Sálvese quien pueda, de Alexe Poukine

EN LA PIEL DEL OTRO.  

“Antes de curar a alguien, pregúntale si está dispuesto a renunciar a las cosas que lo enfermaron”. 

Hipócrates

Si recuerdan cómo empezaba Todo sobre mi madre (1999), de Almodóvar, con unos doctores realizando un taller de formación con psicólogos en los que se trabaja la empatía y sobre todo, el momento de dar información delicada y difícil. Una situación parecida como la que se vive en la película Sálvese quien pueda (“Sauve qui peut”, en el original), de Alexe Poukine, originaria de Francia e instalada en Bruselas (Bélgica), la historia se centra en los cursos de formación para sanitarios, empezando por una simulación en la que un doctor debe informar a un paciente de su enfermedad, un cáncer que no tiene cura, después estamos con unos estudiantes de medicina, y cómo se recaba la información necesaria para el trato, estudio y posterior diagnóstico de los pacientes, y finalmente, enfermeras y diferentes oficios de la sanidad participan en los diferentes aspectos de su trabajo, los pros y contras y atacan a un sistema demasiado colapsado y privado que prima los beneficios en pos de una salud pública, con más tiempo y atención para cada paciente.

Poukine debutó con Duerme, duerme en las piedras (2013), en la que mediante sus familiares reconstruyen la vida de su tío que murió como vagabundo. También, la conocíamos Lo que no te mata (“Sans frapper”, en el original) de 2019, que también pasó por El Documental del mes, en la que recogía el testimonio de una mujer violada a través de la teatralización de un grupo de mujeres que revivían la experiencia y contaba las terribles consecuencias del suceso. Un contundente documental en la que, sin florituras ni estridencias, se hablada de frente de la violación y los traumas que dejaban en la víctima, en un tono frío, directo y sensible. Usando el mismo aspecto formal, en la que prevalece la cotidianidad, el tono cercano e íntimo y nada impostado, y además, un continuo espacio de diálogo donde cada uno de los integrantes explica sus realidades y en grupo se comparten con la mediación de los profesionales de la psicología. Nos encontramos en Lausana (Suiza), en unos talleres de formación en la que a partir de simulaciones en los que se exponen todos los problemas a los que se enfrentan diariamente los sanitarios, ya sean de orden laboral, con los innumerables recortes y demás aspectos de su trabajo, la falta de herramientas y el poco tiempo para tratar a los pacientes, y los otros problemas, los que tienen que ver con el diálogo con los enfermos, a los que deben de informar de su enfermedad y demás cuestiones que resultan sumamente complejas. 

El tono de Sálvese quien pueda es de frente y sin cortapisas, aspecto que le añade una gran “verdad” en todo lo que se cuenta, con una cámara que capta todos los detalles que allí se producen, tomando la distancia adecuada y sin ser demasiado entrometida, convirtiéndose en un testigo privilegiado y observador que recoge todo aquello que vemos y lo que no, generando un espacio de libertad, sensibilidad y humanidad entre los participantes, con unos profesionales de la sanidad que participan en grupo realizando unos talleres no sólo de formación, sino también de establecer diálogos necesarios y sumamente importantes para hablar de su trabajo, de sus conflictos, y sobre todo, de sí mismos, de sus preocupaciones, miedos, trabas, complejidades y demás situaciones con las que deben convivir diariamente en sus centros de trabajo, donde se trabaja la empatía, la mirada, la caricia y la cercanía ya que deben vivir momentos altamente dificultosos en los que deben lidiar con problemas por la falta de inversión, de recursos y demás, con unas personas enfermas con las que, en muchas ocasiones, exigen un tratamiento y una cura en enfermedades que ya no lo tienen. 

