Marco, de Aitor Arregi y Jon Garaño

CONSTRUIR UNA MENTIRA. 

“Necesitamos la ficción para seguir viviendo, pero, cuidado, y esto es lo importante, al final solo la realidad nos puede salvar”

Javier Cercas, autor de “El impostor”, sobre la mentira de Enric Marco

La noticia saltó en abril del 2005 cuando el historiador Benito Bermejo desenmascaró a Enric Marco (1921-2022, Barcelona), presidente de la Amicale de Mauthausen, que afirmaba haber sido deportado al campo de exterminio nazi de Flossenbürg, aunque todo se precipitó un par de días antes de las conmemoraciones de Mauthausen previstas para el 8 de mayo, y desde ese día, todo el mundo supó de la mentira de Marco. Hubo un documental Ich Bin Enric Marco (2009), de Santiago Fillol y Lucas Vermal, en la que el propio Marco viajaba a los lugares donde estuvo cuando fue trabajador para el Tercer Reich, su prisión por propaganda comunista y la visita a Flossenbürg. También un par de libros, “En la piel del otro”, de Maria Barbal y el citado de Cercas donde hablaban de su impostura. Ahora nos llega la ficción, aunque el trío de cineastas guipuzcoanos que componen Aitor Arregi (Oñate, 1977), Jon Garaño (Ergobia, 1974) y José Mari Goenaga (Ordizia, 1976), iniciaron en 2006 la aventura de hacer una película sobre la mentira de Marco. 

La película deja claro desde el primer momento, con la claqueta que abre el relato, que estamos ante una fabulación, es decir, una mentira que va a contar la mentira de Marco, cuando el protagonista acompañado de su mujer visitan Flossenbürg, el lugar en el nunca estuvo y el lugar desde el que se construía su mentira. A partir de ese instante, la historia se instala principalmente en el 2005 cuando toda la inventiva de Marco se vino abajo porque fue descubierta su verdad, no la que él durante años explicó a estudiantes y a todo aquel que se acercaba a escucharle, siendo reconocida su labor con distinciones oficiales. La película se sitúa en la posición de Marco, lo sigue con honestidad y cuenta su cotidianidad, haciendo algunos viajes al pasado en forma de flashback, donde conocemos su militancia comunista y los orígenes de la impostura. Resulta curioso que de los siete trabajos cinco de ellos están basados en personajes reales. El primer largometraje del trío de cineastas, a través de su productora Moriarte Produkzioak, fue Lucio (2007) que relata la vida de un anarquista en contra del sistema mercantilista, después llegaron 80 egunean (2010) y Loreak (2014), y siguieron con Handia (2017), La trinchera infinita (2019) y la serie Cristóbal Balenciaga, de este mismo año.

La película cuenta con un gran trabajo técnico arrancando con la exquisita e íntima cinematografía de Javier Agierre Erauso, que ha estado en todos los trabajos de los Moriarti, haciendo gala de su precisa textura para acercarse a la figura tan controvertida, sin embellecer ni ennegrecer nada de lo que vemos, sino siendo lo más cercano al quehacer de un hombre mentiroso. Bien acompañado por el importante trabajo de arte de MIkel Serrano, cinco largos con el trío, la música de Aránzazu Calleja, que debuta con el trío, después de haber hecho grandes trabajos para otros vascos como Borja Cobeaga, Paul Urkijo, Alauda Ruiz de Azúa y Galder Gaztelu-Urrutia, entre otros, donde el reto era mayúsculo al moverse por aguas muy pantanosas, y lo resuelve con inteligencia, con la distancia adecuada y nada sensiblera, al igual que el montaje de Maialen Sarasua Oliden, que ya trabajó en la mencionada serie sobre Balenciaga, en su segundo reto nada sencillo, pero bien resuelto construyendo un relato en sus ejemplares 101 minutos de metraje, en la que somos testigos de la vida de un hombre octogenario muy comprometido con la causa que representa, con esa voz que seducía y con un relato lleno de matices, momentos brillantes como la famosa partida de ajedrez con el oficial de las SS, y demás, y luego, cuando viene su caída del caballo y el foco se aleja y asistimos a un hombre sólo y cansado, que ya es la sombra de la sombra de la sombra…

