Entrevista a Érik Bullot

Entrevista a Érik Bullot, cineasta y autor de la exposición «Cinema paper» en la Filmoteca de Catalunya, en la sede de la institución, el viernes 29 de septiembre de 2023

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Érik Bullot, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, a mi querido amigo Óscar Fernández Orengo, por retratarnos con tanto talento y a Jordi Martínez de Comunicación de la filmoteca, por su amabilidad, generosidad, tiempo y cariño. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Napoleón, de Ridley Scott

EL SEÑOR DE LA GUERRA. 

“La gloria es fugaz, pero la oscuridad es para siempre”

Napoléon Bonaparte

La relación de Ridley Scott (South Shields, Reino Unido, 1937), y Napoléon Bonaparte (1796-1821), viene de muy lejos, ya que su espíritu rondaba entre Feraud y D’Hubert, sus dos oficiales que se batían en duelos fratricidas en la inolvidable Los duelistas (1977), la primera película del británico. Casi medio siglo después y más de treinta títulos a sus espaldas, Scott vuelve o mejor dicho, se enfrenta al emperador face to face, y lo hace a partir de un guion de David Scarpa, del que ya había dirigido otro retrato, el del multimillonario Jean Paul Getty en Todo el dinero del mundo (2017), en un relato que abarca quince años de la vida del citado entre 1800 y 1815, cuando pasó de cónsul a Emperador de todos los franceses (1804-1815), pasando por sus innumerables invasiones y batallas como las de Egipto, el frío polar de Rusia, y las recordadas Austerlitz (1805) y la madre de todas las batallas que fue la de Waterloo (1815), que significó su fin, sin olvidar, por supuesto, su compleja y oscura relación con Josefina de Beauharnais (1763-1814), que convirtió en emperatriz en 1804. 

Dos vértices: Josefina y el amor, y la guerra son los dos pilares en los que se sustenta la película, en su retrato sobre una de las figuras más controvertidas y peculiares de la historia de Francia y por ende, de la historia. Como ha ocurrido con la reciente Los asesinos de la luna, de Martin Scorsese, volvemos a tener a Apple Studios detrás de una superproducción en la que no se ha escatimado ningún esfuerzo de producción para hacer creíble la historia del famoso emperador. Las secuencias bélicas son de una majestuosidad y detallismo brillante, sólo citar la que se desarrolla en Rusia con ese inmenso bloque de hielo que vemos bajo el agua, en una fascinación de colores y texturas entre el blanco rígido del hielo, el resquebrajamiento de los bloques mezclados con la sangre de los soldados que van cayendo, y las batallas anteriormente citadas donde asistimos a la guerra en todos sus detalles, acompañada de una amalgama de colores, texturas y formas que se funden con la extrema violencia y crueldad, en unos enfrentamientos que recuerdan a los de Campanadas a medianoche (1965), de Welles, en ese caos absoluto que se va desarrollando de hombres a pie y a caballo de aquí para allá, reflejando la locura de esas batallas fratricidas. 

No deberíamos caer en la tentación que Napoleón sólo es un grandioso espectáculo visual en su forma de retratar las batallas, porque no seríamos justos y esto es importante, con todo lo que cuenta la película, porque su antesala, esa Francia caótica y en pie de guerra social, también está fielmente capturada, porque no voy a entrar, como suele ocurrir, en valoraciones históricas fidedignas y bla bla bla, esto es una película sobre Napoleón, no un documental sobre su vida, su obra y milagros, se retratan algunos aspectos relevantes que así han decidido sus creadores, y ya está. Todo lo demás, nada tiene que ver con su calidad o no cinematográfica. Dicho esto, continuó hablando de la película. Esa antesala, o ese espacio de no guerra, donde la cama se instala buscando su mejor posición, en la que asistimos a esas otras batallas, una Francia en pleno polvorín, después de la fallida revolución, y ese vacío de poder e intereses, como el instante de la rebelión en el congreso, y ese baile donde se conocen Napoleón y Josefina, figura clave en la película, con una secuencia que podía haber filmado el mencionado Scorsese en su Lobo de Wall Street, porque la relación de aquella pareja no está muy lejos de los de esta. 

Scott que nos ha brindado películas grandes como Alien, Blade Runner, Thelma & Louise, 1492, la conquista del paraíso, Gladiator, El reino de los cielos, American Gangster, Marte y El último duelo, con otras que, para el que suscribe, no lo son tanto, consigue con Napoleón, un gran espectáculo visual e íntimo, aunque, claro, las secuencias de interior y de alcoba no tengan esa grandeza o épica que tienen las batallas, eso sí, la decadencia y la oscuridad la retrata con maestría, deteniéndose en las partes más difíciles sin hacer escabechina ni ser condescendiente, ayuda y mucho la textura y la forma que usa para mostrarlos en un gran trabajo de cinematografía del polaco Dariusz Wolski, con el que Scott ha hecho 9 películas, amén de trabajar con cineastas sumamente estéticos como Proyas, Burton y Greengrass, con una luz etérea con neblina, para enseñar las alegrías y tristezas de una existencia muy convulsa, llena de guerra, muertes y algo de amor. Una película que se va a los 147 minutos debía tener a unos editores que supieran dotar de ritmo a una historia que tiene escenas de guerra dinámicas y llenas de energía con otras donde se impone la pausa y la precisión, en un exquisito montaje de Claire simpson, con cinco películas con Scott, al que le acompaña su discípulo más aventajado como Sam Restivo. la excelente música que capta todos esos momentos tan diferentes y detallistas de la mano de Martin Phipps, al que conocemos por sus trabajos en las series Peaky Blinders y The Crown, entre otras.

El magnífico trabajo de diseño de Arthur Max, 16 películas con el británico, ahí es nada, con un acabado apabullante, como los demás departamentos técnicos que se ponen al servicio de la historia. El apartado interpretativo debía tener uno de esos actores que sin hablar pudiera expresar todo el ánimo y desánimo de un hombre de guerra como Napoléon, y se ha encontrado en Joaquin Phoenix, que hace de cada interpretación un acto de valentía, de encontrar esa peculiar forma de caminar que define cada rol que ha interpretado, como demuestra su capacidad para transformarse con un gesto y un detalle, nada postizo, nada impostado, sólo él, con esa forma de mirar, de moverse y sobre todo, de su silencio. Para Josefina, nada fácil teniendo a Phoenix enfrente, se ha encontrado en la actriz Vanessa Kirby la mejor emperatriz, toda una mujer con carácter, con sabiduría, con esa forma de mirar desafiante y encantadora, resuelve con astucia y solvencia un personaje difícil que también libró su batalla con Napoleón. Como ocurre en estas películas el reparto debe librar también sus momentos con naturalidad y transparencia como ocurre con los Tahar Rahim, que siempre será para muchos Un profeta, de Audiard, la composición de Ludivine Sagnier, Ben Miles, Paul Rhys, y un excelente Rupert Everett como el Duque de Wellington, un gran adversario para el emperador francés en la famosísima batalla de Waterloo, y toda una retahíla de grandes intérpretes muy bien escogidos y mejor dirigidos. 

Cuando se hace una película sobre Napoleón es inevitable pensar en Stanley Kubrick, por su película fallida sobre el emperador, y su cinta de Barry Lyndon (1975), que nos sitúa muy cerca de la época napoleónica a finales del XVIII, de la que Scott, como no puede ser de otra forma, usa como inspiración en las batallas, en las formas, en el detalle, en la luz, en esa ceremonia de la guerra y las costumbres burguesas, y demás detalles y sensaciones, porque la película de Kubrick va mucho más allá, no sólo cuenta una historia, sino que la cuenta de la mejor forma posible, seduciéndonos y completamente hipnotizados en la existencia de un sirvenguenza y arribista de la peor calaña, pero con una gran producción, llena de tacto y hermosísima. Quizás Napoleón no sea tan redonda como la de Kubrick, pero es una gran película, y lo es porque cuenta una parte de la vida del emperador con sus guerras tanto exteriores en el campo de batalla y muerte, humanizando la figura y retratando al hombre detrás de la máscara, como esa vomitera antes de la primera guerra, toda una declaración de bajar del pedestal a un hombre que le faltó humildad, sobre todo, en la guerra. Y las guerras interiores, las que libraba con los políticos, con su mujer, a la que quiso a su manera, y con él mismo, la más dura de todas ellas. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Elena Molina

Entrevista a Elena Molina, directora de la película «Remember My Name», en el marco de L’Alternativa. Festival de Cinema Independent de Barcelona, en el parc Joan Miró en Barcelona, el sábado 25 de noviembre de 2023.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Elena Molina, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, al equipo de comunicación de L’Alternativa, y a Sofía Muñoz del equipo de la película, por su amabilidad, generosidad, tiempo y cariño. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Manuel Martín Cuenca

Entrevista a Manuel Martín Cuenca, director de la película «El amor de Andrea», en la plaça de Joan Llongueras en Barcelona, el miércoles 22 de noviembre de 2023.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Manuel Martín Cuenca, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, a mi querido amigo Óscar Fernández Orengo, por retratarnos con tanto talento y a Ainhoa Pernaute de Revolutionary Press, por su amabilidad, generosidad, tiempo y cariño. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

El amor de Andrea, de Manuel Martín Cuenca

SÓLO QUIERO QUE ME AMES. 

“Los problemas familiares son amargos. No van de acuerdo con ninguna regla. No son como dolores o heridas, son más como divisiones en la piel que no sanan porque no hay suficiente material”.

F. Scott Fitzgerald

De una casa aislada en las montañas escarpadas de las Sierras de Cazorla y Segura en la provincia de Jaén de La hija (2021), pasamos al otoño de la Bahía de Cádiz de El amor de Andrea, el nuevo largometraje de Manuel Martín Cuenca (El Ejido, Almería, 1964). Dos ambientes fríos. Dos paisajes que definen con exactitud los estados emocionales en los que se encuentran sus personajes. Vuelven a rondar los problemas familiares, ahora desde la mirada de su protagonista Andrea, una chica de 15 años, que a veces, pasa del instituto y deambula por las calles y acaba en la playa leyendo su inseparable “Juan Salvador Gaviota”, de Richard Bach, el libro que le regaló un padre ausente, alguien que los dejó a sus dos hermanos pequeños y a ella cuando se divorció de la madre con la conviven que sólo ven por las noches. Andrea se siente rasgada como una foto, a la que le falta una parte, le falta ese padre que no ve, con el que no se relaciona, en una existencia llena de dudas, de espacios vacíos y de pasados oscuros. 

A partir de un guion escrito por Lola Mayo, que ha sido productora y guionista de todas las películas de Javier Rebollo, y el propio director, que nos va sumergiendo en la intimidad e interior de Andrea, una chica solitaria, que intenta reconstruir unos sentimientos troceados e incompletos, y se tropieza con la indiferencia de una madre que quiere olvidar, y unos adultos inmaduros y faltos de comunicación que guardan silencio y tienden muros. Andrea se muestra fuerte y valiente en su decisión y sigue empeñada en trazar un puente de reconciliación y sobre todo, de amor entre su padre y ella. El director almeriense se aleja de la autocomplacencia y lo esperado, y construye de forma artesanal su relato, desde esa luz natural que traspasa e interioriza a los personajes, que firma Eva Díaz Iglesias, la cinematógrafo habitual de Víctor García León, la música de Vetusta Morla, que vuelve a trabajar con el almeriense después de la experiencia de la mencionada La hija, en una composición que ayuda a iluminar tanto desgarro emocional, y el preciso y reposado montaje de Ángel Hernández Zoido, que ha estado en toda la filmografía de Martín Cuenca. 

Con rasgos parecidos a La mitad de Óscar (2010), que también exploraba las difíciles relaciones familiares, donde primaba la desnudez, la cercanía y la transparencia de la cámara y la interpretación, la odisea de Andrea y su demanda de amor es muy bressoniana, porque tiene ese corte de plano, esos cuadros con el formato de 4:3, en que sus individuos aparecen encerrados y asfixiados en sus vidas anónimas, y en que el relato ayuda a desplazar tanto físicamente como emocionalmente, pero que deja interesantes huecos en sus conflictos, y en que Andrea se mira al espejo de la Marie de Au assard Balthazar (1966), y la Mouchette de la película homónima de 1967. Dos jóvenes atrapadas en un mundo de adultos cruel, infantil y triste. Chicas adolescentes como las que retrató en La flaqueza del bolchevique (2003) y en la citada La hija, el cineasta andaluz que compone una película con hechuras, tremendamente intensa sin ser condescendiente, sino con una armadura que nos sobrepasa, que deja un poso difícil de olvidar, dentro de esa linealidad que tiene su trama, una linealidad imprescindible para ir acercándonos a este duro e intenso drama que se adentra en lo que sienten sus personajes que tiene su reflejo en esa bahía gaditana gris, fría y ventosa, con ese barco-puente que distancia a unos personajes, sobre todo, Andrea, que quiere y busca, que mira y siente, que hace y no se resigna a perder el amor de su progenitor. 

Mención aparte tiene la elección de su elenco interpretativo, lleno de caras desconocidas, de esos actores-modelo que tanto le gustaban a Bresson, donde la película no seduce con unos rostros marcados, con grietas por la vida y las tristezas, en relación con los niños y niñas que todavía están sin marcar por ese vivir, todavía libres de espíritu, honestos y cercanos, y sobre todo, comunicativos. Cuántos males ha provocado y provocará  la incomunicación en las relaciones. Tenemos a esa luz que es pura naturalidad y transparencia como Lupe Mateo Barredo como Andrea, que debería llevarse muchos reconocimientos esta temporada de galardones, y eso que no me gustan los premios y las competiciones, pero su Andrea es puro amor, pura valentía, y sobre todo, una alma que quiere y busca amar, esa cosa que todo el mundo busca y pocos se atreven a vivir. Le acompañan sus dos hermanos pequeños y estupendos  Fidel y Tomás que hacen Fidel Sierra y Cayetano Rodríguez Anglada, respectivamente, Agustín Domínguez es Abel, el amigo de Andrea que le echará un cable y los haga falta para sobrellevar tanta dificultad, Carmen es Irka Lugo, esa madre que tampoco ven mucha y quiere olvidar y que su hija también olvide y dejé de reclamar ese amor, Jesús Ortiz es Antonio, el padre que no está, qué bien mira este tipo y esos maravillosos encuadres bajo la atenta mirada de su hija mientras apura cigarrillos contra el viento. Y luego, esos dos ángeles para el camino empedrado de Andrea con la complicidad de Inés Amieva como Beatriz, la abogada y el profe José M. Verdulla Otero que hace de José María, el profe, que seríamos si muchos profesores sólo cumplieran su trabajo y olvidasen ayudar emocionalmente a sus alumnas como Andrea. 

Dice Martín Cuenca que ha hecho su película más luminosa, y tiene razón, porque aunque El amor de Andrea se adentra en pantanos muy duros y tensos, sí, pero lo hace sin caer en el dramatismo y en la estridencia ni nada que se le parezca, y podría haber caído en la tentación, porque el material que maneja da para ese tono, pero el cineasta almeriense se va muy lejos de allí, y se centra en sus personajes y sus sentimientos, desde lo más profundo, desde sus gestos, desde sus miradas, que no hablan y lo dicen todo, dentro de esa Bahía de Cádiz, que vista desde otro lugar, resulta un espacio difícil y gris, como todos los lugares cuando estamos mal, cuando nos falta algo, como le ocurre a Andrea, que le falta algo, le falta el amor de su padre, y le falta porque está lleno de un pasado demasiado vacío, un pasado que quiere mirar para entender, para seguir creciendo, para enfrentarlo, porque ya tiene edad suficiente para saber y reconocerse, con unos padres que no hablan, no se comunican y viven rodeado de fantasmas y miedos e inseguridades. Estamos sorprendidos ante la madurez y coraje de un personaje como Andrea, porque a pesar de su corta edad, demuestra más verdad que sus perdidos padres, porque ella  es valiente, tiene fuerza y está preparada para mirar de frente, porque la vida no puede vivirse con tantas ausencias y falta de amor. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Montse Germán

Entrevista a Montse Germán, actriz de la película «Ruta salvatge», de Marc Recha, en los Cines Verdi en Barcelona, el miércoles 15 de noviembre de 2023.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Montse Germán, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, y a Núria Costa de Trafalgar Comunicació, por su amabilidad, generosidad, tiempo y cariño. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Marc Recha

Entrevista a Marc Recha, director de la película «Ruta salvatge», en los Cines Verdi en Barcelona, el miércoles 15 de noviembre de 2023.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Marc Recha, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, y a Núria Costa de Trafalgar Comunicació, por su amabilidad, generosidad, tiempo y cariño. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Sergi López

Entrevista a Sergi López, actor de la película «Ruta salvatge», de Marc Recha, en los Cines Verdi en Barcelona, el miércoles 15 de noviembre de 2023.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Sergi López, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, y a Núria Costa de Trafalgar Comunicació, por su amabilidad, generosidad, tiempo y cariño. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

21 paraíso, de Néstor Ruiz Medina

LAS FRACTURAS DEL AMOR. 

“El verdadero paraíso no está en el cielo, sino en la boca de la mujer amada”.

Frase de “Señorita de Maupin” (1836), de Théophile Gautier.  

Recuerdan a Natalia y Carlos, los jóvenes protagonistas de Hermosa juventud (2014), de Jaime Rosales, que encontraban en el porno amateur una salida económica a su existencia precaria. Los tiempos han cambiado pero las formas siguen estando ahí, porque Julia y Mateo viven del porno amateur a través de la web Onlyfans, en la que venden su intimidad a base de sexo. Los jóvenes del sexo protagonizan 21 paraíso, la ópera prima de Néstor Ruiz Medina (Madrid, 1988), que se ha fogueado en unos 15 cortometrajes, en una película que explica una especie de paraíso en el que tanto Julia y Mateo han encontrado su vida a través del porno amateur que practican en una estupenda casa anclada en un entorno rural magnífico, donde la vida y su felicidad se dan la mano y en la que sus momentos de intimidad han calado en la web y sus días son pura armonía. Una armonía que veremos resquebrajarse a modo de 21 instantes-episódicos en planos secuencia que vienen anunciados por pequeñas ideas en forma de frases cortas, en las que somos testigos de cómo ese paraíso tiene sus zonas oscuras y de tristeza. 

El director madrileño se deja de un relato rocambolesco y de giros inverosímiles, sino todo lo contrario, porque se apoya en un guion construido con sus dos intérpretes, basados en muchas improvisaciones y en ir encontrando su historia y la forma de contarse, donde la cinematografía de Marino Pardo, al que conocíamos por su trabajo en el cortometraje Polvo somos (2020), de Estíbaliz Urresola, la directora de la reciente  20000 especies de abejas, que recurre al celuloide en 16mm y el marco en 4:3 para sumergirnos en las cuatro paredes y el entorno de ese lugar, la provincia gaditana, un espacio donde la luz se impone en un principio, y a modo de crepúsculo vamos asistiendo a la ruptura de la armonía que hablábamos al inicio del texto, pero casi a cámara lenta, centrándonos en los detalles y las diferentes secuencias en la que todo ese lugar aparentemente perfecto, empieza a agrietarse, no nos explican porque, casi siempre nadie sabe porque suceden, sólo sabe que surgen de la nada, del interior de una mujer como Julia. La película en un preciso trabajo de montaje que firma el propio Ruiz Medina, que en sus 98 minutos de metraje, refleja el deterioro de ese amor, o quizás podríamos decir, de eso que tenían, y las consecuencias de esa distancia, de esa falta de comunicación que les afecta y sobre todo, de la nueva realidad a la que deben enfrentarse que les empuja a buscar un modo de vida diferente, con mucho menos dinero y más real. 

Una cámara que los traspasa, que se convierte en uno más, en ese invitado incómodo que da testimonio y forma a su relación o lo que queda de ella, y a ellos mismos. Aunque una película de estas características, donde prevalece la intimidad en un entorno muy cercano, con pocos espacios, tanto interiores como exteriores, debía tener una pareja de protagonistas que transmitieran todo esa fractura que se produce entre ellos, y el director lo consigue con el intenso y excelente dúo que forman la debutante María Lázaro y Fernando Barona que hemos visto en series y en la mencionada Hermosa juventud, dando vida a Julia y Mateo, o lo que es lo mismo, a estos Eva y Adán expulsados de su paraíso particular, y no por un motivo con explicación, sino con uno de verdad, el que siente Julia, ese abismo de la identidad, cuando no sabemos qué queremos y lo único que tenemos claro es que no deseamos seguir haciendo lo que hacíamos, no sabemos porqué, sólo que estamos en ese proceso de descubrirnos y sincerarnos con nosotros mismos y con los demás, y seguir caminando para encontrarnos y encontrar lo que queremos hacer a partir de ahora. 

La película 21 paraíso es un buen ejemplo para una primera película, porque está filmada sin pretensiones, no empleando caminos difíciles de manejar, y sacando el máximo rendimiento a los recursos que tienen más al alcance, eso sí, sin construir una película a gusto de todos, sino con un relato, que gustará más o menos, pero con la idea de contarlo con acierto, detalle y complejidad, porque lo que vemos y lo que va sucediendo, no es baladí, porque pasamos del paraíso particular de Julia y Mateo a una especie de infierno contado en segundos, donde cada mirada y gesto está lleno de desánimo, distancia y perplejidad, porque es una cinta que habla mucho de estos tiempos donde parecemos que lo tenemos todo y en realidad, no tenemos nada, nos faltan muchas cosas, muchas emocionales, que repararía tanto vacío, tristeza y desorientación. Julia y Mateo son un reflejo de esa juventud, que ya no es tan joven, que han pasado de los treinta, y siguen un poco varados, esperando que esa idea del porno amateur dure eternamente, pero lo que no saben es que la vida está sujeta a los cambios constantes, esos que van sucediendo mientras tú haces otros planes, que citaba Lennon, porque si de algo habría que esperar de la existencia es que siempre nos sorprende, siempre nos dejará de vuelta y media, y sobre todo, siempre, por muy mal que estemos, encontramos una salida para tanto desaliento y vacío interior. No estemos temerosos de ser expulsados del «paraíso» y centremos en quiénes somos y qué queremos. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

El viejo roble, de Ken Loach

UN CUENTO SOBRE LA ESPERANZA. 

“La esperanza es promover la ilusión en circunstancias que sabemos que son desesperadas”. 

G. K. Chesterton

El cineasta Ken Loach (Nuneaton, Reino Unido, 1936), autor de una de las filmografías más interesantes a nivel social y humanista, ya que, desde sus primeras películas como Poor Cow (1967), Kes  (1969) y Family Life (1971), entre otras, su cine se ha decantado por la “Working Class” británica, construyendo tramas alrededor de los conflictos sociales que han ido sufriendo esa parte de la población más desfavorecida. No hay tema social que no haya sido reflejado en su cine en sus más de 32 películas si incluimos sus trabajos para televisión. En una trayectoria que abarca más de medio siglo ha habido de todo, pero sobre todo, ha habido una necesidad de focalizar su cámara en el rostro y las circunstancias de los trabajadores/as desde un lado humanista y socialista, abogando por valores humanos que el consumismo ha ido eliminando sistemáticamente como la humanidad, la fraternidad, la igualdad, la cooperativa y sobre todo, la comunidad como eje fundamental para ayudar y ayudarse los unos a los otros. 

Con El viejo roble (The Old Oak, en su original), cierra la trilogía iniciada con Yo, Daniel Blake (2016), y continúo con Sorry We Missed You (2019), sobre obreros focalizados en el noroeste de Inglaterra, en tantas pequeñas poblaciones que fueron prósperas por la minería que posteriormente, se cargó la Thatcher en los ochenta, y ahora viven de recuerdos del pasado mirando fotos antiguas colgadas en una pared de una parte del local en desuso, toda una reveladora metáfora de la situación de ahora, como vemos en El viejo roble. A partir de un guion de Paul Liberty, 15 películas junto a Loach, la historia se posa en la existencia de TJ Ballantyne, un tipo que regenta el pub del mismo título que la película, que fue y ahora sólo alberga a unos cuántos parroquianos que sólo hablan del pasado glorioso y de las penas y tristezas de la actualidad. Toda esa armonía de estar y ya, se ve interrumpida con la llegada de familias sirias refugiadas, como evidencia su arranque construido a partir de fotografías en blanco y negro acompañadas de su sonido real. La hostilidad y el rechazo que dejan claro muchos lugareños, se ve contrarrestada por el citado TJ Ballantyne que se hace amigo de Yara, que hace fotos, y la gran ayuda de la trabajadora social Laura. 

Loach traza una excelente trama con tranquilidad y sin aspavientos sin recurrir a lo facilón ni la condescendencia, sino todo lo contrario, situando su cámara a la altura de los ojos de sus protagonistas, sumergiéndonos en sus conflictos personales y sociales, sus necesidades que son muchas en una población donde la crisis aboga a la desesperación y la tristeza a muchos de ellos y ellas. Con la compañía de la productora Rebecca O’Brien que desde el 2002 junto a Loach y Laverty están al frente de la compañía Sixteen Films, el director británico no hace una película de falsas ilusiones, nos muestra la realidad del lugar, con una imagen que se acerca y entra en las casas con respeto e intimidad, en un grandísimo trabajo de cinematografía de Robbie Ryan, quinto trabajo con el inglés, amén de películas con Frears, Arnold, Baumbach, Potter y Lanthimos, entre otros. La magnífica edición de Jonathan Morris, 24 películas con Loach, que ajusta con detalle y precisión un relato que se va a los 110 minutos de metraje, en el que hay de todo: documento, ternura, valores humanos y necesidad de acompañarse en los momentos jodidos de la vida. El músico George Fenton, 19 películas con Loach, amén de Frears, Jordan y Attenborough, entre otros, compone una música que ayuda a entender y entrar en el interior de los personajes a partir de donde vienen y porqué actúan de la manera que lo hacen. 

El cineasta británico hace cine y habla de valores humanos y los reivindica, porque es lo único que les queda a los pobres y pisoteados en este mundo mercantilizado donde unos pocos privilegiados someten a la mayoría que vive de sus migajas. Pero, sus películas no son panfletos ni proclamas para construir un mundo mejor, su cine es su mejor ejemplo y ha explorado todas las iniciativas humanas para estar más cerca, para abandonar ese individualismo de mierda que nos deja más sólos cada día y más aislados. Su cine, como hacían los Renoir, Rossellini, Ozu, Kaurismäki y demás, está para y por el obrero, el empleado, el trabajador de lunes a viernes, el que trabaja mucho para tener muy poco, el que sueña con una vida mejor y se jubila sin que llegue, el que mira los partidos de fútbol en el bar de turno rodeado de unas cervezas y amigos. La maestría de Loach para escoger intérpretes que no sólo componen unos personajes de carne y hueso, sino que transmiten todo el desánimo y la esperanza que recorre la película. Tenemos a Dave Turner, que ya estuvo en las dos anteriores que hemos citado un poco más arriba, encarnando a TJ Ballantyne, uno de esos tipos machacados por la vida, que arrastra demasiadas heridas sin curar, pero que aún así, sigue resistiendo en su viejo roble, y se muestra solidario y ayudante a los recién llegados.

Junto a Turner tenemos otros actores y actrices que son tan naturales y cercanos como el mencionado, demostrando la intimidad que consigue el británico para hablar de aquellos problemas que invisibiliza el cine comercial. Valores como la amistad, de las de verdad, de las duras y las maduras, como la que entabla Turner con Yara que hace la debutante Ebla Mari, una de esas mujeres valientes y de coraje que, a pesar de las dificultades, sigue ahí, junto a su familia, y manteniendo una dignidad asombrosa, Claire Rodgerson interpreta a Laura, una actriz que también debuta, escogida del lugar donde filmaron. Trevor Fox hace de Charlie, uno de los parroquianos del citado pub que se muestra hostil a los refugiados. Y luego, una retahíla de intérpretes naturales que han sido reclutados del lugar para dotar a la película de esa verdad y cercanía que tiene el cine de Loach. Las películas del británico gustarán más o menos, estarán más conseguidas o no, pero lo que nunca se le puede reprochar es su mirada al proletariado, a los necesitados, a los desahuciados del desaparecido estado del bienestar, que han quedado en el olvido de los diferentes gobiernos, tan abocados a generar riqueza a costa de la explotación laboral y el recorte de servicios públicos esenciales. 

El viejo roble no es sólo la última película de Ken Loach, sino que como ha anunciado el propio director, esta película es su despedida del cine, a sus 87 años deja de mover la manivela, como se hacía antes. Así que, con El viejo roble se despide del cine uno de los grandes, uno de los nombres que más han hecho para retratar las miserias de una sociedad más idiotizada y absurda a costa de los trabajadores/as como nosotros, porque algunos/as se han creído esto del trabajo y de sus miserables condiciones y siguen ahí, esforzándose en solitario y perdiéndose la vida para conseguir más estupideces materiales y visitar más lugares en una existencia estúpida e histérica. Loach nos pide que por favor dejemos de correr, nos detengamos y miremos a nuestro alrededor, que miremos a nuestro interior y al interior de los demás, que nos demos tiempo, que paremos tanta locura, y sobre todo, nos ayudemos y empaticemos, porque si no, seguiremos solos en el infierno más desesperado, y nos pide que lo hagamos ya, antes que sea demasiado tarde, porque la vida es otra cosa, es compartir y estar cuando las cosas se ponen feas, porque, aunque no lo parezca, seguimos siendo lo que somos y seguimos teniendo las mismas necesidades, y seguimos deseando querer y nos quieran y muchas cosas, y seguimos teniendo ilusión, seguimos resistiendo y por mucho que las élites hacen lo posible, todavía no hemos perdido la esperanza. ¡LONG LIFE FREEDOM! JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA