“Actuamos así unos con otros, toda esta dureza; pero en realidad no somos así, quiero decir… no se puede estar siempre en el frío; uno tiene que venir del frío…”
De “El espía que surgió del frío”, de John Le Carré
La cinematografía española es poco dada al cine de género al mejor estilo del Hollywood clásico, es decir, aquellas películas de los treinta y cuarenta plagadas de espías con una atmósfera noir poblados por seres atrapados en marañas políticas de difícil escapatoria, con tipos de pasado oscuro y presente aún más negro, y mujeres fatales dispuestas a todo. Por eso, es de agradecer mucho una película de las características de La sospecha de Sofía, basada en la novela homónima de Paloma Sánchez-Garnica, que ya fue llevada a la pequeña pantalla en la miniserie La sonata del silencio. A partir de una adaptación que firma Gema Ventura, que ha estado en Centuauroy Todos los nombres de Dios, ambas de Calparsoro, nos sitúan en el Madrid del franquismo en 1968 en la vida tranquila y apacible de Daniel, Sofía y sus dos hijas pequeñas. La cosa se tuerce y mucho con la invitación a Daniel para que conozca a su madre biológica en Berlín oeste.
Después de 16 títulos y casi medio siglo de carrera, el cineasta Imanol Uribe (El Salvador, 1950), que siempre se ha movido entre el drama y la intriga, con películas de la talla de La muerte de Mikel (1984), Días contados (1994), Plenilunio (2000) y Lejos del mar (2015), entre otras, se decanta por una trama que bebe de ese cine clásico bien ejecutado y con pocos sobresaltos, con una armonía y un tono conocidos y de lugares comunes, donde se adentra en terreno hitchcockiano, porque conocemos los detalles y la cosa se mueve por el suspense y esa línea casi invisible de ser descubierto y cómo se resuelve la dichosa trama. Y cómo no, el asunto del doble, que está tan presente en el cine del director británico, aquí es pieza capital, porque Klaus, reclutado a la fuerza por el KGB deberá ser Daniel, hacer lo que hace su hermano gemelo, y sobre todo, espiar para los soviéticos en el Madrid franquista de 1968. El relato visita a menudo el flashback para resolver ciertos enigmas de los diferentes personajes, cosa que se dosifica con inteligencia añadiendo más misterio a los hechos que ocurrieron y ocurren, pasando por buena parte del tercer cuarto del convulso siglo XX, con hechos tan reconocibles como la Segunda Guerra Mundial, la Guerra Fría, el mayo del 68, la llegada de la democracia, el final del telón de acero y demás.
Uribe que siempre se ha caracterizado por una fascinante atmósfera en su cine, así como un exhaustivo rigor histórico, en que la intriga está al servicio de lo que está contando y contribuyendo a adentrarse en el complejo mundo de sus personajes. Tenemos al diseñador de arte Diego López, con el que hizo Llegaron de noche (2022), y el vestuario de Helena Sanchis, con la que ha hecho 6 películas, amén de películas con Bigas Luna,, con el que debutó en Las edades de Lulú (1990), Manuel Gómez Pereira, Manuel Iborra y Víctor Erice, entre otros. El gran trabajo de sonido de Juan Borrell, con más de 120 títulos, que hizo con el cineasta vasco Lejos del mar (2015). La magnífica cinematografía construida de claroscuros y de esa luz velada y sofisticada que ayuda a introducirse en ese universo de mentiras de verdad y viceversa que firma un grande como Gonzalo Berridi, seis películas con Uribe, con una abundante filmografía que abarca más de 60 títulos. La música de la alemana Martina Eisenrich consigue esas composiciones con aroma de clasicismo que le va como anillo al dedo a todo el entramado de la historia. El detallista y rítmico montaje de Buster Franco, con el que hizo Miel de naranjas, otro policíaco ambientado en la España de posguerra, ayuda a crear esa mezcla de drama y suspense tan bien equilibrada.
Los intérpretes del cine de Uribe siempre se han destacado por componer unos personajes cercanos y llenos de complejidad, sino acuérdense de los Imanol Arias, Carmelo Gómez y Eduard Fernández de las ya citadas, a los que suma Álex González como Daniel/Klaus, encarnando a tipos en encrucijadas de oscura resolución, en las que deben actuar de formas muy diferentes a lo que en un principio deberían, siendo víctimas de su propia historia y de la historia en la que están metidos sin remedio. A su lado, Aura Garrido, que está convincente en su papel de Sofía, la que sospecha y la primera sorprendida de ciertos detalles de su “nuevo marido”, en un mar de dudas con el que vive a diario. Completan el reparto la presencia de Zoe Einstein, en un personaje que mejor no desvelar, y otros intérpretes que hacen de la película una historia íntima y tangible con oscuros secretos que nos llevan por media el eje europeo de entonces: Madrid, París y Berlín, tanto uno como el otro. Estamos ante una película de guion convencional, si, pero con sus atajos sorprendentes y una cuidada ambientación que se erige como un entretenido cine de espías que no oculta a sus maestros, que recuerda a Tu nombre envenena mis sueños (1996), de Pilar Miró, buen ejercicio de thriller psicológico, donde la trama es una mera excusa para retratar el convulso ambiente de la España de los treinta y cuarenta, como sucede en La sospecha de Sofía con la España franquista y la inestabilidad de la guerra fría. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA
“La moral y la ética cambian con el tiempo, pero siempre deben ser guiadas por la búsqueda de la verdad y la justicia”.
Noah Chomsky
Desconocemos en qué momento la carrera como director Clint Eastwood (San Francisco, EE.UU. 1930), empezó a ser reconocida, como ya lo era su trabajo como actor que, a día de hoy tiene más de 120 títulos. Quizás podríamos situar ese reconocimiento a finales de los ochenta y principios de los noventa cuando filmó la extraordinaria fábula sobre periféricos veteranos que fue Sin perdón (1992), que revitalizó el olvidado género del western, acompañado de grandes críticas, gran respaldo de público, y numerosos premios. Después vinieron otros magníficos títulos como Los puentes de Madison (1995), Medianoche en el jardín del bien y el mal y Poder absoluto, ambas de 1997, Ejecución inminente (1998), y ya en el siglo XXI, siguió la estela con maravillosas películas como Mystic River (2003), Million Dollar Baby (2004), su díptico sobre la Segunda Guerra Mundial con Banderas de nuestros padre, desde el lado estadounidense y Cartas desde Iwo Jima, el lado japonés, producidas en 2006, y otras hasta llegar a los 40 trabajos, de las que ha compuesto la música en 7 de ellas, siempre a partir de guiones de otros como Boaz Yakin, John Lee Hancock, William Goldman, Paul Haggis hasta Jonathan Abrams, que firma Juror#2, el original de Jurado Nº 2.
Su película número 40 nos sitúa en Savannah, en Georgia, una de esas pequeñas ciudades de la costa este estadounidense, donde conocemos a Justin Kemp, un miembro del jurado, el número 2, que debe decidir si James Sythe mató a su novia Kendall Carter en un juicio muy mediático. La cosa empieza a ennegrecerse cuando Justin tiene una implicación en el caso, ya que la noche del suceso, tropezó con algo mientras conducía. Con los hechos encima de la mesa, Eastwood, como tan bien sabe, echa mano al gran cine clásico, a los Preminger, Lumet, y demás, y a sus grandes thrillers judiciales para generar una atmósfera tensa y agobiante en un lugar muy tranquilo y donde parece no ocurrir grandes acontecimientos. Nos quedamos en la mirada y el gesto del protagonista, además, arrastra un pasado algo turbio mientras espera su primer hijo junto a su joven mujer. La trama transcurre sin sobresaltos, con ese tempo tan medido y a la vez, tan pausado, donde vamos conociendo no sólo las circunstancias del juicio, al que, aparentemente, parece tener claro su resolución, aunque Justin, sometido a un dilema moral de aúpa, irá inclinando el veredicto hacia otro lado, en continua lucha interna y externa frente a los hechos que lo inquietan.
La natural y cercana cinematografía del canadiense Yves Bélanger, que transmite toda esa intimidad y la vez negrura e invisibilidad que hay entre el protagonista y los otros, que ha trabajado con sus paisanos como Xavier Dolan y Jean-Marc Vallée, entre otros, en su tercer trabajo con Eastwood, después de Mula (2028) y Richard Jewell (2019), no juega al misterio, sino a la relación con unos hechos y qué hacer ante ellos. Lo mismo que la música de Marck Mancina, que ha trabajado mucho en el cine comercial y en estupendos policíacos como Training Day (2001), de Facqua, amén de hacer la soundtrack de Cry Macho (2018), que no juega a anticipar la trama, ni mucho menos, sino que acompaña a las imágenes, a los rostros y gestos tanto del citado protagonista como los otros intérpretes que ayudan a crear la asfixiante duda que experimenta Justin. El gran trabajo de montaje de Joel Cox, que lleva junto a Eastwood 33 películas desde Ruta suicida (1977), y David S. Cox, que componen una película con un in crescendo alucinante, que te coge desde el primer minuto y no te suelta hasta su gran final, y dejémoslo ahí, generando ese ambiente de duda e inquietud que tiene toda la trama, con esa marca de la casa de Eastwood de situar a un protagonista frente a todos, con sus conflictos y dilemas morales.
Resulta ejemplar el talento y trabajo de Eastwood para confeccionar sus repartos, nada está al azar, todo está muy supervisado, como vemos en Jurado Nº 2, con la presencia de Nicolas Holt, que empezó de niño su carrera y ha pasado por películas de Bryan Singer, George Miller, Yorgos Lanthimos, y muchos más, siendo el actor perfecto para encarnar las dudas, los dilemas y la angustia que sufre Justin Kemp, intentan huir de su pasado y construyendo, o al menos eso desea, una vida mejor, tranquilo con su mujer y su futuro hijo, aunque la vida, como siempre ocurre, tiene otros planes. Le acompañan Toni Collete que encarna a la fiscal, rol fundamental porque ella también pasará por sus dilemas morales que tienen que ver con la verdad y su carrera política. Y luego, están los intérpretes de reparto, que son más cortos pero no por eso menos interesantes, como J. K. Simmons, curtido en mil batallas, otro miembro del jurado que también debe callar, y otros como Kiefer Sutherland, una especie de guía del protagonista, Joey Deutch, la esposa que está ahí, Chris Messina como abogado defensor, y otros miembros del jurado como Leslie Bibb como la portavoz, y Cedric Yarbrough, que tiene clara la culpabilidad del acusado.
Desconocemos en absoluto si Jurado Nº 2 es la última película de Clint Eastwood, cuando se estrenó Cry Macho en 2021 si que se pronunció explicando que era su retiro. Por eso, guardamos prudencia y dejamos en el aire la decisión del maduro cineasta, cumplió 94 castañas el pasado 31 de mayo, aunque si nos preguntará a nosotros no tendríamos ninguna duda, le rogaríamos que seguiría haciendo cine, porque directores como Eastwood son los que continúan diciéndonos que el cine, a pesar de tanta tecnología que provoca alucinantes y vacíos impactos visuales, siempre quedan los maestros que capturan con la cámara las cuestiones de la condición humana, a través de la preocupación de un rostro, en una noche aciaga de tormenta donde todo puede cambiar, y nos van situando en el interior del personaje principal, y mostrando los diferentes puntos de vista, tanto emocionales como morales, que van construyendo los diferentes dilemas que se van produciendo. Es es gran cine, es el gran cine que hicieron tantos cineastas y han sido referentes para los otros y otras que han venido después, creyendo en la herramienta cinematográfica para ver todo lo que vemos de los demás y lo que no. Larga vida al cine y al cine de Clint Eastwood, al que ha hecho y al que quizás haga. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA
(…) Son seis historias. Hay cuatro que empiezan y no terminan. Es decir, empiezan y se quedan en la mitad. No tienen final. Después viene el episodio cinco, que empieza y termina como un cuento. Y finalmente, el sexo episodio, que empieza en la mitad y termina todo el film. La película, esto sí deben ya saberlo todos, se llama La Flor. Qué más puedo decir… Cada episodio tiene su género, por así decirlo. El primero es casi una película de la serie B, de esas que los americanos antes filmaban con los ojos cerrados, y ahora ya no saben o no pueden hacer más. La segunda, es una especie de musical pero con algunos toques de misterio. La tercera, es de espías. La cuarta, no se entiende bien de qué es. Ni siquiera yo, en el momento de hacer este prólogo, lo tengo del todo claro. La quinta está inspirada en una película francesa filmada hace muchos años. La última es sobre unas cautivas del siglo XIX, que vuelven del desierto, de los indios, después de mucho tiempo. Lo que falta decir es que la gracia de la película está en el hecho de que en todos los episodios están las mismas cuatro mujeres haciendo distintos papeles. Valeria, Elisa, Laura y Pilar. Yo diría que la película es sobre ellas cuatro, y de alguna manera, es para ellas cuatro. Bueno, creo que eso es todo, por ahora.
Mariano Llinás
La primera imagen que vemos en La flor es un artefacto metálico que antaño exponía carteles publicitarios. Ahora, vacío y solitario, como si hubiese dejado de dar sombra, muestra su esqueleto, como si fuese una estructura mutada completamente con el paisaje. Un paisaje en mitad de la nada, en mitad de un silencio, roto por la circulación de los automóviles en una carretera que, al igual que la estructura, antaño tuvo algo de esplendor, y ahora se ha convertido en una vía secundaria, en un lugar olvidado. La cámara captura el andar de Mariano Llinás (Buenos Aires, Argentina, 1975) que se encamina a un descanso para almorzar donde sienta y nos mira a nosotros. Su voz en off nos relata la estructura de la película dibujando un diagrama en forma de flor. Llinás, junto a Laura Citarella, Alejo Moguilansky y Agustín Mendilaharzu son “El Pampero Cine”, una compañía que lleva casi dos décadas abriendo y renovando nuevas ventanas de producción y exhibición en el cine argentino. Una compañía colectiva y cooperativa alejada de los cánones establecidos que impone el cine comercial, con su forma personal e intransferible de filmar y exhibir un cine libre, estético, rompedor, heterogéneo, personal, independiente, inquieto, y sobre todo, divertido y autoral, no en el sentido de propiedad individual del director, sino de la colectividad de la película, donde todos y cada uno de los miembros del equipo, son parte de la película. Del Pampero han surgido unos 15 títulos entre largos, medios y cortometrajes, entre los que destacan su opera prima Balnearios (2002) e Historias extraordinarias (2008), las dos de Llinás, Ostende (2011) y La mujer de los perros (2015) ambas de Laura Citarella, El loro y el cisne (2013), El escarabajo de oro (2015) codirección, y La vendedora de fósforos (2017), las tres de Alejo Moguilansky, Títulos que abogan por un cine alejado de lo inmutable, primorosamente singular y profundo, marcado por el cine como diversión, experimentación y juego, arraigado en la amistad y el compañerismo, en que realidad y ficción se confunden, se transmutan y se convierten en un absoluto y peculiar juego de espejos donde todo es real y ficticio a la vez, en el que cine y vida se complementan al unísono.
La flor es un monumental ejercicio cinematográfico en todos los sentidos, ya desde su duración, 840 minutos (que le aproxima a los trabajos de cineastas como Lav Diaz, Wang Bing, o algunas películas como Shoah, de Lanzmann, Rivette, Peter Watkins o Bela Tarr, donde sus larguísimas duraciones rompen con las imposiciones comerciales) con un proceso de producción que ha abarcado una década, y de su asombrosa y laberíntica estructura dividida en seis historias, con el añadido de que está protagonizada por cuatro actrices, (maravillosas y brutales en sus roles) pertenecientes al grupo teatral Piel de lava. Una de sus obras, Neblina (2005) en la que eran espías bajo la apariencia de cantantes pop, dio la idea a Llinás de la película, o podríamos decir, de empezar a rodar una de las historias, con el mecanismo de conseguir dinero y continuar rodando, con esa idea de filmar y filmar, como en una especie de bucle, donde la película continuamente se está haciendo en una especie de presente continuo, en ese mismo instante en que se está rodando.
La primera de las historias, sin título como las demás, nos encierra en un laboratorio científico donde una momia hará estragos entre sus integrantes. Se trata de una serie B en toda regla, fusionando el fantástico y el terror, un cruce maravilloso entre La momia, de Karl Freund y La mujer pantera, de Tourneur, con ese fantástico look de pueblo perdido, arenoso, y lleno de personajes ensombrecidos y con relaciones distantes y oscuras, a través de esa cámara que los escruta y los traspasa. La segunda historia nos convoca en la relación rota y dolorida entre dos cantantes pop de éxito en su día y ahora, aniquilados por la fama y el desamor de su relación. Un cuento de amor fou, enmarcado en un melodrama descarnado y doliente, muy al estilo de Fassbinder, con canciones despechadas y llenas de resquemor, que nos hablan de amor y odio, introduciendo la intriga misteriosa de un grupo secreto en busca de la eterna juventud con experimentos con escorpiones. La tercera de las historias, la más extensa, que abarca tres actos, convierte a las cuatro actrices en espías internacionales, ahora metidas en un embrollo de primer orden (situado en América del Sur y a finales del siglo XX, cuando el orden mundial de la Guerra Fría llegaba a su fin), donde la organización ha decidido eliminarlas.
Cuatro espías y tres actos, con el aroma intrínseco de las novelas de Frederick Forsyth o John Le Carré, o películas clásicas como Encadenados, de Hitchcock u Operación Cicerón, de Mankiewicz, o los grandes títulos sesenteros y setenteros como Nuestro hombre en la Habana, de Reed, o Los tres días del cóndor, de Pollack, nos desvelarán el origen de cada una de las espías. Una de ellas, reclutada en el Berlín ochentero, donde le muro dividía a las familias y amigos, y formas de pensar. La otra, una asesina a sueldo y su love story no consumada, con quizás, el amor de su vida, otro asesino como ella. La tercera, hija de un revolucionario centroamericano, una líder y sangrienta, capturada por el enemigo, y convertida en asesina de los suyos. Y la última, una agente de la KGB, jefa de espías, asistiendo al final de la URSS la convierte en una solitaria en busca del último traidor. El presente las convierte en cuatro fugitivas huyendo de la muerte, en un brutal y ejemplar western crepuscular con el mejor aroma de los Leone o Peckinpah, con sus dosis de misterio, intriga y demás, recogiendo las llanuras solitarias y perdidas de la Argentina Rural.
El primer episodio de la cuarta historia no sitúa en el otro lado del espejo, como le ocurría a Alicia, llevándonos por un cuento de metacine, muy al estilo de las películas de Moguilansky, donde veremos a las actrices quejándose de sus trajes y del sentido de la historia ambientada en Canadá, para dar paso a Llinás, interpretado por un actor, y su equipo, a la búsqueda de los famosos lapachos y la dificultad de filmar árboles. El segundo episodio nos pone en la pista de un doctor especializado en fenómenos extraños que se topará con el equipo cinematográfico del episodio anterior, completamente ido y recluido en un psiquiátrico, al más puro estilo de cuento romántico del XIX, con sus enfermeras enloquecidas de lujuria, y una doctora inquietante, con la dosis de intriga, como en toda la película, en que el doctor encontrará el cuaderno de rodaje y los libros del director, que está desaparecido, y empezará a reconstruir y reinterpretar sus historias, como ese magnífico momento de las arañas de Casanova.
Y finalmente, la película se cerrará con el sexto relato, donde Llinás vuelve a los orígenes del cine, como una reversión al inicio de todo, donde la película versionará Una partida de campo, de Renoir, y sus cuarenta minutos, construyendo un cuento inolvidable, maravilloso y emocionante sobre el amor, el sexo y las relaciones humanas, filmado en un riguroso blanco y negro y mudo, sin intertítulos. Después la película cambiará de aspecto y se adentrará en la cámara estenopeica, la famosa cámara oscura, donde asistiremos al relato de unas cautivas, las cuatro actrices, que emprenden su regreso a la civilización después de muchos años retenidas por los indios, con esa imagen precine, con interítulos extraidos de un libro, donde la película llegará a su fin, volviendo al inicio, a la estructura metálica abandonada, a la carretera solitaria, adonde todo empezó. Llinás ya había demostrado en sus anteriores trabajos su fascinación por los cuentos sin fin, por las historias poliédricas, por los relatos dentro de otros, y a la inversa, en un trabajo minucioso de historias peculiares, interesantes, anecdóticas y singulares ocultas que transitan por el mundo, un laberinto sinfín de historias, relatos y cuentos que se sabe como empiezan y nunca como acaban, como si fuesen muñecas rusas que nunca llegan a su final, donde siempre hay otra más, porque siempre continúan en algún lugar (como ocurría en Blow up, de Antonioni, donde se investigaba el asesinato retratado de la fotografía sin jamás llegar a desvelar su secreto).
Los relatos de Llinás casan con enorme acoplamiento con la luz de Agustín Mendilaharzu en la fotografía y Agústín Rolandelli en el preciso y laborioso montaje, donde el retrato de los personajes se convierte en la seña de identidad del cine de Llinás, adoptando todos los recursos habidos y por haber del cine, apoyándose en la literatura y la música de cualquier época, siempre sazonado por unos diálogos llenos de ingenio, sabiduría, humor e inteligencia, o simplemente, prescindiendo del diálogo, y filmando esas imágenes fascinantes, inabarcables e inmensas, bien manejadas por la propia voz en off de Llinás o de Verónica Llinás, que nos van guiando y reflexionando de forma brillante, inquietante y estupenda por el laberinto fílmico y ficcional de la película, bien conjuntado con la música de Gabriel Chwojnik, y la retahíla de temas musicales que nos van llevando de la mano por el ancho, perverso y divertido universo imaginado por el cineasta argentino.
Llinás se ha revelado como un demiurgo fascinante y magnífico fabulador de historias, como aquellos señores que explicaban el cine mudo, o aparecían al principio alertándonos de las imágenes que íbamos a presenciar (como sucedía en Frankenstein, de Whale) un mago y tahúr de las imágenes, brillantísimo narrador de hechizos e inventos habidos y por haber, colocando a su cine y al Pampero Cine en los altares de la invención cinematográfica y la calidad de sus miradas e historias. La flor es una película inmensa, hipnótica, fascinante y divertida que empieza y nunca termina, que continua en la mente de los espectadores imaginando y tribulando por sus historias, sus personajes y sus finales, de aquí para allá. Una película con múltiples raíces que no terminan nunca, una fábula extraordinaria y cautivadora, que no puedes dejar de ver, va más allá del mero aparato cinematográfico, mucho más que una película, convirtiéndose en un retrato de personas, mundos, personajes, miradas, sensaciones, y demás, envueltos en un viaje hacia lo más profundo de nuestro interior, acompañados por el cine y todo aquello que inventa, imagina, ficciona, mira y captura con su cámara, y todo aquello que deja fuera, su fuera de campo, todo aquello que imaginamos, inventamos y aventuramos. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA
“En griego antiguo la palabra que se usa para designar al huésped, al invitado, y la palabra que se usa para designar al extranjero, son el mismo término: xénos.”
George Steiner
El arranque de la serie resulta muy impactante. En una playa de la costa griega, mientras unos turistas abrazan el asueto y la diversión, una patera atestada de inmigrantes llega a la playa, y delante de todos, salen despavoridos de la barcaza huyendo tierra adentro. Una imagen que ha abierto muchos informativos, sí, una imagen que refleja la tragedia de Europa, mientras unos se divierten, otros, los más desfavorecidos, corren y se ocultan de la persecución que sufren. Eden es una serie que huye de la imagen impactante y se centra en la figura del inmigrante, se sumerge en el reflejo que hay detrás de esas imágenes que abren informativos, centrándose en el inmigrante, su identidad, su relación con el otro, sus ilusiones y esperanzas, su pasado, y futuro, si es que lo tiene. Un laborioso trabajo de guión escrito por Edward Berger, Marianne Wendt, Nele Mueller-Stöfen, Jano Ben Chaabane, Constantin Lieb, Pierre Linhart, Felix Randau, para desarrollar un relato de cinco historias sobre la inmigración que convergen en la Europa actual, coproducida por Alemania, Francia, Grecia y Bélgica.
Por un lado, tenemos a Hélène, una francesa ambiciosa que gestiona un campo de refugiados en la costa de Grecia con capital privado, y sus idas y venidas a Bruselas y las diferentes comisiones para mantener su negocio. Luego, un incidente del mismo campo, y la muerte accidental de uno de los inmigrantes derivará en un conflicto con los guardias de seguridad, la policía y el mantenimiento del campo, tambaleado por una oferta de un grupo inversor. Luego, tenemos al hermano adolescente del inmigrante muerto, que huye del campo y emprende una odisea llena de peligros y miseria para llegar a Inglaterra. Conoceremos a un matrimonio burgués alemán, que habíamos visto en la playa del inicio, que acoge a un adolescente sirio y los problemas que ocasiona con su hijo de la misma edad. Y finalmente, nos topamos con el drama sirio, a través de unos supervivientes que logran llegar a Francia, donde deberán enfrentarse a ese pasado terrible y oscuro que tratan de olvidar. Grecia, Alemania, Bélgica y Francia son los distintos países que sitúan una película poliédrica y sensible con las diferentes cuestiones sobre la inmigración, durante los seis episodios de 45 minutos de duración cada uno.
Dirigida por Dominik Moll (Bühl, Alemania, 1962) que también ha participado en el guión, autor entre otras, de Harry, un amigo que os quiere (2000), Lemming (2005), El monje (2011), Only the Animals (2019) y de la serie The Tunnel (2013), entre otras, enmarcadas generalmente en el thriller con elementos de drama, comedia o fantástico, en las cuales la psicología y la relación de los personajes se convierte en el foco de la acción. En Eden, ya desde su título, haciendo clara alusión a ese paraíso ansiado para tantos inmigrantes que solo consiguen conocer la otra cara, el lado oscuro de ese paraíso inventado, construido y falso. Moll construye con oficio y sensibilidad un gran mosaico de relatos que van y vienen, en una trama in crescendo, donde la complejidad y la interioridad de los personajes se va imponiendo a cualquier atisbo de condescendencia o sentimentalismo de otras producciones.
Eden es una serie muy interesante y magnífica, llevándonos por los distintos conflictos que se van sucediendo en relación a la inmigración, y el diferente tratamiento que hacen unos y otros, desde la ejecutiva que defiende su negocio a costa de lo que sea, en su caso con la inmigración, y la insensibilidad ante la muerte o los problemas de la inmigración, como deja bastante claro en la presentación del personaje, cuando la entrevistan en mitad del campo o ese video corporativo para vender su producto a costa de vidas y personas. O la actitud de los guardias de seguridad, que anteponen su vida y su trabajo en pos a otras vidas, y el deterioro mental que se produce en uno de ellos, incapaz de soportar el daño hecho, o la dificultad de convivencia con el inmigrante sirio en Alemania con esa familia que intenta salvar una vida, o los conflictos generados con los sirios en Francia y la culpa que los atenaza, y no menos, el adolescente nigeriano embarcado en su particular odisea pro una Europa dañina y capitalista, que se aprovecha de la desgracia ajena, un continente nacido en 1951 para acabar con la guerra y proteger a sus pueblos, que se resiste a aceptar la inmigración y la sigue tratando como una mera mercancía con la que hacer dinero.
Un grandísimo reparto que agrupa intérpretes conocidos con otros más locales, componen un atractivo y magnífico elenco que irradian vida y naturalidad, encabezados por Sylvie Testud, Juliane Köhler, Wolfram Koch, Bruno Alexander, Michalis Ikonomou, Adnan Jafar, Diamand Bou Abboud y Joshua Edoze que da vida a Amare, con un aplomo y capacidad que entra de lleno en la remesa de los mejores debuts en pantalla, protagonizando el relato más intenso y dramático, la de miles de menores inmigrantes no acompañados que deambulan por Europa expuestos a cualquier peligro y abuso. Moll ha hecho un trabajo dignísimo y excelente, con un tempo narrativo de primer orden, conduciéndonos con orden, sensibilidad y humanismo por este retrato del inmigrante en Europa, una relidad durísima y dolorosa, que que no se detiene y va más allá de meras cifras y datos, llenos de vidas que huyen de la guerra y la miseria, una historia triste y oscura, que nos debería hacer reflexionar muy profundamente sobre que el significado de la palabra Europa, su idiosincrasia, y sobre todo, su forma de gestionar las vidas de los inmigrantes. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA
Entrevista a Patrick Mille, director de la película «Bienvenidas a Brasil». El encuentro tuvo lugar el miércoles 11 de julio de 2018, en la oficina de la distribuidora Segarra Films en Barcelona.
Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Patrick Mille, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, a Xènia Puiggrós de Segarra Films y a Sonia Uría de Suria Comuniación, por su simpatía, generosidad, paciencia y cariño.
El genio de David Lynch ya expuso de forma magistral y contundente, en buena parte de su filmografía que, bajo la apariencia de la clase acomodada, rodeada de lujo y sofisticación, se ocultaba la misma suciedad y mugre que en cualquier otro lugar. El debutante director gallego Dani de la Torre (Monforte de Lemos, 1975), con experiencia en la televisión de Galicia y reputado cortometrajista, abre su película en una mañana limpia y serena, en una de esas urbanizaciones de diseño donde los pudientes y adinerados viven en compañía de su mujer e hijos. Carlos, un director de banco de mediana edad, que parece llevar una relación distante y aguerrida con su mujer, que más tarde nos certificaran afirmativamente, coge su flamante 4×4, a sus dos hijos que llevará al colegio excepcionalmente, y se dirige a trabajar. En el camino, alguien que no se identifica, lo llamará por teléfono y le reclamará una cantidad de dinero, casi 500000 euros, si no lo hace, le explica que hará estallar las bombas que se encuentran en la parte trasera de los asientos del automóvil. De esta guisa, arranca la película, a partir de ese instante comenzará una dura batalla, vía móvil, entre el amenazado y el acosador.
De la Torre, que ha contado con un estupendo y enérgico guion de Alberto Marini (habitual guionista de Jaume Balagueró, y del género de terror), sumerge a sus personajes y su trama, a través de los ojos y el miedo de su protagonista, por las calles céntricas de A Coruña durante un día que parece no acabar. Todo sucede a un ritmo vertiginoso y febril, no hay tiempo para pensar ni detenerse, hay que conseguir ese dinero contra reloj para salvar el cuello y el de sus hijos, engañando, mintiendo y estafando a amigos y conocidos. Todo parece indicar que se va a revolver inmediatamente, que el susodicho conseguirá el dinero que se le reclama, y su vida, con todo su lujo, comodidad y apariencia volverá al lugar apacible y falso del que formaba parte. Pero la cosa no resulta así, con la aparición en escena de la mujer y el amante de ésta, según la hija, todo se complica y entra en acción la policía y los artificieros. En ese momento del filme, De la Torre nos concede una tregua, asienta sus cámaras, y desenvuelve su intriga con una plaza como escenario. La película se calma, una calma tensa, eso sí, y lo agradece, y el espectador aún más, el juego del gato y el ratón se ve interrumpido por más personajes que también quieren participar en este juego macabro que tiene la venganza como telón de fondo. Es el primer vehículo cinematográfico que coloca la estafa de las preferentes cometidas por los bancos más importantes del país en el centro de atención, la película nos introduce en la raíz del asunto, alguien que perdió lo que más quería por culpa de esa codicia desaforada que contaminó a clientes y bancos, ahora se toma la justicia por su mano, quiere arrebatar lo más preciado a quién provocó su hundimiento personal y profesional.
Pero, todo thriller bueno que se precie, los momentos de enfriamiento, son sólo para volver a desatar la tensión trepidante en cualquier momento. Cuando todo parece llegar a su fin, la película cambia de rumbo y vuelta a correr, la persecución se desencadena hasta el fin de todo. De la Torre ha parido una cinta de suspense e intriga desaforada y brutal, no deja títere con cabeza, va a degüello, deja muy retratados a los gallitos empelados de banca. Tiene la película ese sólido y rompedor aroma del thriller de los 70, donde los Friedkin, Yates, Siegel, Pakula, Boorman, Frankenheimer, De Palma y otros, revisaron el género de forma ejemplar, mostrando todo lo podrido que emanaba del engranaje social convirtiendo las calles y ciudades en piaras fétidas y nauseabundas . Más reciente y cercana, la película de Rodrigo Cortés, Buried, también planteaba una angustiosa y oscura intriga donde un hombre metido en un ataúd, y también, con su ejecutor al otro lado de un móvil, se debatía entre la vida y la muerte. De la Torre entraría en liza de esa nueva hornada de realizadores que utilizan el thriller de forma ejemplar como Enrique Urbizu o Alberto Rodríguez. Un buen plantel de intérpretes, donde destaca de forma prodigiosa Luis Tosar como padre de familia que se ha dejado llevar por el éxito a costa de quién fuese, en el otro rincón, Javier Gutiérrez, con una composición breve, que aporta esa dosis de desesperación y locura, y la formidable aportación de Elvira Mínguez que irrumpe en la película de manera soberbia, creando uno de sus mejores registros de los que ha visto el que suscribe. Cine mayúsculo que nos devuelve el mejor thriller, el que habla de los problemas sociales a través de ejercicios de género que dejan un buen sabor de boca cinematográfico y un mal trago en lo social, porque la realidad siempre es peor que la ficción.
Entrevista a Antonio Chavarrías, director de «El Elegido». El encuentro tuvo lugar el miércoles 10 de junio de 2015, en el local Milano Bar, durante la visita al rodaje de la película.
Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Antonio Chavarrías por su tiempo y sabiduría, y a la maravillosa Sandra Ejarque, de Vasaver, por su paciencia, generosidad y ser tan buena gente.