Siempre es invierno, de David Trueba

MIGUEL PERDU EN LIEJA. 

“Hay que perder para ganarnos, aunque también lo hayamos perdido todo”. 

Eduardo Ramírez 

Si pudiéramos hacer una radiografía emocional de los personajes masculinos de las películas de David Trueba (Madrid, 1969), veríamos a tipos sensibles, algo o muy solitarios, frustrados en un empleo insatisfactorio, y sobre todo, individuos incapaces de amar y por ende, ser amados, aunque lo intenten con todas fuerzas, o lo que es lo mismo, como buenamente pueden. El director madrileño adapta su propia novela “Blitz” situándonos en la piel de Miguel que, en Siempre es invierno es la virtud de ese chico triste y solitario, que cantaba Antonio Vega, alguien que anda de aquí para allá, sin ilusión, sin pasión y sin estar convencido de nada ni de sí mismo. Se presenta al concurso de paisajismo más que nada para hacer acto de presencia, en la lejana Lieja, en Bélgica y en invierno. Una ciudad tan fría y desangelada como el estado de ánimo de Miguel, que acaba de saber que Marta, su pareja los últimos cinco años, se ve con su ex y lo acaba de dejar. Ante tamaña mierda, Miguel decide pasar su duelo en Lieja, por unos días o por más, quién sabe. Después de este sencillo y determinante prólogo, la película empieza y no por los cauces de ese tipo de películas de personas que se recuperan tan rápido y se vuelven a enamorar de pronto, otra vez. 

Después de la excelente Sabe aquell (2023), sobre el famoso humorista y cómo se convirtió en Eugenio junto a su mujer, y El hombre bueno (2024), donde un aislado de la vida ayuda a una pareja a separarse. Dos películas sobre hombres que aman la vida pero también la odian, en esa dicotomía encontramos a Miguel, y sus cosas, que no está muy alejado del Woody Allen de los setenta, cuando protagonizaba sus propias películas. Podríamos decir que estamos ante una comedia, también una romántica, pero las de verdad, las que vemos al protagonista con mil dudas y tan cercano que asusta. De lo que sí estamos seguros es que la propuesta de Trueba hable de todos nosotros, de todas nuestras imperfecciones, complejidades y tristezas, que las hay, de cómo nos vemos en el espejo, sí es que nos vemos de verdad, porque Miguel es un tipo que está en el trabajo equivocado, en la relación equivocada que, seguramente, no dirige sus pasos hacia esos lugares donde sí que estaría mejor o simplemente, tranquilo, en paz, y no a la greña como siempre anda. Trueba no hace una película triste ni aburrida, reposada y suave sí, porque le mete las dosis de ironía y de sarcasmo, en una película con muy mala uva, pero nada gruesa ni salvaje, sino con esa idea de reírse de todo empezando por uno mismo.

Como es habitual Trueba se ha acompañado de un equipo muy bueno empezando por los productores Jaime Ortiz de Artiñado de Atresmedia Cine y Edmon roch de Ikiru Films, que ya estaban en la citada Saben aquell, la cinematógrafa Agnès Piqué Corbera, que conocemos por Canto cósmico. Niño de Elche, Mientras seas tú, La imagen permanente, Las novias del sur y la reciente Esmorzar amb mi, entre otras. Su luz juega mucho con los contrastes, es fría y cálida, es íntima y alejada, lo que define el estado de ánimo de Miguel y esa sensación de estar perdido conociendo una salida que no le gusta nada. La música de Maika Makovski, que hizo la de A quién hierro mata, de Paco Plaza, es muy suave, que traspasa con cada melodía, ayuda a seguir las excentricidades emocionales de Miguel y su incapacidad para ser él sin arrastrar tanta melancolía y nada, a la vez. Y por último, la presencia de la editora Marta Velasco, una habitual de la Trueba Factory, con más de medio centenar de títulos, entre los que se incluyen 13 trabajos con David Trueba, compone una balada triste o simplemente, una canción de blues muy azul, con tonos muy oscuros, pero con algún destella de comedia agridulce, de esas que hablan tanto de lo que somos y no seremos, en sus reposados 100 minutos de metraje. 

En el apartado interpretativo encontramos a un David Verdaguer como el complemento perfecto en el universo de David Trueba, con el que repite después de la gran experiencia de hacer de Eugenio en la mencionada Saben aquell, que le valió todos los premios habidos y por haber de aquel año. Su Miguel le va como anillo al dedo, porque le insufla verdad, perdonen que me ponga tan pesado con la palabra, y humanidad, es decir, muy cercano porque nos vemos reflejado en sus cosas: quedarse helado sentado en un parque muriéndose de frío, su inmadurez tan típica de los soñadores y los realistas de cajón, y esa mirada que recorre todas las inseguridades existentes y las que se inventa. Amaia Salamanca es Marta, la novia que lo deja, la cansada de estar tirando tanto de su chico, su “tirita”, y cuando la vean sabrán porque lo digo, y que se convierte en una gran bendición para Miguel, aunque él todavía no lo sepa, siempre nos cuesta ver lo que nos conviene al momento de producirse. La actriz francesa es Isabelle Renaud, una gran intérprete con una espectacular filmografía que la ha llevado a trabajar con grandes como Angelopoulos, Mihalkov, Chéreau, Doillon, Breillat y Dupeyron. Ella es Olga, la madura que rescata a Miguel en todos los sentidos, y lo dejó ahí, que hablo demasiado. No puedo olvidar las presencias de Jon Arias, el rival del paisajismo de Miguel, Vito Sanz, en una escena marca de la casa, y Violeta Rodríguez como recepcionista de hotel, ya verán dónde. 

Estoy convencido que a muchos espectadores les parecerá Siempre es invierno una película demasiado fría y distante, y tendrán razón, porque lo es, aunque eso no es nada contraproducente, porque David Trueba sabe generar esa distancia aparente con el espectador y también, mucha cercanía, pero de otro modo, ya que el personaje acaba resultando entrañable y nada presuntuoso, él se conoce torpe en muchas cosas, en la mayoría, aunque también es un tipo adorable, cuando no siente pena de sí mismo, y Verdaguer le da cuerpo y alma, quizás en la piel de otro, no daría esa sensación de altibajos emocionales, donde la vida es un trozo de grisura y un bosque lleno de oscuridad, pero si miramos desde otro ángulo, lo es más, sí, pero podemos ver otras cosas, menos duras, menos afiladas y tener la capacidad de reírnos de todo y de nosotros mismos, porque esos (des) amores inesperados o eso que nos creemos, nos voltean eso que llamamos vida o existencia, y nos hacen más estúpidos, más (des) ilusionados y sobre todo, nos hace más humanos, porque por mucho que planeamos lo que hacemos, eso que llamamos vida viene a desmontarlo todo y reconstruirnos cada vez con menos trozos, pero aún así, no tenemos más remedio que seguir, y volver a empezar, volver a empezar… JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Edmon Roch y David Baute

Entrevista a Edmon Roch y David Baute, productor y director de la película «Mariposas negras», en la terraza de Hotel Gallery en Barcelona, el martes 26 de noviembre de 2024.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Edmon Roch y David Baute, por su tiempo, sabiduría, generosidad, y a Sandra Ejarque de Revolutionary Comunicación, por su generosidad, cariño, tiempo y amabilidad. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Mariposas negras, de David Baute

LAS OLVIDADAS DEL CLIMA.  

“Los inmigrantes no pueden escapar de su historia más de lo que uno puede escapar de su sombra”.

Zadie Smith

Hasta hace pocos años, las causas por las que sucedía la inmigración eran de sobra conocidas: falta de trabajo y de futuro, guerras, condición sexual y política, entre otras. En los últimos tiempos con el fenómeno del cambio climático existe una nueva causa para emigrar, ya que las personas han de dejar su vida, su trabajo y todo, porque los huracanes, tifones y riadas dejan inútiles su forma de vida. Un conflicto que ha sido tratado muy poco, o muy por encima. La aparición de un documental de animación como Mariposas negras, de David Baute (Garachico, Santa Cruz de Tenerife, 1974), viene a paliar semejante problema. que ya tuvo su película de imagen real llamada Éxodo climático (2020), del propio Baute, premiada en la Seminci, protagonizada por tres mujeres Tanit, Valeria y Shaila que, deben dejar sus vidas por las terribles consecuencias meteorológicas. De aquella experiencia ha nacido una película de animación coescrita por Yaiza Berrocal y el propio director que registra las experiencias de las tres mujeres citadas. 

Baute ha desarrollado durante más de dos décadas una filmografía siempre comprometida y de denuncia con lo humano más necesitado y vulnerable como Los hijos de la nube (2004), Rosario Miranda  (2002), con la memoria histórica canaria y la inmigración en títulos como Semillas que arrastra el mar (2007), y Ella(s) (2010), entre otras. Un cine para hablar de lo invisible, de lo político y sobre todo, de la humanidad en su entorno más cotidiano, íntimo y de verdad. Con Mariposas negras pone el foco en tres mujeres y sus vidas: Tanit vive en Turkana, entre la frontera entre Kenia y Uganda y se desplaza hasta los suburbios de Nairobi en Kenia, Valeria en las Antillas Menores y emigra hasta París (Francia), y finalmente, Shaila vive en Bengala Occidental, entre India y Bangladesh, en una zona rural y huye a la ciudad. Tres tragedias medioambientales que copan las noticias de todo el mundo, y se olvidan de las tragedias personales que hay detrás de todo esto. La película pone cara y ojos a estas tres mujeres y sus no vidas que deben reconstruirse después de la tragedia, desde cero y sin nada, y afrontando situaciones muy oscuras, olvidadas por todos y todo. La película aborda la tragedia desde lo profundo y la reflexión, sin caer en la sensiblería ni la condescendencia, recogiendo el aroma que tenía aquella maravilla de Las golondrinas de Kabul (2019), de Zabou Breitman y Elèa Gobbé-Mévellec, tanto en su dibujo, animación y denuncia. 