Encontrar al actor que interpretase a Marco era una trabajo arduo y complejo, pero la elección de Eduard Fernández no puede ser más acertada, porque el actor catalán, curtido en mil batallas y siendo coronado hace tiempo como uno de los intérpretes más potentes de nuestro país, en un trabajo más para el estudio porque su Enric Marco es un tipo lleno de matices, desde la mirada, el gesto y la palabra, y el gran trabajo de caracterización de Karmele Soler y Nacho Díaz en make up (con casi 80 títulos que ya estaba en la serie sobre Balenciaga) y Sergio Pérez Berbel en peluquería, sin esa máscara incómoda para no perderse todos los detalles de Fernández. Bien acompañado por Nathalie Poza, que hace la mujer de Marco, Sonia Almarcha, Jordi Rico y Vicente Vergara son los compañeros en el Amicale, junto al gran Fermi Reixach, como deportado, en su último trabajo en la gran pantalla antes de fallecer, Chani Martín es Benito Bermejo, entre otros, componiendo un grupo bien trabajado y mejor dirigido, creando una gran naturalidad y cercanía, siempre de forma concisa y hacia dentro, sin enfatizar ni nada que se le parezca, que ayuda a ver la película sin prisas, concentración y de forma reflexiva. 

Una película como Marco, dirigida por Aitor Arregi y Jon Garaño, en esta ocasión José Mari Goenaga hace funciones de producción y coguionista, no es una película sólo sobre alguien que mantuvo una mentira durante muchos años, sino que es también una historia sobre la condición humana, la forma que funcionamos como personas y cómo nos relacionamos con nuestra propia historia y con los demás, y los límites que sobrepasamos para ser reconocidos y amados por los otros, de cómo alimentamos la mentira y hasta donde llegamos para tener nuestro lugar en la historia o esos 5 minutos de fama que hablaba Warhol. Muy sabiamente Esteve Riambau menciona The Stranger (1946), y Music Box (1989), de sus admirados Welles y Costa-Gavras, respectivamente. Dos cintas hermandas con Marco, porque también nos hablan de la impostura de dos nazis camuflados en la sociedad como ciudadanos ejemplares. Enric Marco ejemplifica una realidad muy triste de nuestra sociedad desde siempre y más ahora, con tantas ventanas de información, que no es otra que la proliferación de fake news y cómo toda esa no información acaba llegando y quedándose en las personas y generando, que para eso se hacen, opiniones y posiciones totalmente falsas de hechos y sucesos, como tantos que niegan relatos o inventan para hacer daño, porque contradiciendo a Goebbels, otros como Bermejo y muchos más, estarán ahí para desmentirlos y hacerlos caer desde su trono imaginario que han ido construyendo con mentiras y ficciones. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

El 47, de Marcel Barrena

TORRE BARÓ ES BARCELONA. 

“La dignidad es luchar por el agua, por la educación, por la sanidad, por el trabajo, porque asfalten las calles,  por la luz, por el transporte, por tener una vida mejor”. 

Manolo Vital 

En la magnífica película La ciutat a la vora (2022), de Meritxell Colell, se recorría el litoral limítrofe de Barcelona, en el que veíamos parte del barrio de Torre Baró con sus gentes, sus espacios, sus sonidos y su memoria. Una parte históricamente invisible que el documento de Colell dotaba de especial importancia a través de su sencillez, diversidad y humanidad. El 47, quinta película de Marcel Barrena (Barcelona, 1981), se sitúa en el mencionado barrio recuperando una parte de su historia haciendo hincapié en uno de los episodios notorios del lugar cuando uno de sus vecinos Manolo Vital, conductor de autobuses secuestró la mencionada línea y llevó el vehículo hasta su barrio. Una acción con la cuál reivindicaba la falta de transporte público en el citado barrio. Corría el 7 de mayo de 1978 y las instituciones todavía estaban dirigidas por franquistas. Una película que da voz y visibilidad a todas las luchas vecinales de los setenta y ochenta que reclaman condiciones más humanas para sus lugares de residencias, construidos con las manos como exclama Vital en varios momentos de la película. 

De los cinco largometrajes estrenados en cine, tiene otro para televisión, Barrena ha partido de la realidad para construir la odisea de Albert Casals, un joven en silla de ruedas que se propone viajar de Barcelona hasta Nueva Zelanda en Món petit (2012), luego con Ramón Arroyo, un enfermo de esclerosi múltiple que quiere participar en una prueba de resistencia en 100 metros (2016), más tarde con Óscar Camps, el socorrista de Open Arms que salva a inmigrantes a la deriva en Mediterráneo (2021), y finalmente, con Santi Serracamps, el domador de caballos en Hermano Caballo (2023). Ya sean desde el documental o la ficción, el director barcelonés rescata personas anónimas y sus aventuras cotidianas donde no hay épica, ni romanticismo ni sensiblerías. A partir de un guion escrito por el propio director y Alberto Marini, habitual del thriller y el terror en películas de Balagueró, Plaza, De la Torre y Vivas, y en series como Hierro y La unidad, trazan una película con un prólogo situado en el 1958 con la llegada de Manolo y demás futuros vecinos del barrio en lucha por tener en pie aquellas barracas construidas por ellos. Después pasamos a 1978 en aquellas semanas previas a la acción de Vital, las luchas sindicales, los problemas en el barrio y las situaciones emocionales creadas entre tanta carencia y reivindicación.

Una película no la hacen los intérpretes, pero la actuación de estos ayuda enormemente a transmitir todo lo que se quiere. Con Eduard Fernández en la piel de Manolo Vital (ya fue el citado Óscar Camps), el relato adquiere una fortaleza y sensibilidad extraordinarias, porque el actor catalán no sólo es Manolo sino es su alma, su esencia y esa forma de hablar, tan extremeña, de Valencia de Alcántara, provincia de Cáceres, y sus grandes momentos como cuando suelta aquello: “No nos fuimos de nuestra tierra, fuimos expulsados (…)” y cuando lee la carta que le dejó su padre, o ese instante que lanza aquello de: “La dignidad es luchar por el agua, por el trabajo…” y lo que sigue que podéis leer en la cita que encabeza este texto. Fernández no interpreta, es el personaje, y lo capta con verdad y humanidad, cómo mira y cómo se mueve, y cómo siente cada diálogo y cada gesto. Uno de los grandes actores no sólo del país, sino de cualquier país. Otro gran acierto de Barrena es el reparto, que desprende naturalidad y sencillez con la desconocida Zoe Bonafonte como Joana, hija de Manolo, con toda la distancia entre la generación del padre y la de ella, Clara Segura como la mujer de Manolo, una mujer dedicada a la enseñanza y acabar con el analfabetismo en el barrio. Y luego, están los del barrio como Salva Reina, Betsy Túrnez, Óscar de la Fuente, y los otros, pasajeros del bus como Carlos Cuevas, Carme Sansa y Francesc Ferrer, compañeros como Aimar Vega y Borja Espinosa, y las autoridades, el poli malo Vicente Romero y el funcionario elitista David Verdaguer. 

A nivel formal la película huye de lo estético para crear espacios donde se vea vida, realidad social y personas y personajes, con todas esas cotidianidades de barrio, de hombres y mujeres que resisten a pesar de los pesares. La cinematografía de Isaac Vila, que debuta con el director, habitual del cine de Luis Quílez, y del thriller psicológico, aquí en una vuelta de tuerca en su filmografía, con el estupendo formato menos ancho a lo habitual para evidenciar la época y esas magníficas imágenes antiguas fusionadas con la imagen de la película, donde lo social y lo humano se generan a través de una luz clara, nada ampulosa ni esteticista, sino con verdad e intimidad. La música de Arnau Bataller, cómplice de Fernando Léon de Aranoa, Pau Freixas y Cesc Gay, entre otros, se aleja de la épica y el manido heroísmo de pasarela, para crear unas melodías donde se cuenta el conflicto emocional desde gentes anónimas, olvidadas y abandonadas, como alguno de los personajes exclama en algún momento, y el conciso y trabajado montaje de un grande como Nacho Ruiz Capillas (con más de 120 títulos en más de tres décadas de carrera, que le ha llevado a trabajar con cineastas muy importantes), en una cinta que entraña dificultades porque se cuenta la vida de unas pobres gentes de barrio, con su día a día, y sus problemas para mejorar sus condiciones, y apenas hay sobresaltos, pero el montaje ayuda a dar grandeza a esa invisible cotidianidad porque cuenta muy bien esos detalles emocionales y pequeños conflictos entre los personajes, en sus casi dos horas de metraje. 

Si después de todo lo que les he contado, tienen dudas de ver una película como El 47, de Marcel Barrera, piensen una cosa. Las grandes ciudades se han construido con el trabajo, el esfuerzo y la dedicación de muchos hombres y mujeres como Manolo Vital y Carmen y todos los demás. Seres anónimos e invisibles que se cruzaron medio país para tener una vida mejor, y cuando llegaron a Madrid, País Vasco o Cataluña, se vieron obligados a seguir trabajando con dureza, ánimo y mucha resistencia para hacer visibles sus barrios, sus calles y sus pequeñas vidas. Estoy convencido que El 47 es la mejor película de Barrena, porque no sólo reivindica a la gente del extrarradio, como desprecian los políticos en algún momento de la cinta, sino porque está muy bien contada e interpretada, y devuelve al cine a sus orígenes cuando documentaba la vida, las personas y sus problemas, y nos devuelve el aroma del mejor cine social del Neorrealismo italiano, y las luchas sociales de nuestros abuelos y padres en aquellos setenta y ochenta, cuando el país se vanagloriaba de modernidad y democracia, y todavía existía una periferia muy olvidada a la que todavía había cortes de agua, de luz, sin calles asfaltadas y sin transporte público. Gracias a Manolo Vital y a tantos que con su lucha y su dignidad empezaron a construir la verdadera modernidad y democracia. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Oriol Paulo

Entrevista a Oriol Paulo, director de la película «Los renglones torcidos de Dios», en el Radisson Blu 1882 Hotel en Barcelona, el jueves 29 de septiembre de 2022.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Oriol Paulo, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño,  y a Ainhoa Pernaute de Vasaver, por su amabilidad, generosidad, tiempo y cariño. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Tres dies amb la família, de Mar Coll

REENCONTRARSE CON LA FAMILIA.  

“No es la carne y la sangre, si no el corazón lo que nos hace padres e hijos”

Friedrich Von Schiller.

Tres dies amb la família o tres días finguiendo lo que no eres, o simplemente, lo que no te gusta ser. De esta manera podríamos definir este cuento oxuro de pesadillas, que vivie nuestra protagonista Léa, una joven de una veintena de años que viaja desde su exilio particular de Francia y deja atrás una relación de pareja en crisis y unos proyectos de vida que no parecen convencerla, para reencontrarse con su familia con motivo de la muerte del patriarca de los Vich i Carbó, una saga que pertenece a la burguesía catalana instalada en Girona. Allí vivirá tres jornadas que van desde el velatorio pasando por la misa hasta el entierro. En este retrato de todos nosotros -porqué, en cierto sentido, en algún momento de nuestra vida hemos tenido una familia o la tenemos- dentro el envoltorio de una película pequeña y sencilla, encontramos toda una serie de recursos de una madurez extraordinaria, una película llena de miradas furtivas, de silencios incómodos y de momentos donde reina la quietud en un grupo de gente que está más preocupada por ser lo que esperan de ellos que ser lo que son en realidad.

El artífice de este pequeña, sencilla e estimulante film tan bello como inquietante, tan conmovedor como demoledor, es la debutante Mar Coll, una barcelonesa de veintiocho años graduada en la ESCAC, que explica que la idea de la película le vino de una manera espontánea, estimulada por la muerte de su abuelo. La directora reflexiona sobre la arquitectura argumental de su film: “La película no quiere ser una respuesta, sino que está más próximo a una foto de familia de las que quedan en los álbumes y que, cuando las ves, si te fijas bien, puedes entrever todo lo que esconden detrás de cada gesto o cada actitud. Una foto de familia burguesa y catalana.” (Cines Renoir. Hoja de sesión. 26/06/08) Durante estas setenta y dos horas, guiados por Léa, iremos conociendo a sus padres,  separados, sus tíos, su tía –la oveja negra de la familia que ha escrito un libro que no deja tan bien a su padre tal y como esperaban sus hermanos-, y sus primos, que se reencontraran a partir de los viejos recuerdos de la infancia.

La opera prima de Coll es un retrato íntimamente femenino, donde las mujeres parecen más liberadas de toda la hipocresía que rodea a los tres hermanos y que, a pesar de todo, huyen del velorio del difunto con traición y premeditación para refugiarse en un bar y dejarse llevar un rato por la vida mientras beben, brindan por el viejo patriarca muerto y bailan al son de una rumba de Manzanita, que es una versión de “Un ramito de violetas”, de la gran Cecilia. Se trata de uno de los pocos instantes liberadores en que la directora nos deja respirar un poco. La película avanza con esta contención hasta el final, donde Léa ya no puede aguantar más y explota: su catarsis la libera un poco, y el único consuelo que recibe es de parte de su padre, mientras el resto de los comensales reunidos alrededor de la mesa la miran un instante y continúan la comida, que les parece más interesante que no los sentimientos de Léa y, porque no decirlo, que los sus propios sentimientos. Belén Ginart describía las criaturas de Mar Coll como unos “minusválidos emocionales” (El País, 26/06/08) Vale la pena decir también que el rodaje de la película se ha hecho prácticamente siguiendo las escenas en orden cronológico, cosa que ayuda a este crescendo que marca el hilo de la narración.