Esta película debería ser de visión obligatoria no sólo como estímulo y ayuda a todos los profesionales de la sanidad, sino también a todo el mundo, porque si no trabajamos como sanitarios, en algún momento de nuestras vidas, vamos a ser pacientes y casi seguro, enfermos. Así que, todos y todas debemos aceptar las reglas del juego y ponernos en la piel del otro y establecer un espacio de empatía, intimidad y miradas que nos ayuden, a unos y otros, a querernos y abrazarnos, y a comprendernos los unos a los otros, y trazar esos puentes de ayuda y tiempo tan necesarios para lidiar con los asuntos tan complejos de la salud y sus procesos. Alexe Poukine sitúa su mirada-cámara en el foco del conflicto, pero no lanza respuestas milagrosas que quizás, muchos esperan con los brazos abiertos. La cosa no va por ahí, va mucho más allá, va de hablar y comunicarse, pero de verdad, tomándonos el tiempo necesario, escuchar en silencio al otro/a, y tender esos puentes necesarios para que unos trabajen con las mejores herramientas y otros, sean atendidos de la mejor forma, sin prisas y con la intimidad necesarias, con el fin de que todos/as vivan sus respectivos roles: los trabajados y los pacientes con la libertad y la sensibilidad acordes para experimentar sus difíciles caminos con amor y cariño. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Animalia, de Sofia Alaoui

ITTO Y EL FIN DEL MUNDO. 

“Es más fácil imaginar el fin del mundo que el del capitalismo”.

Fredric Jameson/Slavoj Zizek

Con el cortometraje Qu’importe si les bêtes meurent (2020), la directora franco-marroquí Sofia Alaoui (Casablanca, Marruecos, 1990), nos contaba la peripecia de Abdellah, un joven pastor de las montañas del Atlas que se enfrentaba a un fenómeno sobrenatural. Partiendo del mismo conflicto, la cineasta ha debutado en el largometraje con Animalia, una distopía más cerca de lo que imaginamos, a partir de un guion coescrito junto a Laurie Bost y una grande como Raphaëlle Vallbrune-Desplechin, que ha trabajado para Ursula Meier, Guillaume Senez y en películas tan interesantes como Curiosa, de Lou Jeunet, y Olga, de Elle Grappe, entre otras. A partir de la existencia de Itto, una joven huérfana y embarazada que, vive con su prometido Amine, y la familia de éste, un Caíd local, una especie de gobernante, en una lujosa mansión en una zona rural. La trama es muy sencilla y directa, una historia que arranca cuando Itto, agobiada de su familia política, decide quedarse sola en casa mientras los demás pasan el día fuera. De repente, una amenaza exterior, en forma de terror sobrenatural, empieza a caer sobre el lugar y la joven asustada, decide marcharse. 

Alaoui construye una película muy cotidiana y transparente, donde la invasión alienígena es invisible, pero está ahí, a través de lo más cercano como la extraña conducta de los animales, volviéndose inquietos y agresivos, ahí vemos la influencia de aquel cine de serie B de los cincuenta, y la mítica serie que era The Twilight Zone (1959-1964), y el cine de Hitchcock, con esos pájaros que revolotean y atacan sin piedad. Aunque el género, la ciencia-ficción y el terror, es un mero telón de fondo, un macguffin que se usa para ahondar en el aspecto psicológico de los personajes y hacerlos moverse físicamente, porque la mirada de la historia va mucho más allá, sumergiéndonos en las grandes desigualdades entre unos enriquecidos privilegiados y el resto, empobrecidos que viven al día, donde lo espiritual ha sido absorbido por una nueva religión: lo material y el dinero. Un guion dividido en tres partes bien diferenciadas. En la primera, Itto se ve envuelta en un oasis alejado de la realidad. En la segunda, Itto se enfrenta a esa otra realidad, la de los invisibles, y finalmente, la joven se enfrenta a sus propias contradicciones y las de su futura familia. 

