The Breadwinner (El pan de la guerra), de Nora Twomey

SOBREVIVIR EN EL HORROR.

En Yentl, de Barbra Streisand, una joven, hija de un rabio judío ortodoxo, se disfrazaba de hombre para acceder a la enseñanza en un pueblo de la Europa oriental de principios del siglo XX. Situación que han tenido que vivir mujeres de toda clase social, cultural y religión a lo largo de la historia de la humanidad. Cambiar su identidad y adoptar la del hombre para romper las barreras impuestas y seguir avanzando a pesar de todas las leyes de los hombres. Algo parecido tendrá que hacer Parvana, una niña de 11 años en el Kabul (Afganistán) dominado por los talibanes, que prohíben a las mujeres toda clase de libertades. Parvana se ve obligado a cambiar su identidad cuando su padre es detenido y encarcelado, convirtiéndose así en su nuevo rol de salir a trabajar para alimentar a su madre, hermana mayor y hermano pequeño. Hace una década cuando todos nos maravillamos con la magnífica obra de animación El secreto del libro de Kells, codirigida por Tomm Moore (Newry, Reino Unido, 1977) y Nora Twomey (Cork, Irlanda, 1971) en la que relataban las vicisitudes que pasaba Brendan, un joven monje que debía de cuidar de un libro mágico en la Irlanda del siglo XI. Su segundo trabajo salido del estudio de animación “Cartoon Saloon”, se materializó con La canción del mar (2014) dirigida por Moore en solitario, en la que nos contaban la peripecia de un Niño Foca, último en su especie por sobrevivir en su regreso a casa.

Ahora, nos llega The Breadwinner  (El pan de la guerra) dirigida por Nora Twomey en solitario, basándose en las novela homónima de Deborah Ellis, para sumergirnos en un ambiente realista y sincero, donde seguimos a Parvana y su familia y como sobreviven bajo el régimen de los talibanes, siguiendo a la niña convertida en chico, en un argumento muy similar al que vimos en la película de acción real Osama (2003) de Siddiq Barmak, en su día a día en ese Kabul de “hombres” en la calle, porque la decisión de Parvana no es la única y encontrará a Shauzia, otra niña convertida en chico para salir a la calle y trabajar para su familia. La intención de Parvana es reunir dinero para liberar a su padre y dar de comer a su familia. Parvana y Shauzia nos recuerdan a los niños de Dickens de la época Victoriana de finales del XIX y su forma de ganarse la vida, yendo de aquí para allá, inteligentes, traviesos y suspicaces ante el horror cotidiano que les ha tocado vivir a tan temprana edad, con la ficción en forma de cuentos como espacio para liberarse del horror cotidiano, y sobre todo, no perder la esperanza.

Twomey, como en las anteriores producciones del estudio, hace gala de un virtuosismo de la ilustración y la animación, recordando en muchos sentidos a la artesanía y fantasía que derrochaba Lotte Reiniger y su adorable Las aventuras del príncipe Achmed (1926) y la profundidad y complejidad que hay en el cine del Studio Ghibli, en el que se hermanaría en el rol femenino como auténtica protagonista del relato y sobre todo la capacidad inventiva del ser humano ante el horror. La directora irlandesa no opta por cambios bruscos en el guión y cosas por el estilo, sino todo lo contrario, en el que la sobriedad y la sinceridad se instalan por completo en la película, llevándonos por el Kabul más transitado o más desértico, mostrándonos de un modo realista y honesto las dificultades para conseguir trabajo remunerado y las circunstancias de un estado de preguerra en el que se encuentra la ciudad.

Conoceremos de primera mano todas las penalidades varias con las que se tropiezan las dos niñas camufladas en su devenir por una realidad durísima y triste, con ese miedo intenso y desesperanzador que en cualquier momento puedan ser descubiertas. Una obra íntima y fascinante que nos habla de la superación del ser humano por sobrevivir cueste lo que cueste y su capacidad imaginativa para salir de los entuertos más hostiles, en la que Parvana demuestra a los demás y a sí misma que es capaz de seguir remando a contracorriente, de seguir avanzando en las condiciones más adversas y sobre todo, de ser un apoyo invencible para los suyos, sin olvidarnos la necesidad de esperanza en un mundo que ya no la tiene, de seguir creyendo que aunque las circunstancias digan lo contrario, siempre hay lugar para la esperanza, para la amistad y el amor.

Twomey en su primera incursión en solitario en el largometraje, demuestra su capacidad innata en el virtuosismo pictórico de la película, que al igual que sus antecesoras, la película consigue un dibujo magnífico y una animación fascinante, con un ritmo trepidante con momentos conmovedores con otros más duros, destapándose como un grandísima narradora de lo cotidiano, creando una película que tiene mucho del cine neorrealista italiano, aquel que mostraba un país desahuciado y como sus habitantes salían cada día a la calle para encontrar el sustento y sonreír aunque el paisaje desolador se empecinase en lo contrario, Parvana podría ser uno de esos niños de El limpiabotas, de De Sica o ese otro niño en Paisà o el Edmund de Alemania, año cero, ambas de Rossellini. Todos ellos infantes sumidos en el abismo, en la cotidianidad más hostil, en un mundo deshumanizado, pero con algo de esperanza, porque siempre la hay, aunque a veces cueste verla. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Ruben Brandt, coleccionista, de Milorad Krstic

EL ARTE Y LOS SUEÑOS.

“Recuerdo cuando miré por una lente de cámara por primera vez. Podía enfocar una flor en medio del campo, de forma que todo lo que quedaba delante y detrás estuviera borroso. La imagen definida, separada del fondo, era incluso más emocionante que la misma flor a simple vista, cuando estaba todo enfocado: la flor, los arbustos de alrededor y el campo entero. Así fue como aprendí, muchos años antes de que me fascinaran las galerías de arte y las salas de cine, que la imagen del mundo pintada o vista a través de una lente puede ser más poderosa que la realidad.”.

Milorad Krstic

Si buscamos el significado de surrealismo, leemos que se trata de un “movimiento literario y artístico que busca trascender lo real a partir del impulso psíquico de lo imaginario y lo irracional”. A partir de esta posición, podríamos decir que el protagonista de la película Ruben Brandt (nombre que viene de la mezcla de dos grandes pintores Rubens y Rembrandt) un famoso psicoterapeuta que mediante técnicas artísticas sana a sus pacientes, tiene un problema que tendría que ver mucho con los surrealistas y su universo, cuando sueña es atacado por personajes de famosas obras de arte.

Personas retratadas que cobran vida y atormentan los sueños de Brandt, gentes como el Retrato de Renoir,  de Frédéric Bazille, El nacimiento de Venus, de Botticelli, Retrato de Antoine Le Bon, Duque de Lorena, de Holbein, Chico silbando, de Duveneck, Mujer con fruta, de Gauguin, Retrato del cartero Joseph Roulin, de van Gogh, Nighthawks, de Hopper, La tradición de las imágenes, de Magritte, Olympia, de Manet, Mujer con libro, de Picasso, Venus de Urbino, de Vecellio, La infanta Margarita en azul, de Velázquez y por último, Doble Elvis, de Warhol. Trece pinturas que recorren buena parte de la historia del arte desde el siglo XVI renacentista, el impresionismo y los postimpresionistas, el surrealismo, el barroco y el arte moderno del siglo XX, trece instantes que perturban la paz de Brandt. Mimi, una de sus pacientes, que padece cleptomanía de guante blanco, propone robar las citadas obras de arte y así enfrentarse a todos los secretos que ocultan para así curar a Brandt. Aunque, la tamaña empresa no será nada sencilla, ya que el hampa ha decidido impedir los hurtos ofreciendo millones de dólares para gratificar quién lo evite o capture a los malhechores, uno de ellos, Kowalski, busca recompensas y antiguo conocido de Mimi, también se lanzará en su búsqueda.

El cineasta Milorad Krstic (Eslovenia, 1952) emigrado a Budapest (Hungría) desde 1989 donde trabaja como pintor y artista multimedia, debuta en el largometraje proponiéndonos una película-artística (como Loving Vincent, que evocaba la figura de Van Gogh a través de sus últimos días capturando visualmente todo su universo pictórico) que toca varios palos, desde el cine de aventuras, donde uno de sus referentes podría ser La pantera rosa, de Edwards o Charada, de Donen, el cine de acción pura y dura, con la saga de Bond o la de Bourne, por citar algunos, el cine noir clásico con aroma francés y fatalista de Duvivier o Carné, o los estadounidenses Hawks o Huston, y algunos westerns como Los profesionales, de Brooks o aquellos más rudos y tristes de Peckinpah. Referentes cinematográficos también en su forma desde Eisenstein, los hermanos Lumière, el expresionismo alemán, Hitchcock (en la figura con forma de cubito de hielo, entre otras) entre otros muchos, con colores sombríos y apagados, donde predomina el blanco y negro. Si de apuntes cinematográficos está plagado, no menos en la pintura, desde las obras citadas que recorren la historia del arte, así como las formas de los espacios y personajes, todos con formas impresionistas, cubistas, abstractas, surrealistas, modernas, figurativas o pop, una especie de película-museo donde todo lo que vemos nos remite a alguna referencia artística, ya sea de pintura o cinematográfica, que parece remitirnos a los sueños, diseñados por Dalí, que padecía Gregory Peck en Recuerda, de Hitchcock.

Krstic impone un ritmo trepidante y frenético, todo sucede a una velocidad de vértigo, la película se mueve por todo el mundo, de un lugar a otro, sin tiempo para descansar, mezclando todos esos espacios y (des) encuentros entre los distintos personajes y sus circunstancias, con persecuciones cargadas de adrenalina, mientras asistimos a los sueños, o más bien pesadillas que sufre Brandt, muchas de ellas tienen que ver con su educación paterna. La excelente composición de Tibor Cári imprime ese universo imposible/posible que propone la película, en la que nada queda al azar, y todo está completamente detallado y estudiado, sin olvidarnos de los temas versionados, como el de Do You Love Me, de The Contours, entre muchos otros. El director esloveno ha optado por un dibujo íntimo y artesanal, que recuerda a los grandes clásicos del género como El planeta salvaje, de René Laloux o Moebius, películas que han ido más allá en el cine de animación, proponiendo ejercicios de grandísima calidad visual y de contenido.

Ruben Brandt, coleccionista, es una magnífica, divertida y destellos de película de culta, una obra para perdurar y adorar, hermosa y triste, profunda y brillante, una obra visualmente grandiosa, con un dibujo magnífico y de finísimo trazo, que abruma al espectador más exigente, y no menos que su contenido, una película sorprendente, imaginativa y arrebatadora, que se mueve entre el mundo de la realidad, la fantasía, los sueños y todo aquello que creemos ver y en realidad, no vemos. Un mundo fascinante de personajes misteriosos, diferentes y extraños, que se mueven por la película como si fuesen fantasmas errantes, individuos desterrados, almas a la deriva en un mundo caótico, lleno de sufrimiento y falto de ilusión, aunque Brandt y sus sueños, encontrarán aliados inesperados, los más inesperados, para al menos, intentar hacer desaparecer esas terribles pesadillas que atormentan a Brandt. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Guillermo Toledo

Entrevista a Guillermo Toledo, actor de la película «El Rey», de Alberto San Juan y Valentín Álvarez, en el Hotel Expo en Barcelona, el miércoles 5 de diciembre de 2018.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Guillermo Toledo, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, y a Eva Calleja e Irene Ballesteros de Prismaideas, por su tiempo, cariño, generosidad y paciencia.

Entrevista a Alberto San Juan

Entrevista a Alberto San Juan, actor y codirector de la película «El Rey», en el Hotel Expo en Barcelona, el miércoles 5 de diciembre de 2018.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Alberto San Juan, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, y a Eva Calleja e Irene Ballesteros de Prismaideas, por su tiempo, cariño, generosidad y paciencia.

El Rey, de Alberto San Juan y Valentín Alvárez

LOS FANTASMAS DE LA CONCIENCIA.

(…) Trataba de mostrarse ingenioso para distraer su propia atención y mitigar el terror que sentía, porque la voz del espectro revolvía hasta la médula de los huesos.

Frase de «Cuento de Navidad», Charles Dickens

Estamos en junio del 2014. El rey abdica y acto seguido, su hijo, con el nombre de Felipe VI, será proclamado Rey. Juan Carlos I, Rey de todos los españoles durante los últimos 40 años, heredero del franquismo que lo nombró sucesor, se convierte en rey emérito, un hombre destronado del paraíso, un hombre sin más, un hombre encerrado en un sótano oscuro, ilimitado y onírico, donde todos sus fantasmas del pasado volverán a sacudirle su conciencia, a juzgar la historia de su vida, a sacudirle la conciencia, en una noche de junio del 2014, cuando la historia aclama a otro rey, cuando la historia le pasa factura en una noche de insomnio, en una noche de fantasmas, en una noche de monstruos que vuelven a rendirle cuentas sobre su tiempo y su cargo.

El Rey, escrita y dirigida por Alberto San Juan, producida por el Teatro del Barrio, con ese espíritu crítico y combativo como señas de identidad, se ha representado durante dos años por teatros de todo el país, una obra de carácter minimalista y comprometido, que retrata la figura del rey desde la crítica a su reinado, a través de un examen de conciencia personal durante una noche donde se le presentan fantasmas de su pasado, desde Franco, su padre, Adolfo Suárez, Felipe González, Kissinger, periodistas y demás personajes que de una forma u otra estuvieron presentes durante su reinado de cuatro lustros. Ahora, nos llega la película, dirigida por el propio San Juan y Valentín Álvarez (toda la vida vinculado al teatro como iluminador, y cinematógrafo de cineastas tan importantes como Víctor Erice) que debutan como directores de largometraje, en una película que se define como “una definición basada en personas y hechos reales”, enmarcada en ese espíritu crítico de compromiso político con el tiempo y la historia reciente del país, sin perder su herencia teatral, que ya marcaba el tono austero y onírico que recorre toda la película.

Con sólo 83 minutos de metraje, y a través de tres personajes, el Rey, interpretado magistralmente por un actor de fuerza y energía como Luis Bermejo, que hereda su papel del teatro, y luego dos actores de raza y carácter como Alberto San Juan y Guillermo Toledo (con esa identidad de compromiso político y social que ya mantuvieron en los años de Animalario) que componen el resto de personajes, que van desde Franco (inconmensurable la recreación de San Juan, desde esas gafas oscuras, su pose de militar católico orgulloso y esa vocecilla de flauta que tanto caracterizaba al dictador, que recuerda a aquella interpretación de Juan Echanove en Madregilda) Henry Kissinger, Alfonso de Borbón, Adoldo Suárez, Don Juan de Borbón, Puig Antich, Juan Luis Cebrián, Chicho Sánchez Ferlosio y Felipe González, entre otros. Los espectros que visitan y recuerdan de manera amarga y crítica la trayectoria como Rey de Juan Carlos I, haciendo especial hincapié en su relación oscura con su familia, a la que traicionó, con Franco, que se convirtió en su padre político y principal valedor para su sucesión, las partes tenebrosas y comprometidas durante la transición, removiendo y vapuleando su papel durante la intentona de golpe de estado en febrero de 1981, sus relaciones oscuras con el petróleo saudí y sus cuentas, las tensiones con los presidentes Suárez y González (como ese mágico momento en el que compiten a modo de concurso televisivo a ver quién es más culpable de los males del país, que recuerda a aquel de El gran dictador, protagonizado por Hinkel y Napaloni).

San Juan y Álvarez componen una magnífica fábula política, transgresora y brutal sobre la figura del Rey, en una terrible pesadilla, donde se fundirán realidad, sueño e imaginación, en la que se propagaran infinidad de monstruos que le acecharán, convirtiéndolo en un hombre que aprovechó su tiempo y su lugar para erigirse en jefe del estado, con sus claros, y sombras, más sombras eso sí, en este examen de conciencia ficcionado, que revela sus tormentos y monstruos internos que no le dejan en paz, haciendo recuento de sus actos, decisiones y demás situaciones (a modo de Ebenezer Scrooge en Cuento de Navidad, de Dickens, o como le ocurría a Claudio, el Rey de Dinamarca, en Hamlet, de Shakespeare, que había asesinado a su hermano y recibía la visita de su fantasma para rendirle cuentas).La magnífica y fascinante luz oscura y onírica que baña toda la película, que capta todo el espacio escénico de manera sencilla y abrumadora, adoptándola para la narración cinematográfica, en un maravilloso juego de sombras y sueños, en un marco expresionista (en el que hay alguno que otro homenaje al Nosferatu, de Murnau, y a El gabinete del Doctor Caligari, de Wiene).

En un juego de espejos deformantes que le interpelan directamente en los que el Rey y sus fantasmas se funden, se mezclan y se fusionan, creando un juego siniestro de máscaras y falsedades, en un laberinto de espacios dentro de la historia, en el que la quietud de las situaciones aún magnifica esas dosis de tenebrismo y terror inquietante que transita por toda la película, con esos rostros y gestos, encogidos y aterrados, de un monarca desterrado a las fauces del sótano, ante el peso de su historia y sus decisiones, donde le espera pacientemente el monstruo de su conciencia en forma de almas errantes que vienen a ponerle en su sitio, a derribar su mito, su leyenda, a transformarlo con un aspecto siniestro y bufón, a convertirlo en un hombre de carne y hueso más, sin más aura que su alma empequeñecida y triste ante su historia, ante esos setenta años de España que repasa la película, desde el 48 hasta esa noche del 2014, exponiendo los hechos, los personajes implicados y dejando que el respetable público extraiga sus propias conclusiones, porque el espíritu combativo y político de la película no dirige a sus espectadores, deja que ellos tomen sus reflexiones, ideas y pensamientos, exponiendo su visión sobre los hechos históricos, cediendo el mando al espectador, convertido aquí en alguien que observa, piensa y decide.

Manifesto, de Julian Rosefeldt

EL ARTE REQUIERE VERDAD NO SINCERIDAD.

“NADA ES ORIGINAL. Roba de cualquier sitio que resuene con inspiración o alimente tu imaginación. Devora viejas películas, nuevas películas, música, libros, cuadros, fotografías, poemas, sueños, conversaciones aleatorias, arquitectura, puentes, señales, árboles, nubes, masas de agua, luz y sombras. Selecciona para robar solo aquellas cosas que hablen directamente a tu alma. Si haces eso, tu obra, y tu robo, serán auténticos. La autenticidad es invaluable; la originalidad es inexistente. Y no te molestes en ocultar tu robo… celébralo si te apetece. En cualquier caso, recuerda siempre lo que Jean-Luc Godard dijo: No se trata de de dónde te llevas las cosas…sino adónde te las llevas.”

Jim Jarmusch (2002)

El siglo XX es, sin lugar a dudas, el siglo de las imágenes audiovisuales, el siglo que mostró el mundo al mundo, como explicaban recientemente en ¡Lumière! Comienza la aventura, un siglo caracterizado por la proliferación de manifiestos artísticos, documentos donde se expone la naturaleza del arte, su significación, su existencia en sí misma, y su necesidad o no, diversas cuestiones que tanto unos u otros artistas o personalidades relacionadas con el medio, han escrito como documentos que generasen debate y discusión, proclamas que exponían un sentimiento a favor o en contra del arte, y su posición ante un siglo lleno de guerras, conflictos políticos de primer orden, hambre y demás terrores mundiales.La puesta de largo de Julian Rosefeldt (Munich, Alemania, 1965) es una película-ensayo, siguiendo algunas de las premisas de Chris Marker (1921-2012) cineasta ensayística por antonomasia, que no sólo se preguntaba con acierto y profundidad sobre el estado político, cultural, económico y social del mundo, sino que también su cine se preguntaba a sí mismo, reinventándose constantemente a través de la memoria y el tiempo.

Rosefeldt, videoartista y cineasta, que ha expuesto sus obras alrededor del mundo, recupera una instalación, originalmente expuesta en un museo para desarrollarla cinematográficamente, haciéndose preguntas sobre su trabajo y su significación en el mundo contemporáneo, aunque así en primera estancia pudiera parecer una premisa ególatra de artista que se cree Dios, la realización huye de todo ensimismamiento o mirarse al ombligo, el trabajo de Rosenfeldt se basa en la pregunta, en su propia duda, en remitir al propio arte para cuestionarse su trabajo y hacia adónde se encamina, y lo hace de una forma imaginativa, cruel, irónica, divesrtida, y brutal. A saber: recoge mucho de aquellos manifiestos de antes y ahora, donde artistas expusieron sus ideas y reflexiones sobre el futurismo, el dadaísmo, el Fluxus, el suprematismo, el situacionismo, el Dogma 95 y otros grupos artísticos, firmados por nombres tan ilustres como Karl Marx o Friedrich Engels (que firman El manifiesto comunista, el único que no pertenece al siglo XX, ya que se escribió en 1848, y abre la película) así como también reflexiones individuales de arquitectos, bailarines o cineastas como Claes Oldenburg, Yvonne Rainer, Kazimir Malevich, André Breton, Sturtevant, Sol LeWitt, Jim Jarmusch, etc…

¿Cómo escenifica estos manifiestos y escritos Rosefeldt? Pues ahí viene su forma imaginativa e interesante, ya que huye de la ilustración convencional para construir 13 performances, donde veremos sendos personajes interpretados por Cate Blanchett (arrancando con un vagabundo, una corredora de bolsa, una madre conservadora, una gerente, una oradora en un funeral, una punk, una coreógrafa, una maestra, una trabajadora de una fábrica, una presentadora de noticias, una reportera, una titiritera, una científica) en el que la presencia enigmática y maravillosa de la intérprete, que suma su increíble talento y sobriedad de la actriz australiana consigue sumergirnos en los diferentes ambientes en los que vamos escuchando sus proclamas, ideas y reflexiones artísticas. Rosefeldt nos sumerge en una película-ensayo que nace desde la provocación recuperando aquellos manifiestos y envolviéndolos en el estado de las cosas, en cuestionarse aquellos escritos, y su vigencia actual, además, como no podía ser de otra manera, emergen a la superficie las cuestiones sobre el arte en sí mismo, su importancia o no, su necesidad o no, y su lugar o no, en un mundo que atraviesa una de las peores crisis económicas, donde asolan guerras, hambre y demás problemas, en el que el capitalismo, sistema económico vigente en la última mitad del siglo, se encuentra en los estertores de su existencia, y los gobiernos han martirizado la cultura y el arte.

Rosenfeldt filmó en 12 días en los alrededores de Berlín, en el que vemos un relato distópico, un mundo en decadencia, una sociedad no sociedad, y unos seres humanos completamente deshumanizados, idiotizados, y lo que es peor robotizados, y sin esperanza, en la que construye una película provocadora, creando un mundo casi abstracto, en el que Cate Blanchett interpreta cada uno de sus roles de una forma extraordinaria, sobria y mimética (como ha hecho con alguno de sus papeles más célebres como la Katherine Hepburn de El aviador, Bob Dylan en I’m not Here, la burguesa venida a menos de Blue Jasmine o más recientemente, la Carol Aird enamorada de una mujer en Carol) en un extraordinario tour de forcé donde la actriz australiana genera esa atmósfera requerida lanzándose al vacío, fundiéndose no sólo con el paisaje, sino en cada uno de sus personajes, antagónicos entre ellos, desde lo más natural a la artificialidad más absoluta, y recitando esos textos de formas tan diferentes, pasando por todas las emociones posibles, generando esa atmósfera extraña, poética, cruda, realista o lírica, que crea una auténtico calidoscopio que no deja indiferente, fascinará o irritará a partes iguales, en una zambullida en la profundidad del arte, vista y observada desde todos los puntos de vista posibles, y lanzando piedras a todos lados, con esa banda sonora sobresaliente, donde escuchamos sonidos industriales, soñadores y realistas, dejando que el espectador inquieto y curioso se acerque a un viaje hipnótico que le emocionará.

 

 

 

Entrevista a Laura Mora

Entrevista a Laura Mora, directora de la película «Matar a Jesús». El encuentro tuvo lugar el miércoles 4 de abril de 2018 en el Soho House en Barcelona.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Laura Mora, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, a Violeta Medina de Prensa, y a Xavi Garcia Puerto de El Sur Films, por su amabilidad, generosidad, tiempo y cariño.

Matar a Jesús, de Laura Mora

EL LUGAR DEL OTRO.

“La resistencia es el único lugar donde habita la esperanza”

Ernesto Sabato

Paula tiene 22 años y estudia en la Universidad de Medellín, en Colombia, sale con amigos y tiene una vida parecida a la de muchos jóvenes de su edad. Pero, un día todo va a cambiar. Cuando su padre y ella regresan a casa, y en la misma puerta de su casa, un sicario asesina a sangre fría a su padre. A partir de ese instante, la vida de Paula se convierte en la obsesión de encontrar al asesino y acabar con su vida. La cineasta Laura Mora (Medellín, Colombia, 1981) que después de unos cuántos cortometrajes, tuvo la oportunidad de codirigir la exitosa serie Escobar, el patrón del mal (2012) y realizar Antes del fuego (2015) para televisión sobre la corrupción política, se enfrasca en su primer largometraje para cine Matar a Jesús que le ha llevado varios años de su vida. Una película durísima y sin concesiones, que nos lleva a un viaje infernal por las laberínticas y suburbiales calles de Medellín, una ciudad que respira violencia y transgresión moral por cada uno de sus rincones.

Nuestra guía será Paula que se impregna de toda esa violencia a pie de calle, metiéndose en la boca del lobo literalmente, siguiendo y conociendo con el asesino de su padre, un chico de su misma edad, que malvive y se mueve como una alimaña por esos espacios de odio y violencia latente. Mora nos lleva de la mano con sus dos personajes, en un relato sobre dos almas en desdicha, sobre dos personas que se encuentran a su pesar, en el que una lo sabe todo de la otra, y la otra ni siquiera tiene ninguna sospecha. La directora colombiana nos atrapa de forma sencilla y honesta, construyendo un retrato sobre dos personajes, sobre su ciudad, y sobre todo un país, sobre esa idea de la violencia como medio para solucionar conflictos, inherente, desgraciadamente, en la sociedad colombiana, aunque la película no pretende analizar el conflicto de manera general, sino que se adentra en dos almas, en dos personas que han sido atravesadas por la violencia, víctima y victimario, dos reflejos del mismo espejo, y lo hace desde a cotidianidad, llevándonos por esos lugares oscuros y siniestros por donde se mueve Jesús, lugares apartados donde practicar con las armas, callejuelas y bares donde encontrarse con los suyos, moviéndose de un lugar a otro quemando rueda de las motos que rugen por la metrópolis que parece que nunca duerme y donde el gatillo anda demasiado ligero.

Mora antepone ese tono naturalista, que hace daño, rasgado por esos rostros jóvenes pero violentados, nacidos y malvividos en ese paisaje urbano oscuro y mortal, que muestra su intimidad, sus almas en continuo conflicto, que nos guían por esta espiral donde la violencia siempre parece a punto de estallar, en un retrato donde se acercan a ese abismo interior y exterior, físico y emocional, donde todos son víctimas y verdugos, donde parece que la violencia no tiene fin, y todo se ha convertido en un bucle donde matar es el único inicio y final. Una película que destila cercanía y espontaneidad, filmada con actores no profesionales, que destilan una fuerza y una humanidad que nos azota en nuestras conciencias, mostrando una realidad social brutal, pero sin caer en ningún momento en el tremendismo, en el regodeo de la violencia, como un estilo, sino todo lo contrario, la película muestra suciedad física, pero también moral, como si todos los protagonistas fuesen almas rotas que no encuentran consuelo ni aire para sus conflictos.

Una película deudora del cine de Víctor Gaviria, uno de los máximos exponentes en reflejar esa realidad que vive en Colombia, mostrando sus personajes, sus suburbios y esa animalidad inmoral que transita por sus calles malolientes y violentas, testigo que han seguido otros cineastas jóvenes como Óscar Ruíz Navia en Los hongos o Juan Sebastián Mesa en Los nadie, cineastas jóvenes que han crecido con esa durísima realidad que ahora en sus trabajos la plasman desde la sinceridad y la naturalidad de quién lo ha vivido con sus propios ojos. Mora ha construido una película donde nos hace reflexionar sobre la violencia inherente de su país, desde dos puntos de vista diferentes pero muy cercanos, desde dos formas de entenderla y vivirla, sin ofrecer ninguna tesis ni nada parecido, mostrando el aroma que persigue ese escenario, pero desde la mirada de la que sabe que todo es más complejo de lo que en un primer instante parece, que las cosas a veces, se manifiestan de las formas más extrañas posibles, donde cada uno de nosotros, tenemos la forma de cambiarlo o al menos de mirar hacia nuestro entorno con otros ojos, sin dejarnos llevar por la podredumbre que nos rodea, resistiendo a pesar de todo, a pesar de nuestros miedos y nuestros propios deseos violentos.

Entrevista a Juan Sebastián Mesa

Entrevista a Juan Sebastián Mesa, director de «Los nadie». El encuentro tuvo lugar el viernes 10 de noviembre de 2017 en el Soho House en Barcelona.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Juan sebastián Mesa,  por su tiempo, generosidad y cariño, a Xavi García Puerto de El Sur Films, y a Eva Herrero y Marina Cisa de Madavenue, por su tiempo, generosidad y amabilidad y cariño.

Los nadie, de Juan Sebastián Mesa

NECESIDAD DE ESCAPAR.

 «Los nadies: los hijos de nadie, los dueños de nada. Los nadies: los ningunos, los ninguneados, corriendo la liebre, muriendo la vida, jodidos, rejodidos»

Eduardo Galeano

“El mechas” se despierta y se pega una ducha, mientras escuchamos una atronadora canción punk core. Su madre le recrimina el volumen de la música. El chaval sale de casa y su colega Camilo le espera con la mota en marcha. Sigue la música, y la moto con los dos chavales en su lomo, recorre las calles laberínticas de uno de esos barrios periféricos posado en las alturas, donde se puede divisar la urbe de Medellín. Se detienen junto a un semáforo concurrido de autos y comienzan a realizar malabares con sus bolos con la esperanza de sacar unos pesos y sentir que su dura realidad tiene algo de sentido, y sobre todo, soñar con algún día salir de esa cotidianidad exasperante y volar a algún otro lugar. La primera película de Juan Sebastián Mesa (Medellín, Colombia, 1989) es la crónica de un par de días de cinco jóvenes periféricos de Medellín, ahogados por esa durísima realidad de violencia, hostilidad y marginalidad, donde la miseria, tanto moral como física se huele en cada callejón y en cada “hogar”.

Unos chavales que han encontrado en la cultura urbana y la música sus vías de escape ante esa ciudad gris, en blanco y negro, donde los colores han pasado de largo, donde la vida parece haber cambiado de barrio, y a ellos, los ha dejado así, sin más. Seguimos la peripecia del Pipa, Camilo, Ana, Manu y “El mechas” que, en esas dos jornadas planean su viaje, un viaje que los alejará de esa realidad que rechazan, y del lugar que los vio nacer, y descubrir otros lugares, otras vidas y sobre todo, otras realidades que sean menos opresivos que las que viven a diario y sueñan con dejar. Mesa filma su intimidad, su jerga y sus caracteres de un modo intimista y muy personal, consigue hacernos penetrar en sus miradas, sus existencias, en sus formas de ganarse la vida, con sus maneras de expresión artística, en un forma de lucha y resistencia frente a la opresión del trabajo remunerado que tanto sus padres como la sociedad capitalista obliga a realizar como único modo de subsistencia, aunque sólo sea una excusa para seguir produciendo miseria en el mundo.

También hay tiempo para el amor, aunque este sea frugal, poco consistente y frágil, pero la camaraderia que existe enre ellos es brutal y cercana, unos jóvenes que sienten esa necesidad de escapar, de huir, de sentir otros lugares y dejar esa ciudad donde encuentran hostilidades, una opresión que no les deja respirar, un espacio demasiado mugriento, que los invisibiliza y los aparta del rebaño ya que proponen otras formas de vida, más libres y humanas, aunque más inciertas, pero menos o nada convencionales. Una película viva, que rezuma efervescencia juvenil, esa vida que se expande libremente, con sus juegos malabares que les ayudan a ganarse la vida, los grafitis y la música que les permiten materializar sus reflexiones y de esta manera transmitirlos a todo aquel que quiera escucharles, conociendo a unos chavales llenos de vida, de cultura y arte, interpretados por Luis Felipe Alzate, Alejandro Pérez Zeferino, María Angélica Puerta, María Camila Castrillón y Esteban Alcaraz, debutantes que demuestran con su naturalidad y sencillez el buen hacer de esta película honesta y libre, llena de fuerza y energía que, recuerda a la mirada de los jóvenes de Pasolini, o aquellas películas de jóvenes airados del “Free Cinema”, y también, a mucho cine independiente americano filmado con ínfimos recursos, pero consiguiendo grandes logros, tanto formales como argumentales.

Mesa tomó como inspiración su propia experiencia y la pluma de Galeano en «Los nadies», en una película filmada en 10 días y una noche, con una financiación mínima, en un magnífico blanco y negro (que acrecienta la idea de atemporalidad y la captura de esa realidad instantánea y movible) aunque esa falta de recursos no fue impedimento para realizar una película que destapa una realidad muy diferente de Colombia, muy alejada de los estereotipos que nos venden sobre la violencia y el narcotráfico, porque si existe esa realidad oscura y durísima, pero también, hay otras realidades y otras miradas como la que nos retrata Mesa, a través de un forma realista y muy cercana, nos ofrece una ficción-documento sobre la realidad que él vivió en esos barrios laberínticos y deshumanizados de Medellín, donde la vida transcurre sin nunca trascendencia, sólo transcurre, donde las cosas van pasando, así sin más, entre precariedad, violencia y muertes, aunque también existen jóvenes que plantean una vida diferente, alejada de lo establecido, como medio para llevar a cabo sus sueños artísticos y sus ansías de conocer el mundo, porque todo no empieza ni acaba en las duras calles de Medellín.