EL LUGAR DEL OTRO.
“La resistencia es el único lugar donde habita la esperanza”
Ernesto Sabato
Paula tiene 22 años y estudia en la Universidad de Medellín, en Colombia, sale con amigos y tiene una vida parecida a la de muchos jóvenes de su edad. Pero, un día todo va a cambiar. Cuando su padre y ella regresan a casa, y en la misma puerta de su casa, un sicario asesina a sangre fría a su padre. A partir de ese instante, la vida de Paula se convierte en la obsesión de encontrar al asesino y acabar con su vida. La cineasta Laura Mora (Medellín, Colombia, 1981) que después de unos cuántos cortometrajes, tuvo la oportunidad de codirigir la exitosa serie Escobar, el patrón del mal (2012) y realizar Antes del fuego (2015) para televisión sobre la corrupción política, se enfrasca en su primer largometraje para cine Matar a Jesús que le ha llevado varios años de su vida. Una película durísima y sin concesiones, que nos lleva a un viaje infernal por las laberínticas y suburbiales calles de Medellín, una ciudad que respira violencia y transgresión moral por cada uno de sus rincones.
Nuestra guía será Paula que se impregna de toda esa violencia a pie de calle, metiéndose en la boca del lobo literalmente, siguiendo y conociendo con el asesino de su padre, un chico de su misma edad, que malvive y se mueve como una alimaña por esos espacios de odio y violencia latente. Mora nos lleva de la mano con sus dos personajes, en un relato sobre dos almas en desdicha, sobre dos personas que se encuentran a su pesar, en el que una lo sabe todo de la otra, y la otra ni siquiera tiene ninguna sospecha. La directora colombiana nos atrapa de forma sencilla y honesta, construyendo un retrato sobre dos personajes, sobre su ciudad, y sobre todo un país, sobre esa idea de la violencia como medio para solucionar conflictos, inherente, desgraciadamente, en la sociedad colombiana, aunque la película no pretende analizar el conflicto de manera general, sino que se adentra en dos almas, en dos personas que han sido atravesadas por la violencia, víctima y victimario, dos reflejos del mismo espejo, y lo hace desde a cotidianidad, llevándonos por esos lugares oscuros y siniestros por donde se mueve Jesús, lugares apartados donde practicar con las armas, callejuelas y bares donde encontrarse con los suyos, moviéndose de un lugar a otro quemando rueda de las motos que rugen por la metrópolis que parece que nunca duerme y donde el gatillo anda demasiado ligero.
Mora antepone ese tono naturalista, que hace daño, rasgado por esos rostros jóvenes pero violentados, nacidos y malvividos en ese paisaje urbano oscuro y mortal, que muestra su intimidad, sus almas en continuo conflicto, que nos guían por esta espiral donde la violencia siempre parece a punto de estallar, en un retrato donde se acercan a ese abismo interior y exterior, físico y emocional, donde todos son víctimas y verdugos, donde parece que la violencia no tiene fin, y todo se ha convertido en un bucle donde matar es el único inicio y final. Una película que destila cercanía y espontaneidad, filmada con actores no profesionales, que destilan una fuerza y una humanidad que nos azota en nuestras conciencias, mostrando una realidad social brutal, pero sin caer en ningún momento en el tremendismo, en el regodeo de la violencia, como un estilo, sino todo lo contrario, la película muestra suciedad física, pero también moral, como si todos los protagonistas fuesen almas rotas que no encuentran consuelo ni aire para sus conflictos.
Una película deudora del cine de Víctor Gaviria, uno de los máximos exponentes en reflejar esa realidad que vive en Colombia, mostrando sus personajes, sus suburbios y esa animalidad inmoral que transita por sus calles malolientes y violentas, testigo que han seguido otros cineastas jóvenes como Óscar Ruíz Navia en Los hongos o Juan Sebastián Mesa en Los nadie, cineastas jóvenes que han crecido con esa durísima realidad que ahora en sus trabajos la plasman desde la sinceridad y la naturalidad de quién lo ha vivido con sus propios ojos. Mora ha construido una película donde nos hace reflexionar sobre la violencia inherente de su país, desde dos puntos de vista diferentes pero muy cercanos, desde dos formas de entenderla y vivirla, sin ofrecer ninguna tesis ni nada parecido, mostrando el aroma que persigue ese escenario, pero desde la mirada de la que sabe que todo es más complejo de lo que en un primer instante parece, que las cosas a veces, se manifiestan de las formas más extrañas posibles, donde cada uno de nosotros, tenemos la forma de cambiarlo o al menos de mirar hacia nuestro entorno con otros ojos, sin dejarnos llevar por la podredumbre que nos rodea, resistiendo a pesar de todo, a pesar de nuestros miedos y nuestros propios deseos violentos.