La cineasta franco-marroquí se vuelve a rodear de los técnicos que ya estuvieron a su lado en el cortometraje citado. El cinematógrafo Noé Bach, que construye una luz muy íntima y una planificación que empieza con planos medios, para adentrarse en primeros planos, y acabando con esos planos generales, donde la muchedumbre se agolpa esperando una salida. El estupendo trabajo de sonido de Mariette Mathieu Goudier, en el que va creando esa atmósfera de inquietud y terror que casa con el laberinto en el que se encuentran sus atemorizados personajes. La excelente música de Amine Bouhafa, habitual del cine de Kaouther Ben Hania, de la que hemos visto recientemente la interesante Las cuatro hijas, y el brutal trabajo de montaje de Héloise Pelloquet, con un ritmo pausado in crescendo, en ese tono entre real y abstracto, donde los pequeños detalles y la imaginación generan más terror. Su entregado y magnífico reparto va en consonancia a la exigencia de una cinta donde la ausencia tiene mucha presencia, demandando unas interpretaciones contenidas y nada estridentes, hacia dentro, como la que hace la casi debutante Oumaima Barid en el rol de Itto, la protagonista de la cinta, enfrascada en un viaje muy físico y emocional por el que pasa por todos los estados, en una travesía social y humana en la que tomará mucha conciencia de su vida y de los suyos. 

Junto a Barid encontramos a dos hombres. Su prometido, Amine que hace el actor Mehdi Dehbi, que hemos visto en películas como El hijo del otro, de Lorraine Levy, El hombre más buscado, de Anton Crobijn, y en Conspiración en El Cairo, de Tarik Saleh, perteneciente a esa clase pudiente y elitista  muy obsesionada con el materialismo a base de pelotazos como el que planean con las frutas y hortalizas, con el beneplácito de la corrupción que ejerce su padre. Frente a él, la otra cara del capitalismo feroz y salvaje en el que vivimos, la vida de Fouad que interpreta el actor natural Fouad Oughaou, que era el protagonista del mencionado Qu’importe si les bêtes meurent, aquí como un repartidor de cebada y mesero que vive en una pequeña aldea. Animalia sería hija directa de películas como Hijos de los hombres (2006) de Alfonso Cuarón, donde un embarazo es la esperanza en una sociedad devastada y oscura, y Melancolía (2011), de Lars Von Trier, porque se dejan de estridencias argumentales y de fuegos artificiales, para centrarse en lo psicológico de los personajes y sus relaciones. 

Tanto la de Cuarón como la de Trier, son dos interesantes muestras que evidencian que el fin del mundo está ya entre nosotros, y todavía no nos hemos dado cuenta, cosas de este mundo materialista, acelerado y estúpido, donde hemos perdido la cabeza por lograr algo, y lo que hacemos diariamente es correr de un lado a otro, y sobre todo, comprar objetos inútiles y vendernos a nosotros mismos para seguir comprando y vuelta a empezar. La película Animalia, de Sofia Alaoui (agradecemos la labor de las distribuidoras Surtsey Films y Filmin, por seguir trabajando en ofrecer cine de otros países como Marruecos, tan ausente por estos lares), se revela como uno de las óperas primas más intensas, enigmáticas y sorprendentes de los últimos años, porque se mete de lleno en el género para sumergirse en las cloacas de una sistema económico que se autodestruye para seguir creciendo, un sin sentido. No estamos ante una película complaciente, todo lo contrario, porque  es dura en lo que cuenta, porque no se puede mirar a otro lado, y aboga por estar más cerca los unos con los otros, y eso incluye a los animales y la naturaleza, la gran olvidada, y resetearse y empezar de nuevo, si todavía es posible, porque visto lo visto, vamos por muy mal camino, y lograremos lo que pretendemos, aunque sea de forma inconsciente, ese final del mundo que está más cerca de lo que nos imaginamos mientras seguimos comprando cosas que no necesitamos. En fin. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Pablo Maqueda

Entrevista a Pablo Maqueda, director de la película «La desconocida», en el marco del BCN Film Festival, en el Hotel Casa Fuster en Barcelona, el viernes 21 de abril de 2023.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Pablo Maqueda, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, y a Katia Casariego y Ainhoa Pernaute de Revolutionary Press, por su amabilidad, generosidad, tiempo y cariño. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

La casa entre los cactus, de Carlota González-Adrio

LA FAMILIA FELIZ. 

“La familia está rodeada de dolor”

Ernesto Sábato

Las imágenes que abren una película deberían ser unas imágenes que fueran acorde con la historia que se pretende contar. En La casa entre los cactus siguen esta premisa con eficacia e inteligencia, porque las imágenes que nos introducen al relato son muy potentes e inquietantes, que nos recuerdan al comienzo de El resplandor, de Kubrick, con esas montañas y la cámara avanzando entre ellas, llevándonos hacia esa casa, una casa anclada en un hueco, alejada de todos y todo, rodeada de abundante vegetación y los imponentes cactus, toda una metáfora de ese lugar, un lugar bello, aparentemente demasiado tranquilo y sobre todo, que encierra un secreto. La ópera prima de Carlota González-Adrio (Barcelona, 1996), que ya despuntó con su interesante cortometraje Solsticio de verano (2019), que también daba vueltas en el entorno familiar y un secreto que se nos revelaría poniendo patas arriba el aparentemente orden.

Con su primera película, no abandona el núcleo familiar ni tampoco ese artificioso espacio de felicidad, porque nos sitúa en algún rural de las Islas Canarias, en la década de los setenta, maravilloso el trabajo de arte de Soledad Seseña, que la hemos visto en películas de Fernando León de Aranoa, Fernando Colomo y Joaquín Oristrell, entre otros, con esa ropa ajustada y volantín, ese mercadillo que abre y cierra la película, y esos coches con el mítico Renault 4 mítico y demás. El guion obra de Paul Pen, basado en su novela homónima, similar proceso que hizo con El aviso (2018), que llevó al cine Daniel Calparsoro, es un cuento de terror, pero a la forma clásica, donde destaca el aspecto psicológico y todo lo que se calla y se silencia, dejando de lado el susto fácil y el subidón de sonido, tan de modo en los tiempos actuales. Aquí, seguimos la cotidianidad de esta familia, en pleno verano caluroso y agobiante, una familia formada por el matrimonio pasados los cuarenta, y las cinco hijas: la mayor, Lis, que perderá la vida trágicamente, después Iris, la joven devoradora de Jane Austen y deseosa de ver, descubrir y enamorarse, luego encontramos a Melissa, la adolescente apasionada del dibujo, observadora e inteligente, y finalmente, Lila y Dalia, las dos gemelas que, algunas veces, optan la personalidad de Margarita.

Una historia bien construida, dosificando la información de forma excelente, como mandan los cánones, con sus estupendos ochenta y ocho minutos que dan para mucho, explicando y callando todo aquello necesario, creando esa atmósfera malsana y perturbadora con el aroma de los mejores relatos de terror de la época victoriana. Todo ese ambiente raruno y frío cambiará con la llegada del intruso, de un visitante inesperado que no pasa de largo sino que se queda, y ese no es otro que Rafa, un tipo que parece perdido o eso al menos dice. La poca experiencia de la directora se nutre como hacía Querejeta en sus películas, con un buen puñado de grandes profesionales como Zeltia Montes en la música, que ha trabajado en thrillers como Adiós, El silencio del pantano y comedias negras como El buen patrón, entre otras, el montaje de Sofi Escudé, que ha estado en trabajos de Mar Coll, en series como Todos mienten y Hache, y en películas tan estimulantes como Las niñas (2020), de Pilar Palomero, y un fenómeno de la luz cálida y transparente como el cinematógrafo Kiko de la Rica, un crack que tiene una filmografía con nombres tan ilustres como los de Medem, Calparsoro, De la Iglesia, Verger y David Serrano, entre otros.

El reparto está muy bien escogido, porque son intérpretes de sobrada calidad y experiencia como Ariadna Gil, sobran los elogios para una de las grandes de nuestro cine, en el rol de una madre protectora y llena de vida, que esconde algo, no sabemos qué, al igual que el padre, un Daniel Grao, que sabe interpretar todo lo que le echen, en la piel de un progenitor que manda y controla a sus hijas. Y luego, están las hijas: Aina Picarolo como Iris, que se ha fogueado en varias series, Zoe Arnao, que la recordamos como Brisa, una de las maravillosas protagonistas de Las niñas, y las dos gemelas debutantes Anna y Carla Ruiz. Amén del visitante, ese recién llegado hostil, alguien que hay que expulsar del paraíso creado por Emilio y Rosa, esos padres junto a sus hijas, que no es otro que Ricardo Gómez, con otro interesante papel como los que ha hecho en El sustituto y en Mía y Moi, generando ese ser del que no se sabe nada y parece querer algo, alguien que aparece de la nada y que viene a desmontarlo todo, una especie de Terence Stamp en Teorema, de Pasolini, pero en otro aspecto del misterio que se cierne sobre esa familia. 

La casa entre los cactus bebe mucho, tanto de la literatura de los cincuenta como del cine setentero, que posaron su mirada en el realismo social, en la violencia de lo rural, en lo atávico y en lo más intrínseco de la condición humana de las gentes de este país, con títulos tan recordados como La familia de Pascual Duarte, de Cela, El Jarama, de Ferlosio y Con el viento solano, de Aldecoa, en los libros, y Furtivos, de Borau, y las adaptaciones de las novelas citadas dirigidas por Ricardo Franco y Mario Camus, respectivamente. Carlota González-Adrio ha tejido una primera película con hechuras, valiente y sobria, alejándose de modas y corrientes de la actualidad, yéndose a los grandes temas de la literatura y el cine, construyendo una interesantísima y profunda reflexión sobre el hecho de ser padres, del significado de construir una familia y sobre todo, las consecuencias de las decisiones por cumplir unos deseos que, quizás, debían haberse quedado en un lugar cerrado, en una de las películas más oscuras y terroríficas sobre los aspectos más profundos e inquietantes de la condición humana. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Preparativos para estar juntos un periodo de tiempo desconocido, de Lili Horvát

LA DOBLE VIDA DE MARTA.

“El Big Bang, el universo, todos nosotros aceptamos estas cosas como un inmenso y excepcional misterio que nos rodea. En realidad, todos formamos parte de este misterio, pero desde dentro del microcosmos de nuestra propia consciencia”.

En el 2017, la película húngara En cuerpo y alma, de Ildikó Enyedi, distribuida también por Karma films, capturaba de forma delicada y sobria un imaginativo relato romántico con dos seres grises y anodinos que compartían el mismo sueño en el que eran dos ciervos macho y hembra. Su elegante composición formal y el excelente trabajo de sus dos intérpretes, la hizo convertirse en uno de los títulos sorpresa de la temporada. Ahora nos llega otra película del país magiar, de título larguísimo, Preparativos para estar juntos un periodo de tiempo desconocido, de Lili Horvát (Budapest, Hungría, 1982), una directora que ya hizo una primera película con East of the West (2015), la historia de una joven pareja que vive en la periferia y lucha para recuperar la custodia de la hija.

Con su nuevo trabajo nos sumerge en un sofisticado y apasionante misterio que protagoniza Marta Vizy, una prestigiosa neurocirujana de 40 años, que después de un encuentro con Janós Drexler, otro neurocirujano, en New Yersey, EE.UU., del que se enamora perdidamente, lo deja todo y vuelve a Budapest en su búsqueda. La directora húngara nos sitúa en la existencia y psique de Marta, y sobre todo, en su enigmática mirada, en su mundo, un universo que fusiona realidad e imaginación, en una película que conjuga de forma sencilla y brillante lo romántico con el thriller, siguiendo la estela de películas como Vértigo, de Hitchcock, y La doble vida de Verónica, de Kieslowski, incluso con Repulsión, de Polanski, en algunos aspectos de narrativa y composición, donde todo lo que vemos, vivimos e intuimos, lo hacemos a través de sus protagonistas con esa sombra de duda que constantemente nos sobrevuela, si las situaciones que siente y cree haber vivido la protagonista han sucedido o no.

Tenemos varios misterios e incógnitas, el que cuenta la propia película, y otro, el nuestro propio, pero Horvát no solo se centra en desvelar el misterio, aun más, solo lo usa para mover a sus personajes, como una especie de macguffin, porque también su interés reside en la dualidad psicológica que presenta el personaje de Marta. Una película construida a partir de dos miradas. Por un lado, tenemos el universo laboral de Marta, donde es una eminencia en el campo de la neurocirugía, y por el otro, tenemos su aspecto psíquico, en el que constantemente está al borde del precipicio, a punto de caer, generando todas esas situaciones inverosímiles y muy extrañas, surrealistas, con una vida atada a un hombre al que apenas conoce, un hombre que se ha convertido en su destino, en su obsesión, pero también en su condena. Localizada en un Budapest grisáceo, siempre nublado o nocturno, con esos espacios cerrados del hospital o la vivienda de Marta, casi vacía, todo muy inquietante, pero extremadamente cotidiano.

Un grandísimo trabajo de cinematografía de Róbert Maly, que trabaja con Horvát desde la Universidad, filmado en 35 mm, componiendo una textura y una imperfección que ayuda a introducirse en el mundo psicológico de la protagonista, creando ese doble, enigmático y asfixiante, con el que está construido toda la película, donde los reflejos, el otro, y las miradas juegan un papel fundamental para dejarse llevar y cautivarse por esta película que se mueve entre la extrañeza, lo cotidiano y lo misterioso. Una película que se apoya tanto en la imagen, en todo lo que vemos y lo que no, y sobre todo, en sus inquietantes silencios y miradas, debía tener un plantel que funcionará sin apenas decir nada. Natasa Stork que da vida a Marta, recrea no solo una mujer que se mueve entre el amor fou, y la imaginación, siempre en el límite de la cordura y la locura, con esa forma de mirar, porque su mirada lo es todo, ahondando más en ese misterio que la rodea, entre la realidad y el sueño, esa existencia turbia y condenada por un enamoramiento que no sabemos si es real o no, o quizás la necesidad de ese amor la ha llevado a volver a empezar por un sueño que debe construir.

A Marta le acompañan dos hombres, muy diferentes entre sí. Tenemos a  Viktor Bodó, que interpreta a János Drexler, el hombre que ha enamorado a Marta, sin saberlo, con esa primera frase, pilar en el que está edificada la película, que dice no conocerla, cuando la citada le explica su encuentro en EE.UU. Y finalmente, Benett Vilmányi, que pone la piel de Alex, un estudiante de medicina que se enamora de Marta y la intenta seducir. Lili Horvát compone una película sencilla, con una grandísima sensibilidad a la hora de adentrarse en el complejo mundo de los sentimientos, todos aquellos que parecen reales, los que no lo parecen, y sobre todo, la película puede verse como un extraordinario estudio psicológico del funcionamiento de nuestra psique cuando nos enamoramos o creemos estarlo, de toda esa fabulación o no que nos somete a nosotros mismos, en ese estado de atontamiento, lleno de incertidumbre, donde dejamos de ser quiénes somos para convertirnos en otros, quizás nuestros peores enemigos o por el contrario, los únicos que nos pueden ayudar para salir del atolladero que nuestras emociones nos han metido. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Solo una vez, de Guillermo Ríos

ENFRENTAR LA VIOLENCIA.

“Amurallar el propio sufrimiento es arriesgarte a que te devore desde el interior”

Frida Kahlo

Primero fue una obra de teatro Només una vegada/Solo una vez, escrita y dirigida por Marta Buchaca (Barcelona, 1979), de gran éxito de crítica y público, estrenada en el otoño de 2018. Ahora, nos llega la adaptación al cine firmada por la propia Buchaca, como ya hizo en 2019 con Litus, dirigida por Dani de la Orden, ambas nacidas de sendos encargos del productor Eduardo Campoy. Enmarcada en el campo del thriller psicológico, Solo una vez rastrea con inteligencia y sensibilidad la violencia de género, a través de Laura, una psicóloga especializada en la materia que trabaja en un centro de atención social que atiende a mujeres víctimas de violencia machista. Pablo, novelista de éxito, acude a terapia porque ha golpeado a su mujer, Eva, que trabaja para una editorial, que también accederá a las consultas, aunque no está obligada. El texto de Buchaca es magnífico, lleno de tensión y unos diálogos brillantes, en un tour de force entre psicóloga y maltratador, que nos va llevando de forma impecable a esclarecer los hechos de aquella noche fatídica, como Pablo menciona esa noche.

La película no solo se queda en el conflicto sobre la violencia del maltratador, que acapara buena parte del metraje, sino que añade otro elemento que aún incide en el problema principal, ya que la psicóloga sufre acoso de un hombre maltratador, por un caso con su mujer. Solo una vez es una película sencilla y minimalista, todo gira en torno a la historia que se nos cuenta, y la interpretación del trío protagonista, bases de la opera prima de Guillermo Ríos (Islas Canarias, 1979), que se ha labrado una filmografía en televisión, publicidad y cine con cortometrajes como Nasija (2006), siempre con la mirada puesta en lo social y en lo humano, como hace en Solo una vez, donde vuelve a contar con antiguos colaboradores como el cinematógrafo Roberto Ríos, que ya estuvo en Nasija, o el editor Pedro Felipe, que hizo lo propio en el documental La gran aventura de Guarapo (2019), y realiza con buen tono, y mejor tensión, un relato que profundiza en la violencia a través de los maltratadores y las terapias a las que asisten obligados, como sucedía en Amores que matan (2000), cortometraje de Icíar Bollaín, que planteaba un centro para maltratadores e indagaba en las causas y efectos de estas personas violentas.

Un buen trío protagonista encabezado por una impresionante Ariadna Gil, que vuelve a la gran pantalla, después de unos años dedicada al medio televisivo, interpretando a Laura, una mujer que verá como su trabajo se complica mucho debido a su ayuda a las mujeres maltratadas, y deberá lidiar con Pablo, un hombre que no enfrenta sus miedos e inseguridad, y sobre todo, su violencia. Álex García es Pablo, que se aleja de sus últimos papeles para meterse en la piel de un tipo neurótico y perfeccionista que deberá hacer frente a su violencia y su relación con su esposa. Silvia Alonso, también en un rol muy diferente a lo que venía haciendo, da vida a Eva, esa mujer maltratada que debe vencer sus miedos y replantearse su relación con su marido. Solo una vez sucede casi en su totalidad en la consulta de la psicóloga, haciéndose valer en ese tipo de películas que no hace faltan localizaciones para generar tensión y terror, y además, con tres personajes nada más, sumergiéndonos en la cotidianidad y los caracteres de los implicados en este tipo casos, cuando estalla el problema, cuando todo cambia, cuando las cosas que iban mal van a peor, en la que las diferentes personalidades de las personas en cuestión deben admitir sus actos, para que de esa manera poder empezar a enmendarlos.

La película muestra todos las etapas del proceso, desde la negación hasta la aceptación de nuestros actos violentos, y sobre todo, de quiénes somos, que nos ha llevado a comportarnos así con nuestra mujer, y va mucho más allá, mirando en el interior de todas esas actitudes violentas para que no vayan a más, para atajar el problema antes de que sea demasiado tarde y haya que lamentar otra víctima mortal más. Habrá que seguir la pista tanto a Marta Buchaca, que en teatro ya se había consolidado como una de las dramaturgas y directoras catalanas de primer nivel, ahora en el cine, que con Solo una vez, firma su tercera adaptación, si contamos la tv movie Las niñas no deberían jugar al fútbol, y la carrera de Guilermo Ríos, que entra por la puerta grande en la dirección de largometrajes con un relato sencillo, humano, directo, que plantea todas esas cuestiones que quedan en la sombra de la violencia machista, todas esas cuestiones que son necesarias para entender las causas del principal problema de relaciones sociales en muchos países, un problema que hay que sumergirse, escuchar a todas las partes implicadas y mirar de resolverlo con las herramientas que tenemos a nuestro alcance. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Alvaro Longoria

Entrevista a Alvaro Longoria, director de «The propaganda game». El encuentro tuvo lugar el sábado 31 de octubre de 2015 en el hall de los Cines Girona de Barcelona.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Alvaro Longoria, por su tiempo, simpatía y generosidad, y a Lara y Aina (autora de la fotografía que ilustra la publicación) de Betta Pictures, por su paciencia, amabilidad y cariño.