Mi crimen, de François Ozon

¡HAN ASESINADO AL FAMOSO PRODUCTOR MONFERRANT!.

“La vida es una farsa que todos debemos representar”

Una temporada en el infierno (1873), de Arthur Rimbaud

De las 22 películas que hemos visto de François Ozon (París, Francia, 1967), casi todas se desenvuelven en el ámbito familiar y bajo un tono de drama íntimo y profundo, consiguiendo dejar algunos grandes títulos como El tiempo que queda (2005), Mi refugio (2009), En la casa (2012), Joven y bonita (2013), Frantz (2016), y Verano del 85 (2020), por citar sólo algunos. Después, como para respirar de tanto drama, tiene otras películas, tales como 8 mujeres (2002), y Potiche (2010), a la que también podríamos incluir Una nueva amiga (2014), en las que la ligereza se impone, pero no de forma vulgar, sino todo lo contrario, usando la farsa, la sátira y la comedia negra para revertir el género o simplemente, para reírse a carcajadas de las miserias y estupideces humanas. Mi crimen, escrita por el propio Ozon con la colaboración de Philippe Piazzo, inspirada libremente en la obra teatral Mon crime (1934), de Georges Berr y Louis Verneuil, al igual que sucedía en las citadas 8 mujeres y Potiche, entraría de lleno en esta terna de cine donde la comedia burlesca y vodevilesca tiene su razón de ser. 

En Mi crimen, nos trasladamos a los convulsos años de entreguerras, en la década de los treinta, en un París bullicioso y colorido, nos encontramos a dos jóvenes y amigas que intentan ganarse la vida con sus difíciles oficios. Madeleine, la rubia y atractiva, sueña con ser actriz de cine, y Pauline, la morena y atractiva, que a su vez, sueña con convertirse en abogada. Las circunstancias las llevan a que Madeleine sea acusada de homicidio de un famoso productor con el que tenía una cita profesional, y por supuesto, Pauline actúa como abogada defensora. La cosa se irá complicando muchísimo cuando entran en escena otros actores implicados: el amante de Madeleine, rico heredero, el padre de éste que no ve con buenos ojos el romance de su hijo, un juez que no acierta ni una, un nueve rico que quiere aprovechar su oportunidad con la joven, y para rematar el complejo asunto, la aparición, y nunca mejor dicho, de Odette Chaumette, una antigua estrella de cine mudo, ahora olvidada por todos, que recuerda a la Norma Desmond que interpretaba Gloria Swanson, en la inolvidable Sunset Boulevard (194), de Billy Wilder, al que se homenajea con la película Mauvaise graine (1934), que se rodó en Francia, y las protagonistas van al cine a verla. 

Aunque la cosa no acaba ahí, porque el cine de Lubitsch, al que el director francés ya había transitado en Remordimiento (1932), con la mencionada Frantz, queda bien reflejado en toda la trama, sus personajes y situaciones, en títulos como Montecarlo (1930), Un ladrón en la alcoba (1932), Ninotchka (1939), entre otras, en un fantástico y divertidísimo desparrame en el que hay de todo: comedia alocada, asesinato, peleas, amores y cómo no, personajes excéntricos, singuales y extremadamente peculiares. Ozon se reúne de muchos cómplices que le han acompañado en su filmografía como el excelente cinematógrafo Manu Dacosse, el montaje de Laure Gardette, la música de Philippe rombi, y el nuevo fichaje del diseñador de producción Jean Rabasse, que ha trabajo con nombres tan ilustres de la cinematografía francesa como Polanski, éste adoptado, Louis Garrel, Pitof y el tándem Jeunet & Caro, entre otros. Un gran equipo que consigue una excelente ambientación de ese París de los treinta, con esos toques, que tienen algo de lo que mencionaba Lubtisch, donde la vida, la comedia, el teatro y los sueños, y las mentiras se funden en un gran escenario donde nunca sabemos quién está fingiendo y quién no, o quizás, todos fingimos, lo que pasa que algunos todavía no lo saben. 

La película cuenta con un extraordinario reparto encabezado por las deslumbrantes protagonistas que hacen y deshacen como pueden o como quieran, con Nadia Tereszkiewicz en el rol de Madeleine, una aspirante actriz que se ve involucrada en el asesinato a su pesar o quizás no, ya lo veremos, bien acomapañada por su compañera de fatigas, Pauline que hace Rebecca Mader, una pareja que se ayuda, se ríe y llora juntas, y también, porque no decirlo, son resistentes, valientes y corajosas, en un mundo machista y patriarcal. Nos tropezamos con Isabelle Huppert que da vida a Odette Cahumette, esa actriz olvidada, con esa ropa tan extravagante, de otro tiempo, de aquel en el que se quedó, aquel en que el público la adorada, uno de esos personajes breves pero vitales para el desarrollo de la trama, porque le da un “toque” inesperado. Después, nos encontramos a toda una retahíla de intérpretes de la factoría Ozon encabezados por el grande Fabrice Luchini, Dany Boon, André Dussolier, Règis Laspalès, entre otros, que van conformando ese microcosmos de especímenes raros y singulares que pululan por la trama y por aquel París de los treinta. 

Sólo nos queda decir que nos hemos divertido de lo lindo con el nuevo trabajo de Ozon, porque no tiene un ápice de vulgaridad y tontuna, sino todo lo contrario, porque nos cuenta lo que quiere siempre con inteligencia, las dosis perfectas de ironía y locura, y sobre todo, hace que el mundo de la representación, de la farsa y de la actuación, en el fondo, sea el pan de cada día, y nunca sepamos qué es cierto y qué no, porque sus personajes no son perfectos, ni mucho menos, son torpes, idiotas, nunca prevén las consecuencias de sus actos y mucho menos, no piensan mucho en lo que hacen y en todo lo que hay a su alrededor, como la popularidad, ese monstruo que puede convertirse en nuestro mayor enemigo si no sabemos estar preparados, porque cuando no se tiene nada se sueña y a veces, demasiado, y cuando eres otro, producto de la fama de golpe, puedes caer en lo que nunca has querido ser, y si no que se lo digan a las protagonistas de Mi crimen, bueno me callo ya, vean la película, y sabrán de todo lo que les estoy hablando, que no es poco. Hasta la próxima!. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Black Box, de Yann Gozlan

UN HOMBRE SOLO.

“Si los hechos no encajan en la teoría, cambie los hechos”.

Albert Einstein

Mucho se habla de la importancia de escuchar al otro, no para contestarle, sino para algo mucho más esencial, para poder entenderlo y sobre todo, para comunicarse. El trabajo de Mathieu Vasseur se basa principalmente en la escucha, escuchar los diálogos y sonidos que graban las cajas negras de los aviones después de producirse un accidente. No es una tarea fácil, es una actividad que requiere muchísima concentración, escuchar con detenimiento cualquier sonido, y aún más, después de este arduo proceso, sacar conclusiones y elaborar un detalladísimo informe que esclarecerá las causas que han llevado al avión a accidentarse. Vasseur trabaja para la agencia BEA, el organismo que se encarga de la seguridad de la aviación civil. Pero, en este mundo oculto y de difícil acceso como la aeronáutica, hay muchos intereses, demasiados intereses económicos que torpedean el trabajo de la BEA y la finísima línea que separa la dignidad de la corrupción es muy delgada, en muchas ocasiones, transparente.

El cuarto trabajo de Yann Gozlan (Aubervilliers, París, 1977), del que habíamos la interesante El hombre perfecto (2015), también con el protagonismo de Pierre Niney, en la piel de un impostor, de alguien que se hace pasar como escritor con el trabajo de otro. El director francés escribe un guion junto a Simon Moutaïrou (con el que ya hizo Burn Out), y Nicolas Bouret-Leurad, envolviéndonos en un fascinante y oscurísimo thriller de investigación, que protagoniza un tipo joven, brillante y obstinado en conocer la verdad de los hechos que llevó al vuelo de Dubái-París a estrellarse contra los Alpes. Toda la investigación parece llevar a un atentado terrorista, pero Vasseur encuentra anomalías y sospechas muy fuertes, además, la desaparición repentina de su jefe, aún alimenta las dudas. La película se centra en Vasseur, en su investigación, en su soledad, y sobre todo, en su inquebrantable obstinación que le llevará a cruzar todas las líneas habidas y por haber en su afán de saber la verdad. En frente, tiene a su esposa, Noémie, que trabaja para una empresa nacional que da los certificados de seguridad a los aviones, a la que se enfrentará irremediablemente, que está a un paso de marcharse a la gran empresa de fabricación de aviones, dueña de avión siniestrado. También, está Renaud, el cerebrito de la empresa de seguridad de aviación civil, y aún hay más, el jefazo de Vasseur, Monsieur Rénier, bregado en mil batallas que no se fía de la intuición y las pesquisas de su subordinado.

Un formidable trabajo técnico en el que destaca la absorbente y fría cinematografía de Pierre Cottereau, y el estupendo y ágil montaje de Valentin Féron, que ayuda a que sus dos hora y diez pasen de forma vertiginosa, llena de tensión y nos ate a la butaca sin poder perdernos un ápice de lo que pasa en la pantalla. Mathieu Vasseur nos recuerda mucho a Will Kane, el sheriff que interpretaba Gary Cooper en la inolvidable Solo ante el peligro (1952), de Fred Zinnemann, y a Harry Caul, el investigador que escuchaba conversaciones ajenas en la magnífica La conversación (1974), de F. F. Coppola. Dos tipos, al igual que Vasseur, metidos en un fregao de mil pares de demonios, que necesitarán toda la ayuda posible, su inteligencia y muchas dosis de fortuna, para salir aireados del entuerto que se han metido, y porque hay mucha pasta de por medio, y gente que no quiere que las cosas cambien, gentes que quieren seguir ganando cantidades ingentes de dinero a costa de unas cuantas vidas.

Ya hemos hablado de la presencia de Pierre Niney en la piel del joven investigador enfrentado a todos y a él mismo, un actor brillantísimo que da fuerza y vulnerabilidad a un personaje lleno de miedos e inseguridades, pero capaz de todo a pesar de todos y todo, le acompañan una estupenda Lou de Laàge en la piel de Noémie, una mujer demasiado ambiciosa que se olvidará de lo que vale la pena, Sébastien Pouderoux es Renaud, uno de esos tipos que ha conseguido fama y dinero con su negocio, pero quizás a costa de cruzar límites morales que nunca debió traspasar, y finalmente, el gran André Dussollier, que interpreta a Philippe Rénier, uno de esos responsables que confía, pero necesita seguridad. Gozlan ha construido una película llena de tensión, miedo y oscuridad, donde se destaparán actividades muy oscuras que hacen y deshacen en pos de acumular ganancias, aunque siempre hay tipos con voluntad férrea como Mathieu Vasseur, que no miran para otro lado, que no se callan, que siguen en la pelea, aunque sea a costa de quedarse solos. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Diplomacia, de Volker Schlöndorff

diplomaciaposter70x100_grandeDos hombres y un destino

Nos encontramos en el París ocupado por los nazis, la noche del 24 al 25 de agosto de 1944. El General Von Choltitz, gobernador de la ciudad, ha recibido la orden de volarla, debido principalmente al imparable avance de los aliados. En ese momento, irrumpe en la suite del hotel donde se hospeda el general, el señor Raoul Nordling, cónsul general sueco, que viene con el propósito de hacer cambiar de opinión al militar nazi. El veterano cineasta alemán, Volker Schlöndorff, vuelve a dos elementos recurrentes en su dilatada carrera que alcanza casi 50 años: las adaptaciones (14 de los 29 títulos que componen su filmografía lo son, donde ha llevado a la gran pantalla escritores de la talla de Brecht, Böll, Grass, Tolstói, Proust…) y el nazismo, que lo ha abordado desde diferentes perspectivas, ofreciendo miradas interesantes y rigurosas. En el 2011 dirigió La mer à l’aube, la historia de Guy Moquet, el joven comunista francés ejecutado y convertido en símbolo de la resistencia. En esta ocasión, vuelve a centrarse en un hecho histórico expuesto en el mismo contexto. Esta vez adapta la obra del dramaturgo francés, Cyril Gely, en la que se relata el encuentro de dos hombres enfrentados, dos seres que por circunstancias ajenas a su voluntad, se encuentran cara a cara, en una ciudad que no les pertenece, donde se encuentran de paso, pero que el destino ha querido que esa noche de verano, en esa ciudad, y en esa habitación de hotel, se encuentren y batallen dialécticamente cada uno argumentando sus razones y posiciones. La historia y sus conciencias personales, los observan detalladamente, sin quitarles ningún ápice de curiosidad. Schlöndorff nos ha fabricado un combate de boxeo en toda regla, ha escogido a dos grandes intérpretes, a dos pura sangres de la actuación. André Dussollier, veterano actor francés que defiende el personaje del cónsul, un hombre que luchará lo indecible para salvar París, la ciudad del amor y la luz. En la otra esquina, Niels Arestrup, actor alemán de poderío físico, que gestiona la postura de un general leal al Führer, por razones que luego se desenmascaran  a lo largo del metraje.  Un tour de force intenso, maravilloso, humano, lleno de energía y fuerza. Schlöndorff maneja con oficio y olfato el texto que tiene entre manos, teje con maestría y generosidad un trama que va in crescendo, que agarra al espectador y lo deja sin aliento, donde los roles van cambiando y confundiéndose a medida que el relato avanza sin conceder ningún momento de tregua o relajación. Los temas que vertebran la obra del realizador alemán, la lucha encarnizada del hombre contra el sistema, el estado opresor que lo asfixia, y la denuncia contra todo eso que jalonan todas sus películas siguen latiendo con pasión e inteligencia en esta historia. Un relato filmado en un único espacio (exceptuando algún que otro mínimo exterior), donde la cámara es un personaje más, que interactúa a través de las dos criaturas que se baten en duelo, planos cortos y medios que los asfixian y los diseccionan para descubrirse y descubrirnos cuales son sus verdaderas motivaciones. Una pieza de cámara fabricada desde la sabiduría y la emoción que, nos desvela los miedos, las inseguridades y complejos de la condición humana, contada por uno de los cineastas más importantes y personales del último medio siglo.