La casa entre los cactus, de Carlota González-Adrio

LA FAMILIA FELIZ. 

“La familia está rodeada de dolor”

Ernesto Sábato

Las imágenes que abren una película deberían ser unas imágenes que fueran acorde con la historia que se pretende contar. En La casa entre los cactus siguen esta premisa con eficacia e inteligencia, porque las imágenes que nos introducen al relato son muy potentes e inquietantes, que nos recuerdan al comienzo de El resplandor, de Kubrick, con esas montañas y la cámara avanzando entre ellas, llevándonos hacia esa casa, una casa anclada en un hueco, alejada de todos y todo, rodeada de abundante vegetación y los imponentes cactus, toda una metáfora de ese lugar, un lugar bello, aparentemente demasiado tranquilo y sobre todo, que encierra un secreto. La ópera prima de Carlota González-Adrio (Barcelona, 1996), que ya despuntó con su interesante cortometraje Solsticio de verano (2019), que también daba vueltas en el entorno familiar y un secreto que se nos revelaría poniendo patas arriba el aparentemente orden.

Con su primera película, no abandona el núcleo familiar ni tampoco ese artificioso espacio de felicidad, porque nos sitúa en algún rural de las Islas Canarias, en la década de los setenta, maravilloso el trabajo de arte de Soledad Seseña, que la hemos visto en películas de Fernando León de Aranoa, Fernando Colomo y Joaquín Oristrell, entre otros, con esa ropa ajustada y volantín, ese mercadillo que abre y cierra la película, y esos coches con el mítico Renault 4 mítico y demás. El guion obra de Paul Pen, basado en su novela homónima, similar proceso que hizo con El aviso (2018), que llevó al cine Daniel Calparsoro, es un cuento de terror, pero a la forma clásica, donde destaca el aspecto psicológico y todo lo que se calla y se silencia, dejando de lado el susto fácil y el subidón de sonido, tan de modo en los tiempos actuales. Aquí, seguimos la cotidianidad de esta familia, en pleno verano caluroso y agobiante, una familia formada por el matrimonio pasados los cuarenta, y las cinco hijas: la mayor, Lis, que perderá la vida trágicamente, después Iris, la joven devoradora de Jane Austen y deseosa de ver, descubrir y enamorarse, luego encontramos a Melissa, la adolescente apasionada del dibujo, observadora e inteligente, y finalmente, Lila y Dalia, las dos gemelas que, algunas veces, optan la personalidad de Margarita.

Una historia bien construida, dosificando la información de forma excelente, como mandan los cánones, con sus estupendos ochenta y ocho minutos que dan para mucho, explicando y callando todo aquello necesario, creando esa atmósfera malsana y perturbadora con el aroma de los mejores relatos de terror de la época victoriana. Todo ese ambiente raruno y frío cambiará con la llegada del intruso, de un visitante inesperado que no pasa de largo sino que se queda, y ese no es otro que Rafa, un tipo que parece perdido o eso al menos dice. La poca experiencia de la directora se nutre como hacía Querejeta en sus películas, con un buen puñado de grandes profesionales como Zeltia Montes en la música, que ha trabajado en thrillers como Adiós, El silencio del pantano y comedias negras como El buen patrón, entre otras, el montaje de Sofi Escudé, que ha estado en trabajos de Mar Coll, en series como Todos mienten y Hache, y en películas tan estimulantes como Las niñas (2020), de Pilar Palomero, y un fenómeno de la luz cálida y transparente como el cinematógrafo Kiko de la Rica, un crack que tiene una filmografía con nombres tan ilustres como los de Medem, Calparsoro, De la Iglesia, Verger y David Serrano, entre otros.

El reparto está muy bien escogido, porque son intérpretes de sobrada calidad y experiencia como Ariadna Gil, sobran los elogios para una de las grandes de nuestro cine, en el rol de una madre protectora y llena de vida, que esconde algo, no sabemos qué, al igual que el padre, un Daniel Grao, que sabe interpretar todo lo que le echen, en la piel de un progenitor que manda y controla a sus hijas. Y luego, están las hijas: Aina Picarolo como Iris, que se ha fogueado en varias series, Zoe Arnao, que la recordamos como Brisa, una de las maravillosas protagonistas de Las niñas, y las dos gemelas debutantes Anna y Carla Ruiz. Amén del visitante, ese recién llegado hostil, alguien que hay que expulsar del paraíso creado por Emilio y Rosa, esos padres junto a sus hijas, que no es otro que Ricardo Gómez, con otro interesante papel como los que ha hecho en El sustituto y en Mía y Moi, generando ese ser del que no se sabe nada y parece querer algo, alguien que aparece de la nada y que viene a desmontarlo todo, una especie de Terence Stamp en Teorema, de Pasolini, pero en otro aspecto del misterio que se cierne sobre esa familia. 

La casa entre los cactus bebe mucho, tanto de la literatura de los cincuenta como del cine setentero, que posaron su mirada en el realismo social, en la violencia de lo rural, en lo atávico y en lo más intrínseco de la condición humana de las gentes de este país, con títulos tan recordados como La familia de Pascual Duarte, de Cela, El Jarama, de Ferlosio y Con el viento solano, de Aldecoa, en los libros, y Furtivos, de Borau, y las adaptaciones de las novelas citadas dirigidas por Ricardo Franco y Mario Camus, respectivamente. Carlota González-Adrio ha tejido una primera película con hechuras, valiente y sobria, alejándose de modas y corrientes de la actualidad, yéndose a los grandes temas de la literatura y el cine, construyendo una interesantísima y profunda reflexión sobre el hecho de ser padres, del significado de construir una familia y sobre todo, las consecuencias de las decisiones por cumplir unos deseos que, quizás, debían haberse quedado en un lugar cerrado, en una de las películas más oscuras y terroríficas sobre los aspectos más profundos e inquietantes de la condición humana. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Solo una vez, de Guillermo Ríos

ENFRENTAR LA VIOLENCIA.

“Amurallar el propio sufrimiento es arriesgarte a que te devore desde el interior”

Frida Kahlo

Primero fue una obra de teatro Només una vegada/Solo una vez, escrita y dirigida por Marta Buchaca (Barcelona, 1979), de gran éxito de crítica y público, estrenada en el otoño de 2018. Ahora, nos llega la adaptación al cine firmada por la propia Buchaca, como ya hizo en 2019 con Litus, dirigida por Dani de la Orden, ambas nacidas de sendos encargos del productor Eduardo Campoy. Enmarcada en el campo del thriller psicológico, Solo una vez rastrea con inteligencia y sensibilidad la violencia de género, a través de Laura, una psicóloga especializada en la materia que trabaja en un centro de atención social que atiende a mujeres víctimas de violencia machista. Pablo, novelista de éxito, acude a terapia porque ha golpeado a su mujer, Eva, que trabaja para una editorial, que también accederá a las consultas, aunque no está obligada. El texto de Buchaca es magnífico, lleno de tensión y unos diálogos brillantes, en un tour de force entre psicóloga y maltratador, que nos va llevando de forma impecable a esclarecer los hechos de aquella noche fatídica, como Pablo menciona esa noche.

La película no solo se queda en el conflicto sobre la violencia del maltratador, que acapara buena parte del metraje, sino que añade otro elemento que aún incide en el problema principal, ya que la psicóloga sufre acoso de un hombre maltratador, por un caso con su mujer. Solo una vez es una película sencilla y minimalista, todo gira en torno a la historia que se nos cuenta, y la interpretación del trío protagonista, bases de la opera prima de Guillermo Ríos (Islas Canarias, 1979), que se ha labrado una filmografía en televisión, publicidad y cine con cortometrajes como Nasija (2006), siempre con la mirada puesta en lo social y en lo humano, como hace en Solo una vez, donde vuelve a contar con antiguos colaboradores como el cinematógrafo Roberto Ríos, que ya estuvo en Nasija, o el editor Pedro Felipe, que hizo lo propio en el documental La gran aventura de Guarapo (2019), y realiza con buen tono, y mejor tensión, un relato que profundiza en la violencia a través de los maltratadores y las terapias a las que asisten obligados, como sucedía en Amores que matan (2000), cortometraje de Icíar Bollaín, que planteaba un centro para maltratadores e indagaba en las causas y efectos de estas personas violentas.

Un buen trío protagonista encabezado por una impresionante Ariadna Gil, que vuelve a la gran pantalla, después de unos años dedicada al medio televisivo, interpretando a Laura, una mujer que verá como su trabajo se complica mucho debido a su ayuda a las mujeres maltratadas, y deberá lidiar con Pablo, un hombre que no enfrenta sus miedos e inseguridad, y sobre todo, su violencia. Álex García es Pablo, que se aleja de sus últimos papeles para meterse en la piel de un tipo neurótico y perfeccionista que deberá hacer frente a su violencia y su relación con su esposa. Silvia Alonso, también en un rol muy diferente a lo que venía haciendo, da vida a Eva, esa mujer maltratada que debe vencer sus miedos y replantearse su relación con su marido. Solo una vez sucede casi en su totalidad en la consulta de la psicóloga, haciéndose valer en ese tipo de películas que no hace faltan localizaciones para generar tensión y terror, y además, con tres personajes nada más, sumergiéndonos en la cotidianidad y los caracteres de los implicados en este tipo casos, cuando estalla el problema, cuando todo cambia, cuando las cosas que iban mal van a peor, en la que las diferentes personalidades de las personas en cuestión deben admitir sus actos, para que de esa manera poder empezar a enmendarlos.

La película muestra todos las etapas del proceso, desde la negación hasta la aceptación de nuestros actos violentos, y sobre todo, de quiénes somos, que nos ha llevado a comportarnos así con nuestra mujer, y va mucho más allá, mirando en el interior de todas esas actitudes violentas para que no vayan a más, para atajar el problema antes de que sea demasiado tarde y haya que lamentar otra víctima mortal más. Habrá que seguir la pista tanto a Marta Buchaca, que en teatro ya se había consolidado como una de las dramaturgas y directoras catalanas de primer nivel, ahora en el cine, que con Solo una vez, firma su tercera adaptación, si contamos la tv movie Las niñas no deberían jugar al fútbol, y la carrera de Guilermo Ríos, que entra por la puerta grande en la dirección de largometrajes con un relato sencillo, humano, directo, que plantea todas esas cuestiones que quedan en la sombra de la violencia machista, todas esas cuestiones que son necesarias para entender las causas del principal problema de relaciones sociales en muchos países, un problema que hay que sumergirse, escuchar a todas las partes implicadas y mirar de resolverlo con las herramientas que tenemos a nuestro alcance. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Parking, de Tudor Giurgiu

LOS PAISAJES SOLITARIOS.

“Amor, cuántos caminos hasta llegar a un beso, ¡qué soledad errante hasta tu compañía!”

Pablo Neruda

Adrían es rumano e inmigrante, y soñador, escribe para que algún día su poesía pueda llegar a los demás. Mientras, pasa sus días en el sur de España, guardando un concesionario en horas bajas y malviviendo en una caravana a la espera de una oportunidad o de quién sabe. Un día, conoce a María, una joven que toca el bajo en un grupo de música de segunda fila, y se enamoran. Quizás ese amor, inesperado y descontrolado, como son todos los amores, sea la causa de que su existencia cambiará de rumbo. El cuarto trabajo de Tudor Giurgiu (Cluj-Napoca, Rumania, 1972) es una fábula sobre las decisiones y circunstancias vitales que debemos afrontar en nuestras vidas, una película que en cierta medida, sigue la línea de sus anteriores trabajos. En su opera prima, Love Sick (2006) un trío amoroso ponía al límite a sus participantes, en De caracoles y hombres (2012) el cierre de una empresa coloca a sus empleados en la tesitura de aceptar una solución rocambolesca por parte del sindicalista, y en Why Me? (2015) un abogado se veía en el dilema de trabajar por la verdad o mentir favoreciendo a intereses particulares.

Giurgiu coloca a sus personajes en el abismo, en esa circunstancia donde han de elegir, de tomar decisiones, de dejar de posponer su vida y agarrarla con fuerza y energía, sin saber en absoluto hacia donde acabaran. Su mirada nunca viene desde una posición altiva y condescendiente, sino que lo mira desde a la misma altura, frente a frente, conduciendo al personaje a esa tesitura moral y vital, en la que el propio espectador deberá también decidir si la decisión tomada es la correcta o no. Parking se basa en la novela Apropierea (Cercanías), de Marin Mâlaicu-Hondrari, que también firma el guión junto a Giurgiu, en la que plasma las desventuras de un rumano en España, acabando en un parking de automóviles sin compradores, regentado por Rafael, uno de esos tipos buscavidas, en pleno proceso de divorcio, y además, con una relación complicada con Mercedes. La aparición de María en la vida de Adrián, lo complicará todo y pondrá al joven rumano en la difícil tarea de elegir y tomar las riendas de su vida. Giurgiu nos habla de personas solitarias, gentes sin rumbo, a la deriva, como si el parking de las afueras, olvidado y en descomposición, fuese un barco sin mando ni timón, a expensas de un golpe de suerte que parece que no acaba de llegar. Personas, que muy a su pesar, encontrarán esa cercanía que sus existencias les niega, y la encontrarán en el lugar más insospechado que puedan imaginar.

Parking también nos habla de relaciones entre personas que vagan solitariamente, de amor de verdad, o al menos de otra manera, del que no pide nada a cambio y lo da todo por el otro. De ese amor que vive al límite y que necesita de respeto y cariño, como el que viven Adrián y María. La fría y acogedora luz del cinematógrafo Marius Panduru (colaborador entre otros de Corneliu Poromboiu) que vuelve a trabajar con Giurgiu después de Why Me?, resulta esencial para transmitir esa atmósfera de soledad y aislamiento que padecen todos los personajes, y en especial, Adrián. Giurgiu, también productor de gente tan importante como Peter Strickland o Manuel Martín Cuenca, convoca un reparto encabezado por el rumano Mihai Smarandache como Adrián, el inmigrante soñador en busca de un lugar en el que sentirse mejor. A su lado, Belén Cuesta como María, con su peculiar naturalidad conduce a esa mujer de aquí para allá, que lo deja todo por su amor rumano, que también busca ese lugar diferente y acogedor, Rafael al que da vida un siempre convincente Luis Bermejo, un tipo al borde todo, buscando desesperadamente ese golpe de suerte que quizás solo existe en su imaginación, y Mercedes a la que da vida una estupenda Ariadna Gil, esa mujer práctica que se ve arrastrada por Rafael por amor.

El cineasta rumano ha construido una película de almas solitarias, de náufragos sin barco ni isla, y sobre todo, sin horizonte, ni futuro ni nada, en muchos momentos de su vida aislados y temerosos por su existencia, que siempre han huido o lo siguen haciendo, en continua carrera y sin lugar donde quedarse, gentes que deberán trabarse su vida y su camino, a pesar de las terribles dificultades en las que se encuentran, pero con esa lucha incondicional que tienen y esa resistencia que les hará enfrentarse a sus miedos, inseguridades e incertidumbre, que quizás tengan una oportunidad, por pequeña que sea, para salir de su atolladero particular. Un relato sincero y honesto sobre la cercanía de las personas, sobre derribar los obstáculos que nos separan y unir fuerzas para tirar hacia delante, aunque sea con una vida alquilada y un coche prestado, pero con todas las ilusiones que da el amor y sobre todo, con todas las ilusiones que da el sentirse diferente y libre por primera vez. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

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