Baute se ha acompañado de un equipo excepcional empezando por su productor Edmon Roch que a través de Iriku Films, a parte de sus películas “reales”, ha producido algunos de los títulos de animación más exitosos como la trilogía de Tadeo Jones y Atrapa la bandera, la cinematógrafo María Pulido, el diseño de producción y director de Animación Pepe Sánchez, que ya estuvo en uno de los mencionados Tadeos, la música de Diego Navarro, que trabajó en la citada Atrapa la bandera, y es habitual de la cineasta Mar Targarona, el sonido de un grande como Oriol Tarragó y el montaje de Clara Martínez Malagelada. Un equipo de alto nivel que ha conseguido una gran película, muy grande en todos los sentidos, con una espectacular ilustración, animación e historia, que capta con naturalidad y precisión cada detalle del relato, aproximándose con inteligencia y sensibilidad a un tema hasta ahora muy desconocido. La historia mezcla con sabiduría la denuncia con un guion que cuenta con fuerza, imaginación y transparencia las tres realidades tan diferentes y tan cercanas a la vez, donde vemos la cotidianidad de tantos desplazados y refugiados climáticos a los que las autoridades no reconocen como tal, pero existen y tienen nombres y catastróficas circunstancias. 

No sabemos si esta película ayudará a que los gobiernos reconozcan esta realidad y ayuden a las personas que sufren el cambio climático. Lo que sí sabemos es que Mariposas negras, de David Baute, ayudará a concienciar a todos y todas, en los que me incluyo, a descubrir una realidad que, la inmediatez y la ansiedad informativa apenas hace eco, y mirar una realidad y una verdad que está ahí, y la película hace visible, y grita con fuerza para que podamos ver la información desde todos las miradas y ángulos, desde la profundidad de cada persona y su caso concreto. Las recientes riadas en la provincia de Valencia han dejado al descubierto un sistema económico en el que prevalece el beneficio a la vida. Por eso estamos vendidos al capital y a su codicia sin fin, y por eso, debemos ayudarnos entre todos y todas y empezar a cambiar nuestra forma de vida y de trabajo, y de todo, siendo mucho menos invasivos en la naturaleza, moviéndonos menos y usar materiales que no dañen al planeta, quizás todavía estamos a tiempo de cambiar las cosas, aunque me temo que todo esto será desde lo individual y lo cotidiano, porque la mayoría seguirá gastando por gastar, ensuciando y contaminando el planeta y sobre todo, limpiando su conciencia en las fechas señaladas y poco más, olvidando a mujeres como Tanit, Valeria y Shaila que son las cabeza visibles ahora, en un futuro no muy lejano, seguramente, estaremos en su situación. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Segundo premio, de Isaki Lacuesta y codirigida por Pol Rodríguez

LOS PLANETAS VS. LOS PLANETAS. 

“Todos es verdad, porque todo me lo he inventado”

Boris Vian 

Antes de ponernos en batalla, debemos hacer un inciso en los antecedentes. Cuando la película fue un proyecto iba a dirigirlo Jonás Trueba. Sea como fuera, el director madrileño no lo hizo y recomendó a su colega Isaki Lacuesta (Girona, 1975), quién finalmente se puso manos a la obra junto al guionista Fernando Navarro, que conocemos por sus cintas de género para directores como Paco Plaza, Kike Maíllo y Jaume Balagueró, entre otros, y nació Segundo premio, que usa el nombre de la primera canción del disco “Una semana en el motor de un autobús”, tercer álbum de la banda de rock granadina “Los Planetas”, publicado el 13 de abril de 1998. El largometraje número 11 de Lacuesta, que ha contado con la codirección de Pol Rodríguez (Barcelona, 1977), el director de Quatretondeta (2016), y ayudante de dirección de Isaki en Un año, una noche, cuenta su historia, la del proceso personal y creativo de los componentes del grupo. Pero no lo hace siguiendo un esquema racional y convencional, nada de eso, porque con el permiso de la banda, hace y deshace como le viene en gana, es decir, inventa y reinventa lo que pudo ser, lo que pudo pasar, y sobre todo, lo que el mito y la leyenda se han encargado de elaborar y mentir. No estamos ante una película al uso, nada más lejos de la realidad o la mentira, según se mire, estamos ante una película que es una mentira en toda regla, con muchísima verdad en su interior, o lo que es lo mismo, una obra que juega a imaginar una verdad, o más, bien, un estado de ánimo. 

Si recuerdan Cravan vs. Cravan (2002), la primera de Lacuesta, era una cinta que investigaba los pasos del poeta y boxeador Arthur Cravan, al igual que sucedía en Los pasos dobles (2011), con otro artista François Augiéras,  y no lo hacía desde el biopic trillado y bienintencionado, sino desde la ficción y la realidad, en un híbrido que tenía mucho de mentira y también, de verdad, de una sensación de que la mentira es el mejor vehículo para acercarse a la verdad, esa utopía enigmática, inquietante e imposible, porque tantas verdades y mentiras hay en cualquier personaje y sucesos, así que, el espectro de Cravan está muy presente en Segundo premio, desde su primera advertencia, cuando se nos informa de lo siguiente: “Esta no es una película sobre Los Planetas”, así que, a partir de esa premisa, la película nos convoca a un juego de ficción, o sea de mentira, pero una mentira que podría ser verdad, porque la llena de guiños y pistas documentadas, pero sin ser fiel a la realidad, o eso que llaman realidad, porque ni de eso estamos seguros, sino de la imaginación, de lo que mentimos, y en ocasiones, soñamos. La película sigue en la línea de los anteriores trabajos: la idea sobre el doble, la búsqueda, las huellas de los fantasmas, la investigación, la importancia de la música como eje para cimentar el relato, la hibridez de géneros, el tiempo y su fugacidad y su leyenda y mito, y sobre todo, esos reflejos del otro que nos convierten en un sinfín de identidades, personajes y de sentimientos contradictorios y reencontrados. 

Un relato contado a través de canciones-capítulos que reciben el nombre de las canciones del mencionado disco, con esa película real y a la vez, imposible, que nunca podremos ver, y la otra película, la que inventan Isaki y los suyos, y los componentes de la banda: el cantante, y ese otro reflejo que es el guitarrista, que nunca se llaman por su nombre, salvo May, de la única que se pronuncia su nombre, la bajista que dejó el grupo, ese otro vértice, que tiene tanto de uno como del otro. Tenemos las dos ciudades, la Graná de finales de los noventa, o como dice la película, la Granada del siglo XX, y esa otra, más soñada y ficticia, el New York, con esos elementos del cine de Abel Ferrara y Jarmusch, donde Sólo los amantes sobreviven (2013), tiene un reflejo muy evocador en la película de Isaki. El universo de Lacuesta bebe de infinitas fuentes, materiales, texturas y cualquier elemento real o irreal. Sus películas transitan por diferentes géneros, ya sean de ficción, en especial el western y el cine negro, y otros documentales, y los fusiona en un plano/contraplano, conformando un cine construido desde la más absoluta de las libertades, donde las piezas van casando, sin necesidad de piruetas y estridencias narrativas ni argumentales, ni mucho menos técnicas. 

Un cuadro 4/3 que nos remite al pasado, a la extrañeza y sobre todo, a la idea de la invención, como hacían los de la Nouvelle Vague, como por ejemplo Godard, en una cinematografía que firma Takuro Takeuchi, con el que Isaki coincidió en la serie Apagón, donde prima el plano claroscuro, como si estuviésemos en una especie de sueño, o en un relato que nos cuentan, en que los personajes están muy cerca, queriéndonos hablarnos desde la cercanía, a susurros, a escondidas, como si eso que nos quieren contar fuese un secreto, con esa idea de inmediatez y de letargo, donde los días y sobre todo, las noches, se funden en un tiempo lejano y cercano a la vez, un tiempo no tiempo, un estado de ánimo de verdad y de mentira a la vez, donde lo que vemos y lo que imaginamos está demasiado cerca, tan cerca que no podamos distinguir. El exquisito y rítmico montaje de Javi Frutos, del que hemos visto interesantes documentales como La muñeca del espacio y Saura(s), entre otros trabajos, aglutina con acierto los 109 minutos de metraje, que nos envuelven en esa atmósfera entre realidad, sueño y limbo, por el que se mueve la historia. 

El reparto debía tener esa idea de mentira muy de verdad y se consigue con un plantel de músicos-actores que hacen de sus personajes que se parecen a Los Planetas en la realidad paralela que explica la película. Tenemos a Daniel Ibáñez, Cristalino, Stéphane Magnin, Mafo, chesco Ruiz y Edu Rejón, entre otros, que no sólo consiguen que nos creamos que ellos podrían ser ese otro grupo, sino que transmiten con muy poco las relaciones complejas y difíciles por las que se mueven, componiendo unos personajes que parecen salidos de la Hammer: un cantante que parece un vampiro, con sus aires de egolatría y ambición desmedida, roto por la soledad de la ausencia de May, un fantasma demasiado presente, y el zombie en el que se ha convertido el guitarrista, que está metido en sus problemas de drogas, más alejado que nunca del grupo, y luego, el batería, que venía de los “Lagartija Nick”, y de esa monumental obra que es “Omega”, sobre los poemas de Lorca cantados por Enrique Morente, que se escucha un fragmento del primer corte en la película. Las canciones de Los Planetas están muy presentes, como no podía ser de otra manera, bien acompañadas por la composición de Ylia, consiguiendo esas melodías que funcionan muy bien al lado de unas imágenes no reales, inventadas, abstractas, ficcionadas, fantasmales e íntimas. 

(Fotografía de rodaje de Óscar Fernández Orengo).

Resulta altamente reconfortante que en apenas tres meses se han estrenado La estrella azul, de Javier Macipe, sobre el músico zaragozano Mauricio Aznar, el 23 de febrero, y el 24 de mayo la de Isaki y Rodríguez, también ambientada en los noventa, y que se dejan del calco habitual en los biopics, tan convencional, tan superficial y tan azucarado, para irse a otros lugares, más inventados, más de verdad, más íntimos, más libres y sobre todo, más sinceros, porque si quieres acercarte a la verdad, estás obligado a alejarse de ella todo lo que puedas, y ese lugar no es otro que la mentira, la de inventar, la de ficcionar, la de soñar, porque la verdad tiene poco que ver o nada con la realidad, como mencionaba Jimmie Ringo, el personaje que interpretaba Gregory Peck en esa obra imperecedera que es El pistolero (1950), de Henry King: “Todos piensan que soy así o de aquella otra manera. Arrastro una leyenda que no me deja libre. Y yo sólo quiero huir de ese mito”.  Pues eso, la película Segundo premio también quiere escapar del mito de Los Planetas y ser libre, y créanme que lo han conseguido, y haciéndolo de la manera más sencilla y compleja a la vez, inventando su historia, porque de esa forma tiene más verdad que la realidad que vivieron, porque esa sólo la conocen ellos, y ahora, pasados los años, la recuerdan y ya sabemos lo que miente la memoria. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a David Trueba

Entrevista a David Trueba, director de la película «Saben aquell», en la terraza del Hotel Zenit en Barcelona, el lunes 23 de octubre de 2023.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a David Trueba, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, y a Sandra Ejarque y Ainhoa Pernaute de Revolutionary Press, por su amabilidad, generosidad, tiempo y cariño. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Carolina Yuste

Entrevista a Carolina Yuste, actriz de la película «Saben aquell», de David Trueba, en la terraza del Hotel Zenit en Barcelona, el lunes 23 de octubre de 2023.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Carolina Yuste, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, y a Sandra Ejarque y Ainhoa Pernaute de Revolutionary Press, por su amabilidad, generosidad, tiempo y cariño. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Gerard Jofra

Entrevista a Gerard Jofra, hijo del humorista Eugenio y autor de las novelas «Eugenio» y «Saben aquell que diu», sobre la película «Saben aquell», de David Trueba, en la terraza del Hotel Zenit en Barcelona, el lunes 23 de octubre de 2023.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Gerard Jofra, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, y a Sandra Ejarque y Ainhoa Pernaute de Revolutionary Press, por su amabilidad, generosidad, tiempo y cariño. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Saben aquell, de David Trueba

LA MUJER QUE AMÓ A EUGENIO.

“¿El humor? No sé lo que es el humor. En realidad cualquier cosa graciosa, por ejemplo, una tragedia. Da igual”.

Buster Keaton

Desde que fuera uno de los guionistas de aquella delicia que fue Amo tu cama rica (1991), de Emilio Martínez-Lázaro, el humor ha sido una de los palos mayores en la carrera de David Trueba (Madrid, 1969), pero no un humor chabacano y grosero, de chiste fácil, nada de eso. El humor del menor de los Trueba es irónico, inteligente, socarrón y muy crítico, un humor azconiano, una forma de enfrentarse con risas a la tragedia de la vida. Fue con su segunda película, la injustamente vapuleada Obra maestra (2000), en la que ofrecía una visión dura y triste de la soledad del artista, y de aquellos otros, más bufones, que pretendían serlo. Con trece largometrajes, un buen puñado de series, novelas, ensayos y guiones para otros, encontramos tres ficciones basadas en personajes reales. La primera, Soldados de Salamina (2003), basada en la novela homónima de Javier Cercas que hablaba de la peripecia de Rafael Sánchez Mazas durante la Guerra Civil. Diez años después, llegó Vivir es fácil con los ojos cerrados, sobre la aventura de Antonio, un maestro de inglés que quería conocer a John Lennon en la España gris de los sesenta. Ahora, una década después, otra vez, llega otro personaje real, el humorista Eugenio (1941-2001), que se autodenominaba como “Intérprete de cuentos”, un hombre de humor que fue uno de los reyes de la risa en las décadas del ochenta y noventa. 

El relato se centra en trece años, los que van del 1967 hasta 1980, el tiempo en que Eugenio Jofra dejó de ser joyero y se convirtió en un incipiente artista de la “Nova Cançó”, primero, y luego, en el genio que todos recordamos. A partir de una sublime y fidedigna reconstrucción de la época, llena de detalles, donde no hay nada que chirríe y exista ese decorado demasiado edulcorado y preciosista, en Saben aquell no hay nada de eso, sino todo lo contrario. El acertadísimo y revelador título de la película, que era la frase con la que Eugenio empezaba su repertorio, y el período elegido para contarnos la historia que narra, basada en los libros Eugenio y Saben aquell que diu, ambos de Gerard Jofra, primogénito del artista, apoyándose en un guion que firman Albert Espinosa, de sobra conocido por su faceta en el teatro, en la novela y en el cine, y el propio Trueba, en la que nos cuentan en aquella España grisácea y triste, como la que contaba Vivir es fácil… , pero ahora en Barcelona, en la que el joven veinteañero Eugenio conoce a Conchita, una joven que quiere hacerse un hueco en el mundo de la música con su guitarra y canciones. El amor los junta y empiezan a cantar con más dificultades que éxito. 

La película profundiza en el hombre y en su faceta más íntima y desconocida, antes del fenómeno Eugenio, y lo hace desde la intimidad y la cotidianidad, sin sobresaltos ni estridencias argumentales, de forma lineal, con pausa y con atención, consiguiendo atraparnos a los espectadores a partir de una naturalidad y transparencia. Los que vimos el documental Eugenio (2018), de Jordi Rovira y Xavier Baig, ya sabíamos los pormenores de esos difíciles comienzos en el mundo del espectáculo, pero no entra en conflicto con Saben aquell, y no lo hace, porque la trama se mueve entre dos líneas bien definidas: la historia de amor de Eugenio y Conchita, y sus complicados caminos en el mundo de la cançó, y por otro lado, la historia del país que estaba a punto de el cambio, con la muerte del dictador y los primeros años de la democracia en aquella transición dura y compleja. En ese sentido, la película podría haberse llamado Conchita, como ocurría en Doctor Zhivago (1965), de David Lean, en que Lara, la mujer del citado matasanos, se convertía en la alma mater de la vida del protagonista. En Saben aquell, la cosa va por el mismo estilo, porque conocemos a Conchita, una mujer fuerte, valiente y enamorada, que creía en el talento de Eugenio, en su peculiar voz, que mezclaba el catalán y el castellano, en su don de gentes, y sobre todo, en el personaje de negro que creó, contando sus cuentos de forma tan peculiar, imperturbable, seria, su cubata, su tabaco y el gesto inconfundible, y sobre todo, el cariño que le profesó un público atónito con un tipo triste pero que les hacía reír a carcajadas. 

Una luz claroscura que encuadra de forma precisa y a conciencia cada espacio y cada personaje, en un gran trabajo de cinematografía de Sergi Vilanova Claudín, que ha trabajado en documental, ficción con Calparsoro y Sánchez-Arévalo, y en series con Berto Romero. El brillante y rítmico montaje de Marta Velasco, una crack con más de cuarenta películas a sus espaldas con Jonás Trueba, Carlos Vermut y Fernando Trueba, entre otros, en la sexta colaboración con David. Y qué decir de la exquisita y envolvente música de una fenómena como la trompetista Andrea Motis, que ya compuso la banda sonora del documental El sueño de Sigena. Qué decir de su maravilloso reparto, muy heterogéneo que como es habitual en David, funciona muy bien sin alardes, con la mayor sencillez y cercanía posibles. Tenemos a Ramón Fontseré en el rol de dueño de la sala donde actúan los protagonistas, en su tercera película con Trueba, después de las citadas de personajes reales, Pedro Casablanc como manager de Eugenio, con esa fuerza y voz derrochante, Marina Salas es la hermana de Eugenio, Matilde Muñiz y Quimet Pla son los padres del artista, la bailaora Cristina Hoyos hace de madre de Conchita. Después nos encontramos con variados y sorprendentes cameos que van, por no desvelar todos, los de Ignacio Martínez de Pisón, Anna Alarcón, que ya estuvo en A este lado del mundo, Paco Plaza y Mónica Randall, que interpretan a figuras muy populares y a ellos mismos. 

Hemos dejado para el final a los dos tótems de la película: un David Verdaguer en la piel de Eugenio, que no lo imita, es él, convenciendo sin abrir la boca, con ese gesto, esa ceja arriba y esa pose de la sombra del caballero de la triste figura, o alguno de esos personajes tan anodinos e invisibles que hacía el genial Keaton. Hace de  alguien que tuvo que lidiar con su carácter extremadamente  introvertido y gran timidez para contar sus cuentos. Verdaguer demuestra para que ellos que todavía lo dudaban, ser uno de los más grandes intérpretes de su tiempo, consiguiendo lo más difícil, ser el artista y sobre todo, el hombre triste que había detrás, con su seriedad, sus noches sin fin, sus ausencias, y sobre todo, su mundo interior que era todo lo contrario del personaje que tuvo que interpretar encima de un escenario. Para el personaje de Conchita, tenemos a Carolina Yuste, que es ella, sin poses ni imitaciones, con su belleza, frescura, inteligencia y encantadora, reflejando esa fuerza avasalladora que era, y que hizo no sólo a Eugenio, sino que domó a la fiera interior que era Eugeni Jofra Bafalluy y le sacó todo aquello que tenía, creyó en él, porque era una mujer que creía en el amor y en la felicidad de la persona que tenía al lado.  

Por favor, no se fien si leen o escuchan por ahí que la película sobre Eugenio es así o asa, porque se estarán perdiendo una experiencia sumamente enriquecedora, porque Saben aquell, una de las mejores películas de David Trueba, con permiso de La buena vida, la mencionada Soldados de Salamina y Madrid 1987, es una obra que  les habla desde la “verdad”, desde la misma verdad que mira al personaje y a la persona que se escondía tras las cortinas, o cuando acaba el show y se ponía a charlar, fumar y beber con sus allegados y demás. Y no sólo eso, también conocerán su entorno, su espacio más íntimo, su lado más invisible, y a Conchita, una mujer que fue clave en su vida y significó todo lo que fue y lo que es, en su maravillosa y envolvente historia de amor, de las de verdad, no las otras. Estamos frente a una película que es más que eso, es una parte de la crónica de nuestro país, de aquellos que nos hacían reír, que buena falta nos hacía y nos hace, y conocer lo que había detrás, un tipo que fue intérprete de cuentos, como decía él, muy a su pesar, como casi todas las cosas bonitas que nos suceden en la vida, por casualidad, y totalmente por azar, que conozcamos a alguien y todo cambie, y para siempre. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

La niña de la comunión, de Víctor García

SARA Y LA MUÑECA MISTERIOSA.  

“A veces hace falta oscuridad para ver mejor las cosas”

“El tribunal de las almas”, de Donato Carrisi

El género de terror de los últimos tiempos se ha instalado en el susto facilón, subiendo los decibelios del sonido acompañando esos momentos de puertas y ventanas abriéndose, y alargando los misterios en cuestión para después sacarse de la manga una resolución completamente inverosímil. No obstante, director como M. NIght Shyamalan, Jordan Peele, Robert Eggers, Alex Garland, Eskil Vogt y Rob Savage, entre otros, se han alejado de estas chapucerías, y se han decantado por un terror más puro, más clásico y sobre todo, más de atmósferas y personajes. La niña de la comunión, el séptimo trabajo de Víctor García (Barcelona, 1974), se mueve por estos lares, teniendo a Verónica (2017), de Paco Plaza, un referente bien claro. La idea surge del director y Alberto Marini, que ha trabajado con el mencionado Plaza y con otro grande del género como Jaume Balagueró, en un guion que firma Guillem Clua, reputado dramaturgo y director teatral, del que hemos visto hace poco Los renglones torcidos de Dios, de Oriol Paulo. 

La cosa va de un pueblo cualquiera a finales de los ochenta, y más concretamente en 1987, cuando Sara y su familia se instalan en el pueblo. Rebe, extrovertida y diferente, se hace íntima de la recién llegada. Todo se vuelve del revés cuando Sara encuentra una noche una muñeca de niña de comunión, y sufren en sus carnes unas especies de trances que los deja inconscientes y los traslada a otra dimensión. Lo mismo le sucede a Rebe, y a un par de amigos. Podríamos decir que la película sigue la estructura clásica, porque los protagonistas empiezan a investigar qué hay detrás de todo lo que les ocurre, hablando con el cura, que calla mucho más de lo que sabe, y una madre que busca a su hija desesperadamente. El director barcelonés, que después de El ciclo (2003), un cortometraje de 9 minutos de terror que lo llevó a trabajar en el cine estadounidense, en el que ha hecho principalmente secuales como Return to House on Haunted Hill (2007), y Hellraiser: Revelations (2011), entre otras, construye una película sencilla y muy cercana, con una gran ambientación de finales de los ochenta con los anuncios míticos, el temazo “Lobo hombre en París”, de La Unión, los imprescindibles recreativos, el bar del futbolín, y la discoteca a ritmo de Chimo Bayo.

Un buen equipo de técnicos con un gran trabajo de diseño de producción de Marc Pou, del que conocemos por series como Nit i dia y No matarás, de David Victori, los grandes David Martí y Montse Ribé de la imperdible DDT, que estuvieron en el El laberinto del fauno (2006), de Guillermo del Toro, se encargan de una parte esencial de efectos, una excelente composición del músico Marc Timón, que va más allá del mero acompañamiento, del que hemos visto Sanmao: La novia del desierto y la reciente Oswald. El falsificador. Una gran cinematografía apoyada en una luz velada donde hay muchos interiores y noche, que firma José Luis Bernal, con una filmografía con títulos como Zulo, La jauría y un par de películas con Pere Vilà i Barceló, entre otras, y un gran trabajo de edición de Clara Martínez Malagelada, que también estuvo en Sanmao, Billy, de Max Lemcke, y el reciente documental Sintiéndolo mucho, de Fernando León de Aranoa, que condensa con acierto y buen ritmo los 98 minutos de intenso y oscuro metraje. Un magnífico reparto que mezcla con acierto caras nuevas como las de Aina Quiñones, Marc Soler y Carlos Oviedo, que dan vida a los jóvenes del pueblo y ejercen de protagonistas, junto a Carla Campra, a la que vimos como la niña desaparecida en Todos lo saben, siendo una de las amigas de la citada Verónica, dando vida a Sara, que recuerda a la Sandra Escacena de Verónica, una chica atrapada en un misterio que se cierne en torno a las muñecas de comunión, y luego están los otros, los adultos que son interpretados por intérpretes muy importantes de la escena catalana como Maria Molins, Manel Barceló, Anna Alarcón, Mercè Llorens y Jacob Torres, que vuelve al universo de Víctor García, veinte años después de protagonizar El ciclo

Nos lo hemos pasado muy bien viendo La niña de la comunión, aunque podríamos puntualizar, porque lo que pretende la película y consigue no es que lo pases bien, sino todo lo contrario, que lo pases un poco mal con su tensión y su estupenda atmósfera, que sufras al lado de sus desdichados protagonistas, afectados por algo que desconocen y les hace mucho daño, asfixiados en un lugar concreto, en ese pueblo que nos ha devuelto aquellos años de finales de los ochenta, con sus miserias, su hipocresía y maldad, y totalmente sujetos a la butaca viendo el misterio que se cierne con las muñecas de comunión, como deja bien claro el brutal prólogo de la película. No se pierdan la película si les gusta pasarlo un poco mal en el cine, que también está bien pasarlo un poco mal de vez en cuando, y más cuando nos cuentan una historia que podría pasar en el lugar donde vivimos, porque a veces, las cosas suceden, la gente calla y parece que así se ocultan, pero no, solo están dormidas, esperando, pacientes hasta que llega alguien nuevo al pueblo, alguien que no conoce nada, y convierte la leyenda en realidad, o lo que es lo mismo, destapa la oscuridad y todo lo que encierra que no es poco. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

La casa entre los cactus, de Carlota González-Adrio

LA FAMILIA FELIZ. 

“La familia está rodeada de dolor”

Ernesto Sábato

Las imágenes que abren una película deberían ser unas imágenes que fueran acorde con la historia que se pretende contar. En La casa entre los cactus siguen esta premisa con eficacia e inteligencia, porque las imágenes que nos introducen al relato son muy potentes e inquietantes, que nos recuerdan al comienzo de El resplandor, de Kubrick, con esas montañas y la cámara avanzando entre ellas, llevándonos hacia esa casa, una casa anclada en un hueco, alejada de todos y todo, rodeada de abundante vegetación y los imponentes cactus, toda una metáfora de ese lugar, un lugar bello, aparentemente demasiado tranquilo y sobre todo, que encierra un secreto. La ópera prima de Carlota González-Adrio (Barcelona, 1996), que ya despuntó con su interesante cortometraje Solsticio de verano (2019), que también daba vueltas en el entorno familiar y un secreto que se nos revelaría poniendo patas arriba el aparentemente orden.

Con su primera película, no abandona el núcleo familiar ni tampoco ese artificioso espacio de felicidad, porque nos sitúa en algún rural de las Islas Canarias, en la década de los setenta, maravilloso el trabajo de arte de Soledad Seseña, que la hemos visto en películas de Fernando León de Aranoa, Fernando Colomo y Joaquín Oristrell, entre otros, con esa ropa ajustada y volantín, ese mercadillo que abre y cierra la película, y esos coches con el mítico Renault 4 mítico y demás. El guion obra de Paul Pen, basado en su novela homónima, similar proceso que hizo con El aviso (2018), que llevó al cine Daniel Calparsoro, es un cuento de terror, pero a la forma clásica, donde destaca el aspecto psicológico y todo lo que se calla y se silencia, dejando de lado el susto fácil y el subidón de sonido, tan de modo en los tiempos actuales. Aquí, seguimos la cotidianidad de esta familia, en pleno verano caluroso y agobiante, una familia formada por el matrimonio pasados los cuarenta, y las cinco hijas: la mayor, Lis, que perderá la vida trágicamente, después Iris, la joven devoradora de Jane Austen y deseosa de ver, descubrir y enamorarse, luego encontramos a Melissa, la adolescente apasionada del dibujo, observadora e inteligente, y finalmente, Lila y Dalia, las dos gemelas que, algunas veces, optan la personalidad de Margarita.

Una historia bien construida, dosificando la información de forma excelente, como mandan los cánones, con sus estupendos ochenta y ocho minutos que dan para mucho, explicando y callando todo aquello necesario, creando esa atmósfera malsana y perturbadora con el aroma de los mejores relatos de terror de la época victoriana. Todo ese ambiente raruno y frío cambiará con la llegada del intruso, de un visitante inesperado que no pasa de largo sino que se queda, y ese no es otro que Rafa, un tipo que parece perdido o eso al menos dice. La poca experiencia de la directora se nutre como hacía Querejeta en sus películas, con un buen puñado de grandes profesionales como Zeltia Montes en la música, que ha trabajado en thrillers como Adiós, El silencio del pantano y comedias negras como El buen patrón, entre otras, el montaje de Sofi Escudé, que ha estado en trabajos de Mar Coll, en series como Todos mienten y Hache, y en películas tan estimulantes como Las niñas (2020), de Pilar Palomero, y un fenómeno de la luz cálida y transparente como el cinematógrafo Kiko de la Rica, un crack que tiene una filmografía con nombres tan ilustres como los de Medem, Calparsoro, De la Iglesia, Verger y David Serrano, entre otros.

El reparto está muy bien escogido, porque son intérpretes de sobrada calidad y experiencia como Ariadna Gil, sobran los elogios para una de las grandes de nuestro cine, en el rol de una madre protectora y llena de vida, que esconde algo, no sabemos qué, al igual que el padre, un Daniel Grao, que sabe interpretar todo lo que le echen, en la piel de un progenitor que manda y controla a sus hijas. Y luego, están las hijas: Aina Picarolo como Iris, que se ha fogueado en varias series, Zoe Arnao, que la recordamos como Brisa, una de las maravillosas protagonistas de Las niñas, y las dos gemelas debutantes Anna y Carla Ruiz. Amén del visitante, ese recién llegado hostil, alguien que hay que expulsar del paraíso creado por Emilio y Rosa, esos padres junto a sus hijas, que no es otro que Ricardo Gómez, con otro interesante papel como los que ha hecho en El sustituto y en Mía y Moi, generando ese ser del que no se sabe nada y parece querer algo, alguien que aparece de la nada y que viene a desmontarlo todo, una especie de Terence Stamp en Teorema, de Pasolini, pero en otro aspecto del misterio que se cierne sobre esa familia. 

La casa entre los cactus bebe mucho, tanto de la literatura de los cincuenta como del cine setentero, que posaron su mirada en el realismo social, en la violencia de lo rural, en lo atávico y en lo más intrínseco de la condición humana de las gentes de este país, con títulos tan recordados como La familia de Pascual Duarte, de Cela, El Jarama, de Ferlosio y Con el viento solano, de Aldecoa, en los libros, y Furtivos, de Borau, y las adaptaciones de las novelas citadas dirigidas por Ricardo Franco y Mario Camus, respectivamente. Carlota González-Adrio ha tejido una primera película con hechuras, valiente y sobria, alejándose de modas y corrientes de la actualidad, yéndose a los grandes temas de la literatura y el cine, construyendo una interesantísima y profunda reflexión sobre el hecho de ser padres, del significado de construir una familia y sobre todo, las consecuencias de las decisiones por cumplir unos deseos que, quizás, debían haberse quedado en un lugar cerrado, en una de las películas más oscuras y terroríficas sobre los aspectos más profundos e inquietantes de la condición humana. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA