Entrevista a Caroline Vignal

Entrevista a Caroline Vignal, directora de la película «Iris», en la terraza del Instituto Francés en Barcelona, el miércoles 8 de mayo de 2024.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Caroline Vignal, por su tiempo, sabiduría, generosidad, a Philipp Engel, por su gran labor como intérprete, y a Alexandra Hernández de LAZONA Cine, por su generosidad, cariño, tiempo y amabilidad. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Traición, de Jean-Paul Civeyrac

LA MUJER ENGAÑADA. 

“No hay hombre ni mujer que no se haya mirado en el espejo y no se haya sorprendido consigo mismo”.

Revelación de un mundo (1984), de Clarice Lispector

Las primeras secuencias de Traición (del original Une femme de notre temps), de Jean-Paul Civeyrac (Firminy, Francia, 1964), resultan muy reveladoras para situarnos en contexto de manera directa y sin complicaciones. Vemos a la protagonista Juliane Verbeck en su casa en soledad, luego, dejando flores en una tumba de alguien fallecido a los 40 años, y más tarde, en un centro lanzando unas flechas de forma precisa y brillante. En un lugar, donde coincide con una mujer y hablan de la fallecida, hermana de Juliane. Sin apenas diálogos, nos han informado de todo, y sobre todo, del estado de ánimo de la protagonista, que después de cinco años, sigue sufriendo la pérdida de su hermana. El relato, conciso y sin artificios, se posa en la existencia de Juliane, jefa de policía en París, metida en un caso arduo, felizmente casada con Hugo, un vendedor de pisos que se ausenta demasiado. Las sospechas ante esas ausencias, llevarán a la protagonista a dar un giro radical a su vida, o quizás, podríamos decir, a su existencia más inmediata, porque todo lo que parecía controlado y rutinario, se vuelve espeso, inquietante y complejo. 

El director francés, autor de 11 largometrajes, viste su drama íntimo y personal, en una película a lo Hitchcock y Chabrol, unos maestros que disfrazan lo doméstico y lo más cercano con personajes inquietantes y sucesos que alertan considerablemente en una intimidad demasiado estática y desapercibida. Lo que empieza como una película de corte policíaco, pero no desde el género, sino desde lo personal, de una protagonista a la que parece que nada ocurre, porque el conflicto va apareciendo, sin hacer ruido, de forma pausada, sin golpes de efecto ni nada que se le parezca. Un conflicto que cuando estalla convierte a la protagonista en otra, sometida a una espiral que no tiene camino de vuelta, sólo de ida, un viaje en la que experimentará todas esas cosas adormecidas que guardaba en su interior y todavía no habían explotado. Civeyrac se hace acompañar de sus colaboradores más cercanos de sus últimas tres películas. Tenemos al cinematógrafo Pierre-Hubert Martin, que ha estado en Mon amie Victoria (2014), y Mes provincials (2018), que consigue una luz tenue y muy claroscura, que ayuda a acercarse al personaje principal y ese “despertar”, siempre con la noche como compañía, la editora Louise Narboni, que amén de las dos películas citadas, también estuvo en la predecesora de ambas, Dos filles en noir (2010), teje con paso firme y de buen ritmo un montaje que se aleja de los efectismos y sigue con pausa y sin descanso esta huida sin rumbo de la protagonista en sus 92 minutos de metraje. 

Un fichaje lo encontramos en la música del ruso Valentin Silvestrov, que tiene en su haber películas de grandes directores rusos como Kira Muratova, Oleg Frialko y Aleksandr Borisov, entre otros, con una melodía que escenifica el cambio inquietante de la protagonista cuando su vida se pone patas arriba. Una actriz de la experiencia y la categoría de Sophie Marceau, con una filmografía de más de 40 años, que le ha llevado a trabajar con directores de la talla de Zulawski, Pialat, Tavernier, Antonioni, Wenders, Ozon, y muchos más, con más de medio millar de títulos, compone una magnífica Juliane Verbeck, una mujer que parece ausente, en otro lugar, estancada en su vida y en sus no ilusiones, que despertará de golpe, como un tiro o en su caso, una flecha inesperada o quizás no tanto, que le entra y la saca de esa especie de ostracismo en el que se encuentra. el actor belga Johan Heldenbergh, un actor que ha trabajado junto a cineastas como Felix Van Groeningen, del que hace poco hablábamos de su cinta Las ocho montañas, entre otros, hace de Hugo, el marido ausente de Juliane, que oculta algo, algo que sacará a su mujer de esa especie de limbo de dolor y vacío en el que está. 

Civeyrac ha construido una película modélica, pero no en el sentido de academicista, sino en el sentido de que sigue las reglas del género sin salirse del camino, quizás esa forma desencante a todos aquellos espectadores que necesitan de estímulos más atronadores y menos comedidos, pero a los demás espectadores, los que se emocionan con las historias cotidianas pero que encierran muchos misterios como hace Traición, porque si el cine sigue su camino hasta nuestros días después de más de un siglo, no es sólo porque quiera asemejarse al ruido y demás espectacularidades, sino porque sigue fiel a contar historias excelentes con personajes como nosotros, es decir, complejos, humanos, vulnerables, cobardes, valientes, tranquilos, llenos de ira, decepcionados, desafiantes, peligrosos y todo a la vez, como le pasa al personaje principal que, sin comerlo ni beberlo, se deja llevar en una espiral en la que ya no es consciente de sus actos ni de lo que ocurrirá a su alrededor, porque está experimentando lo peor que le puede suceder a una persona que confiaba en otra, que sepa que ha sido engañado, y entonces, todo se vuelve del revés, y ya no somos quiénes éramos, somos los engañados, los traicionados, y los perdidos, y eso ya no tiene vuelta atrás. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

El castigo, de Matías Bize

¿DÓNDE ESTÁ NUESTRO HIJO?

“La frustración está provocada por una sociedad que nos pide ser lo que no somos y nos culpa de ser lo que somos”.

Alejandro Jodorowsky

Existen dos elementos fundamentales en el cine de Matías Bize (Santiago, Chile, 1979), en los que se asienta de forma implacable y estupenda sus conflictos. Todo se construye a partir de un espacio, en el que se concentran una serie de personajes en el que no deben estar, y el tiempo, también reducido, en el que podemos contar los minutos y horas como si fueran losas que van sometiendo a los diferentes individuos. Sábado, una película en tiempo real (2002), fue su debut en el largometraje. Una película-tesis y punta de lanza y que sentó las bases de las características comunes de los siguientes nueve títulos del director chileno. Con El castigo vuelve, veinte años después, a aquellos mismos parámetros de forma más explícita, porque nos sitúa en un paisaje concreto, el de un bosque junto a una carretera, y en un prodigioso plano secuencia a tiempo real como la citada película, en unos tensos y arrolladores ochenta y seis minutos de metraje, nos cuenta la tensión in crescendo de un matrimonio que no encuentra a su hijo que, minutos antes, había dejado como castigo en la vereda de ese bosque. 

A partir de un guion preciso y magnífico de Coral Cruz, que tiene en su haber títulos de directores como Agustí Villaronga, Fernando Franco y Carlos Marqués-Marcet, entre otros, en el que con solo dos personajes y un fascinante e inquietante escenario, nos van sometiendo, sin prisas y sin piruetas narrativas, en una rítmica e incómoda tensión que va creciendo y generando una inquietud que sobrepasa a los nerviosos personajes. Una película vestida de intriga, de ese terror psicológico de lo cotidiano, de lo más cercano, sin nada de sustos de plantilla, o de cualquier otro artefacto para engañar al espectador. Aquí no hay nada de eso, y si hay un milimetrado cuento de terror, de ese terror setentero que se te metía en las entrañas y nos acuciaba en una maraña incierta, donde el miedo se apoderaba de nosotros, y todo contado desde la sencillez y la maldad que habita entre nosotros o en nosotros. Bize se acompaña de algunos técnicos que han ido trabajando a su lado en las nueve películas como Gabriel Díaz en la cinematografía, un trabajo prodigioso con esa cámara que se convierte en un personaje más, en ese testigo y observador de las miserias de este matrimonio o de lo que queda de él, si es que alguna vez hubo algo. Otro cómplice es Rodrigo Saquel, el montador, y el gran Martín Grignaschi, con más de 150 películas a sus espaldas con gente tan importante como Pino Solanas, Daniel Burmann y Pablo Larraín, entre otros. 

Una película de estas características necesitaba unos intérpretes que con un mirada o un leve gesto materializasen todo aquello que está bullendo en su interior, y que se transmitiese toda la tensión, el miedo y la frustración que van viviendo en este lance tan horrible por el que están pasando. Una pareja o no inolvidable representan esta dupla en conflicto como son Antonia Zegers, que era la protagonista de la mencionada Sábado, una película en tiempo real, y que es su quinto trabajo con Bize, en el que vuelve a demostrar su extraordinaria brillantez como actriz, para decirlo todo a través de esa mirada tan penetrante y brutal, en su particular descenso a los infiernos que está sufriendo. La Zegers es una actriz de piel, de cuerpo, de sentir cada gesto, cada mirada y con esa innata capacidad para transmitir que tiene como ha demostrado con cineastas chilenos tan poderosos como el citado Larraín, Marcela Said, Sebastián Leilo y Dominga Sotomayor, entre otras. A su lado, otro actor Bize como Néstor Cantillana, en su tercer trabajo con el director chileno, en el rol de padre, un padre en las antípodas de la madre Ana, porque su personaje, el tal Mateo, es un padre que es más amigo que padre, y eso generará todos los conflictos habidos y por haber. También tenemos a un tercer personaje, la policía que interpreta maravillosamente bien la actriz Catalina Saavedra, que ha trabajado con grandes de la cinematografía chilena como Valeria Sarmiento, Andrés Wood, Miguel Littín y Sebastián Sepúlveda, ahí es nada. Un personaje que con sus preguntas y sus investigaciones abrirá aún más el abismo en el que se encuentran el matrimonio protagonista. 

El castigo es una película magnífica, que te atrapa de forma contundente y brillante, y llena de misterios, es de esos títulos muy incómodos que analizan la pareja desde esas decisiones que tomamos y casi siempre son equivocadas, porque no escuchamos y sobre todo, no nos comunicamos con la persona que se supone que amamos, y luego, con el tiempo se vuelven a abrir unas heridas que no se cerrarán porque no se tomaron como algo importante, y un día ocurre, puede ser cualquier cosa que suceda, como la desaparición de tu hijo, y es ese día, que la herida que seguía ahí, hace acto de presencia y comienza a expulsar sangre y dolor con mucha virulencia, y es en ese momento, que nada ni nada lo podrá parar y aquello que dejamos sin hablar ni enfrentar, vuelve con una gran fuerza y nos derriba y nos saca toda la mierda que hemos callado y ocultado por miedo, por el otro, por no sé qué, y ese día, todo cambiará porque ese día habrá que hablar, habrá que enfrentar el problema que callamos, y nos damos cuenta que hay puertas que no deberíamos haber cruzado y personas a las que deberíamos haber dicho que no, que yo no quería hacer esto o aquello, porque si no enfrentamos lo que sentimos de verdad, acabamos en una carretera aislada, llenos de miedo y sin saber donde está nuestro hijo y lo que es peor, sin saber quiénes somos y cómo hemos llegado hasta ese punto. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Nuria Giménez Lorang

Entrevista a Nuria Giménez Lorang, directora de la película «My Mexican Bretzel», en la Plaza de la Vila de Gràcia en Barcelona, el jueves 10 de diciembre de 2020.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Nuria Giménez Lorang, por su tiempo, generosidad y cariño, y a Paula Álvarez de Avalon, por su amabilidad, paciencia y cariño.

Elisa y Marcela, de Isabel Coixet

HE SOÑADO CONTIGO.

“No busques por qué, en el amor no hay por qué, no hay razón, no hay explicación, no hay solución”.

Anaïs Nin

Las mujeres que pueblan el universo cinematográfico de Isabel Coixet (Barcelona, 1960) son mujeres decididas, fuertes y con coraje, no se amilanan frente a la adversidad, frente a los prejuicios sociales, frente a aquellos que harán lo imposible para impedir sus deseos, ilusiones y sueños. Mujeres que se ponen en pie y luchan encarnizadamente contra el poder establecido, contra la injusticia, para hacer valer aquello en lo creen, en lo que consideran justo, en lo que se sienten. Muchos recordaréis a la Ann de Mi vida sin mí, que hizo lo indecible para dejar bien a su familia cuando ella no estuviera, o la mujer solitaria que se enfrentaba a su pasado y a su dolor en La vida secreta de las palabras, o Consuelo Castillo que luchaba contra su amor y su enfermedad en Elegy, o Wendy, la neoyorquina que empezaba de nuevo a vivir después de su divorcio en Aprendiendo a conducir, o Josephine Peary, la aventurera que se enfrentaba al frío esquimal y todo en su contra para reunirse con su marido, y finalmente, Florence Green, la solitaria y decidida emprendedora que luchaba contra todos para abrir su librería en el ambiente más hostil en La librería. Coixet lleva más de tres décadas contándonos historias, en sus trece películas de ficción, amén de un buen puñado de documentales de contenido social y político.

En sus ficciones, sus historias giran en torno a mujeres de toda clase social, tiempo, carácter y deseo, como lo son sus nuevas heroínas, Elisa y Marcela, las primeras mujeres que contrajeron matrimonio en España, Elisa vive en un colegio de monjas que dirige su tía, en cambio, Marcela, junto a sus padres, en la Galicia de finales del XIX, más concretamente la de 1898, esa Galicia de gran devoción religiosa, prejuicios sociales, e implacable contra todo aquello que sea diferente, libre o alejado de lo establecido o convencional, también, la otra Galicia, la de Emilia Pardo Bazán, como su libro La cuestión palpitante, que le regalará Elisa a Marcela. Ya desde el plano inicial, en el que vemos la imagen de Elisa de espaldas a nosotros, en el que se va superponiendo la imagen, también de espaldas, de Marcela, mientras escuchamos la voz de Elisa explicando lo que siente y todo aquello que se interpone entre sus sentimientos y aquello que se impone, esa sociedad religiosa, oscura e inquisitoria.

La primera parte, Coixet nos habla del nacimiento del amor entre las dos mujeres, entre los corredores de la escuela, entre la lluvia incesante que moja las calles empedradas, entre atardeceres bañándose en los riachuelos cerca de la playa, mirándose, tocándose, jugando, riendo, y sobre todo, empezando a sentir la una por la otra, sintiéndose libres en un mundo tan ajeno a ellas, tan hostil, como nos irá recordando la magnífica forma de Coixet, con esos barrotes constantes que aparecen entre ellas, incluso los tentáculos del pulpo, que se cuelan en el encuadre escenificando esa cárcel en la que viven las dos jóvenes y a la que deberán enfrentarse más adelante cuando su amor se consuma. Cuando escenifican su amor y se casan, haciéndose Elisa pasar por hombre, tres años más tarde, en la Galicia rural de 1901, empezarán sus problemas cuando ley religiosa destapa el engaño, las mujeres huirán y serán apresadas en la localidad de Oporto, en la vecina Portugal, allí son encarceladas y descubriremos el embarazo de Marcela.

La cineasta catalana envuelve su relato en un primoroso y apabullante blanco y negro cinematografiado por Jennifer Cox (que ya había trabajado con la cineasta en el documental El espíritu del tiempo, sobre el trabajo del artista chino Cai Guo-Quiang en el Museo del Prado) con ese juego de sombras, propio del expresionismo alemán, o esas luces mortecinas para dar calidez y negrura a esos interiores, con el exquisito montaje de Bernat Aragonés, que ya estuvo en La librería, ayuda a contarnos con ritmo y pasión un relato que se va a los 124 minutos, quizás el ritmo se resienta durante la segunda parte cuando las mujeres viven en la cárcel, aunque la aparición de la subtrama del alcaide de la prisión y su mujer, alienta convincentemente el relato, cuando la cárcel de Portugal escenifica la libertad de la que no tienen en el exterior. Coixet nos habla de un amor puro, libre a pesar de los pesares, y muy sentido, protagonizado por dos mujeres, dos almas libres, dos mujeres cultas, que ejercen la docencia, que sienten el amor que se procesan como un compromiso tanto personal como íntimo, como las maravillosas secuencias eróticas, elegantemente bien filmadas, con ese toque de surrealismo como el instante con el pulpo, ahora ya no representa la cárcel, sino el erotismo libre y sin ataduras, o ese otro momento con las algas, donde los cuerpos de las mujeres desnudos se aman, se entrecruzan y sienten la libertad de amarse y experimentar sus deseos alejadas del alcance de esas miradas inquisitorias y malvadas de ese pueblo ignorante, rudo y sometido por los poderes fácticos como el gobierno de turno conservador y la iglesia.

Un reparto que brilla a la altura del relato como Natalia de Molina que da vida a Elisa, creciendo mucho en cada película y demostrando toda su valía, junto a Greta Fernández que interpreta a Marcela, cum laude que después de algunos breves papeles aquí se despega como una de las grandes actrices jóvenes del momento, y esos secundarios como Francesc Orella y María Pujalte, como los padres de Marcela, dejando claro el machismo y la intransigencia del padre y el sometimiento y servilismo de la madre, aunque hay momentos de respiro leyendo a escondidas, Tamar Novas como el joven pretendiente de Marcela, hombre rural de gran hombría, rudo y de carácter. Manolo Solo como Alcaide de la prisión de Oporto, que se sensibiliza con la causa de las mujeres y les comprende, junto a su mujer negra, y finalmente, Lluís Homar como gobernador en una breve secuencia, que deja claro la animadversión hacia sus vecinos. Coixet ha hecho una película necesaria, valiente y comprometida, que gustará más o menos, pero es indudable su generosidad y aplomo para contarnos con astucia y sensibilidad esta historia de amor libre, que desafió los cánones conservadores de la época para ser libres, para amarse sin reservas, para sentirse todo, disfrutando de sus cuerpos, su deseo y su erotismo. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Sofia, de Meryem Benm’Barek

PERSEGUIDA POR LA LEY.

La película se abre de manera ejemplar y completamente esclarecedora para el devenir de los hechos que se contarán en ella. Vemos a una familia reunida en una mesa en mitad de una celebración, el ambiente es festivo, distendido acompañado de rostros exultantes, celebran la incorporación en una sociedad de los cuñados. El padre llama a su hija Sofia, que entra en el cuadro. Ese gesto cotidiano de la joven rebela mucho más que cualquier explicación detallada, en el que la hija embarazada se muestra ausente, muerta de miedo por la presión social en la que se verá sometida por incumplir las leyes tradicionales de tener un niño fuera del matrimonio. La cámara seguirá a Sofia cuando sale de cuadro con su vuelta a la cocina, y se quedará con ella, que se agarra la barriga ya que está sufriendo fuertes dolores que intenta disimular como puede. Sofia tiene 20 años y está embarazada, un embarazo que niega ya que en Marruecos hay penas de prisión para las madres solteras. Su prima Lena, de madre marroquí y padre francés, y de otro estrato social y económico, con esa mirada altiva hacia su prima, le ayuda y con la excusa del dolor se la lleva a un hospital que le permitirán de forma clandestina parir una hermosa niña. La familia se enterará de la noticia y todo cambiará.

La opera prima de Meryem Benm’Barek (Rabat, Marruecos, 1984) nos habla de la sociedad marroquí actual, y sus roles sociales y económicos, a través de la mirada de Sofia, una joven de 20 años que pare una niña fuera del matrimonio, cisma que convertirá su vida en un infierno, cuando las autoridades y su familia la obligan a casarse con Omar, el padre de la criatura, que vive en Derb Sultan, uno de los barrios más humildes de Casablanca. La directora marroquí va mucho más allá de la situación de Sofía, y nos habla de forma directa y valiente de las estructuras sociales de Marruecos, filmando tres espacios diferentes que entran en liza en la película, primero, el barrio de Sofia y su familia ubicado en el centro de clase media pero de fuerte arraigo tradicional, segundo, el barrio obrero y humilde Omar y su familia, donde los jóvenes se pierden en la desesperanza y la falta de oportunidades laborales, y por último, el barrio de Afna, donde viven Lena, Leila, madre y tía de Sofia, y Jean-Luc, francés, una zona de alto nivel social llena de grandes casas y mansiones junto al mar. Estos tres lugares definen de manera sencilla y contundente las estructuras sociales de un país fuertemente tradicionalista, en el que las leyes gubernamentales ayudan a seguir con lo antiguo y obligando a los jóvenes a casarse si tienen un hijo fuera del matrimonio, para de esta manera salvaguardar el honor de la familia y cumplir con las leyes establecidas.

Benm’Barek no juzga a sus personajes ni mucho menos sus decisiones, muestra sin juzgar, capturando esa sensación de opresión y miedo social que sienten Sofia y Omar, y su entorno, siendo víctimas inocentes de una sociedad tradicional y de unas leyes deshumanizadas, y lo consigue con lo mínimo, a través de una mise-en-scène naturalista y directa, donde la cámara se mueve entre los personajes, a través de esos marcos de puertas y ventanas que escenifican todos sus sentimientos agridulces que experimentan durante todo el metraje, en que los puntos de vista van cambiando a medida que van avanzando las circunstancias de los hechos, arrancando la película como un thriller social para ir hacia el estudio sociológico de la forma de vivir en el Marruecos actual. La directora marroquí imprime fuerza y energía a su relato con herramientas sencillas y muy efectivas, dando la palabra y el gesto a unos personajes complejos que a medida que avanza la película irán desatándose y expresando todo aquello que ocultan celosamente en su interior, que la narración va mostrando reposadamente, sin prisas, dosificando una información que ayuda a cambiar el curso de los acontecimientos, revelando más intrigas ocultas y secretas que guardan cada integrante de esta familia.

La película recupera ese tono neorrealista que también construyó esas miradas críticas ante una sociedad deshumanizada, o el “Free Cinema”, que ayudó a hablar con claridad de los conflictos sociales-económicos de aquella Inglaterra azotada por la terrible posguerra, o los recientes retratos sobre la Rumanía de Ceaucescu y su legado, en esas magníficas producciones que exploran con detalle la sensación de derrota, o el cine de Farhadi, donde un caso violento pone patas arriba lo más terrorífico de los ámbitos familiares. Destacan en el reparto los debutantes Maha Alemi que dota a Sofia de esa mirada fuerte y valiente que le ayudarán a enfrentarse a todo lo que se le viene encima, bien acompañada por Sarah Perles que hace una Lena, muy diferente a su prima, pero también inocente dentro de los parámetros sociales en los que viven, y Hamza Khafif es Omar, una víctima más, que su familia empujará a casarse para salir de su situación humilde, y la gran presencia de Lubna Azabal que interpreta de manera sobria y magnífica a Leila, la tía de Sofia, convertida en la marroquí casada con el francés para salir de su pobreza.

Benm’Barek ha tejido con sensibilidad y fuerza una película que en sus 85 minutos lanza una mirada crítica y contundente a la realidad social-económica de Marruecos, de las vidas depresivas y rotas de unos jóvenes que han de bajar la cabeza ante la persecución estatal y sus leyes opresivas, así como las de sus propias familias, que utilizan la boda para beneficiarse de sus situaciones sociales y escalar en su posición, como ocurre en la familia de Sofia, que ven en la boda de Sofía una salida tradicional y rápida para que este caso no enturbie y ponga en peligro el contrato con el cuñado francés que les sacará de su situación económica maltrecha y les dará una gran oportunidad de escalar económicamente en la sociedad, la misma sociedad que vive anclada en unas formas de vida arcaicas y tradicionales que no han avanzado ni resuelto los problemas actuales de los jóvenes, en una sociedad envuelta en sí misma, llena de apariencias, como la fastuosa boda que esconde una tristeza amarga en sus casados, una sociedad donde la mirada del otro se convierte en fundamental, más que la propia.

Luces de París, de Marc Fitoussi

lucesRECUPERAR LA ILUSIÓN.

Brigitte y Xavier son un matrimonio maduro que se dedican a la cría y venta de ganadería bovina charolesa en Normandía. Él, tranquilo y hogareño, vive por y para su trabajo, ella, en cambio, se ha dedicado a ser esposa y madre, y ha aparcado sus sueños e inquietudes en pos al buen devenir de su vida marital y familiar. Pero ahora, después de la marcha de los hijos, la rutina y el acomodamiento a la cotidianidad del matrimonio y los quehaceres diarios, los ha convertido en una pareja monótona y aburrida. Después de un accidental encuentro con alguien más joven, Brigitte necesita salir a respirar y replantearse ciertas cosas de su vida.

El cineasta francés Marc Fitoussi, continúa en su cuarto título por los mismos devaneos de los anteriores, aunque esta vez el retrato adquiere más intimidad y deja aparcada la comedia romántica para adentrarse en un terreno más emocional y agridulce. La mirada de la vida rural que realiza Fitoussi no tiene un tono realista, si bien guarda el marco preciso donde se desarrolla parte de la acción, y describe con precisión ciertos momentos que allí se suceden, su idea reside en la vida de la pareja y cómo el paso de los años y el trabajo conjunto en el campo, los ha llevado a la falta de pasión, la comodidad y han dejado de lado los roles de amantes. Un mundo rural moderno, en el que tienen internet, escuchan jazz, y albergan un gusto exquisito. Son abiertos y simpáticos, se alejan mucho de la idea de antaño como personas rudas y de una pieza. El realizador francés combina la comedia con el drama, sin caer en la tragedia, su equilibrio para manejar las emociones de sus personajes resulta brillante, y su buen hacer en envolvernos en esa madeja de sentimientos que se van generando a lo largo de la historia. La fortaleza emocional aparente del inicio va dejando paso a una fragilidad que se va apoderando de cada uno de ellos. Contado de forma sensible, a través de una forma ligera, las cosas van sucediendo tomándose su tiempo, sin prisas, no hay exaltaciones ni gritos, todo va cayendo sobre su propio peso, casi sin llamar la atención.

PARIS FOLIES 4

La estupenda composición de la luz que realiza la cinematógrafa Agnès Varda (habitual de Claire Denis) captura la sutileza de los colores del campo y la gama diversa de luces de la gran urbe, incrementando los encuadres de los rostros de los personajes, verdaderos protagonistas del relato. Unos excelentes intérpretes que realizan trabajos marcados por la sutileza, asentados en miradas que explican todo sin decir nada. Por un lado, Isabelle Huppert (que ya había colaborado con el director en Copacabana, del 2010, en la que realizaba un personaje excéntrico que debe cambiar de rumbo para agradar a una hija que no la acepta) aquí, aunque guarda algunos rasgos con el personaje mencionado, es una mujer cansada de su matrimonio, que necesita un poco de acción, divertirse y volver a sentirse a sí misma, y recuperar ciertas emociones apagadas que pedían a gritos un nuevo aire. Por otro lado, Jea-Pierre Darroussin (habitual del cine de Robert Guédiguian) se enfrenta a una situación nueva, siente que puede perder a su mujer y se lanza en su búsqueda, aunque también deberá aceptar algunos sacrificios si quiere seguir manteniendo su relación. Una película cercana e íntima, sobre el amor, la pareja, la vida en común y sobre nosotros mismos, las ilusiones, anhelos y sueños que dejamos aparcados en favor del otro, y sobre todo, una cinta sobre los sentimientos y lo que sentimos, toda esa aparente tranquilidad que dejamos que contamine nuestras relaciones, y cómo algo nos despierta y nos pone en acción para saber verdaderamente quiénes somos y a quien amamos.

Viaggio in Italia, de Roberto Rossellini

1932ALMAS EN EL PAISAJE

“Este film abre una brecha, por la que todo el cine debe pasar bajo pena de muerte”

“Con la aparición de Viaggio in Italia, todas las películas han envejecido diez años”

Jacques Rivette

Viaggio in Italia, estrenada en nuestro país con el título Te querré siempre, nace a partir de la experiencia frustrada de Rossellini de no por finalizar la película Dov’è la libertà?.  Situación que lo llevó a un nuevo proyecto, rodar una novela de la escritora francesa Colette llamada Duo, a la que ya había adaptado un relato en el cortometraje L’invidia. La historia se centraba en un matrimonio a la deriva porque el hombre no podía responder a las necesidades sexuales y emocionales de su mujer, muy parecido a la propia realidad de su matrimonio con Ingrid Bergman, que estaban en medio de una gran crisis.  Contrató a George Sanders (actor criado en Hollywood, pero de origen ruso) e Ingrid Bergman (tercer largometraje juntos de los cinco que hicieron en total) para encarnar a la pareja protagonista. Se instalaron a principios de febrero de 1953 en Nápoles, pero fue cuando Rossellini se enteró que los derechos de la novela ya habían sido vendidos. Entonces se encontró con un equipo dispuesto  rodar pero sin guión. Así empezó la aventura, ponerse a rodar una película sin una situación dramática previa.

La película arranca con Alexander y Katherine Joyce, un matrimonio inglés de viaje en automóvil de Londres a Nápoles, se dirigen a la ciudad para vender una villa que han recibido por herencia. Alejados de su realidad e introducidos en un paisaje exterior, sin nada que hacer, pronto florecen las distensiones e incomunicación de la pareja, mientras él se aburre soberanamente y se escapa a la vecina Capri para conseguir sin éxito una aventura amorosa. Ella se refugia visitando la ciudad y sus museos, observando las figuras hieráticas –bustos o conjuntos marmóreos- , que la enfrentan a su doloroso presente desde el pasado más antiguo, también visita las catacumbas, con la compañía de una amiga, pero la observación de los muertos la conduce a verse a sí misma y la realidad sin vida y monótona que la rodea, luego se traslada a visitar  la erupción de los volcanes y demás ruinas, sintiéndose completamente identificada emocionalmente con lo que observa. La vuelta del marido y la visita de las ruinas de Pompeya, donde contemplan los cuerpos abrazados de una pareja calcinada durante la destrucción de la ciudad por la erupción del Vesubio, será ese encuentro con ese pasado y el lugar donde estallará la crisis matrimonial y los llevará a decidir separarse.

Rossellini lleva en Viaggio in Italia sus postulados cinematográficos hasta sus últimas consecuencias (que ya había investigado en sus anteriores obras como Roma, ciudad abierta, Paisà, Alemania año cero o Stromboli), con la incesante búsqueda de la realidad como forma cinematográfica, fundamental en su cine, conceptos que los críticos del momento los bautizaron como la modernidad cinematográfica, temas como la ausencia del guión, el documento (la realidad exterior) totalmente mezclada y fundida con la parte de ficción (la realidad interior), a modo de espejo transformador del interior de los personajes, un manejo brillante de los vacíos o tiempos muertos, donde la inacción prevalece en la mise en scène, un ritmo cadente y pausado donde la imagen lo es todo, donde la búsqueda de la película reside en las emociones de los personajes, una trama que construyen los espectadores que se convierten en partes esenciales para el desarrollo del film, y sobre todo, la construcción de la película se edifica a través de la relación entre lo narrado y lo mostrado. Conceptos que Rossellini encontraba a través de la búsqueda de la improvisación, de la interacción de los personajes con el entorno elegido, donde la película ni no tiene un inicio ni un fin, sino un desarrollo para explicar lo que no vemos a través de lo que se nos sugiere.

Cine mayúsculo, realizado desde la más absoluta convicción de un magnífico creador que se enfrentaba a cada película, desde la búsqueda incesante de nuevas formas y maneras de representación cinematográfica que, le ayudasen a seguir investigando conceptos complejos y extremadamente difíciles, que van desde la filosofía y otros estudios de la condición humana, donde el cineasta italiano reflexiona sobre la soledad, la angustia, y la incomunicación de la pareja. Un film capital en la historia del cine que provocó e inspiró a otros grandes cineastas que llegaron después como Antonioni, Godard, Rivette, Rohmer, Wenders… y muchos más.