Antes de acabar, merece una mención especial todo el reparto de la película: el padre de Léa -un magnífico Eduard Fernández-, los tíos, en la piel de Francesc Orella y Ramón Fontseré, su mare, la actriz francesa Philippine Leroy-Beaulieu, la inesperada presencia de la tía Virginia a la que da vida una increíble Amàlia Sancho, i, especialmente Léa, una adorable, inquietante, perdida y especial Nausicaa Bonnín, que aquí debuta como protagonista en un registro muy complicado, un excelente trabajo lleno de matices, introvertido y muy bien planteado, y ejecutado. Una película de muchos debutantes y gente muy joven en el equipo técnico, pero que, con todo, han conseguido resolver con nota el objetivo que se planteaban. No quiero acabar sin mencionar los premios que esta película obtuvo en el Festival de Cine español de Málaga: “Mejor dirección” y “Mejor interpretación” para Nausicaa Bonnin y Eduard Fernández. Les dejo con esta familia que está muy lejos de ser perfecta, pero, hay alguna que lo sea?. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Belén Funes

Entrevista a Belén Funes, directora de la película «La hija de un ladrón», en el hall del Hotel Seventy en Barcelona, el viernes 22 de noviembre de 2019.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Belén Funes, por su tiempo, amistad, generosidad y cariño, y a Ainhoa Pernaute de Vasaver, por su tiempo, amabilidad, generosidad y cariño.

Entrevista a Greta Fernández

Entrevista a Greta Fernández, actriz de la película «La hija de un ladrón», de Belén Funes, en el hall del Hotel Seventy en Barcelona, el viernes 22 de noviembre de 2019.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Greta Fernández, por su tiempo, amistad, generosidad y cariño, y a Ainhoa Pernaute de Vasaver, por su tiempo, amabilidad, generosidad y cariño.

Entrevista a Eduard Fernández

Entrevista a Eduard Fernández, actor de la película «La hija de un ladrón», de Belén Funes, en el hall del Hotel Seventy en Barcelona, el viernes 22 de noviembre de 2019.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Eduard Fernández, por su tiempo, amistad, generosidad y cariño, y a Ainhoa Pernaute de Vasaver, por su tiempo, amabilidad, generosidad y cariño.

Entrevista a Marçal Cebrian

Entrevista a Marçal Cebrian, coguionista de la película «La hija de un ladrón», de Belén Funes, en el hall del Hotel Seventy en Barcelona, el viernes 22 de noviembre de 2019.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Marçal Cebrian, por su tiempo, amistad, generosidad y cariño, y a Ainhoa Pernaute de Vasaver, por su tiempo, amabilidad, generosidad y cariño.

La hija de un ladrón, de Belén Funes

SARA PELEANDO POR LA VIDA.

“Los nadies: los hijos de nadie, los dueños de nada. Los nadies: los ningunos, los ninguneados, corriendo la Liebre, muriendo la vida, jodidos, rejodidos: Que no son, aunque sean. Que no hablan idiomas, sino dialectos. Que no hacen arte, sino artesanía. Que no practican cultura, sino folklore. Que no son seres humanos, sino recursos humanos. Que no tienen cara, sino brazos. Que no tienen nombre, sino número. Que no figuran en la historia universal, sino en la crónica Roja de la prensa local. Los nadies, que cuestan menos que la bala que los mata”.

(Fragmento de Los Nadies de Eduardo Galeano)

Sara a la fuga (2015) nos situaba en la mirada de una adolescente sola, que soñaba con una llamada de su padre mientras se sentía encarcelada en el centro de menores donde vivía. La inútil (2017) hablaba de Merche, una joven también sola, que se sentía vacía, perdida, como una inútil, alejada de todos y ajena a ese entorno que no comprendía. Dos películas breves de Belén Funes (Barcelona, 1984) que pasó por las aulas de la Escac, donde comenzó a trabajar como ayudante en los largometrajes de Mar Coll, Elena Trapé, Liliana Torres, Marçal Forés y Nely Reguera, y en varias películas de Isabel Coixet.

Con todo ese bagaje profesional y amén de sus películas breves, se puso manos a la obra, y partiendo de Sara a la fuga, junto a su guionista Marçal Cebrian, sacan a la luz La hija de un ladrón, protagonizada por aquella Sara que ha salido del centro de menores y vive en un piso tutelado junto a su bebé, mientras lucha por tener una vida normal. La salida de prisión de su padre provocará un cisma interno y físico en el que Sara intentará por todos los medios alejar a su progenitor de su vida, y sobre todo, de su hermano pequeño que al igual que le pasó a ella, vive en un centro de menores. El relato, seco y asfixiante, se sitúa en la mirada y el cuerpo de Sara, a través de sus movimientos, una existencia de aquí para allá, con esa cámara inquieta y febril que la sigue día y noche, sin tiempo para detenerse, para relajarse, una vida a contrarreloj donde el tiempo prima y la vida de Sara constantemente pende de un hilo muy fino, peleando con uñas y dientes para reconstruir su vida, una vida dura y sola, donde siempre ha echado en falta el cariño y el amor. Una vida sin amor, sin nada, que ahora Sara intenta salir de ahí, convertirse en una persona normal, tirar hacia adelante, encontrar un trabajo y empezar a tener amor, aunque sea muy poco y a su manera, que ya es mucho para alguien que ha sufrido tanto como ella.

Funes ha construido una película muy física y sensible con el material que trata, acercándose con su cámara lo suficiente para describir los deseos e ilusiones de una joven sola y herida, pero manteniéndose en esa posición moral en la que no juzga a su personaje y su situación, cediendo esa posición al espectador que será el que deberá involucrarse. Sara es frágil, arrastra heridas físicas y emocionales de tantos años desprotegida y violentada, pero ella no se rinde, ni puede ni quiere, solo quiere ser ella misma, criar a su hijo, con la ayuda del padre de la criatura que ya no quiera estar con ella como pareja, y ayudar a su hermano pequeño para que no viva lo mismo que ella vivió, y sobre todo, alejar a su padre de su vida, aunque la cueste la vida en ello, y seguir peleando por su vida, por las cosas que quiere y por ser quién quiere ser. La directora barcelonesa localiza su película en las afueras de su ciudad, en esos espacios invisibles y desfavorecidos, en barrios obreros de antaño, ahora convertidos en lugares precarios, donde los trabajos escasean o son paupérrimos, sitios donde la vida se ha convertido en una aventura cotidiana donde la existencia ya es mucho, donde se vive con muy poco, donde cada batalla ganada es la hostia.

Un relato contenido y sensible, hecho con sinceridad y honestidad, deteniéndose en esas partes de la sociedad que poco vemos en la pantalla, protagonizada por una mujer convertida a su pesar en una heroína cotidiana, que arrastra un pasado violento en su entorno familiar, que nos habla de los conflictos en las relaciones de padres e hijos que se centra en la dificultad de amar, en la falta de herramientas para amar a los tuyos, a la torpeza de nuestras emociones, a sentirse faltos de cariño y no saber ni expresarlo ni compartirlo. Cine de aquí y ahora, cine de la calle, cine social bien contado y filmado, cine que recoge mucho de los universos obreros y sociales de Un sabor a miel, de Tony Richardson, donde una chica encontraba el apoyo en un homosexual, el que no tenía en su madre, para criar a su bebé. En Ladybird, Ladybird, de Ken Loach, donde una madre sola con los hijos custodiados por el estado, trataba de rechace su vida junto a un refugiado. En Rosetta, de Jean-Pierre y Luc Dardenne, una chica trabaja duro por encontrar empleo para huir de la precariedad junto a una madre alcohólica. Y finalmente, en Ayka, de Sergei Dvortsevoy, una refugiada ilegal en Rusia peleaba por salir adelante después de parir a su hijo. Todas ellas historias de mujeres solas, de la misma clase social, la que no tiene ni vida, ni hogar, ni amor, aquella que por circunstancias personales o sociales, se han visto abocadas a una vida invisible, durísima y sin nada. Mujeres que intentan, a pesar de las terribles dificultades, seguir en pie, luchando por mejorar su vida y queriéndose un poquito más.

Funes pone en liza un reparto incomensurable y veraz que aportan naturalidad e intimidad a una historia díficil peor cercana encabezados por una extraordinaria Greta Fernández, que hace sencillo lo complejo y demuestra una capacidad para mostrar lo íntimo mezclado con la dureza de su personaje, con esa mirada triste pero valiente que luchará por su vida, junto a ella Eduard Fernández, haciendo de padre e hija por primera vez, aportando esa frialdad y amargura que ha representado la vida familiar, y junto a ellos, Àlex Monner, que sabe transmitir a ese joven que ayudará a Sara aunque ya no la quiera como pareja. Y el equipo técnico, en el que Funes vuelve a acompañarse de sus cómplices habituales que le acompañan desde sus películas breves como el citado Cebrian, en labores de escritura, Neus Ollé en la cinematografía, una indispensable para muchos largos surgidos de la Escac, Bernat Aragonés en la edición, Sergi Rueda y Enrique G. Bermejo en sonido y Marta Bazaco en arte y Desirée Guirao en vestuario, creando ese espíritu de compañerismo y cooperativista que ya se sentía en películas como Tres dies amb la familia, de Mar Coll o Lo mejor de mí, de Roser Aguilar, quizás los dos largos que vislumbraron un camino lleno de talento en el que ahora se incorpora Funes en el largometraje por la puerta grande, conmoviéndonos con su sensibilidad y dureza en un retrato lleno de armonía y brutalidad, un espejo realista de tantas vidas en el fango, de tantas existencias violentadas, de tantos caminos rotos en mil pedazos, de tantas reconstrucciones por hacer, de tanta falta de amor en mundo cada vez más deshumanizado, individualista y competitivo, de tanta soledad que desgarra, en el que emerge una figura frágil pero fuerte como Sara, una mujer que no se detendrá ante nada, ni ante su padre, ni ante las dificultades, porque ella quiere seguir en pie, luchando y sobre todo, quiere ser una persona normal. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Mientras dure la guerra, de Alejandro Amenábar

UN PAÍS EN LLAMAS.

“Venceréis, pero no convenceréis. Venceréis porque tenéis sobrada fuerza bruta; pero no convenceréis, porque convencer significa persuadir. Y para persuadir necesitáis algo que os falta: razón y derecho en la lucha”.

Miguel de Unamuno

A finales de primavera de este año, el escritor Manuel Vicent describía a Miguel de Unamuno de la siguiente manera: Había pasado la vida luchando contra esto y aquello, pero en el fondo no había peleado más que contra sí mismo, sin otra obsesión nada menosque la de ser inmortal frente a la divinidad. Ese fue su destino. Total, para nada. Unamuno (1864-1936) insigne escritor y filósofo, se pasó la vida oponiéndose a todo, criticando con dureza a todos los gobernantes del país, sea cual fuese su ideología o condición, un pensador firme y sincero, que dudaba constantemente, alguien contradictorio, con continuos vaivenes ideológicos, fue uno de aquellos intelectuales que se opuso a los desmanes de la Segunda República, y pidió, como muchos, una intervención militar para restaurar el orden perdido, aunque también se alzó vehemente contra esos militares que no respetaron el mandato democrático del pueblo, y criticó con toda la dureza a su alcance, los desmanes contra la República y sus seguidores. Una figura de esta naturaleza, ausente en nuestros tiempos, alguien capaz de defender algo a ultranza, y luego desdecirse de sus palabras, admitir sus errores y enmendar tales afrentas y opiniones, es una figura necesaria para un país, alguien con la capacidad de la autocrítica, de la duda, y sobre todo, del pensamiento como única forma para hablar de las circunstancias, de los hechos, admitiendo el error y la equivocación como formas de la razón y lo humano.

Una figura de ese calibre humano se merecía una película, incluso unas cuantas. Hace cuatro temporadas ya tuvimos una película sobre Unamuno, La isla del viento, que relataba aquellos años de exilio forzado del pensador por sus duras críticas a la dictadura de Primo de Rivera allá por los años 20, en la piel del actor José Luis Gómez. Ahora, llega a nuestras pantallas Mientras dure la guerra, de Alejandro Amenábar (Santiago de Chile, 1972) que nos sitúa en la Salamanca del 19 de julio del 36, cuando los militares impusieron el estado de guerra en la ciudad, mientras su rector universitario, Unamuno, y sus dos amigos del alma, Salvador Vila, antiguo alumno del pensador, arabista y profesor universitario, y Atilano Coco, cura protestante, pasean por la ciudad, mientras hablan y discuten sobre los acontecimientos que se desarrollan en la ciudad. Por otra parte, y como un espejo deformante se tratase, asistimos a los entresijos y pormenores que llevaron a Franco y compañía a la península desde sus destacamentos en el protectorado de Marruecos, y los encuentros con otros generales, como Millán-Astray, Mola o Cabanillas, y los asuntos de poder para decidir quién llevaría la nave de la cruzada para recuperar la patria.

Amenábar y Alejandro Hernández (guionista habitual de Manuel Martín Cuenca) se centran en las figuras de Unamuno y Franco, en ese espejo de la figura de Unamuno, en el que vemos a la razón, el pensamiento, y el estudio como formas de vivir y de relacionarse con los demás y el entorno, enfrentado al reflejo de Franco, que representa a esa España violenta, resentida, vengativa y de muerte. La acción arranca con la entrada de las tropas nacionales en Salamanca hasta el famoso enfrentamiento en el paraninfo de la Universidad de Salamanca aquel aciago 12 de octubre, “Día de la Raza”, en el que Unamuno se enfrentó a Millán-Astray con el ya famoso “Venceréis, pero no convenceréis”. Amenábar vuelve a rodar en castellano después de sus dos aventuras desiguales filmadas en inglés que supusieron Ágora (2009) y Regresión (2015) volviendo a una figura real como hiciera con Ramón Sampedro en Mar adentro (2004) también volviendo a aquellos buenos síntomas, tanto en la forma como en el fondo, colocándonos en aquellos primeros meses de la guerra, donde todavía se conocían pocas cosas, donde desaparecían personas sin dejar rastro, donde la intervención militar se irá convirtiendo en una guerra cruel y mortal para el país.

Una naturalista y sombría luz del cinematógrafo Álex Catalán, que debuta con Amenábar, pone de relieve todos aquellos hechos donde Unamuno se veía despojado de sus amigos y por consiguiente de su vida, y cómo van minando la capacidad del pensador ante la deriva que van tomando los hechos hacia una oscuridad y un terror sin precedentes en la historia del país. Unamuno, Salamanca y los hechos por un lado, y Franco, Millán-Astray y los demás juegos de poder de los generales por el otro, con algún (des) encuentro entre ambos espejos, con el suceso en la Universidad como epicentro del relato. Un montaje en paralelo y muy preciso de Carolina Martínez Urbina (responsable de Regresión, y ayudante en Ágora) ayuda a observar con detenimiento y pausa todos los tejemanejes militares y el vaivén de Unamuno, de la esperanza inicial al terror puro, como se describe en esa secuencia donde presencia, muerto de pánico, como se llevan a su amigo Salvador Vila, recordando aquellas palabras del propio Unamuno: “A veces, el silencio es la peor mentira”, y sus inútiles encuentros con Franco para mediar por sus amigos.

Amenábar ha construido una película magnífica, precisa y soberbia, bien documentada históricamente, con todo lujo de detalles, tanto en el vestuario, donde Sonia Grande vuelve a demostrar que es una de las grandes, o la concisa caracterización de los personajes, dotándolos de humanidad, garra y violencia, según se precise. Capítulo aparte merece la interpretación de su extenso elenco, con la firma de Eva Leira y Yolanda Serrano, una de las parejas más importantes del país en este apartado, encabezado por un Karra Elejalde soberbio en su rol como Unamuno, tanto en la vida pública como personal, con un desatado y enérgico Eduard Fernández metido en la piel de Millán-Astray, una especie de Quasimodo de la muerte, bien acompañados por Santi Prego que realiza un Franco a la altura del Juan Diego de Dragon Rapide, film-espejo de Mientras dure la guerra, o el Juan Echanove de Madregilda. Con unos convincentes y cercanos Carlos Serrano-Clark como Salvador Vila y Luis Zahera como Atilano Coco, y el resto de un reparto íntimo y lleno de detalles conformado por Nathalie Poza, como la mujer del alcalde, Patricia López Arnaiz como la hija rebelde de Unamuno, Luis Bermejo como hermano de Franco, Tito Valverde como Cabanillas, Luis Callejo como Mola, Dafnis Balduz como secretario de Unamuno o Mireia Rey como la mujer de Franco.

Amenábar, en su séptimo trabajo, ha confeccionado un relato lleno de complejidad, de maldad, de algo tan de aquí, de esa idiosincrasia tan difícil de entender, una buena película sobre la Guerra Civil Española a la altura de Soldados de Salamina, donde los ecos del ayer siguen resonando con fuerza en el presente. Una historia sobre lo humano y lo más profundo del alma,  retratando un país en llamas, un país roto, dividido y lleno de terror y violencia, incapaz de ponerse de acuerdo, a la gresca siempre, como la pintura de Goya “Duelo a garrotazos o la riña”, quizás la eterna lucha y conflicto de un país hecho a pedazos, con territorios enfrentados históricamente, un país donde no se habla, se discute, como esa secuencia tan real y triste a la vez, donde Unamuno y Salvador Vila discuten y discuten, mientras el plano se vuelve general y los deja a la greña, sin escuchar lo que dicen, para cerrarlo con un Unamuno cansado que pide que vuelvan a casa. Una tierra ensangrentada, incapaz de hablar, dialogar, de entender su heterodoxia, sus diferencias, un mal de antes y de ahora, y desgraciadamente, de siempre, como una pesada carga que somos incapaces de sobrellevar con dignidad y vehemencia sin acabar en las manos, respetándose y aceptando nuestras diferencias y aquello que nos une. Quizás la figura de Unamuno que murió el último día del 36, triste, encerrado en su casa, lleno de amargura y dolor, no solo por su enfermedad, sino por toda esa tristeza y violencia que se cernía sobre España, nos vuelven a traer a la memoria aquellas palabras tan tristes de Gil de Biedma: “De todas las historias de la Historia la más triste sin duda es la de España porque termina mal”. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA