On eres quan hi eres?, de Jana Montllor Blanes

LA IMAGEN PERDIDA. 

“Et busco. Busco fotos de tots dos. Em bloquejo quan em fan parlar de nosaltres. Intento possar paraules del que em passa, però no las trobo. O pitjor encara, no las sé afrontar. ¿Què li ha passat a la meva memòria?. Em barallo amb les respostes. No sé si tinc pocs records perquè era una nena. O perquè vam viure poques coses junts. No sé si em veies. Tampoc sé si volies que et veies. M’encantaria poder parlar amb tu. Tinc moltes preguntes”. 

El cine puede ser muchas cosas aunque, si en algo es muy poderoso, es mirar el pasado desde el presente, o lo que es lo mismo, su invocación a los fantasmas, porque su propia materia genera la posibilidad de compartir la ausencia, eso sí, la misma materia que lo hace posible, también lo hace imposible. Quizás las películas se quedan en ese limbo entre una cosa y la otra, entre los vivos y los muertos. A los cineastas se les abre una infinidad de conflictos cuando se acercan al ausente, al que no está, y la memoria que deja, ya sea de documentos y la más íntima, la que comparte con sus allegados. Acercarse a ese espacio es, ante todo, un desafío porque debes encontrar imágenes propias para tu película donde no hay imágenes propias o simplemente no existen. 

La cineasta Jana Montllor Blanes (Barcelona, 1979), ha dirigido películas como Ciutat abandonada (2007), Aquí viu gent (2008) y Disonar (2022), amén de ser una de las socias fundadoras de La Selva. Ecosistema Creatiu donde producen cine y crean proyectos comunitarios. La directora barcelonesa, segunda hija del músico, actor y poeta Oivid Montllor (1942-1995), se acerca a la figura de su padre con On eres quan hi eres? (sobresaliente título que encierra el macguffin de la película), no desde un ámbito público, si no de la intimidad compartida, y lo hace a través de rebuscando su archivo más íntimo, a través de sus fragmentos de películas, de canciones, fotografías y documentación y demás. Toda película, y más el documental, va de una búsqueda, de un encuentro, ya sea real o inventado a través de las imágenes, de construir una narrativa donde las imágenes, sonidos y sensaciones se parezcan a esa memoria frágil, vulnerable, lejana y en muchos casos, ficcionada, porque a través de la inventiva nos acerquemos a aquello imposible que deseamos. La película es un viaje de una hija que tiene la necesidad de hablar con su padre fallecido, de sus recuerdos, de poner en cuestión su memoria confrontada con la de él, en ese espacio tan íntimo entre un padre y una hija, entre todo aquello que se aleja del foco y lo público. 

A partir de un guion coescrito por Liliana Díaz Castillo, Lucía Dapena González y la propia directora, socias de La Selva, junto a Marc Vila Bosc, tejen una asombrosa y sensible historia donde los pliegues de la memoria se escenifican a través del agua, elemento que los espectadores descubrirán su importancia, las imágenes borrosas, encuentros con los amigos más íntimos de su padre como el gran guitarrista Toti Soler y el pintor Toni Miró, así como Montse Blanes, la madre de Jana. Una cinematografía que firma Maria Grazia Goya, de la vimos recientemente El rugir de las llamas, en la que prima lo experimental y lo formal como base en la que se buscan las imágenes, los testimonios, los documentos y demás archivo, siempre desde lo íntimo y lo invisible para acercarse y capturar la imagen que revele lo que la memoria no acaba de concretar. El gran trabajo de sonido en que encontramos el conciso y magnífico trabajo de diseño sonoro por parte de la gran Eva Valiño, y mezclado por Alejandro Castillo, construyen un espacio sonoro envuelto en brumas, en una especie de laberinto en el que los sonidos nos van guiando por el mar revuelto de la memoria. El montaje de Pepa Roig Camarasa, que ha trabajado en las interesantes Un bany propi y la reciente Dios lo ve, consigue un relato lleno de interés y muy profundo donde sus 74 minutos de metraje contribuyen a esa incesante búsqueda de quizás un imposible o algo que sirva para recordar y recordarnos. 

La película On eres quan hi eres?, de Jana Montllor estaría en el mismo tono de otras excelentes películas que han abordado la memoria íntima como Stories We Tell (2012), de Sarah Polley, La metamorfosis de los pájaros (2020), de Catarina Vasconcelos, desde la ficción Aftersun (2022), de Charlotte Wells, Soc filla de ma mare (2023), de Laura García Pérez, y la actual Flores para Antonio, de Isaki Lacuesta y Elena Molina, entre muchas otras. Tres formas de acercarse a la memoria familiar, ya sea del padre o madre, donde se construye un relato que indague en el pasado más íntimo, en una materia muy profunda y sensible, en el que se acercan desde lo más honesto y transparente, en que el cine nos devuelve su trazo más fuerte y sólido, porque las imágenes resultantes edifican eso que llamamos memoria y la intimidad que se busca, en un ejercicio de catarsis personal donde lo imposible se mezcla con lo posible, generando ese limbo del que hablaba más arriba, de ese espacio donde todo es posible, donde la memoria deviene una materia orgánica a la que se puede mirar de frente, con sus contradicciones y complejidades, pero de forma sincera y nada complaciente, porque todo viaje al pasado, y por ende, a la memoria, siempre deja heridas y curas, de conocernos más y saber de dónde venimos y las cosas que vivimos y lo que recordamos en un constante viaje de idas y vueltas, de tiempos e imágenes perdidas, de vivos y muertos. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Ernest Cole: Lost and Found, de Raoul Peck

EL FOTÓGRAFO EXILIADO. 

“Sí, Sudáfrica es mi país, pero también es mi infierno”. 

Ernest Cole

La trayectoria de Raoul Peck (Puerto Príncipe, Haití, 1953), ha pasado por el periodismo, la fotografía y el Ministerio de Cultura de su país hasta el cine con el que arrancó a finales de los ochenta con Haitian Corner (1988), sobre un exiliado que cree tropezarse con su torturador. Los expulsados, exiliados y apátridas enfrentados a las injusticias sociales ya sean en su país natal, África o Estados Unidos son los activistas y luchadores que pululan en una filmografía que se centra en rescatar del olvido a personas que se pusieron de pie ante la injusticia de los pdoerosos en una carrera que ronda la veintena de títulos entre la ficción, el documental y las series, con títulos como los que ha dedicado al líder anticolonialista congoleño en Lumumba, la muerte de un profeta (1990), L`homme sur les quais (1993), El camino de Silver Dollar  (2023), y los estrenados por estos lares como El joven Karl Marx (2017), y I Am Not Your Negro (2016), sobre el activismo del escritor afroamericano James Baldwin. 

Si pensamos en Sudáfrica nos vienen a la mente los nombres de Nelson Mandela (1918-2013), que se pasó 27 años de su vida en prisión por luchar por los derechos de su gente, o el de Steve Biko (1946-1977), otro líder contra el apartheid que fue asesinado por el gobierno. De la figura de Ernest Levi Tsoloane Kole, conocido por el nombre de Ernest Cole (Eersterust, Pretoria, Sudáfrica, 1940 – New York, EE. UU., 1990) no sabíamos nada, así que la película Ernet Cole: Lost and Found se torna fundamental porque viene a rescatar la importancia de su figura y legado, ya que fue el primer fotógrafo que documentó los horrores del apartheid sudafricano a través de unas bellísimas y poderosas fotografías publicadas en el libro “House of Bondage” (Casa de esclavitud), publicado en 1967 con sólo 27 años que le obligó a exiliarse a Estados Unidos, donde siguió capturando la vida: “Para mí la fotografía es parte de la vida y cualquier fotografía que valga la pena mirar dos veces es un reflejo de la realidad, de la naturaleza, de las personas, del trabajo de los hombres, desde el arte hasta la guerra”, y sobre todo, esperando que su país cambiase y los negros tuviesen el derecho de ser personas de pleno derecho y no súbditos de segunda, pisoteados y vilipendiados diariamente por la minoría blanca encabezada por De Klerk. 

El dispositivo de Peck es muy sencillo y a la vez, brillante, porque nos convoca a un viaje maravilloso en el que nos cuenta la vida de Cole a través de dos pilares: sus magníficas fotografías, tanto las que hizo en Sudáfrica como en EE. UU., mostrando la realidad más cruda de muchas personas que vivían sometidas al gobierno y la injusticia social. Acompañando todas esas imágenes escuchamos la voz del actor afroamericano Laketih Stanfield, en inglés, (el propio director hace la versión francesa), como si fuese el propio Ernest Cole que nos contase su propia historia, recuperando textos y documentos que dejó el fotógrafo. También, vemos otras imágenes del propio Cole y otras que documentan la vida y la muerte en los dos países, así como el descubrimiento de sus fotografías. Un estupendo trabajo de cinematografía del trío Moses Tau, Wolfgang Held, del que conocemos su trabajo en Joan Baez: I Am A Noise, y el propio director, así como la excelente música que firma Alexei Aigui, que ha trabajado con Peck en 9 ocasiones, además de nombres comos los de Todorovsky, Serebrennikov y Bonitzer, que ayuda a paliar la triste historia de Cole, que nunca pudo volver a su país, y el interesante montaje de Alexandra Strauss, seis películas con el director que, logra darle constancia y solidez a la amalgama de imágenes y narración en los estupendos 106 minutos de metraje.  

El trabajo de Cole quedó en el olvido y él siguió malviviendo por New York hasta que un cáncer de páncreas acabó con su vida. Fue en 2017 cuando se encontraron en un banco de Suecia más de 60.000 negativos que se creían perdidos y su nombre volvió a recuperarse como uno de los combatientes más relevantes contra el apartheid, cómo refleja con sobriedad la película de Peck que, vuelve a asombrarnos con sus relatos contundentes y políticos sobre personas que han quedado relegadas a un olvido injusto y triste, aunque su cine se niega y lucha contra esa ausencia y quiere dejar constancia del legado de tantos fantasmas que vagan por las cavernas de la historia en este planeta que corre demasiado y se para muy poco, siempre pensando en un futuro que nunca llegará y olvidando el pasado, ese lugar real porque ha existido y es de dónde venimos todos. Todos los espectadores ávidos de conocer las tantísimas historias olvidadas que existen, no deberían dejar pasar una película como Ernest Cole: Lost and Found, del director Raoul Peck, y no sólo eso, sino que nos encontramos con uno de los más grandes fotógrafos que, impulsado por la fotografía de Henri Cartier-Bresson, cogió una cámara y empezó a disparar a diestro y siniestro ante la realidad social en la que vivía, un horror que era olvidado por los países enriquecidos, como sucede ahora con Palestina. En fin, siempre nos quedará el arte. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Visión Nocturna, de Carolina Moscoso Briceño

¿CUÁNDO TERMINA UNA VIOLACIÓN?

Visión Nocturna contiene tres tipos de luces: una que encandila, una oscura que no deja ver y otra en penumbra”.

El cine, al igual que otra expresión artística, puede convertirse en una arma poderosa y profunda para mirar el dolor desde múltiples ángulos y puntos de vista, erigiéndose una herramienta capaz de penetrar en esa herida y reflexionar sobre ella, desde la propia vida del cineasta, la social y la íntima, la que se ve y la que se oculta, una forma de catarsis para entender o de alguna forma adentrarse en esa rotura emocional que sigue abierta, sigue palpitando en el interior. Siendo estudiante de cine, Carolina Moscoso Briceño (Santiago de Chile, 1986), fue a pasar unos días en una playa cercana a Santiago. Una noche, un desconocido de nombre Gary, la violó. Ocho años después, el recuerdo de esa noche fatídica, sigue estando muy presente en la vida de la joven cineasta, y muestra todo ese dolor y las heridas que todavía siguen abiertas, a través del cine, formando un diario íntimo y muy personal sobre los hechos de aquella noche y como perduran en su cotidianidad, que las imágenes sustituyan a unas palabras que no se pueden articular.

Moscoso Briceño que filma desde los 15 años, capturando su vida, y la de todos aquellos que la rodean, y acostumbrada a filmar de noche, mantiene la opción Night Shot/Visión Nocturna, para filmar por el día, creando esa imagen borrosa, difuminada y quemada, donde los personajes se confunden con el paisaje, y el contraste adquiere una revelación muy importante. Los hechos de la violación, ocultos bajo un silencio difícil de romper, los muestra mediante textos, así como los hechos que derivaron en un proceso judicial que finalmente no se abrió porque el violador era menor y el caso había prescrito. Visión Nocturna es un retrato caleidoscópico, de múltiples imágenes fragmentadas, sin un rumbo o senda aparente, en el que vemos la vida de la directora, sus experiencias, sus amistades, y todo un sinfín de imágenes que muestran el caos y la incertidumbre de una vida que ha de vivir después de sufrir un hecho tan trágico y demoledor como una violación.

La película tiene ese aroma del cine íntimo y doméstico de Chantal Akerman, Agnès Varda y Naomi Kawase, donde el cine explora y se introduce en las vidas personales de unas cineastas que se muestran y muestran sus propias vidas y sus reflexiones a través de unas imágenes que van más allá de todo aquello que filman, capturando el interior y las emociones de unas mujeres que rompen tabúes con sus películas, desnudando aquellos temas impenetrables para una sociedad que prefiere ocultar aquello que duele. Un cine que se manifiesta con todas sus armas, entrando y reflexionando en los temas que hay que entrar y mostrar, aunque sea de forma caótica y compleja, quizás esas imágenes y como las estructura la cineasta chilena, a través de un montaje que firma Juan Eduardo Murillo, son absolutamente un reflejo de todas esas emociones difíciles de entender, asimilar y mostrar. La incesante borrachera de imágenes, texturas, músicas, cuerpos, voces y demás elementos que transitan sin descanso por Visión Nocturna sirven para constatar el maná de emociones, dolores y heridas de la directora, que continuamente revive la violación cuando el proceso judicial se abre o al menos, se intenta.

Una película magnífica, rompedora y terapéutica, no solo por su extremada sencillez y complejidad, a la vez, y la desnudez directa y sucia de la que está formada, sino porque consigue engancharnos a sus imágenes que no tienen inicio ni final, sino que lo conforman un caleidoscopio en bucle donde todas las imágenes van creando ese diario íntimo lleno de caos, rabia, dolor, incertidumbre y sobre todo, extremadamente personal, sincero y a tumba abierta, lanzándonos al abismo sin red ni nada que amortigüé semejante salto al vacío, porque la película de Moscoso Briceño no es una película cómoda, sino todo lo contrario, nos invita a penetrar en el interior, en esa parte oscura y terrible desde la que nos habla la película, abriéndose en carne viva, intentando capturar todo eso que sigue torturándola en lo más profundo de su alma, y compartiéndolo con todos los espectadores que quieren asomarse a todo aquello que ocurre después de sufrir una violación, todo lo que sigue rompiéndonos y sobre todo, lo difícil que resulta explicar y compartir una experiencia de esa índole. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Ainhoa, yo no soy esa, de Carolina Astudillo

RETRATO DE UN DESENCANTO.

“El significado de una imagen no subyace en su origen sino en su destino”

Sherrie Levine

Las primeras impresiones que me vienen a la mente después de ver la película Ainhoa, yo no soy esa, de Carolina Astudillo (Santiago de Chile, 1975) tienen mucho que ver con la figura de Chris Marker (1921-2012) el cineasta ensayista de la memoria por excelencia, cuando refiriéndose a la naturaleza de las imágenes, mencionó: “Si las imágenes del presente no cambian, cambiemos las del pasado”, en relación a una frase de George Steiner que venía a decirnos que “No es el pasado el que nos domina, sino las imágenes del pasado”. Dicho esto, el concepto de la memoria es la base del trabajo de la cineasta chilena, afincada en Barcelona, ya desde sus primeras piezas, De monstruos y faldas (2008) o Lo indecible (2012) en los cuáles trazaba un profundo y sobrio trabajo sobre sendos casos de carcelación y tortura de las dictaduras españolas y chilenas, protagonizadas por personas anónimas, donde exploraba la memoria personal de aquellos invisibles, de los que nunca protagonizaban portadas de diarios, de tantos ausentes de la historia oficial.

Ya en su primer largometraje El gran vuelo (2014) retomaba lo investigado en el citado De monstruos y faldas, para retomar una de esas historias que pululaban por su pieza para centrarse en la figura de Clara Pueyo Jornet, militante del Partido Comunista que, después de huir de la cárcel de Les Corts en Barcelona, se perdió su pista. Astudillo tejía de manera extraordinaria un brillante y profundo retrato de la desaparecida a través de imágenes ajenas de la época de cuando vivió, ya que no existía material archivo de ninguna naturaleza, creando un mosaico magnífico en el que  indagaba en aspectos ocultos y oscuros de su biografía y dejaba abiertos todos los posibles caminos de su destino, a más, de realizar un ensayo sobre la naturaleza de las imágenes utilizadas, en la que realizaba un exhaustivo análisis de las imágenes, deteniéndose en cómo eran filmadas las mujeres, en su mayoría pertenecientes al servicio.

En su segunda película, la directora chilena va mucho más allá, porque vuelve a centrarse en una persona anónima, la citada Ainhoa Mata Juanicotena (1971-2016) una ciudadana más, una desconocida más, aunque el proceso creativo de la película anduvo por otros lares a los empleados en El gran vuelo, porque si en aquella la ausencia de imágenes provocó la búsqueda de otras de la época, en esta ocasión, la abundancia de material significó otro reto, elegir una idea entre tantas posibles, ya que había tantos caminos abiertos como diferentes. Patxi, hermano de Ainhoa, puso en manos de la cineasta material fílmico realizado en Súper 8, registrado por el padre, material en video, filmado por la propia Ainhoa, grabaciones telefónicas, cientos de fotografías familiares y los diarios de la joven citada. Un material inédito y familiar que abarcaba casi 40 años de vida, una vida llena de momentos alegres y divertidos sobre la infancia y la aventura de crecer, y también, esa adolescencia inquieta y esa juventud desencantada de la protagonista.

Astudillo construye una fascinante y maravillosa película fragmentada, grande en su sencillez e inabarcable en su reflexión, llena de idas y venidas por la biografía de Ainhoa, desde su infancia, pasando por la adolescencia y llegando a la edad adulta. Un viaje sin fin, un recorrido por su vida, por la fragmentación de su vida, a través de las películas de Súper 8 del padre, las fotografías y las grabaciones, donde Astudillo reflexiona sobre la naturaleza de las imágenes, su textura, sus imperfecciones producidas por el paso del tiempo y conservación, donde vemos a una familia feliz que disfrutan en vacaciones, con los padres de Ainhoa, sus dos hermanos mayores y ella misma, tanto en el País Vasco y su emigración a Barcelona. Momentos de otro tiempo, de un pasado lejano que jamás volverá, en el que las imágenes familiares dejan paso a una reflexión magnífica sobre la familia y la biografía propia, a la que la directora chilena añade lecturas del diario de Ainhoa, leídos por Isabel Cadenas Cañón, autora de También eso era el verano, un álbum familiar sin fotografías, una estupenda metáfora del viaje que propone Astudillo, en relación a la naturaleza de las imágenes, su destino, nuestra relación con ellas desde el presente, unas imágenes que explican unas vidas, algunas de ellas ausentes, cómo se detalla en la película.

Astudillo plantea una película de múltiples capas, a las que va añadiendo elementos que van añadiendo más piezas al caleidoscopio complejo de la existencia de Ainhoa y su familia,  como añadir su propia presencia, donde la directora, filmada en Súper 8, con el mismo formato cuadrado que acompaña a esas imágenes encontradas de la familia, en las que la directora se convierte en interlocutora con la propia Ainhoa, a la que escribe una carta que sabe que jamás leerá, en la que reflexiona en primera persona sobre acciones y decisiones comunes con la propia Ainhoa,  también leerá diferentes textos procedentes de diarios de artistas insignes como Frida Kahlo, Simone de Beauvoir, Susan Sontag, Sylvia Plath, Alejandra Pizarnik o Anne Sexton, algunas de ellas suicidas, como el fatal destino de Ainhoa, textos que, al igual que el de Ainhoa, se convierten en textos muy íntimos, donde descubrimos pensamientos, reflexiones y sensaciones sobre la maternidad obligada, la menstruación o el aborto, explicado de manera natural y sincera. También, escucharemos diferentes testimonios que nos hablan de otros aspectos y elementos de la propia Ainhoa, como los de su hermano Patxi, Esther, Lluís o Dave, personas que en algún momento u otro de sus existencias se cruzaron en la vida de Ainhoa.

Astudillo vuelve a contar con su equipo cómplice y habitual que raya a una altura inconmensurable, con el montaje de Ana Pfaff que realiza un trabajo memorable que entrañaba muchas dificultades, llevándonos de un tiempo a otro de manera sencilla y bella, haciéndonos reflexionar, a través de la naturaleza de las imágenes y su diálogo con el pasado y el presente, y Alejandra Molina en la edición de sonido, otro apartado esencial en el universo caleidoscopio y laberíntico de Astudillo, y la aportación en el Súper 8 de Paola Lagos, así como la suave y delicada música de La Musa, que añade otra lectura más si cabe en la vida de Ainhoa. Así como sus objetos más íntimos, como discos de grupos de rock radical vasco, fotografías, sus pinturas, pipas, y su cartera, objetos de alguien que vivió a su ritmo, que mostraba dos caras, la del exterior, donde era alguien duro y frívolo, y la del interior, que conocemos a través de sus diarios, donde se mostraba solitaria, sensible, angustiada y torturada, una persona que no encontraba el amor, que se sentía insatisfecha con su vida, con su trabajo, y quería escapar de todo y acabó con malas compañías, drogas y demás pozos oscuros, que quiso vivir demasiado deprisa, lanzándose al vacío, como le ocurrió a tantos de su generación, unos seres con inquietudes artísticas, curiosos pero perdidos en sí mismos y a la deriva en una sociedad que prometía tanto y finalmente ofreció tan poco y acabó desaparecida en su abismo, en aquellos años de finales de los 80, cuando Ainhoa se va aislando de todo y todos, marginándose en un bucle peligroso que la llevó a tomar una decisión irreversible y mortal. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Cinema Novo, de Eryk Rocha

cinema-novo-poster-hightMEMORIA DE UN CINE, DE UN PAÍS Y SU TIEMPO.

«Hay un acuerdo secreto entre las generaciones pasadas y la actual. La Tierra nos esperaba. Igual que todas las generaciones que nos precedieron, hemos sido dotados con un sutil poder mesiánico, un poder que el pasado reclama».

Walter Benjamin.

“Donde quiera que haya un realizador, preparado para hacerle frente a la comercialización, la explotación, la pornografía y la tiranía de la técnica, hay el espíritu viviente del Cinema Novo. Donde quiera que haya un realizador, de cualquier edad o formación, listo para poner su cine y su profesión al servicio de las grandes causas de su época, habrá el espíritu vivo del Cinema                                                                                                         Novo».

                                                                                            Glauber Rocha

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El arranque de la película, además de ser un derroche de energía y movimiento humano, en el que observamos diversos fragmentos de películas en las que vemos a personas corriendo por todo tipo de lugares, tanto urbanos como rurales, personas como buscando algo, o huyendo de algo, siempre hacia delante, sin detenerse, imágenes que definen el espíritu que recorría a los autores del “Cinema Novo”, la corriente cultural, política y revolucionaria que surgió en Brasil a finales de los 50 y principios de los 60, un movimiento que, influenciado por el cine soviético de Eisenstein, el neorrealismo italiano, los japoneses Kurosawa y Ozu, y el cinema vérite, andaban en la búsqueda de nuevas imágenes, libres y revolucionarias que ilustrasen los problemas sociales del país, así como su idiosincrasia y su cultura. Imágenes nuevas y diferentes, que filmasen la realidad del país, sus gentes, y sus formas de vida, imágenes que traspasaron las fronteras, y se vieron en todo el mundo, imágenes filmadas para promover conocimiento, ideas y reflexión sobre el mundo más cercano, el que vemos cada día.

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El cineasta Erik Rocha (Brasilia, Brasil, 1978) hijo de los cineastas Glauber Rocha (uno de los más significantes miembros del “Cinema Novo”) y Paula Gaitán, que lleva más de una década haciendo cine social, ha construido una película invocando aquel cine, y no lo ha hecho desde la lectura del presente, sino que ha lanzado su mirada a la memoria de aquel movimiento, rescatando imágenes de aquellas películas, de los Glauber Rocha, Nelson Pereira dos Santos, Ruy Guerra, Carlos Diegues, Leon Hirszman, David Nieves, Joaquim Pedro de Andrade, Gustavo Dahl, entre otros, y mezclándolos con entrevistas y testimonios de los propios realizadores filmadas en la época, consiguiendo un documento que no sólo nos habla de aquel cine y su tiempo, sino que nos interpela directamente a los espectadores actuales y reflexionaba sobre las causas de aquel espíritu que cine artístico y político, y sobre todo, la vigencia en la actualidad de todo aquello. En un riguroso y extenuante trabajo de found footage, de rescate de imágenes, en las que hace un brutal, interesante y profundo recorrido por todos los aspectos, tanto artísticos como emocionales, de un cine que consiguió remover conciencias, articular discursos sociales y políticos, e investigar sobre el medio cinematográfico y su representación, construyendo imágenes que hablaran de su país desde la sinceridad y dando protagonismo a las clases sociales invisibles y oprimidas.

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Rocha cimenta su película desde la memoria de unos cineastas y su lenguaje cinematográfico, no cae en la nostalgia de elevar el pasado porque si, sino que lo mira con respeto y admiración, extrayendo todas las enseñanzas que nos ha dejado aquel movimiento en el cine actual, provocando un discurso necesario y vital que no sólo nos hace cuestionarnos la verdadera naturaleza de las imágenes, sino que nos hace preguntarnos sobre su significado y la forma en la que son producidas. Rocha nos hace viajar en el tiempo, nos interpela con aquellas imágenes construyendo una propuesta que, no sólo resulta didáctica, porque nos rescata cineastas olvidados que quedaron eclipsados por la popularidad de otros, o su cine no alcanzó la internacionalidad o el empuje necesarios, sino que también, indaga en el tiempo que fueron ideadas, en la historia de su país, y la ruptura de aquel movimiento cooperativista y social, provocado por la dictadura, que los separó, dejando el movimiento cinematográfico aislado. La película hace un recorrido inmenso por todas aquellas imágenes, creando su propia narrativa que consigue que las imágenes dialoguen entre ellas, y también, con nosotros, creando una nueva dramaturgia que evidencia que el cine y sus imágenes no pertenecen a ningún tiempo, sólo a uno imaginario o soñado por el de la mirada del espectador.