos testimonios que reescriben la historia dando voz a aquellos que nunca la tuvieron, como los muñequitos que escenifican la vulnerabilidad de todos frente a la guerra, construyendo de manera sencilla y brutal ese aspecto de la barbarie cuando no existen imágenes, como realizó Rithy Panh en La imagen perdida, para documentar los campos de trabajo de Camboya. Un documento brutal y sencillo que nos sumerge en el tiempo de la memoria para dar luz a un suceso horrible que padecieron unos habitantes de cuatro pequeños pueblos de Castellón, a los que la película documenta toda su historia, y recoge a todos aquellos que conocieron el suceso, dándoles una nueva vida y sobre todo, la verdad que desconocían.


<p><a href=»https://vimeo.com/263318828″>’Experimento Stuka’ Tr&aacute;iler Oficial</a> from <a href=»https://vimeo.com/user13537382″>SUICAfilms</a> on <a href=»https://vimeo.com»>Vimeo</a>.</p>